17 febrero 2013

Una historia fotográfica del flamenco




Flamenco.
Pasión, desgarro y duende.
Una historia fotográfica desde 1970.
Fotografías de Elke Stolzenberg y José Lamarca
Península. Barcelona, 2012.

Con un magnífico prólogo de Alfredo Grimaldos sobre la grandeza de lo marginal y un texto inédito de Francisco Moreno Galván sobre el duende de los sonidos negros (“El cante es lo que no es el canto") Península publica Flamenco. Pasión, desgarro y duende, un excepcional libro de fotografías de dos fotógrafos excepcionales: Elke Stolzenber, con su capacidad para captar el movimiento arrebatado, y José Lamarca o el reposo en el posado para buscar la hondura y el duende en el gesto del retratado.

Un baile de Antonio Mairena con palmas y jaleos de Camarón, Fernanda de Utrera, Menese y Morente; la boda de Camarón; la verticalidad de Paco de Lucía atisbando la altura de su genio; una panorámica de los Habichuela; los rasgos afilados de Antonio Gades o el gesto de pedernal de Agujetas.

Un Chaquetón entregado en el tercio; la seriedad honda de Mairena dos años antes de su muerte; Terremoto jugando a los chinos con Menese y Sordera; El Gallina posando como un faraón; La Cañeta y María Pagés; Fernanda y Bernarda de Utrera en la Fiesta de la Bulería de Jerez en 1982.

El corpachón de Terremoto en un arranque de baile por bulerías; Porrina en claroscuro; Sordera en silla de enea; Moreno Galván, Alberti, Menese y Marcos Ana en París; Menese con Rancapino o con El Cabrero; el baile temperamental y masculino de Farruco; Chocolate como depositario de los sonidos negros de Manuel Torre; el Chato de la Isla recortado sobre fondo oscuro; la compostura clásica de Sabicas y la gracia jerezana de Moraíto.

Y los retratos de las familias jerezanas: los Parrilla, los Vargas, Los Terremoto o los Agujetas.

Pasión, desgarro y duende en una historia gráfica del flamenco en las últimas décadas con más de 150 fotografías de enorme potencia expresiva y sinestésica sobre un cante y un baile que se sienten al fondo de estas imágenes.

Y el que siente, como señala Moreno Galván, se convierte en orante de piedra.
Santos Domínguez

16 febrero 2013

Javier García Sánchez. Robespierre


Javier García Sánchez.
Robespierre.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. 
Barcelona, 2012.


Una ligera brisa en el cuello.
Eso fue exactamente lo que a guisa de heraldo sintió Sebastien al cruzar con su carruaje junto al Artefacto, sobre cuya hoja suspendida en lo alto, y en medio de un estrepitoso zureo de palomas, golpeaban en escorzo los incipientes rayos del sol matutino.
Allí permanecía la célebre y temida balanza justiciera de la Revolución. Muda, orgullosa, surgida como obscena protuberancia del adoquinado que, a modo de eco, devolvía el nervioso piafar de los caballos. Un grupo de mugrientos y barbilampiños rapaces, valiéndose de un largo palo con el extremo ganchudo, intentaban quitar la tela que tenía como misión cubrir la hoja de acero de las miradas de la gente.

Así, con brisa en el cuello y la visión de la guillotina del joven Sebastien un día de Vendimiario, comienza Robespierre, la monumental novela que publica Javier García Sánchez en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Una ambiciosa obra que reivindica la figura política y humana del virtuoso incorruptible frente a la fama  que asoció su nombre con el Terror y los peores excesos de la Revolución Francesa:

Durante un tiempo su nombre se convirtió en muñeco de trapo colgante con el que los espadachines practican, descargando tensión y a saber qué más, por ejemplo, bilis, antes de sus lecciones de esgrima.

Y sin embargo, su papel real fue más el de víctima que el de verdugo sanguinario. Las mil doscientas páginas de este Robespierre adquieren su sentido en la demostración de esa tesis.
 Santos Domínguez

15 febrero 2013

Hart Crane. El puente



Hart Crane.
El puente.
Traducción y prólogo de
Margarita Fernández de Sevilla y Sally Burgess.
Pre-Textos. Valencia, 2013.

Hija de Emily Dickinson y Walt Whitman, nieta de Percy Shelley y William Blake, hermana de Rimbaud, la poesía de Hart Crane (1899-1932) es, pese a su brevedad y al hermetismo de algunos de sus textos, uno de los referentes ineludibles de la poesía norteamericana de la primera mitad del siglo XX.

Muerto prematuramente en 1932, ahogado en el Caribe, su obra poética se resume, además de en poemas sueltos como La torre rota, en dos libros, Edificios blancos (1925) y El puente (1930), que acaba de aparecer en edición bilingüe en la colección La Cruz del Sur de Pre-Textos con una espléndida versión de Margarita Fernández de Sevilla y Sally Burgess, revisada por el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna.

A esa traducción pertenecen versos tan admirables como estos, que evocan el primer viaje de Colón:

Una brizna, una rama solitaria entre dientes salados,
Algas gelatinosas que lamen las orillas, quizá
La luna de mañana nos conceda los bajíos de Saltes,
Palos una vez más, libre de larga guerra.
Un ángelus envuelve toda la arboladura;
Al frente negras aguas baten la negra proa.

Visionaria y musical, opaca y difícil como pocas, la  poesía de Hart Crane -que pese a sus divergencias se declaró discípulo de T. S. Eliot- intentó reformular, con un sentido del ritmo heredero de Marlowe, la épica con un estilo contemporáneo y con un intenso despliegue metafórico.

Esa suma de imagen y música explican que el maestro Bloom lo califique como “un genio órfico” en un breve ensayo en el que destaca su talento imaginativo para crear una exigente y a menudo inaccesible “lógica de la metáfora” a la vez que lo emparentaba con Emily Dickinson y su “música cognitiva.”

“El don poético de Crane –escribía Bloom- era impresionante: ningún poeta que haya muerto a su edad se le compara. Si Whitman y Stevens hubiesen muerto a esa edad no habrían dejado nada, y de Emily Dickinson y Robert Frost tendríamos que haber dicho que eran prometedores. Eliot no habría escrito La tierra baldía. A los 18, Crane escribía con el estilo lírico que lo caracterizó siempre.”

Intensa y alucinada, de oscuras metáforas que obedecen a una lógica autónoma, la poesía elusiva y comprimida de Hart Crane aspiraba –como explicaba en una carta a Waldo Frank, su mejor crítico- a “fusionar nuestro propio tiempo con el pasado” y a conectar su voz individual con la tradición americana.

El puente, su obra mayor, es un ambicioso poema narrativo, un texto unitario que comunica dos orillas habitualmente separadas en la tradición posromántica: el yo lírico y la realidad.

Empezó a hablar de este proyecto en 1923 como “una síntesis mística de América,” como un símbolo de la conciencia histórica y cultural de América, como su “símbolo espiritual y estético,” según explican Margarita Fernández de Sevilla y Sally Burgess en su esclarecedora introducción.

Estructuró el libro en ocho partes precedidas de un proemio sobre el puente de Brooklyn. Ocho secciones que van desde Colón –Acude ahora a mí, Luis de Santángel-  hasta un presente urbano de cables, pasando por Pocahontas y por las brillantes partes centrales que tituló Cutty Sark y Cabo Hatteras antes de llegar al metro y de evocar a Poe -Tus manos temblorosas aquella noche en Baltimore-.

De esa manera Hart Crane levanta un puente atlántico de poemas sobre la historia y la identidad americana con un estilo a veces exigente para el lector, pero especialmente complicado para el traductor.

Porque la condensación semántica, las asociaciones irracionales, la sucesión de voces de personajes que irrumpen en el poema sin anunciar su presencia son escollos añadidos a la dificultad extrema de cualquier traducción de textos poéticos. 

No es extraño, pues, que esta versión, tan  meritoria y valiente como exigía el reto de enfrentarse a un libro tan difícil como este, sea el resultado de dos años de trabajo en los que las traductoras se empeñaron en conseguir “un texto poético independiente y válido por sí mismo, conservando el máximo de su valor estético.”

Dos ejemplos entre muchos otros posibles: este verso magnífico de Amanece en el puerto: Tercamente te llega, al dormir, una ola, que da idea de la musicalidad de la traducción.

O los cuatro versos que cierran Atlántida, la última parte:

¡Una sola Canción, un Puente hecho de Fuego! ¿Es Cathay,
Empapa la piedad la hierba ahora, cercan los arcoiris
La serpiente y el águila en las hojas?...
Susurros en antífona bailan en el azur.

Santos Domínguez


14 febrero 2013

The Wire


Rafael Álvarez.
The Wire. 
Toda la verdad.
Introducción de David Simon.
Traducción de Joan Eloi Roca.
Principal de los Libros. Barcelona, 2013.

Lo juro por Dios, nunca fue una serie de policías, declara David Simón al comienzo del prólogo, casi un ensayo, que abre The Wire. Toda la verdad, la completa guía sobre la que parte de la crítica considera la mejor serie de la historia de la televisión.

Escrito por Rafael Álvarez, uno de sus principales guionistas, repleto de fotografías y entrevistas, este espléndido volumen que publica en España Principal de los Libros con traducción de Joan Eloi Roca, es un acercamiento inmejorable a las claves de la serie que, como Los Soprano, produjo HBO.

Elogiada por escritores como Vargas Llosa, que compara los episodios de sus cinco temporadas con las grandes novelas por entregas de Dickens y Dumas, o por un crítico cinematográfico tan exigente como Carlos Boyero, que la pone al nivel de las obras completas de Shakespeare o de Stevenson y de las películas de John Ford y Billy Wilder, se cumplen ahora diez años del estreno de The Wire, que completó cinco temporadas de mediano éxito de audiencia y de creciente prestigio entre la crítica especializada.

Un éxito basado en la confluencia de diversos factores: su calidad cinematográfica, la elaboración de sus guiones, el diseño de los personajes y el trabajo de los actores, la banda sonora, la mirada crítica sobre el poder, la sociedad y la prensa  en el tratamiento del mundo de la marginación urbana y la persecución del crimen asociado al tráfico de drogas mediante las escuchas policiales –y de ahí el título, literalmente El alambre, en alusión a los pinchazos del hilo telefónico intervenido por orden judicial.

David Simon, su creador, fue periodista en la sección de sucesos del Baltimore Sun y esa experiencia la proyectó en The Wire para abordar desde distintas perspectivas, casi siempre sombrías y críticas, el enfrentamiento entre la policía y las redes de narcotraficantes, el contrabando en los ambientes portuarios, el entramado de influencias de los sindicatos, las luchas por el poder y las alianzas de los gansters con los políticos, el problema educativo en los barrios marginales o el papel de los medios de comunicación.

De todos esos factores, de su integración en el conjunto y de los entresijos de cada uno de los sesenta capítulos se habla en esta guía que recorre cada una de las cinco temporadas con una panorámica general, con ensayos sobre aspectos fundamentales de la serie y con una minuciosa guía de episodios que trazan –con un caso y un ambiente por temporada, no por capítulo- un ambicioso panorama político, moral y humano de la sociedad contemporánea en ese microuniverso que es Baltimore.

Con ese enfoque, el libro puede leerse de varias maneras. Puede servir de guía al principiante para orientarse en la serie y en su mundo narrativo, en un recorrido a través de los ambientes marginales y violentos de Baltimore, de la ineficacia judicial y policial para combatir el crimen organizado y de los personajes fundamentales en un mundo de corruptos y perdedores: policías, delincuentes, jueces, drogadictos, maestros, periodistas..., algunos tan principales e imprevisibles como McNulty, un antihéroe alcohólico y polígamo o el complejo y justiciero Omar Little, traficante violento y homosexual tierno.

Pero al iniciado también le aportará una gran cantidad de información de primera mano y de análisis de tramas, secuencias y caracteres que revivirá en estas páginas sobre una serie de la que Vargas Llosa afirmó:

The Wire tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma, algo que no he visto nunca en una serie televisiva, a las que suele caracterizar la superficialidad y el esquematismo.

Santos Domínguez


13 febrero 2013

Borges. Cuentos completos


Jorge Luis Borges.
Cuentos completos.
Debolsillo. Barcelona, 2013.

Decía Poe que el poema largo es imposible, porque no hay en él más que una suma de poemas cortos. Lo recordaba Borges en una memorable conversación con Juan José Arreola para mostrar su preferencia por el cuento y reivindicar su intensidad esencial frente a la novela.

Por eso nunca escribió novelas –desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, escribía en uno de sus prólogos- y su ardua obra narrativa la componen seis colecciones de relatos -Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie, El libro de arena y La memoria de Shakespeare- que Debolsillo publica en una cuidada y manejable edición.

Igual que su poesía, la obra narrativa de Jorge Luis Borges describe una trayectoria parabólica ascendente o sugiere el trazado de una alta cordillera. Su último cuento, La memoria de Shakespeare, es una de sus cimas, pero hay otras alturas titánicas como El jardín de senderos que se bifurcan, Las ruinas circulares, La Biblioteca de Babel o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, donde la irrupción de lo mágico en lo real se convierte en la clave de lo fantástico.

En muchos de esos cuentos, híbridos de ficción y ensayo, el eje es la búsqueda del centro, el laberinto es la metáfora polivalente del mundo o del infinito, y la memoria, el tiempo y el espacio, el sueño y la razón, la vida y la escritura, el caos y la pesadilla, el espejismo y la realidad no son sino variantes de un enigma indescifrable.

Un enigma al que se suman lo trivial y lo trágico, la mística y la erudición, la invención fantástica y la trama policial, la venganza y el insomnio o los libros imaginarios convocados por Borges en una prosa que reúne la exactitud y la elocuencia, la sugerencia y el rigor.

Como Quevedo, como Shakespeare, como Proust, Borges es una literatura dentro de otra literatura, un universo habitado por sombras y presencias decisivas. O, para decirlo con sus propias imágenes, un aleph, un centro en el que confluyen el pasado y el futuro, los vivos y los muertos, la realidad y la ficción, los espejos y el sueño, la vida y la literatura, los laberintos y las bibliotecas, el puñal y la filosofía, el tiempo y la escritura como un jardín de senderos que se bifurcan.

El mundo, en suma, en una de las representaciones más estilizadas y perennes de la literatura del siglo XX, en un volumen que es una variante del aleph, porque contiene en su inventario de asombros y perplejidades el universo.

Santos Domínguez

12 febrero 2013

Los amigos españoles de Oscar Wilde




José Esteban.
Los amigos españoles de Oscar Wilde.
Reino de Cordelia. Madrid, 2013.

La gracia de Benavente es la del maricón que murmura de los demás. ¿Usted no ha leído las comedias de Oscar Wilde? Pues bien, Benavente ha aprendido mucho en ellas. A no ser que el espíritu fraternal de los dos autores, la comunidad de vicios, les haya hecho pensar lo mismo.

Así utilizaba Pérez de Ayala la figura de Wilde para atacar a Benavente en una de las conversaciones que Alberto Hidalgo agrupó en 1920 bajo el título Muertos, heridos y contusos.

Lo recuerda José Esteban en el prólogo de Los amigos españoles de Oscar Wilde, que publica Reino de Cordelia, un recorrido por los testimonios, las evocaciones y los juicios que provocó la polémica figura de aquel dandy decadente y escandaloso en algunos escritores españoles que lo conocieron en París, lo leyeron o se cruzaron con él por la calle o en un café y fabularon sobre su presunto encuentro.

Los textos que se recogen en este volumen son un reflejo de aquel variopinto y contradictorio fin de siglo en el que convivían tantas tendencias, desde los últimos coletazos decimonónicos hasta los primeros indicios de las vanguardias.

Entre un inverosímil encuentro con Galdós descrito por Gómez Carrillo y las despectivas necrológicas críticas que cierran el libro, aparece el testimonio de Alejandro Sawa, que lo evocaba como un amigo y difundía apostólicamente su fama en Madrid como paradigma del bohemio; el desprecio de Baroja, tan poco complaciente con el decadentismo, que lo recordaba como un hombre envejecido, de cara de caballo e indumentaria vulgar; el elogio de Rubén, que lo llamó admirable infeliz y ensalzaba su poesía, su aire distinguido y la sutileza chispeante de su conversación; el recuerdo de Manuel Machado, que confraternizó con Wilde –nosotros los parisienses, decía con algo de exceso- mientras compartía ajenjo en la barra del bar Calisaya; o Gómez de la Serna, que lo llama Oscar con una familiaridad ridícula en la que resuena la impostura de la camaradería y empedró de anécdotas el prólogo de la versión española de las obras completas de Wilde.

Y así hasta González Ruano, que lo definió como un frívolo inmoral al que no leen más que cuatro estudiantes de Derecho y cinco ridículos decadentes.

Todo un mundo de sensaciones, como se ve.

Santos Domínguez


11 febrero 2013

Emilia Pardo Bazán. Cuentos de amor

 
Emilia Pardo Bazán.
Cuentos de amor.
Hermida Editores. Madrid, 2012.

Emilia Pardo Bazán (1851-1921) es la mejor narradora del siglo XIX en un panorama tan poco femenino como el de la narrativa decimonónica en España. Además de por sus novelas, porque es la más prolífica autora de cuentos de la literatura española.

Muy al principio de su trayectoria literaria, Emilia Pardo Bazán fue anotando un plan con diversos argumentos de cuentos que iría desarrollando a medida que se los pidiera la prensa de la época, en la que colaboró con mucha frecuencia.

La mayor parte de esos proyectos, y muchos más, fueron cristalizando en numerosísimos cuentos –unos 600, que algunas fuentes elevan al millar- que se publicaron en periódicos y revistas y que agrupó luego en volúmenes recopilatorios, en varias colecciones unidas en torno a un tema determinado: Cuentos de Marineda, Cuentos de amor, Cuentos sacroprofanos, Cuentos dramáticos, Cuentos de Navidad y Reyes, Cuentos de la patria, Cuentos antiguos...

Una cantidad tan grande de cuentos explica la variedad temática de los asuntos que trata, su heterogeneidad técnica y la desigual calidad de los textos. En la mayoría de ellos, el medio determina las características del relato, no solo en el terreno de las dimensiones y la estructura, sino en la elección de un asunto cercano y en el lenguaje asequible que exige el público de los periódicos y las revistas en las que se publicaban los cuentos.

Uno de esos volúmenes, los Cuentos de amor que publica Hermida Editores, agrupa casi medio centenar de relatos breves, cuyas fechas pueden deducirse de las de su aparición, casi inmediata, en la prensa. 

Al frente de esa recopilación, Emilia Pardo Bazán escribió un Prefacio que en gran medida resume su concepción del género, su teoría del relato. Habla allí de la elaboración rápida del cuento (cuento original que no se concibe de súbito, no cuaja nunca) y de unas características que se derivan de su brevedad esencial: la concentración, la depuración y la elección de lo significativo frente a lo accesorio en un trabajo vertical en profundidad que se parece al de la poesía y se diferencia de la horizontalidad de la novela.

Lo intuyó claramente la autora, que sabía que nada puede ser superfluo en el cuento, que debe atrapar al lector desde la primera línea en una forma breve y trabada y le debe conducir con agilidad a un final que en sus cuentos es a menudo sorprendente.

Los temas que recorren la narrativa breve de la Pardo Bazán resumen su amplio universo narrativo, coinciden a menudo con los de sus novelas y en el caso de estos Cuentos de amor se mueven en torno a unos cuantos centros de interés: los celos –Afra-, el adulterio –Los buenos tiempos- o la desilusión –Sangre del brazo.

Para una considerable parte de la crítica, sus cuentos constituyen la parte fundamental de su obra, por encima de sus novelas. Hay otras opiniones, pero en todo caso esta es una zona imprescindible y significativa de su literatura y es aquí donde se encuentran algunos de los momentos más altos de su narrativa.

Santos Domínguez


10 febrero 2013

Pérez Galdós. La fe nacional


Benito Pérez Galdós.
La fe nacional y otros escritos sobre España.
Edición y prólogo de José Esteban y Jesús Egido.
Breviarios de Rey Lear. Madrid, 2013.

¿Pero España es así y ha de ser siempre así? ¿Es en ella mentira la verdad, farsa la justicia, y únicos resortes el favor o el cohecho?, escribía Galdós en Vergara, uno de los Episodios nacionales en los que el novelista se acercaba a la historia reciente de aquella agitada España en crisis.

Muchos años después de aquella Paz de Vergara con la que acabó la primera guerra carlista, no han cambiado demasiado las cosas y la lectura decimonónica de Galdós sigue proyectándose sobre la España actual.

Por eso sigue siendo tan pertinente como desalentador comprobar la actualidad de sus reflexiones sobre España en La fe nacional y otros escritos sobre España que aparece en Breviarios de Rey Lear con introducción de José Esteban y Jesús Egido.

Galdós, conciencia viva de España es el título de esa introducción en la que si el sustantivo conciencia es un elogio, el adjetivo viva es una desgracia y su actualidad parece tener el perfil de una maldición histórica.

El volumen toma su título de unas palabras que Galdós pronunció en un banquete de homenaje el 9 de diciembre de 1900. En aquel momento crítico, y seguramente como consecuencia del desastre del 98, se agudizaron las viejas tensiones entre el centro y la periferia que habían estado también al fondo de las dos guerras carlistas.

Galdós lanzaba en aquellas palabras que tienen más de un siglo un mensaje optimista, porque el pesimismo –afirmaba- no es más que una forma de la pereza.

Como recuerdan los editores en la introducción, el novelista hizo siempre frente a los ataques reaccionarios y clericales que intentaron detener en el tiempo el desarrollo socioeconómico español, en defensa de intereses privados, pero cuesta trabajo suponer que hubiera mantenido ese optimismo después de un siglo más de fanatismo clerical, de dictadura y oligarquía, de injusticias y corrupciones diversas.

Santos Domínguez

09 febrero 2013

Conrad. El espejo del mar



Joseph Conrad.
El espejo del mar.
Recuerdos e impresiones.
Edición y traducción de Javier Marías.
Prólogo de Juan Benet.
Debolsillo. Barcelona, 2012.

Aunque poco conocido, El espejo del mar es desde hace tiempo un libro de culto para iniciados en Conrad. El mejor de los suyos en opinión de algunos de sus más prestigiosos lectores. Por eso, a instancias de Juan Benet, Javier Marías hizo con ella una de sus mejores y más difíciles traducciones en una edición que publicó Hiperión.
“Contra el aprovechado y explotador gremio de los editores en general /.../ y contra uno de éstos en particular, nítido ejemplo de aprovechamiento y explotación,” Marías revisó en 2004 para una edición ilustrada en Reino de Redonda la traducción  del “libro que más trabajo le dio en su vida y le supuso más dificultades -pero quizá también más íntimos orgullo y satisfacción.” Una de las razones era “el inalterado e inconmovible entusiasmo del traductor por dicho libro.”

Aunque sin el material gráfico de la edición de Reino de Redonda, esa es la versión que publica Debolsillo, con el prólogo de Juan Benet, que compartía su entusiasmo con el editor y explicaba que en este libro “no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera.”

Son catorce textos escritos “como si le hablara a un viejo amigo" por un marinero en tierra como desahogo mientras componía Nostromo, una de sus novelas más trabajadas e intensas. Catorce capítulos que completan una narración autobiográfica sobre su relación con el mar y los veleros, una experiencia fundamental en la vida y la obra de Conrad.

El espejo del mar constituye –escribía Conrad en 1919- el mejor homenaje que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado.
Santos Domínguez

08 febrero 2013

Shakespeare. Poesía completa



William Shakespeare.
Obra completa V.
Poesías.
Edición de Andreu Jaume.
Traducciones de Andrés Ehrenhaus y Andreu Jaume.
Debolsillo. Barcelona, 2013.


Antes que por su obra dramática, Shakespeare sería popularmente conocido como poeta lírico, la condición en que aún, según los cánones isabelinos, se cifraban el prestigio y la legitimidad de un autor, escribe Andreu Jaume en el texto introductorio que abre la edición de la poesía de Shakespeare, un volumen con el que se completa la publicación de su obra en  Debolsillo.

Escritos la mayoria de ellos en los años en que las plagas de peste mantenían cerrados los teatros de Londres, el primero de ellos, el narrativo Venus y Adonis (1593), fue el poema largo más vendido en la época isabelina y plantea una síntesis del amor cortés en el que confluyen la tradición clásica de Ovidio, la herencia medieval de los trovadores provenzales y la sensibilidad prerrenacentista de Petrarca, a las que se añade la marca de Marlowe, tan decisiva también en su teatro.

Un año después apareció La violación de Lucrecia, un poema dramático de casi dos mil versos construidos con la gravedad y la altura del lenguaje trágico para tratar un episodio de violencia desatada que clausuró la monarquía romana.

Los Sonetos, que se publicaron en 1609 y que entonces pasaron casi desapercibidos, son hoy, tras cuatro siglos de controversias y enigmas, la parte más viva y conocida de la poesía de Shakespeare. Ciento cincuenta y cuatro textos de una belleza turbulenta que siguen, después de tanto tiempo, tan desafiantes y tan resistentes al asedio crítico como el primer día.

Como todos los clásicos verdaderos, los sonetos son el mapa de un terreno minado, de un territorio propicio a la conjetura. Todo es aquí indicio e incertidumbre: desde la dedicatoria de la primera edición a un misterioso Mr. W. H. a la ambigüedad sexual a la que alude la voz lírica que habla en ellos, alusiva y elusiva, de secretas complicidades y connotaciones.

Amor y temporalidad, espiritualidad y grosería, y una variedad de tonos que van de lo retórico a lo coloquial conviven en estos textos que provocan constantes perplejidades en torno a un triángulo amoroso rodeado de misterio.

Los 126 primeros sonetos se dirigen a un desconocido y opaco Fair Youth, un amor platónico del que no sabemos nada, salvo que ese muchacho responde al ideal de belleza femenina inaccesible del petrarquismo, al que compara en el delicado soneto 18 con un día de verano:

Shall I compare thee to a summer's day?
Thou art more lovely and more temperate:
Rough winds do shake the darling buds of May,
And summer's lease hath all too short a date.

Como ignoramos todo acerca de la Dark Lady, la dama oscura que inspira los textos numerados entre el 127 y el 152 -los que describen una sexualidad explícita- o los que aluden al Rival Poet (¿Marlowe?, ¿Chapman?, ¿ninguno de los dos?).

No es raro, pues, que estos sonetos hayan provocado una diversidad de enfoques que van desde el estructuralismo a la crítica biográfica o psicoanalítica, pasando por la social o la feminista, sin que ninguna de esas direcciones los explique en todos sus matices inabarcables y elípticos.

Rodeados de misterio desde su misma composición, los sonetos son probablemente, como nos recordaba Wordsworth, la llave con la que Shakespeare nos abre su corazón. Pero la enigmática dedicatoria, la ambigüedad sexual o el pansexualismo declarado de muchos de los dedicados a un hermoso joven, la dama oscura y secreta a la que se dirigen otros, su tono a veces intimista y a menudo escabroso, han contribuido a aumentar el misterio que rodea la vida de Shakespeare y sus relaciones amorosas.

O han sido la base de las lecturas más mojigatas que defienden la impersonalidad de estos textos, la ausencia de alusiones biográficas, la idea en definitiva del personaje poético, del Speaker poet.

¿Dónde encontrar a Shakespeare en Shakespeare?, se preguntaba Bloom antes de descartar en los sonetos el material autobiográfico, antes de decirnos que habría que ser el mismísimo diablo para encontrarlo ahí.

Se enfoquen de una manera o de otra, los sonetos son la narración de dos fracasos tras dos historias amorosas (el amigo y la mujer morena) que se abordan en su proceso y en su desarrollo. Hay más cosas en los sonetos, claro: las rivalidades amorosas se confunden con las poéticas y hay un refinamiento amoroso que va más allá del petrarquismo, además de un envidiable equilibrio, tan inglés, entre sentimiento y pensamiento.

Nunca acabaremos de descifrar estos textos, escribió Borges. Los sonetos de Shakespeare siguen habitando el territorio secreto de la conjetura: desde el significado de las siglas W. H. de la dedicatoria hasta la identidad del hermoso joven (el ambiguo master-mistress), de la dama oscura o el poeta rival que aparecen en ellos, pasando por los dobles sentidos y los juegos de palabras, por la mezcla de platonismo y sexualidad, de refinamiento y crudeza que los recorre.

El Lamento de una amante, editado desde el principio junto a los Sonetos, ha quedado oscurecido por la sombra que esos textos mayores han proyectado sobre un poema largo pero indudablemente menor y desacreditado sobre cuya autoría ha llegado a dudar una parte de la crítica.

Cierra el volumen El fénix y el tórtolo, un enigmático poema de 1601, de evidente sentido alegórico. Texto hermético en clave, juego privado o broma para iniciados es, en palabras de su traductor Andreu Jaume, “un poema extraordinariamente hipnótico, de lectura inagotable” y un antecedente de la poesía de John Donne y los metafísicos ingleses que impusieron su código poético a lo largo de ese siglo que acababa de iniciarse cuando se publicó este El fénix y el tórtolo, que Jaume Andreu define como “el álgebra de toda su obra.”

Salvo la traducción de los Sonetos y el Lamento, que recuperan la versión que apareció en Galaxia Gutenberg en 2009, las traducciones de Andrés Ehrenhaus y Andreu Jaume son nuevas e inéditas y se han realizado expresamente para la edición de este quinto volumen que completa una colección que se ha convertido ya en una referencia imprescindible para los lectores de Shakespeare en español.

Santos Domínguez

07 febrero 2013

La conjura de los necios


John Kennedy Toole.
La conjura de los necios.   
Traducción de J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez.
Anagrama. Otra vuelta de tuerca. Barcelona, 2013.


Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.

De esa cita de Jonathan Swift toma su título una de las novelas más leídas del siglo XX. Medio siglo después de terminada y cuando acaban de cumplirse treinta años de la primera edición en español, Anagrama recupera, con la espléndida traducción de J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole (1937-1969), que se suicidó doce años antes de que la obra se editara en la Universidad de Louisiana gracias a la insistencia de su madre.

Ignatius J. Reilly, una explosiva mezcla de Bart Simpson, Falstaff y Torrente, es el eje de una novela de personaje, tradicional en la técnica, en la forma y en la estructura, pero extraordinariamente renovadora en su manera de enfocar la realidad y en su mezcla de humor y amargura, de crítica y sarcasmo.

Ácida y corrosiva, ambientada en la Nueva Orleans -la desvergonzada capital del vicio del mundo civilizado /.../ famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, mujerzuelas, por la gente que tira la basura a la calle, por sus lesbianas...- en la que nació y donde transcurrió la mayor parte de la vida del autor, no es difícil rastrear en la novela las huellas de una existencia descabalada, excéntrica y problemática.

Kennedy Toole proyectó en La conjura de los necios sus frustraciones y sus paranoias, sus problemas con el alcohol y su relación con una madre castrante y sobreprotectora, la soledad de su homosexualidad reprimida y sus neurosis, su aislamiento y su sobrepeso en una autoricaricatura antiheroica a la que llamó Ignatius J. Reilly.

Y de ese cóctel inflamable surgió una novela irrepetible que provoca tanto la hilaridad como la tristeza en los millones de lectores que ha tenido la novela desde su publicación en 1980.

Pero no solo el protagonista –“una especie de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Tomás de Aquino perverso, fundidos en uno”, como señala Walker Percy en su prólogo– entra en el elenco de personajes inolvidables que pueblan La conjura de los necios.

Burma Jones, el portero negro del cabaret Noche de alegría, de Lana Lee, donde trabaja la stripper Darlene con su inseparable cacatúa; el inútil patrullero Mancuso; Myrna Minkoff, la amiga revolucionaria de Ignatius, con quien mantiene una grotesca relación epistolar; la injubilable Miss Trixie, octogenaria furiosa con la dentadura postiza bailona; la insoportable señora Reilly, madre de Ignatius, con arturitis en el codo y adicta al moscatel, o Dorian Greene, el lánguido activista gay, son algunos de los secundarios que forman el puzzle de una narración delirante y vertiginosa en la que resuenan los ecos de Swift y de Cervantes, de Rabelais y de Dickens.

En un mundo al que le faltan geometría y teología, Ignatius es un inadaptado que se niega a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.

Santos Domínguez

06 febrero 2013

La filosofía poética de Antonio Machado


 José María García Castro.
La filosofía poética de Antonio Machado.
Biblioteca de Ensayo Siruela. Madrid, 2013.


En Antonio Machado no se debe, no se puede separar el pensador y el poeta. En este libro hemos querido ofrecer al lector una síntesis del pensamiento machadiano que denominamos «filosofía poética» porque, para Antonio Machado, la filosofía es poética o no es, escribe José María García Castro en la introducción de La filosofía poética de Antonio Machado, que acaba de aparecer en la Biblioteca de Ensayo Siruela.

Este es el planteamiento de un libro que tiene su origen en la tesis doctoral de su autor y que propone un recorrido meticuloso por las claves del pensamiento poético machadiano, por la constante y cada vez más intensa reflexión del poeta sobre la materia y la forma poéticas y sobre el trasfondo filosófico de la creación literaria.

Porque la conciencia poética y la reflexión teórica recorren los textos machadianos desde las primeras notas de Los complementarios, que empezó a escribir recién llegado a Baeza en 1912. Allí es donde Machado empieza a anotar sus primeras reflexiones filosóficas, que articulará de manera sistemática en el Cancionero apócrifo de Abel Martín y en las distintas fases de elaboración de su Juan de Mairena.

Complementarios y apócrifos, en ellos proyectará Machado su ironía como método socrático de aproximación a la verdad, su asimilación de Leibniz, Spinoza y Heidegger, de Bergson o Nieztsche.

Teoría poética e ideario filosófico van siempre de la mano en Machado, especialmente a partir de Nuevas canciones, un libro en el que la voz lírica del poeta deja paso a la reflexión sobre la literatura, la sociedad, la identidad o el conocimiento.

García Castro hace en este volumen un análisis de las claves del pensamiento machadiano a través de su lógica poética, de la necesidad del diálogo con el otro o de la suma de razón y sentimiento como instrumentos gnoseológicos de su teoría y su práctica poéticas, que se construyen sobre las ruinas del positivismo y el racionalismo.

Porque, decía Machado a través de Mairena, todo poeta supone una metafísica y sobre esa vinculación entre el poeta y el filósofo, sobre el paralelismo de esas dos actividades, añadía  esto: Los grandes poetas son metafísicos fracasados y los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas.

A partir de la crítica del conceptualismo, del simbolismo y el esteticismo, Machado defiende dos ideas básicas que están en la raíz de su literatura: la poesía como palabra en el tiempo y como método de revelación del ser a la conciencia.

Esa conciencia poética de Machado, cada vez más sólida, elaboró una teoría de la escritura y del conocimiento que su autor fue perfilando y matizando a lo largo de un cuarto de siglo, con los complementarios, Abel Martín y Juan de Mairena como cauces y voces de una reflexión sostenida del poeta que se resume en este documentado estudio de García Castro.

Santos Domínguez

05 febrero 2013

Henry James. Novelistas



Henry James.
Novelistas.
Traducción de Amelia Pérez de Villar.
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.

El efecto- por no decir la principal obligación- de la crítica es que nuestra asimilación y disfrute de lo que alimenta nuestro intelecto sea lo más consciente posible, escribe Henry James en La nueva novela, uno de sus ensayos críticos fundamentales.

Henry James es uno de los iniciadores de una fecunda estirpe de críticos y escritores anglosajones que hicieron compatible la perspicacia de sus análisis con la brillantez de su principal actividad creativa.

A esa tradición crítica, bien alejada de aquella otra formada por escritores frustrados que tan bien conocemos aquí, pertenecen nombres tan fundamentales como T. S. Eliot, W. H. Auden y, entre nosotros, Clarín, Salinas, Cernuda o Gil de Biedma.

Una parte significativa de la obra crítica de Henry James acaba de aparecer en la colección Voces/Ensayo de Páginas de Espuma con traducción de Amelia Pérez de Villar.

Novelistas es un volumen que se publicó en 1914 con quince ensayos críticos de diverso calado sobre autores imprescindibles como Stevenson, Zola, Flaubert o Balzac, maestros indiscutibles de la novela del siglo XIX, y sobre otros nombres menores como los de George Sand, a la que admiró mucho y le dedicó abundantes páginas, D’Annunzio o Dumas hijo.

Desde el reconocimiento de su deuda con un autor tan radicalmente alejado del mundo jamesiano como Stevenson -que nunca borró sus huellas, y esas huellas han resultado ser, seguramente, nuestro mejor compañero. Las hemos seguido hasta aquí, de año en año, de estadio en estadio, con la misma sensación de encantamiento con la que él nos hizo seguir a algún héroe acorralado entre el brezo- hasta el estilo impredecible y despreocupado de la señora Oliphant, autora de muchos centenares de obras en las que la habilidad sustituye al arte, James pasa revista a la fuerza arrolladora del naturalismo en Zola, declara su  admiración por Flaubert, que hace compatibles el Romanticismo y el Realismo, o destaca la capacidad de Balzac para reflejar en sus novelas la densidad compleja de la realidad.

Desde el entusiasta ensayo que abre el libro con una efusiva semblanza personal de Stevenson y un espléndido análisis de su mundo narrativo y su correspondencia, hasta el imprescindible y a veces polémico La nueva novela, la conciencia de la técnica narrativa, el conocimiento de los resortes del relato y la inteligencia de Henry James recorren las páginas de un volumen fundamental para conocer la teoría y la práctica de la novela desde dentro, a través de uno de los escritores más lúcidos y decisivos en la transición de la novela decimonónica a la novela contemporánea.

Santos Domínguez

04 febrero 2013

Juan Ramón Jiménez. Idilios


Juan Ramón Jiménez.
Idilios.
Edición de Rocío Fernández Berrocal.
Prólogo de Antonio Colinas
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2013.

Juan Ramón se vació en su obra («¡Cómo soy yo mi 'obra'; cómo me voy quedando sin mí, de darme a ella!») y con ello trajo la modernidad a la poesía española, la necesaria lucidez y la nueva sensibilidad. Un buen poeta contiene en sí la tradición, toda la historia de la literatura, y la supera. En las obras de JRJ posteriores a 1910 se da el verdadero temblor del verso maduro, la medida exacta del ritmo, la hondura de la conciencia, el anhelo de la «trasparencia», la revelación del horizonte de la pureza. En su actitud, su manera de ser y estar, su ejemplo, su fe en la palabra, su afán inquebrantables y ejemplares de orfebre absoluto entregado a la belleza, en ella, en su Obra, se nos devuelve pleno, porque, como afirmó, es la poesía, son los poetas los que logran extraer «el tesoro de la inmensidad y dejarlo en la eternidad», los que viven entre nosotros siempre «resucitados».

Con esas palabras y su admirable suma de lucidez crítica y sensibilidad lectora termina Rocío Fernández Berrocal la espléndida introducción que ha escrito para su edición de Idilios en La Isla de Siltolá.

Una introducción que apremia al lector a entrar en este libro que Juan Ramón Jiménez escribió en un momento crucial de su vida y su obra, entre Moguer y Madrid.

Del total de 98 poemas -uno ilegible- en los que se organizan sus dos partes –Idilios clásicos, Idilios románticos- treinta y ocho permanecían inéditos, por lo que Idilios, uno de los libros amarillos de Moguer, era un semiinédito que se publica por primera vez cuando se cumple un siglo de su composición.

Juan Ramón lo escribió entre 1912 y 1913, lo revisó y añadió nuevos textos en los años siguientes, fiel a su concepción de la obra en marcha, y volvió de nuevo a él en sus años de Puerto Rico para dejar preparada en una carpeta de la sala Zenobia - Juan Ramón la portada, la dedicatoria y la relación de textos que debían formar parte del libro, aunque sus poemas estaban desperdigados en Puerto Rico, Madrid y Moguer y la profesora Fernández Berrocal ha tenido que rastrearlos para recomponer el libro.

Como explica la editora en la introducción, Idilios es un libro central en la trayectoria de Juan Ramón, porque es una de las cimas que coronan su época sensitiva y se proyecta hacia la depuración de la época intelectual que iría asociada no solo a la evolución interior de su obra, sino a la presencia decisiva de Zenobia, que está ya en los poemas finales de este libro y que sería el eje del Diario de un poeta recién casado. Es la llama doble en la que arde el poeta incendiado –así lo calificaba Zenobia- por la llama de la poesía y la del amor.

Esa centralidad de encrucijada se aprecia incluso en el interior del libro, porque la primera parte recuerda aún a la melancolía decadente y a la sentimentalidad ensimismada, más literaria que real, de Arias tristes o Jardines lejanos, de Elegías o de Pastorales.

La de los Idilios clásicos es aún una sentimentalidad intransitiva ambientada en jardines lejanos, poblada por fantasmales presencias nocturnas, por siluetas femeninas entrevistas bajo la luna o por mujeres vespertinas sin nombre y sin verdad. Frente a ese ensueño irreal, aparece al final de los Idilios románticos la mujer real -Zenobia- que llega a Juan Ramón por no sé qué caminos conocidos y que provoca no solo un cambio de actitud ante la realidad, sino un nuevo enfoque del estilo y sobre todo un decisivo –para él y para la poesía española- cambio de tono, tan influyente como el que dos décadas antes había iniciado Rubén Darío.

Y ahí es decisivo el paso de una poesía nostálgica que mira al pasado a una poesía del presente: Al encontrarte, Amor, hallé el Idilio ...

Idilios es por eso un libro de encrucijada, un cruce de la voz personal y el sentido universalista que destaca Antonio Colinas en su prólogo, La palabra en los límites. Obra de encrucijada y límites, texto fronterizo entre sentimiento y pensamiento y camino de desnudez, a esa síntesis parece aludir Juan Ramón al referirse a estos Idilios con tres notas: brevedad, gracia y espiritualidad.

Un ejemplo: el cierre del último, espléndido poema, uno de los 22 inéditos de la segunda parte:

En sueños, oigo el agua
correr, correr, correr.
                                       La sueño.
Y entonces ella me ve a mí 
corriendo, cada noche, muerto...

Ninguna edición de lujo, nada de príncipes, ni de ediciones de filólogos. Cada libro, sin notas, en la edición más clara y sencilla. La perfección formal del libro. El libro no es cosa de lujo… Eso para los que no leen. Material escelente, seriedad y sobriedad era lo que deseaba Juan Ramón para sus libros.

Por ejemplo una edición como esta, enriquecida con la biografía del libro y la lectura con la que la editora fija su centralidad en la obra juanramoniana.

Santos Domínguez


03 febrero 2013

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero

Álvaro Mutis.
Empresas y tribulaciones
de Maqroll el Gaviero.
Debolsillo. Barcelona, 2012

Uno de los conjuntos novelísticos más ambiciosos y brillantes de la literatura contemporánea en español. Un recorrido completo y tortuoso por puertos y peligros de la mano de Álvaro Mutis y Maqroll el Gaviero.

Debolsillo reúne en un estuche con dos tomos las siete novelas que resumen las aventuras y errancias de un personaje inolvidable: La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra. La edición se cierra con un epílogo de García Márquez (Mi amigo Mutis), un texto escrito sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.

Santos Domínguez

02 febrero 2013

Cormac McCarthy. Trilogía de la frontera




Cormac McCarthy.
Trilogía de la frontera.
Traducciones de
Pilar Giralt y Luis Murillo.
Debolsillo. Barcelona, 2012.

Con traducciones de Pilar Giralt (Todos los hermosos caballos) y Luis Murillo (En la frontera y Ciudades de la llanura), Debolsillo reúne en una cuidada edición en un estuche tres novelas imprescindibles, que forman la Trilogía de la frontera de Cormac McCarthy, junto a Don DeLillo y Philip Roth uno de los grandes del último medio siglo en la novela norteamericana.

Anteriores a No es país para viejos y La carretera, estas tres novelas construyen la épica degradada del sur en la frontera entre Texas y México a través de dos antihéroes, John Grady Cole y Billy Parham, a mediados del siglo XX.

Bajo la mirada dura y cinematográfica de McCarthy, con la prosa cortante y fría de un narrador sólido, esta trilogía cuenta un viaje de formación y unas historias crepusculares, muestra la soledad de las existencias errantes de los protagonistas en unas formas de vida que tienen los días contados en un mundo en extinción.


Esos jinetes que cabalgan interminablemente sobre su desarraigo forman parte de una época que se acaba, de modo que la frontera del título no es solo una referencia espacial a un Sur que ya no existe, sino también a un tiempo que se acaba sobre el telón de fondo del paisaje hostil del desierto mejicano.

Santos Domínguez


01 febrero 2013

Rilke en Ronda


Rainer Maria Rilke.
En Ronda.
Cartas y poemas.
Prólogo de Anthony Stephens.
Traducción de Mariano Peyrou, 
Juan Andrés García Román y Manuel Arranz. 
Pre-Textos. Valencia, 2012.

Ronda tiene mucho que ofrecerme, /.../ es el lugar justo para quedarme una temporada, escribía Rilke el 18 de diciembre de 1912 en una carta a su amiga Sidonie Nádherny.

El poeta había llegado a Ronda en diciembre de 1912 y se quedaría en el Hotel Reina Victoria hasta febrero de 1913.

Era aquel un momento crucial en la trayectoria vital y poética de Rilke, en quien vida y poesía son tan ejemplarmente inseparables como en Juan Ramón Jiménez. No hacía mucho que había iniciado la que Antonio Pau, sin duda el mejor especialista en Rilke en España, llama su etapa cósmica, que aspira a fundir lo interior y lo exterior, a expresar la unidad de lo visible y lo invisible, a encontrar en el interior del poeta el espacio interior del mundo.

Había llegado a la ciudad casi por casualidad, después de la experiencia intensa en un Toledo atravesado por el recuerdo de El Greco, de pasar por el milagro de Córdoba y de tener una mala experiencia de Sevilla, extrañamente desagradable, como escribe en una de las cartas de este espléndido volumen que reúne los textos que escribió en Ronda y que publica Pre-Textos, en coedición con la Real Maestranza de Caballería de Ronda, en su colección Textos y Pretextos.

Ronda fue para Rilke una sorpresa y un descubrimiento, como destaca en su prólogo Anthony Stephens. En aquella ciudad, antigua, extraña y asombrosa, llegó al límite de la crisis poética que se había desencadenado tras escribir las dos primeras Elegías de Duino a principios de 1912.

Aquella angustia creativa, complicada con una aguda crisis religiosa que experimentó después de estar en Córdoba, lo puso al borde del suicidio, aunque finalmente recuperó su voz en unos días de enero de 1913 en los que escribió febrilmente algunos poemas fundamentales en su obra: La trilogía española, Al ángel y parte de lo que sería la Sexta elegía de Duino.

Completa el volumen un espléndido Álbum de Ronda con imágenes que justifican el impacto que produjo en Rilke aquella ciudad. Las cartas que escribió en Ronda reflejan la impresión imborrable que le dejó un paisaje que inmortalizó con la figura de un ángel nocturno dibujado sobre un alto fondo de estrellas:

Alzado candelabro, rotundo sobre el límite y sereno...

Santos Domínguez



31 enero 2013

El 98 en sus anécdotas



José Esteban.
La generación del 98 en sus anécdotas.
Renacimiento. Sevilla, 2012.


Caseros y en zapatillas, provocadores en tertulias ruidosas, bohemios escandalosos o domésticos y pacíficos en torno a una mesa camilla, los noventayochistas, esos “grandes aguafiestas” de las cuchipandas nacionales, como los llama José Esteban, elaboraron una obra oral paralela a sus textos escritos.

Gran parte de ese material oral de la anécdota, la ocurrencia ingeniosa y la crítica malintencionada lo ha reunido José Esteban en La generación del 98 en sus anécdotas, un volumen que publica Renacimiento y que recoge “esta otra obra pasajera, que saltaba en el aro de la ruidosa tertulia, en la discusión ateneíl, en la rabia de un momento de acorralamiento.”

Obra pasajera, extraliteraria y marginal, es cierto, pero también significativa y reveladora de la intimidad de aquellos escritores, de su ambiente y su época, de su ser intrahistórico, si no en su vertiente estrictamente literaria sí al menos en su dimensión humana.

A través de intermediarios más o menos interesados –los llamados llevaanécdotas que las llevaban a las redacciones a cambio de unos duros-, en biografías como la que escribió Gómez de la Serna sobre Valle, o de primera mano por las memorias de Baroja, las anécdotas literarias llegaron a constituir un subgénero periodístico en el que brilla el ingenio para herir al otro o la agudeza para describir certeramente a algún personaje público.

Además de Valle-Inclán, el más fecundo productor de anécdotas, nombres como Unamuno, Baroja, Azorín, Blasco Ibáñez, Ortega, Juan Ramón, Benavente, los Machado, Ciro Bayo, Sawa son algunos de  los sujetos agentes o pacientes, olímpicos o viperinos, irónicos o brutales, de una gran cantidad de relatos menores cuya estructura cumple con los rasgos del género narrativo y les añade el chispazo de la repentización brillante o de la sátira acerada.

Santos Domínguez

30 enero 2013

Manguel. Una historia de la lectura




Alberto Manguel.
Una historia de la lectura.
Traducción de José Luis López Muñoz.
Alianza Literaria. Madrid, 2012.

Una cuidada reedición del clásico imprescindible de Alberto Manguel, revisada por el autor y ampliada con más ilustraciones en Alianza Editorial.

Seis milenios de palabras escritas y vistas desde la perspectiva del receptor. El papel del lector a lo largo de la historia y de sus soportes cambiantes: desde las tablillas sumerias hasta la tecnología electrónica de la actualidad pasando por los papiros, los códices, el pergamino o el papel.

Una historia del mundo con paradas en San Ambrosio y su lectura silenciosa o Diderot y su defensa terapéutica de las novelas sicalípticas; la máquina para leer en la cama o los lectores cubanos contratados para entretener a los trabajadores de las fábricas de tabaco en Cuba.

Leer para sí o para los demás, leer para entender el mundo o para huir de él, leer imágenes o libros prohibidos, leer el futuro o el pasado, leer sombras o robar libros.

Leer. O releer esta siempre asombrosa historia de la lectura que tiene algo del inabarcable libro de arena de Borges y mucho del libro-hombre de Whitman.

Una reivindicación de la lectura como forma de conocimiento y sobre todo como expresión activa de la rebeldía.

Santos Domínguez

29 enero 2013

Una pequeña historia de la filosofía



Nigel Warburton.
Una pequeña historia de la filosofía.
Traducción de Aleix Montoto.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. 
Barcelona, 2013.


Hará unos dos mil cuatrocientos años, ejecutaron a un hombre en Atenas por hacer demasiadas preguntas. Hubo otros filósofos antes de él, pero fue con Sócrates que la disciplina adquirió entidad. Si la filosofía tiene un santo patrón, ése es Sócrates.
De nariz respingona, gordinflón, desastrado y un poco extraño, Sócrates no encajaba. Aunque era físicamente feo y solía ir sucio, tenía un gran carisma y una mente brillante. Todo el mundo en Atenas estaba de acuerdo en que nunca había habido alguien como él y probablemente no lo volvería a haber. Era único. Pero también extremadamente molesto. Se veía a sí mismo como uno de esos moscardones que pican: los tábanos. Son molestos, pero en el fondo no hacen ningún daño. Sin embargo, no todo el mundo en Atenas estaba de acuerdo. Algunos le adoraban; otros le consideraban una influencia peligrosa.

Así comienza Una pequeña historia de la filosofía, de Nigel Warburton, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores con traducción de Aleix Montoto.

Con ese tono directo y cercano, entre un tábano clásico que llamamos Sócrates, cuyas palabras puso por escrito Platón, y un tábano contemporáneo –el australiano Peter Singer- discurre esta pequeña historia de la filosofía, un libro que enseña y divierte según el precepto horaciano.

Y con esa perspectiva se aborda un recorrido por la tradición del pensamiento occidental en cuarenta capítulos tan bien trabados entre sí que al final de cada capítulo se conecta a cada filósofo con el siguiente para trazar la línea continua de la tradición como una sucesión coherente de sistemas filosóficos.

De la verdadera felicidad que describió Aristóteles en su Ética a Nicómaco al jardín de Epicuro y a la resistencia inmutable del estoico y a la consolación de Boecio desde su celda de condenado a muerte.

De la isla perfecta de Tomás de Aquino al Leviatán de Hobbes; de la vida como sueño de Descartes a la mirada sombría de Pascal; de Spinoza, pulidor de lentes en Amsterdam, al elefante en la habitación de Berkeley el idealista; de la razón suficiente de Leibniz al escepticismo de Hume y su negación del argumento del diseño.

De Rousseau, el viajero ilustrado de buen corazón, al sedentario Kant, que revolucionó el conocimiento del mundo y la filosofía moral sin salir de Könisberg; de Hegel, que sabía que el búho de Minerva sólo vuela en la oscuridad, a Schopenhauer, que decía que la filosofía de Hegel, que lo llamó odioso ignorante, era una sarta de tonterías; del optimismo victoriano de John Stuart Mill a las especulaciones angustiosas sobre la fe de Kierkegaard.

De la partida de defunción de Dios que firmó Nietzsche a la aversión religiosa de Freud y Bertrand Russell, que detestaban la religión como fuente de infelicidad; de la libertad angustiada de Sartre y Camus a un Wittgenstein hechizado por el lenguaje; del Holocausto y la naturaleza del mal vistos por Hannah Arendt a la inteligencia artificial, la Prueba de Turing y el controvertido Peter Singer.

Entre un tábano y otro, porque –concluye Nigel Warburton- la filosofía comenzó con preguntas incómodas y desafíos difíciles. Mientras haya filósofos tábanos como Singer a nuestro alrededor, hay muchas posibilidades de que el espíritu de Sócrates siga determinando su futuro.

Un libro bien escrito, con capacidad narrativa y profundidad de campo en la mirada, sin concesiones al tecnicismo escolástico, centrado en lo que importa y ajeno a la abstracción metafísica, a las logomaquias o a las sofisticaciones silogísticas.

Santos Domínguez

28 enero 2013

Faulkner. Ensayos & discursos


William Faulkner.
Ensayos & discursos.
Traducción, introducción y notas 
de David Sánchez Usanos.
Prólogo de James B. Meriwether.
Capitán Swing. Madrid, 2012

Walt Whitman dijo, entre pretenciosas e hipertrofiadas banalidades, que para tener grandes poetas también debe haber grandes audiencias. Si Walt Whitman se dio cuenta de esto debe de resultar universalmente obvio en estos días de radios que nos informan y de las llamadas revistas de alto copete que corrigen nuestra información; por no hablar del toque personal de los programas de lectura. Y aun así, ¿qué han hecho los periódicos y los programas para hacer de nosotros grandes audiencias o grandes escritores?, ¿han cogido estas sibilas al neófito delicadamente de la mano instruyéndole en los fundamentos del gusto? Ni siquiera han intentado inculcarle una reverencia por sus misterios (despojando así a la crítica incluso del valor emocional -¿y de qué otro modo vas a controlar al rebaño si no es mediante sus emociones?, ¿hubo alguna vez alguna multitud lógica?-). De modo que no hay tradición, no hay espíritu de equipo: todo lo que se necesita para ser admitido en las filas de la crítica es una máquina de escribir.

Con ese párrafo abría William Faulkner en 1925 su breve ensayo Sobre la crítica, uno de los ciento doce textos que publica Capitán Swing en el excelente Ensayos & discursos con traducción, introducción y notas de David Sánchez Usanos y prólogo de James B. Meriwether.

Ha pasado casi medio siglo desde la aparición de la edición original de Essays, speeches & public letters, una recopilación póstuma de la obra ensayística de Faulkner que se publicó en 1966, cuatro años después de la muerte del novelista.

A aquel volumen, inédito hasta ahora en español, se añadieron en una segunda edición –la que acaba de traducirse- casi cuarenta textos, en un espléndido y variado conjunto que completa la imagen múltiple y compleja de un autor imprescindible.

Discursos, Ensayos, Prólogos, Reseñas y Cartas públicas son las cinco secciones en las que se organiza cronológicamente un material, señala James B. Meriwether, “revelador de Faulkner, el artista y Faulkner, el hombre. Los textos al mostrarnos algo de lo que este escritor inmensamente dedicado, inmensamente complejo y profundamente hermético eligió revelar públicamente acerca de sí mismo durante las últimas cuatro décadas de su carrera nos permiten comprender, un poco mejor, al hombre y su obra.”

Sobre esa heterogeneidad insiste el traductor, David Sánchez Usanos en su texto introductorio, William Faulkner o cómo ganar una partida de dados:

A pesar de que esta colección presenta cierta diversidad formal (ensayos, discursos, cartas, reseñas literarias, críticas teatrales) y temática, hay algunos aspectos que aparecen de manera recurrente y que invitan a ofrecer algo parecido a un catálogo de los motivos de Faulkner.

Mississippi, El Sur, América, el oficio de escritor y el papel de la literatura son esos ejes temáticos que analiza Sánchez Usanos en una brillante introducción en la que destaca que estos y otros asuntos se encuentran siempre anudados por la experiencia literaria. La literatura se presenta como una estrategia orientada a la comprensión pero también a la supervivencia.

En su diversidad, son sin embargo escritos de madurez, porque la recopilación prescinde de los textos juveniles y recoge sobre todo los de la última fase de Faulkner, la posterior a la concesión del Nobel.

Discursos memorables como el que dirigió Al Consejo del Delta, que resume la actitud sureña ante la vida, o los que pronunció con motivo de la recepción de premios, como el muy conocido de recepción del Nobel en diciembre de 1950, que terminaba así: La voz del poeta no sólo tiene que ser el registro del hombre, puede ser uno de los puntales, de los pilares que le ayuden a resistir y prevalecer.

Junto con otros textos menores o de circunstancias, se recogen en el libro ensayos vertebrales en su obra, como Mississippi, un texto magistral de 1954 que podría ser una inmejorable introducción o un posfacio de sus novelas fundamentales. 

Pero hay más: el ensayo-relato autobiográfico Y ahora qué hacer, las autocríticas de Banderas en el polvo o Una fábula, o Sobre la privacidad -que aborda el sueño americano, un santuario en la tierra para el hombre individual.

Entre los prólogos, los mejores son sin duda los que escribió para sus propios libros -Santuario y El ruido y la furia- y la imprescindible introducción a su Antología de 1954.

La cuarta sección contiene algunas críticas teatrales y reseñas de libros, entre ellas una tan breve como certera de El viejo y el mar.

Cierra el volumen una abundante muestra de las cartas abiertas, a menudo polémicas, que Faulkner publicó en los periódicos sobre asuntos no siempre literarios y con frecuencia tan irónicas como la que dirigió el 8 de septiembre de 1950 al editor del Oxford Eagle, que le había situado entre los partidarios de la legalización de la cerveza. Terminaba con este párrafo:

En realidad, mi esfuerzo en las recientes elecciones sólo estaba relacionado con la cerveza de un modo secundario. Estaba haciendo una protesta. Me opongo a cualquiera que haga declaraciones públicas que cualquier niño de cuarto grado puede refutar con un lápiz y un papel. Me opongo más aún a un cura que insulta tanto la inteligencia de su audiencia como para suponer que puede realizar cualquier afirmación, sin importar su falsedad, y que por respeto a su hábito, ninguno de ellos intentará o se atreverá a comprobarlo. Pero por encima de todo –y esos ministros de sectas que no son autónomos, que tienen sínodos y juntas de obispos, o de otros organismos con autoridad y contro sobre ellos, deberían dedicar algún pensamiento a esto-, me opongo a los ministros de Dios que violan los cánones y la ética de su sagrada y santa vocación al usar, sea abiertamente o bajo cuerda, el peso y el poder de su oficio para influir en unas elecciones civiles.

Las espléndidas páginas de estos Ensayos & discursos confirman la importancia de estos textos en el conjunto de la obra de Faulkner. En ellos aparece el escritor que habla de su oficio y el ciudadano que analiza el racismo, el lector y el conferenciante, el artista que reflexiona sobre la literatura y el hombre que avisa en 1936 en una nota en el periódico local de que no se va a hacer cargo de las deudas, facturas, recibos o cheques de su mujer.

Santos Domínguez