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31 marzo 2007

Los muertos y los vivos


Sharon Olds.
Los muertos y los vivos.
Traducción de J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.
Bartleby Editores. Madrid, 2006.

Sharon Olds (1942) es una de las voces poéticas más personales de la literatura norteamericana actual. Uno de sus libros esenciales, escrito en 1983, es Los muertos y los vivos. Lo edita Bartleby, que había publicado ya El padre, en edición bilingüe y con traducción de J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.

La vida y la muerte, el dolor del recuerdo y el acecho de la incertidumbre son algunos de los temas que llaman la atención de quien se acerque a la poesía de Sharon Olds, afilada como una navaja y expresiva de un desvalimiento que hace señales al lector en busca de complicidad o de consuelo.

Una poesía que contiene a la vez la afirmación y la negación, la luz y la sombra, y en la que el presente es un punto de fuga donde confluyen el pasado y el futuro, la belleza y la crueldad, el amor y los abusos sexuales, para construir un libro como este, duro y tierno, de una mujer fuerte y frágil. Vida, muerte y tiempo se conjuran en la mirada de Sharon Olds sobre lo cotidiano. Y, entonces, de la observación de una fotografía, del silencio de las imágenes, de la trivialidad de un juguete, una calle o una conversación surge el poema.

Sharon Olds asume en su obra la vocación narrativa de la poesía norteamericana que desde Lee Masters a Rexroth o Larkin desarrolla una lírica discursiva, de tono conversacional y prosaico, que no le resta altura ni hondura a su estilo.

A esa tradición se suma Sharon Olds con una obra madura como esta, subjetiva y autobiográfica, que va siempre del detalle particular a una generalización trágica sobre el sentido de la vida. Mejor dicho, sobre el sentido del vivir, porque esta poesía huye siempre de la abstracción y de las grandes palabras para explorar confesionalmente, en un desnudamiento terapéutico, las cercanías más significativas, biográficas o familiares, para nombrar las variedades de la oscuridad, la sexualidad desvalida y vejada de la infancia, de las víctimas de la guerra, los malos tratos o el tiempo.

La poesía de Sharon Olds se sitúa muchas veces en el límite de la zona de sombra que separa la vida de la muerte. Y en este libro esa línea imprecisa es la que marca el eje que articula sus dos partes.

Los Poemas para los muertos, públicos y privados, hacen un dibujo de la muerte a partir de fotografías ( de una niña en la Rusia de 1921, de unos disturbios raciales, de un niño armenio muerto) que son la base de viñetas en las que lo social y lo político se unen a la evocaciones emocionadas de muertos familiares y a la denuncia de turbios episodios privados llenos de brutalidad y abusos.

La segunda parte del libro, los Poemas para los vivos, está centrada en la familia, en el marido y en los hijos, y plantea una pluralidad de enfoques y perspectivas para unas relaciones complejas y problemáticas expresadas siempre con una contención que no oculta su desgarro emocional:

sólo existía el instante, y mientras
dormías en el silencio, te observaba como quien observa
a un recién nacido, consciente siempre del
milagro, la línea que hemos cruzado
desde la oscuridad.


Santos Domínguez

28 julio 2017

Sharon Olds. La célula de oro

Sharon Olds.
La célula de oro.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de Óscar Curieses.
Bartleby Editores. Madrid, 2017.


Con traducción de Óscar Curieses, Bartleby Editores publica en edición bilingüe La célula de oro, de Sharon Olds, un libro que publicó en 1987, después de Los vivos y los muertos y antes de El padre.

El carácter polisémico que tiene el título en inglés, como explica el traductor -“se podría traducir también como La celda de oro, ya que en inglés “cell” significa ambas cosas: “célula” y “celda”-,  generaba en el original una ambigüedad que apunta a la idea de que “lo que nos puede encerrar (la celda) nos da la vida (la célula).” 

El que seguramente es el poema fundamental del libro, “Vuelvo a mayo de 1937”, tiene como eje ese cruce del sufrimiento y el crecimiento personal. En ese texto Sharon Olds evoca el momento en el que sus padres se conocieron y, aunque en un primer momento le hubiera gustado advertirles de que no se casaran, porque iban a generar sufrimiento en sus hijos antes de divorciarse, en el último verso asume su destino como una forma de ser quien es:

“Adelante, hacedlo, que yo lo contaré.”

Y eso, contar sin contemplaciones, es lo que hacen los textos narrativos y turbadores de este libro organizado en cuatro apartados: la poesía urbana de la primera parte describe el intento de suicidio de un hombre un solsticio de verano en Nueva York o la violación y asesinato de una niña antes de enfocar con ironía el modo de vida americano: la segunda parte se centra en la infancia de la autora y en la opresiva situación familiar con un padre tiránico y alcohólico y una madre anoréxica.

Ese es el núcleo duro de este texto confesional, casi una descarnada terapia de psicoanálisis atravesada por el rencor al padre y por la compasión hacia la madre.

Tras él, la tercera parte evoca diversas escenas de la adolescencia y la madurez articuladas en torno a las primeras experiencias sexuales, a la muerte del novio en accidente de tráfico a los 19 años o a las relaciones matrimoniales.

La vida y la muerte, el sexo y la pérdida, lo bueno y lo malo de la vida, la belleza y la crueldad, su hijo y su hija, en los que se centra la cuarta parte, recorren estos poemas inquietantes y turbadores en los que conviven lo público y lo privado en el exorcismo de sus demonios familiares. 

Santos Domínguez

17 diciembre 2007

Navidades de libro. Poesía



José Manuel Caballero Bonald.
Somos el tiempo que nos queda.
Obra poética completa (1952-2005).

Seix Barral. Barcelona, 2007.


Tras la primera edición de 2004, y con la incorporación del Manual de infractores, Premio Nacional de poesía en 2006, Seix Barral reedita el corpus poético completo de Caballero Bonald: Los textos que aparecen en este volumen son, hoy por hoy, los que yo deseo que constituyan mi obra poética completa.
Desde Las adivinaciones al Diario de Argónida, entre Descrédito del héroe y Laberinto de Fortuna, una demostración irrefutable de esa capacidad autogenésica que Gimferrer ha destacado como una de las virtudes de la lengua poética de Caballero Bonald.




Rainer María Rilke
Nueva antología poética.
Prólogo de Jaime Siles.
Edición y traducción de Jaime Ferreiro Alemparte.
Austral Poesía. Espasa. Madrid, 2007.

En su remozada y creciente colección de poesía, Austral edita la Nueva antología poética de Rainer María Rilke (1875-1926), el más grande poeta alemán del siglo XX. Algunos –ha escrito recientemente Todorov- omitirían incluso la restricción que establece el adjetivo “alemán”.
Era poeta y odiaba lo impreciso. La precisión en el desciframiento de las claves líricas o simbólicas de esta poesía y la iluminación de la oscuridad rilkeana son algunos de los méritos de la edición de Jaime Ferreiro Alemparte, prologada por Jaime Siles, que afirma que el traductor de esta poesía difícil y exacta nos ha hecho entrar dentro de Rilke, vivir sus símbolos, leer su oscuridad.



Rubén Darío.
Obras Completas I. Poesía.
Edición de Julio Ortega y Nicanor Vélez.
Prólogo de José Emilio Pacheco.

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.

El primer volumen de las Obras Completas de Ruben Darío, con su Poesía completa, es el resultado de un trabajo de más de tres años de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Dirigidas por el crítico Julio Ortega, autor de la introducción general de la obra, que en este primer volumen incluye también un prólogo de José Emilio Pacheco.
Sin el influjo determinante de Rubén, autor de una obra que con Azul y Prosas profanas cambió el rumbo de la poesía española e hispanoamericana, no hubiera sido posible nada de lo que vino después. La importancia de la renovación métrica y rítmica, su revitalización de la lengua poética lo sitúan en un nivel de influencia comparable sólo con Garcilaso. Los dos son los límites que marcan un antes y un después en la poesía en español.



Ives Bonnefoy.
Tarea de esperanza.
Antología poética.
Traducción de Arturo Carrera.
Pre-Textos. Valencia, 2007.

En edición bilingüe y con traducción de Arturo Carrera (Traducción es devoción), Pre-Textos publica una brillante antología de Ives Bonnefoy (1923).
Entre el Anti-Platon, que ahora cumple sesenta años, y Las tablas curvadas (2001), una amplia representación de la obra de quien está considerado por gran parte de la crítica europea como el más importante de los poetas franceses vivos, un escritor que mantiene la esperanza en la lengua y la poesía como elementos de transformación de la realidad: La poesía -ha dicho alguna vez- hace que pasemos del espíritu de posesión, impulsor de equívocos y guerra, al deseo de participación simple y directa en el mundo.




Juan José Almagro Iglesias.
El hombre bañera.
Bartleby Editores. Madrid, 2007.


Un libro de sorprendente fuerza visionaria y potentes imágenes. Sus poemas en prosa, organizados en cuatro olvidos, revelan una voz poética que asume riesgos y ahonda en la memoria con una lucidez que renuncia a la nostalgia.
Juan José Almagro Iglesias ha publicado en esta misma editorial dos excelentes traducciones de Sharon Olds y Billy Collins. Inevitable y felizmente, sus voces han dejado huella en un poeta que no se parece a ningún otro y en el que resuena también la influencia del tono hondo y en sombra de Antonio Gamoneda.



Salvatore Quasimodo.
Poesía completa.
Traducción de Antonio Colinas.
Linteo. Orense, 2007.

Llega a su segunda edición la Poesía completa de Salvatore Quasimodo que tradujo Antonio Colinas en edición bilingüe para la excelente colección de poesía de la editorial Linteo. Con ella obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Traducción que otorga el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.
Quasimodo, que soñó y recreó en su poesía la imagen de su Sicilia natal como una isla de tradiciones y esencias griegas, reivindicó lo clásico y cultivó el hermetismo antes de verse sacudido por la Segunda Guerra Mundial y de evolucionar a una poesía más discursiva y afincada en el presente. La isla y el Mediterráneo, los caballos al galope y los pájaros en la noche forman parte de su imprescindible universo poético y de una obra levantada con mirada compasiva y versos oscuros o luminosos de una de las voces más notables de la poesía europea del siglo XX.





Kenneth Rexroth.
Cien poemas japoneses.
Traducción de Carlos Manzano.
Gadir. Madrid, 2007.

En su colección La voz de las cosas, la editorial Gadir continúa publicando lo mejor de la obra del poeta, ensayista y orientalista Kenneth Rexroth. Estos Cien poemas -que son más porque Rexroth no quería quedarse corto y porque esa inexactitud da buena suerte- ofrecen una delicada y excelente selección de la poesía clásica japonesa en la lectura creativa del norteamericano. La intensa concentración de la expresión poética, su aparente sencillez es un reflejo de la honda percepción de la naturaleza líquida y nocturna en la que se refleja el poeta. Las hojas del otoño, la nieve, la luna o el río son algunos de esos frágiles espejos.




Lo mejor de la poesía amorosa china.
Selección y traducción de Guonjian Chen.
Calambur Poesía. Madrid, 2007.


La poesía, el amor y China, los tres lados de un triángulo equilátero que lleva dentro ciento veintiséis textos de noventa poetas que han abordado el tema del amor en la literatura china entre el XVI a.C. y la actualidad.
La edición que publica Calambur la ha preparado Guojian Chen, un prestigioso hispanista vietnamita experto en poesía china, que firmó hace pocos años la que quizá sea la mejor antología que existe en español de un género muy popular en aquel país.
Entre la sugerencia delicada y el erotismo insinuado, se recoge aquí el resultado de treinta y seis siglos de escritura que han decantado una poesía en la que Carpe diem se dice Caen ciruelas al suelo y hay textos que recuerdan las letras de un bolero o el desengaño de un tango.




Pulir huesos.
Veintitrés poetas latinoamericanos
(1950-1965).

Selección y prólogo de Eduardo Milán.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2007.

Con selección y prólogo del poeta uruguayo Eduardo Milán, Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores publica una muestra amplia y variada de la última poesía latinoamericana. Veintitrés poetas nacidos entre 1950 y 1965 que trazan el mapa actual de un territorio extenso en el que conviven voces muy distintas, que se proyectan en temas y poéticas tan diversos como el continente en el que surgen: entre lo coloquial y la vanguardia, entre lo meditativo y lo visionario, una excelente noticia para los lectores de poesía de las dos orillas de la lengua española.


Manuel Machado.
Antología poética.

Edición de Arturo Ramoneda.
Alianza Editorial. Madrid, 2007.


Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme,/lo que hago por vosotros hacer podéis por mí..., escribía en Adelfos el mayor de los Machado, que siempre pareció el más joven, por lo mismo que Lope parece más joven que Calderón.
Con selección, introducción y certeras notas de Arturo Ramoneda, Alianza edita en formato de bolsillo una generosa antología de un poeta sensual, epicúreo, decadente que supo poner en la alegría/ el ajenjo de la melancolía.



Yosa Buson.
Alada claridad .
Pre-Textos. Valencia, 2007.

Cincuenta haikus delicadísimos sobre vuelos diversos. Los escribió en el siglo XVIII el japonés Yosa Buson, poeta y pintor de Osaka. Sus conocimientos ornitológicos, su ciencia pajarera son el resultado de una mirada experta y un oído afinado en sus vagabundeos por los paisajes costeros o boscosos de la isla de Honshu. Un cazador de vuelos, cantos y momentos fugaces llenos de revelaciones. Para ese tipo de acechos, ningún género mejor que el haiku.


Santos Domínguez

26 mayo 2017

Feria del libro. Poesía




Claudio Rodríguez.
Antología poética.
Prólogo de Philip W. Silver.
El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2017.

Como “uno de los más extraordinarios poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX” define a Claudio Rodríguez Philip W. Silver en el prólogo de la espléndida Antología poética que publica El libro de bolsillo de Alianza Editorial.

Claudio Rodríguez creó uno de los mundos poéticos más característicos y exigentes de la poesía española del medio siglo. Un mundo poético atravesado por el deslumbramiento ante la magia de lo cotidiano, por la revelación de la mirada y la memoria que construyen una poesía del conocimiento como experiencia sensorial, como fruto de la percepción y de la participación con todo lo que existe.

Entre la exaltación contemplativa de Don de la ebriedad y la meditación existencial de Casi una leyenda, la poesía de Claudio Rodríguez, celebratoria casi siempre y elegiaca a veces, surge de una constante búsqueda del sentido de la vida y del mundo. El resultado de esa búsqueda es una experiencia de revelación que transciende lo cotidiano en la contemplación reflexiva del presente o mediante la evocación de las claves de la memoria.

Una aventura poética sustanciada en su obra intensa y breve, de la que esta completa antología ofrece los textos más significativos, que dan la imagen plural de una poesía unitaria que busca la luz y encuentra la revelación de la sombra que aparece en su último libro, Casi una leyenda:  "Se está haciendo de noche. Y qué mas da. / Es lo de siempre, pero todo es nuevo."

Acerca de esta  selección generosa, Philip W. Silver destaca que este volumen no es una simple reedición de la anterior antología publicada en esta misma colección en 1981, porque además de recoger los 34 poemas que el propio Claudio Rodríguez consideraba imprescindibles en cualquier antología de su obra, contiene una selección significativa de Casi una leyenda, que se publicó en 1991, diez años después de aquel volumen.



Paul Valéry.
Narciso.
Edición de Pedro Gandía.
Hermida Editores. Madrid, 2017.

‘Paul Valéry o el artista en su reflejo’ titula Pedro Gandía el espléndido prólogo con el que presenta su traducción de Narciso en la edición bilingüe que publica Hermida Editores.

Esa introducción hace un recorrido por la presencia fecunda en la literatura del mito de Narciso y de su muerte ahogado, por la simbología moral y cósmica de un mito que Valéry evocó e invocó repetidamente en su poesía durante más de medio siglo: desde Narciso habla (1890) a la Cantata del Narciso (1941), pasando por los Fragmentos del Narciso (1919-1923).

Y es que -señala Pedro Gandía- “como ninguna otra obra del autor, los versos que Valéry compone con la temática de la muerte de Narciso reflejan el desarrollo de sus teorías poéticas y demuestran que un poema nunca se termina salvo por accidente.”

El reflejo en el agua, el espejo como imagen de la reflexión sobre la propia identidad, la soledad como condena y como salvación convierten el mito de Narciso en símbolo de la meditación sobre la poesía, sobre la conciencia y la vida y sobre sí mismo:

¿Sabe este cuerpo puro que puede seducirme?
¿Con qué profundidad sueñas tú instruirme,
Habitante abismal, huésped tan especioso
De un cielo oscuro abajo, lanzado de los cielos?


Como en El cementerio marino, un meditado sistema de correspondencias y contrastes desarrollan la tensión sostenida entre contrarios: el fondo y la forma, el tiempo y la eternidad, la tierra y el cielo, el cuerpo y el alma, el ser y la nada:

¡Ay, cuerpo miserable, es el tiempo de unirse!...
Inclínate... Y bésate. ¡Tiembla en todo tu ser!
El inasible amor que tú me prometiste
Pasa y, en un temblor, quiebra a Narciso y huye ...



Pablo del Águila.
De soledad, amor, silencio y muerte.
Poesía reunida (1964-1968)
Edición y estudio de Jairo García Jaramillo
Bartleby Editores. Madrid, 2017.

Como una “promesa de verdad y gloria poéticas” definió Antonio Carvajal la obra, prematuramente frustrada por la muerte, de Pablo Del Águila (Granada, 1946-1968), “la escritura trágicamente truncada de un poeta en formación que había sido capaz ya de ofrecer muy notables frutos”, como señala Jairo García Jaramillo en el amplio estudio introductorio sobre la vida y la obra del poeta –“Las huellas borradas de Pablo del Águila”- que sirve de prólogo a su edición de De soledad, amor, silencio y muerte. Poesía reunida (1964-1968), que publica Bartleby Editores.

Una edición organizada en cinco secciones que recuperan lo que podrían haber sido cuatro libros de Pablo del Águila: Pequeños poemas de soledad, amor, silencio y muerte, Resonando en la tierra, Poemas de Madrid y Desde estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar, que tuvo una edición en 1973 de la que Miguel García-Posada dijo que era el testimonio y el testamento del poeta.

Poeta póstumo, en el momento de su muerte prematura no había publicado nada, pero en su escritura se perfilaba una tendencia muy alejada del preciosismo esteticista de los novísimos y vinculada al compromiso, se prefiguraba en ella la poesía de la otra sentimentalidad granadina de los años ochenta.

La poesía que estaba escribiendo en los meses previos a su muerte había encontrado sus referentes rehumanizados en los Poemas humanos de César Vallejo y en Blanco spirituals, de Félix Grande.

Y un poco más al fondo, suenan los ecos de la poesía desarraigada que había sido en los años cincuenta una de los semillas de la poesía social.


La ironía, el desengaño, la presencia de lo cotidiano como material poético son algunas de las claves de esa poesía en la que se había producido un paso del yo al nosotros, del intimismo ensimismado al compromiso, para acabar  “vestido de otros y desnudo de sí mismo.”

El sincretismo de muy diversas tendencias estéticas -del pop al neovanguardismo, del camp a la poesía clásica árabe de las qasidas- debería haberse decantado en la evolución de una voz personal que quedó apagada por la muerte, pero que antes dejó versos como estos:

Regreso a mí con mi pasado a cuestas.
Cuando me fui, lo sabes, pensaba ya en mi vuelta.
Regreso a mí
como todas las cosas
que se apartan del punto en que nacieron
para volver más firmes a sí mismas.

Regreso con más años a encerrarme
en un rincón más viejo.
Cuando vuelvo a pensar en las esferas...

 

Cavafis.
Poesía completa.
Edición, traducción, introducción y notas
de Pedro Bádenas de la Peña.
Biblioteca de Literatura Universal.
Editorial Almuzara. Córdoba, 2017.

“La decisión de la “Biblioteca de Letras Universales” de contemplar en su elenco de autores a Cavafis ha permitido hacer realidad una vieja aspiración: la revisión y fijación del texto griego original y, en función de ello, acometer una profunda y sistemática renovación de mi traducción que, como señalo, he mantenido viva, abierta permanentemente a reconsideración y mejora”, escribe Pedro Bádenas de la Peña en la Introducción a la Poesía completa de Cavafis que abre el espléndido volumen que en edición bilingüe reúne “toda la obra poética conocida de Cavafis” en la Biblioteca de Literatura Universal que publica la Editorial Almuzara.

Una edición integral que, además de los 154 poemas canónicos, seleccionados por el propio poeta, que no llegó a publicar un volumen con su poesía, recoge 68 poemas inéditos, tres poemas ingleses traducidos por Luis Alberto de Cuenca y 26 poemas proscritos, a los que hay que sumar cinco traducciones publicadas y otras cinco inéditas, un buen número de poemas inconclusos, borradores sueltos y tres poemas en prosa.

Abre el volumen una nueva introducción para esta edición bilingüe en la que, tras una breve nota biográfica sobre Cavafis, Bádenas de la Peña aborda la lengua y el estilo de sus poemas, el erotismo, la relación del poeta alejandrino con las corrientes poéticas de su tiempo o la importancia del componente histórico que alimenta gran parte de sus poemas, como el memorable El dios abandona a Antonio, uno de los grandes poemas del siglo XX.

En ese poema se pueden resumir las claves fundamentales de la poesía de Cavafis: en primer lugar, Alejandría, la ciudad helenística, la capital del recuerdo –como la definió Forster-, portuaria, decadente y cosmopolita en la que nació y murió el poeta el mismo día, el 29 de abril (1863-1933).

Y en torno a esa referencia troncal, a esa ciudad en la que se cruzan el pasado y el presente y la historia antigua con el destino personal, crece una poesía elegiaca en la que la historia es una metáfora del presente, un ingrediente fundamental de la escritura.

Cavafis decía “soy un historiador-poeta” y con frecuencia un personaje de la antigüedad -Juliano el Apóstata, Nerón, Antíoco, Herodes Ático, César- o el recuerdo de un episodio histórico le sirven para hablar sin patetismo del destino, del viaje, la soledad, la destrucción del tiempo o de su homosexualidad.

En aquella Alejandría en la que convivían tres culturas: la griega, la egipcia y la británica, Cavafis escribió casi toda su obra en griego, pero marcó de forma decisiva la literatura anglosajona, de Durrell a Eliot, de Forster a Auden.


Emily Dickinson.
La esperanza es una cosa con alas.
(Poemas breves)
Edición de Hilario Barrero.
Ravenswood Books Editorial. Almería, 2017.

Como un viaje al país de Emily Dickinson define Hilario Barrero la antología de poemas breves de la autora de Amherst que ha reunido con el título La esperanza es una cosa con alas en Ravenswood Books Editorial.

El de Emily Dickinson no es precisamente el país de las maravillas, sino el territorio oscuro de esa cárcel que la poeta fue para sí misma, como recuerda el prólogo de este viaje a su palabra opaca y blanca, traducida por Hilario Barrero, que acude a ella llamado por "su lengua de madera y su corazón de fuego."

Tan extraña y opaca como su perturbadora poesía, Emily Dickinson se aisló del mundo en una clausura progresiva y física como la ceguera que sufrió en sus últimos años. Atravesó episodios sucesivos de exaltación desmesurada y profundo desánimo que se reflejan en los poemas que mantuvo a resguardo del mundo y de los que publicó sólo cinco en vida.

Desde 1861, se había parapetado detrás de lo que ella misma llamaba mi blanca elección. A partir de entonces llevó un luto particular de color blanco. Se recluyó tras los muros íntimos de la casa familiar, ajena a la atmósfera asfixiante de una ciudad pequeña. Entre el entusiasmo creativo y las horas de plomo, Emily Dickinson quiso hacer de la poesía una casa embrujada semejante a la naturaleza. Hasta que murió en esa mítica penumbra en 1886, casi nadie la vio y de ella sólo se conserva esa diáfana imagen de una blanca mariposa de la luz.

Pese a ese carácter secreto y privado de su poesía, llena de claves y cajones secretos como los de una gaveta asediadapor el tiempo, pese al conocimiento tardío y al aún más tardío reconocimiento de su obra, su influencia es comparable a la de Baudelaire, Hölderlin, Withman o Rimbaud. Su personalidad escindida entre el encierro físico y la huida espiritual proyectó en su obra las renuncias y los desengaños, las sublimaciones y las represiones de un ambiente puritano y calvinista como el de la Nueva Inglaterra de la que procedían los Dickinson.

Entre la distante frialdad y la emoción contenida y expresada con una inusual intensidad verbal, con una constante ambigüedad, con una enigmática retórica de la elipsis y el silencio y una radical concentración expresiva que satura de sentido las palabras, la poesía fue la vía de escape de su personalidad atormentada, la forma de expresión de su mundo ensimismado y ciclotímico en el que la muerte es a la vez liberación y aniquilación.

Poesía tan hermética e inquietante, tan clara y oscura como el mundo pequeño en el que se encerró su autora, retirada de la vida y confinada en los límites de su cuarto y un jardín que veía desde la ventana, con una discreta rebeldía ante la sociedad puritana de la que fue no sólo víctima, sino una de sus flores más pálidas y tristes.

La de Emily Dickinson es una poesía del pensamiento que indaga en lo inconcebible, una exploración en los límites del conocimiento. Por eso uno de sus núcleos temáticos es el de la muerte. Además de un problema existencial, la muerte fue para un reto epistemológico y el tema central de su peculiar poesía, siempre fuera del tiempo y del espacio. La forma de afrontar ese tema es un tanteo en las sombras y en el vacío, una indagación a ciegas en el misterio, un viaje intelectual o emotivo hacia el enigma.

Recorrer estos textos es lanzar una mirada al vacío para asistir al deslumbramiento de esos poemas elípticos y herméticos de Emily Dickinson que sitúan al lector en el ámbito de lo extraño, habitan unos espacios que están en los límites que separan la vida y la muerte, el sueño y la vigilia, la realidad y la fantasía, el dolor y el consuelo.




William Carlos Williams.
Poesía reunida.
Edición bilingüe.
Introducción de Juan Antonio Montiel.
Traducciones de Edgardo Dobry,
Juan Antonio Montiel
y Michael Tregebov.
Lumen. Barcelona, 2017.

"El descenso nos llama / como nos llamaba el ascenso", escribía William Carlos Williams (1883-1963), uno de los grandes poetas norteamericanos del siglo XX, en 'El descenso', que abre La música del desierto con traducción  de Juan Antonio Montiel.

Se trata de un poema seminal, porque con él no sólo se produce un giro crucial en su trayectoria poética, sino que se funda una nueva concepción del texto y de la escritura. 'El descenso' es un texto central en la obra de William Carlos Williams también porque contiene las claves temáticas existenciales y formales de la última fase de su poesía, que se inicia en los años cincuenta, y porque funciona como obertura de los temas de este libro y de los dos posteriores, Viaje al amor y Cuadros de Brueghel, con los que forma una evidente trilogía de la poesía madura de Williams Carlos Williams.

Con las que seguramente son las mejores traducciones de su obra al español, firmadas por Edgardo Dobry, Juan Antonio Montiel y Michael Tregebow, se pueden leer esos títulos en el espléndido tomo que con su Poesía reunida acaba de publicar Lumen.

Contiene, en edición bilingüe, cuatro libros fundamentales: desde el primer Williams experimental que delimita su concepción del poema en las prosas de Kora en el infierno, un libro oscuro y raro, de exigente complejidad pero imprescindible para entender su poesía posterior, al último Williams, que fundó en los años cincuenta una nueva estética sobre la materia autobiográfica y el tono confesional con La música del desierto y otros poemas, Viaje al amor y Cuadros de Brueghel y otros poemas, que –como señala Juan Antonio Montiel en su magnífica Introducción al volumen- “estuvo a punto de ser un libro póstumo” cuando se publicó en 1962.

William Carlos Williams forma parte de una generación de poetas que rompieron con la tradición inglesa para dar lugar a una época renovadora y brillante en la poesía norteamericana del XX. Eliot, Pound, Wallace Stevens o e. e. cummings son algunos de sus compañeros de viaje, pero quizá W. C. Williams fuese el más radical de todos, el más alejado de la norma, de la tradición métrica y del mundo académico.

Nieto literario de Emily Dickinson, amigo de Hilda Doolittle y Ezra Pound y precursor de Ginsberg y Kerouac, William Carlos Williams buscó la precisión de la palabra poética, la exactitud de lo concreto, la transcendencia de lo cotidiano, la fuerza conceptual del habla coloquial. Autobiografía y conciencia aguda de la temporalidad, memoria y experiencia vertebran una trayectoria poética en la que el oído y mirada se conjugan como instrumentos fundamentales del poeta. Poco a poco, en el último Williams a ese concepto de imaginación se suma el de invención -"la invención es la madre del arte", escribió- y se matiza con la memoria, a la vez que frente al verso libre crea una nueva estrategia poética con la prosodia renovadora del pie variable, que conecta el habla de la calle y el lenguaje poético.

 
Álvaro García
El ciclo de la evaporación
Pre-Textos. Valencia, 2016.

"Todo lo que has vivido permanece", escribe Álvaro García en uno de los versos de su libro El ciclo de la evaporación, que publica Pre-Textos y que se plantea como “la versión integra final de la secuencia que recorre” sus cuatro libros anteriores: Caída (2002), El río de agua (2005), Canción en blanco (2012) y Ser sin sitio (2014).

No se trata, por tanto, de una recopilación, como se ha dicho erróneamente alguna vez, sino de la culminación de una secuencia que es el resultado de un proyecto global de obra en marcha, de un ciclo de escritura que se prolonga desde hace quince años y que alcanza en este libro su punto de llegada.

Por eso, incluso las secciones 3 y 4, que habían aparecido en Ser sin sitio y en Canción en blanco cobran aquí un nuevo significado, al integrarse en el nuevo contexto poético de un poema unitario.

Con más de mil quinientos versos articulados en cuatro secuencias, El ciclo de la evaporación es un poema largo en el que conviven la ciudad y lo invisible, lo íntimo y lo histórico, la revelación y el misterio, lo visionario y lo confesional, lo interior y lo exterior, el amor y la música que “reordenan el mundo” y el río de la memoria que es también el del olvido.

Y cada uno de sus versos constituye no sólo un movimiento respiratorio que aporta una entidad significante al conjunto, sino un paso que avanza en el trazado de un territorio muy personal. Un territorio que se delimita con la reflexión existencial sobre el tiempo, el dolor y la identidad que se construye con el material de la memoria.

"Flotamos entre el agua, no en el tiempo, / y se refugia aquí la eternidad", escribe Álvaro García, en este poema que es “canción, respiración de la memoria”, alimentado por la potente imaginería que es el andamiaje sobre el que se levanta la visión del mundo que ofrece El ciclo de la evaporación.

Mundo descrito y mundo evocado, soñado en la pesadilla o reordenado por la razón, desarrollado con una ambición expresiva que ilumina el poema y el conocimiento. Porque un poema –lo sabe bien el poeta que ha traducido lo más alto de la poesía inglesa, de Shakespeare a Eliot, de Auden a Larkin- debe tener voltaje emocional, ambición expresiva y, sobre todo, un mundo detrás o debajo, como ocurre ejemplarmente en estos versos.

Con una concepción de la poesía más como ámbito de la conciencia que como método de conocimiento, en la escritura desatada y controlada a un tiempo de El ciclo de la evaporación conviven la emoción y la razón, la vista y el oído.

Y así, la imagen y el ritmo se aúnan con un tono de salmodia visionaria para invocar la capacidad indagatoria del lenguaje como instrumento de asedio a la realidad y a la conciencia, para cerrar el círculo de este ciclo solar que se había abierto con estos versos: "Es breve la mudanza y sólo queda / sol sin nada que hacer más que insistir", y se cierra con este verso memorable: "La muerte tendrá dentro memoria de un sol vivo."



 Juan Ramón Jiménez.
El silencio de oro.
Edición crítica, introducción y notas
de José Antonio Expósito.
Linteo Poesía. Orense, 2017.

¡Oh, silencio, silencio! hermano del ensueño,
príncipe blanco y oro, cargado de recuerdos!

Esa Dedicatoria al silencio abre El silencio de oro, de Juan Ramón Jiménez, en la edición crítica de José Antonio Expósito para Linteo Poesía.

Un cuidado volumen que ofrece por primera vez en su integridad ese libro, con treinta y seis poemas inéditos de los ochenta y tres que forman este volumen articulado en tres partes que Juan Ramón escribió en Moguer entre 1911 y 1912.

Bajo la sinestesia de ese título, que viene de San Agustín, se agrupan unos poemas que reflejan el caminar de Juan Ramón hacia la poesía pura de su segunda época, un largo proceso de depuración del modernismo inicial del que se fue desnudando su poesía, cada vez más desprovista de adjetivos, cada vez más leve, como esa suave rima que atraviesa estos versos.

Era su peculiar viaje hacia dentro, hacia ese “silencio suficiente” que buscaba Juan Ramón, como señala en su introducción José Antonio Expósito. Un Juan Ramón que –añade- “fue fuga sucesiva, la que va del sueño al silencio puro.”

En ese camino de depuración de lo sensual a lo meditativo, hacia la precisión y la sencillez, El silencio de oro es un libro de transición en el que, junto con la persistencia de algunos rasgos modernistas, asoma cada vez más nítida esa voluntad de pureza expresiva que Juan Ramón asociaría en su búsqueda a la belleza, la soledad y el recogimiento,.

Organizado en tres secciones -El silencio de oro, Amor de primavera y amor de otoño y Romances indelebles- sus poemas resumen el viaje interior del poeta hacia la eternidad y el silencio: “en el espacio breve y noble, / el rumor infinito / de los sueños inmensos del silencio.”

 
José Luis Tejada.
Razón de ser.
Prólogo de Juan Bonilla.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2017.

Cuando se cumple medio siglo desde su primera edición, La Isla de Siltolá rescata en su colección de poesía Razón de ser, el libro de José Luis Tejada con un prólogo de Juan Bonilla.

Treinta poemas, organizados en cinco secciones, reflejan el mundo poético de José Luis Tejada: la soledad, el vacío existencial, el amor y la poesía como formas de resistencia ante el desarraigo y la muerte.

Frente a su primer libro, el neogarcilasista Para andar conmigo, Razón de ser muestra una voz personal formada que ya sólo de manera esporádica mantiene la forma del soneto. El poeta ha optado ya por el verso libre, en el que se encauza mejor la torrencialidad apasionada de su expresión y el arrebato verbal de sus sentimientos de desarraigo existencial o su angustia ante el paso del tiempo y ante la muerte.

Esa es la temática predominante de la poesía de José Luis Tejada. “Una poesía confesional, de palabra cuidada pero sin miedo a la dureza de la desesperanza”, como señala Juan Bonilla en el prólogo, antes de destacar “la palabra que mejor puede resumir el espíritu del libro: una autenticidad que emociona en esa búsqueda incesante del amor como única razón de ser que nos dignifica contra la sinrazón de la nada.”

Por eso, frente a la sombra sin contorno del hijo de la muerte, frente a la indigencia común  o la desolación de los habitantes de la noche, la única respuesta es la resistencia que ofrecen las palabras o el amor.

La recuperación de la voz poética de José Luis Tejada con la reedición revisada de Razón de ser, uno de sus mejores libros, brinda al lector actual la posibilidad de conocer una obra que, aunque casi olvidada, no desmerece de la de otros autores de los años centrales del siglo pasado.



 Francisco Brines.
Entre dos nadas.
Antología consultada.
Prólogo de Alejandro Duque Amusco.
Renacimiento. Sevilla, 2017.

“El lector que se acerque a esta nueva y muy completa antología de la obra de Francisco Brines, Entre dos nadas (título propuesto por el poeta), podrá comprobar, al repasar sus páginas, que están aquí presentes todos los motivos de meditación que han dado peso y consistencia a su poesía”, escribe Alejandro Duque Amusco en el prólogo a la antología consultada que publica Renacimiento.

El tiempo y el paisaje, la memoria y el amor atraviesan la poesía de Francisco Brines, una de las voces poéticas imprescindibles que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegiaco matizado a veces con algún acento hímnico o con impulsos epicúreos.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen el centro espiritual de una poesía en la que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético y que el poeta ha resumido así: “El conjunto de mi obra es una extensa elegía.”

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.

Así lo explica el propio autor: “La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”

Un retrato opaco que dibuja el contorno moral y biográfico de la poesía de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra, porque –como él mismo explica- “estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.”

Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines y quedan reflejadas en todos sus matices en esta antología consultada, una nueva puerta abierta al conocimiento o al reencuentro con su obra.


Amalia Iglesias.
La sed del río.
XIX Premio de Poesía Ciudad de Salamanca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016.

“El río te atraviesa / y vuelve muchas veces”, escribe Amalia Iglesias en los versos iniciales de La sed del río, el libro con el que obtuvo el XIX Premio de Poesía Ciudad de Salamanca que publica Reino de Cordelia.

Y a remontar las aguas del río de la vida que vuelve traído por la memoria para desmentir a Heráclito, a nadar contra la corriente del tiempo y del olvido se orientan los poemas de este libro que recupera la memoria de la infancia.

Memoria del paisaje y de la nieve, conciencia de la herida y de la pérdida en “la inquietud sin la respuesta, / el río /.../ La sed del río / y la inquietud sin cauce.”

Entre el poema que se convierte en su obertura -Del río, la sed- y el que cierra el libro y le da título –La sed del río- estos versos convocan la memoria infantil de los pájaros o el río, de la piedra y el barbecho antes de la nieve y de los ritos del tiempo. La palabra que salva del olvido, antes de la deriva y del naufragio: “La sed del río, / el poema de ser / contracorriente.”

Una poesía tan transparente y tan fluida como las aguas de ese río de la memoria que atraviesa las páginas de este libro y sacia la sed del presente con el agua del pasado que regresa.




Sharon Olds.
La célula de oro.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de Óscar Curieses.
Bartleby Editores. Madrid, 2017.

Con traducción de Óscar Curieses, Bartleby Editores publica en edición bilingüe La célula de oro, de Sharon Olds, un libro que publicó en 1987, después de Los vivos y los muertos y antes de El padre.

El carácter polisémico que tiene el título en inglés, como explica el traductor -“se podría traducir también como La celda de oro, ya que en inglés “cell” significa ambas cosas: “célula” y “celda”-,  generaba en el original una ambigüedad que apunta a la idea de que “lo que nos puede encerrar (la celda) nos da la vida (la célula).” 

El que seguramente es el poema fundamental del libro, “Vuelvo a mayo de 1937”, tiene como eje ese cruce del sufrimiento y el crecimiento personal. En ese texto Sharon Olds evoca el momento en el que sus padres se conocieron y, aunque en un primer momento le hubiera gustado advertirles de que no se casaran, porque iban a generar sufrimiento en sus hijos antes de divorciarse, en el último verso asume su destino como una forma de ser quien es:

“Adelante, hacedlo, que yo lo contaré.”

Y eso, contar sin contemplaciones, es lo que hacen los textos narrativos y turbadores de este libro organizado en cuatro apartados: la poesía urbana de la primera parte describe el intento de suicidio de un hombre un solsticio de verano en Nueva York o la violación y asesinato de una niña antes de enfocar con ironía el modo de vida americano: la segunda parte se centra en la infancia de la autora y en la opresiva situación familiar con un padre tiránico y alcohólico y una madre anoréxica.

Ese es el núcleo duro de este libro confesional, casi una descarnada terapia de psicoanálisis atravesada por el rencor al padre y por la compasión hacia la madre.

Tras él, la tercera parte evoca diversas escenas de la adolescencia y la madurez articuladas en torno a las primeras experiencias sexuales, a la muerte del novio en accidente de tráfico a los 19 años muerto en un accidente o a las relaciones matrimoniales.

La vida y la muerte, el sexo y la pérdida, lo bueno y lo malo de la vida, la belleza y la crueldad, su hijo y su hija, en los que se centra la cuarta parte, recorren estos poemas inquietantes y turbadores en los que conviven lo público y lo privado en el exorcismo de sus demonios familiares.


Hilario Barrero.
Educación nocturna.
Edición y prólogo de José Luis García Martín. 
Renacimiento. Sevilla, 2017.

De niño 
la luz se colgaba 
en mi ventana día y noche.
Ayer la sombra 
estaba medio llena de luz 
y hoy la luz 
está medio llena de sombras.
Ya queda poco 
para que se confundan 
y amanezca la noche para siempre 
cerrando la ventana.

Esos versos de Hilario Barrero forman parte de Educación nocturna, la antología poética que publica Renacimiento con edición y prólogo de José Luis García Martín, que señala que “Educación nocturna es, simultáneamente, unas poesías completas, una antología y un libro nuevo” que “pretende ser una completa autobiografía poética.”

Y por eso el primer poema del libro es Autorretrato, que sirve de pórtico a las cuatro secciones en las que se articula : Travesía, Modo subjuntivo, Mortal Manhattan Educación nocturna.

El claroscuro del tiempo, la persistencia ardiente del rescoldo y el temblor de la luz en la memoria, “en esta travesía hacia el silencio”, la noche y el naufragio, el amor y el deterioro, la nieve y las hogueras son proyecciones simbólicas de la mirada existencial con la que el poeta se reconoce en medio del mundo y de un paisaje con el que se identifica: “y yo me secaré con el invierno”.

La realidad y el deseo, la memoria y la emoción recorren estos poemas como la peste en Manhattan para reunir un inventario de la experiencia sobre el fondo de ciudades como Nueva York o Lisboa, Toledo o Barcelona, por las que “va tu cuerpo delante de tu sombra”, entre presagios funestos, evocaciones atravesadas por el sentimiento de la pérdida y la conciencia de la fugacidad y del frío, por esa “vida que todo lo erosiona.”

Santos Domínguez