10/1/13

Cortázar. Los relatos



Julio Cortázar.
Los relatos.
1 Ritos. 2 Juegos.
3 Pasajes. 4 Ahí y ahora.
El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2012


En sus últimos años, Julio Cortázar organizó sus relatos en cuatro tomos –Ritos, Juegos, Pasajes, Ahí y ahora- que no responden a un criterio cronológico, sino a la afinidad de enfoque, a su semejanza de tono y a las líneas de fuerza que orientan su temática.

De esa manera conseguía que los textos estableciesen nuevos vínculos y nuevas relaciones en un nuevo contexto, el de estos cuatro volúmenes que publica Alianza Editorial en su colección de bolsillo.

Se reagrupan así en una secuencia diferente a la de su escritura relatos perfectos como Casa tomada, Circe o Carta a una señorita en París, textos fundamentales como Continuidad de los parques, La noche boca arriba, La isla a mediodía, La salud de los enfermos o Final del juego.

O relatos contemporáneos de Rayuela, como Las babas del diablo o El perseguidor, que indican una sutil evolución de la narrativa breve de Cortázar, y marcan un antes y un después en el tratamiento de los personajes, que dejan de ser meras piezas de un mecanismo para ganar en profundidad psicológica y en autonomía vital. Especialmente en El perseguidor, un relato en el que se acercó a la figura de Charlie Parker. En él está en germen Rayuela como en Charlie Parker está la semilla de Oliveira.

El cuento es para Cortázar el territorio de lo fantástico en todas sus variantes, el lugar de la extrañeza que irrumpe en lo cotidiano en forma de pesadilla, de sorpresa o de revelación. La tensión entre lo irracional y la rutina, el tema del doble, la distorsión del espacio y el tiempo están presentes en muchos de estos relatos en su expresión más definitiva.

En esa frontera imprecisa que separa la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, allí donde el misterio surge de lo trivial se sitúan algunas de las claves del Cortázar más sorprendente, variado o provocador, del que escribía Vargas Llosa: La verdadera revolución literaria de Cortázar está en sus cuentos.

Un Cortázar que desde 1969 introduce en el terreno del relato la preocupación política y el compromiso con la sociedad. Chile, Biafra, Israel comparten espacio con temas como el de la pesadilla, el amor, la muerte, la infancia o el sueño, y el tono nostálgico de algunos cuentos convive con la denuncia de la brutalidad represiva de la policía.

Ese narrador comprometido no elimina del todo al Cortázar deslumbrante e ingenioso que proyecta en sus personajes su propia mirada irreverente, sus pudores y sus desconciertos, su método de trabajo, sus traumatoterapias.

Esa síntesis persiste en el Cortázar maduro, menos visitado por lo fantástico, menos proclive a la sorpresa, pero dueño de un virtuosismo que aborda todos los registros y tonos, los rituales, la mezcla ambigua de imaginación y realidad, de humor y melancolía. En su escritura, tan similar al swing jazzístico, la exigencia se proyecta en cuentos que funcionan como un mecanismo perfecto, como una maquinaria asombrosa para el lector y maquinaciones de un narrador que encuentra en el relato corto su mejor distancia.

Pero por encima de la evolución de su técnica y su temática, lo que caracteriza los relatos de Cortázar es la coherencia del conjunto, la creación de un mundo narrativo inconfundible y potente.

Una línea secreta los une en un impulso común que se concreta en la creación de mundos posibles; en el descubrimiento de que esos pasajes estaban ahí, ocultos e inexplorados, invisibles e inquietantes; en la función del narrador y la distancia variable de su voz; en el planeamiento de finales que son la raíz del relato; en el desajuste entre la realidad y el personaje, y en el diseño del espacio y el tiempo.

Entre lo fantástico y lo testimonial, entre la denuncia y la nostalgia, el realista imaginativo que fue Cortázar construye desde su primer libro sus relatos como esferas perfectas, como estructuras cerradas en las que la tensión atrapa al lector. Relatos que reflejan la evolución a una escritura cada vez más escueta, más seca y directa, una escritura en la que materia y forma se explican mutuamente y mutuamente se sostienen.


Santos Domínguez