11/1/12

La noche feroz


Ricardo Menéndez Salmón.
La noche feroz.
Seix Barral. Barcelona, 2006.

Una noche intensa y larga; un maestro desolado por el remordimiento; un cura salvaje y asesino; una niña asesinada; dos inocentes perseguidos por el bosque como bestias heridas; un tiempo evocado y trágico, el de la guerra civil; un escenario norteño, Promenadia, el pueblo escondido entre montañas y fundado por un desertor francés durante otra guerra, la de la invasión napoleónica.

Sobre esos elementos se condensa la concentrada potencia narrativa de La noche feroz, una novela corta excepcional que se publicó en 2006 y que ahora reedita Seix Barral. Con ella regresaba Ricardo Menéndez Salmón a un territorio rural imaginario, al paisaje oscuro y mítico que había creado en su novela anterior, Los arrebatados, y al que habría de volver en Derrumbe, su libro siguiente.

La noche feroz es una incursión en el mal –porque se trata del mal, de eso se trata-, un descenso a las raíces de la crueldad, a la violencia protagonizada por unos cazadores de hombres, asesinos de inocentes a la huella del horror –nada deja tanta huella como el aprendizaje del horror- y en el infierno, porque en los pueblos pequeños el infierno es siempre grande.

Es la noche oscura del hombre, la noche del lobo y el cazador, la de la culpa y el castigo, la del fracaso y el miedo, la de la nieve y el fuego, la de las víctimas y los asesinos, la del poder fascinante de la maldad:

De todos los placeres que conoce el hombre, ninguno mayor que el de causar dolor. (...) Porque el hombre levanta puentes, domestica selvas o resuelve problemas matemáticos planteados hace cientos de años, pero todo su genio, toda su paciencia y todo su fervor palidecen ante el enigma de su maldad.

Pero, además de esto, lo que hace de La noche feroz una novela imprescindible es la concentración narrativa de sus menos de cien páginas, la intensidad de su prosa, la capacidad descriptiva de sus breves capítulos, el sentido del ritmo y la calidad de página sostenida en todo el libro.

Estos dos párrafos son un ejemplo:

Bajo el manto de la noche, los tres forman una estampa de cierta edad espectral. Guerreros aqueos conjurados bajo el recuerdo del fantasma de Helena, o bárbaros a las puertas de Roma, o católicos velando armas en las horas previas a la matanza de San Bartolomé. Todos fuman cuarterón agrio, abrevando en el fuego que La Muerte les sirve por turno. Luego, como conjurados, proceden a besarse en las mejillas y se desean suerte. Huelen a la tierra que pisan.

A una orden del cura, parten en dirección al pozo donde hallaron a la niña. Una blancura lunar lo invade todo: cada objeto, cada ser vivo, cada recodo del camino vibra en la placa fotográfica de su luz. Hombres y bestias recuerdan a buzos sorteando barreras de coral, ectoplasmas en movimiento, dibujos animados. En la primera encrucijada, mientras los perros exhalan un humor rancio y fétido, un disparo rasga la paz del grupo.


Santos Domínguez