30/5/18

Julia Otxoa. Confesiones de una mosca



Julia Otxoa.
Confesiones de una mosca.
Menoscuarto. Palencia, 2018.

El escalador asciende sin cuerdas por la pared de roca, está solo, únicamente ayudado por sus manos que arañan cada mínimo punto de apoyo para seguir hacia lo alto. Es joven, pero al cabo de una hora de duro esfuerzo la fatiga comienza a presentarse en una debilidad creciente en sus brazos, en los cada vez más frecuentes calambres de sus piernas, que le ponen al borde de una caída que podría ser mortal desde esa altura y él lo sabe, pero sigue ascendiendo, aunque sus manos se equivoquen y se sujeten a puntos de apoyo que no lo son y las piedras soltándose de pronto le recuerden que está al límite de sus fuerzas y que no fue buena idea venir sin cuerdas. Mira hacia lo alto, le quedan escasos metros para llegar, allí en el borde del despeñadero, asomados, esperando que caiga como antes lo hicieron otros escaladores, expectantes le observan una veintena de buitres, en sus fijas miradas ansiosas la espera del festín.

Así comienza El escalador, el cuento que abre Confesiones de una mosca, un volumen de relatos breves y microrrelatos de Julia Otxoa que publica Menoscuarto, que ofrece una excelente muestra de la escritura parabólica de la autora, de la estirpe kafkiana de sus apólogos y fábulas en cuentos como Rhodon o Agenda diplomática o en la figura del escalador sin cuerda hacia el abismo que abre el conjunto de más de cincuenta textos que cierra el espléndido Pájaro llovedor, donde brillan el cuidado estilístico y la potencia verbal de la prosa de Julia Otxoa.

Con la huella superrealista que se percibe en el cuento que da título al conjunto, con la crítica social de Decorados, Una nueva era o Zoco, los finales sorprendentes de Cena de Navidad, Primer encuentro o Noche de gala, el lirismo de Canción de cuna o Danza blanca o el carácter onírico de Accidente o El vuelo de la fatiga, la imaginación simbólica ilumina la realidad y la interpreta.

Con humor irónico y amargo, con la distancia objetiva de la tercera persona o con la cercanía del narrador subjetivo que a veces aprovecha la estructura epistolar, estos relatos son una ocasión para “percibir la lucidez, tantas veces desazonadora, con que la ficción nos enfrenta con la realidad, con la vida. Una contribución brillante y gozosa, en su lectura, para que la soledad sea más llevadera,” como escribe en el prólogo Luis Mateo Díez.

Santos Domínguez