05 junio 2019

Feria del libro. Ensayo



Eloy Tizón. 
Herido leve.
Treinta años de memoria lectora.
Páginas de Espuma. Madrid, 2019.

“Durante el tiempo que duraba la lectura, desaparecían tus inseguridades, temores, fantasmas, traumas y complejos. ¿Cómo decirlo? Leer te graduaba la vista mejor que las gafas. Mientras leías, dejabas de estar ciego. La vida relatada te parecía preferible a la vida sin relatar, como el reflejo de un castillo duplicado en el lago es a veces superior al castillo real. Descubriste que la literatura era un cataclismo llevadero. Y estaba siempre a mano. Gracias a ella pasaste de ser un herido grave a ser un herido leve”, escribe Eloy Tizón en el capítulo inicial de Herido leve, el volumen que publica Páginas de Espuma y en el que reúne, como explica el subtítulo, treinta años de memoria lectora.

“Libros, libros, más libros -añade Tizón -. Diamante corta diamante. Ahí empezó una nueva sacudida que lo trastocaría todo, que lo despeinaría todo, que pondría tu vida patas arriba, hasta hoy: la literatura en el centro y todo lo demás orbitando a su alrededor.”

Hay en estas páginas, además de una incursión en las claves formativas del lector que incorpora la literatura a la vida, “una meditación sobre el sentido del tiempo y la memoria lectora, tanto individual como colectiva, afectadas por todo tipo de vaivenes, tensiones y caprichos, con conclusiones a veces exaltantes y a veces melancólicas. De todo hay.”

Porque “los libros se acaban, pero no se agotan. La narrativa es, como el bosque de Macbeth, una materia sumamente movediza. Cambia de suelo. No permanece estable durante mucho tiempo.”

Herido leve tiene su origen en antiguas colaboraciones de Eloy Tizón en prensa, sometidas ahora a un proceso de cribado y reelaboración antes de integrarse en este volumen. Organizados en una estructura vertebral que las agrupa en ocho series, ocho constelaciones temáticas (los deslumbramientos del lector adolescente, la familia, el viaje, la narrativa rusa, la narrativa en lengua española...) que conectan unos libros con otros, el resultado es un centenar largo de capítulos, entre los que se incorporan algunos inéditos, aunque, como señala Eloy Tizón, “la mayoría de estos ensayos, me parece, sonarán nuevos a los oídos lectores. En su forma actual, pueden considerarse inéditos.” 

Desde la evocación de la lectura epifánica de Cien años de soledad a los dieciséis años, durante un verano en la sierra de Madrid, todo es aquí deslumbramiento y elogio de la literatura y la ficción, porque “todos somos ficciones. Lo que nos constituye como seres humanos es, básicamente, un relat. [...] Somos relatos en medio de otros relatos. Nos relacionamos con historias y por medio de historias.”

Y así se suceden en estas páginas el magisterio de Juan Eduardo Zúñiga y las miniaturas precursoras de Felisberto Hernández, la imagen de un Kafka que escribía “para detener el llanto”; otra evocación estacional: la de un invierno releyendo a Onetti hasta confundirse entre sus personajes; el latido mágico del tiempo y de la vida en los cuentos de Nabokov; la condición adolescente de Rayuela y su libertad indecisa; El arte de la ficción de David Lodge,”un libro cordial y seductor”; el sacerdocio literario de Flaubert, que “escribió en contra de sí mismo”; el elogio del detalle individual en Schwob; los paralelismos entre La montaña mágica y El desierto de los tártaros, Esperando a Godot y los personajes de los cuadros de Hopper; las portadas de Daniel Gil para Alianza Editorial y la literatura oriental de Murasaki Shikibu, Mishima o Kazuo Ishiguro; la mirada transeúnte de Alfred Döblin; la combinación de método y locura en El escarabajo de oro de Poe; el Quijote que es a la vez “la primera novela moderna” y “la novela que cancela por anticipado todas las demás novelas”; la metamorfosis del cuento actual o los corredores secretos que comunican ficción y realidad en la narrativa de Monterroso...

A partir de autores como esos, Tizón señala que “los grandes creadores obran en nosotros, parafraseando la hermosa expresión del poeta Paul Celan, un cambio de aliento. Una respiración nueva. Llamamos leer a esa modificación.”




Juliana González-Rivera.
La invención del viaje.
Alianza Editorial. Madrid, 2019.

Como una historia de los relatos que cuentan el mundo resume Juliana González-Rivera en el subtítulo el contenido de su espléndido libro La invención del viaje, que publica Alianza Editorial.

Un libro sobre la escritura del viaje, sobre el que escribe en su introducción que “quienes cuentan el mundo son los viajeros. Ellos han escrito el mapa de las cosmovisiones de todas las épocas, sus relatos han hecho imaginar desiertos, mundos helados, imperios y tierras prometidas.”

Viajes en los que “no hay regreso, no hay llegada. Viaja sólo quien sabe irse”, como escribió en un verso de Historia de las despedidas Pedro Sorela. Porque, como se lee en otro verso del Cuaderno de Abul Qasim, “el viaje verdadero consiste en no volver.”

Un recorrido por la escritura del viaje como universo, como “metáfora de la vida, de la muerte, del conocimiento, de la escritura”, porque “el viaje es una idea” a la que “cada civilización le ha dado una definición.” 

Y es que el viaje lo impulsa la curiosidad y lo alimenta la imaginación y en todas las épocas y culturas el viaje se plantea como búsqueda y el camino como aprendizaje, pese a que, como señaló Pascal, todas las desgracias del mundo proceden de la incapacidad del hombre para permanecer en su habitación.

Estas páginas trazan una historia del viaje y de su relato y son un acercamiento a la escritura del movimiento porque “no existe la escritura inmóvil”. Y porque “todo relato es un viaje” hay una intensa relación entre escritura y viaje desde la antigüedad, desde el Poema de Gilgamesh a la Odisea y la Eneida o a viajeros medievales como Marco Polo, tan decisivo en la inspiración de los viajes colombinos y en los cronistas de Indias hasta el viaje moderno, convertido en ejercicio intelectual desde el Renacimiento con precursores como Petrarca que trazó una frontera cultural con su ascenso al Mont Ventoux.

Y desde el Renacimiento de Montaigne a la Ilustración de Voltaire, Swift y Defoe, del viaje como conocimiento de Goethe y Humboldt al viaje sentimental del Romanticismo de Byron, al viaje refinado de Stendhal y a las sociedades geográficas que responden a la llamada de África y dan lugar a exploradores como Richard Burton y Livingstone.

Completan el panorama novelistas viajeros como Jack London, Stevenson y Joseph Conrad y viajeros inmóviles en el viaje contemporáneo, en el que “el hombre es el héroe, un viajero, un ser simbólico que sólo se puede explicar mediante la palabra, la narración. Y el viaje nunca dejará de ser la gran metáfora, la alegoría poderosa que favorece nuestra mutua comprensión.”

En un momento en el que el género puede parecer exhausto, la autora sin embargo lo reivindica con estas palabras:

“El relato de viajes no ha muerto pero si agoniza hay que reinventarlo, resucitarlo, seguir buscando la última frontera como el personaje del cuento de Dino Buzzati, porque cada época necesita sus viajeros y la nuestra no es la excepción. Es urgente que reaprendeamos a viajar, a ver. Para, otra vez en la ruta, con el saber que sólo ella provee, podamos escribir la historia de nuestro tiempo y reinventar el mundo de una forma más fidedigna que la de los espejos.”




Martin Buber.
Confesiones extáticas.
Traducción de José Rafael Hernández Arias.
Hermida Editores. Madrid, 2019.

Con traducción de José Rafael Hernández Arias, Hermida Editores publica la primera edición en español de las Confesiones extáticas, de Martin Buber (1878 –1965), un recorrido por los textos que reflejan el éxtasis místico en las distintas tradiciones, de la oriental a la occidental, del sufismo al hinduismo o al cristianismo.

La experiencia del éxtasis se encuentra con las limitaciones expresivas propias de lo inefable, de la difícil y limitada traducción en palabras de una vivencia irracional y emocional.

Se trata de la casi imposible tarea de hacer, si no inteligible sí al menos comunicable, una experiencia visionaria, lo que ha otorgado tradicionalmente a los textos místicos unos valores poéticos que los hacen particularmente ricos. Con el símbolo y la metáfora como bases de su lenguaje, el texto que reconstruye la experiencia mística con la voluntad de expresar lo inexpresable.

Por eso en estos textos “la fuerza de la experiencia, el querer decir lo indecible, la voz humana han creado una unidad memorable”, porque “aquello que se experimenta en el éxtasis es la unidad del yo.”

Es en ese momento cuando el místico choca con los límites del lenguaje racional para dar cuenta de una experiencia visionaria que no es conocimiento, sino vivencia que se traduce en imágenes, sueños y visiones.

Y es que el místico -escribe Buber- “dice las formas y los sonidos y advierte que no dice la vivencia, no el fundamento, no la unidad, y quisiera detenerse y no puede, y siente lo indecible como una puerta con siete cerrojos que él manipula sabiendo que no va a abrirse, pero no puede dejarlo. Pues la Palabra arde en su interior. El éxtasis ha muerto, asesinado a tradición por el tiempo, que no quiere que se burlen de él; pero, muriendo, ha arrojado la palabra en él, y la palabra arde en su interior. Y él habla, habla, no puede callar, le impulsa la llama en la palabra, él sabe que no la puede decir y, no obstante, lo intenta, una y otra vez, hasta que su alma queda mortalmente extenuada y la palabra le abandona.”

Y para dar testimonio de esa experiencia desgarrada, de esa separación entre el lenguaje y la vivencia, Buber propone un amplio recorrido por una significativa cantidad de autores que desde la tradición oriental a la occidental, del hinduismo al misticismo cristiano, del Mahabarata al sufismo, de Plotino a Lao-Tsé o de Hildegard a Santa Teresa completa una antología de textos místicos en los que “la voluntad de decir del extático no es meramente impotencia y balbuceo: también es poder y melodía.”



Owen Barfield.
El arpa y la cámara.
Traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Atalanta. Gerona, 2019.


Del segundo de los seis ensayos breves de Owen Barfield (1898-1997) que contiene el volumen toma su título El arpa y la cámara, que publica Atalanta con traducción de María Tabuyo y Agustín López.

Este ensayo tiene su origen en una conferencia que Barfield pronunció en el Wheaton College de Illinois y en ese texto se unen dos ingenios de Athanasius Kircher, un jesuita alemán del XVII: el arpa de viento y la cámara oscura, que se convierten aquí en emblemas del pensamiento romántico y del hombre posrenacentista respectivamente y que son también -explica Barfield- “tipificaciones del proceso de la percepción” del mundo convertido en experiencia propia.

Es el aire de la inspiración y la luz como base de la imagen y de la imaginación, uno de los ejes de interés de este ensayo que aborda también los procesos metafóricos que conectan la palabra con la realidad y el pensamiento.

Barfield presenta “la historia de la mente occidental como una especie de guerra entre el arpa y la cámara” en la que finalmente se ha impuesto esta última, porque -afirma- “vivimos en la civilización de la cámara.”

“Entre todos los signos amenazantes que nos rodean a mediados del siglo XX tal vez lo que genera mayor desasosiego en las personas reflexivas sea la creciente y difundida sensación de una ausencia de sentido” como resultado de la crisis del positivismo y el materialismo tras la revelación de sus limitaciones y el alejamiento de la naturaleza.

Y para redescubrir el sentido de la vida, Barfield reivindica la metáfora y el símbolo, el sueño y el mito como manifestaciones de la conciencia extraordinaria del inconsciente o la relación especial que establece la imaginación con la materia y el espíritu para tender puentes que salven el vacío que existe entre los dos, porque “vivimos en ese hueco, en esa brecha abierta entre la materia y el espíritu; existimos en virtud de ello como espíritus individuales autónomos y autoconscientes, como seres libres.”

En la raíz de estos seis ensayos hay una reivindicación del espíritu, que “no es lo que podemos percibir, sino lo que somos; y la experiencia del espíritu no depende de lo que vemos, sino de la manera en que miramos.”

 
Georg Simmel.
Goethe.
Traducción de José Rovira Armengol.
Renacimiento. Sevilla, 2019.

“No es intención de esta obra hacer una biografía, ni tampoco dar una interpretación y valoración de la creación poética de Goethe. No, mi pregunta dice: ¿cuál es el sentido espiritual de la propia existencia de Goethe? Entiendo por sentido espiritual las relaciones del modo de existencia de Goethe y sus manifestaciones frente a las grandes categorías de arte e intelecto, práctica y metafísica, naturaleza y alma, y los desarrollos que gracias a él experimentaron esas categorías”, explica Georg Simmel en el prefacio de su Goethe, que publica Renacimiento con traducción de José Rovira Armengol.

Completado con el apéndice ‘Kant y Goethe para la historia de la concepción moderna del mundo’, este ensayo -que se publicó originalmente en 1913 y no se había editado hasta ahora en España- aborda algunos elementos fundamentales relativos a Goethe y a su relación entre vida y creación, a su búsqueda de la verdad o a su afán de comprensión del funcionamiento del mundo.

Con el rigor y la solidez intelectual de Simmel para indagar en la personalidad espiritual y en la concepción de la vida de Goethe, “que siempre calificó de gran confesión todo cuanto él creó”, el ensayo aborda los conceptos goethianos de verdad, belleza y conocimiento, arte o naturaleza, esenciales en la interpretación del mundo. Una interpretación que se produce en el lugar donde se cruzan la subjetividad y la objetividad para reunir obra y vida interior en la intersección de ideas y biografía y en la objetivación de la existencia individual.

No se trata de una biografía convencional, sino de un ensayo hondo y riguroso, de un ejercicio de aproximación al mundo intelectual de Goethe, porque lo que pretende Simmel es “proyectar sobre el plano del pensamiento de significación intemporal la vida de Goethe, ese afán incesante de autodesarrollo y productividad, para lo cual es obvio que importa prolongar por todas partes las líneas más allá de los límites de su propia pensamiento y creación, puesto que solo así será posible aquilatar su significación en tipo y amplitud.”



Rafael Sánchez Ferlosio.
Glosas castellanas y otros ensayos (diversiones).
Universidad de Alcalá. Fondo de Cultura Económica.
Madrid, 2005.

Glosas castellanas, El castellano y la Constitución, Barroco y Lenguajes son los cuatro ensayos ferlosianos en torno a la lengua que el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá reunieron en el volumen Glosas castellanas y otros ensayos en la Biblioteca Premios Cervantes.

El primero, Glosas castellanas, es una de las obras de las que Ferlosio decía sentirse más satisfecho. Tiene como origen la réplica a un artículo de Lázaro Carreter y entre la gramática y la narratología y con la Teoría del lenguaje de Bühler al fondo, proyecta en estas Glosas la pasión gramatical del autor en torno a tres centros de interés: el verbo traspunte, los adverbiales tristes y los compuestos nominales de verbo+complemento directo.

Los verbos blancos, la unidad textual, la deixis en fantasma, la anáfora y la analogía, la metonimia o los topónimos son objeto del genio analítico de Ferlosio, de su capacidad de observación, de relación y de reflexión.

Sobre los motivos y el sentido de El castellano y la Constitución, escribía el autor en el primer párrafo:

Hace veinte años me había propuesto no decir ya ni mu sobre asunto de lenguaje, no por otra cosa, tras millares de noches y cientos de cuadernos, que por mi salud mental. Pero, como todavía hay personas que siguen llamándose a agravio por el primer párrafo del artículo tercero de la Constitución […] me veo empujado a hacer una excepción y “cantar la mía” —como decían en el Tartarín de Tarascón— sobre el asunto.

Cuatro ensayos desarrollados con una actitud que reveló el propio Ferlosio cuando los agrupó en el misceláneo El alma y la vergüenza, del año 2000, en un apartado titulado Diversiones.

Cuatro ensayos que muestran a un Ferlosio lúcido y apasionado, lúdico y polémico, consciente siempre de la importancia de los mecanismos que articulan el lenguaje y la mirada a la realidad.


 
Francisco Torres Monreal.
Introducción básica a la poesía.
Cátedra. Madrid, 2019.

“La poesía es algo vivo. Los poetas forman parte de nuestra gran familia humana. Todas nuestras alegrías, todas nuestras miserias, todos nuestros anhelos, todas todas nuestras pasiones están plasmados en sus versos. Como los ríos y los pájaros, los poetas no saben de fronteras. Mirándose en el espejo del mundo, nos miran por encima de credos, lenguas, ideologías. Rompamos, como ellos, las fronteras, y respiremos un aire de alturas. Leamos a los poetas y aprendemos con ellos a leer poéticamente el mundo. Porque el mundo, pletórico de destellos, se nos ofrece cada día, cada hora, en su bello hacerse”, escribe Francisco Torres Monreal en el epílogo de la Introducción básica a la poesía que publica Cátedra en su colección de Crítica y Estudios literarios.

Recorridos y encuentros son las dos partes de esta apasionada invitación a la poesía que ofrece un recorrido por tres mil años de poesía, un viaje por la selva de sus símbolos y una visita demorada a temas como el amor y la libertad, el tiempo y la memoria.

Una defensa de la poesía que propone la implicación del corazón y el conocimiento, del pensamiento y la emoción, del sentimiento y la razón y concibe el hecho poético como instrumento del diálogo entre el sujeto y el objeto, entre el yo y el mundo.

Con la percepción como motor de la poesía, se abordan en estas páginas los procesos que llevan de la percepción al concepto, de la sensación al sentimiento, del contacto de los sentidos al conocimiento de la realidad.

Experiencia emocional y percepción unidas intensamente en la poesía oriental o desarrolladas en el encuentro entre escritura y lectura o entre poesía y música en Beethoven y Bach, Tchaikovsky y Vivaldi, Haydn y Mozart, Mahler y Haendel.

Y un abundante muestrario de textos poéticos -de Whitman y Homero, Bécquer y Anna Ajmátova, Platón y Baudelaire, San Juan de la Cruz y Rilke, Hölderlin y Valente, Borges y Brodsky, Eliot y Kavafis, románticos ingleses y simbolistas franceses, Shakespeare y Valéry, Machado y Saint-John Perse, Virgilio y Cernuda, Dante y Ovidio- que reflejan el variado diálogo del poeta con la realidad y la naturaleza a través de las sinestesias y los símbolos, los mitos o los sueños.



Stendhal.
Napoleón.
Vida y memorias.
Traducción y cronología de Consuelo Berges.
Introducción de Ignacio Echevarría.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2019.

“¡Napoleón y Stendhal! La sola mención de estos dos nombres juntos emite una vibración especial para todos aquellos que conservan vivo el impacto que les produjo la lectura de Rojo y negro o de La cartuja de Parma. Puede que, desde la Ilustración, no se haya dado un caso equivalente de sintonía entre un gran escritor –Stendhal- y uno de los grandes poderosos de la Tierra: Napoleón. No se trata, ni mucho menos, del tipo de alianza o de complicidad que llegó a establecerse entre, por ejemplo, Gorki y Lenin, en el marco de la Revolución rusa, o entre Malraux y De Gaulle, en la Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de algo más impreciso y a la vez más amplio, que señala a Stendhal como el más fiel cronista del impacto y de las transformaciones espirituales que, en la Europa posterior a la Revolución francesa, supuso la emergencia, el imperio y la caída de Napoleón. Nadie como Stendhal captó de manera tan certera el modo en que la figura, las conquistas y el destierro de Napoleón encendieron la imaginación de al menos dos generaciones de europeos, transformando en no pocos casos la relación con su propio destino”, escribe Ignacio Echevarría en la magnífica Introducción que ha escrito para la edición de Napoleón. Vida y memorias, de Stendhal en Penguin Clásicos con traducción y cronología de Consuelo Berges.

En dos ocasiones intentó Stendhal abordar la biografía de Napoleón, un proyecto largamente elaborado que no llegó a culminar. La primera en 1817, con un Napoleón desterrado en Santa Elena y con un Stendhal que mantenía pese a todo sus convicciones bonapartistas exiliado en Milán.

Tras aquella Vida de Napoleón, primer esbozo de una biografía inconclusa que tuvo como eje la vertiente militar de Napoleón, veinte años después, muerto ya el emperador, un Stendhal muy distinto empezó sus Memorias de Napoleón, centradas en la campaña en Italia, escindido entre la admiración al personaje y lo que representó y el desprecio al tirano, al que consideraba “el hombre más grande aparecido desde César.”

Stendhal había formado parte de los ejércitos napoleónicos en la campaña de Rusia y en la victoria de Batzen en 1813. De su conocimiento de los campos de batalla cuando era todavía Henry Beyle dejó un testimonio ejemplar en La Cartuja de Parma y en su inolvidable descripción desorientada y perpleja de la batalla de Waterloo.

“Caí con Napoleón en abril de 1814”,  escribió en su autobiográfica Vida de Henry Brulard, donde dejó reflejado su bonapartismo, aunque en menor medida que en los protagonistas de sus dos novelas fundamentales: Julien Sorel en Rojo y negro y Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, dos personajes en los que proyectó el entusiasmo y la exaltación romántica ante la figura de Napoleón un Stendhal que consideraba que “la vida de este hombre es un himno a la grandeza de alma.”

Stendhal no escribía estas páginas sobre el hombre, sino sobre el personaje histórico, sobre la estatua y el pedestal. El que acometía las memorias de Napoleón era un Stendhal que había publicado ya su Rojo y negro, una novela napoleónica en gran medida, y que declaraba en el Prefacio:

El amor a Napoleón es lo único que ha perdurado en mí, lo que no me impide ver los defectos de su espíritu y las mezquinas flaquezas que pueden reprochársele.

Y con esa mirada admirativa y crítica aborda Stendhal lo que Ignacio Echeverría define en su Introducción como “la sustancia histórica y personal de un mito que dio impulso y vuelo al primer novelista contemporáneo.”



Mario Campaña.
Linaje de malditos.
De Sade a Leopoldo María Panero.
Paso de Barca. Barcelona, 2014.

De Sade a Leopoldo María Panero es el subtítulo de Linaje de malditos, el volumen en el que Mario Campaña reúne diez ensayos que apuntan a un mismo centro: el malditismo literario.

Poe, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Artaud, Burroughs, Bukowski y Jim Morrison son los otros nombres objeto de estudio de este volumen, que se abre con una espléndida introducción -La rebelión del mal- en la que Mario Campaña explica su propósito a la hora de ofrecer “una relación de formas de resistencia que en el último siglo y medio alcanzó una confusa celebridad.”

Formas de resistencia que se resumen en la calificación de malditos en torno a los que Mario Campaña expone “el material biográfico y crítico que he sido capaz de acopiar sobre algunos de los autores que han dado forma a esta leyenda: una parte de nuestro mundo y de nuestra cultura, gente que directa o indirectamente influyen en la construcción de la sensibilidad moderna. Expuestas de modo legendario, sus vidas han servido de modelo ético a las generaciones que pretendieron evitar las fórmulas de sus mayores, aceptadas más con desprecio que con resignación. Son vidas que no pertenecen al pasado sino al presente porque formularon respuestas originales, audaces y contradictorias hasta la retractación, como los casos de Rimbaud y Lautréamont, a una de las preguntas más vagas y perseverantes que afrontamos todos: ¿cómo debe conducir su vida una persona para alcanzar sus metas, satisfacer sus deseos y no acabar en el envilecimiento, la amargura o la miseria?”

Y con ese planteamiento inicial, Mario Campaña aborda la lección de moral de Sade, los sueños en lechos de fuego de Poe, la hora cero de Baudelaire o el ataque a la conciencia de Lautréamont; se acerca a la figura de Rimbaud y al desarreglo razonado de los sentidos, a la ira de Artaud en el tiempo del mal, a la vida y la obra de Burroughs el exterminador, a la sinfonía del triunfo en Bukowski o a Jim Morrison como un espía en la casa del amor, antes de cerrar el último capítulo en torno a la vida imposible de Leopoldo María Panero.

Mario Campaña, que ya dio muestras de su capacidad y rigor como ensayista en Baudelaire. Juego sin triunfos, vuelve a combinar aquí con brillantez el seguimiento biográfico y el análisis de las claves literarias esenciales de estos autores, con el apoyo de un sólido aparato crítico evidenciado en las notas y en la bibliografía final.

En este párrafo se podría resumir su mirada a los malditos que estudia en este libro:

Conservar la vida menoscabada o arriesgar la vida para salvarla, he ahí el dilema al que los artistas malditos han dado siempre una respuesta que los emparenta con los fundadores de la estirpe: vivir la plenitud, ser como dioses. Eligieron la caída y eligiéndola contribuyeron al ensanchamiento de nuestro espacio moral. Acaso esa es nuestra deuda. Porque de ese modo el poeta es verdaderamente un ladrón de fuego.”
Santos Domínguez


03 junio 2019

Feria del libro. Regalo





Gabriel García Márquez.
El amor en los tiempos del cólera.
Ilustrado por Luisa Rivera.
Literatura Random House. Barcelona, 2019.


Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.

Así comienza El amor en los tiempos del cólera, una de las novelas imprescindibles de Gabriel García Márquez, que Literatura Random House publica en una magnífica edición con espléndidas ilustraciones a doble página de Luisa Rivera.

Tras ese memorable comienzo, se desarrolla una novela que el propio García Márquez resumía como “la historia de un hombre y una mujer que se aman desesperadamente y que no pueden casarse a los veinte porque son demasiado jóvenes, y no pueden casarse a los ochenta, después de todas las vueltas de la vida, porque son demasiado viejos.” 

Con elementos melodramáticos procedentes de folletines, boleros o culebrones, con una asimilación creativa de la tradición novelesca decimonónica, García Márquez hizo alta literatura en torno a una historia de amor y vejez ambientada en una ciudad caribeña reconocible como Cartagena de Indias.

Organizada en seis partes, la acción de El amor en los tiempos del cólera se desarrolla en las tres décadas finales del XIX y las tres iniciales del XX. Sesenta años de un triángulo amoroso diferido y protagonizado por el doctor Juvenal Urbino, el empleado de correos Florentino Ariza y la bella Fermina Daza. Y en esos sesenta años, episodios imborrables como el suicidio del fotógrafo y refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, la muerte de Juvenal Urbino al caer de una escalera cuando intentaba rescatar al loro familiar de las alturas de un árbol o las brasas reavivadas en Florentino Ariza, las cartas cruzadas entre Florentino y Fermina y el también memorable final, en esa emocionada y alegórica navegación por el río Magdalena:

El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. 
-¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó. 
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida –dijo.

Julio Llamazares.
Memoria de la nieve.
Ilustraciones de Adolfo Serra.
Nórdica. Madrid, 2019.

¿Qué espero aún de la espiral del tiempo, de esos cuernos epílogos que suenan en los bosques?

¿Quién atardece junto a mi corazón helado?

Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan arrieros sin retorno, pastores y alfareros olvidados, bardos ahogados en el miedo lacustre de sus propias leyendas.

Solo estoy, en esta noche última, coronado de cierzo y flores muertas.

Solo estoy, en esta noche última, como un toro de nieve que brama a las estrellas.

Con ese poema cerraba en 1982 Julio Llamazares su Memoria de la nieve, que acaba de reeditar Nórdica en una bellísima edición ilustrada por Adolfo Serra, que ha sabido captar y resumir plásticamente el universo de temas y símbolos del libro y la temperatura emocional de una poesía narrativa y de tono épico, articulada con el ritmo salmódico de sus largos y solemnes versículos.

La emoción y las pérdidas, la escritura y el paisaje, la memoria y la biografía se citan en un título que, en palabras del autor, “resume muy bien no sólo la poesía sino toda mi obra. [...] La memoria es como la nieve, escribes sobre ella y mientras escribes se va derritiendo. Es como si siempre escribiera sobre la nieve, no sobre el papel.” 

“La nieve está en mi corazón como la hiedra de la muerte en las habitaciones donde nacimos”, escribe Llamazares en uno de los poemas del libro. Y, desde ahí, desde el frío y la melancolía, Memoria de la nieve se levanta sobre la escarcha y la tristeza, sobre el olvido y la herrumbre, sobre el silencio y el invierno para dejar fijada esa realidad desaparecida 

Como si todo fuera igual. Como si no hubieran pasado tantos años.




 Julio Cortázar.
Rayuela.
Edición conmemorativa.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Madrid, 2019.


En el marco del VII Congreso internacional de la Lengua Española que se celebró en la ciudad argentina de Córdoba la Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española y la Academia Argentina de las Letras publican una edición conmemorativa de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que marcó una frontera en el desarrollo de la narrativa hispanoamericana del siglo XX y provocó un efecto sísmico, como señala Mario Vargas Llosa en 'La trompeta de Deyá', uno de los cinco textos de novelistas latinoamericanos  (los otros son García Márquez, Bioy Casares, Carlos Fuentes y Sergio Ramírez) que aparecen como preámbulo del texto en esta magnífica edición monumental en la que se reproduce no solo la integridad de la obra sino el facsímil del manuscrito autógrafo del Cuaderno de bitácora que refleja el proceso de composición de Rayuela, "jugarreta novelesca, jugada metafísica, juguete lírico", en palabras de Saúl Yurkievich, que destacó su carácter órfico y su comercio con el misterio.

Rayuela es una ruptura con la novela tradicional, una alteración de los roles clásicos del autor y el lector, una negación de la realidad cotidiana, un texto transgresor que lleva al límite las posibilidades expresivas de la lengua, traza una frontera definitiva en la literatura en español entre lo viejo y lo nuevo. Tal vez por eso, lo que asombraba al propio Cortázar, un autor siempre joven, sus mejores lectores eran y siguen siendo los jóvenes de todas las edades.

Cortázar, como Oliveira, como Morelli, como Johnny Carter, ve el otro lado de las cosas y abre nuevos caminos para la novela, crea un artefacto que permite la optatividad, le pide al lector otra mirada y le incita a un papel activo en la narración a través de los 56 capítulos del lado de allá y de acá y los 99 restantes y prescindibles de otros lados.

Completan la edición las lecturas englobadas en el apartado Otros lugares para Rayuela y cierran el volumen una bibliografía básica, un glosario y un índice onomástico sobre una obra que más de cincuenta años después de su aparición “continúa siendo un hito fundamental en la narrativa contemporánea, una verdadera revolución para la literatura en español”, como se señala en el texto de la presentación.

No hacen falta excusas para incurrir en ella, para reincidir en Oliveira y en Morelli, en su magia y en su Maga, pero si se presentan ocasiones como esta, aunque sólo sean meros recordatorios, conviene aprovecharlas y volver a un libro que es además de muchas otras cosas un libro portátil, un libro al que, como en el juego que le da título, se vuelve una y otra vez. Rayuela es siempre una novedad para quien la relee, siempre aporta sorpresas esa obra que más que un libro es toda una literatura y aún más: todo un universo.



Joseph Campbell.
La historia del Grial. 
Magia y misterio del mito artúrico.
Edición de Evans Lansing Smith.
Traducción de Francisco López Martín.
Atalanta. Gerona, 2019.

Joseph Campbell dedicó muchas páginas de su Mitología occidental y especialmente de su Mitología creativa a destacar la importancia de los mitos artúricos y las leyendas del Grial en la construcción del imaginario de la civilización occidental.

Arturo, los Caballeros de la Mesa Redonda, Merlín, Ginebra, Excalibur o la Dama del Lago formaron parte de una épica patriótica anglonormanda que fijó Geoffrey de Monmouth, pasó luego a la narrativa cortesana francesa con Chrétien de Troyes y culminó en las leyendas religiosas relacionadas con el Santo Grial, el cáliz de la Última Cena.

A ese tema, central en la configuración de la mentalidad europea, le dedicó Campbell una serie de trabajos empezando por su inédita tesina, que Evans Lansing Smith reunió, junto con otros trabajos y conferencias sobre la materia de Bretaña, en el volumen que acaba de publicar Atalanta: La historia del Grial. Magia y misterio del mito artúrico, con traducción de Francisco López Martín.

Evans Lansing Smith empleó diez años en la elaboración de este volumen, en cuyo Prefacio resalta “la idea de Campbell de que los mitos artúricos constituyen la primera ‘mitología secular’ de la historia. Con esta expresión quería dar a entender que los mitos no habían de interpretarse literalmente, sino como metáforas de las etapas naturales del crecimiento y el desarrollo espiritual; como símbolos de las fases del proceso de individuación.”

Perceval y Galahad son los personajes centrales en el desarrollo de esa búsqueda del Grial, un proceso alegórico de transformación espiritual que refleja distintos ritos de paso en la evolución del individuo y en la construcción de la identidad personal.

La del Grial es, señala Campbell, expresión de la mentalidad europea y se configura definitivamente entre mediados del XII y mediados del XIII, en un primer Renacimiento que dio lugar a las catedrales góticas y las universidades. Es la época de las cruzadas, los trovadores y el amor cortés:

“El periodo culminante de los relatos artúricos -escribe- coincide exactamente con el de la construcción de las catedrales, el maravilloso siglo que va desde 1150 hasta 1250. A mi juicio, este periodo -la época gótica- es el correlato del periodo homérico. Tenemos dos grandes Europas: la Europa de Grecia y Roma y la Europa de los celtas y los germanos. El énfasis recae en el individuo, no como súbdito sino como ciudadano del Estado, un Estado que es vehículo de la voluntad del individuo. Se trata de una mentalidad propiamente europea.”

Y con ese planteamiento inicial, Campbell recorre los fundamentos y los antecedentes neolíticos, celtas, romanos y germánicos de los relatos del Grial, sus precedentes en el cristianismo irlandés y en la lírica trovadoresca de los Minnesänger; estudia las características del héroe en los caballeros que emprendieron la aventura espiritual de la búsqueda del Grial, la historia de Tristán e Isolda, las figuras de Arturo, Gawain, Perceval y Lanzarote.

Enmarcándolos en una tradición que los emparenta con la mística, Campbell aborda en otra sección del libro los temas y motivos asociados a la búsqueda del Grial: la Tierra Baldía, el Rey Ungido, el Rey Pescador o el Castillo del Grial.

En un apéndice, Evans Lansing Smith reproduce la tesina inédita de Campbell, titulada Estudio sobre el golpe doloroso, “un tema crucial –explica en el Prefacio- de los relatos artúricos de la Edad Media, relacionado con los orígenes de la Tierra Baldía.”

Esa fue su primera aproximación seria a los complejos mitos artúricos, la puerta de entrada de Campbell en el territorio de la mitología comparada.


Santos Domínguez


31 mayo 2019

Feria del libro. Poesía



José Carlos Cataño.
Obra poética (1975-2007). 
Prólogo de Ana Arzoumanian.
Pre-Textos. Valencia, 2019.


CONCÉDENOS, oh señor, la medida de nuestro infierno
O, si no, una lucidez para vivir tranquilos.
No esta desazón de la barca sin mar
Ni puerto que la ampare-
Que el amor también ha muerto.
Haz de nosotros
Tu pasto de sabiduría. Sángranos hasta amasar
La alegría de la sangre con lo que del dolor nos queda.
Configura nuestro cuerpo único
A la medida de nuestra muerte única.

Con esos versos en los que resuena el eco de la voz de Rilke comienza la quinta sección de Disparos en el paraíso, el primer libro de José Carlos Cataño y uno de los seis que recoge el espléndido volumen que reúne su Obra poética (1975-2007) en Pre-Textos.

Lo abre un prólogo en el que Ana Arzoumanian caracteriza la poesía de Cataño con estas líneas iniciales:
“El estallido de la palabra, el vértigo del tiempo, la voz épica reanudando la trama del mundo, no a través de un proyecto que legitime una filiación, un derecho, sino en la diáspora de una tierra naufragando toda apropiación.
La fuerza poética de José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 1954) se imprime mediante una natividad que es un frotamiento de la lengua en el agua. De modo que escribir no será plegarse a la ley de un territorio, sino turbarse en el estallido del volcán.”

Desde Disparos en el paraíso hasta Lugares que fueron tu rostro, la poesía de José Carlos Cataño ha ido creciendo a través del proceso de elaboración de una obra en marcha sometida a una constante revisión que busca lo nuclear, la almendra de la emoción o lo medular del pensamiento.

Y en esa búsqueda es fundamental la intensidad verbal, la concentración expresiva y la desnudez como fruto de la decantación de la palabra poética, a la que se somete a una tensión de la que se extrae su mayor potencial significante.

Ese proceso de abstracción, de elusión de la anécdota y de renuncia a la narratividad fructifica en una poesía de lectura exigente en la que se proyecta la exigencia del autor con su propia obra.

De esa actitud habla Cataño en este texto, uno de los poemas en prosa de El cónsul del mar del Norte:

Pude haber optado por un tipo de experiencia más presentable, donde la audacia hubiese sido también más inteligible.
Cuna y madera, talento y principios no me faltaron. Pero prescindí, ay, de maestros, y a nadie tomé para dedicatoria, paráfrasis u homenaje, pues los pocos que despertaron mis simpatías, o estaban muertos o andaban escondidos. Y otro tanto sucedió con los temas en que me las vi. Siempre pertenecían a la otra mirada, la que despierta la sospecha de un desliz en la ciega, armoniosa enormidad del mundo que amenaza con vaciarse en el temblor de una respuesta aplazada.
La otra mirada es la mirada de los perdedores —fieles vasallos del sinsentido—, cuyo empeño queda rebasado por la ley que unos llaman dios y otros motivo de literatura, de la misma manera que la senda en el valle o la casa en el desierto son finalmente recobrados por la broza y la desolación.
Y la gente no está para lo difícil. Aplauden el estilo limpio, la intachable conducta, y eso que llaman rigor y lucidez. Aplauden la vida, el método, el triunfo.

La reflexividad, la hondura lírica, el despojamiento o la búsqueda de la transparencia esencial del ser y la palabra recorren esta poesía, atravesada por temas centrales como el tiempo frágil de la existencia, la memoria, el amor y la muerte, la insularidad y las pérdidas.

Búsqueda del centro que vertebra una poesía que asume riesgos y se plantea como forma de conocimiento, como aventura ontológica que encuentra su sentido como reflexión sobre el ser y el tiempo al elevarse sobre el desarraigo y el vacío, al explorar lo contingente y los límites del lenguaje.

En ese camino de desolación es fundamental la noción de éxodo, la imagen del poeta como un extranjero y la preocupación por el lenguaje como lugar habitable, por la escritura como refugio ante la fugacidad.

Palabra y fugacidad unidas ejemplarmente en versos como estos, de Para enterrar a los muertos en las palabras:

Al margen de la duda y bajo el sol
Muere lo que dejo por nombrar
Que no pensado,
Pues lento como el río
Que aspira a mediodía
Se me muere la vida no en la carne,
Se me muere la vida en las palabras.

Ese libro lo cierra esta reflexión sobre la escritura que reúne los temas esenciales de la poesía de José Carlos Cataño:

Escribir es volver, volver
A la escritura donde
Quien vuelve muere
Y pasa inadvertido
Al mirar de otro
Que no mira, escribir
Es una espera que dibuja
Y borra por la noche la labor,
Deshaciendo la noche la labor
De bordar con letras pintadas
La noche, la escritura
Enhebra estrellas en el paño
Oscuro de un vestido que pasea
Encima de un puente o en la mirada
Que sigue la ida y vuelta de una cara
Indiferente,
Así somos el que regresa
Y el que espera esa vuelta,
El ser saqueado que a la orilla vuelve
Y la orilla ignota y saqueante,
Lo uno y lo otro,
Separados por el clavo de la conjunción,
Esto y aquello, el rostro que se apaga
Y lo que al fin nos dice y nos desliza
En el olvido,
Quebrando las costillas de la barca,
Las costillas del cielo y de la mente,
Definitivamente la ilusión
En el estallido final de la claridad.





 Teresa Langle de Paz.
 El vuelo de la tortuga (génesis)
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2019.

Coser laberintos es posible. Mejor desmadejar una pradera hasta que su hilo infinito recorra nuestra sonrisa y la haga eterna. Podría seguir y seguir como si un vómito urdiera aquello que lame vuestras pestañas. Podría escribir sin parar a rascarme la nuca. Tengo un lenguaje detenido. 

Desde ese comienzo del Exordio hasta el final de la Consumación -(Des)escribir. Volar el fin. De nuevo.- los poemas en prosa de El vuelo de la tortuga (génesis) de Teresa Langle de Paz que publica El sastre de Apollinaire revelan una intensa vivencia de la palabra, alimentada no sólo con la emoción del deseo y el temblor del sueño, sino con una concepción de la escritura como indagación en el fondo de la identidad, como extensión de la mirada hacia un mundo perturbador y compartido en el que "ser uno y estar en todos, existir a través del resto."

Porque en estos textos la creación se convierte en desobediencia frente a la resignación y se pone al servicio de la búsqueda del sentido y de la luz: "Yo pretendo un lenguaje que arranque de cuajo el susurro benévolo de las cosas y las rescate. Un campo magnético que se rinda a la interacción de los átomos. A las partículas del papel."

Con el ímpetu visionario y la indomable voluntad de comprender y nombrar de una voz que no se resigna, los textos de El vuelo de la tortuga surgen de la emergencia posterior a un hondo buceo verbal y emocional en la propia identidad y en la relación con la realidad. La memoria y el olvido, el amor y el tiempo, las huellas y las ausencias, el grito ante la injusticia y la mirada solidaria, el miedo y la esperanza recorren esta poesía contenida y reflexiva, esta inquietante exploración del mundo con un despliegue explosivo de imágenes, con una asombrosa potencia expresiva:

Éramos, somos, seremos todos los verbos porque hemos inventado la palabra. Hablemos ajenos al instrumento, vaciándonos de voz ante la maravilla que contemplamos. 
La lengua es un músculo que no cesa, aunque se desvanezca el discurso y se agote la tierra. Su murmullo quiere apoderarse de nosotros. Hay solo un dueño para cada palabra emitida en tiempo inmemorial.

En el prólogo -Crusoe en la isla de las tortugas afortunadas- Luisa Castro habla de Teresa Lange como "esa Crusoe que inasequible al desaliento comienza a construir una cabaña de lenguaje, un refugio inquebrantable, en el corazón del idioma. Y es lo que sentimos nada más llegar aquí. La incombustible fe en el lenguaje."

Descubrimiento es la palabra en la que insiste ese prólogo. Con razón, con mucha razón, porque este libro y esta voz son un descubrimiento, una intensa experiencia lectora en la que no cesa el asombro -aún mayor porque estamos ante el primer libro de creación de su autora- ante las revelaciones de una voz que hace transitiva una intensa vivencia de la palabra, de la mirada y de la emoción:

Se mueren con la navaja de la media luna. Las niñas se mueren. Que nunca llegue a su destino, que desvíe lentamente la cruel oruga su huella sin pie. Que un mordisco seco se lleve el algodón de azúcar a otros dientes de insomnio. Que no tenga más llanto la tierna rama tirada en el suelo de mármol.




Fugitivos.
Antología de poesía española contemporánea.
Edición de Jesús Aguado.
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2016.


Publicada hace tres años, la antología de poetas españoles contemporáneos que Jesús Aguado reunió en Fugitivos bajo el sello editorial del Fondo de Cultura Económica es una obra de referencia ineludible para quien quiera orientarse en el confuso bosque de la última poesía española.

De José Ángel Cilleruelo a Elena Medel, pasando por Carlos Marzal, Aurora Luque, Vicente Valero, Vicente Gallego. Juan Antonio González Iglesias, Ada Salas, Álvaro García o José Luis Rey, se reúne aquí una muestra significativa que traza un panorama de conjunto de veintidós poetas que reflejan la diversidad de tendencias y la variedad de voces de la poesía española actual.

Y eso es quizá lo más significativo de esta muestra: que las voces individuales se han impuesto sobre las tendencias gregarias en las que se han refugiado tantas voces irrelevantes. Voces irrelevantes que no podían acreditar más mérito poético que su pertenencia a un rótulo sectario o a una pancarta de grupo que ha servido a tantos para cubrir sus vergüenzas poéticas.

Y es que si hay una conclusión definitiva tras leer una antología como esta -con presencias y ausencias discutibles, claro: eso es connatural a las antologías-, es la percepción de que por encima de agrupaciones sectarias y de etiquetas generales, cada uno de estos poetas busca, con mayor o menor acierto, su propio camino y su propia voz.

Porque, como señala Jesús Aguado en el prólogo a su selección, “la poesía es el trabajo de quienes no tienen otro trabajo que librarse de los barrotes, de los visibles y de los invisibles, que nuestro modelo de civilización alza alrededor de todos nosotros hagamos lo que hagamos, vivamos donde vivamos y seamos como seamos. La poesía es un arte de fugitivos, el arte por antonomasia de la fuga.”

Y por eso en esta antología, generosa en páginas y en su mirada abarcadora, se recoge “un puñado de poemas que le pueden servir para vivir en alguna de las afueras todavía posibles.”



Ada Salas.
Descendimiento.
Pre-Textos. Valencia, 2019.

El tiempo es la raíz/ del sufrimiento./ Y es amarga y largo/ su sabor. Y siempre sobrevive a/ lo que se va. Una lámina/ roja un resto/ que hace lija la lengua./ Y ahora preguntamos/ quién/ nos hizo personajes de este drama. Un poco/ de piedad. El canto de algún mirlo el sol/ de Galilea.

Con ese poema cierra Ada Salas su Descendimiento, que publica Pre-Textos.

Con el fondo iconográfico de la tabla flamenca de Rogier van der Weiden que se conserva en el Museo del Prado, Descendimiento es un espléndido conjunto en el que conviven la pintura, la poesía y la música.

Más allá del impulso descriptivo de la intensa écfrasis que constituye la primera parte y de la construcción musical de su segunda parte, un espléndido oratorio barroco que sigue el modelo de las cantatas de Bach y de la música coral de Haendel, Descendimiento convoca música, palabra e imagen para vestir un luto emocional, para llorar la pérdida y enterrar un cadáver: “Ser yo ese cadáver.”

Un descendimiento que acaba siendo un descenso personal y proyectando sus emociones en la tabla y en sus personajes dolientes y ensimismados: Nicodemo, la Virgen, María Magdalena, Jesús, José de Arimatea, María Salomé y María Cleofás.

Porque el cuadro es aquí motor y espejo, proyección sentimental e interlocución en los versos afligidos y aflictivos que construyen una poesía reflexiva y visionaria, un poema coral en el que hablan los personajes del cuadro y reflejan el desgarro existencial que está en la raíz de este libro:

Lo que pintó Van der Weyden
es
la verdad de la muerte.
Y no el lamento. El acto. El acto
de morir
el acto
de sufrir

 Rosa Lentini.
Hermosa nada.
Bartleby Editores. Madrid, 2019.

A la cita de Katherine Anne Porter que cierra el libro debe su título Hermosa nada, el último libro de Rosa Lentini que publica Bartleby Editores. Esa cita final  (“Nada. Nada es mío, solamente tengo nada, pero es suficiente, es hermosa y es sólo mía”) no sólo explica el título, sino que ilumina gran parte del sentido de un libro que había abierto otra cita de Tess Gallagher sobre la esperanza. 

Entre esos dos paratextos se enmarcan los poemas de Hermosa nada, cuyo contenido se mueve entre la celebración y la elegía, entre dos poemas, el primero y el último, en los que sopla el diablo en la noche, mientras “un cielo de nubes dispersas / deja ver un halo de estrellas ingrávidas / casi virginales / en su oscuro universo.”

Esas estrellas reaparecen en el poema final como “plomadas luminosas / En ninguna hay emoción / solo abismo /peso / y el mensaje / de todo lo que vivió”.

La fragilidad de la existencia, el tiempo y el espacio, la memoria y la desposesión, el  nacimiento y la muerte, los recuerdos familiares de la niñez, las apariciones y las ausencias son algunos de los elementos en torno a los que giran estos poemas que son también la purga de un corazón en claroscuro que, entre la vigilia y sueño, proyecta su autobiografía en los cuentos infantiles, en los viajes al otro lado, en la pintura o en la literatura, como en este Gigantes 5:

No me llamo Alicia. No caí
              por el tronco hueco de un árbol
siguiendo al conejo que llegaba tarde
               a su cita con la reina de corazones
No atravesé el cristal
Las flores no me hablaron
Ninguna sonrisa dibujada predijo mi futuro
Pero cuando mordisqueé aquella seta
crecí crecí llené todo el espacio
             la cabeza traspasó el agujero de la chimenea
             el cuello encallado
             los brazos saliendo por las ventanas
hasta que toda la casa se convirtió en mi vestido
lo llevé puesto durante semanas que fueron meses
             durante meses que fueron años

Hay un brillo que me pertenece
cuando el sol da sobre los tejados
Un vacío tentador cuando se despide
tras las lomas
Los enanos rondan a mis pies
              Me he convertido en un santuario
                            para la falsa esperanza de sus noches
Volver a mi tamaño es imposible
                            sin vaciar los recuerdos
anudada a una grandiosidad
dure lo que dure este exceso
mientras el sombrerero me ofrece
                                            una diminuta taza de té
               que nunca consigo beber



Andrés Sánchez Robayna.
Por el gran mar.
Galaxia Gutenberg. Barcerlona, 2019.


Y regresan también, como llevados
por el viento que mueve las aguas del origen,
el calor de tu cuerpo, una presencia pura,
los pétalos, París, el resonante estaño,
la mañana extendida de las fulguraciones
y la noche del baile en el salón, a solas,
tú yo, y el cementerio junto al mar,
los pasos extraviados en la tarde,
el fuego bajo el agua y la abubilla,
el futuro que fluye hasta nosotros
y poco a poco se hunde en el pasado
y es el presente, dados en las manos
de un niño, astros que giran en sus órbitas,
oleaje sin fin, juego de olas del tiempo.

Con esa estrofa se cierra uno de los treinta y cinco poemas del espléndido Por el gran mar, que Andrés Sánchez Robayna publica en la nueva colección de poesía de bolsillo de Galaxia Gutenberg.

Treinta y cinco poemas atravesados por la memoria y el deseo: una “memoria de los rostros, los días y las noches” y un “deseo sin fin” que articulan este libro en el que el pasado vuelve en una ola desde el origen y “se desliza sin fin desde el mar de la infancia” para devolver la luz del tiempo y la presencia.

Luz del tiempo y presencias que regresan con la vibración del bronce en las campanas:

¿Cómo puede, ahora, el júbilo
de bronce en mí sonar, más interior
que lo mío más íntimo?
Habito la campana y el tañido
igual que ellos me habitan,
trozo de duración disipado en lo eterno.

Ese tañido de las campanas que suena en todo el libro, “más allá de los astros, / más allá de su oscura / rotación / en lo eterno” es el resorte que impulsa el recuerdo que “me lleva hasta un lugar al que regreso / no en el presente, sino en la presencia.”

Una función parecida cumple el ave que “volaba / en lo más hondo / del no saber”, una evocación sanjuanista que se convierte en símbolo de una poesía contemplativa en la que se unen la luz y la oscuridad, lo visible y lo invisible en el fuego que arde bajo el agua y en el don de la ignorancia previa a la revelación de lo invisible, porque “belleza e ignorancia se funden en nosotros”, “igual que en la ignorancia / sentimos allá arriba la luz, incomprensible.”

Poesía que “atraviesa lo visible /.../ y lo invisible, entonces, muestra su realidad”, indagación en lo oscuro con palabras que “en su solo latido, traspasan la materia del mundo” y son el instrumento de revelación de la armonía, la expresión de “una gota, solamente / de eternidad filtrada por el tiempo.”

Tañidos que “son un fuego en el aire” /..../ “ese fuego que alumbra la oscuridad del mundo” y que suenan insistentes y luminosos en Por el gran mar, sobre el telón de fondo insular y atlántico que cierra el libro:

Miro el sol en las aguas que destellan,
la espuma diluida en el azul extenso,
la circunvolución de las nubes de otoño,
el mar del que venimos y al que regresaremos.

La gaviota solar cruza la tarde,
hiende el aire errabundo, el cielo yerto.
Y la mirada va con ella, ciega,
bajo el cielo combado, por el gran mar del tiempo.




 José María Hinojosa.
La flor de Californía.
Ilustraciones de Claudia Villanueva y Rodrigo Lapuerta.
Demipage. Madrid, 2019.

Con La flor de Californía, el conjunto de prosas superrealistas que José María Hinojosa escribió entre 1926 y 1928 en Madrid, Málaga y París, inaugura Demipage su nueva colección Arranca Thelma, que explica así la editorial:

"Con La Flor de Californía, del escritor malagueño José María Hinojosa, se inicia una colección que recupera figuras literarias perdidas, fruto de la colaboración de una editorial, Demipage, y de un librero, Luis Lázaro, de Librería Arranca Thelma.

Este primer libro de la colección está acompañado por las ilustraciones de dos jovencísimos artistas, Claudia Villanueva y Rodrigo Lapuerta, que reinterpretan en clave siglo XXI los importantes textos surrealistas de José María Hinojosa."

Organizado en dos partes, la primera parte, con una leve trama argumental, es la más cercana al relato y en ella aparecen siete textos: La flor de Californía, Por qué no fui Singapore, Los guantes del paisaje, Diez palomas, Viaje a Oriente, La mujer de arcilla y Ella y yo solos.

La segunda parte (Textos oníricos) contiene otros siete poemas en prosa en los que Hinojosa se acerca a la escritura automática del superrealismo. Así termina el último:

Cuando el aire, después de dar la vuelta al mundo, vuelva a encontrarse con nosotros, vendrá cargado de interrogaciones y entonces nuestros cuerpos se cubrirán de llagas por donde alcanzará su libertad la sangre y el aire meterá sus dedos hasta tocar nuestras entrañas.

Con una mezcla vanguardista de imágenes visionarias, chispazos expresivos y revelaciones poéticas, humor y juego, La flor de Californía, más próxima a Los Cantos de Maldoror que a Breton o Aragon, participa también de la influencia de las greguerías ramonianas.


 Juan José Vélez.
Ámbito sustancial.
Selección y prólogo de Jorge de Arco.
Ars Poetica. Oviedo, 2019.

“Juan José Vélez es consciente de que la poesía puede ser el alma que nos salve de nosotros mismos. Por eso, su verso no es abstracción, sino realidad, no es ensoñación sino certidumbre que pasa y que pasea muy cerca del alma. A ella se anuda para explicarse e iluminar las sombras que generan las edades”, escribe Jorge de Arco en el prólogo de Ámbito sustancial, la antología de la obra de Juan José Vélez Otero que ha preparado para Ars Poetica.

Entre 1998 y 2018, entre Panorama desde el ático y Pasmo, veinte años de escritura resumidos en un centenar de poemas que reflejan la construcción de un mundo poético personal a través de una voz en la que conviven diversos tonos, matices y registros.

Una voz predominantemente elegíaca en la que la memoria paradisiaca de la niñez alimenta la nostalgia. Una poesía confesional y desconsolada en la que late la autenticidad de una voz que deja paso a veces a la celebratoria explosión sentimental en torno al tema amoroso.

Una voz cercana en la que el tono conversacional convive ejemplarmente con la ambición expresiva como en esta espléndida Foto del 63, de La soledad del nómada:

Hay una luz de claustro en esta foto,
de soledad de esperma
y de locura, una luz
de tormenta de otoño
y de colegio de fantasmas.

Hay un niño y un mapa
y una bola del mundo
que lleva años enteros
girando en un cajón oscuro.

Hay una sonrisa de metal helado,
de mercurio de termómetro difunto,
un humo de alquimista
sonámbulo y misericorde
que se forja en el frío
de los muertos en vida.

En esta fotografía
hay cristales rotos de un sueño diezmado
y espumas olvidadas de una playa distante.

Un suicida
podría haber escrito en su reverso
la despedida solemne y temblorosa
del cansancio y la duda.

Mientras, el niño sonríe
completamente ajeno al espejismo
donde se iban formando en silencio
las larvas venenosas de la nostalgia.

En la férrea disciplina estrófica del soneto o en la fluidez del verso libre, la voz contenida o desatada de Juan José Vélez es una voz verdadera de la que da una muestra completa este Ámbito sustancial, sobre el que Jorge de Arco concluye que es, en suma, un sugestivo testimonio, una luminaria presencia donde late un corazón en libertad. Y en la sincera trascendencia de su mensaje reside su mejor virtud: hacer del verso morada, hallazgo y resurrección.”


Joan Payeras.
La noche que espera.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2019.

Conoces el dolor y la belleza, 
tienes amor y miedo. 
Cada tarde se pone el sol 
tras la misma montaña.
Tú celebras el don 
y temes la condena. 

Con esos espléndidos versos se cierra la primera de las dos partes -El don y la condena y La noche que espera- del libro que Joan Payeras publica en la colección Tierra de La Isla de Siltolá.

Entre el don y la condena, la conciencia del tiempo fugaz y la celebración del amor y el tiempo presente, entre el dolor y la belleza, el final y la promesa, entre “el dolor secreto y la alegría callada”, entre la certeza de estar vivo y la seguridad de la noche fría que espera se mueven los poemas en verso y prosa de La noche que espera, que parten de la idea de que “en la hoguera del tiempo / arderá esta belleza.”

En ellos la palabra que contiene el mundo lo convoca, porque esa palabra es “luz convertida en canto / milagro breve, lapso de tu tiempo.” Y lo evoca con la memoria que une tardes y miradas en busca de la armonía con el mundo y en “la íntima celebración /  de saberse vivo.”

Y al fondo, callada y esperando, “la noche ensayando siempre la última noche”, aunque quien lo sabe tiene la palabra y los versos “como escudos / que detuvieran lo que teme.”

Y así en la extensión de la noche, en el silencio y la nieve, en el fuego y la ceniza los poemas de La noche que espera concretan la búsqueda de “una única palabra en la que se resuma el último sentido de esta vida, la última razón de nuestra muerte.”

Con una admirable contención expresiva y una inusual tensión poética y emocional, estos textos aspiran a realizar el milagro de parar el tiempo en el poema con la voz de quien “Recuerda. / Y comprende al fin / que en la plenitud / de todos los días / escondida / la muerte calla.”

Santos Domínguez