07 noviembre 2022

Melania G. Mazzucco. La arquitectriz



Melania G. Mazzucco.
La arquitectriz.
Traducción de Xavier González Rovira.
Anagrama. Barcelona, 2022.

Aquella cosa tenía un color gris polvoriento y se curvaba como una retorta de alquimista: panzuda en la base, se iba estrechando hacia la parte superior. No medía más de medio palmo. Apareció de repente encima del escritorio de mi padre, colocada sobre el rimero de papeles garabateados con su agitada caligrafía. La confundí con un pisapapeles, un fragmento de alguna escultura antigua. De hecho, pese a las escandalosas protestas de mi madre, mi padre había empezado a coleccionar todo tipo de hallazgos, fabricados por los hombres, por la naturaleza o por el azar: los exhumaba, los intercambiaba con otros cazadores de tesoros, a veces los compraba, y a esas alturas su gabinete parecía más la tienda de un chamarilero que el taller de un pintor.
[…]
La ballena de Santa Severa me tuvo obsesionada durante años. No sé por qué esa criatura perdida, fantástica y solitaria me inquietó tanto. Acariciaba el diente para entonces ya seco en el escritorio y lloraba pensando en la reina del mar deshecha en los escollos. Mi madre me tomaba el pelo. Corazón, se reía, guárdate esas lágrimas, que las necesitarás.

Así comienza ‘La ballena’, el capítulo inicial de La arquitectriz, la nueva novela de Melania G. Mazzucco que publica Anagrama con traducción de Xavier González Rovira.

Si hace unos años se fijó en la hija de Tintoretto para escribir una memorable novela, La larga espera del ángel, ambientada en la Venecia de finales del XVI, la novelista italiana se centra en esta nueva obra en el rescate de la olvidada figura de Plautilla Briccia, la primera arquitecta europea, que vivió entre 1616 y 1705 en la Roma agitada y esplendorosa del siglo XVII, de Bernini y Borromini, de Urbano VIII, de  Inocencio X, de Alejandro VII, de los Barberini y Pietro da Cortona.

Con una combinación parecida de historia y de arte en la base de la narración, hay aquí también un padre pintor, Giovanni Briccio, que enseña a su hija la técnica pictórica que será la base de sus cuadros y de su destreza como arquitecta. Fue la primera mujer que desempeñó ese oficio en la historia moderna y la única en la Europa preindustrial. Esta es su firma:

Narrada en primera persona por una Plautilla madura, la novela se plantea como un flash back, como un lento y pormenorizado ejercicio de rememoración, que arranca el día decisivo de la primavera de 1624 en que su padre la llevó a la playa de Santa Severa a contemplar los restos de una ballena varada de la que el pintor guardará un diente que seguirá conservando su hija, que vio entonces el mar por primera y última vez:

No hay ballenas en nuestro mar, Plautilla, dijo mi padre, meditativo, pero eso no significa que no existan. Por eso aprecio tanto ese diente y siempre lo tendré conmigo. Es una promesa, ¿entiendes? Las cosas que no conocemos existen en algún lado. Y nosotros tenemos que buscarlas o crearlas.

Esa enseñanza del padre sobre la búsqueda de lo que no vemos o no conocemos es el impulso que moverá a aquella niña hacia el terreno artístico de la pintura y la arquitectura. Hija de un pintor, músico y poeta popular, humilde y marginado de los círculos del poder, Plautilla no tendrá fácil abrirse camino como artista hasta su encuentro con el poderoso abate Elpidio Benedetti, secretario y agente del cardenal Mazzarino, que le cambiará la vida. Bajo su protección y con su complicidad y sus influencias recibirá abundantes encargos pictóricos y abordará proyectos como el de Villa Benedetta (Il Vascello, El Bajel) su obra más emblemática, construida en la colina del Gianicolo.

Organizada en cuatro partes que siguen la biografía de Plautilla Briccia entre 1624 y sus últimos años, y cinco Intermedios ambientados en Villa Benedetta en el verano de 1849 cuando se refugian en ella los soldados de Garibaldi, que quería conservarla a toda costa, aunque finalmente es bombardeada y derribada por la artillería francesa, la novela se desarrolla en ese doble plano temporal que abarca la creación y la destrucción del Bajel.

“Una revolución silenciosa” se titulaba la reciente exposición dedicada a Plautilla Briccia en la Galería Corsini de Roma. Y es que, pese a la brillantez de su talento, permaneció semioculta y en un silencio prudente en la sombra de su taller, donde ocultó -con necesaria astucia- la autoría de algunos de sus proyectos arquitectónicos, que le interesaron más que su propia pintura. 

Como en La larga espera del ángel, hay en La arquitectriz una admirable tarea de recreación de aquella Roma barroca por la que fluía el arte en todas sus manifestaciones, de la agitación vitalista de sus calles y las costumbres de la época, de sus intrigas políticas y sus corrupciones, de sus fuentes prodigiosas y sus epidemias de peste.

Y esa reconstrucción plástica se hace a través de la mirada aguda y peculiar de una mujer libre cuya determinación se sobrepuso a todas las trabas sociales del momento para pintar cuadros como el muy conocido de Luis IX de Francia, en el retablo que preside la capilla de San Luis de los Franceses, diseñada por ella misma, para elaborar en 1660 un proyecto de escalinatas en la Trinità dei Monti o para trazar en 1663 planos como el de la Villa Benedetta, cuya perspectiva occidental es una de las varias ilustraciones que incluye el libro.



Por encima de la admirable reconstrucción histórica y de la recreación artística de la desbordante Roma del Barroco, por encima de su trama y de su red de historias, de sus personajes y su excelente prosa, lo más importante de la novela y de la espléndida escritura de Mazzucco es su enorme capacidad para asumir la personalidad creativa e inquieta de la protagonista en párrafos como este, que podría resumir el sentido de su vida y de la novela misma: 

Pero la obra, en sí misma, ¿que me aportaría? En el mejor de los casos, otros encargos similares. Aunque fuera la más hermosa que hubiera hecho en mi vida, era la enésima variación sobre un tema que no permitía invenciones ni experimentos. En cambio, convertirse en arquitecto… Transformar un dibujo en piedra, un pensamiento en algo sólido, eterno. Levantar una casa. Elegir las tejas del tejado y las baldosas del suelo. Imaginar fachadas, cornisas, arquitrabes, logias, escaleras, frontones, perspectivas, jardines. Por lo que yo sabía, una mujer nunca lo había hecho. Ni siquiera había una palabra para ello.

En el último capítulo (“Roma 2002-2019”) es la propia autora la que habla desde fuera, en tercera persona, del proceso de composición de la novela en estas espléndidas líneas: 

Era una mujer, «architectura et pictura celebris», Plautilla Briccia. La celebridad se desvanece como el humo, los nombres se olvidan y se convierten en meros sonidos. Y, a pesar de todo, persisten en papeles descoloridos y corroídos que alguien, tarde o temprano, acabará leyendo. A lo mejor por azar, mientras persigue la verdad de otra historia, de otra artista, de otra hija. Y ese nombre femenino, ahora raro y obsoleto, pero profundamente romano, referido a la arquitectura, se le quedará grabado en la mente, indeleble.
Querrá escribir sobre otra cosa y lo hará, pero no podrá olvidarla y empezará a buscarla […] y desde entonces intentará desentrañar el hilo enmarañado de su vida y la encontrará en la iglesia dei Francesi, donde hasta hace poco su nombre era mencionado de pasada, casi entre paréntesis, en una placa descuidada que los turistas ni siquiera leían, en la capilla ante la que pasaban como un estorbo, buscando los cuadros de Caravaggio, una placa más pequeña que una postal, como si fuera normal que en el siglo XVII una mujer hubiera construido una capilla en una iglesia en el corazón de Roma.
[…] Y poco a poco, año tras año, reunirá todos esos fragmentos que nunca se llegaban a unir para formar una imagen coherente, iluminada por instantes felices o dolorosos, decisivos o insignificantes de su existencia, larga, secreta, heroica y tan extraña casi como la villa en la que creía depositar su fama, y dejará que su rostro inacabado se pinte por sí mismo y, cuando parezca que la conoce tan bien como para poder inventarla, intentará restituirle a ese nombre de mujer una vida, una voz y una historia.


Santos Domínguez





04 noviembre 2022

Caballero Bonald. Entre el mito y el verbo


Felipe Benítez Reyes.
Caballero Bonald.
Entre el mito y el verbo.
Centro Andaluz de las Letras. Sevilla, 2022.
 

Entre el mito y el verbo es el título del volumen en el que Felipe Benítez Reyes recorre la vida y la obra poética, novelística y memorialística de José Manuel Caballero Bonald.

Forma parte de la colección ‘Clásicos Singulares’ del Centro Andaluz de las Letras, que conmemoró con su publicación el primer aniversario de la muerte de Caballero Bonald. 

El volumen, que se abre con dos retratos evocadores de la figura de Caballero Bonald, recuperados de publicaciones anteriores de Benítez Reyes (‘Verticalidad de Caballero’ y ‘El emperador Bonald’) se organiza en torno a tres ejes: la poesía, la novela y las memorias.

Tres ejes creativos vinculados por dos líneas de fuerza: la dimensión mítica de un mundo resumido en el territorio de Doñana, convertido en el espacio literario de Argónida, y la preocupación por el estilo de quien, como recuerda Benítez Reyes, “se permitió, entre la jactancia y la broma, algunas hipérboles: «No estoy capacitado para escribir mal» o «Puedo perder la salud buscando un adjetivo».”

Una preocupación estilística que le llevaba a afirmar en una entrevista que “el lenguaje es para mí una ética, una reflexión ético-estética. Mi ética, mi responsabilidad como escritor, consiste en mi trabajo artístico con el lenguaje, en la búsqueda de un lenguaje que se corresponda con una aproximación al conocimiento de la realidad. Las palabras que yo uso son las que mejor hablan de mí.”

En Somos el tiempo que nos queda reunió Caballero Bonald toda su obra poética, sometida a un constante proceso de revisión y depuración, desde Las adivinaciones, Descrédito del héroe o Diario de Argónida hasta Manual de infractores o La noche no tiene paredes, que se abre con esta ‘Teoría de los antídotos’:

  La edad me ha ido dejando
sin venenos, malgasté en mala hora 
esa fortuna, 
                  ¿qué más puedo perder?

Llega el tiempo ruin de los antídotos. 
Materia devaluada, la aventura 
disiente de ella misma y se aminora.

Ya sólo quedan rastros de peligros,
una zona prohibida apenas frecuentada, 
la pauta exigua de lo inconfesable, 
cierto amago fugaz de furia y desacato.

La osadía de bordes delictivos,
los deseos gastados
en los bruscos dispendios de la infidelidad,
la virtud y su inercia depravada,
el amor consumiéndose
como un licor impuro, la excitante 
trastienda de la noche, 
                                   ¿qué se hicieron?

Los años, ay de mí, me han desmentido.

Tras un recorrido por sus cinco novelas (desde el realismo social de Dos días de septiembre al realismo mágico de la cima narrativa que es Ágata ojo de gato; desde cruce problemático del pasado y el presente de Toda la noche oyeron pasar pájaros, a la irrealidad alucinatoria de Campo de Agramante, pasando por la más endeble En la casa del padre) y por sus dos tomos de memorias (Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir), agrupadas luego en La novela de la memoria, un último capítulo aborda la relación de Caballero Bonald con otros escritores y con el propio Benítez Reyes, que escribe: 

Cuando me propusieron la escritura de estas páginas, alguien, ante mi duda de poder abordar de manera crítica –y por tanto fría– la obra de un amigo recién muerto, me sugirió la opción de acogerme al registro de la «semblanza personal», al anecdotario más o menos curioso y más o menos indiscreto –todo anecdotario lo es– de mi larga relación amistosa con José Manuel Caballero Bonald, que de ese modo pasaría a ser llanamente Pepe.
Ese tipo de libros, en fin, que corren el riesgo de convertirse en un relato del tipo «Yo y un hombre célebre que pasaba por allí», por ese orden, y con esa mayúscula.
Aparte de que algo así no me hubiese dado para más de una veintena de páginas, y me temo además que muy triviales, y aparte de mi sospecha de que lo que entendemos por anécdota queda mejor de viva voz que por escrito, no creí que fuese el registro adecuado: de cara al público, un escritor es su obra, debe ser su obra, aun en el caso de que, de puertas para adentro, el autor de esa obra haya sido un querido amigo.

 Santos Domínguez 





02 noviembre 2022

Paco Ignacio Taibo II. Belascoarán Shayne, Detective

  


Paco Ignacio Taibo II.
Belascoarán Shayne, Detective.
Días de combate.
Cosa fácil.
Algunas nubes.
No habrá final feliz.
Prólogo de Ángel de la Calle.
Reino de Cordelia. Madrid, 2022.

Seguía haciendo frío, a pesar del sol mañanero que pasaba a través de los vidrios sucios. El despacho estaba abierto al ruido de Pino Suárez; al ruido de las oficinas de al lado, llenas de abogados, empresas fantasmas, pequeños sindicatos charros, un dentista arrugado por el paso del tiempo sin clientes; una distribuidora de cuentos de manitos, y un baño excesivamente cercano y oloroso. La placa le provocaba a veces risa, a veces un coraje lento, y una que otra vez una vaga sensación de orgullo.

BELASCOARÁN SHAYNE
Detective
GÓMEZ LETRAS
Plomero

Tenía para tres meses más de renta y comida, después tendría que arrastrarse al viejo empleo, o buscar uno nuevo.
—¿Y qué, pagan algo por agarrar a ese? —dijo Gilberto el plomero.
—No, creo que no...
—¿Y por qué no le da a otras chambas...? O de jodida le entra de madrina a la Judicial... Si le gusta lo de policía...
Héctor pensó que no valía la pena contestar.

Esas líneas forman parte de Días de combate, la novela con la que Paco Ignacio Taibo II fundaba en 1976 la gran novela policiaca mexicana. Se inauguraba así un ciclo protagonizado por el peculiar detective Héctor Belascoarán Shayne, de padre español y madre irlandesa, ingeniero retirado a los treinta años, irónico y cojo, tuerto y bienhumorado, que desempeña su labor de investigación en la no menos peculiar Ciudad de México.

Esa serie de novelas negras, que se cierra en 2005 con Muertos incómodos, abarca un total de diez novelas, de las que Reino de Cordelia publica las cuatro primeras -Días de combate, Cosa fácil, Algunas nubes y No habrá final feliz- en un amplio volumen prologado por Ángel de la Calle, que escribe: “En Días de combate conoceremos a Héctor Belascoarán Shayne, el detective con licencia obtenida por correspondencia. A sus particulares vecinos de oficina. Su pasión por la muchacha de la cola de caballo. Su preferencia por la Coca-Cola. Su nunca satisfecho deseo de saber más de lo que aparece en la superficie.
Y lo mejor, la Ciudad de México que Taibo II cuenta como nadie. Ha sido tan imitada su particular manera de contar, de acercarse a esa megalópolis tan cruel pero tan amorosa, tan enorme pero tan próxima, tan infectada de dióxido de carbono como transparente, que ya no nos damos cuenta de en qué novelas surgió ese punto de vista para narrarla, esa mirada descarnada pero encantada del territorio urbano del Distrito Federal, esa Gorgona de la que no quieres alejarte aunque pueda devorarte.”

Con ecos del mejor Chandler, Taibo construye con destreza la figura de un detective irrepetible, de un personaje complejo con el que explorar la problemática naturaleza del crimen, su transfondo ambiental y social, la realidad urbana de un México DF ruidoso y contaminado que está en la raíz de la violencia y la corrupción o la enmarañada conexión de hechos que explican los asesinatos.

En No habrá final feliz, la novela que cierra este volumen, Belascoarán hace su autorretrato en estas potentes líneas:

-Mira, pinche Paco —dijo Héctor apagando su último delicado en el cenicero de latón—. No, yo detective, yo pura madre. Yo lo único que pasa es que no sé escribir novelas, entonces me meto en las de otros. Yo solito contra el sistema, ya vas. Llevo cinco años cultivando el estilo, porque lo que es la puntería, con la 38 a 10 metros se me pela un elefante. Estoy tuerto, cuando llueve cojeo, ayer me di cuenta de que ya tenía canas, estoy más solo que perro esquinero, si no fuera por mis hermanos, no tenía a nadie a quién llorarle. No lloro nunca. Me emputa tanto como a ti, me reencabrona cómo se van consumiendo el país y lo van haciendo mierda. Soy tan mexicano como cualquiera. Ha de ser por eso que ya no creo en nada más que en supervivir y seguir chingando. A mí el 68 se me pasó entre los ojos y cuando me di cuenta, ya estaban los tanques en la universidad. Leí al Ché a los 30, y eso porque una vez me quedé encerrado en una casa donde no había otra cosa que leer. Estudié ingeniería para hacer puentes, catedrales, drenajes, ciudades deportivas y terminé de ojete en la General Electric. ¿A mí qué me dices? Yo soy detective porque me gusta la gente.

En el Prefacio que escribió en 2009 para presentar las diez novelas del ciclo, Taibo escribía: “Belascoarán vive en una ciudad apasionante y terrible, donde lo criminal desciende de las alturas del poder, bajo la forma de abuso, corrupción policiaca, desastre del sistema judicial y carcelario, ilegalidad permanente para los ciudadanos y privilegios de intocables para los oligarcas. Pero vive también en el paraíso del humor negro, de la solidaridad del barrio, de la generosidad y del absurdo.
Por sus historias pasan estranguladores de mujeres en los baños de las oficinas, narcotraficantes rumberos, luchadores de lucha libre enamorados, actrices de cine en decadencia, maestros de escuela perseguidos por líderes corruptos, jefes de policía que construyen mansiones romanas en Acapulco, escapistas que triunfan en televisión y que doblan empleo entrenando grupos paramilitares, agentes de la CIA desempleados, el fantasma de Emiliano Zapata, gobernantes ladrones de piezas arqueológicas, expertos en la red cloacal, tapiceros que investigan delitos sexuales, escritores de novelas policiacas, policías secretos que dirigen bandas de asaltantes de bancos, actrices porno con hija secuestrada, pistoleros que venden boletos de rifas para reina de la Primavera, propietarios de edificios que practican la magia, conejos que funcionan como mascotas…”

Las novelas del detective Belascoarán Shayne han tenido una extraordinaria acogida, se han reeditado y traducido decenas de veces y se han adaptado recientemente en una serie de Netflix, quizá porque -como afirma Ángel de la Calle en su prólogo- “estamos ante uno de los más importantes ciclos de novelas de la literatura contemporánea en español.[…]
Como dijo un crítico francés, en los libros de Belascoarán Shayne la mejor literatura se une con la más elaborada intriga y con el abundante humor, tan necesario en un tiempo en que la violencia y el abuso es la ley.”


Santos Domínguez 


31 octubre 2022

Goya. A la sombra de las Luces


Tzvetan Todorov.
Goya. 
A la sombra de las Luces.
Traducción de Noemí Sobregués. 
Prólogo de José María Ridao. 
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.


“Mi interés por Goya no sólo tiene que ver con la historia del arte y de la cultura, sino que forma parte de la necesidad de entender mejor mi tiempo y a mis contemporáneos. La obra de Goya encierra en sí una lección de sabiduría de la que en la actualidad tenemos mucho que aprender.
El pensamiento de Goya se expresa ante todo mediante sus imágenes, sus pinturas, sus grabados y sus dibujos, casi dos mil obras. Tenemos además la suerte de disponer de otra forma de expresión a la que recurría, ya no visual, sino verbal. Quizá debido a su dificultad para comunicarse oralmente, a consecuencia de la sordera que lo aquejó en 1792, dejó testimonios escritos de su reflexión. De entrada, es autor de dos obras como tales, las series de grabados de los Caprichos (1798) y de los Desastres de la guerra (hacia 1820), la primera publicada en vida y la segunda después de su muerte, pero ambas elaboradas con sumo cuidado. El orden en el que se presentan tanto las imágenes como las leyendas que las acompañan permite ver la expresión directa -y enormemente valiosa- del pensamiento de Goya”, escribe Tzvetan Todorov en Goya. A la sombra de las Luces, un magnífico ensayo que, con traducción de Noemí Sobregués, incorpora Galaxia Gutenberg a su Biblioteca Todorov.

“El propósito de Goya. A la sombra de las Luces, de Tzvetan Todorov, es paralelo al que persiguió Américo Castro con El pensamiento de Cervantes. Como Castro al desenterrar el erasmismo presente en el Quijote, Todorov revela las ideas ilustradas que subyacen en la pintura de Goya, sin las cuales no puede comprenderse la exacta dimensión de lo que ésta representa en la historia del arte”, afirma José María Ridao en el prólogo que presenta este estudio de 2011, cuya tesis fundamental -la dimensión filosófica de la pintura goyesca- se anticipa en estas líneas del capítulo inicial, titulado llamativamente ‘Goya pensador’:

Goya no es sólo uno de los pintores más importantes de su tiempo. Es también uno de los pensadores más profundos, al mismo nivel que su contemporáneo Goethe, por ejemplo, o que Dostoyevski, cincuenta años después. Para sus primeros biógrafos, a mediados del siglo XIX, era evidente, aun cuando su interpretación del pensamiento de Goya fuera superficial. «Mezclaba ideas con sus colores», escribió Laurent Matheron en 1858. Charles Yriarte incide en el mismo sentido en 1867: «Debajo del pintor está el gran pensador que dejó huellas profundas […] El dibujo se convierte en idioma con el que formular el pensamiento». En cuanto a sus grabados, dice que poseen «el alcance de la más elevada filosofía». Sin embargo, en el siglo siguiente, a la vez que se consolidaba la gloria de Goya como pintor, se adquirió la costumbre de contemplar con cierta condescendencia la aportación filosófica de este autodidacta, cuya mentalidad Ortega y Gasset describía como bastante similar a la de un obrero, y de cuyas cartas decía que eran propias de un ebanista.

Así se plantea Todorov el objeto de su ensayo, la aproximación a través de su biografía y su pintura a la renovación artística que está estrechamente vinculada al pensamiento de Goya, “que se despliega tanto mediante imágenes como en sus escritos y en otras actividades de su vida, respecto de dos cuestiones principales: el sentido de su revolución pictórica y el cambio radical que aporta al pensamiento de la Ilustración.”

La teoría goyesca del arte, la relación con la Duquesa de Alba, la interpretación de los Caprichos, la voluntad creativa de hacer visible lo invisible, la escisión y la compatibilidad entre el arte privado y el público, entre el canon establecido y la renovación creadora, los estragos de la guerra tras la invasión napoleónica, los Desastres de la guerra y los posteriores desastres de la paz, la relación de su enfermedad con las Pinturas negras y los Disparates o la importancia vital y artística de su último viaje a Burdeos son algunos de los asuntos vertebrales que aborda Todorov en este ensayo de referencia imprescindible en la bibliografía sobre Goya y su época.

Espléndidamente ilustrado con abundantes grabados y con un espectacular cuadernillo central, en estas líneas del capítulo final resume el autor la actualidad del legado artístico goyesco y su vigencia:

Si las imágenes de Goya nos conmueven tanto hoy en día, si encontramos en ellas el eco, incluso la explicación, de acontecimientos recientes, muy posteriores a la muerte del pintor, es porque ha intentado con todas sus fuerzas entender los comportamientos, las actitudes y los gestos humanos, y representarlos de la manera más verídica. La verdad a la que aspira Goya no es la de las formas que se ofrecen a su mirada. No intenta restituir exactamente los objetos que lo “rodean. La verdad que busca es la de las pasiones, el amor, la violencia, la guerra y la locura. Y para acceder a ella está dispuesto a romper con lo que le muestran los datos inmediatos de los sentidos. En sus imágenes encontramos menos un informe fáctico sobre lo acontecido en España durante su vida que una reflexión antropológica. Cuando representa a los personajes más variados -bandidos, soldados, caníbales, enajenados mentales y locos en trance- busca no su aspecto pintoresco, las circunstancias anecdóticas, sino las facetas desconocidas del ser humano. 
[…]
Educado en la mentalidad ilustrada, supo explorar y mostrar lo que la Ilustración dejaba en la sombra, las fuerzas nocturnas, que dirigen la conducta de los hombres tanto como su voluntad y su razón. Pero Goya nada tiene de ideólogo ni de profeta. No pretende darnos una lección. No es un predicador ni un educador. Como el sabio, el artista debe dejarse guiar por una sola exigencia, única pero despiadada: tender a la verdad tanto como le sea humanamente posible. Goya no nos propone remedios. Se limita a explorar la condición humana, que ya es bastante complicado. Es un artista, de modo que no pretende imponer. Se limita a proponer. Sus valores son conocidos -verdad, justicia, razón y libertad-, pero sabe mejor que sus contemporáneos qué trampas nos esperan en este camino. La verdad vivirá, sí, pero siempre y cuando no olvidemos los monstruos crueles.


Santos Domínguez 




28 octubre 2022

Alejandro Céspedes. Soy Lola Jericó




 Alejandro Céspedes.
 Soy Lola Jericó.
XLII Premio Iberoamericano de Poesía 
Juan Ramón Jiménez.
Diputación de Huelva, 2022.


Soy Lola Jericó, un instrumento,
una niña que llega del colegio a su casa 
con las alas rotas, meada,
empapada en sudor,
de la boca le rezuma espanto,
una muñeca con ojos artificiales
de alta tecnología, un títere seco
–híbrido de chatarra y trenzas postizas, 
sepultado en el vientre de la madre–
girando en círculos entre la carne y la madera. 
Por dentro de mis ojos
hay un silencio que escuece.
Y tengo que ponerme a hacer «deberes»: 
recolocar los huesos partidos de los sueños.

En su impotencia para restituirse
una máquina reza al dios de los mecanos.

Con esos versos comienza Soy Lola Jericó, el libro con el que Alejandro Céspedes obtuvo el XLII Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez.

La fuerza expresionista de esos primeros versos se mantiene y crece en intensidad a lo largo de las cuatro partes del libro, sostenido sobre esa poderosa voz lírica de Lola Jericó, “una sombra inconsistente / a quien el cuerpo de una niña / perseguía sin tregua. // Procedo de esa estirpe de mujeres / que no han tenido padre / por voluntad propia.”

A golpe de tambor suena con fuerza la voz femenina de una víctima en la que se resumen otras voces y otros silencios:

Yo sé que en otra vida
fui modelo de Rembrandt 
cuando pintó su cuadro 
Buey desollado.

La creciente intensidad de esa voz se levanta sobre un escenario de abandono y derrotas, de heridas abiertas y sangre inocente, de barbarie y abusos paternos (“cada noche la misma pesadilla”), de silencio y sordidez, de dolor que “sabe a pólvora quemada”, de búsqueda desolada de la identidad y la reconstrucción de sí misma:

Alguien dentro de mí repara los destrozos
que me han hecho las otras que me habitan. 
Así podrán mañana
volver a descoserme las suturas.

Porque en ese itinerario hay un tiempo también toda la plenitud del deseo y para la esperanza ahora que suceden la pérdida y el silencio, la soledad (“Cada vez que me miran, los espejos que miro se vacían”), la muerte y la nada:

Saber que lo importante no se encuentra
                                                                 en la muerte 
ni tampoco al principio de la vida,
y no saber qué es lo que en verdad importa 
entre esos dos vértices de nada...

Y desde ahí encamina sus palabras y sus zozobras Lola Jericó hasta el magnífico poema que cierra circularmente el libro:

Alguien fuera de mí
se empeña en que no duerma,
pero yo me estoy viendo desde dentro 
ya casi tan dormida...,
con la misma desgana
y el mismo abatimiento
que en nuestra despedida.

Todo lo que ahora soy 
busca su sitio.
Todas las que no fui 
encuentran sitio.

El tambor que hay debajo de mi pecho izquierdo 
espacia sus latidos.
En mitad del silencio
una cuchilla cae en la bañera.

La sangre escribe un nombre sobre el agua: 
Soy Lola Jericó,
un instrumento.

‘¿Quién es Lola Jericó?’ se titula el epílogo en el que Alejandro Céspedes evoca, más cerca de Blanchot que de Borges, la presencia virtual de ese personaje femenino en su vida. Concluye así: 

¿Quién es Lola Jericó? Lola es la niebla.


Santos Domínguez 


 



26 octubre 2022

Manuel Azaña. La velada en Benicarló

 

Manuel Azaña.
La velada en Benicarló.
Diálogo sobre la guerra en España.
Edición de Francisco Caudet.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2022.

Escribí este diálogo en Barcelona, dos semanas antes de la insurrección de mayo de 1937. Los cuatro días de asedio deparados por el suceso, me entretuve en dictar el texto definitivo, sacándolo de borrador. Lo publico (no ha podido ser antes) sin añadirle una sílaba. Si el curso ulterior de la historia corrobora o desmiente los puntos de vista declarados en el diálogo, importa poco. No es el fruto de un arrebato fatídico. No era un vaticinio. Es una demostración. Exhibe agrupadas, en formación polémica, algunas opiniones muy pregonadas durante la guerra española, y otras, difícilmente audibles en el estruendo de la batalla, pero existentes, y con profunda raíz. Sería trabajo inútil querer desenmascarar a los interlocutores, pensando encontrar, debajo de su máscara, rostros populares. Los personajes son inventados.

 Así resumía Manuel Azaña, en el ‘Preliminar’ escrito en mayo de 1939 para la edición de Losada, el sentido de La velada en Benicarló, que apareció en agosto de ese año en Buenos Aires. Era su testamento político. Año y medio después de escribir  esa nota, el 3 de noviembre de 1940, moría en Montauban. 

Su propósito al escribir esta obra, añadía en ese texto introductorio, era “mostrar una fase del drama español, mucho más duradero y profundo que la atroz peripecia de la guerra. En tiempos venideros, variados los nombres de las cosas, esquilmados muchos conceptos, los españoles comprenderán mal por qué sus antepasados se han batido entre sí más de dos años; pero el drama subsistirá, si el carácter español conserva entonces su trágica capacidad de violencia apasionada. Percibirlo así, una vez más, en la plenitud de la furia fratricida, ha llevado el ánimo de algunas personas a tocar desesperadamente en el fondo de la nada.”

La velada en Benicarló, que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas, con edición de Francisco Caudet, se construye como un diálogo socrático entre once interlocutores que hablan a lo largo de una noche, tras una introducción narrativa en la que brilla la prosa de Azaña. Así comienza la primera conversación, entre el “prohombre socialista” Pastrana, el escritor Eliseo Morales y el joven e impresionable diputado Rivera:

Pastrana.—¿De dónde sale usted?
Rivera.— De la sepultura.
Morales.—Es para creerlo. Todos le daban por muerto. 
Rivera.—No miento. Al pie de la letra, vengo de la sepultura.

“Azaña, que en los Diarios no hablaba por boca de otro o de otros, sino por la suya, optó en La velada por hacerlo solapando lo que tenía que decir con lo que decían los otros, algunos sus sosias. Por todo ello, es obligado preguntarse: ¿era la de La velada una escritura diferenciada de la anterior, la de los Diarios? ¿Dejaba hablar por su cuenta y riesgo a los personajes del diálogo o seguía hablando solo él como en los Diarios? ¿Era el diálogo un artificio para establecer una hermenéutica cuya dialéctica estaba centrada en sí mismo? ¿Era, en suma, el diálogo de La velada un verdadero diálogo?”, se pregunta Francisco Caudet en el magnífico estudio introductorio que a lo largo de casi doscientas páginas aborda las claves centrales de la obra y el contexto político y personal en el que la escribió Azaña.

Y la respuesta a esas preguntas, ante el probable desdoblamiento de Azaña en los personajes que dialogan, la da el editor en este párrafo de su Introducción: “Los fantasmales contertulios de una noche mediterránea en 1937 […] no tenían otra textura que la de las pesadillas de un hombre lógico-ilógico en discusión lógica-ilógica consigo mismo. Azaña, aislado e interiormente escindido, se revuelve solo con sus ideas contra las de aquellos a quienes concede beligerancia, e intuye que todo está perdido, que solo le esperaban la caducidad y la muerte.”

“Azaña es todos”, escribió un crítico a propósito de los contertulios de La velada en Benicarló, que hablan siguiendo un esquema de preguntas breves y respuestas largas en las que el intelectual y político proyectaría sus propias opiniones, sus interpretaciones de los acontecimientos y su estado de ánimo ante aquella “carrera ciega hacia la catástrofe” a la que aludía Azaña en Causas de la guerra de España.

En boca del exministro Garcés, uno de los personajes, pone el autor estas palabras tan inconfundiblemente suyas que las utilizó casi literalmente en un discurso en Valencia en 1938:

-Ninguna política puede fundarse en la decisión de exterminar al adversario. Es locura, y en todo caso irrealizable. No hablo de su ilicitud, porque en tal estado de frenesí nadie admite una calificación moral. Millares de personas pueden perecer, pero no el sentimiento que las anima. Me dirán que exterminados cuantos sienten de cierta manera, tal sentimiento desaparecerá, no habiendo más personas para llevarlo. Pero el aniquilamiento es imposible y el hecho mismo de acometerlo propala lo que se pretende desarraigar. La compasión por las víctimas, el furor, la venganza, favorecen el contagio en almas nuevas. El sacrificio cruel suscita una emulación simpática que puede no ser puramente vengativa y de desquite, sino elevada, noble. La persecución produce vértigo, atrae como el abismo. El riesgo es tentador. Mucho puede el terror, pero su falla consiste en que él mismo engendra la fuerza que lo aniquile y al oprimirla multiplica su poder expansivo.

Pese a todo, dos años después, en aquel mayo de 1939, cuando la derrota de la República era inminente e inevitable, Azaña remataba su texto preliminar con una puerta entreabierta a la esperanza:

Es muy dudoso que, después de este viaje, corto en el tiempo, demasiado largo por sus borrascas, la razón y el seso de muchos hayan madurado. Más valor tiene, pues, el que algunos hayan mantenido, en las jornadas frenéticas, su independencia de espíritu. Desde el punto de vista humano, es un consuelo. Desde el punto de vista español, una esperanza.


Santos Domínguez


 

24 octubre 2022

Ulises en Alianza Literaturas

 

James Joyce.
Ulises.
Traducción de María Luisa Venegas Lagüéns
y Francisco García Tortosa.
Alianza Literaturas. Madrid, 2022.


Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:
—Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: 
—¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!
Solemnemente dio unos pasos al frente y se subió a la plataforma redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en exten­sión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido.
Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.
—¡Al cuartel! dijo severamente.
Añadió con tono de predicador:
—Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos.

Es el memorable comienzo del centenario Ulises de Joyce en la traducción de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa que publica Alianza Literaturas

El 2 de febrero de 1922 era la fecha que Joyce acordó con la librería Shakespeare and Company de París para publicar una novela que cambiaría la historia de la literatura. Cumplía cuarenta años ese mismo día, cuando recibió de manos de su librera y editora Sylvia Beach el primero de los mil ejemplares que se editaron por suscripciones de ciento cincuenta francos, un precio considerable.

Ambientada en Dublín y centrada en una sola jornada, entre las ocho de la mañana y las dos de la madrugada del 16 de junio de 1904 -el Bloomsday-, es estructuralmente una parodia de la Odisea que Joyce diseñó siguiendo minuciosamente los episodios homéricos en relación con los vagabundeos de Stephen Dedalus y Leopold Bloom. Su humor corrosivo -“no hay en él una sola línea en serio”, decía Joyce-, los constantes juegos narrativos y la reunión de temas y voces, de técnicas y registros lingüísticos producen un efecto desconcertante de integración y desintegraciones, de construcción y deconstrucciones de la tradición literaria. 

El Ulises, un libro capital en la literatura del siglo XX, tiene una inmerecida mala fama de hermetismo que no se corresponde con la realidad, aunque sí sería aplicable a su posterior Finnegans Wake. Cualquier lector atento de novelas puede superar la dificultad que plantea en la novela el uso del tiempo y el espacio para dar sensación de simultaneidad y ubicuidad. 

Otra cosa es la tarea colosal de traducir un texto complejo que hasta 1945 no tuvo una primera versión en español, la de Salas Subirats, que fue durante décadas la única existente, la que conocimos en la edición argentina de Santiago Rueda Editores, disponible ahora en Galaxia Gutenberg en una estupenda edición ilustrada por Eduardo Arroyo. Después vendría en 1976 la de José María Valverde en Lumen, que se acaba de reeditar, revisada por Andreu Jaume; y esta de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa que apareció por primera vez en 1999 en Cátedra. Revisada y corregida en 2004 y 2022, esta es la traducción que edita Alianza.

Tres traducciones admirables, si no entramos en matices menores, que ponen al alcance del lector una obra monumental que entre esa escena inicial en la torre y el desbordante monólogo final de Molly Bloom (cincuenta páginas de un torrente de conciencia sin signos de puntuación) incorpora multitud de citas y guiños literarios y explora la complicada realidad histórica, cultural y social de Irlanda, la religión y la literatura inglesa, la crítica sobre Shakespeare, la música y la mitología, la astronomía y las flores, la cartomancia y la astrología en un portentoso edificio literario de una altura pocas veces lograda en la historia de la literatura.

Así continúa el primer capítulo en la traducción de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa:

Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Crisóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contestaron en la calma.
—Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente ¿quieres?
Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ovalada recordaban a un prelado, protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despuntó quedamente en sus labios.
—¡Menuda farsa! dijo alborozadamente. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo!
Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al parapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió, le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la explanada, fijándose cómo reclinaba el espejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello.
La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió:
—Mi nombre es absurdo también: Malachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico ¿no? Ágil y fogoso como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que la tía suelte veinte libras?
Dejó la brocha a un lado y, riéndose a gusto, exclamó: 
—¿Vendrá? ¡El jesuita enjuto!
Conteniéndose, empezó a afeitarse con cuidado.
 —Dime, Mulligan, dijo Stephen quedamente.
—¿Sí, querido?
—¿Cuánto tiempo va a quedarse Haines en la torre?
Buck Mulligan mostró un cachete afeitado por encima del hombro derecho.
—¡Dios! ¿No es horrendo? dijo francamente. Un sajón pesado. No te considera un señor. ¡Dios, estos jodidos ingleses! Reventando de dinero e indigestiones. Todo porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, tú sí que tienes el aire de Oxford. No se aclara contigo. Ah, el nombre que yo te doy es el mejor: Kinch, el cuchillas.
Afeitó cautelosamente la barbilla.
—Estuvo desvariando toda la noche con una pantera negra, dijo Stephen. ¿Dónde tiene la pistolera?
—¡Lamentable lunático! dijo Mulligan. ¿Te entró canguelo?
—Sí, afirmó Stephen con energía y temor creciente. Aquí lejos en la oscuridad con un hombre que no conozco desvariando y gimoteando que va a disparar a una pantera negra. Tú has salvado a gente de ahogarse. Yo, sin embargo, no soy un héroe. Si él se queda yo me largo.
Buck Mulligan puso mala cara a la espuma en la navaja. Brincó de su encaramadura y empezó a hurgarse en los bolsillos del pantalón precipitadamente.
—¡A la mierda! exclamó espesamente.
Se acercó a la explanada y, metiendo la mano en el bolsillo superior de Stephen, dijo:
—Permíteme el préstamo de tu moquero para limpiar la navaja.
Stephen aguantó que le sacara y mostrara por un pico un sucio pañuelo arrugado. Buck Mulligan limpió la hoja de la navaja meticulosamente. Luego, reparando en el pañuelo, dijo:
—¡El moquero del bardo! Un color de vanguardia para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se paladea ¿verdad?
Se subió de nuevo al parapeto y extendió la vista por la bahía de Dublín, el pelo rubio roblepálido meciéndose imperceptiblemente. 
—¡Dios! dijo quedamente. ¿No es el mar como lo llama Algy: una inmensa dulce madre? El mar verdemoco. El mar acojonante. Epi oinopa ponton. ¡Ah, Dedalus, los griegos! Tengo que enseñarte. Tienes que leerlos en el original. Thalatta! Thalatta! Es nuestra inmensa dulce madre. Ven a ver.

“Al lector de Ulises -escribía José María Valverde en el prólogo de su traducción- le conviene conocer una buena parte de la obra anterior de James Joyce, es decir, Dublineses, como estampas de ambiente y presentación de algunas de las figuras de Ulises, y, sobre todo, A Portrait of the Artist as a Young Man, que en la memorable traducción de Alfonso Donado (Dámaso Alonso) se tituló El artista adolescente, pero cuyo título quizá convenga entender poniéndolo dentro de la terminología de la historia del arte, algo así como Retrato del artista joven o Autorretrato juvenil. Casi cabe considerar el Autorretrato como el primer volumen de Ulises: su protagonista, Stephen Dedalus, contrafigura del autor (en su juventud), será protagonista de los tres primeros capítulos y del noveno de Ulises y deuteragonista de algunos de los restantes, en contrapunto con Leopold Bloom, «autorretrato» de un posible y malogrado «artista ya no joven» y ya no artista -autocaricatura, en realidad, del Joyce maduro.”

Santos Domínguez 


21 octubre 2022

Memoria y haiku


 Memoria y haiku.
Ilustraciones de Pep Carrió.
Prólogo y antología de Eva Ariza.
Traducción de Rumi Sato.
Nórdica. Madrid, 2022.

 “El haiku nació como una estrofa insubordinada […], como idea o imagen que reverbera en el silencio”, escribe Eva Ariza en el prólogo -‘El arte insubordinado’- a su antología Memoria y haiku, que publica Nórdica

La espléndida selección de treinta y siete haikus, ilustrados por Pep Carrió, abarca textos de distintas épocas, desde el siglo XVII al XX, y sigue un criterio temático, no cronológico, en torno a temas como la fugacidad del tiempo, el paisaje o la casa. 

La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, la contemplación del paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.

Poco importa ante estos textos saber que algunos de estos poetas vivieron en el siglo XVII, porque parecen contemporáneos en su honda contemplación de la naturaleza. Lo importante, lo que queda para siempre en esta poesía inmortal, es que en estos haikus se eternizan los momentos fugaces y las revelaciones, se funden las sensaciones, los sentimientos y las meditaciones, para crear una poesía imperecedera que inmortaliza los ocasos otoñales y las nieblas de invierno, el vuelo de las mariposas y el trino de los pájaros, el silencio o la soledad, como en este haiku de Bashō:

 Mi única invitada, 
la sombra que refleja en la pared 
la luz de las brasas.

Una poesía que conecta en sus iluminaciones la flor y las batallas, el viento y la luna, el llanto de los grillos y el giro de los astros, el aire, la tierra y el agua, las huellas en la playa y el corazón de la montaña, la vida efímera del pasajero, como en este haiku de Shiki:

Me volví 
y el hombre que me crucé 
ya era niebla.

Así explica Eva Ariza en su prólogo la compenetración de textos e imágenes en esta edición ilustrada: “Memoria y haiku se ha compuesto con el propósito de respetar la naturaleza de estos poemas y de preservar el sentido de la composición requerido por cualquier libro mediante el diálogo establecido entre los haikus y las imágenes de Pep Carrió, una serie de ilustraciones con la forma simplificada de la cabeza, convertida en un microcosmos por las imágenes que aloja y la rodean.”

Estas son algunas de esas ilustraciones:





Santos Domínguez 



19 octubre 2022

El Proustógrafo

 

Nicolas Ragonneau.
El Proustógrafo.
Infografías de Nicolas Beaujouan.
Prefacio de Thierry Laget.
Traducción de Isabel Soto López.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.

“¿Por qué no podría representarse la totalidad del saber proustiano acumulado a través de infografías? […] La vitalidad de la crítica, cuando conseguimos aprehenderla en su totalidad, ha permitido poner a nuestra disposición innumerables datos, esos que solo esperan que un diseñador gráfico talentoso los convierta en frisos, esquemas o árboles genealógicos. El amante de los libros hermosos Nicolas Beaujouan es el artista encargado de hacerlo en esta empresa de figuración y renovación de las formas de la enciclopedia proustiana”, escribe Nicolas Ragonneau en el prólogo de El Proustógrafo, que publica Alianza Editorial con traducción de Isabel Soto López.

Es un original acercamiento al mundo personal de Proust y al universo literario de En busca del tiempo perdido a través de las infografías de Nicolas Beaujouan, una verdadera enciclopedia visual dedicada al autor y a sus libro con casi un centenar de infografías que proyectan una nueva mirada sobre Proust y su obra monumental, con motivo del centenario de su muerte.

Los datos procedentes de los estudios de lexicometría, por ejemplo, permiten deducir que la frase proustiana va creciendo en tamaño un 30% a lo largo de los diecisiete años que transcurren entre la publicación de La muerte de Baldassare Silvande, con frases de un tamaño medio de 34 palabras, y En busca del tiempo perdido, cuya longitud oracional de promedio se sitúa en 43 palabras. O que la frase más larga del ciclo proustiano aparece en Sodoma y Gomorra, el cuarto volumen de la serie, con 931 palabras.

Esas estadísticas léxicas, que tienen aquí su representación gráfica, muestran también a Proust como “el voyeur absoluto”, porque la mirada es fundamental en sus novelas, lo que se refleja en la importancia que tienen en ellas las palabras del campo semántico de la mirada, especialmente en ese “gran libro del yo” que es En busca del tiempo perdido.

Otras infografías resumen el universo proustiano: representan el ciclo como una novela río, como un círculo perfecto ocomo una serpiente que se muerde la cola, reflejan las veces que aparece cada uno de los personajes principales (Albertine, Swann, Charlus) y su genealogía, las calles y los espacios en los que transcurre la acción, la bibliocelebridad comparada de Proust, las ventas de sus novelas, sus ingresos como rentista, los estimulantes y los somníferos que tomaba o los lugares en los que vivió.

Y al margen de las infografías, hay en El Proustógrafo una abundante información sobre el ciclo novelístico proustiano: el resumen en 1010 palabras, las claves de los diez personajes principales, las adaptaciones cinematográficas, su presencia en los espacios públicos o algunas citas memorables entresacadas de sus miles de páginas.

“Nicolas Ragonneau -escribe Thierry Laget en su prefacio, ‘Proustografías’- ha creado El Proustógrafo, al considerar que En busca del tiempo perdido es un fenómeno de alcance cósmico, un prodigio de la categoría de las auroras boreales, del paso de los cometas, de los eclipses, que sobrepasa la condición humana y hay que trasladar a nuestra escala mediante infografías, curvas, diagramas, para comenzar a percibir su inmensidad. Este invento no consume energía alguna ni emite gases de efecto invernadero. Es prácticamente silencioso y solo provocará carcajadas o accesos de admiración, pues sus engranajes están lubricados con una aceitera de ingenio o, como se diría en inglés, con humour.
Sin embargo, el invento no carece de precisión, pues bebe de las mejores fuentes de información, nunca hasta la fecha reunidas de una forma tan ergonómica y atractiva. ¿Qué obra podía, antes que esta y con tal parquedad de palabras, mostrar a su lector cuántos libros vendió Proust, a qué idiomas se tradujo su novela, qué había en su biblioteca, qué países visitó, qué drogas tomaba, cuántas decenas de miles de cartas envió, a cuántos personajes dotó de vida y de habla, cuáles son las particularidades de su estilo, cuál es la verdadera historia de la magdalena, en qué año lució bigote de morsa?
[…]
En busca del tiempo perdido es un mundo tan complejo y tan completo que cada generación está obligada a construir nuevas brújulas para orientarse en él. El Proustógrafo no pretende dar cuenta de toda la novela, pero permite, de una tacada, contemplar el trabajo que llevó a cabo el escritor, el esfuerzo que debe realizar su lector, evaluar la intensidad del placer que este puede obtener de su relación con la obra maestra, medir la longitud y la velocidad de las ondas que ha provocado la explosión de esta galaxia y que se han propagado, hasta el día de hoy, en nuestra literatura (y más allá).Todo ello le valdrá a su artífice una medalla de oro en la próxima exposición universal y una vitrina en el Museo de Artes y Oficios, entre el péndulo de Foucault y el gasómetro de Lavoisier.” 

Un lujo para iniciados y para principiantes.

Santos Domínguez 



17 octubre 2022

Naturaleza esencial. El alma de la materia


 Christian de Quincey.
Naturaleza esencial.  
El alma de la materia
Traducción de Miguel Temprano García.
Atalanta. Gerona, 2022.

El alma de la materia. Ese es el significativo subtítulo de Naturaleza esencial, el ensayo de Christian de Quincey que publica Atalanta con traducción de Miguel Temprano García.

Christian de Quincey, doctor en Filosofía, es profesor de Consciencia, Espiritualidad y Cosmología en la Universidad John F. Kennedy, cofundador de la Wisdom Academy y decano de Estudios de la Consciencia en la University of Philosophical Research de Los Ángeles.

Su propósito, explícito desde las primeras páginas de Naturaleza esencial, es proponer “una nueva (aunque antigua) cosmovisión, crucial y necesaria para nuestra época: una cosmovisión que recupera el sentido de lo sagrado en nuestras vidas, en la que el espíritu y la consciencia encuentran su lugar natural en el cosmos. Como filósofo, pretendo ir más allá de los límites establecidos que según muchos de mis colegas marcan el alcance razonable del conocimiento. No confío sólo en el don de la razón, sino también en otros modos de conocimiento, en particular en la sabiduría innata de las sensaciones del cuerpo. Me he propuesto elaborar una nueva cosmología para poner remedio a la separación entre cuerpo y mente, entre consciencia y mundo físico.
Todos los intentos anteriores de superar esta separación –en la filosofía, la ciencia, la cosmología y la psicología– han fracasado hasta el punto de pasar por alto o de negar el sentir esencial y el carácter sagrado de la materia.”

Desde la Introducción, ‘La paradoja de la consciencia’, hasta el Epílogo, ‘¿Concebir lo «inconcebible»?’, sus tres partes exploran, entre la naturaleza de la consciencia y la consciencia de la naturaleza, la idea de una naturaleza consciente, que estaba presente ya en los presocráticos y que De Quincey afronta el redescubrimiento del alma de la materia con el respaldo de una tradición que atraviesa la historia de la filosofía desde Platón hasta Whitehead, cuyo monumental Proceso y realidad publicó recientemente esta misma editorial. 

Una tradición que aborda la relación entre la mente y la materia, entre el cuerpo y el espíritu, “lo que demuestra -afirma De Quincey- que esta noción [la de la materia sintiente] ha sobrevivido en un continuum ininterrumpido a lo largo de los siglos.”

Con esa perspectiva, estas páginas contradicen la idea básica del materialismo científico y filosófico, una “vieja forma de ver las cosas [que] separa el cuerpo de la mente, la consciencia de la materia y el espíritu de la naturaleza, y nos deja la ardua tarea de entender un mundo donde la consciencia, el alma y el espíritu son tan reales como la materia y la energía.”

Naturaleza esencial defiende, por el contrario, un nuevo paradigma cosmológico desde el convencimiento de que “la ciencia está preparada para explorar un nuevo mundo más allá de átomos y piedras, estrellas y galaxias, plantas y animales, cerebros y ordenadores: hablo del universo interior de la mente, del antiguo mundo espiritual del alma. La consciencia, la siguiente gran frontera –para la ciencia, la filosofía y nuestro bienestar personal y colectivo–, por fin está abriéndose paso.”

Porque, como señala De Quincey en el Epílogo, “la mente no puede emerger de una materia insintiente: es inconcebible que la subjetividad emane de la pura objetividad.”

Hay en este ensayo también una meditación constante sobre el lenguaje y el estilo que parte de la necesidad de aproximarse al lector: “Mi propósito ha sido escribir un libro que respete los rigores de la erudición sin despreciar la poética de la metáfora: que sirva de inspiración a los lectores para que sientan el poder de las ideas y sean llevados más allá de las áridas abstracciones hasta el vivo corazón de una investigación pura y sincera” con “un lenguaje sencillo y evocador.”

Y no falta una reflexión del autor sobre el sentido que tiene afrontar este ambicioso proyecto intelectual y filosófico, un “proyecto para nuestro tiempo”:

Pero ¿por qué un libro así? ¿Por qué iba yo a invertir tiempo y energía en investigar y escribir sobre la historia de la consciencia en el universo y la misteriosa relación entre el cuerpo y la mente? ¿Por qué debería el lector invertir tiempo en leerlo?
¿Por qué, en suma, deberíamos ocuparnos de la filosofía de la mente e investigar las bases de una ciencia de la consciencia cuando hay tantos problemas acuciantes que abordar con científicos y filósofos? ¿Tiene un proyecto así más valor práctico que las elucubraciones de los filósofos y teólogos medievales en su torre de marfil sobre el número de ángeles que podían bailar en la cabeza de un alfiler? Creo que dicha investigación tiene un valor inmenso y es muy necesaria.

Una meditación llena de preguntas como esas y en la que no faltan dudas como estas: 

No obstante, a veces me preocupa la elección de este proyecto como objetivo profesional y académico. Por un lado, soy consciente de que tomarse en serio ideas como el espíritu y el alma en la naturaleza, o la sensación y la intuición en cuanto formas válidas de conocimiento, implica cierto riesgo profesional. Desde el punto de vista de la filosofía dominante, la idea de que «la materia siente», de que la consciencia llega hasta los elementos más fundamentales de la realidad, me convierte en un marginal. Pero acepto toda la responsabilidad por estas ideas y estoy dispuesto a defenderlas con el mayor rigor filosófico.
Por otro lado, también soy consciente de que la investigación en metafísica, ontología y epistemología está muy alejada de lo que le interesa a la mayoría. A menudo me pregunto si esta tarea tiene algún valor para la comunidad humana y si no estaré regodeándome como un egoísta en mi propia pasión mientras otros prestan un servicio útil de verdad.

Santos Domínguez 



14 octubre 2022

Pablo García Baena. Una aproximación



 

Salvador Gutiérrez Solís.
Pablo García Baena. 
Una aproximación.
Centro Andaluz de las Letras. Sevilla, 2021.

ANTIGUO MUCHACHO 

Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo 
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos, 
de cabelleras lánguidas flotando en los estanques
y un ajimez quedaba solo frente a la luna
adormecida por el laúd de los besos.
Revivo la mirada pálida de los espejos
y mi rostro preguntando en su oráculo,
y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios.
Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes, 
y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos
y el tarro de las guindas,
y las cidras frías por el mármol de la madrugada,
y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado.
El domingo escalaba con su luz amarilla,
con su parra latiendo de áureos cimbalillos,
los álamos sombríos del invierno,
y las horas, veloces, agitaban sus pétalos
como rosal que deja su nieve por el aire.
Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes,
y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas,
y la última garza de la tarde dormía entre los juncos. 
Decidme dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas
y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,
y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante
y Aramis perfumado de unción episcopal,
y Robinson bajo el verde loro balanceante de los bambúes. 
Aquel cerrado mirador, entre lutos,
donde paraban todos los años la Oración del Huerto 
cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada. 
Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas,
y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias
las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos. 
Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles,
voces que pálidas renacen,
como hojas arrastradas a un otoño de olvido.
Y como el nadador, dichosamente cansado,
deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo 
volviendo su mirada hacia la playa,
así a ti me vuelvo,
buscando tu sonrisa en mi sonrisa,
tu mirar en mis ojos
y tu honda voz pura, antiguo muchacho,
fluyendo como un agua fresquísima
del manantial cegado de los días.

Ese magnífico poema, Antiguo muchacho, es uno de los que forman parte de Pablo García Baena. Una aproximación, de Salvador Gutiérrez Solís, que escribe sobre este texto: “Este poema, que da título al libro, sintetiza a la perfección la voz de Pablo García Baena. Alusiones al cine, a sus primeras lecturas, a la adolescencia indomesticable, a la búsqueda de ese paraíso de belleza y emociones, que siempre estuvo tratando de construir en su interior, lo carnal y lo espiritual, la sacristía y la taberna, los días y las noches, y todo ese universo, complejo, frágil y luminoso que es Pablo García Baena.”

El volumen, publicado por el Centro Andaluz de las Letras en 2021 con motivo del centenario de nacimiento de Pablo García Baena, inauguró la estupenda colección Clásicos Singulares, pensada para llegar a un público amplio con libros divulgativos firmados por escritores que conocieron a los autores homenajeados y que aportan una mirada personal sobre su vida y su obra, de la que se ofrece una antología significativa de textos. 

Este mismo año se han incorporado al catálogo otros dos titulos: Caballero Bonald. Entre el mito y el verbo, de Felipe Benítez Reyes, y Vicente Núñez. El desorden del canto, de Juan Lamillar.

Celebratorio y emocionado, el homenaje de Salvador Gutiérrez Solís a la vida y la obra de García Baena se subtitula Un himno a la dicha de vivir y es un recorrido apasionado por su obra poética, de la que afirma: “De Rumor oculto a Los Campos Elíseos, de Córdoba a Nueva York, de Málaga a Venecia, de los baños de Popea a la fila 13, impar, del Palacio del Cinematógrafo. Casi un siglo de poesía y vida, de vida y poesía –en este caso el orden es insignificante–, en Pablo García Baena. Cien años de una de las voces más sugerentes, sensitivas, emocionales y trascendentales que nos ha deparado la lírica española de las últimas décadas.”

Cierra la selección, de más de treinta poemas, Poeta Local, “tal vez -escribe Gutiérrez Solís- el último poema que escribió Pablo García Baena, el 21 de septiembre de 2016, y que forma parte de Claroscuro. Últimos poemas, un libro en el que se reúnen los poemas que escribió tras Los Campos Elíseos, y que contó con la edición de José Infante y Rafael Inglada, para la Editorial Pre-Textos, en enero de 2019, justo un año después de su fallecimiento.”

POETA LOCAL 

Allí estaba, en el pretil del puente, 
contemplando en días de temporal 
el bravío arrasar de la riada
que llevaba en fragor
ramas, aperos, vigas de almadía,
naos donde se posaban ateridas las aves. 
Era el poeta local.
Tal vez miraba sus huyentes días 
perdidos entre el légamo del agua, 
jirones del recuerdo en desmemoria. 
Era su vida: nuestras vidas son…

Tuvo un brillo de honores
en noche de liceo y de tapices.
Fanfarrias de las trompas y el aplauso 
anuncian la llegada de la Corte de Amor,
y la más bella dama, él recuerda a Darío, 
entre sus manos puso la eglantina de oro 
como un tirso enramado de citas y promesas. 
Ahora el desabrigo de los solitarios
le subía la bufanda hasta enjugar
gotas de lluvia o lágrimas,
y aún blande sus rimas,
escenas de un museo de cera apolillado
y andaluz.


Santos Domínguez