06 octubre 2021

Antesalas del olvido. Conversaciones con José María Álvarez en Venecia

 

  


 José María Álvarez.
 Antesalas del olvido.
 Conversaciones en Venecia con Alfredo Rodríguez. 
Ediciones Ulises. Madrid, 2021
 
“Uno tiene a veces la impresión de que estas conversaciones con José María Álvarez llenan o recubren los espacios vacíos entre poema y poema”, escribe Alfredo Rodríguez en el prólogo de Antesalas del olvido, el libro publicado por Ediciones Ulises que recoge sus conversaciones con José María Álvarez en Venecia a finales de 2019.

En ese prólogo, titulado 'La conciencia lúcida de José María Álvarez', Alfredo Rodríguez -a quien José María Álvarez le reconoce en la nota inicial “la habilidad y la inteligencia para hacerme recordar y reflexionar sobre mi propia obra, y sobre mi vida, de forma muy cordial y el tiempo, profunda”- afirma:

Este libro que tienes entre tus manos, amigo lector, refleja una vez más mi continuo asombro ante la obra alvareziana, esa aventura que sigue siendo para mí adentrarme en ella. Abras la página que abras en sus libros es la vida trepidante la que asoma. Porque en este poeta no es posible de ningún modo separar la obra poética de su línea vital. Un hombre como José María Álvarez tenía un destino reservado: la poesía. Su obra era su verdadera vida. [...] En estas conversaciones podemos ver de nuevo cómo su entusiasmo por la literatura es genuino, absorbente, total: el poeta se nos presenta una vez más como un acabado ejemplo del hombre que parece reunir en él toda la historia de la literatura.

Tras la trilogía que recogió las conversaciones en París entre José María Álvarez y Alfredo Rodríguez, los cinco capítulos de este nuevo volumen abordan la trayectoria vital y literaria del poeta de Museo de cera, exploran el espíritu de Venecia a través de sus lugares emblemáticos, reflexionan sobre su concepción de la escritura y la creación poética, homenajean a los autores y libros más queridos por Álvarez y finalmente enfrentan los temas de la actualidad social y política como en este juicio sobre Pablo Iglesias: “Iglesias no deja de ser un pobre diablo, inculto y jactancioso; uno de esos arribistas a quienes las actuales circunstancias le han permitido por un breve espacio de tiempo chulear creyéndose que son alguien o algo. Yo creo que ya es un cadáver.”

O sobre Pedro Sánchez: “Le cuadra aquello que dice Tácito de Tito Vinius: deterrimus mortalium [el más miserable de los mortales]. Basura de individuo.”

Y todo ello sobre el telón de fondo de Venecia, cuya importancia en la obra de Álvarez explica así Alfredo Rodríguez: “El poeta es consciente de que tal vez el mejor remedio para esa «desgracia de ser español» -a la que a veces suele referirse con sorna- sea un periodo de exilio en una ciudad como Venecia, que constantemente le habla del tiempo por encima del tiempo, que cada vez que vuelve a verla es una nueva sorpresa para él. Aquí es donde mejor encaja la fidelidad del poeta con un concepto misterioso y profundo del Arte como una realidad superior. Esa es la vocación, la grandeza, la calma que solo le proporciona esta ciudad de los poetas, por donde antes pasaron Dante, Petrarca o Byron. Porque en José María Álvarez se da el exilio como esencial condición de la palabra poética.”

La Fenice, Santa Maria Formosa, el puente de Rialto, la tumba de Pound, Burano, el Campo della Carità, la Piazzetta, San Zaccaria, el Ghetto, la Laguna son algunos de los lugares en los que transcurren las once jornadas de conversaciones en las que se suceden y entremezclan los clásicos y los contemporáneos, la poesía y la música, la pintura y la escultura: Shakespeare y Borges, Virgilio y Montaigne, Dante y Kavafis, Conrad y Kafka, Nabokov y Onetti, Musil y Goethe, Pound y Durrell, Gibbon y Homero, Turner y Rubens, Giorgione y Van Eyck, Picasso y Monet, Bacon y Giovanni Bellini, Canova y el Apolo del Belvedere o Mozart.

Complementarias de los tres anteriores volúmenes de conversaciones entre ambos interlocutores,  vuelve a brillar en estas páginas la inteligencia polémica de José María Álvarez y la capacidad de Alfredo Rodríguez para indagar en lo más hondo de la vida y la obra de su maestro reconocido con un conocimiento de su poesía que hace de este volumen un complemento muy recomendable para acercarse a un mundo literario tan peculiar como imprescindible.

Como en la trilogía de conversaciones parisinas, en estas conversaciones venecianas la complicidad entre los dos interlocutores hace que esta obra vaya más allá de la mera reunión de conversaciones para convertirse en un análisis riguroso de los motivos y las claves literarias sobre las que se levantan los libros y los poemas de José María Álvarez, que deja en las páginas de Antesalas del olvido afirmaciones como esta, ante la pregunta de si “un poeta debe comprometerse de manera pública, debe rebajarse a las querellas de este mundo, o si tiene un mensaje que dar ha de hacerlo sólo por medio de su escritura”:

Él sí, si no hay más remedio. Pero su visión debe estar por encima de esas querellas. Ir al hueso. Y eso de los mensajes…se hubiera hecho cartero.

Santos Domínguez

04 octubre 2021

Josep Pla. Viaje en autobús

 

 

 Josep Pla.

Viaje en autobús.

Edición de Xavier Pla.

Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2021

 

En el momento de tomar el autobús se nos quiere dar la impresión de que viajaremos como si estuviéramos en casa -o, mejor dicho, en una casa bonita y rutilante como una peluquería: papeles pintados, iluminación indirecta, muebles tubulares. Todo tan aerodinámico. La intención es de apreciar; pero, francamente, no me siento capaz de agradecérsela a nadie. Todo el material, por otra parte, está un poco ajado. Veo dos cristales rotos: otro se ha encasquillado y no sube ni baja. Las Revoluciones ajan las cosas. En España, hoy, hasta los arboles parecen sobados y manoseados.

Después del asalto de rigor, logramos tomar un asiento. El derecho de poner las asentaderas en estos tremendos, ruidosos vehículos, está sometido al azar más rigurosamente pascaliano. Digo pascaliano, porque Pascal inventó el cálculo de probabilidades y la ruleta. Este azar le proporciona a uno las contradicciones más extraordinarias.

—Qué flaco está usted, señor Pla -le dice a uno, a veces, el vecino de al lado-. ¿Sabe que está usted muy flaco? Allá por el año 1935 estaba usted mucho mejor, más gordo, más lleno. ¿Qué le pasa?

Otras veces le dice a uno el compañero de viaje:

—Pero, señor Pla, ¡qué gordo está usted! Está usted bien de kilos. ¿Qué le sucede? La última vez que le vi, allá por 1935, estaba usted muy flaco, estaba usted en los huesos. Va usted a perder la línea.

Esta es la primera lección de los autobuses: la relatividad de todo. Para unos, el infrascrito está flaco. Para otros, está gordo. Estas variaciones se producen a veces en una diferencia de horas. Hay razón para quedar perplejo. Uno piensa en las palabras del viejo Heráclito: la Naturaleza tiende a ocultarse a los ojos de los hombres. En este mundo, todo se suele ver a través del pie forzado de lo que a uno le falta. El que es gordo y quisiera ser flaco busca cómplices de su propia gordura. El que es flaco y quisiera estar gordo tiende a ver a sus semejantes en un proceso de acentuada delgadez. Y uno, en definitiva, no está ni flaco ni gordo, ni delgado ni repleto, sino que es simplemente un individuo que va paseando por el mundo, mejor o peor, sus prejuicios y envejecimiento en medio de pequeñas y grandes catástrofes.


Es un pasaje del primer capítulo del espléndido Viaje en autobús de Josep Pla que, casi ochenta años después de su aparición en 1942, publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Xavier Pla, que recuerda en su introducción -‘Lo que queda latente’- la muy favorable acogida de la obra, compuesta a partir de los artículos que Pla había ido publicando en la revista Destino en 1941 y los primeros meses de 1942, aunque en la construcción del libro en su forma definitiva en 1948 hay un proceso de reelaboración de esos textos y de incorporación de inéditos hasta 1947. No se trata, pues, de una mera recopilación, sino de “una operación de gran calado literario”, como destaca Xavier Pla, que inserta el libro en una peculiar poética del viaje, porque -afirma- “el viaje de Pla, los libros de viaje de Pla, tienen su propia poética”, que se levanta como “una construcción mental y literaria.”


La mirada hacia el paisaje y el oído hacia las conversaciones se conjugan en estas páginas que evocan unos recorridos espacialmente menores, casi domésticos, un itinerario comarcal de cien kilómetros de viajes en autobús por la costa catalana entre viajeros y viajantes a lo largo de las cuatro estaciones del año, desde el invierno hasta el otoño.


Un viaje nada exótico que supone una afirmación de ese provincianismo voluntario, conscientemente cultivado por Pla, aquel payés del Ampurdán que escribía en el prólogo, que tituló Cuatro palabras:


Lo esencial para aprovechar un viaje es tomarlo como finalidad misma. Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable.Viajar sin tener un objeto concreto es una auténtica maravilla. 

[...]

En mis libros no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro. Confieso sentir, por otra parte, poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados. Desde el punto de vista de la sensibilidad, me daría por satisfecho plenamente si pudiera llegar a ser un hombre europeo. He sido siempre aficionado a la matelote de anguilas, a la becada en canapé y a la perdiz mediterránea.

[...]

Aquí está el fruto de mis recientes, insignificantes vagabundajes. Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo.


En el Viaje en autobús está el mejor Pla, el que observa y escucha y con la agilidad de su prosa transparente y fluida escribe del paisaje y los paisanos, de los cafés y las estaciones, de las fondas y los mercados, de la lectura o el amor, de la educación y el estraperlo, del clima y la comida, en el tono menor adecuado a la expresión de lo cotidiano y traza una desoladora crónica intrahistórica de la primera posguerra en Cataluña, como él mismo señalaba en el prólogo a la tercera edición ampliada de 1948, en la que naturalmente se basa esta edición: “algunos críticos afirmaron, a modo de exégesis, que su autor pretendía escribir un documental de la época, dar una imagen de los años que estamos pasando. Esa, en efecto, fue la pretensión y la justificación -quizá hipotética- de su tiraje. En la presente edición, esa característica está todavía, creo yo, más acusada.”


Un libro que significaba la madurez de su autor y una confirmación de sus acreditadas virtudes literarias: el límpido castellano casi oral de su “estilo a media voz”, como lo  definió Dionisio Ridruejo, la naturalidad y la ironía, la mirada al paisaje o la capacidad para la sugerencia y el matiz descriptivo, la suma de observación y reflexión, de lirismo y sarcasmo, de impresiones y digresiones, de humor y una melancolía casi proustiana, o un sentimiento de desengaño como el que remata el último texto del libro: Epílogo, perplejidad:


Hay razones, me parece, para quedar perplejo. El mundo de hoy es un mundo dominado por la perplejidad. Sin embargo, algo se ha ganado. Las ilusiones se han desvanecido. En muchos aspectos de la vida, la eliminación de las ilusiones es saludable y positiva. Las ilusiones hay que reservarlas para aliñar las pasiones del amor y humanizar la ironía, para hablar con los amigos, para simplificar la vida.


Con estas palabras concluye Xavier Pla su estudio introductorio sobre este “artefacto literario mucho más complejo y sofisticado de lo que pueda parecer en una primera lectura”: “Es quizás  en este mundo detenido, el del tiempo sin duelo, también el de la perplejidad moral provocada por la desconfianza ante el progreso, donde mejor se hace evidente la capacidad literaria de Josep Pla  para producir efectos de presencia. Y es quizás en Viaje en autobús, uno de sus mejores libros, donde el lector de hoy puede encontrar el retrato moral más completo de los estragos que tres años de guerra y otras tantas décadas de implacable dictadura infligieron en las vidas de la gente corriente en pleno corazón del siglo veinte.”


Cierran la edición, además de un índice onomástico que resume el amplio universo intelectual de Pla, tres apéndices que reproducen los dos primeros artículos de Destino, dos textos suprimidos de la primera edición y una curiosa autoentrevista de Josep Pla, que firmó en la misma revista el 29 de agosto de 1942 con el seudónimo J. Méndez-Bohigas: “Una interviú frustrada con el autor de Viaje en autobús”, donde dice:


-Pero, ¿qué quiere usted que le diga? Hubiera podido hablarle del libro cuando lo escribía, sudando toda clase de cosas, este invierno, en esta misma mesa. Pero, ahora, los que deben hablar son los lectores. El otro día oí decir a un señor, en el tren, que el libro le había hecho pasar un buen rato y que se había reído mucho. A esto contestó otro caballero, con un aire que me pareció disgustado y displicente, que el libro se vendía muy bien. A mí, esto me basta, porque lo que más me sorprende es que se vendan libros. El empeño que tiene la gente en que yo vaya escribiendo me parece un fenómeno extrañísimo. Esto durará lo que dure. Ya lo veremos. Mis ilusiones, en este punto son templos de antes e inciertas.

[...]

-Si algo desearía ser en el mundo, sería eso: el ciudadano más cosmopolita del Condado de Ampurias. Nada más, pero tampoco nada menos. Ilusiones que uno se hace, ¿comprende?

 Santos Domínguez

01 octubre 2021

Martínez Mesanza. Jinetes de luz en la hora oscura


Julio Martínez Mesanza.
Jinetes de luz en la hora oscura.
Antología.
Edición de Alfredo Rodríguez.
Ars Poetica. Oviedo, 2021.
 
 
SAN LUIS
                                                           A Violeta

Hay algo noble en todas las espadas.
Hay algo noble en todos los jinetes.
Y espadas nobles hay en manos regias,
y audaces horas y monarcas santos
que cabalgan enfermos, poseídos
por una gracia que el temor destruye.
Ellos nunca quisieron ser los dioses
pues Dios era su sueño y su vigilia.
Hay espadas que empuña el entusiasmo
y jinetes de luz en la hora oscura.


De ese poema, de Europa en su edición de 1986, toma su título la amplia antología de la poesía de Julio Martínez Mesanza que publica Ars Poetica.

La ha preparado Alfredo Rodríguez, que en su estupendo prólogo ‘El mito del alma’ destaca que “el fundamento último que sostiene la poesía de Mesanza es moral. Moral, no moralista. El poeta defiende la naturaleza de la poesía como realidad moral. Estaríamos hablando de esa experiencia que nos obliga a distinguir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, y cuya elección deja un poso profundo en el alma. Esa dimensión moral de su obra se aprecia, además, en la celebración de virtudes como el heroísmo, el coraje, la lealtad, la nobleza, que hacen su aparición entre jinetes, duelos, caballos y campos de batalla. Como lectores, sentimos que de alguna manera pertenecemos a ese lugar. Nunca hemos podido escapar del todo de los mitos y ritos del alma, de los sueños de la Cultura, de las construcciones mentales anteriores a nuestra modernidad actual.”

Ese mundo moral estaba ya bien delimitado en 1983, cuando publica la primera edición de Europa, punto de partida de un ciclo poético creciente que tendría sucesivas ediciones ampliadas en 1986, 1988 y 1990. A aquella primera entrega pertenece este poema, uno de los más conocidos de Martínez Mesanza:

También mueren caballos en combate
y lo hacen lentamente, pues reciben
flechazos imprecisos. Se desangran
con un noble y callado sufrimiento.
De sus ojos inmóviles se adueña
una distante y superior mirada,
y sus oídos sufren la agonía
furiosa y desmedida de los hombres.


Esa música rotunda del endecasílabo blanco encauza el mundo moral y la tonalidad poética de un libro que en su tercera edición, de 1988, añadía poemas como este:

VÍCTIMA Y VERDUGO

Soy el que cae en el primer asalto
entre el agua y la arena en Normandía.
Soy el que elige un hombre y le dispara.
Mi caballo ha pisado en el saqueo
el rostro inexpresivo de un anciano.
Soy quien mantiene en alto el crucifijo
frente a la carga de los invasores.
Soy el perro y la mano que lo lleva.
Soy Egisto y Orestes y las Furias.
Soy el que se echa al suelo y me suplica.


Jinetes de luz en la hora oscura resume cuarenta años de escritura poética que, entre Europa y el reciente Gloria, han ido matizando la voz inconfundible de un poeta dueño de un mundo personal potente que ha ido creciendo con libros como Las trincheras o Entre el muro y el foso.

Entre los poemas paganos de Europa y los cristianos de Las trincheras, de los poemas amorosos de Entre el muro y el foso al cántico de los dones de Gloria, Martínez Mesanza ha construido un mundo poético que con la música solemne de sus endecasílabos blancos cincela bajorrelieves en los que evoca ciudades y desiertos, pérdidas y esperanzas, torres caídas y caballos muertos en medio del humo de las batallas.

Con un tono oscilante entre lo lírico y lo épico, lo epigramático y lo narrativo, conviven en esta poesía la reflexión moral y la emoción de un yo que se ha ido erigiendo para meditar sobre el hombre y la historia. Ese era el centro, el núcleo de sentido del poema que cerraba Las trincheras, un libro en el que la esperanza se proyecta sobre un mundo sombrío que toma la forma de una lluvia oscura sobre los laberintos que van hacia la nada del desierto:

Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:
esas torres que alcé y ese desierto
que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron
y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.
Y los amigos no vendrán tampoco,
igual que yo no iré a ninguna parte:
han quedado atrapados en sus reinos,
perplejos como yo, sin esperanza,
y miran las desmoronadas torres
que fueron su pasión y su defensa,
y el desierto es el dueño de sus almas.


Entre el muro y el foso, su tercer libro de poemas, se encomendaba a una cita del trovador Gui de Cavaillon, en la que aludía a una guardia nocturna y solitaria en ese espacio estrecho que hay entre un muro y un foso. Y así comenzaba también uno de los textos más representativos del libro:

Entre el muro y el foso, largas noches.
Negras noches de guardia junto a nadie.
El muro, la ansiedad y el negro foso
que no puedo mirar y el cielo negro
igual que un infinito precipicio.
Entre el muro y el foso, dentro o fuera
de la ciudad cercana y pavorosa;
así paso la noche de mi vida,
mientras consume la inacción los dones.


Un libro serio, seco y grave, ocupado por las torres caídas y los laberintos, el desierto y los puentes derribados, las noches y las rosas mortales, con una oscura tonalidad reflexiva en la que se conjuran lo moral y lo épico para construir una poesía sin preguntas, como toda la de su autor, una poesía elegiaca y un lamento del tiempo, como en el escueto La rosa en la urna:

La rosa en la urna, ajena a ruido y furia,
es la rosa feliz, la rosa muerta.


Un tono bien distinto del que aparece en San Esteban, uno de los poemas de Gloria, un libro intimista y religioso de 2016 que mereció el Nacional de Poesía el año siguiente por aportar, según el jurado, “un aire nuevo a la tradición clásica, avanzando en profundidad en esta nueva entrega poética, plena de belleza formal y sentido de la rebeldía ante el pensamiento único vigente”:

Para decirte que la gloria existe
y es ausencia de orgullo en la hermosura
y más ausencia siempre que presencia,
porque siempre conduce a la extrañeza,
se alza la torre frente al mundo frío.


“Alguien dijo -escribe acertadamente Alfredo Rodríguez- que en la historia de la mayoría de los lectores de poesía hay un número limitado de poetas que realmente han contado. Como si cada lector tuviera asignado un cupo de poetas que las circunstancias de la vida irán llenando con un poeta u otro. Y estos son los poetas a los que uno vuelve, los poetas en los que uno va profundizando con los años, los que le acompañan durante toda la vida. Mesanza es uno de ellos para mí. Además es un poeta que nunca tiene prisa por publicar, que casi publica un libro cada década. Sabe que el arte es incompatible con la prisa, y que la belleza es lentitud, como quería Ezra Pound. Si la poesía es exprimir todas sus posibilidades al lenguaje para que surja una verdad, Mesanza tiene muy claro cuál es su verdad: que la poesía es uno de los pocos dones del espíritu que le quedan al hombre contemporáneo. Y lo más parecido a la plenitud del bien lo hallamos en el acto de crearla. Es un don de Dios, como el estado de gracia. Pues bien, esa verdad suya, la que está en sus mejores poemas, es una verdad que duele -el poeta es consciente de ello-, que te «toca» o no y, si lo hace, es para siempre. Y no sabes explicar bien por qué. Y es que los grandes poetas, los más grandes, se nos imponen más allá de la razón.”

Santos Domínguez

29 septiembre 2021

Oscar Wilde. Las leyes de la belleza

 

 Oscar Wilde.

Las leyes de la belleza. 

Tres conferencias sobre moda y arte.

Prólogo de Carlos Primo.

Traducción de Alberto Gómez y Carlos Primo.

Carpe Noctem. Madrid, 2021.

 

“Los textos que integran este volumen son una buena muestra de la forma en que Wilde entendía la estética: como una religión y también como una forma de ganarse la vida. Son tres artículos nacidos como conferencias que Wilde escribió al regreso de su fastuosa aventura norteamericana, un tour organizado para mostrar a los estadounidenses, como si de una atracción circense se tratase, el más logrado ejemplo de Homo Aestheticus que había generado la lejana, sofisticada e historiadamente perversa madre patria”, afirma Carlos Primo en el prólogo de Las leyes de la belleza. Tres conferencias sobre moda y arte de Oscar Wilde con las que Carpe Noctem le da un nuevo impulso a su colección de bolsillo mini.

Traducidos por Alberto Gómez y Carlos Primo, el breve volumen recoge tres textos: la Conferencia a unos estudiantes de arte de la Royal Academy el 30 de junio de 1883, en la que Wilde resumió su noción de belleza y sus postulados estéticos:

El arte no debe tener ningún sentimiento por encima de sí mismo, salvo el de su belleza; ninguna técnica, excepto la que no se puede contemplar. Uno no debería poder decir de un cuadro que está “bien pintado”, sino que “no está pintado”.

Expuso allí su defensa de la intemporalidad y la universalidad de lo clásico:

En cuanto a la fecha de nacimiento del artista, toda buena obra parece perfectamente moderna: una pieza de escultura griega, un retrato de Velázquez siempre son modernos, siempre son de nuestro tiempo. Y, en cuanto a la nacionalidad del artista, el arte no es nacional, sino universal.

Y dejó muestras de su gusto por la paradoja:

Ningún objeto es tan feo que, bajo ciertas condiciones de luz y sombra, o de proximidad a otras cosas, no resulte bello. Ningún objeto es tan bello que, bajo ciertas condiciones, no resulte feo. Creo que al menos una vez cada veinticuatro horas lo bello resulta feo y lo feo resulta hermoso.

La filosofía del vestido, un artículo que se dio por perdido y que ha sido rescatado hace poco tiempo, apareció en un periódico neoyorquino el 19 de abril de 1885. Es el texto de una conferencia sobre la vestimenta de hombres y mujeres en relación con el gusto artístico.

Arranca, otra vez, de una paradoja (“El vestido en sí mismo es algo absolutamente sin importancia para mí”) y de una concepción meramente instrumental de la indumentaria (“Yo sostengo que el vestido está hecho para servir a la humanidad”) para hacer esta declaración previa a una serie de consideraciones sobre las líneas, los colores, los cortes o los motivos decorativos de los tejidos:

Y sostengo que el primer canon del arte es que la Belleza es siempre orgánica, y procede del interior, y no del exterior, que la Belleza procede de la perfección de su propio ser y no de ninguna belleza añadida. Y que, en consecuencia, la belleza de un vestido depende total y absolutamente de la hermosura que protege y de la libertad y el movimiento que no obstaculiza.

Con ese punto de partida, Wilde hace en este texto una reivindicación de la elegancia opuesta a la moda pasajera, porque “la moda se basa en la locura. El arte se basa en la ley. La moda es efímera. El arte es eterno.”

Impresiones de América, la transcripción de una conferencia que leyó en distintos lugares de Inglaterra a su vuelta de Norteamérica en 1883, es una muestra de la agudeza irónica con la que Wilde resumió su mirada sobre los estadounidenses en frases como estas:

Lo primero que me sorprendió al aterrizar en América fue que si los estadounidenses no son la gente que mejor viste en el mundo, sí son los que visten más cómodamente
 
América es el país más ruidoso que haya existido jamás. Uno se despierta por la mañana, no por el canto del ruiseñor, sino por el silbido del vapor.

Cuando los estadounidenses han intentado producir belleza, han fracasado.

La mortalidad entre los pianistas de la zona es formidable. Cuando me invitaron a cenar acepté y tuve que descender a una mina subido a un vagón en el que era imposible tener estilo. Ya en el corazón de la montaña cené con ellos. El primer plato fue whisky, el segundo whisky y el tercero whisky.

Los españoles y los franceses han dejado sus huellas en la belleza de los nombres.

En América uno aprende que la pobreza no es inseparable de la civilización.


Brilla en las tres conferencias la inteligencia aguda de Wilde, la capacidad para el ingenio y la ironía de quien defiende en ellas una concepción artística clásica, alejada de las modas efímeras y del artificio.

Tres conferencias que, como señala Carlos Primo, son una muestra de aquella “inopinada apoteosis norteamericana en la que el genio quiso evangelizar en los contemplativos a la menos contemplativa de las naciones. Por fortuna, hay fracasos más bellos que muchos triunfos.” 
 
Santos Domínguez

 

27 septiembre 2021

Flaubert. El hilo del collar: Correspondencia

  

 

Gustave Flaubert.

El hilo del collar: Correspondencia.

Selección y edición de 

Antonio Álvarez de la Rosa. 

Alianza Editorial. Madrid, 2021.

 

“Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo”, escribía Gustave Flaubert en una carta del 31 de enero de 1852 a su amante Louise Colet cuando iba a empezar a escribir Madame Bovary

 

De esa afirmación del plan de trabajo y de la importancia del diseño de la novela toma su título El hilo del collar: Correspondencia, la magnífica antología de la correspondencia de Flaubert que publica Alianza Editorial con selección y edición de Antonio Álvarez de la Rosa. 

 

Una amplia recopilación de casi setecientas páginas que reúne unas trescientas cincuenta cartas -menos de la décima parte de las cuatro mil quinientas que se conservan del novelista-, que constituyen la antología más extensa y significativa que se ha publicado en español de la correspondencia de Flaubert, cuando se cumple el bicentenario de su nacimiento en 1821.

 

“Nació hace doscientos años -señala Álvarez de la Rosa en su texto introductorio -y su vida y obra participaron de la tarea titánica que consiste en condensar la historia del siglo XIX en el recipiente de la literatura. Escuchó desde la atalaya -en su caso, desde una torre de marfil- el estrépito ideológico que produjo, durante todo un siglo, el choque social y político enmarcado, como afirma Michel Winock, «en el gran siglo de la transición democrática en Francia», desde la batalla de Waterloo hasta la Primera Guerra Mundial, etapa en que la historia cambió la velocidad del caballo por la de la aviación.”

 

Organizadas en nueve apartados cronológicos entre 1833 y 1880, el año de la muerte de Flaubert, cada una de las secciones va precedida de una introducción que permite situar las cartas en el contexto biográfico y creativo de uno de los novelistas fundamentales del siglo XIX, en un espléndido esbozo de biografía en nueve capítulos.

 

Y además, una breve presentación permite vincular cada una de las cartas con las circunstancias personales y literarias en las que Flaubert las redacta, con el destinatario al que se dirigen y con otras personas aludidas en ellas, un conjunto amplio que se resume en el útil índice onomástico que remata el volumen.

 

Louise Colet, Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, Maupassant, George Sand o Turguénev son los principales corresponsales de estas cartas en las que Flaubert expuso, entre la lucidez y la autocrítica, su teoría de la novela y su práctica literaria o su desánimo con la sociedad, como en esta carta del 28 de octubre de 1872 donde le dice a George Sand:

 

No, no creo en “la felicidad posible”, sino en la tranquilidad. Por eso me aparto de lo que me irrita. Soy insociable. De ahí que huya de la sociedad. Así me encuentro bien. [...] No obstante, no me tengo por un monstruo de egoísmo. Mi yo se disemina de tal manera en los libros que durante días enteros no lo siento.

 

En La orgía perpetua. Flaubert y «Madame Bovary», Vargas Llosa afirmaba que estas cartas “muestran mejor que nada la humanidad de su genio, cómo su talento fue una lenta conquista, cómo, en la tarea de la creación, el hombre está enteramente librado a sí mismo, para mal (nadie vendrá a dictarle al oído el adjetivo adecuado, el adverbio feliz), pero asimismo para bien, porque, si es capaz de emular la paciencia y el empeño que revelan esas cartas, si es capaz de «disecarse en vivo» como Flaubert, conseguirá también, como aquel provinciano vociferante y solterón, escribir algo durable.”

 

Flaubert habló incansablemente en ellas de su vocación y su dedicación a la literatura y, junto con sus reflexiones técnicas, sus ideas sobre la vida o sus juicios sobre las personas, resumió su método de trabajo y sus dudas, el diario de escritura de Madame Bovary y los problemas judiciales que le ocasionó su publicación.

 

Una edición admirable y muy elaborada que acerca al lector al mundo de Flaubert, porque -explica Antonio Álvarez de la Rosa en el prefacio- “El hilo del collar trata de ser una invitación a reconocer entre sus páginas el conjunto de reflexiones que, incluso sin saberlo, llevamos en la mochila de nuestro tiempo, un repertorio de pensamientos y de observaciones que pueden servir para conocer(nos) mejor.”

 

Santos Domínguez 

 

 

24 septiembre 2021

Else Lasker-Schüler. Un viejo tapiz tibetano

Else Lasker-Schüler.
Un viejo tapiz tibetano
(y otros poemas de amor).

Prólogo y traducción del alemán
de Jenaro Talens.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021

“Quiero no tener límites, / regresar hacia mí”, escribe Else Lasker-Schüler en 'Huir del mundo', el poema que abre la antología bilingüe de su obra poética de temática amorosa que publica Galaxia Gutenberg con prólogo y traducción del alemán de Jenaro Talens.

Else Lasker-Schüler, que nació en Alemania en 1869 y murió en 1945 en Jerusalén, fue amiga de Gottfried Benn, que la tuvo por la poeta más importante de Alemania, y de Georg Trakl del que dice en uno de estos poemas:

Georg Trakl sucumbió a la guerra por su propia mano.
Siempre estaba tan solo en este mundo. Yo lo amé.

 Precursora de la vanguardia expresionista en lengua alemana, de ella dice Jenaro Talens en el prólogo de esta edición que “su obra ha sobrevivido a los avatares que acompañaron su convulsa existencia, dando testimonio de una voz única y profundamente original, considerada como una de las figuras fundamentales del movimiento expresionista.”

Para titular la selección de estos poemas escritos entre 1902 y 1943 se ha elegido este de 1910, Un viejo tapiz tibetano:

Tu alma, que ama a la mía,
se entreteje con ella en un tapiz del Tíbet.

De haz en haz, con colores de amor,
un cortejo de estrellas a lo largo del cielo.

Descansan nuestros pies en el tesoro
de una malla de mil y mil anchuras.

Dulce hijo del Gran Lama en el trono de almizcle,
¿durante cuánto tiempo tu boca besará la mía
y mejilla contra mejilla hará un tejido multicolor de horas?

Un conjunto de treinta y dos poemas compuestos en una trayectoria de más de cuarenta años y en los que proyecta su aguda sensibilidad y su imaginación visionaria para hacer una transfiguración poética de la experiencia amorosa sobre el telón de fondo del deseo, la noche y el sueño, del tiempo y de la muerte.

Así en esta elegía de 1917 dirigida a Senna Hoy -seudónimo del escritor anarquista alemán Johannes Holzmann-, que termina con estos versos:

Ya no tengo miedo
de morir.

 He florecido sobre tu tumba
junto a los brotes de la enredadera.

Tus labios siempre me llamaron
y ahora mi nombre no conoce el camino de vuelta.

Cada paletada de tierra, al ocultarte,
también caía sobre mí.

Por eso siempre está la noche en mí
y las estrellas ya al atardecer.

Incomprensible para los amigos,
me he convertido en una extraña.

Pero estás a la puerta de la ciudad silenciosa
y allí me esperarás, gran ángel.

Santos Domínguez