11 julio 2025

Calasso. El libro de todos los libros



Roberto Calasso.
El libro de todos los libros.
Traducción de Pilar González Rodríguez.
Panorama de narrativas. 
Anagrama. Barcelona, 2024.


A lo largo de casi cuarenta años, desde que en 1983 apareció La ruina de Kasch, hasta que en 2019, dos años antes de su muerte, publicó El libro de todos los libros, Roberto Calasso fue desarrollando un ambicioso proyecto de sincretismo cultural y reescritura interpretativa, de exégesis y recuento de la cultura universal: desde los mitos clásicos hasta la literatura de Kafka, desde la pintura de Tiépolo a la obra de Baudelaire, pasando por la relación entre la literatura y los dioses desde el Romanticismo alemán de Hölderlin hasta el Simbolismo francés de Mallarmé.

Centrado en los relatos del Antiguo Testamento, El libro de todos los libros, que acaba de publicar Anagrama con traducción de Pilar González Rodríguez, es el décimo volumen del proyecto, la entrega culminante de esa empresa intelectual integradora en la que confluyen la historia de las religiones y la crítica literaria, la antropología y la filosofía, la mitología clásica y la cosmogonía oriental, la literatura antigua y la contemporánea.

El libro de todos los libros lleva como exergo en su pórtico esta cita de Goethe que explica su título y resume su sentido: “Así, libro tras libro, el libro de todos los libros podría mostrarnos lo que se nos ha dado para que intentemos entrar en él como en un segundo mundo y ahí nos perdamos, nos iluminemos y nos perfeccionemos.”

El primero de sus doce capítulos se titula “La Torá en el cielo” y comienza con estas frases:  

Novecientas setenta y cuatro generaciones antes de que el mundo fuera creado, fue escrita la Torá. ¿Cómo? Con fuego negro sobre fuego blanco. Era la hija única de Yahvé. El padre quiso que viviera en tierra extranjera.

Desde ese capítulo inicial que rememora la creación del mundo antes de Adán, con un jardín paradisíaco, con un Edén que flota en el vacío anterior al espacio, Calasso hace un recorrido expositivo e interpretativo por las historias de los elegidos, los relatos bíblicos sobre los reyes de Israel:

Desde la peripecia del encuentro del joven Saúl con Samuel, el último de los jueces, el sacerdote vidente que lo unge con aceite como el primer rey de Israel; el pastor David, la culpa metafísica del censo y la parábola de la oveja robada; su hijo y sucesor Salomón, el sabio que construirá el templo de Jerusalén para colocar allí el Arca de la Alianza y a quien  se atribuye la autoría de “los dos libros bíblicos más indiferentes a la autoridad religiosa”, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, al que Calasso dedica páginas memorables: “Si un traductor tuviera que encontrar el equivalente en su lengua, su texto rebosaría de palabras que nadie habría encontrado antes. […] Las literaturas occidentales no ofrecen nada parangonable.”

La pareja funesta de la sidonia Jezabel y el soberbio Ajab, fundador de ciudades, que combatió a Yahvé, y a quien “una sombra le acompañó y le amargó la vida: el profeta Elías”, que prometió erradicar su linaje; el clan del patriarca Abraham, que sale desde Ur de los Caldeos hacia la tierra de Canaán en una “ordalía de la que nace el individuo” y cerrará con Yahvé el pacto de los animales cortados y  la circuncisión; el holocausto de Isaac y el ángel salvador; la desgracia sin culpa del justo Job; Esaú y Jacob, el derecho a la primogenitura, el sueño de la escalera hacia el cielo y la misteriosa lucha con el ángel.

José, el hijo de Jacob, y su capacidad para interpretar los sueños; Moisés ante la zarza ardiente que no se consume y se evoca en la portada de esta edición; el Éxodo, la travesía del desierto y la subida al Sinaí, el becerro de oro y las tablas de la ley; la travesía del río Jordán, la subida al monte Nebo y la sepultura en la Tierra Prometida; Freud, que dedicó un libro fundamental a Moisés, y el espectro irredento del judaísmo y el odio perenne hacia los judíos.

Un itinerario que se remonta a las diez primeras generaciones de los hombres según el Génesis: desde Adán a Noé; recorre la herencia visionaria de los profetas, que “tenían algo de sacerdote y algo de rey”, de Isaías a Zacarīas, de Jeremías a Ezequiel, el más importante, de todos ellos, el “oráculo de Yahvė” al que Calasso dedica un espléndido capítulo antes de culminar el recorrido bíblico de El libro de todos los libros con  un capítulo final sobre la figura del Mesías que se cierra con estos párrafos:

El estado mesiánico es uno de los varios estados en los que las cosas pueden existir. Nadie sabe decir mucho más que el nombre. Pero todos saben qué es.
Cuando llegue el Mesías, es probable que pase inadvertido, porque cambiará solo algunas pequeñas cosas. Y no se sabrá cuáles.

Entre el relato y la exégesis, entre la reelaboración narrativa y la erudición ensayística, Calasso hace una honda lectura aconfesional (ni católica ni judía, ni protestante ni secular) del carácter humano y cultural, no divino, de la Biblia y de su singularidad expositiva: se trata de iluminar tanto la palabra escrita como la elipsis de todo aquello que no se nombra, a partir del necesario equilibrio entre lo dicho y lo omitido en los relatos bíblicos: es el “fuego negro sobre fuego blanco” que aparece orientadoramente en las primeras líneas citadas más arriba. 

Y por eso en cada uno de los capítulos de El libro de todos los libros Calasso aborda en sus comentarios temas como la elección y la necesidad, el error y la culpa, el azar y el destino, el engaño y la gracia; la transgresión y el sacrificio y los proyecta como un foco iluminador en la modernidad, como el código que ha cifrado la cultura y moldeado los arquetipos humanos y las claves hermenéuticas esenciales de la imaginación occidental.

Porque -escribe Calasso- “a diferencia de los primeros mitógrafos, los redactores de la Biblia no pretendían dar cuenta del orden del mundo. Querían dar cuenta ante todo de un pueblo que tenía el nombre de un individuo: Jacob. Y su historia, como la de Jacob, era una concatenación de hechos afortunados y de reveses, de artimañas perpetradas y de vejaciones sufridas. Obsesiva y repetitiva, como tienden a ser las de los individuos. Pero siempre con unos rasgos peculiares y reconocibles. Toda la Biblia, aun con su multiplicidad de redactores, de épocas y de estilos, adquirió un carácter compacto y simultáneo, como el perfil de un individuo.”


Santos Domínguez 

09 julio 2025

Valle-Inclán. Jardín peregrino




Ramón del Valle-Inclán.
Jardín peregrino.
Relatos dispersos y extraviados
Prólogo de Davide Mombelli.
 Drácena. Madrid, 2023.

 La primavera, en la campaña romana, es siempre friolenta, con extremadas lluvias ventosas, y no fue excepción aquella de 1868. Una diligencia con largo tiro de jamelgos bamboleaba por el camino de Viterbo a Roma. Tres viajeros ocupaban la berlina. Dos señoras de estrafalario tocado, católicas irlandesas, y un buen mozo que dormita envuelto en amplio jaique de zuavo. El cochero fustigaba el tiro, jurando por el Olimpo y el Cielo Cristiano. A lo lejos, entre los pliegues del aguacero, en la tarde agonizante, insinuaba su curva mole la cúpula del Vaticano.

Así comienza Un bastardo de Narizotas, uno de los relatos menos conocidos de Valle-Inclán que se recogen en el volumen Jardín peregrino, que publica Drácena.

Relatos dispersos y extraviados es el subtítulo de esta recopilación de cuentos y novelas breves que pretende subsanar las lagunas de ediciones de la obra completa de Valle como la de la Fundación Castro, en cuyos tres tomos no figuran algunos de los textos integrados en esta edición, que recorre casi medio siglo de narrativa breve de uno de los clásicos imprescindibles de la prosa en español. Tal vez el más importante junto con Cervantes.

La abre un prólogo en el que Davide Mombelli evoca la figura de Valle a través de la imagen que nos han transmitido Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez y explora el contenido y las formas de estas narraciones que abarcan casi cincuenta años de una escritura exigente en constante evolución y desarrollo.

Organizada cronológicamente en tres apartados, el inicial ‘Primeros cuentos’ recoge tres cuentos publicados entre 1888 y 1892: Babel, El mendigo y El gran obstáculo, a los que se añade Un bautizo, que apareció en 1906 en El liberal y que sería el punto de partida de Águila de blasón, una de las Comedias bárbaras. Están ya en germen en esos relatos primerizos algunos de los temas, los personajes y los espacios que Valle desarrollaría en su obra posterior.

El bloque central, ‘Jardín novelesco’, es una colección de ocho cuentos extraídos de los que se publicaron en el libro homónimo, subtitulado Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones. Jardín novelesco tuvo dos ediciones: una en 1905, con quince cuentos y otra, ampliada con cuatro cuentos más, en 1908. Los ocho cuentos incorporados a este Jardín peregrino son precisamente los que Valle descartó en la selección posterior de su narrativa breve titulada Jardín umbrío, que apareció en 1920.

Pero sin duda la parte fundamental, la más brillante y admirable de este volumen, es la de su tercer apartado, ‘Narraciones históricas breves’, que ocupa dos terceras partes de las trescientas páginas del libro. Se recogen ahí cinco novelas cortas: Una tertulia de antaño (1909), Fin de un revolucionario (1928), Un bastardo de Narizotas (1929), Otra castiza de Samaria (1929) y El trueno dorado (1936). 

De esos cinco relatos, el primero -Una tertulia de antaño-, con Bradomín en la primera línea, pertenece al ciclo estético de las Sonatas y La guerra carlista, de la que formaba parte en un primer proyecto, aunque marca ya la transición hacia el esperpento. De hecho, se integraría parcialmente en La corte de los milagros, la novela que abre el ciclo de El ruedo ibérico, con el que las otras cuatro novelas cortas de este volumen tienen una relación genética muy estrecha: la primera parte de Fin de un revolucionario se integró en Viva mi dueño, la segunda novela de El ruedo ibérico. Un bastardo de Narizotas,ambientada en Roma, donde Valle proyectaba situar una de las novelas de la serie, es el desarrollo de un episodio del libro octavo (Capítulo de esponsales) de Viva mi dueño. Otra castiza de Samaria fue la versión inicial del tercer capítulo (Alta mar) de Vísperas setembrinas, primera y única parte de la inacabada Baza de espadas. Y, finalmente, la también inconclusa El trueno dorado desarrolla un episodio de La corte de los milagros.

Estas cuatro novelas cortas comparten además con la serie de El ruedo ibéricouna misma estética esperpéntica, la estructura episódica, la visión cenital (“visión astral” la llamaba Valle) y la mirada alta, simultánea y fragmentaria sobre la realidad que emparenta al creador del esperpento con el vanguardismo. Su polifonía coral y la sucesión de sus voces componen un mosaico de diálogos rápidos como el de esta secuencia de Un bastardo de Narizotas:

La Señorita Julia cuchicheaba irresoluta. El Príncipe destacose de la puerta, alcanzó la bujía y la levantó, alumbrándose la figura, suspensa de un hombro la capa plebeya.
—No soy una sombra. Señorita, si usted desea convencerse, puede tocarme y palparme.
Interrogó el carbonario:
—¿Qué traes?
—¡Un gran proyecto!
—¡Estoy muy vigilado!
—¡No importa!
—¿Has estado en España?
—De allí vengo.
—¿Sigues en las pretensiones de ser reconocido por nieto de Narizotas?
—¡Todo lo llevo en ese naipe!
—¿Y qué has sacado?
—¡Hasta ahora, nada!

Desde Babel, el primer cuento que publicó, hasta la novela corta póstuma El trueno dorado, se refleja en estas narraciones la evolución estilística de Valle desde el decadentismo esteticista hasta el expresionismo, desde el modernismo hasta el esperpentismo, desde la demorada descripción y la adjetivación sensorial hasta la espectacular polifonía de los últimos diálogos, desde los jardines y la naturaleza abierta hasta los espacios cerrados de las tabernas populares, los cafés cantantes y los salones aristocráticos, desde el misterio y el terror de los relatos finiseculares a la ácida crítica política de los textos del ciclo esperpéntico.

“Estos relatos «dispersos» y «peregrinos» -concluye Davide Mombelli-, relacionados con los ciclos mayores pero que no han llegado a establecerse en el canon de la complicada tradición textual de la literatura de Valle, representan, a través de temas, escenarios y personajes, el fantasmagórico y fascinante mundo narrativo de uno de los más renovadores prosistas de la literatura hispánica contemporánea.”

Sobre todo en su tercera parte, este Jardín peregrino reúne muestras imprescindibles de la prosa de Valle-Inclán, una de las cimas de la lengua española de cualquier época. Estas dos viñetas de Vísperas de Alcolea, segunda parte de Fin de un revolucionario, son una muestra de su escritura portentosa:


I 
–¡Viva la Soberanía Nacional!
Por toda la redondez del Ruedo Ibérico, populares bocanadas de morapio y aguardiente jaleaban el grito de las tropas de mar y tierra, sublevadas en Cádiz.
—¡Viva! ¡Viva!

II
Sobre el Puente de Alcolea, avistábanse los batallones de la revolución y los fieles de la Reina. Cornetas y clarines trastornaban el ritmo de las claras y anchas villas ribereñas. —Soñarrera pueblerina, dejos andaluces y lentos, curias y usuras, vivir holgazán de ricos, miseria al sol del jornalero, gazpacho de mendrugos, naranjas con aceite, cales, rejas, geranios sardineros—. Entraban y salían tropas batiendo marcha. Redobles y bayonetas apostillaban el pregón de los bandos militares:
—¡Racataplán!

O estas dos secuencias, con las que arranca El trueno dorado:

I
La Taurina, de Pepe Garabato, fue famosa en los tiempos isabelinos. Era un colmado de estilo andaluz, donde nunca faltaban niñas, guitarra y cante. Aquella noche reunía a lo más florido del trueno madrileño. El Barón de Bonifaz, Gonzalón Torre-Mellada, Perico el Maño y otros perdis llegaban en tropel, después de un escándalo en Los Bufos. Venían huyendo de los guardias, y con alborozada rechifla, estrujándose por la escalera, se acogieron a un reservado de cortinillas verdes. Batiendo palmas pidieron manzanilla a un chaval con jubón y mandil. Entraron dos niñas ceceosas, y a la cola, con la guitarra al brazo, Paco el Feo.

II
Comenzó la juerga. Las niñas batían palmas con estruendo, y el chaval entraba y salía toreando los repelones de Luisa la Malagueña. La daifa, harta de aquel juego saltó sobre la mesa y, haciendo cachizas, comenzó a cimbrearse con un taconeo:
—¡Olé!
Se recogía la falda, enseñando el lazo de las ligas. Era menuda y morocha, el pelo endrino, la lengua de tarabilla y una falsa truculencia, un arrebato sin objeto, en palabras y acciones. Se hacía la loca con una absurda obstinación completamente inconsciente. En aquel alarde de risas, timos manolos y frases toreras advertíase la amanerada repetición de un tema. La otra daifa, fea y fondona, con chuscadas de ley y mirar de fuego, había bailado en tablados andaluces, antes de venir a Madrid, con Frasquito el Ceña, puntillero en la cuadrilla de Cayetano. Asomó cauteloso el Pollo de los Brillantes. Esparcía una ráfaga de cosmético que a las daifas del trato seducía casi al igual que las luces de anillos, cadenas y mancuernas. Susurró en la oreja de Adolfito:
—¡Estate alerta! A Paquiro le han echado el guante los guindas y vendrán a buscaros. Ahora quedan en el Suizo.
Interrogó Bonifaz en el mismo tono:
—Paquiro ¿se ha berreado?
—No se habrá berreado más que a medias, pues ha metido el trapo a los guindas, llevándolos al Suizo.
Adolfito vació una caña.
—¡Bueno! Aquí los espero.
—¿Crees que no vengan?
—¡Y si vienen!…
Acabó la frase con un gesto de valentón. Luisa la Malagueña se tiró sobre la mesa, sollozando con mucho hipo. Saltó la otra paloma:
—¡Ya le ha entrado la tarántula!
Gritó Adolfito Bonifaz:
—Luisa, deja la pelma o sales por la ventana a tomar el aire.
Los amigos sujetaban a la daifa, que, arañada la greña y suspirando, miraba al chaval de jubón y “mandil andar a gatas recogiendo la cachiza de cristales. La Malagueña se envolvía una mano cortada en el pañuelo perfumado de Don Joselito. Entró Garabato con gesto misterioso:
—Caballeros, abajo están los guindas; van a subir. No quiero compromisos en mi casa. Si andan ustedes vivos, creo que pueden pulirse por la calle de la Gorguera.


Santos Domínguez 

07 julio 2025

A. S. Byatt. Posesión

  


 A. S. Byatt. 
Posesión.
Traducción de María Luisa Balseiro.
. Anagrama. Barcelona, 2025.

El libro, grueso y negro, estaba cubierto de polvo. Tenía las tapas combadas y quebradizas; en sus tiempos había sido maltratado. Le faltaba el lomo, o mejor dicho sobresalía entre las hojas como abultado marcador. Estaba sujeto con vueltas y vueltas de una cinta blanca sucia, cuidadosamente atada con un lazo. El bibliotecario se lo entregó a Roland Michell, que lo esperaba sentado en la sala de lectura de la Biblioteca Londinense. Había sido exhumado de la caja de seguridad número 5, donde solían flanquearlo Las travesuras de Príapo y El amor griego. Eran las diez de la mañana de un día de septiembre de 1986. Roland ocupaba la mesita individual que más le gustaba, detrás de un pilar cuadrado, pero con el reloj de la chimenea bien a la vista. A su derecha había un ventanal soleado, que dejaba ver el ramaje verde de St James’s Square.

Así comienza Posesión, la monumental novela con la que la narradora británica A. S. Byatt (1936-2023) obtuvo en 1990 el premio Booker. Anagrama la acaba de rescatar más de treinta años después de que lo incorporara a su catálogo en 1992 con una espléndida traducción de María Luisa Balseiro, diez años antes de su adaptación al cine en 2002 en una brillante película protagonizada por Gwyneth Paltrow y Aaron Eckhart.

Hasta la publicación de Posesión -lo que coloquialmente se entiende por un novelón- y el éxito abrumador entre sus muchos lectores, la obra de A. S. Byatt había tenido una difusión limitada por su complejidad intelectual y su fondo de frecuentes referencias culturales, pero con este título llegó al gran público con un éxito que sobrepasó los límites de la lengua inglesa y le otorgó un cierto prestigio entre la crítica. Un prestigio discutido, no unánime, porque una parte de esa crítica, sobre todo inglesa, puso en entredicho su inobjetable calidad literaria y acusó a la novelista de una comercialidad propia del bestseller. 

Posesión en concreto aprovecha, desde su indiscutible solvencia narrativa, algunos de los mecanismos que había utilizado pocos años antes Umberto Eco en El nombre de la rosa, especialmente la construcción de una trama detectivesca con un abrumador despliegue de metaficción, intertextualidad y erudición en torno a una serie de textos ficticios de la época literaria victoriana.

El peso de la acción recae en Roland Michell, un investigador literario especialista en la obra del poeta inventado Randolph Henry Ash, un reconocido escritor de la época victoriana en quien no es difícil reconocer la sombra de Browning o el perfil de Tennyson, los dos poetas ingleses más significativos de finales de la segunda mitad del XIX.

En el polvoriento ejemplar de El jardín de Proserpina (1861) que acaba de retirar en la Biblioteca Londinense, Michell encuentra dos borradores inacabados de cartas sin enviar dirigidas por Ash a Christabel LaMotte, poeta menor y personaje posiblemente inspirado en la figura de Christina Rossetti. Esas dos cartas se convierten así en el motor argumental de la novela:

Bajo la página 300 había dobladas dos hojas enteras de papel de cartas. Roland las abrió con delicadeza. Las dos eran cartas escritas con la letra amplia de Ash; las dos llevaban en el encabezamiento su dirección de Great Russell Street, y la misma fecha, 21 de junio. Faltaba el año. Las dos empezaban por «Apreciada señora», y las dos estaban sin firmar. Una era mucho más corta que la otra.

Ayudado en su investigación por la más decidida Maud Bailey, la mejor especialista en Christabel LaMotte, un Michell poco resolutivo emprenderá una compleja indagación literaria y humana que tendrá sorprendentes ramificaciones e indeseados conflictos de intereses con rivales académicos y antagonistas sobrevenidos.

Desde ese momento se desencadena una intriga creciente que va más allá del rastreo de una relación amorosa secreta entre ambos poetas para inventar dos poetas con vidas, obras y estilos propios -ese es posiblemente el mérito mayor de A. S. Byatt en Posesión- y para reconstruir la literatura y la sociedad victoriana por medio de una novela  sembrada de referencias literarias y pictóricas. Una novela que es una celebración constante de la escritura, la imagen y la palabra. 

El juego de espejos y simetrías entre la ficción y la realidad o entre el pasado (mediados del XIX) y el presente (1986) se proyecta en las dobles parejas sobre las que se sostiene la trama: la de los investigadores/detectives (Roland y Maud) y la de los poetas investigados (Ash y LaMotte) en un ejercicio bidireccional de posesión: la de los biógrafos sobre los poetas biografiados y, a la vez, la de estos sobre aquellos.

Y a partir de ahí, la divertida sátira del mundo académico y de la fauna universitaria -conocidos de primera mano por A. S. Byatt, profesora en una universidad de Londres-, la reivindicación de la independencia femenina y el papel de la mujer en la relación amorosa o el conflicto entre libertad y posesión se suceden como algunos de los temas que explora la novela, en cuya escritura a menudo paródica y siempre deslumbrante hay un ingenioso y lúdico despliegue de géneros diversos: desde el ensayo académico a la poesía -casi dos mil versos- y desde la narrativa a la literatura diarística o epistolar.

Ese audaz y habilísimo despliegue de géneros se completa con la coexistencia en un ingenioso artificio de variados subgéneros narrativos que van desde la novela de campus al relato de reconstrucción histórica pasando por la narración detectivesca o la novela sentimental para ofrecer una experiencia de lectura adictiva, exigente e inolvidable, a través de un ejercicio de inmersión en el mundo recreado por Byatt, y para celebrar esta fiesta de la imaginación y la palabra, del humor y la cultura, de la literatura, las emociones y la inteligencia que llega hoy a las librerías.


Santos Domínguez 


04 julio 2025

A solas con la luna

  


Florencio Luque.
 A solas con la luna.
Las sendas de Dôgen.
Prólogo de Manuel Ángel Vázquez Medel.
Averso. Granada, 2025.


 Nunca codició cátedras ni la altura del púlpito.
Amó el canto discreto que habita en los arroyos.
Supo oír el silencio de todas las respuestas. 
Amparado en la vida, desdibujó las sombras. 

 Con esa Inscripción cierra Florencio Luque A solas con la luna, el libro que publica en Averso. Subtitulado Las sendas de Dôgen, lo presenta un prólogo en el que Manuel Ángel Vázquez Medel destaca la “fuerte presencia de introspección y meditación sobre la vida y la muerte” en estos poemas.

Y en efecto, poesía y pensamiento se conjuntan armónicamente en los textos de Florencio Luque, autor de cuatro libros de aforismos en los que encauzó una escritura meditativa que no es ajena ni a la biografía y al temperamento del autor ni a su formación filosófica y literaria.

Por eso su línea poética confluye con naturalidad con la poesía zen del maestro budista japonés Dôgen, que vivió en la segunda mitad del siglo XIII y a cuya voz se atribuyen los poemas de las tres partes del libro, enmarcadas entre una apertura y un cierre que delimitan la estructura de este tríptico.

Un tríptico que recorre las tres fases de un camino de perfección espiritual que transcurre entre el inicial mapa de la memoria y el Ruego final antes de alcanzar la serenidad definitiva:

Dejad que aguarde cada día 
como quien espera los frutos 
del árbol de un pequeño huerto.

Dejad que apure su raíz 
y acaricie las plumas de sus pájaros 
bajo un velo de lluvia azul. 

Dejad que, sin prisa, camine, 
sumido en asombro y silencio, 
para echar el telón de esta liturgia.

Esa serena actitud contemplativa es la base de una escritura que surge de la conjunción de reflexión y sentimiento, de la depuración espiritual y poética, de la asunción del pasado, la celebración del presente fugaz y la aceptación frente al presagio de la Nada:

Cuando la lluvia llegue 
y el corazón se torne 
un transparente estanque, 
seré junco en su orilla, 
nada, 
que nada espera.

Poemas como este reflejan la depuración verbal y el tono transparente de un libro atravesado por la búsqueda de la luz y del silencio, por la vivencia del paisaje y la fusión con la naturaleza, el árbol y el pájaro, por el viento y la noche, por la revelación del canto de las aves en sombra, por la persistencia del agua de la lluvia cayendo suavemente en los estanques, entre el sueño y la sombra:

Bajo la sombra del chopo, 
soy esta suave penumbra 
en el silencio del aire. 

Bajo la sombra del chopo, 
soy el canto de la tórtola 
con su dulce letanía. 

Bajo la sombra del chopo, 
me abrazan todos los sueños 
y la inocencia de un niño.


Santos Domínguez 


02 julio 2025

Pedro López Lara. Por arrabales últimos

 

Pedro López Lara.
Por arrabales últimos.
[Antología poética].
Edición y prólogo de José Cereijo.
Renacimiento. Sevilla, 2025.



El temblor
 
Ya no tiemblo al leerlo, pero aún soy capaz
de reconocer por el tacto un buen poema.
 
De recorrer su piel y ver si tiembla.
 
Ese poema de Pedro López Lara resume en sus tres versos no sólo su postura como lector de lo ajeno, sino su poética propia y poderosa.

Una poética construida sobre el temblor de una palabra tan verdadera como la suya, que brota siempre del cuidado del verso, de la intensidad poética y de la hondura humana, de la aguda conciencia del tiempo y de la capacidad de hacer de la derrota victoria y de la materia elegíaca del recuerdo razón celebratoria, como en este espléndido Ubi sunt:
 
Dónde están mis guerreros, perdedores
solo en batallas no libradas, que fueron las más.
 
Dónde están los castillos que crispaban sus almenas
ante un peligro imaginario.
 
Dónde el enemigo retirado antes de tiempo,
sin haber completado sus infamias.
 
Dónde las vistosas misiones que llevaban
por comarcas insólitas.
 
Dónde los planos del tesoro que auguraban
la expedición, las sangres intermedias.
 
Dónde los indolentes, espaciosos días,
sus noches dilatadas.
 
Dónde el baile final de Zorba el griego,
su mística celebración de la derrota,
más grande que cualquier derrota.
 
Dónde estamos, amigos, cómo hemos llegado
—única magia auténtica—​​ hasta aquí.

La antología Por arrabales últimos, que ha preparado y prologado José Cereijo, recoge una muestra de la obra poética de Pedro López Lara: intensa siempre, ahora también extensa, definitivamente mayor e imprescindible.

La publica Renacimiento en su ya clásica colección de antologías.

Santos Domínguez

 

30 junio 2025

Flaubert. Bouvard y Pécuchet

 


Gustave Flaubert.
Bouvard y Pécuchet.
Edición e introducción de Jordi Llovet. 
Traducción de José Ramón Monreal.
Alianza Editorial. Madrid, 2025.

Bouvard y Pécuchet es “uno de los intentos literarios -no puede decirse solo «novelescos»- más extravagantes, complejos, atrevidos y sorprendentes de toda la literatura europea del siglo XIX, en especial de la tradición que solemos denominar «realismo». Solo un título como Sartor Resartus (1836), de Thomas Carlyle, y poca cosa más en su siglo, puede competir con esta novela de Flaubert en lo que se refiere a su carácter bizarro, por no decir insólito y desquiciado. Luego, ya en el siglo XX, algunas obras como el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust, o El hombre sin atributos de Robert Musil, poseen características geniales que las hermanan con esa obra fabulosa de Flaubert; pero esta, posiblemente, las supera a todas por su concepción, por su proceso de elaboración y por su extraordinaria originalidad”, afirma Jordi Llovet en la introducción de Bouvard y Pécuchet para la edición que acaba de aparecer en El libro de bolsillo de Alianza Editorial con traducción de José Ramón Monreal.

Flaubert dejó inconclusa esta voluminosa novela que publicó su sobrina en 1881. La había empezado a escribir en 1872 y le exigió tanto en documentación y en desarrollo que no la había terminado cuando murió en 1880. Con ella, en perspectiva histórica, acababa la novela realista y culminaba la triple sátira del Romanticismo que había iniciado con la sátira del romanticismo pasional en Mme. Bovary, a la que siguió la burla del romanticismo social en La educación sentimental y que remataba la del romanticismo científico en Bouvard y Pécuchet.

Centrada en las figuras de dos escribientes ignorantes y mediocres, ingenuos y desorientados, que se retiran al campo para explorar las múltiples ramas del saber y los conocimientos de la humanidad, desde la Fruticultura y la Agricultura a las que se dedican inicialmente hasta la Higiene, la Astronomía, la Literatura, la Religión, la Historia, el Espiritismo o la Pedagogía. 

Así acaban por reflejar sin proponérselo la necedad humana a través de una recopilación exhaustiva de vulgaridades y tonterías en una parodia de enciclopedia, en una crítica del dogmatismo, la mediocridad y los lugares comunes en la que Flaubert proyectó la cólera del desahogo contra sus contemporáneos: “Antes de palmar -escribía en una carta- quiero vaciar la hiel que me llena. Así que preparo mi vómito. Será copioso y amargo, te lo aseguro.”

Como una “enciclopedia del asco” definía George Steiner esta novela, que le llevó a Flaubert años de documentación, y como “un monumento erguido contra la tontería” resumía Maurice Nadeau en un estudio ya clásico el valor literario y el significado global de la obra narrativa de Flaubert, pensando seguramente más en esta obra póstuma, en la que ridiculizaba por igual la actitud romántica y la materialista, que en cualquier otra de las suyas.

Repleta de humor irónico y de acidez crítica, Bouvard y Pécuchet fue el proyecto literario más ambicioso y sostenido de Flaubert, que pensaba organizarla en dos partes: una primera, La novela, que él mismo consideraba un «prólogo narrativo» en diez capítulos, y un segundo volumen, La copia, seguramente la parte nuclear del proyecto, que incluiría Estupidario, Diccionario de ideas corrientes, Catálogo de las ideas chic, El álbum de la Marquesa y Citas tomadas de todo tipo de literatura. 

Organizados como relatos autónomos de carácter episódico y estructura circular en torno a los diversos temas (de la Anatomía a la Filosofía, de la Biología a la Moral), sus capítulos no responden a la composición clásica de una novela lineal, sino a la construcción de un mosaico que con sus diferentes piezas acaba proporcionando una visión de conjunto crítica sobre las diversas disciplinas en que se organiza el conocimiento.

A lo largo de la elaboración de esta novela sobre el fracaso intelectual, Flaubert cambió su actitud frente a los dos protagonistas y pasó de la mirada crítica a la comprensión benévola de Bouvard y Pécuchet, dos personajes complementarios (utópico uno, nihilista el otro) que, impulsados por un desmedido afán de conocimiento decepcionados por los fracasos de todos sus proyectos, acaban refugiándose en el ejercicio mecánico de la copia de cualquier papel impreso, desde las citas más estúpidas a los tópicos más manidos, que reflejan el adocenamiento mental y ético que quería denunciar el novelista y que son capaces ya de detectar los protagonistas: “Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla.”

Del ejercicio de esa molesta facultad crítica surge esta novela, especialmente la segunda parte, en la que Flaubert hace que los protagonistas elaboren una antología de la mediocridad y la necedad a través de los lugares comunes de las ideas recibidas. 

Estas son algunas citas del Diccionario de ideas corrientes, que como se ve siguen formando parte del repertorio actual de tópicos circulantes:

ANIMALES
¡Ah, si los animales pudiesen hablar!
Los hay más inteligentes que los hombres.

BANQUETE
Comida de empresa. Reina siempre en él la más franca cordialidad. Deja muy buen recuerdo y los comensales se despiden siempre hasta el año siguiente.

BOSTEZO
Hay que decir: «Disculpen, no es del aburrimiento, sino a causa del estómago».

CELEBRIDAD
Denigrar como sea a las celebridades señalando sus vicios privados.
Musset se emborrachaba.
Balzac estaba cargado de deudas.
Hugo era avaro.

CERRADO
Siempre precedido de «herméticamente».

CLÁSICOS
Hay que conocerlos.

FÉNIX
Buen nombre para una compañía de seguros contra incendios.

GALOPE
Se emplea siempre con el verbo «lanzarse». «Lanzarse al galope»..

ILEGIBLE
Una receta de médico no es eficaz si no es «ilegible».
Toda firma oficial debe ser ilegible, así como la de los particulares. Quiere decir que uno tiene una montaña de correspondencia.

ILÍADA
Siempre seguida de «La Odisea».

JURADO (miembros del)
Hacer lo imposible para no formar parte de él.

LIEBRE
Duerme con los ojos abiertos.

NÁPOLES
Ver Nápoles y después morir.
Hablando con gente culta decir Parténope.

POESÍA
Es completamente inútil.
Pasada de moda.
 
POETA
Sinónimo de soñador y de lelo.

PRÁCTICA
Superior a la teoría.

REPUBLICANO
No todos los republicanos son ladrones, pero los ladrones son todos republicanos.

SEVILLA
Célebre por su barbero.
¡Ver Sevilla y después morir! (véase NÁPOLES).
«Quien va a Sevilla», etc. (en español).

VASCO
El pueblo que mejor come.

VERANO
Un verano es siempre «excepcional», ya sea caluroso o frío, seco o húmedo.

VIEJO
A propósito de una inundación, de una tormenta, etc., ni los más viejos de la región vieron jamás cosa igual.

Y estas otras, del Catálogo de las ideas chic:

Decir de un gran hombre: «¡Está sobrevalorado!» 
Homero: no ha existido.
Shakespeare: no ha existido, el autor de sus dramas fue Bacon.

Bouvard y Pécuchet -afirma Jordi Llovet- es la obra cumbre de Flaubert, o la culminación de una idea de la novela y de un propósito estético-literario muy determinados, pues resume y sintetiza una vida entera de escritor, depura hasta extremos casi patológicos la manía del autor por la máxima objetividad estilística y lleva a sus últimas consecuencias una verdadera teoría del arte literario en el contexto de la sociedad y de la literatura francesas del siglo XIX, de las que Flaubert fue espectador privilegiado, enormemente crítico e inteligentísimo.”


Santos Domínguez 

27 junio 2025

Antidio Cabal. Ciudad. Reposo en la Hélade

 

Antidio Cabal.
Ciudad.
Reposo en la Hélade.
Edición de Antonio Jiménez Paz. 
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2025.



SERENIDAD 

Si no fuera porque existe la nada, 
me desesperaría.

Es uno de los poemas de Ciudad (1977), el primero de los dos libros inéditos de Antidio Cabal (Las Palmas, 1925-Costa Rica 2012) que publica El sastre de Apollinaire junto con Reposo en la Hélade (1983-1985) con edición de Antonio Jiménez Paz, que destaca que ambos libros forman parte de la Lírica del yo de un “poeta con identidad literaria propia y transgresor en su propuesta personal.”

Reflexiva y desnuda, directa y conversacional, la poesía existencial de Antidio Cabal indaga en la la identidad personal y en la búsqueda de sentido de la vida. El tiempo y el conocimiento de sí mismo recorren esta ontología poética en la que se cruzan el pensamiento y el sentimiento para expresar la conciencia de los límites, la percepción de la finitud en textos que a veces toman un sesgo distante e irónico como este Codicilo: 

Ahora tengo vestido y nombre, 
los llevaré al funeral.

La insurrección existencial se expresa con frecuencia en este libro con textos brevísimos que están más cerca de la meditación o el aforismo que el poema, como en Patología:

El reposo del espíritu no me va bien.

Es la rebelión que se convierte en motor de los textos como ya anunciaba al final del texto preliminar, que termina con estas palabras: “Prometeo permanece en el ser y en el ente.”

Reposo en la Hélade, el otro libro inédito que recoge este volumen, revela las mismas preocupaciones esenciales y existenciales, el mismo fondo meditativo, expresado ahora a través de la influencia de la filosofía y la tragedia griegas. 

“Cuando descubrí a Grecia, regresé a Grecia, descubrí lo que había, me descubrí a mí en mí”, explica Antidio Caba en el texto liminar. Y de ahí que ahora el vehículo poético sea una nueva perspectiva con la que abordar la reflexión sobre el sentido de la existencia, sobre el ser y el tiempo a través de la mirada interpuesta de Esquilo, los presocráticos y Sócrates o de la voz del Hoplita de la Anábasis que cierra el libro: 

Somos los diez mil 
que gritamos un día 
¡el mar, el mar, el mar! 
con inmensa caricia, 
era nuestro camino líquido 
para volver a nuestra casa viva, 
hemos dejado el polvo de Persia, vamos en las naves 
con caballos y liras,

regresamos al punto de partida, 
donde nació nuestra carne,

nada traemos de lo que ha sido nuestra vida, 
raras comidas, palabras indefinidas, servidumbres sociales, 
nada más que haber estado ahí, donde no hay filosofía 
y no había teatro,

cómo curarnos de haber estado ahí, 
empezar a olvidar mientras volvemos, 
regresamos a darnos nuestra propia cita.


Santos Domínguez 



25 junio 2025

Julio Camba. Mis páginas mejores



Julio Camba.
Mis páginas mejores.
Edición de Francisco Fuster.
Cátedra. Letras Hispánicas. Madrid, 2025.


Julio Camba (1884-1962), articulista ágil e ingenioso, humorista fino y errante y uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX, reunió en su antología personal Mis páginas mejores el que quería que fuera el resumen de su trayectoria literaria.

En aquel tomo, que publicó Gredos por primera vez en 1956 y del que después se han hecho algunas reediciones, Camba había seleccionado los textos que le parecían más representativos de su obra, los había agrupado en diversas secciones temáticas y los había presentado con un comentario inicial de cada capítulo y con una justificación del sentido de la antología que comenzaba así:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor esta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:
-He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

La selección preparada por Camba combinaba lo cronológico y lo temático en ocho apartados que vertebraban la estructura de una antología sucesiva de sus artículos más significativos.

El recorrido se inicia con la sección En el pueblo natal, que ofrece tres de sus primeros artículos, escritos desde Galicia, los más autobiográficos de un Camba que luego se convierte en corresponsal viajero para echar Una ojeada al mundo, como titula la segunda parte. Un mundo habitado por ingleses, franceses, alemanes, suizos, yanquis, italianos y portugueses.

Con una mirada personal, irónica y distante, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está aquí plenamente representado el quizá sea el mejor Camba, el Julio Camba que es dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.

Con aquel cinismo cosmopolita y un punto canalla que siempre caracterizó su enfoque de la realidad, Camba habla de la comida de los ingleses y del sol de Londres, de las camas francesas o los bulevares de París, del clima muniqués o de la calvicie de los alemanes, de una Suiza sin suizos o de Nueva York, la ciudad teoría de los Estados Engomados, el país de las catástrofes, los negros y los judíos, los rascacielos y los trajes en serie, los crímenes en serie o las narices en serie, de la levadura napolitana y el robo a los turistas, de Lisboa y Coimbra.

O muestra una selección de sus textos gastronómicos de La casa de Lúculo, de sus artículos reaccionarios de Haciendo de República y de esos Pequeños ensayos sobre distintos aspectos de la vida española, desde el pensaor hasta la bohemia, pasando por el arte rupestre, la pereza o los verdugos. Pequeños ensayos que tienen aquí una sección autónoma que recoge algunos de los artículos más representativos de su madurez.

Así termina uno de ellos, el burlón Sobre las pompas fúnebres:

“Yo conozco escaparates de funerarias verdaderamente tentadores; pero cuando estoy en posesión del dinero necesario para comprarme un buen ataúd, es precisamente cuando tengo menos ganas de morirme. Claro que hay en el mundo mucha gente rica y vanidosa; pero no es lo mismo entrar en una tienda de automóviles, comprarse un cuarenta caballos y gritarle al chófer: «¡A Deauville, de prisa!», que entrar en una tienda de pompas fúnebres, ajustar una carroza con unos corceles engualdrapados, introducirse en un féretro de madera perfumada y decirle al cochero con una voz de ultratumba: «A la Sacramental de san Justo. Solemnemente…».
Prácticamente no hay nada más ocioso que los escaparates de las tiendas de pompas fúnebres, y por eso yo me inclino a creer que, con ellos, se persigue un fin moral más que un fin comercial. Contemplar uno de estos escaparates, en efecto, es como oír el viejo y lúgubre morir habemos. La emoción del más allá nos sobrecoge de pronto, y la chica que inmediatamente antes habíamos encontrado tan guapa, se nos aparece, inmediatamente después, pálida, exangüe, descarnada y esquelética. Indudablemente, todos nos hemos de morir, señores funerarios; pero, sin embargo, nosotros les agradeceríamos a ustedes que no se esforzaran demasiado en recordárnoslo. Después de todo, la cosa es mucho más triste para nosotros que para ustedes…

Cátedra Letras Hispánicas acaba de recuperar aquella antología de Camba con una estupenda edición anotada que ha preparado Francisco Fuster, que en su estudio introductorio recorre la forma y el fondo de las crónicas de Camba, su trayectoria como corresponsal en Constantinopla, París, Londres, Berlín y Nueva York, una experiencia de la que saldrán sus tres libros de viajes (Playas, ciudades y montañas; Londres: impresiones de un español y Alemania: impresiones de un español), su interés por la gastronomía y la política y su declive personal y literario en la posguerra, que pasa en parte en Lisboa. Cuando regresa a Madrid en 1948 da por cerrada su obra y publica sus Obras completas, que tienen mucho de testamento y de despedida.

Sobre esta nueva edición escribe Fuster que “como la de otros grandes nombres de la edad dorada del periodismo español (Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Gaziel, Corpus Barga, Wenceslao Fernández Flórez, César González-Ruano, etc.), la obra de Julio Camba ha generado un extraordinario interés, entre público y crítica, durante los últimos años. A sus fieles y veteranos lectores se han venido sumando otros (muchos de ellos, jóvenes estudiantes universitarios de Filología o Periodismo), que han descubierto en el articulista gallego a un periodista de raza capaz de elevar la columna de periódico a la categoría de alta literatura. En este contexto, esta nueva edición de Mis páginas mejores resulta más que oportuna, pues se trata de un título que merecía, desde hace tiempo, pasar a formar parte de ese canon de la literatura en español que es el catálogo de la colección «Letras Hispánicas».

Como confesó su autor en el prólogo, el libro que el lector tiene en sus manos es mucho más que una selección personal de sus mejores páginas. Leída en clave sentimental o testimonial, esta antología es, quizá, lo más parecido a esa autobiografia que Julio Camba siempre se negó a escribir:

Yo quisiera que estas páginas mías tuvieran entre sí cierta correlación orgánica, que se apoyaran las unas en la otras, que las de tal o cual época quedasen explicadas y justificadas por las de épocas anteriores y que, en conjunto, le diesen todas ellas al lector una idea exacta de cómo ha ido formándose, a través del tiempo y sus vicisitudes, la mentalidad y el estilo con que hoy anda uno por el mundo.

Frente a la naturaleza efímera de la hoja de periódico en la que vieron la luz, por primera vez, sus textos mantienen la incontestable vigencia de una obra actual, contemporánea, que desafía al tiempo.”


Santos Domínguez 


23 junio 2025

Ernst Zürcher. Los árboles en lo visible e invisible

   


Ernst Zürcher.
 Los árboles en lo visible e invisible.
 Atalanta. Gerona, 2025. 


“¿Qué son los árboles para nosotros? ¿Simples elementos de nuestro medio ambiente, vecinos a veces engorrosos por entorpecer la vida urbana y el tráfico? ¿O tal vez guardan un vínculo menos visible pero inseparable, esencial e inmediato con nuestras vidas, tanto en su marco general, el planeta Tierra, como en nuestra propia psicología, nuestro equilibrio interior e incluso nuestra realización espiritual?”, escribe Ernst Zürcher, ingeniero forestal y doctor en Ciencias Naturales, en Los árboles en lo visible e invisible, que publica Atalanta con un prólogo en el que Joaquín Araújo señala que “la mejor destreza de las arboledas es que no existe nada que administre mejor el tiempo y el espacio. Ellas trabajan con los dos elementos más abundantes, casi ilimitados en un tablero de juego que es manifiestamente limitado. Me refiero a la luz y a la altura. Agigantan, en consecuencia, las líneas del horizonte.”

Subtitulado Sorprenderse, comprender, actuar, generosamente ilustrado con abundantes imágenes y editado además con un magnífico cuadernillo central, “Los árboles en lo visible e invisible es un libro riguroso y a la vez ameno. Que sus lectores tengan por seguro que no se aburrirán”, afirma Francis Hallé en el Prefacio con el que se abría la edición original en francés de esta obra, de la que dice el autor que “en este contexto, donde lo visible y lo invisible se entrecruzan, el presente libro propone levantar el velo de las apariencias y descubrir las increíbles particularidades de los árboles para esbozar fuentes de asombro.”

De un asombro creciente ante “los seres humanos del reino vegetal”, como los llama Zürcher en estas páginas que responden a las múltiples preguntas que suscitan “los gigantes del espacio y el tiempo” y exploran los vínculos invisibles que unen al hombre con el árbol más allá de lo material, a través de lo mágico, lo religioso o lo mitológico. Porque ese carácter sagrado ha estado unido desde la antigüedad al fondo de las culturas ancestrales, lo que implicaba una protección con normas estrictas de algunas especies, como se refleja en el espléndido capítulo dedicado al tejo sagrado de los druidas celtas. Un ejemplo: el tejo que en el centro de Escocia, en Fortingall, acumula casi seis metros de diámetro y mantiene una vitalidad asombrosa después de los cinco mil años que se le calculan.

La anatomía de la madera, los ritmos astronómicos y la cronobiología de los ciclos lunares y su influencia en los árboles y en las mareas verdes, el imperceptible pulso de las yemas, la madera entre la tradición y la realidad o los mensajes sutiles del olfato, las propiedades de los olores y sus efectos (con el ejemplo de un perfume de nuestra cultura como el tilo, y de otro más exótico como el sándalo), la proporción áurea y la capacidad predictiva de los árboles sobre los terremotos o el tiempo meteorológico, el geomagnetismo, la humedad y la temperatura, las amenazas a los bosques y su gestión sostenible son algunas de las cuestiones que aborda este libro en el que se cruzan lo visible y lo invisible, la tradición y la ciencia, la silvicultura y la medicina, la naturaleza y la conciencia para resaltar la importancia de los árboles, decisivos en la configuración y modificación del clima, en la formación de nubes y en el ciclo del agua, en la fotosíntesis, en la biodiversidad y en la creación de biomasa a partir de la energía solar o en la conformación del flujo de aire atlántico en la Corriente del Golfo. 

Cuestiones que aborda este ensayo que pretende mostrar la necesidad de una reorientación global en la relación con la vida en la Tierra. Y por eso -concluye Zürcher-: “con el presente ensayo pretendemos formar parte de este proceso, mostrando de manera concreta cómo puede desarrollarse en colaboración con nuestros aliados del lado de la naturaleza.”

Porque, como señala Francis Hallé en el Prefacio, “Los árboles en lo visible e invisible será un libro de referencia sobre nuestro conocimiento colectivo de los seres de madera, que, como dice el autor, son «los más extraños del mundo». El hecho de que se ocupe de estos dos rasgos de los árboles, la visibilidad y la invisibilidad, lo convierte en una obra excepcional.”


Santos Domínguez 



20 junio 2025

Alberto Fadón. Príncipes y principios


Alberto Fadón.
Príncipes y principios.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2025.


  YO, POETA REACCIONARIO


To He/Him.

Yo nací, perdonadme, en Salamanca, 
no en patrias prometidas de pronombres. 
(Hoy elijo palacios, islas, torres 
antes que arcanas magias onomásticas).

Yo nací por igual noble y canalla 
en la tierra de Lázaro de Tormes. 
A lo decolonial y al gender problem 
prefiero la defensa de mi España

y sus lances ¿España? Perdonadme: 
las naciones copiosas de un estado 
por esencia y querencia subyugante.

En fin. Serenidad, desdén hidalgo 
y sorna belicosa, que ya es tarde 
para no ser poeta reaccionario.

Con ese poema abre Alberto Fadón (Salamanca, 1997), como una carta de presentación semejante a la de Antonio Machado en Campos de Castilla y a la de Manuel Machado en Adelfos, su espléndido Príncipes y principios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Poesía.

Pródigos en guiños literarios, en citas integradas, en homenajes y complicidades (Juan Ramón, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez…), los poemas de Príncipes y principios, un asombroso primer libro, trazan en su diseño a la vez clásico y moderno el contorno estético y moral de un poeta cabal, “clásico y castizo”.

Un poeta formado en la alta literatura y dotado con el don de la palabra y con una admirable capacidad de integrar la vida y la literatura, el ejercicio de la lectura con el de la escritura.

Inspirado en una cita de Luis Rosales, del título de este poema toma título el libro:
 
PRÍNCIPES Y PRINCIPIOS

Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero 
simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su 
destino personal.
MANUEL GARCÍA MORENTE

Un poco más de pálpito que cálculo 
-como según Morente el caballero-
me hizo cambiar los mundos de Carnero 
por este humor y vocación de oráculo

contra la clerecía cultural 
y a favor de la vida y del verano. 
¿Estética y moral? Pues lo cercano 
y luminoso, poco más. Rural

no lo he sido. La aldea no festejo 
ni la corte desprecio. Ya no callo 
mis juicios por tibieza y entre ripios

con una amarga confesión 
os dejo: hubiera preferido ser vasallo 
de príncipes mejor que de principios.

Alberto Fadón es un poeta con oído educado en la dicción clasica, un poeta que sabe que el verso tiene respiración propia y no es la secuencia gráfica resultante de cortar la prosa en retalillos sueltos de suspiros provincianos, sino una cuestión de ritmo expresivo.  

Y, sabiéndolo, es capaz de una labor de integración de formas métricas que se refleja en la convivencia del soneto con el verso blanco de varia medida o con estructuras de la poesía popular como en las “Soleares charras”, alguna tan provocadora como esta:

¿Y los cultores del haiku? 
Pues allá ellos y que rimen 
si quieren en asturianu.

Y en la coexistencia de tonos muy distintos, entre lo serio y lo jocoso, entre lo culto y lo coloquial, la mitología para hablar en el mismo poema de John Ford y de San Jerónimo, de Ovidio y Gómez Dávila, o para que convivan en las páginas del libro el cine y las glosas en prosa gongorina, el mar de Cádiz y el de Gijón, El Greco y Errol Flynn, el bótox y Leopardi, la écfrasis coplera de un cuadro de Ribera y Aquilino Duque, Gracián y Eric Rohmer, Platón y una paella.

Para que convivan también y sobre todo la línea clara y la potencia expresiva, tantas veces disociadas, en poemas como este, tan políticamente incorrecto, tan lamentablemente oportuno:

LO QUE QUEDA DE ESPAÑA

A aquella patria que renunció a la gracia y se hizo sierva.

Porque de aquella estirpe de claveles 
y lirios embozados de armaduras
-pasmo del orbe que suspenso admira-
queda solo el aroma 
languideciente y tardo 
como un atardecer del mes de agosto 
al sur de una bahía milenaria, 
volvamos aunque sea 
un rato a este cuartel
del recuerdo y los mudos homenajes, 
felizmente muy lejos
del aplauso o reproche del común 
y de las leyes cursis y flamígeras 
de la memoria histórica.


Santos Domínguez 

18 junio 2025

Daniel Defoe. Diario del año de la peste

 


Daniel Defoe.
Diario del año de la peste. 
Edición y traducción de Antonio Ballesteros González 
y Beatriz González Moreno.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2025.


Y como la peste comenzaba a ser más virulenta tenía mis dudas sobre qué camino seguir y cómo actuar. Todas las cosas horripilantes que había visto por las calles me habían llenado de terror y de miedo a la peste, que por sí sola ya era horrible; y en algunos casos más espantosa todavía: los bubones, que generalmente se formaban en el cuello o en la ingle, se endurecían y no se abrían, y llegaban a doler tanto como la más refinada tortura; y algunos, incapaces de soportar el tormento, se tiraban por las ventanas o se pegaban un tiro, o se suicidaban de cualquier otro modo. Y son esas cosas horribles las que yo pude ver. Otros, incapaces de contenerse, aliviaban su dolor profiriendo gritos, y esas voces de lamentos podían oírse de tal manera cuando uno iba por las calles que te atravesaban el corazón si pensabas en ello, especialmente si uno consideraba que ese mismo destino terrible podía caer sobre nosotros en cualquier momento.

Ese es uno de los párrafos más significativos del Diario del año de la peste, la extraordinaria narración con apariencia de reportaje documental  que Daniel Defoe publicó en 1722 sobre la peste que había asolado Londres más de medio siglo antes.

Defoe había nacido en 1660 y tenía menos de cinco años cuando se produjo aquella epidemia de peste negra de 1665 a la que había sobrevivido. En el libro la describe una primera persona que con las siglas H. F., un talabartero que desempeña la función del cronista verosímil pero inventado que en vez de huir al campo, como hicieron muchos de sus vecinos, permanece en Londres para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias.

Cátedra Letras Universales acaba de incorporar a su catálogo este título con una espléndida edición anotada con traducción de Antonio Ballesteros González y Beatriz González Moreno, que definen el Diario del año de la peste como una ‘crónica periodística y narrativa de la epidemia’ y señalan que su narrador “se asemeja al reportero que sale a la calle en busca de noticias, muchas veces con peligro de su propia integridad personal, pero en este caso prescindiendo de la objetividad que se le supone idealmente al periodista -y que, como sabemos, no siempre se cumple-, porque reconoce que hay datos que no conoce, cifras que no maneja de manera fidedigna, y además se ve escindido personalmente por numerosas dudas en lo que respecta a su relación con la epidemia.”

Un narrador meticuloso y compasivo que escribe en una de las páginas más estremecedoras del Diario:

Pero este es solo un caso: apenas si se da crédito a la cantidad de cosas tan espantosas que sucedían todos los días en muchas familias. Hombres que, en el fragor de la enfermedad, o por el tormento de los bubones, el cual era de hecho insoportable, se volvían locos, fuera de sí e idos; y a menudo ellos mismos se agarraban y se tiraban por las ventanas o se disparaban, etc. Madres que asesinaban a sus propios hijos, víctimas de su delirio; otros que morían del sufrimiento mismo, como de un arrebato, por el propio miedo y el susto sin tener la peste encima; a otros el terror les hacía cometer cometer tonterías y desvariar, o ser víctimas de la desesperación o de la locura; y otros se sumían en una demente melancolía.

El dolor de los bubones era especialmente violento y, para algunos, insoportable. Bien puede decirse que los médicos y cirujanos torturaron a muchas pobres criaturas hasta la muerte. En muchos casos los bubones se endurecían y aplicaban sobre ellos fortísimos emplastos o cataplasmas para abrirlos; y si esto no ocurría los cortaban los dejaban de una manera terrible. En algunos, los bubones se endurecían tanto, en parte por la virulencia de la enfermedad misma y en parte porque los había atacado con mucha fuerza, que ningún instrumento podía abrirlos, y entonces los quemaban con b, de forma que muchos morían chillando como locos por el tormento y otros durante la operación misma. En estos momentos de angustia, algunos de los que carecían de una ayuda que los sujetara a la cama o cuidara de ellos se hacían cargo de su propio destino como he señalado antes. Algunos se precipitaban a las calles, quizás desnudos, y corrían directamente hacia el río; y si no los paraba algún vigilante o cualquier otro oficial, se tiraban al agua, donde luego los encontraban.

Tres años antes de este Diario del año de la peste, Defoe había publicado la obra que le daría más fama, Robinson Crusoe, en la que llevaría a la novela la ideología ilustrada y la confianza en la razón. En más de un sentido la crónica imaginaria que tituló Diario del año de la peste es su antítesis, porque en esta su autor parece reconocer las limitaciones del optimismo del Siglo de las Luces. Por eso, tal vez sea este inclasificable documental dramatizado la obra de Defoe que esté más cerca de la mentalidad contemporánea, construida en gran parte sobre la conciencia del fracaso de los ideales racionalistas de la Ilustración.

Mezcla de crónica y ficción, de ensayo y narración, de análisis moral, propósito didáctico y poderosas descripciones, en el Diario del año de la peste persiste el Defoe racionalista que desmiente las supersticiones populares, el moralizador ilustrado que fustiga las debilidades humanas. Pero ese Defoe ha pasado ya a un segundo plano para dejar paso al escritor perplejo ante la muerte y el mal, escollos con los que choca el optimismo ilustrado en un tiempo en que se teme un nuevo brote de la epidemia, que amenaza desde Marsella en 1720.

Y a partir de ahí, la potencia democratizadora de la muerte, la desorientación y la pérdida de confianza en el hombre, la razón y la ciencia, las decenas de miles de muertos llevan al cronista interpuesto por Defoe a renunciar a sus viejos ideales para buscar refugio en la religiosidad.

Tras la frialdad objetiva de los datos estadísticos de bajas e inhumaciones, las descripciones de las calles vacías, las casas abandonadas y los cadáveres amontonados trazan un detallado mapa de los horrores, con detalles macabros y comportamientos irracionales y mezquinos que son el resultado de la convivencia diaria con el pánico y provocan el desengaño de los optimistas valores ilustrados.

El Defoe moralizador acababa proyectando así en el Diario una mirada crítica que renuncia a las bases ideológicas de la Ilustración, sobre todo a la aspiración de armonía, fraternidad y progreso. Frente al altruismo idealista, los comportamientos reflejados en las situaciones límites que evoca la obra son los del egoísmo, la confusión y el ensimismamiento del que ve al otro como un enemigo, como un riesgo de contagio, como un mensajero de la muerte.

Muchos de los lectores del Diario del año de la peste llegamos a este libro a través de García Márquez, que lo reivindicó  insistentemente como uno de sus libros de cabecera y como modelo de crónica y de reportaje periodístico con altura literaria y algún toque de ficción. Un clásico imprescindible.


Santos Domínguez