22 junio 2015

Ospina. El año del verano que nunca llegó


William Ospina.
El año del verano que nunca llegó.
Literatura Random House. Barcelona, 2015.

En 1816 a la primavera no la relevó el verano, sino una sucesión de nevadas y frentes de hielo que convirtieron a aquel verano que no llegó en el más frío del milenio. En medio de aquel clima enloquecido que provocó inundaciones y pestes y se convertía en un solo azote de frío desde los litorales de China hasta las más inaccesibles comarcas de Nueva Inglaterra transcurre la última novela de William Ospina, El año del verano que nunca llegó, que acaba de publicar Literatura Random House.

Aquellos atardeceres de barro y sangre que pintó Turner vieron morir bandadas de pájaros desorientados sobre los campos de batalla de las guerras napoleónicas, heridos por el recuerdo aún reciente de Waterloo.

Benjamin Franklin ya no vivía por entonces, pero años antes había intuido la relación directa entre las catástrofes naturales, el frío fuera de temporada y erupciones volcánicas como la que se produjo en la isla indonesia de Sumbawa, en medio del mar de Bali. Aquella gigantesca erupción del volcán en 1815, la más grande de los últimos mil años, fue la causante de un invierno universal que nubló las islas griegas, pobló de lobos los pinares de Transilvania y llenó de ceniza los crepúsculos mediterráneos.

Cerca de Ginebra, a orillas del lago Lemán, bajo esa extensa nube de sombra, un grupo de cinco extranjeros se reunía en la villa Diodati el 16 de junio de 1816: Lord Byron, su médico John Polidori, y Clara Clairmont, su amante adolescente, que le presentó a su hermanastra Mary Wollstonecraft (que luego sería Mary Shelley), y al poeta Percy Shelley.

Aquella larga noche que duró tres días oscuros como una sola noche nacieron algunas de las pesadillas más recordadas de los tiempos modernos, dos mitos fundamentales de la modernidad: la criatura de Frankenstein y el vampiro, vastas criaturas de soledad y de rebeldía que brotaron de las pesadillas de Mary Wollstonecraft y las angustias de Polidori.

De eso trata esta novela portentosa escrita con una prosa envolvente que hipnotiza al lector con una fluidez y una potencia plástica admirables y basada en una historia que unía cosas extremas, abarcaba medio mundo, conjugaba fenómenos geológicos y meteorológicos con hechos históricos, personajes literarios y criaturas fantásticas.

Así resume Ospina el engranaje de la obra, la coherencia de su articulación narrativa, que reúne en su materia novelística rasgos ensayísticos, de crónica histórica o diario de viaje en una construcción que recuerda la labor prometeica de Frankenstein cuando reúne las piezas de su criatura:

Me sorprendió que la erupción de un volcán a mediados de 1815, en Indonesia, hubiera sido una de las causas eficientes del nacimiento en Occidente de la moderna leyenda del vampiro y de la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.

Sentí el extraño agrado de ver cómo se unían en una sola historia, que yo presentía vagamente, las vidas de Byron y Shelley con la catástrofe de una erupción volcánica en los mares del sur, con un tsunami en las costas de Bali, con esa nube de azufre y ceniza y cristales volcánicos que ennegreció el cielo de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el norte, desatando el cólera en la India y ahogando muchedumbres en las inundaciones del Yangtsé y del río Amarillo.

Santos Domínguez

19 junio 2015

Ficciones para una autobiografía




Ángeles Mora.
Ficciones para una autobiografía.
Bartleby Editores. Madrid, 2015.

El poeta es un fingidor. Nos lo enseñó Pessoa: la memoria construye sus máscaras y reinventa sus lugares o difumina sus tiempos. Desde ese punto de partida, sin engañar al lector y sobre todo sin engañarse a sí misma, Ángeles Mora asume en Ficciones para una autobiografía (Bartleby) el reto de explorar en su propia identidad en las largas noches sin respuesta, de reencontrarse con el pasado para reconocerse en el presente y su también dudosa luz proyectada sobre la soledad, las tardes, los caminos o el amor incoativo de la adolescencia.

¿Sabe que miente el que recuerda?, decía Caballero Bonald. Ángeles Mora sí lo sabe, como Machado sabía que también la verdad se inventa, y por eso no aspira a otra cosa que a evocar la luz más parecida / a la imagen real que les dio cuerpo, /historia, biografía con palabras que se buscan o te encuentran.

Con la distancia que permite la ironía y con preguntas -Entre el bolero y la marcha fúnebre,/sin embargo, en el aire,/ay,/ sólo preguntas- el poema se convierte aquí en territorio de la memoria, en el lugar de encuentro del pasado y el presente, ahora que suave es la noche / todavía.


Santos Domínguez

17 junio 2015

Historia abreviada de la literatura portátil



Enrique Vila-Matas.
Historia abreviada de la literatura portátil.
Debolsillo. Barcelona, 2015.

Treinta años después de su primera edición, Debolsillo publica la Historia abreviada de la literatura portátil, una de las obras más emblemáticas, más desconcertantes y más divertidas de Enrique Vila-Matas.

Obra para iniciados, organizada en torno al eje temático de la conjura shandy tramada por una irrepetible sociedad secreta, se suceden en sus páginas una vertiginosa serie de episodios, escenarios -de Praga a Sevilla, de Zurich a Trieste, de Viena a Monmartre- y personajes reales imaginados -Duchamp y Lorca, Benjamin y Crowley- que reivindican una imagen de la vida, el arte y la literatura entroncada con la alegría vitalista de las vanguardias, especialmente del dadaísmo.

Especular y laberíntica, paródica y juguetona, excéntrica y divertida, esta obra es nieta de Sterne, creador de Tristam Shandy y fundador de la risa contemporánea, pero es sobre todo una reivindicación del espíritu insolente y alegre de las vanguardias históricas.

Una máquina textual perfecta y autosuficiente cuya concepción tiene algo de visionario, porque anticipa el universo virtual en el que se desenvuelve gran parte de la cultura actual, mucho más portátil de lo que nadie podía imaginar en 1985.

Santos Domínguez

15 junio 2015

Memoria, lenguaje y trauma en Félix Grande


Pilar Cáceres.
Memoria, lenguaje y trauma 
en la obra de Félix Grande.
Carpe Noctem. Madrid, 2013.


Llega un momento en que uno comprende como oficiante de las palabras, como escritor, como sirviente de las palabras, que sin la memoria no hubiera sido posible ser un escritor, que sin la recuperación a través de la memoria de acontecimientos originarios y de llagas originarias, de deslumbramientos originarios, no se podría haber acumulado esa cuenta corriente emocional sobre la que después te asientas para trabajar con las emociones, es decir, para trabajar con las palabras, explicaba Félix Grande en 2007 en una entrevista.

En esas frases están las claves que indaga Pilar Cáceres en Memoria, lenguaje y trauma en la obra de Félix Grande, que antes de ser reelaborada en un formato menos académico y más ensayístico para este libro que publica Carpe Noctem, fue la tesis doctoral que la autora defendió en el Queen Mary de la Universidad de Londres.
Se trata de una brújula muy útil para orientarse en el territorio de la escritura de Félix Grande, que en gran medida concibe su obra como una manera de poner orden en su memoria biográfica y ética, como una manera de ponerse en paz consigo mismo y con sus recuerdos. Como una manera de restañar la herida casi prenatal que nunca cicatrizó del todo en su memoria.

Lo explicó el poeta con estas palabras definitivas: Todo mi oficio se reduce a buscar sin piedad ni descanso la fórmula con que poder vociferar socorro y que parezca que es el siglo quien está aullando esta maravillosa palabra.

La escritura se convierte así en alternativa a la muerte y al olvido, a la culpa y a la pérdida, y a su expresión más destructiva al silencio, porque -señala Pilar Cáceres-el trauma se manifiesta como /.../ el fenómeno del silencio por antonomasia.
Con esa perspectiva, el estudio de Pilar Cáceres es un recorrido iluminador por claves como el desarraigo y el trauma, la memoria y el olvido, el insomnio y la culpa, el perdón y la herida. Esa memoria herida que no acaba de cicatrizar nunca, que está todavía en el núcleo de Libro de familia, un libro posterior al de Pilar Cáceres, que naturalmente no lo recoge en su estudio, aunque sí lo pronostique, porque de alguna manera ese libro epilogal es también un crisol en el que se destilan las constantes de su obra.
Santos Domínguez


12 junio 2015

Antonio Hernández. Distancia que regresa


Antonio Hernández.
Distancia que regresa.
(Antología poética 1964-2014).
Prólogo de Manuel López Azorín.
Eirene Editorial. Madrid, 2015.

Cinco poemas inéditos rematan Distancia que regresa, la antología que recoge medio siglo justo de poesía de Antonio Hernández, el último Nacional de Poesía.

Desde el juvenil El mar es una tarde con campanas (1965) hasta la prodigiosa madurez de Nueva York después de muerto (2013), esta antología es una nueva invitación a visitar la obra de una de las voces más sólidas y templadas, más matizadas y versátiles de la poesía española del último medio siglo.

Desde sus primeros libros, en los que ese mundo poético está aún formándose, la obra de Antonio Hernández se mueve equilibradamente entre la contemplación y la reflexión, entre el sentimiento y el pensamiento, y hace del paisaje y de la infancia, del tiempo y el recuerdo, del amor y la muerte algunos de sus ejes fundamentales.

La expresión poética de Antonio Hernández, que desde el presente se inclina al recuerdo del pasado o a la esperanza del futuro, integra tonalidades y pulsos diversos, une tendencias estéticas distintas en estos quince libros que son eco de lo popular y lo clásico, de la copla y el soneto, de la estrofa y el versolibrismo para dar cauce a un mundo literario que se mueve siempre entre el dolor elegiaco y el sueño de la celebración o el homenaje a los maestros.

Santos Domínguez

10 junio 2015

Harold Bloom. El canon de la poesía


Harold Bloom.
Poemas y poetas.
El canon de la poesía.
Traducción de Antonio Rivero Taravillo.
Páginas de Espuma. Madrid, 2015.

Hace diez años que apareció la edición original en inglés de este volumen, cuarto de una monumental colección de seis títulos de crítica literaria que está publicando Páginas de Espuma.

Harold Bloom fijó el canon del relato en Cuentos y cuentistas, el del ensayo en Ensayistas y profetas y el de la novela en Novelas y novelistas, que han ido apareciendo regularmente en esta misma editorial.

Pero en ningún ámbito como el de la poesía demuestra Bloom la sagacidad de sus lecturas, su hondura interpretativa y lo afinado de su sensibilidad. Lo había demostrado desde sus primeros libros, en La angustia de la influencia, en El canon occidental o en Genios.

Pero es en este portentoso Poemas y poetas. El canon de la poesía en donde culmina esas lecturas de poesía con las páginas más agudas, inteligentes e intuitivas que ha escrito Bloom en torno a más de medio centenar de poetas que no se limitan a los grandes de la lengua inglesa, de Shakespeare a Ashbery, de John Donne a Walcott pasando por Dickinson, Byron o Heaney.

Porque además de los poetas de lengua inglesa, nombres tan ineludibles en la tradición occidental como Rimbaud y Neruda, Baudelaire o Paz forman parte de esta colección de estudios que tiene además el valor añadido de incorporar una antología de poemas imprescindibles.

Desde una concepción de la poesía como manifestación daimónica y mágica y traducido por Antonio Rivero TaravilloPoemas y poetas se centra fundamentalmente en las tradiciones poéticas angloamericanas en su vertiente lírica y meditativa y en una valoración de la poesía como medio de aprender a soportar la mortalidad, porque la poesía no puede sanar la violencia organizada de la sociedad, pero puede realizar la tarea de sanar al yo.

Con ese planteamiento se suceden los análisis de poemas esenciales en la tradición occidental, traducidos por Rivero Taravillo la mayor parte de ellos: desde la idolatría amorosa de Petrarca o el intrigante soneto 94 a la entonación afinada de Seamus Heaney pasando por tres ensayos imprescindibles sobre Shelley, Keats o Byron, una brillante iluminación de la poesía de Browning, la mirada a Wallace Stevens como un poeta necesario para dar voz a la soledad del hombre o el examen de la grandeza de Anne Carson en su poesía de las pérdidas.

Es verdad que el lector puede echar en falta algunos nombres -la llamativa ausencia de Yeats se explica porque Bloom le dedicó un amplio estudio monográfico-, pero también es verdad que no sobra ninguno de los que aparecen aquí, incluso de los más desconocidos entre nosotros.

Casi setecientas páginas para leer y pensar, como recomendaba su maestro Samuel Johnson.


Santos Domínguez

08 junio 2015

La espada y la palabra


Manuel Alberca.
La espada y la palabra.
Vida de Valle-Inclán.
XXVII Premio Comillas. 
Tusquets. Barcelona, 2015.


Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción que se suceden bajo el imperio mezquino de una fatalidad sin trascendencia. Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía, acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas. Yo mismo me desconozco y quizá estoy condenado a desconocerme siempre, escribía Valle-Inclán en La lámpara maravillosa.

Esas palabras podrían servir para justificar una obra como La espada y la palabra, una ambiciosa biografía de Valle-Inclán, la más importante de las que se han escrito sobre uno de los grandes autores de la lengua.

Biografía rigurosa, actual, documentada y menos anecdótica y novelística que otras biografías que ha generado Valle, La espada y la palabra, con la que Manuel Alberca obtuvo el Premio Comillas de ensayo que publica Tusquets, es un relato escrito con rigor y con buen pulso narrativo en torno a la figura llamativa y excéntrica de un escritor que convirtió su obra narrativa y su teatro en una de las cimas más altas de la historia del idioma.
  
Realidad y literatura se han fundido en una medida tan grande en torno a la personalidad de Valle, que la aportación fundamental de esta obra -que se convertirá sin duda en un texto de referencia- es deslindar claramente la biografía de la invención literaria. 

Cuando estamos a un año de conmemorar el sesquicentenario de su nacimiento, La espada y la palabra, que contiene también un nutrido álbum fotográfico, no es un mero acercamiento superficial a la vida y la personalidad de Valle, sino una indagación profunda en la trayectoria vital de un escritor a menudo distorsionado por su leyenda, como señala Manuel Alberca.

Por eso frente a las mitografías chistosas que han impuesto una imagen pintoresca de un  Valle entre grotesco y fantástico, el objetivo de Manuel Alberca es, como explica en la Presentación del libro, iluminar a la persona que hay detrás del nombre del autor, artífice de una obra literaria, al tiempo que mostrar cómo se ha formado el hombre y cómo se ha desarrollado su vida, sin olvidar las claves de su pensamiento político y religioso. 

Porque Valle fue un hombre contradictorio y complejo, reservado y celoso de su intimidad impenetrable pero a la vez cultivador de una imagen pública aparatosa y estrafalaria. 

De Madrid a Roma pasando por Cambados o por los campos de batalla franceses en la Gran Guerra, Manuel Alberca propone en esta espléndida biografía un recorrido minucioso por la vida y los textos de un hombre con una existencia ajetreada y paradójica, siempre dedicada a la literatura.

Una biografía que trata de levantar un relato veraz que saque al lector de ese limbo de irrealidad en que lo han confinado. 

Santos Domínguez



06 junio 2015

Amador Palacios. Bajo Véspero





Amador Palacios.
Bajo Véspero.
Instituto de Estudios Modernistas. 
Colección Jade poesía
Valencia 2015.

Un espíritu fluye como el agua entre los escollos de la existencia. Espíritu de gran intuición, innata curiosidad y mentalidad positiva; personificación del entusiasmo idealista, del optimismo como una forma de fe ciega. No espíritu soñador: sus sueños ―prácticos, pintados con vívida y desatada imaginación― están sometidos al escrutinio de la lógica implacable y la curiosidad compulsiva. Con una amplia visión de la realidad y comprensión de la vida, dirige su mirada más allá de la apariencia externa, en busca de un valor más auténtico e intrínseco. De pensamiento claro y sistemático, progresista, inconformista, moderno, celebra lo nuevo; persigue, en definitiva, la felicidad, la libertad en su apasionado amor por la vida y su deseo de una existencia perfecta. Se trata del yo lírico, que alguna vez se desdobla en un “él”, de los poemas, en prosa, de Bajo Véspero, última entrega de Amador Palacios (Albacete, 1954), autor con más de veinte libros publicados, entre poesía, ensayo y traducción, becado en repetidas ocasiones por la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa así como por la Fundación Olifante de Zaragoza, también biógrafo de Gabino-Alejandro Carriedo, miembro del consejo asesor de la Fundación Carlos Edmundo de Ory de Cádiz y académico correspondiente de la RACAL (Real Academia Conquense de Artes y Letras). 

Entre una luz que muere y una luz que nace, se conforma este particular dietario poético por amor a la vida ―el éros c’est la vie que proclamara Duchamp― a modo de pieza musical en tres tiempos: Bajo Véspero, Pequeño cuaderno de Venecia y Quasi Adagio. El primero, Bajo Véspero, que da título al conjunto, consta de quince poemas, entre sueños, recuerdos, incidentes y estampas cotidianas. Toda experiencia proporciona al poeta un caudal de sabiduría inagotable, que brilla en lo que dice y en lo que sugiere con intensidad semejante. No se trata de materia filosófica, pues no hay cuestionamiento, sino de verdades. Y así especialmente se patentiza en los poemas Árbol eterno, casi y Viaje final, que abren y cierran esta sección, proporcionando al conjunto ―fragmentos de realidad cotidiana― una estructura circular. Árbol eterno, casi dice la finitud: Nada se cuenta en el Universo que sea inmortal, ni siquiera los dioses (pág. 11). “Desautomatización metafísica” diría Shklovski, a la manera del soneto CXXX de Shakespeare pero llegando más allá en la racionalidad: a la desmitificación del propio mito. El yo lírico, proyectándose con la ironía del “casi” que matiza el título ―la ironía es una constante en nuestro poeta―, habla, argumenta, saca conclusiones acerca de la situación, avanzando desde lo más cercano a lo definitivo. Así apunta igualmente la coreografía que trasciende lo físico del Viaje final. El paisaje que enmarca la ventana, la desembocadura del Guadiana ―todo lo que se ve y se oye en el poemario sucede al aire libre, en lo fresco, en el verde, en la naturaleza― deviene exuberante metáfora,  palpitante paradoja de la que se vale el autor para, saltándose la representación, la propia interpretación, concluir afirmando: Nada se crea ni se destruye sino que se transforma, dice la osada máxima. De todo lo existente, solo pervive el mar, sin padecer ninguna metamorfosis (pág. 46). Constituyen el segundo tiempo, Pequeño cuaderno de Venecia, doce poemas, el último de ellos en verso, que transportan al lector, a través de la mente observadora y penetrante del viajero, de aguda capacidad de observación de los detalles más nimios, a una Venecia invernal y a la vez fuera del tiempo, por la que transitan muertos inmortales, los fantasmas de Ezra Pound, Stravinsky, pero también los de Helenio Herrera, Ángel Crespo, entre otros. Cierra la pieza un Quasi Adagio, catorce aforismos entre los que destaca el número 11, homenaje a Ángel Crespo, fragmentado en pinceladas puras, quintaesencia del pensamiento, como: El tiempo es el espacio de la música o El espacio es el tiempo, oscilante o quebrado, propio de la pintura, para matizar seguidamente con profunda filosofía: En todo caso, no es un tiempo lineal sino un extraño tiempo en lo simultáneo (pág. 83). No tiempo cronológico: tiempo intensivo del Aión según Deleuze: un déjà-là y un pas encore-là: tiempo circular donde presente, pasado y futuro son uno. 

Bajo el primer lucero, de sexo femenino, el más brillante de la tarde, espejo vespertino de Venus Afrodita, Amador Palacios nos presenta un texto cuyo brío sería su “voluntad de goce” ―¿el goce como sabiduría?―. La marca de su estilo, su diferencia, reside en la particular utilización de los adjetivos ―las puertas del lenguaje por donde lo ideológico y lo imaginario penetran en grandes oleadas (Barthes dixit)― y en el afán de liberarlos de toda norma y costumbre. Se trata de una adjetivación desbordante, de amplia movilidad, donde abunda la doble adjetivación de apreciación subjetiva, con predominio de los adjetivos relacionales sobre los calificativos, dotados aquellos de las características morfosintácticas que la norma solo admite en estos y cuya ruptura enriquece de novedad el lenguaje. No hay opinión ni valoración sino contestación en un texto para un lector paradoxal, atópico, abandonado a la deriva, sin otro deseo que el goce perverso de las palabras.

  Pedro Gandía

05 junio 2015

Félix Grande. Las calles

Félix Grande.
Las calles.
Epílogo de Pilar Cáceres y Alberto Gómez.
Carpe Noctem. Madrid, 2015


Acaba de cumplir medio siglo Las calles, una novela con la que Félix Grande obtuvo en 1965 el premio Eugenio D'Ors de novela breve de tema social .

Se publicó en Cuadernos Hispanoamericanos y apareció en un volumen prologado por Santos Sanz Villanueva en 1980. Y aunque sea una obra menor, casi desconocida en el conjunto de su producción, o precisamente por eso, hay que empezar resaltando el admirable ejercicio de rescate de este título inencontrable. El esfuerzo que hace Carpe Noctem con esta edición es una excelente manera de rendir homenaje a un nombre fundamental en la literatura contemporánea.

Con Dostoievski, Kafka y Camus al fondo, esta es una novela urbana, como anuncia su título. Pero es un texto que está más cerca del existencialismo que del realismo social incluso técnicamente: una novela social nunca se hubiera construido con esa perspectiva subjetiva de un protagonista-narrador. Y así como Félix Grande nunca escribió poesía estrictamente social, tampoco en Las calles o en los relatos que escribiría después se atendría a las convenciones del objetivismo y la distancia narrativa.

Lo impedía su implicación solidaria, la piedad ante la desgracia o la solidaridad con la pobreza en la que se mueve ese protagonista en el que no es difícil rastrear un fondo autobiográfico -el insomnio, el espanto para no entrar en otros detalles- que es el que alimenta también su poesía, que no por casualidad reunió con el significativo título Biografía. Es un protagonista que tiene mucho que ver con el Félix Grande que evocaba Francisco Umbral  cuando lo recordaba en los años 60, recién llegado a aquel Madrid aún en posguerra.

El miedo –escribimos libros porque tenemos miedo dijo en su última conferencia- y la insumisión, la compasión y la vergüenza se convierten, como en el resto de la obra de Félix Grande, no solo en el motor de la escritura, sino en su materia prima.

Por eso Las calles es una obra relacionada con Música amenazada, un libro de poesía escrito prácticamente a la vez y con el mismo telón de fondo, con el mismo decorado urbano y sobre todo con el mismo paisaje moral, con la misma actitud de un sujeto poético semejante.

Y es que la voz que habla en ese libro es muy parecida a la del narrador protagonista de Las calles con la soledad, la pobreza o el desvalimiento al fondo. Escribía en uno de los poemas centrales de Música amenazada:

A mi alrededor 
seres infelices de todas las edades; 
asemejados por el sufrimiento 
en mi recuerdo reunidos de dolor. 

Es un panorama donde viven el sufrimiento y las humillaciones, la calamidad y la desgracia en medio de una ciudad sin pájaros ni esperanza, en la que –como en Música amenazada- el protagonista cobra un sueldo de hastío y de temor. mientras iba nevando sobre tanto infortunio. 

Pero en ese panorama caben también la solidaridad y la rebeldía, la insumisión ante el poderoso, esa “ética de la pobreza” a la que aluden en su epílogo Pilar Cáceres, que dedicó su tesis doctoral a la importancia de la memoria y el trauma en la obra de Félix Grande, y Alberto Gómez, el editor de Carpe noctem, que está preparando su tesis sobre el Félix Grande articulista.

Y entonces la escritura se convierte en forma de desquite, en venganza frente a la estructura piramidal del poder representada por esos vicarios delegados de la autoridad que constituyen uno de los rasgos kafkianos que afloran en este texto.

Es cierto: en Las calles hay algo de oficina siniestra y de metáfora kafkiana y hay un paseante que nada tiene que ver con el flâneur diletante de Baudelaire: es un hombre pobre a la intemperie,  un ser desvalido en medio del frío y de las calles inhóspitas de la gran ciudad, porque este es un libro lleno de sombras y de noches, de angustias y calles vacías, pero también de rebeldía y de compasión. 

Entrando en un terreno más estilístico, si es verdad que la literatura reside en el adjetivo, la espléndida adjetivación que aparece en este relato combina ya precisión e intensidad de una manera muy característica en la escritura de Félix Grande.

Es verdad que la frase no tiene todavía la solemnidad con que la vertebraría su prosa, que era la manera de respirar de su conciencia individual y social, pero el estilo apunta ya a lo que iba a ser la prosa potente e inconfundible de Memoria del flamenco o La balada del abuelo Palancas.

Si Libro de familia fue en su condición de punto final de su trayectoria literaria un resumen de su obra, si en Música amenazada están ya los temas esenciales de su poesía, en Las calles hay un primer esbozo del universo temático que Félix Grande desplegará durante medio siglo y de la ejemplar actitud ética que lo acompañará siempre. 

Santos Domínguez

03 junio 2015

Shakespeare. Dramas históricos


William Shakespeare. 
Dramas históricos. 
Teatro completo III. 
Edición de Ángel-Luis Pujante. 
Espasa Clásicos. Barcelona, 2015. 

Espasa Clásicos culmina con un espléndido volumen que reúne sus Dramas históricos la monumental edición del teatro completo de Shakespeare con traducciones de Ángel-Luis Pujante, Salvador Oliva y Alfredo Michel Modenessi.

Un conjunto de diez obras, precedidas cada una de ellas de una presentación de Ángel-Luis Pujante, que pertenecen –salvo el Enrique VIII- a la primera época de Shakespeare, que dejó representada su imagen del mundo, el hombre y la vida en unos textos teatrales que contienen la totalidad de la realidad: la corte y la taberna, la espada y la corona, la traición y la lealtad, la fama y la muerte, el horror y la risa, la simulación y el secreto. 

Algunos de estos títulos, como Ricardo III o Enrique IV, figuran entre los más populares y más representados de Shakespeare. Y es que por encima de la misión de propaganda patriótica que tienen algunos de estos dramas, hay en ellos un análisis profundo de la condición humana entre la dimensión pública del personaje y su fragilidad privada, entre su apariencia exterior y sus dudas interiores, entre el esquematismo y la hondura. 

En ese cruce de política e intimidad brilla especialmente Ricardo III y las dos partes de Enrique IV, seguramente la cima del género. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también estos dramas que hunden sus raíces en el pasado contienen la cifra intemporal del mundo y una profunda interpretación del hombre. 

Como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que en  sus obras hace la crónica del pasado, el resumen del presente y la profecía del futuro. 

No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare cuando nos muestra a  Ricardo III, Enrique V, Falstaff, Enrique IV o al rey Juan. 

Quienes mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado. Complejas, cercanas y distantes a la vez, esas criaturas de Shakespeare no son los arquetipos de la envidia y el vitalismo, de la mentira o la ambición, sino sus encarnaciones más definitivas. 

En eso consiste la invención de lo humano de la que hablaba Harold Bloom, que al comienzo de su excelente Shakespeare. La invención de lo humano, respondía a la posible pregunta '¿Y por qué Shakespeare?', con una respuesta también interrogativa, aunque retórica: 'Pues, ¿quién más hay?'

Santos Domínguez