Federico Fellini.
El viaje de Mastorna.
Traducción de César Palma Hunt.
BackList Contemporáneos. Barcelona, 2011.
El viaje de Mastorna.
Traducción de César Palma Hunt.
BackList Contemporáneos. Barcelona, 2011.
Es el guión de un sueño que Fellini no llegó a filmar y que siempre apreció como el proyecto frustrado de la que podría haber sido su mejor película. Está basado en Lo stranno viaggio di Domenico Nolo, un relato de Dino Buzzati, con quien el cineasta había empezado en 1965 a redactar este texto sobre la muerte.
Una leyenda siniestra rodea El viaje de Mastorna, la película frustrada de la que Fellini tuvo que desistir tras un serio problema de salud. Retomó el proyecto en 1992 y en agosto del año siguiente sufrió un derrrame cerebral que se repitió en octubre y lo llevó a la muerte.
Tras un aterrizaje forzoso en mitad de una plaza, entre calles y rascacielos, el violoncelista Guido Mastorna entra en un espacio onírico, en un mundo de pesadilla, en un círculo que debe tanto a Kafka como a Dante. Se inicia así una peregrinación por un mundo espectral e incomprensible recorrido por el protagonista, un extranjero consternado y perplejo al que no le sirven sus documentos ni le hablan en su lengua.
Hay en este espléndido guión el mismo mestizaje de sueño y realidad que en el cine de Fellini desde Roma, la película que rodó después de este proyecto frustrado que comparte una misma estética y más de una escena con las que aparecen en El viaje de Mastorna.
Como en el viaje marítimo de Y la nave va, también hay aquí un viaje metafórico que vertebra el relato y marca la articulación de las escenas. Como en Ginger y Fred y en Entrevista, el viaje espacial se combina con el viaje temporal, con la vuelta al pasado y la mirada hacia atrás de los personajes.
Y todo en este guión queda atravesado por un onirismo que tiñe de absurdo los espacios exteriores y los ambientes interiores, las acciones y los diálogos, las situaciones y los personajes.
La soledad en medio del gentío, la incomunicación en un babel confuso de lenguas, un viaje en tren para el que no se permiten equipajes, el cadáver de un papa en silla gestatoria y en procesión macabra por la estación de trenes, un ferrocarril de cuatro pisos, la visión por el protagonista de su propio cadáver entre los restos del avión, una sesión de espiritismo y striptease, suicidas que son muertos vivientes y se levantan como zombies, familias muertas en accidentes de tráfico, un ministro y un cardenal en el prostíbulo, un infierno que parece un paraíso, una feria de sueños perennes, el reencuentro con viejos amigos, con familiares y ambientes del pasado, un insomne profesor de Filosofía que no cree en la inmortalidad del alma, pero sí en la del cuerpo, un sepulturero que recuerda a los de Hamlet, la amputación quirúrgica de la memoria...
Son algunas de las situaciones de un viaje similar al que hizo Dante en la Divina Comedia, no sólo porque aquí también hay una bajada al subsuelo y un guía, sino también porque Guido Mastorna vuelve al mundo -en otro avión- en Florencia.
Y sobre todo, porque ese viaje y ese sueño construyen, como en el poema dantesco, el relato de un viaje al interior del protagonista, que regresa transformado, convertido en otro para mirar el mundo con una nueva perspectiva.
Una leyenda siniestra rodea El viaje de Mastorna, la película frustrada de la que Fellini tuvo que desistir tras un serio problema de salud. Retomó el proyecto en 1992 y en agosto del año siguiente sufrió un derrrame cerebral que se repitió en octubre y lo llevó a la muerte.
Tras un aterrizaje forzoso en mitad de una plaza, entre calles y rascacielos, el violoncelista Guido Mastorna entra en un espacio onírico, en un mundo de pesadilla, en un círculo que debe tanto a Kafka como a Dante. Se inicia así una peregrinación por un mundo espectral e incomprensible recorrido por el protagonista, un extranjero consternado y perplejo al que no le sirven sus documentos ni le hablan en su lengua.
Hay en este espléndido guión el mismo mestizaje de sueño y realidad que en el cine de Fellini desde Roma, la película que rodó después de este proyecto frustrado que comparte una misma estética y más de una escena con las que aparecen en El viaje de Mastorna.
Como en el viaje marítimo de Y la nave va, también hay aquí un viaje metafórico que vertebra el relato y marca la articulación de las escenas. Como en Ginger y Fred y en Entrevista, el viaje espacial se combina con el viaje temporal, con la vuelta al pasado y la mirada hacia atrás de los personajes.
Y todo en este guión queda atravesado por un onirismo que tiñe de absurdo los espacios exteriores y los ambientes interiores, las acciones y los diálogos, las situaciones y los personajes.
La soledad en medio del gentío, la incomunicación en un babel confuso de lenguas, un viaje en tren para el que no se permiten equipajes, el cadáver de un papa en silla gestatoria y en procesión macabra por la estación de trenes, un ferrocarril de cuatro pisos, la visión por el protagonista de su propio cadáver entre los restos del avión, una sesión de espiritismo y striptease, suicidas que son muertos vivientes y se levantan como zombies, familias muertas en accidentes de tráfico, un ministro y un cardenal en el prostíbulo, un infierno que parece un paraíso, una feria de sueños perennes, el reencuentro con viejos amigos, con familiares y ambientes del pasado, un insomne profesor de Filosofía que no cree en la inmortalidad del alma, pero sí en la del cuerpo, un sepulturero que recuerda a los de Hamlet, la amputación quirúrgica de la memoria...
Son algunas de las situaciones de un viaje similar al que hizo Dante en la Divina Comedia, no sólo porque aquí también hay una bajada al subsuelo y un guía, sino también porque Guido Mastorna vuelve al mundo -en otro avión- en Florencia.
Y sobre todo, porque ese viaje y ese sueño construyen, como en el poema dantesco, el relato de un viaje al interior del protagonista, que regresa transformado, convertido en otro para mirar el mundo con una nueva perspectiva.
Santos Domínguez