Lu Xun.
La mala hierba.
Edición bilingüe.
Traducción de Blas Piñero Martínez.
Bartleby Poesía. Madrid, 2013.
Se necesita este tipo de combatientes…
Pero no tan oscuros e ignorantes como los combatientes de África que llevan esos fusiles de cerrojo Mauser que brillan como la nieve; ni tan hechos polvo como los combatientes de la etnia de Han del ejército chino, los del «estandarte verde» que luchaban bajo las órdenes del emperador de Qing y sus pistolas Mauser «caja cañón». Este combatiente no mendigará una armadura de acero con piel de buey. Él sólo podrá contar con su persona y con una lanza como la que utilizan los bárbaros.
Así comienza Este tipo de combatientes, uno de los textos que forman parte de La mala hierba, de Lu Xun, que acaba de publicar Bartleby Poesía con traducción de Blas Piñero Martínez.
Es la primera vez que se traduce al español y se edita en versión bilingüe este libro que apareció en 1927. Su autor, Lu Xun (1881-1936), casi desconocido en Europa, fue el más famoso de los escritores chinos de su época y el que más estatuas tiene en el planeta, sobre todo por las muchas que le dedicaron en China y Japón.
Progresista y profeta de la revolución cultural, asistió a la disolución del imperio chino y, casi simultáneamente, a la desaparición de su familia. Exaltado exageradamente por el maoísmo, que hizo de él uno de sus referentes literarios y morales, unió a la tradición cultural china la influencia modernizadora de la filosofía y la literatura occidentales de fines del XIX y comienzos del XX.
Pese a morir relativamente joven, Lu Xun desarrolló en veinte años una obra variada e influyente que tocó todos los géneros, de la poesía a la novela y del relato breve al ensayo, se desvinculó de la tradición confuciana y rompió con sus normas estrictas y con la sentimentalidad de la poesía de su tiempo.
Y entre sus libros, uno de los fundamentales es La mala hierba, una heterogénea colección de poemas en prosa en los que la libertad formal, la ruptura de la lengua clásica y la incorporación del chino coloquial se unen a un irracionalismo onírico y a una potente imaginería.
Nocturnos y sombríos, combativos o intimistas, confesionales y alegóricos, conviven en estos poemas temas y tonos muy diversos: desde la denuncia del imperialismo japonés al existencialismo más desolado, desde lo testimonial hasta lo visionario.
La mala hierba –escribe en la Dedicatoria- no tiene raíces profundas y sus hojas no son bellas. Sin embargo, la mala hierba absorbe el rocío, el agua, la sangre y la carne de los muertos para poder crecer; y cuando llega el momento la mala hierba es pìsoteada y arrancada de cuajo hasta que se seca o se pudre.
Los ciclos estacionales, el hombre y la naturaleza, la luz y la oscuridad, el amanecer y el atardecer confundidos, la voluntad de hundirse en el vacío, en el polvo que lo ocupa todo se suceden en la salmodia visionaria de unos textos que aspiran a iluminar la realidad.
Una llamativa e intensa evocación de la pasión según San Marcos, la mezcla de la esperanza y la soledad, la nieve y el alma de lluvia -la gente con grandes conocimientos cree que la nieve es algo aburrido-, el sentido del mundo, el amor y el tiempo, los símbolos en una sucesión de sueños –soñé que estaba soñando- y algún que otro relato alegórico son algunas de las presencias de estas “pequeñas flores blancas, como definió estos textos el propio Lu Xun en el prefacio que escribió en 1931 para la traducción inglesa de este libro.
Santos Domínguez