Michel Onfray
Tratado de ateología
Editorial Anagrama. Barcelona, 2006
Tratado de ateología
Editorial Anagrama. Barcelona, 2006
Este libro publicado por Anagrama en España, viene precedido de un lado por un gran éxito editorial en Francia, y de otro, por críticas muy enfrentadas. Entre las críticas más negativas están las que le acusan de poco original y de su agudo tono panfletario. Sospecho que su autor admitiría ambas acusaciones sin dolor. El propio título de la obra al recoger la palabra Tratado nos ilustra sobre sus intenciones didácticas, pues se trata de realizar un compendio y un recorrido histórico por los autores y obras que han ido definiendo el ateísmo como corriente intelectual, y no de que Onfray pretenda ser el profeta de los sin Dios.
En cuanto a su tono panfletario es tan evidente, que definir el Tratado de Ateología como un panfleto no es una acusación, es una descripción ajustada a su estilo y contenidos. Onfray no escatima páginas contrarias a las tres religiones monoteístas surgidas en los alrededores del Mediterráneo y que vienen animando la historia mundial desde hace siglos. En la base de estas tres creencias detecta “(…) Una serie de odios impuestos con violencia a lo largo de la historia por los hombres que se pretenden depositarios e intérpretes de la palabra de Dios, los clérigos: odio a la inteligencia –los monoteístas prefieren la obediencia y la sumisión –; odio a la vida, reforzado por una indefectible pasión tanatofílica; odio a este mundo, desvalorizado sin cesar con respecto a un más allá, único depositario de sentido, verdad, certidumbre y bienaventuranza posibles; odio al cuerpo corruptible, despreciado hasta en sus mínimos detalles, mientras que al alma eterna, inmortal y divina se le adjudican todas las cualidades y virtudes; odio a las mujeres, por último, al sexo libre y liberado en nombre del Ángel, ese anticuerpo arquetípico común a las tres religiones.”
El acento panfletario del Tratado de Ateología, plagado de sarcasmos, hará pasar un rato divertido a los ateos practicantes y elevará la indignación de los fans de cualquiera de las tres religiones monoteístas, pero el libro de Onfray no se queda ahí sino que en su misión didáctica ofrece una interesante introducción a la obra de filósofos como Holbach, Feuerbach y, sobre todo, Nietzsche, quien aparece como el forense de Dios, que ante su muerte realiza una autopsia esclarecedora del engaño: Dios no es más que un artificio creado por los hombres y quienes se lo inventaron lo acompañaron de una ética antihedonista e inhumana (las muchas páginas antipaulinas de Onfray siguen en gran medida el pensamiento de Nietzsche).
Por desgracia, según Onfray, Nietzsche levantó el acta de defunción del cristianismo (y por extensión de los otros monoteísmos próximos) y anunció la caducidad de la moral cristiana, pero al filósofo alemán le faltaron “su Pablo y su Constantino, su viajante de comercio histérico y su emperador planetario”, y dejó trabajo sin terminar. Falta por crear una ética nueva porque “sólo el ateísmo hace posible la salida del nihilismo”.
No es válida ni la moral cristiana laica (recuerden que no es sólo que Dios sea un invento, es que las normas establecidas por sus seguidores son abominables), ni tampoco el nihilismo parece recomendable para el complejo mundo actual formado por más de 6.000 millones de humanos.
Además debemos reconocer que la noticia de la muerte de Dios no ha sido muy difundida y apenas llegó a una minoría de occidentales cultos, mientras que millones de seguidores recalcitrantes de Dios, armados incluso con bombas atómicas producidas por esa ciencia que detestan, pero que no dudan en utilizar para sus fines, parecen dispuestos a matar y a morir para salvarnos, o al menos para salvarse ellos.
En cuanto a su tono panfletario es tan evidente, que definir el Tratado de Ateología como un panfleto no es una acusación, es una descripción ajustada a su estilo y contenidos. Onfray no escatima páginas contrarias a las tres religiones monoteístas surgidas en los alrededores del Mediterráneo y que vienen animando la historia mundial desde hace siglos. En la base de estas tres creencias detecta “(…) Una serie de odios impuestos con violencia a lo largo de la historia por los hombres que se pretenden depositarios e intérpretes de la palabra de Dios, los clérigos: odio a la inteligencia –los monoteístas prefieren la obediencia y la sumisión –; odio a la vida, reforzado por una indefectible pasión tanatofílica; odio a este mundo, desvalorizado sin cesar con respecto a un más allá, único depositario de sentido, verdad, certidumbre y bienaventuranza posibles; odio al cuerpo corruptible, despreciado hasta en sus mínimos detalles, mientras que al alma eterna, inmortal y divina se le adjudican todas las cualidades y virtudes; odio a las mujeres, por último, al sexo libre y liberado en nombre del Ángel, ese anticuerpo arquetípico común a las tres religiones.”
El acento panfletario del Tratado de Ateología, plagado de sarcasmos, hará pasar un rato divertido a los ateos practicantes y elevará la indignación de los fans de cualquiera de las tres religiones monoteístas, pero el libro de Onfray no se queda ahí sino que en su misión didáctica ofrece una interesante introducción a la obra de filósofos como Holbach, Feuerbach y, sobre todo, Nietzsche, quien aparece como el forense de Dios, que ante su muerte realiza una autopsia esclarecedora del engaño: Dios no es más que un artificio creado por los hombres y quienes se lo inventaron lo acompañaron de una ética antihedonista e inhumana (las muchas páginas antipaulinas de Onfray siguen en gran medida el pensamiento de Nietzsche).
Por desgracia, según Onfray, Nietzsche levantó el acta de defunción del cristianismo (y por extensión de los otros monoteísmos próximos) y anunció la caducidad de la moral cristiana, pero al filósofo alemán le faltaron “su Pablo y su Constantino, su viajante de comercio histérico y su emperador planetario”, y dejó trabajo sin terminar. Falta por crear una ética nueva porque “sólo el ateísmo hace posible la salida del nihilismo”.
No es válida ni la moral cristiana laica (recuerden que no es sólo que Dios sea un invento, es que las normas establecidas por sus seguidores son abominables), ni tampoco el nihilismo parece recomendable para el complejo mundo actual formado por más de 6.000 millones de humanos.
Además debemos reconocer que la noticia de la muerte de Dios no ha sido muy difundida y apenas llegó a una minoría de occidentales cultos, mientras que millones de seguidores recalcitrantes de Dios, armados incluso con bombas atómicas producidas por esa ciencia que detestan, pero que no dudan en utilizar para sus fines, parecen dispuestos a matar y a morir para salvarnos, o al menos para salvarse ellos.
Que Onfray u otro ateo cualquiera se dé prisa en alumbrar una nueva ética porque esto tiene muy mal aspecto.
Jesús Tapia Corral