05 mayo 2016

Matilde de Magdeburgo


Matilde de Magdeburgo.
La luz que fluye de la divinidad. 
Introducción de Hans Urs von Balthasar.
Traducción de Almudena Otero Villena.
Herder Editorial. Barcelona, 2016.



Hildegund Keul. 
Matilde de Magdeburgo.
Poeta, beguina, mística.
Traducción de Almudena Otero Villena.
Herder Editorial. Barcelona, 2016.

Matilde o la poética del fluido titula Almudena Otero Villena el prólogo a su traducción de  La luz que fluye de la divinidad, el libro que la poeta mística alemana Matilde de Magdeburgo (1207-1282) fue elaborando desde 1250 hasta su muerte y que Herder acaba de publicar por primera vez en español, precedido de un amplio estudio introductorio de Hans Urs von Balthasar.

Como poeta, beguina y mística la califica su biógrafa Hildegund Keul en otro libro complementario que aparece en la misma editorial en torno a la vida plural y la obra sorprendente de esta poeta de la luz que fluye, en la que conviven la visión y la meditación, la narracion y la poesía, la reflexión y la irracionalidad, la espiritualidad y el erotismo en textos que por su lenguaje y su tonalidad expresiva presagian la poesía de San Juan de la Cruz:

en la luz más hermosa está ciega de sí misma y en la ceguera más grande ve con la mayor claridad. En la claridad más grande está a la vez viva y muerta.

Cuanto más tiempo está muerta, más alegre vive.
Cuanto más alegre vive, más conoce.
Cuanto más pequeña se hace, más fluye hacia ella.

Como explica Almudena Otero en su prólogo, el libro de Matilde de Magdeburgo no es un monólogo, sino “un diálogo en el que la palabra se va construyendo. En ese diálogo, en ese intercambio de palabras, fluye el lenguaje.” 

La creatividad lingüística de su poesía es una respuesta a la necesidad de expresar lo inexpresable y, como suele suceder en la poesía mística, se encauza en la alegoría erótica, porque, como destaca en su biografía Hildegund Keul, “la mística habla de un ir más allá que supera todos los límites del yo /.../ Quien quiere la vida en su máxima intensidad va hasta su límite (y allí se topa inevitablemente con la muerte). Esta es una experiencia común a la religión y al erotismo. El erotismo brota del ansia de sentir la propia vitaidad y atravesar todos los límtes que la impiden. /.../ El erotismo es esencialmente “éxtasis”, salir de sí mismo. También “transcendencia”, una palabra clave de la religión, significa “ir más allá.” 

Abundantemente ilustrada, la biografía que ha escrito Hildegund Keul es un relato lleno de matices que revela la amplitud del campo de visión para abarcar el contexto social, ideológico y cultural en el que se desarrolla la obra y la existencia de un personaje tan excepcional.

Y hay que destacar además el talento narrativo de la biógrafa para contar los hechos y evocar los lugares –el castillo, la ciudad, el monasterio- en que vivió y escribió Matilde de Magdeburgo. Un estudio que abarca la complejidad de un personaje cuya vida se mueve entre la vida activa y la contemplativa y atiende a su formación lectora, propia de la educación de una mujer noble e inquieta, familiarizada con la poesía trovadoresca; a su devoción religiosa, que la impulsa a vivir como beguina en Magdeburgo para ayudar a los pobres, y a su condición de escritora mística, de “maestra de canto esperanza” en el monasterio cisterciense de Helfta, donde se recluyó para refugiarse de quienes no veían con buenos ojos sus críticas a la Iglesia, enmarcadas en la militancia pauperística que reivindicó la pobreza y denunció la injusticia de la riqueza financiera. 

Santos Domínguez

04 mayo 2016

Robert Walser. Desde la oficina


Robert Walser.
Desde la oficina.
Selección y epílogo de
Reto Sorg y Lucas Marco Gisi
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Siruela. Libros del Tiempo. Madrid, 2016.


La luna nos mira desde fuera
y me ve languidecer como un pobre oficinista
bajo la mirada severa
de mi jefe.
Me rasco el cuello, turbado.
Nunca he conocido
el sol luminoso y duradero de la vida.
La penuria es mi sino;
tener que rascarme el cuello
bajo la mirada del jefe.

La luna es la herida de la noche,
y gotas de sangre las estrellas.
Acaso esté lejos de la felicidad plena,
pero a cambio me han hecho modesto.
La luna es la herida de la noche.

Con ese poema de Robert Walser, En la oficina, fechado entre 1897 y 1898, se abre Desde la oficina, el volumen que recopila los relatos de Walser en torno al mundo de la oficina y sobre la vida de los empleados, como indica el subtítulo de esta selección de textos que publicaron en 2011 Reto Sorg y Lucas Marco Gisi y que acaba de editar Siruela en su colección Libros del Tiempo con traducción de Rosa Pilar Blanco.

Un conjunto de veinte textos en los que Walser aborda la figura del empleado con una mirada contradictoria que se resume en el lema walseriano –“Obedece con gusto y se opone con facilidad”- que Reto Sorg y Lucas Marco Gisi han utilizado como título del espléndido epílogo que remata esta edición.

Paseante compulsivo y prosista notable, personaje extravagante y solo, hasta su internamiento en Herisau, vivió deambulando de un lado para otro de forma incontrolable. Los remites de sus cartas tienen unas cincuenta direcciones: diecisiete lugares distintos en Zurich, quince en Berna, y muchas otras en Biel, Basilea, Stuttgart y Berlín. Era una forma de ocultarse, de que nadie que lo buscase pudiese encontrarlo.

Susan Sontag lo definió como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. Había empezado a escribir en la adolescencia, a la vez que decidía retirarse del mundo. De hecho, Walser se planteó la escritura como una vía de escape de la realidad, como una forma de echarse a un lado. Ya en su primer texto imaginó su suicidio y se proyectó en la figura de un hijo pródigo que reclamaba atención.

A partir de ese momento se va delimitando el universo literario de Walser en torno al deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo.

Contó con la admiración de Musil, Bernhard y Benjamin y con el declarado aprecio de Kafka o de Canetti, y su escritura la han reivindicado últimamente plumas tan distintas como las de Calasso, Coetzee o Vila-Matas. 

La ironía recorre estos textos de Walser, desde El oficinista, que a medio camino entre el ensayo y el relato publicó en 1902 quien había sido empleado de banca desde diez años antes. Escribía allí:

 “Pese a ser un personaje muy conocido en la vida, al oficinista nunca le han dedicado un comentario escrito. Al menos, que yo sepa. Acaso sea demasiado cotidiano, demasiado inocente, muy poco pálido y depravado, de escaso interés, ese joven hombre tímido, con la pluma y la tabla de cálculo en la mano, como para convertirse en tema de los señores literatos. Sin embargo, a mí me viene que ni pintado.”

Una opinión parecida había formulado Melville a través del narrador de Bartleby el escribiente. Y, con distintos enfoques y matices, los oficinistas pueblan los relatos de Gógol, Dickens, Tolstói, Svevo o Kafka. 

Junto con los de esos autores imprescindibles, los empleados de Walser, señalan Reto Sorg y Lucas Marco Gisi en el epílogo, “arrojan una luz esclarecedora sobre la racionalización en el moderno mundo del trabajo.”

Textos como El ayudante, Historia de Helbling o Vida de poeta se alimentan de la propia experiencia de Walser como oficinista entre 1892 y 1905, en que pasó de escribiente a escritor. En ellos los empleados representan la desdibujada individualidad del burócrata cumplidor del deber pero con frecuencia convive con ellos el oficinista del temperamento artístico que sueña con la libertad.

Es lo que ocurre en Historia de Helbling, un relato de 1913 con ese personaje, alter ego de Walser, que se debate entre la obligación del oficinista y la libertad del artista, entre las cuatro paredes de la oficina y el espacio abierto de la huida, entre la apariencia obediente y la libertad interior:

“Hoy he vuelto a llegar al banco diez minutos tarde. Ya no soy capaz de ser puntual, como otros. En realidad yo, Helbling, debería estar completamente solo en el mundo, sin ningún otro ser viviente. Ni sol, ni cultura, yo desnudo sobre una roca alta, sin tempestades, ni siquiera una ola, sin agua, sin viento, sin calles, sin bancos, sin dinero, sin tiempo y sin aliento. En cualquier caso, entonces ya no tendría miedo. Sin miedo y sin preguntas, tampoco volvería ya a llegar tarde. Podría tener la idea de que yacía en la cama, durante toda la eternidad. ¡Eso quizás sería lo más delicioso!” 

Extraño e inquietante como su escritura, desequilibrado y lúcido, ausente del mundo, desvinculado de los hombres y de sí mismo, su biografía es tan opaca que -como señaló Sebald- forma parte más de la clandestinidad y de la leyenda que de la historia.

Santos Domínguez

03 mayo 2016

J. M. Coetzee. Las manos de los maestros


J. M. Coetzee. 
Las manos de los maestros.
Ensayos selectos I y II. 
Traducción de Javier Calvo Perales. 
Literatura Random House. Madrid, 2016. 

“La función de la crítica viene definida por el clásico: la crítica es aquella que tiene la obligación de interrogar al clásico”, escribe J. M. Coetzee en uno de los veintisiete textos que reúnen los dos tomos de Las manos de los maestros, la colección de ensayos selectos que publica Literatura Random House con traducción de Javier Calvo Perales. 

Y eso justamente, una interrogación con los clásicos y los modernos, es lo que ofrecen estos textos, extraídos de prólogos o de las colaboraciones críticas de Coetzee en New York Review, algunos de ellos recogidos ya en versión española en las recopilaciones Costas extrañas y Mecanismos internos.

Un diálogo múltiple con distintas voces y con distintas tradiciones, no sólo con la literatura inglesa o norteamericana, también con la de una Europa marcada por dos guerras mundiales -Joseph Roth, Italo Svevo o Robert Musil por la Primera; Sándor Márai, Irène Némirovsky, Samuel Beckett o Zbigniew Herbert por la Segunda- o con la literatura en español, representada aquí por el Juan Ramón Jiménez de Platero y el García Márquez de Memoria de mis putas tristes.

Y esa conversación no sólo la establece Coetzee con la novela o el relato, que son los géneros en los que se proyecta su actividad crítica de manera prioritaria. Hay también ensayos sobre poetas como Hölderlin, Whitman, Eliot, Herbert o Les Murray. 

En ellos, la mirada aguda y el análisis incisivo de un Coetzee que habla desde el interior de la literatura proyectan una nueva luz sobre las obras que comenta: la noción de clásico a través de Eliot, Virgilio como constructor de la identidad europea, un recorrido por la vida y la obra de Whitman, los biógrafos de Faulkner, ocho maneras de mirar a Beckett, Musil o el enfrentamiento entre el escritor  y su época, Svevo y la insatisfacción, los cuentos de Joseph Roth, Hölderlin y el papel del poeta en tiempos de ignorancia o la relación con los traductores de sus novelas.

Esas son algunas de las etapas de un itinerario crítico riguroso en el que Coetzee indaga con frecuencia en las relaciones entre la biografía y la escritura o traza un mapa moral, no sólo estético, de la literatura y del compromiso del escritor con su tiempo y de su valor testimonial frente a la barbarie.

Porque –escribe Coetzee- “lo clásico es aquello que sobrevive a la peor barbarie, aquello que sobrevive porque hay generaciones de personas que no pueden permitirse ignorarlo.”

Santos Domínguez

02 mayo 2016

Guía del lector del Quijote



Salvador de Madariaga.
Guía del lector del Quijote.
Stella Maris. Barcelona, 2016.

La editorial Stella Maris, que acaba de publicar tres espléndidos estudios sobre Shakespeare, se suma al año cervantino con la recuperación de un libro esencial en la bibliografía sobre el Quijote: la Guía del lector del Quijote, de Salvador de Madariaga, que apareció en 1926, muy poco después de ese otro hito ineludible que es El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro.

Dos títulos de dos novecentistas que miraban al horizonte europeo y abrieron con sus ensayos decisivos el camino a la lectura contemporánea del Quijote y de Cervantes como dueño de su escritura frente a la tradición del genio inconsciente desbordado por su creación.

La aportación más importante de Madariaga en este libro es el análisis psicológico de los protagonistas como personajes individualizados, profundos y cambiantes, y no como entes simbólicos opuestos, como meros  representantes del realismo materialista y del idealismo imaginativo.

Y partiendo de ese análisis, Madariaga funda el concepto de quijotización de Sancho, un personaje en creciente movimiento de ascensión que le acerca a la configuración moral de Don Quijote y la inversa sanchificación de Don Quijote en un proceso dialéctico de ósmosis en el que es fundamental el valor humano del diálogo, que le da a la novela profundidad y sentido de lo humano

Pero además de esa contribución a los estudios sobre el Quijote, Madariaga dirige en este libro su mirada a la doble condición de Cervantes como crítico y como creador, de lector y novelista que tiene una actitud matizada ante los libros de caballerías, y hace un análisis luminoso de la figura de Dorotea, "hija predilecta" de Cervantes, de  la cobardía de Cardenio o del episodio de la Cueva de Montesinos, que ocupa un lugar central en ese proceso de quijotización de Sancho y de sanchificación de Don Quijote:

“Deshelados de la rigidez simplista que los presenta como dos figuras de antitética simetría, don Quijote y Sancho adquieren a los ojos del observador atento la movilidad vital y humana que heredaron de su humanísimo padre y creador. Circula por todos sus actos la misma jugosa savia cervantina que los hermana. Y así, interpenetrados por un mismo espíritu, se van aproximando gradualmente, mutuamente atrayendo, por virtud de una interinfluencia lenta y segura que es, en su inspiración como en su desarrollo, el mayor encanto y el más hondo acierto del libro.”

Un proceso de influencia y transformación mutua en el que el crecimiento de Sancho como personaje es paralelo al decaimiento de Don Quijote, a un progresivo desencanto que se manifiesta en el “humorismo de tranquila desilusión” que alude Madariaga, que destaca como el rasgo esencial de la maestría de Cervantes la sutileza con la que fija la evolución de esos dos personajes, no opuestos sino complementarios.

Esta Guía del lector del Quijote surgió del desarrollo textual de unas conferencias de Madariaga en Cambridge. Tal vez por eso, las ilustraciones que contiene esta edición son las de distintas ediciones inglesas. 

Santos Domínguez

29 abril 2016

Francisco Brines. Jardín nublado


Francisco Brines.
Jardín nublado.
Edición de Juan Carlos Abril.
Pre-Textos Antologías. Valencia, 2016.

Cantan los pájaros en el jardín nublado.
Yo soy el negador de todo el tiempo
que me fue concedido, y aún me espera.
Soy la mirada en el jardín nublado,
del yerto mundo, de la cama difunta
que produce los sueños.
¿En dónde están, y a dónde va mi vida
que ya no está?

Así comienza Ante el jardín nublado, el poema del que toma título la antología de la poesía de Francisco Brines que incorpora diez textos inéditos. La publica Pre-Textos con edición, selección e introducción de Juan Carlos Abril, que explica que “el jardín nublado se presenta como un correlato de nuestro estado de ánimo.”

La de Francisco Brines es una de las voces poéticas imprescindibles que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegiaco matizado a veces con algún acento hímnico o con impulsos epicúreos.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen el centro espiritual de una poesía en la que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético y que el poeta ha resumido así: “El conjunto de mi obra es una extensa elegía.”

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.

Así lo explica el propio autor: “La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”

Un retrato opaco que dibuja el contorno moral y biográfico de la poesía de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra, porque –como él mismo explica- “estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.”

Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines y en el tema del jardín, que, como destaca Juan Carlos Abril, tiene una enorme relevancia en su obra.

Es el mismo jardín al que daba el balcón en el primer poema de Las brasas. El jardín nublado del poema que termina así:

y en el jardín nublado, que miro desde el cuarto,
cantan tristes los pájaros, con vida,
y hay un olor extendido de rosas,
como si sólo un hombre aquí existiera,
y porque existe él transcurre todo,
y la belleza
honda se ofrece ante su muerte,
con sólo fin de darle un pensamiento.
Y así, de un modo débil y una existencia torpe,
Nace, breve, el amor.


Santos Domínguez

28 abril 2016

Manuel Longares. El oído absoluto


Manuel Longares.
El oído absoluto.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016.

Max Bru mimaba a los aplicados, pero sus intentos de que superasen la frontera de las cuatro reglas no prosperaban. Desalentado, adoctrinaba a los notables del casino sobre los males de la patria y a los menos encopetados sobre la Revolución bolchevique. Y en la madrugada, cuando todos dormían, al amparo de una vela escribía en unas hojas. Porque aquel maestro de primaria era poeta y sus versos, rimados o en blanco, incomodaban tanto a los suyos como sus monsergas regeneracionistas.
(...)
El patriarca Belvis le había pedido que, en su doble faceta de maestro y literato, entretuviese en aquella reunión a su invitado más insigne. Max Bru, que nunca había ido de caza y tampoco preveía hacerlo en esa ocasión, aceptó la encomienda a regañadientes.
-Si te comportas, te colocará en Madrid -le prometió Belvis-. No lo estropees.
Finalizó la batida y el mejor escritor de la Madre Patria regresó a la capital sin concretar ofertas. Y mientras en las cocinas de Pagán se despellejaban las piezas cobradas, bullían las perolas y en las sartenes se sazonaban sofritos, Max Bru resumió en un latiguillo su convivencia con el eximio:
-Compartimos la cicuta literaria.
No sedujo esta retórica al patriarca de sólo dos ideas, pero revolucionarias, que le emplazó a responder sin circunloquios:
-¿Cuándo te lleva a Madrid?
-Cuando yo quiera -se ufanó el joven.
Y relató a Belvis el momento estelar de su encuentro. Había guiado el escritor hasta el paraje menos agreste de la finca -ahí donde cantan las aguas bajo la guirnalda del emparrado- y aprovechó que se acomodaba bajo un arbusto para sondearlo sobre la decadencia de Occidente.
-Con la deshumanización del arte -proyectaba decirle-, ¿será el espíritu de la letra el tema de nuestro tiempo?

Ese socarrón fragmento que evoca la visita cinegética de Ortega y Gasset a Pagán en otoño de 1927 forma parte de la última novela de Manuel Longares, El oído absoluto, que publica Galaxia Gutenberg.

Un año después, en septiembre de 1928, el maestro poeta viaja a la Villa y Corte con carta de recomendación de Belvis –“el patriarca de sólo dos ideas, pero revolucionarias”- para el mejor escritor de la Madre Patria.

Va el maestro poeta, que no cultiva epopeyas sino atmósferas, en busca de la gloria literaria en el Madrid del 27 y de la Residencia de Estudiantes para darse de bruces con la mugre del Parnaso en una chabola pestilente donde Max Bru -“poeta modernista de verso híspido”- escribirá a sueldo de Atilano García de la Cal, empresario de zarzuela que sufre el virus lírico en forma de estigmas en las nalgas cuando oye versos y ripios.

Sustituye en el puesto a Nidal, bohemio barbudo y zumbado, autor de novelas sicalípticas que recuerda mucho a Pedro Luis de Gálvez, un personaje estrafalario, aunque no tanto como el inolvidable y anónimo maletero mulato que entre volatines acrobáticos destila versos ingleses de textos de Shakespeare.

El contraste grotesco, de raíz esperpéntica, entre lo grave y lo ligero, entre lo serio y lo cómico, entre el género chico y las tragedias isabelinas, entre Ricardo III y la Virgen de la Cueva, entre los versos de los clásicos y las aleluyas de poetas zarrapastrosos, entre Garcilaso y Amadeo Vives, orienta la mirada de Longares, más sarcástica que irónica cuando se ejercita en la parodia burlona del empinado estilo modernista, tan alejado en su vuelo lírico de la realidad rastrera en la que se mueven los personajes, que se expresan también con ese desgarrón estilístico:

“Belvis se felicita de recobrar al gran poeta. Sólo le falta rescatar a Bernardo de unas sábanas tan concupiscentes como las de su sobrina Otilia Risco, desterrada por sus coitos estruendosos a la localidad francesa de Monlieu con dos gemelos en su vientre. Pide discreción sobre su presencia en la posada y el dueño blasona:
-¡Soy insonoro!”

Organizada en tres partes –Épica, Lírica y Dramática- el peso de El oído absoluto lo soportan tres narradores: Eladia Mansilla, enamorada del poeta y madre de su hijo, bachillera y autora de dos diarios de ausencia: Odisea de una fea y Diario de un viaje sin equipaje.

La ejecución de una compañía de cómicos ambulantes y de Eladia Mansilla el 19 de julio de 1936 en el escenario de la plaza de Pagán por un pelotón de fusilamiento en el que estaba lo peor de cada casa sirve de bisagra narrativa entre la primera parte y la segunda. Con esa matanza cambia el tono de la novela y cambia también el esquema narrativo de la segunda parte, que se sostiene sobre el estudio biográfico de la profesora Landete sobre Max Bru.

Y finalmente las memorias de Máximo Brú Mansilla, el hijo del poeta que sufrió la guerra y el exilio y acabó regresando para colaborar en revistas musicales y trabajando en la compañía La España Musical antes de perder la cabeza y morir en un manicomio en 1946.

Esa compañía la dirige su cuñado Bernardo Mansilla, un Sansón Carrasco que sale al rescate del protagonista y le suplanta para llevar a cabo un proyecto vital que se resume en el lema “Valses, champán y mistinguetes” y acabar siendo empresario de revista en la posguerra.

Y pululando por la novela, un elenco de personajes excéntricos y memorables: Otilia Risco, desterrada en Francia por sus orgasmos tronitronantes; el padre Abades, un censor eclesiástico de la posguerra que se jacta en la tertulia del Comercial de ejercer la censura “como me sale del miembro”; el padre Lachaise, cura francés y ciclista inepto y prostibulario; Conrado Santa Fe, autor de las revistas musicales Diosas de Oriente y Mus de sotas, textos de doble sentido por los que los falangistas piadosos, al saber que no tiene brasero, le hacen la caridad de calentarle.

O un siniestro gafe de a peseta, inclinado a las necrológicas: “Estaba el café tan bullicioso como de costumbre, así que observé desde la barra a los figurones de las mesas. La gente gastaba una pelambrera que un soldadito como yo echaba de menos y se mostraba en su tertulia chistosa y ocurrente. Por contraste, un tipo de pajarita y abrigo misero traía dentro de una carpeta la relación de los artistas gravemente enfermos o recién fallecidos y la leía por las mesas a cambio de una peseta, en el mejor de los casos.”

Tan brillante como el resto de su obra, El oído absoluto es una divertida novela sobre literatura y literatos extravagantes y algo patéticos. Es la octava novela de un narrador imprescindible, autor de títulos tan memorables como Romanticismo, Nuestra epopeya, Las cuatro esquinas, Las ingenuas o la trilogía que agrupó en La vida de la letra.


Santos Domínguez

27 abril 2016

Shakespeare sin duda

Paul Edmonson y Stanley Wells (Eds.)
La verdad sobre Shakespeare.
Traducción de Jorge García y Carla López.
Stella Maris. Barcelona, 2016

¿Escribió Shakespeare las obras de Shakespeare? 

Esa pregunta que tiene ya siglos de antigüedad y que ha generado literatura de ficción y películas como Anonymous es el motor de La verdad sobre Shakespeare., una espléndida colección de ensayos que, coordinados por Paul Edmonson y Stanley Wells, abordan la polémica cuestión de la autoría de los textos de Shakespeare, atribuidas a veces a Francis Bacon, o a Christopher Marlowe, o a los condes de Southampton o de Oxford.

Desde la psicología a los estudios textuales, pasando por las más recientes aportaciones de la investigación y la bibliografía sobre Shakespeare, más de veinte especialistas analizan desde diversas perspectivas críticas los argumentos, las evidencias y las polémicas sobre esa vieja cuestión. 

El elocuente título inglés -Shakespeare beyond Doubt- orientaba sobre el sentido de este libro que disipa las dudas sobre la atribución de las obras de Shakespeare a Shakespeare. A esa conclusión llegan los diecinueve capítulos y el epílogo de James Shapiro, que destaca que "uno de los pocos aspectos beneficiosos del desafío planteado por la autoría de Shakespeare es que ha obligado a los expertos a dedicar mayores esfuerzos al análisis de sus propias propuestas. Entre ellas, las fechas de creación de las obras de Shakespeare, en qué medida las piezas fueron escritas por una persona inmersa en el mundo del teatro y las formas en las que el autor manejaba el desafío de escribir para determinados autores en particular."

Organizado en tres secciones -Los escépticos, Shakespeare como autor y Un fenómeno cultural-, este volumen, que responde a una polémica infundada y a una antigua teoría conspirativa, permite acceder desde otros puntos de vista a los textos de Shakespeare y al contexto histórico, social y cultural en que se escribieron.


Un volumen consistente que aporta una serie de pruebas y evidencias que resume así Shapiro: “los hechos y el análisis presentados en esta obra harán posible que la respuesta a la próxima película, campaña o pregunta sobre la autoría de Shakespeare planteada por cualquier estudiante, desconocido o incluso profesor, sea mucho más sencilla."
Santos Domínguez

26 abril 2016

El círculo de Shakespeare


Paul Edmonson y Stanley Wells (Eds.)
El círculo de Shakespeare.
Traducción de Juan Carlos Postigo y Pilar Ramírez.
Stella Maris. Barcelona, 2016.


Una biografía alternativa es el subtítulo de este volumen que acaba de publicar Stella Maris en el que se reúnen veinticinco capítulos realizados por un equipo coordinado por Paul Edmonson y Stanley Wells, dos reputados especialistas en Shakespeare. 

Organizada en tres secciones -La familia; Los amigos y vecinos; Los compañeros y mecenas-, no se trata de una biografía convencional, sino de un conjunto de artículos que aspira a un mejor conocimiento de Shakespeare con un enfoque circular.

Un asedio a su mundo y su obra que va cerrando círculos concéntricos en torno a familiares y amigos, escritores y actores, editores y mecenas o empresarios teatrales, en un intento de aproximación a Shakespeare a través de las “personas de cuya relación con el escritor tenemos pruebas documentales o con las cuales podemos dar por sentado que mantuvo una estrecha relación, ya fuera personal o profesionalmente”, pero sin renunciar a la imaginación, necesaria para abordar zonas oscuras, porque, como advierten también Edmonson y Wells, “todo discurso biográfico coincide en mayor o menor grado con la ficción" y por eso en estas indagaciones biográficas se cuenta con la ayuda de la elucubración plausible y de la imaginación verosímil. 

Un amplio conjunto de círculos concéntricos de distinta dimensión y ámbitos variados, ya que -como señalan los editores- “las contribuciones que hemos recogido para el círculo de Shakespeare nos recuerdan las muchas clases de círculos diferentes que irradian del círculo de la vida de Shakespeare y ayudan a dar forma a su periferia. Hay círculos de influencia responsabilidad familiar, de intenciones vecinales y profesionales, círculos de reputación entre mecenas, lectores, críticos, impresores y editores; círculos de colaboración con otros dramaturgos, actores, empresarios teatrales e inversores de negocios.”

Stratford y Londres, los años en sombra en los que no se sabe nada de él, entre los 21 y los 28 años, las compañías teatrales de los Hombres del Rey y los de Lord Chamberlain, las confusas y discontinuas relaciones con su mujer Anne Hathaway; la muerte de su hijo Hamnet a los 11 años, su amistad y su rivalidad con Ben Johnson, la protección de los nobles Southampton y Pembroke, sus colaboraciones con John Fletcher o su relación con Christopher Marlowe o con la familia Burbage, que controló el negocio teatral en Londres durante casi un siglo, son el centro o el telón de fondo de algunos de los capítulos esenciales de este libro que es también un mosaico de la vida y la cultura de la época de Shakespeare.

Compuesto con la voluntad que expresan los autores de la recopilación de que “los capítulos de este libro ofrezcan nuevas perspectivas y desempeñen un papel significativo del debate abierto sobre la biografía de Shakespeare”, este volumen, cuya versión original se publicó en Cambridge hace unos meses en el contexto de las conmemoraciones del cuarto centenario de la muerte de Shakespeare, es una enriquecedora aportación a los estudios shakespearianos de la que -escribe en el Epílogo Margaret Drabble- el lector, “como con toda buena biografía de Shakespeare, saldrá de aquí con un interés renovado por los poemas y las obras.”

Santos Domínguez

25 abril 2016

Leer a Shakespeare

Logan Pearsall Smith.
Leer a Shakespeare.
Traducción de José Carlos Somoza.
Prólogo de Luis Racionero.
Stella Maris. Barcelona, 2016.

“No soy un estudioso de Shakespeare, ni un lector constante de sus obras”, escribe Logan Pearsall Smith al comienzo de Leer a Shakespeare, el ensayo que publica Stella Maris con traducción de José Carlos Somoza y prólogo de Luis Racionero.

Estadounidense nacionalizado británico, vivió entre 1865 y 1946 y escribió con la humildad y el sentido común que le había llevado a preferir la lectura a cualquier otra actividad. “I prefer reading” es la declaración que resume su actitud ante la vida y de ahí surgió en 1933 este On Reading Shakespeare que aparece ahora por primera vez en español.

Fue mentor de Bertrand Russell y de Kenneth Clark y Virginia Woolf lo inmortalizó en su novela Orlando en la figura de Nicholas Greene, un “verdadero poeta”.

Desde el llamativo e irónico consejo inicial, No leer a Shakespeare, porque como todos los grandes es una “compañía peligrosa” por su potencia absorbente, Logan Pearsall Smith propone en este volumen un recorrido por el esplendor de la poesía de Shakespeare, “capaz de encarnar sus pensamientos en imágenes de belleza espléndida”; por los episodios, los pasajes y las escenas más significativos de su obra teatral, por su talento en la construcción de personajes vivos y profundos, por su evolución, por las aportaciones de la crítica y el contexto isabelino en el que escribió el clásico de los clásicos, en quien conviven la genialidad y la obscenidad, la crueldad y la sutileza, la retórica y la pasión, la ira y la burla. 

Un lector que puede hacerse con toda libertad este planteamiento crítico inicial: "¿Debe este escritor ser considerado seriamente como el más noble de todos los poetas, la gloria de la naturaleza humana, la mente más grande nunca surgida entre los hombres, el orgullo ideal de su tiempo? Esta mezcla bárbara de presunción y vulgaridad, de sangre y melodrama, ¿realmente es la cima de los logros humanos, el monumento más noble -como se nos dice- que los hombres dejarán de su existencia en este planeta?”

Y a partir de esas preguntas, una crítica de la crítica que tendía a alejar a Shakespeare de su tiempo y de su condición humana, porque “la idea moderna de Shakespeare, de acuerdo a tales críticos, no es más que un gran globo lleno de aire, relleno por profesores alemanes y escoceses, ociosos literatos, poetas menores y dramaturgos aficionados, propagandistas, idealistas y charlatanes, quienes se han confabulado para inflarlo y desinflarlo con el aire cálido del trascendentalismo moderno, el sentimentalismo, la psicología y la introspección, cosas de las que, por supuesto, los isabelinos no tenían ni la más remota idea.”

Frente a la lectura del especialista –“la última persona en el mundo capaz de emitir un juicio racional y mesurado sobre su especialidad”- Logan ofrece en este ensayo la mirada del lector común que reivindicó Virginia Woolf. 

Es la mirada de un lector privilegiado que entiende la crítica como "registro de una experiencia estética” y completa una imagen de Shakespeare como “el gran señor del lenguaje, el más expresivo y comunicativo de los seres humanos” 

“Millares de libros se han escrito sobre Shakespeare, y la mayoría de ellos son locuras”, escribe Logan en este ensayo, del que, con seguridad y por fortuna, no se puede decir lo mismo, porque está escrito con la lucidez y el sentido común de un lector con criterio.

Santos Domínguez 

23 abril 2016

Cervantes. La conquista de la ironía


Jordi Gracia.
Miguel de Cervantes.
La conquista de la ironía.
Taurus, Barcelona, 2016.

La conquista de la ironía es el subtítulo de la espléndida biografía de Cervantes que Jordi Gracia publica en Taurus. Una más que notable aportación a la bibliografía cervantina, una biografía escrita con tono cercano y buen pulso narrativo, rigurosa aunque alejada de eruditos aparatos académicos, con la que Jordi Gracia consigue su propósito declarado de “inyectar el ritmo del relato en la biografía de un iluso escarmentado por la experiencia pero libre del rencor del desengaño”, del “escritor que conquista una mirada compleja e irónica sobre el mundo a partir del hombre que aprendió escribiendo a ser él mismo, siendo varios a la vez, sin miedo a ninguno de ellos ni excesiva reverencia al más desaforado ni al más cuerdo.”

Gracia ha renunciado a “la ansiedad de narrar un Cervantes inobjetable y universal que no existe” y por eso ha procurado que este no sea su Cervantes particular, sino el Cervantes de Cervantes, porque “nadie ha sido más convincente sobre Cervantes que Cervantes mismo” y en consecuencia su biografía tiene “el punto de vista emplazado en la cabeza del escritor, como si dispusiésemos de una cámara subjetiva que lo atrapase en sus virajes y sus revueltas, en las rectas y en las curvas. La cámara subjetiva no fantasea pero sí usa la imaginación moral, que enfoca más lejos o más cerca, se detiene aquí o allí, sospecha, explora y pregunta, pero no ficcionaliza ni fantasea. Imagina, porque sin imaginación no hay biografía, y Cervantes fue tan real y genial como normal y corriente, tan jovial y burlón como estricto y comprometido, además de pasmosamente inteligente.”

Un autor que –explica Jordi Gracia- “en su obra habla poco en primera persona pero la literatura habla siempre de forma compleja e indirecta del yo del escritor. Y ese yo se viste y desnuda, se desviste y vuelve a vestirse a través de una ficción que nunca es neutra o plana o previsible sino creativa y reflexiva, original e intencionada.”

Desde las penurias económicas y los primeros sustos con la justicia que conoció en su infancia en el ámbito familiar, pasando por los años formativos en el Estudio de la Villa con Juan López de Hoyos, la huida a Italia, los tercios españoles, de Nápoles a Lepanto, los baños de Argel o los reiterados intentos de fuga frustrada, se suceden en esta biografía de Cervantes, un vitalista con mala suerte, los laberintos domésticos y los conflictos administrativos y económicos, las rivalidades literarias y las peripecias editoriales, las adversidades personales y las infamias de Avellaneda y Lope o las prisas por rematar el Persiles.

Así explica Jordi Gracia ese cruce de vida y literatura cuando evoca los diez años de resignación de Cervantes en la década de los noventa: “La vida de Cervantes ha sido y seguirá siendo un contar y contar sin descanso, contar arrobas y fanegas, contar vecinos y deudas, contar maravedíes y contar sacos, contar trolas y contar con otros aunque nada debería hacer pensar que se ha quedado sin tiempo para contar historias por escrito, escucharlas a otros, pensarlas mientras cabalga de un sitio a otro y duerme una y otra vez en ventas, casas ajenas, posadas y lugares improvisados, enterándose de las mil y una maneras que esas gentes tienen de sobrevivir, de pasar el rato, de engañarlo y entretenerlo y hasta de matarlo.”

Una biografía que pone muchas veces en primer plano la descripción del cambiante telón de fondo en el que se desarrolló la vida ajetreada -de Madrid a Nápoles, de Argel a Sevilla, de Esquivias a Valladolid, de Orán a Toledo, de Écija a Lisboa- de quien pasó gran parte de su existencia en camino. Un camino que recorre Cervantes incluso en esa cima de la prosa castellana que es el Prólogo del Persiles, que escribió cuando sentía próxima la muerte: Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso...

Gracia propone de esa manera al lector un recorrido por la biografía externa de  Cervantes, pero también por su obra y sus contextos -vitales, históricos, sociales, culturales, estéticos, morales- y sobre todo por su mirada al mundo, que se perfila definitivamente en la escritura del Quijote. Una mirada cervantina –tolerante, sí, pero aguda siempre- a un mundo al revés en el que nada es lo que parece. Así lo resume el biógrafo: “La conquista de la ironía como núcleo estructural de la novela está poniéndose en marcha porque en Cervantes ha cuajado ya lo que lleva dentro Don Quijote”

Ese proceso de conquista literaria de una nueva mirada en la que se suman la ironía, el humor y la inteligencia tiene un momento decisivo en las Novelas ejemplares, en las que Cervantes dio con el tono creíble y directo, oral y casi invisible que habría de ser la clave narrativa del Quijote y de su plenitud literaria, la culminación de un proceso de creación de un mundo propio en el que Cervantes reunió ejemplarmente experiencia e invención, idealismo e ironía, ficción y realidad.

Por eso subraya Jordi Gracia que Cervantes acaba haciendo de su literatura la expresión de un hombre "escarmentado sin rencor que dañe la voluble marea de cordialidad expectante y curiosa, más alegre que averiada, más jovial y burlona que amargada y esclerótica."

La conclusión más importante de esta biografía escrita en ese tono cercano al que me refería más arriba es que transmite la imagen de un Cervantes también cercano “que planea hacia nuestro tiempo”, porque “el Cervantes de sus mejores novelas /.../ parece vivir fuera de su tiempo para saltar al centro del nuestro, allí donde la ironía es la respuesta que los ideales y el buen sentido dan a las paradojas de la experiencia, donde el humor es condición de la inteligencia y la verdad es esquiva y es exacta al mismo tiempo: irónica y cervantina.”

Un Cervantes en el que, a pesar de los desengaños y los golpes que le dio la vida, a pesar de esos desórdenes de la fortuna a los que Gracia dedica un capítulo, nunca hay acritud, porque en su madurez se ha liberado de sí mismo y con el Quijote le ha aportado a la novela una dimensión reflexiva en torno a la realidad y su condición poliédrica, una de las claves que permiten hablar de esa obra como la primera novela moderna.

La escribió quien, como decía Cernuda de Don Quijote, no se cansó nunca de vivir. Ni siquiera en esos días finales en que comenzaba así la dedicatoria del Persiles:

Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.

Santos Domínguez


22 abril 2016

Antología de la poesía parnasiana

Antología de la poesía parnasiana.
Edición bilingüe de Miguel Ángel Feria.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2016.

Hace ahora justamente un siglo y medio, en 1866, Alphonse Lemerre publicaba Le Parnasse contemporaine, la antología fundacional de un movimiento que marca el rumbo renovador de la poesía francesa en la segunda mitad del siglo XIX y que tendría una influencia decisiva también en la configuración del modernismo hispánico, especialmente en el aparato temático y en el andamiaje estilístico y métrico de Rubén Darío.

Cátedra Letras Universales acaba de publicar una imprescindible Antología de la poesía parnasiana en edición bilingüe de Miguel Ángel Feria, que justifica con estas palabras la necesidad de una obra como esta: “No existe en la copiosa historiografía sobre el modernismo literario un término sometido a mayor vulgarización que el de parnasianismo, como tampoco existe en lengua española un solo estudio destinado cabalmente a su desentrañamiento.” 

Una antología que recoge una muestra significativa del Parnasianismo a través de diez poetas relevantes -de Théophile Gautier a Sully-Prudhomme, de Théodore Banville a José-Maria de Heredia, de Leconte de Lisle a Catulle Mendès- que aparecen representados cada uno por cinco textos, la mayoría de los cuales se traducen por primera vez al español. 

Criticado por retórico, superficial y decorativo, con más detractores que defensores, el Parnasianismo tuvo, sin embargo, un papel fundamental entre dos movimientos: entre el Romanticismo y el desorden de sus improvisaciones arrebatadas y la música oscura del Simbolismo. 

En contra del posromanticismo intimista y vegetativo y del utilitarismo de la poesía realista, el Parnasianismo fue la vanguardia rupturista de aquel momento: defendió la importancia de la forma, la autonomía del Arte por el Arte frente al didactismo propagandista social, moral o religioso y propugnó la estrofa frente al versolibrismo.

En su espléndido estudio introductorio de un centenar de páginas, Miguel Ángel Feria aporta las claves históricas y estéticas que permiten reivindicar la importancia del movimiento parnasiano, seguir su evolución, desde la bohemia antiburguesa a la Academia, y fijar las características –historicismo, recuperación del mundo clásico, objetividad, distancia impasible, fuentes pictóricas- de una poesía plástica que habló de lo sensible más que de lo sentimental y transfirió las emociones del sujeto al objeto.

Frente a la poesía descuidada y amparada en el sentimiento, el Parnasianismo defendió la importancia de la técnica y la obra bien hecha:  “Arte es belleza -decía Gautier-, invención perpetua del detalle, elección de palabras, exquisito esmero en la ejecución. La palabra poeta significa literalmente hacedor. Todo lo que no está bien hecho no existe.” 

Esa actitud entrañaba un riesgo evidente, porque -como indica el editor en la introducción- “aquel fervor por el trabajo verbal, por una dicción, un ritmo y un lenguaje culto y elevado redundó a veces en puro preciosismo.”

En la selección de autores y textos se ha valorado su representatividad desde el punto de vista temático y estilístico y la influencia que han ejercido en la poesía posterior: Gautier, un bohemio dedicado obsesivamente en la depuración estilística y en la musicalidad del verso en sus Émaux et camées; Banville y el canon escultórico de sus Odes funambulesques; Leconte de Lisle, el más importante y el más representativo de todos ellos con sus Poèmes antiques y sus Poèmes barbares, el mejor exponente de la ortodoxia parnasiana junto con su discípulo José-Maria de Heredia, que con un único libro –Les Trophées- obtuvo el reconocimiento de la crítica como el último parnasiano importante y la admiración de los simbolistas; Catulle Mèndes, que configuró el poema en prosa parnasiano, o Sully-Prudhomme, menos un poeta que un hábil versificador, a pesar de lo cual obtuvo el primer Nobel de Literatura en 1901.

No está aquí Baudelaire, que aunque escribió los mejores poemas parnasianos, es un poeta tan desbordante, tan proyectado hacia el futuro que no cabe ni bajo este ni bajo ningún otro rótulo. 

Cincuenta espléndidas traducciones en las que merece la pena destacar el esfuerzo del traductor por transmitir en su versión la armonía musical de los originales.

Santos Domínguez



21 abril 2016

Thomas Mann. Relato de mi vida


Thomas Mann.
Relato de mi vida.
Traducción de Andrés Sánchez Pascual.
Hermida Editores. Madrid, 2016.

Con traducción de Andrés Sánchez Pascual, Hermida Editores publica Relato de mi vida, una obra en la que Thomas Mann va más allá de la autobiografía para fijar las claves de su escritura.

Escrito en 1930 con la fluidez narrativa del mejor Mann, el Mago recuerda en estas páginas las lecturas de Nietzsche y Schopenhauer como experiencias intelectuales decisivas en su formación, evoca el “mejor Munich que ha habido jamás,” donde terminó Los Buddenbrook, una de sus grandes novelas; rememora el suicidio de sus dos hermanas o hace un recorrido por el proceso de elaboración y publicación de sus novelas y relatos, de Tonio Krüger a La montaña mágica, de La muerte en Venecia al ciclo novelístico José y sus hermanos; habla de sus influencias literarias, revela la base real o autobiográfica de algunos de sus personajes y de las situaciones que plantean o de la génesis de La montaña mágica en el sanatorio de Davos, donde estaba ingresada su mujer para tratarse una enfermedad pulmonar, y rememora un viaje a España en la primavera de 1923 y su atracción por “el territorio español clásico,” Toledo, Aranjuez, El Escorial, Segovia, el Guadarrama.

La constante interrelación entre vida y literatura en Mann permite abordar su obra desde una perspectiva profundamente vivida produce en el lector de estas páginas la sensación de estar ante un personaje, aunque paradójicamente ante sus personajes notemos que son personas vivas.

Sus protagonistas son en gran medida proyecciones de sus fantasmas, sus experiencias, sus inseguridades, sus ideas. Desde Aschenbach a Faustus, Mann está detrás de sus personajes. El casto José es el casto Thomas y en Hans Castorp se puede rastrear la ideología vital y artística del autor de La montaña mágica.

“Yo supongo que moriré en 1945, a la misma edad de mi madre”, escribía Mann al final de este Relato de mi vida. No fue así, murió diez años después y eso le permitió terminar Doctor Faustus, su novela más sombría, y las Confesiones del estafador Felix Krull.

A su muerte, su hija Erika escribió el texto que completa este volumen, El último año de mi padre, para “contar cosas de él, de sus proyectos, de su último año, de los últimos días y las últimas horas.” 

Tampoco la angustia ni la melancolía que había previsto para sus últimos días se cumplieron, como explica su hija en estas páginas que evocan un último año -de agosto de 1954 a agosto de 1955- de viajes, reconocimientos y proyectos. Un año en que escribió un conmovedor ensayo sobre Chéjov y otro sobre Schiller.

Un epílogo de Andrés-Pedro Sánchez Pascual con la Cronología y  bibliografía de Thomas Mann cierra este espléndido volumen, una lectura imprescindible para entender en toda su dimensión una de las obras narrativas más imperecederas del siglo XX.

Santos Domínguez

20 abril 2016

John Keats. Poesía


John Keats.
Poesía.
Antología bilingüe. 
Selección y traducción de
Antonio Rivero Taravillo.
Alianza Editorial. Madrid, 2016. 

Oh ática armonía, hermoso mármol 
con hombres y doncellas cincelados, 
con ramas del boscaje, holladas hierbas… 
¡Silente forma, abstraes a nuestra alma, 
oh Fría Pastoral, como lo eterno! 
Pues cuando esta generación se extinga, 
tú seguirás en medio de otras cuitas, 
amiga del hombre, a quien dirás: 
‘Belleza es la verdad, verdad lo bello.’ 
Otro saber no tienes ni precisas. 

Así termina, en la versión de Antonio Rivero Taravillo que publica Alianza Editorial, la Oda a una urna griega, de John Keats, aquel ‘poeta joven, apenas conocido’ cuya muerte en Roma evocó Cernuda en A propósito de flores. 

Su nombre –lo dice su epitafio- quedó escrito en el agua en 1821 y desde entonces se ha convertido, con cinco años de actividad poética, desde Sueño y poesía, su primer poema importante, hasta los muchos inéditos que aparecieron póstumos en 1848, en un poeta imprescindible no sólo en la poesía inglesa, sino en la tradición occidental.

Alejado por igual del sentimentalismo de Coleridge y Worsdworth, los poetas de los lagos, y del malditismo provocador de Byron y Shelley, John Keats, el romántico que murió más joven, a los 25 años, fue el poeta-poeta, el más claramente tocado por el don de la poesía y la palabra, el que más prestigio conserva hoy porque su obra ha pasado sin daño por encima del tiempo.

Fue también el más consciente de sus contemporáneos en la reflexión sobre la noción de lugar que es esencial en su poesía meditativa. Un lugar que delimitó en sus cartas, en las que habló de la capacidad de enajenarse, de perder la propia identidad para identificarse con el paisaje o con el pájaro que picoteaba en el alféizar de su ventana, para convertirse en urna griega o ser otoño o ruiseñor, cuando morir parece un lujo más que nunca.

Lo resumía en la carta que dirigía el 27 de octubre de 1818 a su amigo Richard Woodhouse, la que Cortázar definió en su memorable Imagen de John Keats como la “carta del camaleón”, comparable a las Cartas del vidente de Rimbaud:

El poeta es un ser sin identidad, lo es todo y no es nada; no tiene carácter; disfruta la luz y la sombra (...) Lo que choca al virtuoso filósofo deleita al camaleónico poeta (...) Un poeta es el ser menos poético que haya, porque no tiene identidad: está continuamente sustituyendo y rellenando algún otro cuerpo (...) El sol, la luna, el mar, los hombres y las mujeres, que son criaturas impulsivas, son poéticos y tienen en sí algún atributo inmutable. El poeta no posee ninguno; ninguna identidad, y es, sin duda, el menos poético de todos los seres creados por Dios (...) Si, por lo tanto, el poeta no tiene ser en sí y yo soy poeta, ¿qué hay de asombroso en que diga que voy a dejar de escribir para siempre? (...) Tal vez ni siquiera ahora estoy hablando por mí mismo, sino desde alguna individualidad en cuya alma vivo en este instante.

Visionaria y creativa, su poesía presagia a Rilke en su viaje hacia la esencia de la realidad, hacia lo que se agita en las profundidades, una suma de reflexión y creatividad, de meditación e imaginación, de lucidez y contemplación receptiva en la que el poeta se deja tomar por la realidad, que posee al poeta, el que ve como pudieron ver los dioses.

Entre un soneto dedicado a su hermano George y la despedida del último texto, con su mano moribunda extendida hacia la amada pero también hacia el lector, está en estas páginas el mundo delicado de Keats y la emoción plástica de su obra, en una traducción en endecasílabos blancos y heptasílabos que no mantienen –como es lógico- la rima, pero sí el ritmo y la música del original. 

Una traducción que –señala Rivero Taravillo-, “ha tratado de envolver las ideas de Keats con la música que les es propia.” Como en la Oda al otoño, “su poema perfecto” en palabras de Harold Bloom:

¿Dónde los cantos ya de Primavera?
No importa; tú también tienes tu música:
mientras las nubes, expirando el día,
florecen y sonrojan los rastrojos;
en coro los mosquitos se lamentan
meciéndose en los sauces junto al río
conforme se alza o no una leve brisa;
y balan los corderos en el monte,
canta el grillo en el seto, en una huerta
dulce silba el petirrojo, y gorjean
bandos de golondrinas en el cielo.


Santos Domínguez

19 abril 2016

Cees Nooteboom. El Bosco


Cees Nooteboom.
El Bosco.
Un oscuro presentimiento.
Traducción de Isabel-Clara Lorda. 
Siruela. El Ojo del Tiempo. Madrid, 2016.

"¿Qué tienen en común un escritor del siglo XXI y un pintor del siglo XV?", se pregunta Cees Nooteboom cuando rememora, sesenta años después, su primer contacto con la pintura del Bosco en el Museo del Prado.

Y ahora, cuando ha cambiado su forma de mirar desde aquel lejano 1954, persiste el misterio en torno a ese mundo inquietante e imposible que aparece en las tablas del Bosco: en Las tentaciones de San Antonio que visita en Lisboa, en El Jardín de las Delicias que tenía Felipe II en su habitación, en La Adoración de los Magos o en El carro de heno.

Un ensayo del escritor e hispanista Cees Nooteboom, que hace una propuesta sobre cómo leer la pintura de un artista de imaginación desbordada por oscuros presentimientos que atraviesan la mirada de alguien que, como El Bosco, “no nos ha dejado palabras, sólo imágenes. ¿Tuvo un presentimiento de cómo serían los tiempos venideros?”

Nooteboom  explora así la médula de la actividad artística, la relación de la pintura con el espectador y con el artista, porque “el Bosco ha desaparecido. El cuadro se ha despedido de él, él ya no puede alcanzarlo como tampoco podría alcanzarlo a él ninguna de las personas que están frente al cuadro. Medio milenio lo separa ahora de su obra.”

¿Cuándo se desprenden los cuadros /de su pintor.? ¿Cuándo se torna esa misma materia / en otro pensamiento?, escribió Nooteboom en unos versos que se preguntaban por la pintura y la mirada cambiante del tiempo.

Porque es evidente que hay una mirada anterior al Renacimiento, otra anterior a la Revolución Francesa, a las guerras mundiales o al nazismo en relación con El Bosco y su pintura visionaria y futurista en la que imaginó monstruosos peñascos que nunca vio, porque no hay peñascos en los Países Bajos.

Al cabo de los siglos esa pintura sigue irradiando la fuerza de sus imágenes del horror, las formas inclasificables, híbridas de lo vegetal y lo mineral, el infierno musical y las aves de cuatro cabezas, las plantas imposibles y los animales imaginarios, las pieles transparentes y los cascarones de huevo, las conchas y las sirenas, las fantasías arquitectónicas y los peces voladores, los hombres-árbol y los juguetes absurdos, los cristales azulados pintados con el color del miedo desde un mal sueño.

Hay en esas tablas inquietantes una violencia latente o explícita que convive con un mundo de luminosa transparencia y de pesadillas delirantes: "¿Tuvo Hieronymus Bosch un oscuro presentimiento sobre esta creación?", se pregunta de nuevo Nooteboom ante estos cuadros en los que coexisten las desemejanzas, el bien y el mal, la culpa y el fuego, los rostros y el silencio, los  misterios alquímicos y las pulsiones sexuales, la visión imposible y las escenas cotidianas, la gracia y el descaro.

Quinientos años después, el misterio de esa pintura sigue planteando preguntas y sugiriendo respuestas, sigue provocando la fascinación y el desconcierto del espectador actual ante la obra de un autor cuyo “rastro se encuentra en los catastros, archivos, escrituras de compra, pero de su arte no dijo nada. Él pintó. Pocas veces un hombre invisible ha dejado tantas cosas visibles."

Para conmemorar el quinto centenario de la muerte del Bosco, Siruela publica este bellísimo volumen, magníficamente ilustrado con detalles normalmente invisibles, que será sin duda uno de los libros mejor editados de este año.

Santos Domínguez

18 abril 2016

Leonard Nolens. Puertas entreabiertas 2


Leonard Nolens.  
Puertas entreabiertas 2.
Antología poética (1986- 2014).
Edición bilingüe de Stefaan van den Bremt.
Vaso Roto. Esenciales Poesía. Madrid, 2016.

He aquí tu casa y tu andadura. He aquí tu permanencia, escribe Leonard Nolens en el verso final de La permanencia, el poema con el que se abren las Puertas entreabiertas 2, la antología poética (1986-2014) que publica Vaso Roto en su colección Esenciales Poesía con edición bilingüe de Stefaan van den Bremt.

La identidad y el pasado, el vacío y la memoria, la reflexión sobre el sentido de la escritura, lo doméstico y la angustia, la fugacidad y la salvación por el amor son los ámbitos, las actitudes y los temas de una poesía directa y elaborada en la que conviven el desastre nuclear y el cuerpo de la amada mientras duerme desnuda, el desencanto generacional y mayo del 68 ( Éramos pocos. / Éramos algunos. / Éramos otros).

Una poesía escrita para llegar al fondo, para mirar más lejos que yo y unos poemas que miran sin nostalgia y con amargura a una época en la que se dormía de pie y se vivía verticalmente (éramos entonces pólvora). 

Poemas que son cenizas de letras desparramadas en los que persiste el dolor del superviviente y la memoria de Vallejo y Milosz, la enfermedad y la desolación, el desaliento y la conciencia de que uno habita una herida y no se habitúa.

Santos Domínguez

15 abril 2016

Anne Carson. Albertine


Anne Carson.
Albertine.
Rutina de ejercicios.
Edición bilingüe.
Traducción de Jorge Esquinca.
Vaso Roto. Madrid, 2015.

1. El nombre de Albertine no es un nombre común para una muchacha en Francia, aunque Albert se usa con frecuencia para un muchacho. 
2. El nombre de Albertine aparece 2 363 veces en la novela de Proust, más que el de cualquier otro personaje. 
3. Albertine está presente o se le menciona en 807 páginas de la novela de Proust. 
4. Durante un buen 19% de estas páginas está dormida. 
5. Entre algunos críticos, incluyendo a André Gide, existe la creencia de que Albertine es una versión disfrazada de Alfred Agostinelli, el chofer de Proust. A esto se le llama la teoría de la transposición. 
6. Albertine constituye una obsesión romántica, psicosexual y moral para el narrador de la novela, sobre todo a lo largo del volumen 5 de los 7 (en la edición de la Pléiade) que componen la obra de Proust. 
7. El volumen 5 se titula en francés La Prisonnière y The Captive en inglés. Roger Shattuck, un experto mundial en Proust, afirmó en un estudio premiado en 1974 que este es el único volumen de la novela que un lector escaso de tiempo podía, tranquilamente, saltarse por completo. 
8. Los problemas de Albertine son (desde el punto de vista del narrador) 
a) mentir 
b) lesbianismo 
Y (desde el punto de vista de Albertine) 
a) estar prisionera en la casa del narrador. 
9. Su mal gusto en música, aunque se hace notar varias veces, no es un problema.

Esos nueve párrafos y otros cincuenta, además de dieciséis apéndices, forman parte del inclasificable Albertine. Rutina de ejercicios, de Anne Carson, que publica Vaso Roto con traducción de Jorge Esquinca.

Un libro que está a medio camino entre el ensayo y el poema, en un lugar intermedio que comunica desde la creatividad el territorio de la lectura con la actividad de la escritura en el desierto de la Vida después de Proust.

Con un método de lectura que recuerda el de la decreación que practicó en su poesía, que concibe el ser como un re-hacerse que se crea a través de una reconstrucción de los fragmentos obtenidos a partir de una disolución previa.

Lectura y escritura se conjuntan en estas páginas en las que, más allá de la figura de Albertine y de Proust, Anne Carson explora las relaciones entre la ficción y la memoria, el amor y la muerte, la fascinación y el sexo, entre el deseo y el secreto, entre el engaño y los celos.

Pero también hay sitio en esta rutina de ejercicios para reflexionar sobre el sueño y el despertar, sobre la importancia del adjetivo -Los adjetivos son las asas del Ser. Lo sustantivos nombran el mundo, los adjetivos te permiten asir el nombre e impedirle que vuele por tu mente como una explicación presocrática del cosmos-, sobre la diferencia entre metáfora y metonimia o sobre la segunda paradoja de Zenón, como clave de En busca del tiempo perdido, porque —escribe Anne Carson— también se puede concebir la novela entera como un enorme instante congelado, pues a Marcel le toman las tres mil páginas de la historia para regresar al punto de partida y comenzar a escribirla. 

Y en el centro de todo, como eje del libro, lo que Anne Carson define como teoría de la transposición:

Comparar y contrastar la ficticia y repentina muerte de Albertine a causa de un caballo desbocado, con la repentina muerte en la vida real de Alfred Agostinelli a bordo de un avión sin control, aunque leer o no leer la obra de un escritor a la luz de su vida es siempre un asunto espinoso.

Santos Domínguez

14 abril 2016

Manuel Azaña. A la altura de las circunstancias


Manuel Azaña.
A la altura de las circunstancias.
Escritos sobre la guerra civil.
Selección, edición y prólogo de Isabelo Herreros.
Coordinación de José Esteban.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016.

La lucidez y la desolación caracterizan la voz de Manuel Azaña en A la altura de las circunstancias, la segunda antología de sus escritos sobre la guerra civil que publica Reino de Cordelia coordinada por José Esteban y preparada y prologada por Isabelo Herreros, que señala en la introducción que “al cumplirse ochenta años de aquella tragedia colectiva, de cuyos efectos aún permanecen heridas abiertas y páginas a la espera de ser leídas, las palabras de Manuel Azaña nos llegan desde la soledad de su escritorio, a la busca de un lector que entienda y participe del drama interior de un intelectual, presidente de un país en guerra, convencido de que sea cual sea el desenlace del drama, las secuelas en el cuerpo social de la nación permanecerán varias décadas, además de la ruina y la destrucción que ha asolado el país.”

Los partidos políticos y los sindicatos, los militares leales a la República, los desastres de la guerra, Franco y la ‘cruzada’, además de sus cuatro discursos a los españoles en guerra y una carta desde el exilio a su amigo Angel Ossorio son los apartados que vertebran esta antología que recoge fundamentalmente los textos del diario conocido como Cuaderno de La Pobleta, que redactó en una masía de la sierra de Valencia desde mayo hasta diciembre de 1937, cuando Valencia era la capital de la República que presidía y que cada vez estaba más claro que iba a perder la guerra.

Desde Lluís Companys a Casares Quiroga, desde Alcalá-Zamora a Besteiro, Largo Caballero o Indalecio Prieto; desde Miaja a Vicente Rojo, desde  Antonio Machado a José Ortega y Gasset, desde Franco a José Antonio a Mola, estas páginas contienen una reflexión amarga sobre la situación de España, sobre el papel de las potencias internacionales, sobre los crímenes de los sublevados y sobre los asesinatos incontrolados en zona republicana. 

Y, a veces, entre el análisis del político y la reflexión del intelectual, el desahogo literario de quien fue además un espléndido prosista, como demostró en El jardín de los frailes o en este texto, La calma de La Pobleta, que escribió el 17 de octubre de 1937:

Hoy al mediodía he salido al jardín, con el propósito de leer a la sombra de un árbol. Imposible. La embriaguez de la mañana me ha quitado la atención, y luego el deseo. Decimos que es otoño, porque no hace calor. Pero hay un sol deslumbrante, y como un trabajo profundo, invisible, de germinación y crecimiento. Densidad de primavera. Aromas fuertes, de resina y flores. Un vientecillo ágil. Revolotean sobre las dalias encarnadas dos mariposas. Un labrador ara en los bancales y canta a grito pelado. La tierra está blanda, migosa, suave. Después, silencio, calma luminosa. Acordes de silencio y luz. No sé qué sentido capta una vibración, ni luminosa ni sonora. Imposible adaptarse a un ritmo. Se escapa, se va. Me deja atrás, se va uno de fondo, como piedra…

Santos Domínguez

13 abril 2016

Edith Wharton. Xingu y otros relatos


Edith Wharton.
Xingu y otros relatos.
Edición bilingüe.
Traducción de Laura Salas.
Palabrero Press. Netherland, 2016.

La joven editorial Palabrero Press publica en edición bilingüe y con traducción de Laura Salas Xingu y otros relatos, un conjunto significativo de cinco cuentos que resumen el mundo literario de Edith Wharton (Nueva York, 1862-Saint-Brice-sous-Forêt, Francia, 1937).

Cinco relatos que aparecieron en revistas de la época entre 1904 y 1911 y entre los que destaca el que da título al volumen, porque Xingu es uno de los mejores relatos de la autora. La ironía es aquí el arma con la que Wharton hace una crítica divertida de la falsedad de la cultura en cuadrillas a partir de la superficialidad pedante de un Club del Almuerzo integrado por un grupo de mujeres que se reúnen para comer y leer.

Además, historias de fantasmas como Los ojos y análisis de las relaciones de pareja o de las relaciones familiares en La elección, Los otros dos o La casa de la mano muerta.

Emparentada con Henry James en su capacidad introspectiva y en la agudeza de su mirada penetrante y en el manejo de la tensión narrativa, Edith Wharton explora en sus relatos el detalle con la precisión de su prosa directa y eficaz y aborda críticamente las convenciones sociales y el papel de la autoridad, el lugar de la mujer en la sociedad a través de un análisis matizado de la conciencia y de los sentimientos individuales.

Magistral en las formas breves, potente en la distancia corta, en sus relatos pone en tela de juicio los roles femeninos de la sociedad tradicional con una llamativa suma de distanciamiento irónico y capacidad analítica para abordar situaciones a partir del cruce conflictivo, como es habitual en ella, del pasado y el presente, del individuo y la sociedad, de la autoridad y la libertad, de la apariencia y la realidad interior del personaje.

Harold Bloom, que la excluyó de su canon del cuento, reconocía así su aportación a la narrativa de comienzos del siglo XX: "No me gusta lo que Wharton ve ni cómo lo ve, pero me enseña a ver lo que no podría contemplar sin ella."

Santos Domínguez