9/5/06

Canción de cuna y otros poemas



W. H. Auden. Canción de cuna y otros poemas.
Selección, traducción y prólogo de Eduardo Iriarte.
Lumen. Barcelona, 2006.



Para gran parte de la crítica, W. H. Auden es el mejor poeta inglés del XX. La poesía, como se sabe, tiene poco que ver con los escalafones y casi nada con la crítica literaria, pero hay un hecho incontestable: para muchos lectores de poesía Auden es uno de sus autores preferidos.
El autor de El mar y el espejo fue también un excelente crítico, un excepcional lector. Sus páginas sobre Shakespeare son imprescindibles para una lectura contemporánea de los clásicos. Y La mano del teñidor es una de las reflexiones más lúcidas sobre la poesía desde la doble perspectiva del autor y del lector.

Su poesía, arriesgada y al límite de la sensibilidad, del pensamiento y de su articulación estilística, sigue ejerciendo una poderosa influencia sobre la poesía europea, no solo sobre la lírica anglosajona. Es bien conocido el decisivo influjo que ejerce sobre Jaime Gil de Biedma, para poner solo un caso.

La antología que publica Lumen en versión bilingüe con el título Canción de cuna y otros poemas es, por lo que conozco, la más amplia y la de más calidad. Se ha encargado de preparar la generosa selección y la traducción Eduardo Iriarte, que ha escrito también un prólogo iluminador para introducirse en el temperamento y en el tono poético de la obra de Auden. Una obra comprometida con la realidad y con la lengua, con las que el poeta mantiene una relación siempre problemática y a menudo dolorosa.

La traducción me parece la mejor de las que he leído de la poesía de Auden. Es limpia, se ha hecho con respeto al texto original y con buen oído, una cualidad que se echaba de menos en otras versiones anteriores al español de una obra tan alta.

No faltan en ella tres de los poemas emblemáticos de Auden. Tres textos que por sí solos servirían para demostrar la altura de toda una obra: España, 1937; En memoria de W. B. Yeats o el Elogio de la piedra caliza en tres versiones magníficas.

O lo último que escribió, en sus días menguados, el estremecedor texto que terminó en agosto de 1973, un mes antes de morir. Se trata de Arqueología, que termina con estos versos definitivos:

Lo que denominan historia
no es nada de lo que jactarse,
hecha como está
por el criminal que llevamos dentro:
la bondad es intemporal.

Santos Domínguez