09 mayo 2006

Canción de cuna y otros poemas



W. H. Auden. Canción de cuna y otros poemas.
Selección, traducción y prólogo de Eduardo Iriarte.
Lumen. Barcelona, 2006.



Para gran parte de la crítica, W. H. Auden es el mejor poeta inglés del XX. La poesía, como se sabe, tiene poco que ver con los escalafones y casi nada con la crítica literaria, pero hay un hecho incontestable: para muchos lectores de poesía Auden es uno de sus autores preferidos.
El autor de El mar y el espejo fue también un excelente crítico, un excepcional lector. Sus páginas sobre Shakespeare son imprescindibles para una lectura contemporánea de los clásicos. Y La mano del teñidor es una de las reflexiones más lúcidas sobre la poesía desde la doble perspectiva del autor y del lector.

Su poesía, arriesgada y al límite de la sensibilidad, del pensamiento y de su articulación estilística, sigue ejerciendo una poderosa influencia sobre la poesía europea, no solo sobre la lírica anglosajona. Es bien conocido el decisivo influjo que ejerce sobre Jaime Gil de Biedma, para poner solo un caso.

La antología que publica Lumen en versión bilingüe con el título Canción de cuna y otros poemas es, por lo que conozco, la más amplia y la de más calidad. Se ha encargado de preparar la generosa selección y la traducción Eduardo Iriarte, que ha escrito también un prólogo iluminador para introducirse en el temperamento y en el tono poético de la obra de Auden. Una obra comprometida con la realidad y con la lengua, con las que el poeta mantiene una relación siempre problemática y a menudo dolorosa.

La traducción me parece la mejor de las que he leído de la poesía de Auden. Es limpia, se ha hecho con respeto al texto original y con buen oído, una cualidad que se echaba de menos en otras versiones anteriores al español de una obra tan alta.

No faltan en ella tres de los poemas emblemáticos de Auden. Tres textos que por sí solos servirían para demostrar la altura de toda una obra: España, 1937; En memoria de W. B. Yeats o el Elogio de la piedra caliza en tres versiones magníficas.

O lo último que escribió, en sus días menguados, el estremecedor texto que terminó en agosto de 1973, un mes antes de morir. Se trata de Arqueología, que termina con estos versos definitivos:

Lo que denominan historia
no es nada de lo que jactarse,
hecha como está
por el criminal que llevamos dentro:
la bondad es intemporal.

Santos Domínguez


08 mayo 2006

El baile



Irène Némirovsky.
El baile.

Traducción de Gema Moral Bartolomé.

Salamandra. Barcelona, 2006

Como Nabokov, como Marina Tsvetaia y tantos otros, Irene Némirovsky (1903-1942) salió de la Rusia soviética en los primeros meses de la revolución de 1917 para instalarse en París.

Era entonces una adolescente infeliz como la que protagoniza esta novela corta y desconocía que le esperaba un destino siniestro como deportada en Auschwitz, donde murió en 1942. Vivió poco, pero escribió mucho. Una docena de obras en francés, entre las cuales destacan un excelente ensayo biográfico y crítico sobre Chejov y la Suite francesa, una obra ambiciosa sobre la ocupación nazi de Francia que dejó sin terminar y de la que incluso sus herederos ignoraban su existencia en los archivos familiares. Cuando se publicó finalmente en 2004 fue toda una revelación. Al año siguiente, Ediciones Salamandra lanzó la traducción en castellano y ahora recupera El baile, una novela corta que se había publicado en 1930 y que ya había tenido una versión española en los años ochenta.

En menos de cien páginas se desarrolla este relato en el que la cantidad es inversamente proporcional a la intensidad. En la estela de Chejov, desde una misma posición narrativa y moral, escrita con una economía y una precisión asombrosas, aquí cada palabra está exactamente donde debe estar para producir el efecto oportuno.

El baile
es la historia cruel e inolvidable de una venganza adolescente, un ajuste de cuentas con la sociedad de los mayores y con su infancia infeliz. Y quizá más que eso. Quizá sea también una parábola sobre la entrada adulta en un mundo ridículo y sobre unas relaciones sociales hipócritas que estaban a punto de desaparecer como reliquias decimonónicas.

Para leer y releer este relato que es también un manual práctico de escritura, un prodigio de exactitud, de diseño de personajes y de elipsis narrativa.

Cuando a uno lo mandan a dormir al cuarto trastero y tiene que cenar sobre la mesa de la plancha, lo único que tiene a mano es la venganza. Por impulso y a conciencia.
Santos Domínguez

04 mayo 2006

Memorias de España



Giacomo Casanova.
Memorias de España.
Espasa. Madrid, 2006.



En 1767 una lettre de cachet de Luis XV expulsaba de Francia al abate Giacomo Casanova. En casi toda Europa le había ocurrido lo mismo a quien ya se había convertido en la imagen tópica del libertino.
Pero esta vez es peor. Casanova ha entrado en una edad en la que la Fortuna desprecia a los hombres. Tiene 42 años y la saturación de experiencias de una vida vertiginosa. Lleva a sus espaldas la tristeza por la muerte de algunos amigos y protectores, la muerte reciente de su bella amiga Charlotte. Y solo le quedan por visitar sin prohibiciones dos países excéntricos, España y Portugal.
Con ese equipaje de malos augurios y muertes recientes inicia el viaje y atraviesa en mulo los Pirineos.
No había malos caminos. No había caminos. Las penosas comunicaciones de las que hablan otros viajeros de la Ilustración no le importan demasiado. Las asume como una prolongación de su decadencia, como una proyección de su desgracia.
Y pasa sus días madrileños con ilustrados de la corte de Carlos III, con libertinos ibéricos ajenos a todo refinamiento. Fue una víctima indirecta de aquel vergonzoso motín de Esquilache en el que unieron sus fuerzas (no era la primera vez y no sería la única) la delincuencia común y el clero.

Ha perdido el abate energía sexual y ya no le hacen demasiado caso las mujeres. Las conquistas son cada vez más escasas y penosas. Con amarga ironía reconoce Casanova que alguna mujer ha hecho en la cama lo que ha querido y él lo que ha podido. Así es que en España se dedica sobre todo a hacer informes reformistas, a pretender un cargo y a reunirse con librepensadores.La última (o la penúltima) aventura de un Casanova para el que el mundo no es ya más que un recuerdo en el que se confunden las luces y las sombras.

Tras la lumbre apagada del conquistador, el rescoldo del recuerdo, el simulacro de la realidad en la memoria, el intento inútil de reavivar la llama en el siglo de las luces que se han ido apagando.
Redactada en francés su Histoire de ma vie, que lo convirtió en uno de los autores más leídos del XVIII, dedica una parte sustantiva a ese viaje a España que lo llevó de Madrid a Valencia y luego a Barcelona para dar con sus ajetreados huesos en la cárcel de la Ciudadela.
Como un clásico incómodo lo caracteriza Ángel Crespo en la introducción que recupera ahora Espasa, junto con la traducción, de los descatalogados Clásicos Planeta, donde se editaron estas Memorias de España hace ahora veinte años.
La novedad de esta reeedición es el ajustado prólogo de Marina Pino, autora también del artículo final, “Casanova, el conde, la bailarina y el obispo: ¿drama o vodevil?”, sobre un episodio en el que se conjuntaron las fuerzas enfrentadas en aquella España convulsa, la resistencia a las reformas, el oscurantismo clerical y la pasión otoñal.

Anticipándose en décadas a los viajeros románticos que llegarían a España en oleadas para escribir o pintar cuadros de costumbres, Casanova describe con viveza y agilidad la extravagancia pintoresca de las costumbres españolas.
No son estas las confesiones de un penitente arrepentido. Están escritas con la distancia satírica de quien ya no se reconoce sino como personaje que vive en el pasado y en la literatura.

Santos Domínguez

02 mayo 2006

Una larga confesión


Juan Carlos Onetti.
Obras Completas: Novelas I (1939-1954).
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2006.


Es solo el primer tomo de los tres que reunirán la obra completa de Juan Carlos Onetti, pero es apabullante. Lo acaba de publicar Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y en él se reúnen las cinco primeras novelas de quien construyó uno de los universos literarios más transcendentales de la literatura del siglo XX en español.

Desde la obertura que fue El pozo (1939), escrito en una primera versión durante una tarde sin tabaco y en un arranque de mal humor creativo, hasta esa pequeña obra maestra que son Los adioses (1954) se suceden una serie de novelas entre las que La vida breve inaugura uno de esos territorios imperecederos de la imaginación que es Santa María, que más que un lugar es una atmósfera o un estado de ánimo.

Prácticamente desde el principio, con una sorprendente madurez en la que se conjuntan el vigor y la contención artística, los temas esenciales de la narrativa de Onetti están ya perfilados: la incomunicación, el fracaso, la soledad de unos personajes a quienes la insatisfacción y la pesadumbre los empuja a la evasión.
Claro que El pozo lo publica Onetti con 30 años, después de diez años de maduración y de haber extraviado una primera redacción de la novela. Onetti es a esas alturas un personaje más de su narrativa, un escritor desordenado, sin método ni horario, que escribe cuando tiene un arranque creativo, un autor que se identifica con frecuencia con sus personajes, esos indiferentes a los que el narrador trata con indiferencia impávida. De la poblada soledad del escritor habla con acierto Hortensia Campanella en la amplia introducción del libro y Juan Villoro titula su brillante prólogo La fisonomía del desorden.

Onetti se siente especialmente cómodo en esa Santa María que no es Montevideo ni Buenos Aires pero tiene rasgos de las dos, porque hace de Dios en ese paisaje gris trazado con descripciones pasmosas y habitado por personajes inolvidables y ensimismados como Brausen y Juntacadáveres Larsen.

Con profundidad y desesperanza, demoledor y tierno, comprensivo y piadoso a la vez que pesimista, Onetti explora una y otra vez las fronteras confusas de la realidad y el sueño, la necesidad evasiva y las tendencias monologantes de esos personajes problemáticos e incomunicados que en realidad hablan de su autor, porque la literatura, como escribió Onetti, es una larga confesión.

Santos Domínguez

30 abril 2006

Pandémicos revolcones



Luis Antonio
de Villena.

Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma.
Seix Barral. Barcelona, 2006.

De esos pandémicos revolcones, que conviven en Jaime Gil de Biedma con su refinamiento estético y su vida diurna de alto ejecutivo, y de otras muchas cosas, teóricamente más importantes, habla Luis Antonio de Villena en sus Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma, un libro excelente que ha publicado Seix Barral en edición limitada y en su colección Únicos, con prólogo de Ana María Moix, una de las pocas personas que atendieron a Gil de Biedma en sus últimos meses de vida.

Pero que nadie espere escándalos, ni un enfoque morboso, ni la menor indiscreción. Al contrario, este es un libro lleno de elegancia, sensatez y admiración por Gil de Biedma, el poeta y el personaje, una evocación de encuentros que nos transmiten una imagen completa y cabal de aquel poeta tan fundamental y tan contradictorio, tan desgarrado entre lo pandémico y lo celeste, entre esos revolcones y el refinamiento de un exquisito, siempre en la clandestinidad vital, en la clandestinidad política y sexual, entre los lugares exclusivos y los antros.

El flash, imprescindible, claro, porque casi todos esos encuentros y travesías de los dos lados de la Castellana que evoca Villena en este libro fueron nocturnos. Y ese fogonazo los ilumina. Esta es una iluminación escrita con altísimo aprecio, pero sin beatería. Una iluminación que pone al descubierto las contradicciones, la escisión dolorosa que explica esas duplicidades que se hacen explícitas en Pandémica y celeste o en Contra Jaime Gil de Biedma, dos de sus poemas vertebrales.
Inteligente y alocado, impulsivo y brillante, cordial y desenvuelto, mundano y un punto canalla, agreste y cosmopolita, con ese aire de camionero ilustrado que tan bien define algunos comportamientos en los que conviven el dandismo y la sordidez, el refinamiento y la rudeza, la experiencia y la literatura. En ese desgarrón afectivo y vital está la clave de la obra del autor de Moralidades y ese es el cauce que da sentido literario a la existencia de quien en el fondo era muy frágil.
¿Y qué tiene que ver esto –pensará alguien- con la literatura? Todo. Porque no es posible entender, no ya ciertos poemas, sino la totalidad de la obra de Gil de Biedma sin tener en cuenta la historia sentimental compleja, la biografía escindida de la que surge. Como no se pueden entender los Poemas para un cuerpo de Cernuda sin tener presente a quién se referían esos poemas mexicanos o los Sonetos del amor oscuro sin saber quién era Rodríguez Rapún.

Sería curioso comprobar cómo hay una serie de rasgos comunes en todas esas relaciones, cómo esos muchachos son muy parecidos entre sí y en sus relaciones de dominio sobre estos poetas, a los que maltrataron sin medida. No es un asunto de morbo, sino de la raíz dolorosa y amarga de la que surge su poesía.

Lo anuncia en el prólogo Ana María Moix:
Creo que, desde el 8 de enero de 1990, día de la muerte de Jaime Gil de Biedma, no había vuelto a encontrarme con él hasta ahora, al leer el manuscrito de este espléndido retrato [...] Luis Antonio de Villena ha logrado hacer algo muy difícil: retratar al hombre, en toda su intimidad, hasta lo más profundo de su a veces inconfesada intimidad, y hacerlo con un enorme respeto.

A los lectores de Gil de Biedma este libro les refrescará la memoria de muchos de aquellos poemas alusivos y elusivos a un tiempo.
Quienes no lo hayan frecuentado aquí hallarán una de las mejores introducciones que se han escrito sobre la obra de Gil de Biedma.
Santos Domínguez

28 abril 2006

Sonetos de Shakespeare




Monumento de Amor. Sonetos de Shakespeare.

Versión, edición y notas de Carmen Pérez Romero.
Edición bilingüe. Textos UEX.
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura.
Cáceres, 2006.


Veinte años después de publicada una primera edición de este Monumento de amor, se presenta una nueva versión corregida y ampliada de los Sonetos de Shakespeare de la profesora Carmen Pérez Romero que edita el
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura.
Rodeados de misterio desde la primera edición de 1609, los sonetos son, como nos recordaba Wordsworth, la llave con la que Shakespeare nos abre su corazón. Pero la enigmática dedicatoria, la ambigüedad sexual o el pansexualismo declarado de muchos de ellos dedicados a un hermoso joven, la dama oscura y secreta a la que se dirigen otros, su tono a veces intimista y a menudo escabroso, han contribuido a aumentar el misterio que rodea la vida de Shakespeare y sus relaciones amorosas.
O han sido la base de las lecturas más mojigatas que defienden la impersonalidad de estos textos, la ausencia de alusiones biográficas, la idea en definitiva del personaje poético, del speaker poet.
¿Dónde encontrar a Shakespeare en Shakespeare?, se preguntaba Bloom antes de descartar en los Sonetos el material autobiográfico, antes de decirnos que habría que ser el mismísimo diablo para encontrarlo ahí.
Se enfoquen de una manera o de otra, los sonetos son la narración de dos fracasos tras dos historias amorosas (el amigo y la mujer morena) que se abordan en su
proceso y en su desarrollo. Hay más cosas en los sonetos, claro: las rivalidades amorosas se confunden con las poéticas y hay un refinamiento amoroso que va más allá del petrarquismo y un envidiable equilibrio, tan inglés, entre sentimiento y pensamiento.

La mayor complicación que plantean los sonetos a la hora de traducirlos es la frecuencia de los monosílabos. De ese escollo, de esa dificultad se lamentan todos los traductores de los sonetos. Eso hace imposible mantener el endecasílabo en la traducción al español y a menudo es la excusa para hacer las traducciones en prosa.
Y en este aspecto es en el que esta versión de los sonetos es especialmente atractiva. En una decisión en la que se combinan el rigor y la valentía, Carmen Pérez Romero opta por la traducción en verso. Por el alejandrino y por el serventesio, que acreditaron en los sonetos en español los modernistas. Y sale del empeño, arriesgadísimo, con brillantez asombrosa, porque (aunque no tengo para el inglés, como es natural, el mismo oído que para el español), tengo la impresión de que el ritmo de la traducción se acerca al del original. O dicho de otra manera, creo que la música de los versos de un soneto inglés está más cerca de la línea melódica de base heptasilábica que del endecasílabo español o italiano. Igual estoy equivocado y es solo un espejismo provocado por la sugestión de una buenísima traducción.
Tomo casi al azar un verso, el que cierra el magnífico soneto 127, el primero de la serie dedicada a la dama oscura:
That every tongue says beauty should look so // que la hermosura, dicen, debiera ser morena.

No creo que ese verso se pueda traducir mejor, que se pueda captar mejor el espíritu de la letra.

Las notas a pie de página, excelentes y comedidas, iluminan el texto con sabiduría y sensibilidad, las dos mejores armas para afrontar un empeño tan lleno de peligros y acechos como este.
Como edición corregida y ampliada se anuncia esta reedición que es casi una nueva edición. Mejorada, tiene que añadir el lector, tanto desde el punto de vista de la revisión de los textos y las notas como desde el mero enfoque editorial del libro y de la colección de la que forma parte, que se ha mejorado de forma muy notable, con la elegancia que se podía esperar de un amigo de los libros y de la literatura como su director Miguel Ángel Lama.

Santos Domínguez

26 abril 2006

Cartas de Inglaterra


José Maria Eça de Queirós
Cartas de Inglaterra
Editorial El Acantilado. Barcelona, 2006.

El escritor portugués José Maria Eça de Queirós, ese Galdós cosmopolita que escribió novelas como Los Maia, La Reliquia o El crimen del padre Amaro, también ejerció como periodista. En estas Cartas de Inglaterra que publica la editorial Acantilado, escritas mientras fue cónsul de Portugal en Bristol, y publicadas en un periódico brasileño, expresa sus opiniones sobre diversos acontecimientos de la época (están todas fechadas entre 1880 y 1885).
Unas cartas tratan en apariencia sobre auténticas bagatelas: la tragedia estética de una Navidad sin nieve en Inglaterra le sirve como excusa para criticar los desmanes británicos en África o en Irlanda. La prensa británica se ocupa del cambio climático mientras Irlanda sigue anclada en la miseria y el feudalismo, y por las colonias africanas corre la sangre. La actitud de Eça está lejos de ser antibritánica, pues admira la creatividad intelectual de los ingleses, pero no soporta su esnobismo, su prepotencia ni el puritanismo de la era victoriana.
Otras cartas tratan de temas muy serios, como un brote antisemita en Alemania en 1880. Escribe Eça: “Que en 1880, en la sabia y tolerante Alemania, después de Hegel, Kant y de Schopenhauer, (…), se vuelva de nuevo a una campaña contra el judío, el que mató a Jesús, (…), es como para quedarse con la boca abierta durante todo un largo día de verano.” Faltaban nueve años para el nacimiento de Hitler, pero ya Eça parece vislumbrar la polvareda ideológica que pronto enlodaría Europa.
Hasta seis cartas fechadas entre septiembre y octubre de 1882 dedica Eça a un esclarecedor incidente colonial de los británicos en Egipto. Un caudillo militar egipcio, Arabi, empieza a destacar como hombre fuerte y pone en riesgo el poder británico basado hasta entonces en la manipulación de un gobernante títere, el jedive, que se ha ido plegando progresivamente al interés británico, esto es dominar Egipto para controlar el canal de Suez que conduce a la India.
Pero para acabar con el díscolo Arabi los ingleses necesitan un casus belli, y lo encontrarán en un incidente en el barrio europeo de Alejandría, que se saldó con la muerte de cerca de cien europeos y más de trescientos musulmanes, lo que llevó, lógicamente, a la prensa británica a referirse al incidente como "la masacre de los cristianos":
“No quiero, de ningún modo, resultar desagradable a mis hermanos en Cristo, pero sugiero respetuosamente que se la llame la matanza de los musulmanes”.
Arabi para evitar el ataque británico prometió castigar a los asesinos de los cristianos, lo que obligó a Inglaterra a buscar un nuevo motivo para la intervención. Pronto lo encontró en unas obras de refuerzo de las defensas artilleras del puerto de Alejandría. “Arabi hizo algo inteligente: cedió y prometió interrumpir los trabajos de defensa. Inglaterra se llevó una decepción.”
Pero al fin los británicos encontraron las armas de destrucción masiva: una noche desde un acorazado inglés un vigía vio a dos egipcios limpiando un viejo cañón. Ya tenían una excusa para arrasar Alejandría y claro, lo hicieron, no por sus intereses económicos, por supuesto, sino para evitar "la anarquía en Egipto".
“Europa tomó en seguida su tradicional actitud: o sea, murmuró algunas palabras de ligera amonestación y después dio un paso atrás, para contemplar como un brazo fuerte sabe usar de su fuerza, para estudiar cómo se consuma el expolio de los humildes”.
Eça no duda de la victoria británica contra los egipcios, pero se hace una pregunta inquietante: “Pero, ¿y si Arabi, una vez derrotado, consiguiera inducir al jerife de la Meca a proclamar contra Inglaterra una Yihad, que es una Guerra Santa, una cruzada, un alzamiento en masa del mundo musulmán?”.
Es lo que tienen los clásicos, que por antiguos que sean y por extraño y alejado el tema que traten, siempre se dirigen a nosotros y escriben sobre nuestros conflictos.
Jesús Tapia Corral

Martina, la rosa número trece




Ángeles López.
Martina, la rosa número trece.
Seix Barral. Barcelona, 2006.


Entre la ficción y la memoria, entre la búsqueda detectivesca y la intuición emocional… Así descubrimos, casi llegamos a ver, a esa Martina joven y trabajadora, animosa y asustada, deambulando por su Madrid de guerra y resistencia… Nos queda lo más valioso que puede darnos la literatura: la palpitación del tiempo, la melancolía de lo que pudo ser y no fue, la sensación de haber viajado mientras leíamos al país lejano del pasado.

Esas palabras son del prólogo que Antonio Muñoz Molina ha escrito para Martina, la rosa número trece, un conmovedor libro escrito por Ángeles López que acaba de publicar Seix Barral y cuenta la historia de una de aquellas muchachas que fusilaron sumariamente un 5 de agosto de 1939 ante las tapias del Cementerio del Este de Madrid.
Memoria y ficción se conjuran contra el olvido como único procedimiento para acercarse a aquellos años siniestros de hierro y fuego. Ángeles López, novelista, poeta y periodista, se suma a la imprescindible labor de rescate de la memoria que fue la base de La voz dormida o de Soldados de Salamina.
Ese procedimiento que une documentación e imaginación para llenar los huecos de la historia y para reconstruir la memoria es el que han utilizado antes en España Muñoz Molina, Dulce Chacón o Javier Cercas o Sebald en Alemania y Modiano en Francia.
Martina Barroso fue la número trece de aquellas casi niñas que se han ido erigiendo como un símbolo del horror de la dictadura y de la represión ciega del franquismo. Su historia, reconstruida por su sobrina-nieta Paloma y por Ángeles López, es la historia del terror indiscriminado y de la injusticia.
Esta no es, como se nos advierte en el libro, una historia más de la guerra civil y de la primera posguerra. Es, de ahí su fuerza, la historia individual de aquella muchacha que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Buena hierba en mal lugar, se dice textualmente en la obra.

Escrita con agilidad periodística, con pulso e intensidad poéticos, con talento para la narración, Ángeles López utiliza pinceladas rápidas y precisas para dibujar un ambiente, para evocar una situación, para transmitir un estado de ánimo.
Hay en la narración de esta historia conmovedora un esfuerzo sostenido por incorporarse al interior del personaje, por introducirse en él para devolverlo reconstruido desde dentro con la voz verosímil que le presta la autora, para transmitir constantemente a los lectores esa sensación de vida al límite en un estilo cuidado y con una gran sutileza en las matizaciones psicológicas.
La delación, la detención, los interrogatorios, las ejecuciones se nos relatan en un texto que tiene un tono de reportaje, de crónica en la que conviven distintos géneros, técnicas y recursos como la medida alternancia entre lo exterior y lo interior, el diálogo y el monólogo en esa narración enla que junto con Martina hay otro referente fundamental que es su hermano Luis, teniente de la 33ª Brigada Mixta del ejército republicano.

El relato alterna pasado y presente, dos años (1939 y 2004) que son los del tiempo evocado y los del tiempo real, y dos voces narrativas: las de la alternancia de dos voces esenciales, Martina, la protagonista, y Paloma, su sobrina-nieta. De esa manera, combinando lo documental y lo novelesco, el periodismo y la imaginación, la ficción y la realidad, lo que fue y lo que pudo ser, se transitan estas galerías del dolor y estos laberintos de la memoria en un libro que su autora ha escrito (y se le nota) sobrecogida.

Santos Domínguez

24 abril 2006

Tratado de ateología


Michel Onfray
Tratado de ateología
Editorial Anagrama. Barcelona, 2006

Este libro publicado por Anagrama en España, viene precedido de un lado por un gran éxito editorial en Francia, y de otro, por críticas muy enfrentadas. Entre las críticas más negativas están las que le acusan de poco original y de su agudo tono panfletario. Sospecho que su autor admitiría ambas acusaciones sin dolor. El propio título de la obra al recoger la palabra Tratado nos ilustra sobre sus intenciones didácticas, pues se trata de realizar un compendio y un recorrido histórico por los autores y obras que han ido definiendo el ateísmo como corriente intelectual, y no de que Onfray pretenda ser el profeta de los sin Dios.
En cuanto a su tono panfletario es tan evidente, que definir el Tratado de Ateología como un panfleto no es una acusación, es una descripción ajustada a su estilo y contenidos. Onfray no escatima páginas contrarias a las tres religiones monoteístas surgidas en los alrededores del Mediterráneo y que vienen animando la historia mundial desde hace siglos. En la base de estas tres creencias detecta “(…) Una serie de odios impuestos con violencia a lo largo de la historia por los hombres que se pretenden depositarios e intérpretes de la palabra de Dios, los clérigos: odio a la inteligencia –los monoteístas prefieren la obediencia y la sumisión –; odio a la vida, reforzado por una indefectible pasión tanatofílica; odio a este mundo, desvalorizado sin cesar con respecto a un más allá, único depositario de sentido, verdad, certidumbre y bienaventuranza posibles; odio al cuerpo corruptible, despreciado hasta en sus mínimos detalles, mientras que al alma eterna, inmortal y divina se le adjudican todas las cualidades y virtudes; odio a las mujeres, por último, al sexo libre y liberado en nombre del Ángel, ese anticuerpo arquetípico común a las tres religiones.”
El acento panfletario del Tratado de Ateología, plagado de sarcasmos, hará pasar un rato divertido a los ateos practicantes y elevará la indignación de los fans de cualquiera de las tres religiones monoteístas, pero el libro de Onfray no se queda ahí sino que en su misión didáctica ofrece una interesante introducción a la obra de filósofos como Holbach, Feuerbach y, sobre todo, Nietzsche, quien aparece como el forense de Dios, que ante su muerte realiza una autopsia esclarecedora del engaño: Dios no es más que un artificio creado por los hombres y quienes se lo inventaron lo acompañaron de una ética antihedonista e inhumana (las muchas páginas antipaulinas de Onfray siguen en gran medida el pensamiento de Nietzsche).
Por desgracia, según Onfray, Nietzsche levantó el acta de defunción del cristianismo (y por extensión de los otros monoteísmos próximos) y anunció la caducidad de la moral cristiana, pero al filósofo alemán le faltaron “su Pablo y su Constantino, su viajante de comercio histérico y su emperador planetario”, y dejó trabajo sin terminar. Falta por crear una ética nueva porque “sólo el ateísmo hace posible la salida del nihilismo”.
No es válida ni la moral cristiana laica (recuerden que no es sólo que Dios sea un invento, es que las normas establecidas por sus seguidores son abominables), ni tampoco el nihilismo parece recomendable para el complejo mundo actual formado por más de 6.000 millones de humanos.
Además debemos reconocer que la noticia de la muerte de Dios no ha sido muy difundida y apenas llegó a una minoría de occidentales cultos, mientras que millones de seguidores recalcitrantes de Dios, armados incluso con bombas atómicas producidas por esa ciencia que detestan, pero que no dudan en utilizar para sus fines, parecen dispuestos a matar y a morir para salvarnos, o al menos para salvarse ellos.
Que Onfray u otro ateo cualquiera se dé prisa en alumbrar una nueva ética porque esto tiene muy mal aspecto.

Jesús Tapia Corral

Los cien táleros de Kant


Pietro Emanuele.
Los cien táleros de Kant.
Alianza Editorial. Madrid, 2006.


Cien táleros llegó a contar Kant en un sueño venal alimentado por una casta soltería. A diferencia del dinosaurio, tan persistente él, cuando se despertó, las cien monedas ya no estaban allí y Kant las seguía buscando en sus bolsillos.

Este ejemplo y otros como el del Dios relojero de Leibniz o el alfiler que cree haberse tragado la dama impresionable de la que nos habla Montaigne en sus Ensayos son algunos de los que Pietro Emanuele ha recogido en Los cien táleros de Kant. La filosofía a través de los ejemplos de los filósofos.

Para quienes no saben todavía que la metafísica es un subgénero de la literatura fantástica o una forma alternativa y evolucionada del pensamiento mágico, leer Los cien táleros de Kant será un agradable descubrimiento.

Relatos, parábolas, imágenes se recogen en este libro que acaba de publicar Alianza Editorial en su colección de bolsillo y articulan un recorrido por la filosofía a través de cincuenta ejemplos organizados en tres partes. Cincuenta atajos narrativos para adentrarse en la desnuda densidad de los conceptos, entre el mito y lo cotidiano, la razón y el ingenio, la excentricidad del psicoanálisis, el exceso de los lingüistas contemporáneos y los vuelos prometeicos y pindáricos de la ciencia ficción .
Pietro Emanuele, su autor, selecciona esos cincuenta relatos y los comenta con sabia ironía, humor e inteligencia. No es una introducción a la filosofía, ni falta que hace, sino una antología del ingenio, de la lógica y de la imaginación, del pensamiento y del truco narrativo.
Entre el previsible y paradójico relato de Aquiles y la tortuga y el té caliente que hizo hablar al pequeño lord, entre Zenón y Chomsky, los filósofos muestran su vocación por el relato, su capacidad como contadores de historias: la apología de una adúltera hechizada por la palabra, la cicatriz de Ulises, un elogio senequista de la apatía, un parricidio fallido, el asno de Buridán, un hombre absurdo que agobiado por las adversidades juega a la pelota, la calavera de Hamlet que espantaba a Hegel...

Y así hasta la semilla de un relato policial: un dedo aprieta el gatillo: ¿es premeditación?

Es la filosofía puesta a orear al aire limpio, que la ventila de la peste del cirial escolástico y de la supersticiosa y excesiva creencia en la razón.

Y entre Zenón y Chomsky, por encima del tiempo, esa constante trayectoria narrativa de la filosofía desde el pensamiento mágico a la pura construcción verbal de parte de la filosofía contemporánea.

Esto es lo que no entendió el autor de El mundo de Sofía, que quiso añadir un hilo narrativo a ese libro que le quedó algo infantilón. Aquí no hay ese peligro ni el lector tiene la sensación de que le estén tratando como si fuera bobo.

Santos Domínguez


22 abril 2006

La pelirroja




Fialho de Almeida.
La Pelirroja.
Traducción de Antonio Sáez Delgado.
Periférica. Cáceres, 2006.

En su partida de nacimiento, la editorial Periférica anuncia que una de sus líneas fundamentales consistirá en ofrecer una amplia selección de clásicos modernos, inéditos o poco difundidos en castellano.
Uno de esos clásicos recuperados con que Periférica inicia su andadura es La pelirroja, una novela del portugués Fialho de Almeida (1857-1911).
Rescatada en 2005, la edición portuguesa de Assírio & Alvim tuvo una buena acogida de crítica y público. Ahora aparece por primera vez en castellano con traducción de Antonio Sáez Delgado.
Fialho de Almeida ocupa en la literatura portuguesa del último tercio del XIX un lugar semejante al de Blasco Ibáñez en España. Lo que este supone respecto de Galdós lo significa Fialho de Almeida respecto de Eça de Queiroz. Identificado alguna vez con Dickens por su visión de la infancia desvalida y callejera, me parece que la crudeza con la que se refleja la realidad, el interés por destacar sus aspectos más sórdidos, el regodeo en la miseria, la crítica social, el anticlericalismo, el erotismo lo aproximan, incluso en una obra temprana como esta, a la radicalidad naturalista más que a otras formas templadas de realismo.
La pelirroja se publicó en 1878, muy poco después que La taberna de Zola y antes que Nana. Fialho era entonces un joven de extracción humilde y estaba todavía muy marcado por una larga convivencia con la pobreza. Estudiante de Medicina como Pío Baroja y Felipe Trigo, conoció como ellos la frecuencia con la que se mezclan en los pobres el dolor y la miseria. Y, como ocurre con las novelas de aquellos, esta narración es también una disección del tejido social del Portugal atrasado de finales del XIX.
Inevitablemente, esas experiencias las habría de reflejar Fialho en sus artículos y crónicas. También aquí, como en sus cuentos, la crítica social atraviesa la novela en la visión de los estamentos representativos de la sociedad tradicional (militares, ricos, curas hipócritas y lascivos) y en el reflejo de la prostitución como paradigma de la explotación.
Junto con esa voluntad de denuncia, aparecen en La pelirroja la pura busca del escándalo sicalíptico o la incursión en la necrofilia. Y un erotismo turbio que se confirma, como en toda la literatura europea como una de las ramificaciones preferentes del naturalismo.
Quizá el único defecto técnico de esta novela sea el papel del narrador, su perspectiva, que oscila entre la indefinición y la incoherencia del narrador omnisciente y el testigo. Es, digámoslo ya, un narrador abusivo, que probablemente procede más de la torpeza del principiante que de las trampas del ventajista.
Tiene Fialho otros valores que nos lo muestran como un renovador de la prosa narrativa y periodística portuguesa, como uno de los maestros reconocidos por Pessoa.
Novela escrita con prosa consistente y eficacia narrativa, las brillantes descripciones de una Lisboa suburbial, más agria que pintoresca, de bajos fondos y prostitución, tienen una enorme fuerza por el talento del autor, pero sobre todo porque esa visión Lisboa nocturna, parda y lóbrega viene de lo vivido. Como esos personajes que completan un ambiente que los explica y que queda expuesto en ellos.

La traducción, ágil y eficiente, de Antonio Sáez tiene una virtud fundamental: le quita al texto la vieja capa de barniz, el desagradable toque arcaico que había en algunos rasgos de su estilo.

Vale la pena leer esta Pelirroja, buena literatura menor en una edición cuidada que presagia nuevas sorpresas tan agradables como esta.

Santos Domínguez

20 abril 2006

Proust, el indiferente




Marcel Proust.
El indiferente y otros relatos.
Funambulista. Madrid, 2005.

En 1918, veinticinco años después de publicados algunos de los seis relatos que edita Funambulista en un volumen titulado El indiferente y otros relatos, Marcel Proust se declaraba orgulloso de ellos. Incluso les adjudicaba un valor superior al de Swann.
Algunos de estos relatos aparecieron en Los placeres y los días, otros, como El indiferente y Antes de la noche no formaron parte de aquel librito inicial y misceláneo. Lejos de la densidad del universo proustiano que cuajó en La recherche, estos textos son una inmejorable vía para adentrarse en la selva de ese mundo narrativo acogedor y complejo.

Proust no estaba, pese a todo, demasiado cómodo con unas formas narrativas breves que no volvió a frecuentar. De hecho, casi todos estos textos parecen esbozos, adelantos y aproximaciones de las siete novelas amplias que vendrían después.

Esbozos, por ejemplo, de situaciones y de personajes en las que las palabras de la tribu (la alta sociedad parisina, los salones aristocráticos) delatan sus intereses y perfilan un mundo con términos como charme, ardent, gentil.
Ya se inauguran aquí temas y actitudes que aparecerían con mayor consistencia en A la recherche: la muerte, la aristocracia, el amor homosexual, la melancolía, el refinamiento...
Y ambientes de la decadencia en triunfo: salones, carreras de caballos, teatros para las insinuaciones y el galanteo y el relato de los largos viajes exóticos. En fin, todo eso que en manos de un escritor que no sea Proust, con su capacidad estilística para crear atmósferas y una languidez inconfundible hasta en la sintaxis, no sería más que el reino de lo cursi.

El aprovechamiento de los materiales autobiográficos sirve de base a la fabulación sublimada, al refinamiento sutil, a las suaves matizaciones psicológicas en la luz declinante de la tarde, a las delicadas atmósferas que envolverán al buen lector de poesía y de prosa que lea este puñado de relatos.

La traducción de Silvia Acierno y Julio Baquero, que firman también el postfacio, es tan delicada y sensible como el texto y ayuda mucho a esa fascinación.

Santos Domínguez


18 abril 2006

Franco frente a Churchill

Enrique Moradiellos
Franco frente a Churchill
Ediciones Península. Barcelona, 2005.

Aunque el título de esta obra pueda hacernos pensar que se trata de analizar y contraponer la figura de estos dos gobernantes, en realidad abarca mucho más. En algo más de cuatrocientas páginas y con unas 1.000 notas a pie de página se pasa revista a las relaciones bilaterales de España y Gran Bretaña fundamentalmente durante la Segunda Guerra Mundial, aunque también se tratan los años de nuestra Guerra Civil y los inmediatamente posteriores al citado conflicto mundial.
El trabajo, documentadísimo, del profesor Moradiellos, ilumina con mucha claridad la postura de Franco ante la Guerra Mundial, y así, frente a la tesis de los apologetas del Caudillo, que lo presentan como un ser visionario y omnisciente, capaz de prever en 1939 la derrota de Hitler y por tanto de alejar a España del conflicto; aparece en este libro de Moradiellos un Franco que, al menos entre 1939 y 1941, está totalmente convencido de la victoria alemana, victoria que desea, y decidido a entrar en el conflicto, sobre todo cuando el avance germano en Polonia, Bélgica o Francia se demuestra arrollador.
Así, la extensa documentación aportada procedente de numerosos archivos y cuyos documentos más importantes aparecen reproducidos en sus párrafos más significativos, dibujan la imagen de un Franco aún inseguro en su puesto, liderando un país al que la Guerra Civil ha rebajado de potencia de segunda fila a la categoría de irrelevante, excepto por su excepcional ubicación estratégica, y que además depende de manera aguda de los suministros de alimentos y petróleo que sólo pueden llegarnos a través del Atlántico, previo permiso de la marina británica.
Churchill, ya como primer ministro, aparece como un administrador de la tradicional política británica del palo y la zanahoria, sistema de premios y castigos, dirigido en este caso concreto a mantener a España lejos de sus tentaciones de unirse al Eje de Hitler y Mussolini. El libro analiza la modulación de ese sistema durante los seis años de guerra, que responde más o menos al siguiente esquema: cuando la posición de España es firme (porque los aliados preparan alguna operación que España podría entorpecer) predomina la zanahoria en forma de concesiones de alimentos y carburantes; por el contrario cuando la posición española es débil, como a partir de 1942 cuando la derrota alemana parece ya inevitable, el palo aparece rotundo y amenazante hasta conseguir que España retire la División Azul, deje de vender wolframio a los alemanes y de prestar apoyo logístico a barcos y submarinos del Eje.
En definitiva, el profesor Moradiellos traza el retrato de un Franco deseoso de entrar en el conflicto para obtener compensaciones territoriales en el norte de África (que Hitler no le concede en Hendaya) y recuperar Gibraltar, pero debilitado por la situación penosa de España. Churchill aparece al mando de una gran potencia en su hora más difícil, pero pronto respaldada por Estados Unidos. Churchill se ocupa de España como una pieza más que le permita primero resistir y después derrotar a Alemania, como parte de un plan nacido de su, en ocasiones, optimismo patológico al que tanto debemos tantos, optimismo como el presente aquel 4 de junio de 1940, con la mayor parte del mundo convencido (y entre ellos muchos británicos) de que Gran Bretaña pronto caería en manos de Hitler, y Sir Winston, en un discurso dirigido a los británicos, al mundo entero, y también, cómo no, a Hitler y a Franco, se permitió gritar: “Lucharemos en las playas. Lucharemos en los aeródromos. Lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. ¡Nunca nos rendiremos!”. ¡Qué tío, el inglés!

Jesus Tapia Corral


Mauricio o las elecciones primarias



Eduardo Mendoza.
Mauricio o las elecciones primarias.
Seix Barral. Barcelona, 2006.

Diez años después de declarar la muerte de la novela, Eduardo Mendoza publica en Seix Barral Mauricio o las elecciones primarias. Es, creo, la tercera reincidencia en el presunto cadáver del género, en el territorio quemado de la narración larga con un título que recuerda más a Rousseau que a Goethe.
Luego, claro, han venido las matizaciones: la muerta era la novela de sofá, la que no establece un contrato con la realidad. Por el contrario, la novela viva es aquella que, a medio camino entre la ficción y el periodismo, le reserva al novelista el papel de analista social y narrador.
Claro que esta declaración la hubieran podido firmar Balzac, Stendhal o Galdós. ¿Qué otra cosa sino el resultado de esa hibridación de narración y documento, de voluntad testimonial y empuje narrativo son La comedia humana o la serie de novelas españolas contemporáneas y especialmente Fortunata y Jacinta?
Construida desde esa perspectiva de compromiso con la realidad en la que la novela es la expresión narrativa de un diagnóstico social, Mauricio o las elecciones primarias no es una de las obras menores de Eduardo Mendoza.
Enmarcada por un prólogo sobre los ángeles caídos y un epílogo en el que se invocan las mitologías sobre gigantes desaparecidos y ambientada en una Barcelona preolímpica, es quizá la más barojiana de las novelas de su autor.
Barojianas son la agilidad narrativa, la precisa rapidez en la caracterización de personajes, la fluidez y la viveza de unos diálogos que son el verdadero soporte de la acción, el deje melancólico que el lector puede entrever por detrás de la ironía ácida y de la distancia del narrador.
Los lectores asiduos a Eduardo Mendoza, y son muchos y fieles desde La ciudad de los prodigios, reconocerán aquí algunos arquetipos que habitan sus novelas desde La verdad sobre el caso Savolta. Les resultarán conocidos y tendrán un aire familiar algunos de los que aparecen en esta novela. De entre todos ellos me quedo con el abogado Macabrós, un personaje redondo, de compleja ambigüedad. Uno de esos secundarios inolvidables que se pasean por un mundo barojiano de personajes abúlicos y con poco carácter. Personajes de perfil bajo para una sociedad de perfil bajo, como la barcelonesa de los años ochenta, en la que lo individual se enmarca en lo colectivo y el desaliento personal se confunde con el desencanto político.
A mí no me mires, yo solo baldeo la cubierta, dice el protagonista, sacudiéndose responsabilidades y encogiendo los hombros en un gesto de desencanto reiterado por otros personajes, un gesto que podría resumir el sentido del diagnóstico que hace Mendoza del fin de las ilusiones. Esa resignación desengañada es también muy de Baroja.
Aunque no con la fuerza que en otras de sus novelas, Mendoza pretende trazar un panorama en el que Barcelona sea más protagonista que mero telón de fondo de la acción. En ese sentido, la novela no funciona. Ese propósito no lo logra con el mosaico de historias de parejas en que se fundamenta la novela, terreno peligroso en el que la historia se desliza por los márgenes truculentos del bolero.
Vuelvo al punto de partida. A la muerte de la novela y a Galdós. Y caigo ahora en la cuenta de la decisiva influencia genética de Fortunata y Jacinta sobre este Mauricio o las elecciones primarias. Como es natural, desconozco si Eduardo Mendoza la ha tenido en cuenta o si ha sido una afloración de sustrato.El triángulo amoroso Juanito Santa Cruz, Jacinta, Fortunata, con toda su carga simbólica, se reproduce en este otro cuyos lados se llaman Mauricio, Clotilde, Porritos, que muere para completar la metáfora del fracaso de las ilusiones y los ideales políticos, igual que moría Fortunata para simbolizar el final de los ideales de la burguesía progresista de los años ochenta, aunque de un siglo antes.
Esto no desmerece el valor de una novela como esta. Al contrario, la incorpora a una brillante tradición novelística en la que desde Cervantes ha consistido buen parte de la narrativa más brillante. una crítica, sino la demostración de la vitalidad de la novela. Y no entremos en matices, porque los matices, como se dice en algún lugar de la novela, lo echan todo a perder.

Santos Domínguez