13/2/10

Poemas tardíos de Wallace Stevens


Wallace Stevens.
Poemas tardíos.
Traducción de Daniel Aguirre.
Lumen. Barcelona, 2010.

Desde que publicó sus Poemas completos con La roca en 1954 hasta su muerte en agosto del año siguiente, Wallace Stevens siguió escribiendo poesía. Esos Poemas tardíos son los que publica Lumen en edición bilingüe con traducción de Daniel Aguirre.

Heredero del Romanticismo inglés y del Simbolismo francés, entroncado estéticamente con la pintura impresionista y con el cubismo, Stevens (1879-1955) fundió en su poesía lo universal y lo local, la palabra y la mirada, lo concreto y lo abstracto, lo sensorial y lo intelectual para hacer visible lo oculto y ocultar lo visible, de manera que lo visible se hace más difícil de ver y a la vez el poema aspira a la revelación de lo invisible.

Toda su poesía, abstracta y a menudo impersonal - lo que Stevens denominaba el poema de la mente- está influida por sus lecturas filosóficas y por sus intereses plásticos y aspira a expresar con la imaginación las relaciones entre el hombre y el mundo. La imaginación se convierte en un arma poética fundamental: el poder del hombre sobre la naturaleza, el instrumento que ordena el caos.

Sutil y visionaria, ambiciosa y difícil, la poesía de Wallace Stevens sigue manteniendo en estos poemas tardíos el diálogo entre realidad e imaginación que sostiene toda su obra. Más profundos y oscuros que los poemas de La roca, más despojados de elementos discursivos, siguen construyendo una poesía de la mirada, siguen insistiendo en la meditación y en el conocimiento del mundo a través de la imagen.

Sus textos irracionalistas resisten el asedio de la razón y las interpretaciones lógicas, porque –como escribió en uno de sus aforismos- un poema no precisa de significado y, como la mayoría de las manifestaciones de la naturaleza, con frecuencia no lo tiene.

Porque un poema es para Wallace Stevens una exploración del mundo, otra forma de pensamiento y de conocimiento, una indagación en la capacidad reveladora del lenguaje. No se trata por tanto de nombrar la realidad, sino de descubrirla con el poema. Un poema que no debe proponer ideas sobre la cosa, sino llegar a la cosa misma, como había dejado escrito en el título del último poema de La roca.

En estos treinta Poemas tardíos todo lo llena el tiempo, la sensación de destrucción, la pregunta sobre el pasado que se plantea en el terminal Cuando sales del cuarto:

Yo me pregunto: ¿habré vivido una vida de esqueleto,
como un descreído de la realidad,

un compatriota de todos los huesos del mundo?


De esa sensación de vacío le salva la creación, la función redentora de la poesía y la imagen, que da sentido al mundo y a la vida del poeta:

La imagen debe ser de la naturaleza de su creador.
Es la naturaleza de su creador acrecentado,
elevado. Es él de nuevo en una refrescada juventud.


El centro del libro lo ocupa un memorable poema largo, La vela de Ulises,

símbolo de quien busca, cruzando por la noche
el gigantesco mar.

Una poderosa meditación sobre el lugar del poema, sobre el conocimiento y la búsqueda (la sensación que uno tiene de un sitio sencillo / es lo que uno conoce del universo), sobre el mundo y la creación poética que resume al mejor Wallace Stevens. Uno de esos poemas potentes que justifican toda una obra y explican el papel fundamental de su autor en la poesía del siglo XX.


Santos Domínguez