Francisco García Pavón.
Voces en Ruidera.
Rey Lear. Madrid, 2008.
Voces en Ruidera.
Rey Lear. Madrid, 2008.
Rey Lear reedita, con un prólogo de la hija del autor, Sonia García Soubriet, Voces en Ruidera, la novela más cervantina de las que Francisco García Pavón escribió en torno a Manuel González, Plinio, el jefe de los municipales de Tomelloso. Ambientada en los parajes cervantinos del Campo de Montiel que García Pavón mostró en La cueva de Montesinos, su recuperación es una buena oportunidad para redescubrir, treinta y cinco años después, su capacidad narrativa y para comprobar lo bien que ha resistido el paso del tiempo esta novela que fue la que más problemas le ocasionó con la censura.
De todas las novelas del ciclo policial de Plinio, quizá ninguna muestre más madurez ni más calidad que Voces en Ruidera. Brilla en ella mucho más el prosista que el novelista, y la admirable altura literaria de muchas de sus páginas es superior a la intriga de corte policial o a una acción que se pierde con frecuencia en excursiones descriptivas y afluentes de varia lección, desde la receta minuciosa de los galianos a la elucubración sobre el tiempo y la memoria.
Y se agradece, pese a todo, que la mirada de García Pavón, tan acomodada al difícil horizonte oretano, se fije en la ancha llanura manchega de Tomelloso a Argamasilla o se duerma en la hondura de espejo quieto de las lagunas de Ruidera. En ese paraje -ninguno más sorprendente ni misterioso en la ruta de don Quijote- se desarrolla este libro espléndido que viene a confirmar cuánta razón tienen los que afirman que la literatura vive en el adjetivo, en el territorio del matiz.
De todas las novelas del ciclo policial de Plinio, quizá ninguna muestre más madurez ni más calidad que Voces en Ruidera. Brilla en ella mucho más el prosista que el novelista, y la admirable altura literaria de muchas de sus páginas es superior a la intriga de corte policial o a una acción que se pierde con frecuencia en excursiones descriptivas y afluentes de varia lección, desde la receta minuciosa de los galianos a la elucubración sobre el tiempo y la memoria.
Y se agradece, pese a todo, que la mirada de García Pavón, tan acomodada al difícil horizonte oretano, se fije en la ancha llanura manchega de Tomelloso a Argamasilla o se duerma en la hondura de espejo quieto de las lagunas de Ruidera. En ese paraje -ninguno más sorprendente ni misterioso en la ruta de don Quijote- se desarrolla este libro espléndido que viene a confirmar cuánta razón tienen los que afirman que la literatura vive en el adjetivo, en el territorio del matiz.
Santos Domínguez
