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27 febrero 2023

Andrew Graham-Dixon. Caravaggio


Andrew Graham-Dixon.
 Caravaggio. 
Una vida sagrada y profana.
 Traducción de Belén Urrutia.
Taurus. Madrid, 2022.


El duelo no dura mucho. Las espadas son cortas y afiladas; no tienen nada que ver con los floretes de esgrima actuales. Tomassoni y Caravaggio no llevan yelmos ni protección alguna porque ello habría desmentido la historia de que se trataba de una pelea sobre un juego de raqueta. Ocupando toda la anchura de la pista, luchan en un canal formado por las dos filas de sus testigos y padrinos. En el momento culminante Caravaggio toma la iniciativa y el agotado Ranuccio Tomassoni tropieza en su retirada. Caravaggio lanza una estocada a la ingle de su oponente y le perfora la arteria femoral. La sangre brota a chorros de la herida. Caravaggio retira la espada y se dispone a golpear de nuevo, pero entonces Giovan Francesco Tomassoni abandona su lugar para defender a su hermano «herido, sangrando». Por azar, los movimientos de la pelea le habrían situado al lado de Caravaggio en este momento crítico. Desenvaina la espada en un instante y golpea al pintor en la cabeza, impidiéndole que vuelva a herir a Ranuccio. Ante esa violación del compromiso de «mantener el orden y las promesas de cumplir lo acordado», Petronio Toppa saca su espada y le salva la vida a Caravaggio, corriendo a su vez un grave peligro. Cuando él y Giovan Francesco se enfrentan, Onorio Longhi y el boloñés tuerto intervienen para impedir más heridos de ambas partes.
Entretanto, Federico e Ignazio Giugoli hacen lo que pueden para ayudar a su cuñado. Caravaggio, aturdido por su herida, no puede luchar más. Entonces se detiene la carnicería y todos se dispersan en la penumbra de las calles. Cuando los amigos de Ranuccio llevan su cuerpo ominosamente inmóvil al barbero-cirujano de la Via della Scrofa están representando sin darse cuenta el gran retablo de Caravaggio sobre El descendimiento que se encuentra en la Chiesa Nuova: una solemne descripción de unos hombres que cargan con un cadáver, reflejo inmóvil de la escena que ha tenido lugar en la calle.

Así evoca Andrew Graham-Dixon en su espléndido Caravaggio. Una vida sagrada y profana, que publica Taurus con traducción de Belén Urrutia, el duelo en una pista de tenis en el que el pintor mató a Ranuccio Tomassoni en el Campo Marzio. 

Fue el 28 de mayo de 1606 y Caravaggio, que añadió las graves heridas del duelo a la que ya traía por el reciente rechazo de su cuadro El tránsito de la Virgen, encargado para la iglesia carmelita de Santa Maria della Scala, tuvo que huir de Roma, a donde ya no volvería nunca. 

Esos dos hechos, el rechazo del cuadro y la muerte de Tomassoni, marcaron un antes y un después en la obra y en la vida del pintor, un hombre de temperamento difícil y violento del que escribe Graham-Dixon:

Al escribir una biografía de Caravaggio no sólo hay que hacer de historiador del arte, sino también de detective. Los hechos rara vez son evidentes y las motivaciones que hay tras ellos con frecuencia resultan oscuras. La vida del artista puede parecer meramente caótica, el ascenso y la caída de un hombre impetuoso, tan dominado por la pasión que sus acciones se suceden sin orden ni concierto (así fue como se le vio durante siglos). Pero todo tiene una lógica y, retrospectivamente, una fatalidad trágica. A pesar de los muchos agujeros negros y discontinuidades en el teatro de las sombras de la vida de Caravaggio, hay ciertas estructuras de pensamiento y hábitos de conducta en todo lo que hizo y lo que pintó. Los indicios han de decodificarse con suposiciones, intuición y, sobre todo, imaginación histórica -la disposición a ahondar lo más profundamente posible en los códigos y valores que subyacen a las palabras y actos de un pasado lejano-.

Buena parte de lo que se sabe de Michelangelo Merisi, el nombre civil del Caravaggio artista, son los repetidos hechos delictivos que reflejan una vida prófuga y violenta de la que acabó siendo víctima aquel genio desarraigado, de temprana orfandad y carácter difícil, de existencia al límite que frecuentó los márgenes de los bajos fondos y murió prematuramente en un final trágico a los 38 años. La biografía de Caravaggio de Graham-Dixon reconstruye con ritmo narrativo trepidante una vida llena de claroscuros como los de su pintura, que reflejó en la violencia explícita de sus cuadros.

Así lo resume el biógrafo: “El arte de Caravaggio se compone de oscuridad y de luz. Sus pinturas presentan momentos decisivos de una experiencia humana extremada y con frecuencia dolorosa. Un hombre es decapitado en un dormitorio y del profundo corte en el cuello salta un chorro de sangre. Un hombre es asesinado en el altar de una iglesia. A una mujer le disparan una flecha en el estómago a quemarropa. Las imágenes de Caravaggio detienen el tiempo, pero también parecen estar suspendidas al borde de su propia desaparición. Los rostros están iluminados. Los detalles surgen de la oscuridad con una claridad tan misteriosa que podrían ser alucinaciones. Sin embargo, siempre están cercados de sombras, profundidades de negrura que amenazan con hacerlos desaparecer. Contemplar estas pinturas es como mirar un mundo iluminado por relámpagos. La vida de Caravaggio es como su arte, una serie de relámpagos en la noche más oscura. Fue un hombre al que nunca se puede conocer por completo porque casi todo lo que hizo, dijo y pensó está perdido en un pasado irrecuperable. Fue uno de los artistas más originales y electrizantes que han vivido nunca; sin embargo, sólo tenemos una única frase suya sobre la pintura.”

Porque este ensayo, resultado de diez años de arduo trabajo, rastrea la agitada peripecia vital de Merisi y la sitúa en el contorno próximo de su vida diaria y en el contexto sociocultural de su tiempo histórico, pero incorpora también iluminadores y plurales análisis de los cuadros de Caravaggio apoyados en casi un centenar de espléndidas reproducciones en color. 

Su temperamento tempestuoso, la ruptura de vínculos familiares, sus altercados en Roma y su vida prófuga, con repetidas huidas de la justicia, o su posible homosexualidad son objeto de la atención del biógrafo, que perfila así algunos de los rasgos de su personalidad conflictiva. 

Pero los momentos más brillantes de este ensayo son los que se dedican a analizar su obra pictórica: el cruce entre lo sagrado y lo profano en el Baco que pintó para su protector, el cardenal Del Monte; las dos pinturas sobre San Mateo en la capilla Contarelli de San Luis de los Franceses; el monumental y escultórico Descendimiento de la cruz; la desafiante Crucifixión de san Pedro; el asombroso Tránsito de la Virgen; el irónico e ingenioso Cupido dormido que dedicó a Francesco dell’Antella o el sombrío La cena en Emaús, un reflejo de la conexión entre los avatares de su biografía y la evolución de su obra.

Con el dinero que ganó por ese cuadro pudo refugiarse en Nápoles, donde siguió recibiendo sustanciosos encargos como el de la espectacular Las siete obras de misericordia, “una pintura -dice Graham-Dixon- que comprime el tiempo y el espacio, llevando todo el mundo y toda la historia del mundo a su oscuro centro. La Antigüedad clásica, el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, la Edad Media y la época actual: cada periodo está representado simbólicamente en los distintos episodios que llenan el lienzo. «Nápoles es el mundo entero», escribió Capaccio, y en la pintura de Caravaggio un rincón de la ciudad se ha transformado precisamente en eso. Esta oscura calle, escenario de desesperación, dolor y muerte, es el microcosmos en el que el pintor muestra la brutalidad de la propia existencia.”

De Nápoles también tuvo que huir tras pintar obras maestras como La flagelación de Cristo o La crucifixión de san Andrés. Oscuras razones le aconsejaron ir a Malta, donde pintó el lúgubre San Jerónimo escribiendo y La decapitación de san Juan, el retablo más grande de todos los suyos.

Volvió a caer en desgracia debido a lo que Graham-Dixon define en estos términos: “El carácter de Caravaggio siempre había sido un compuesto volátil, una inestable mezcla de piedad de Cuaresma y algazara de Carnaval. Esto nunca sería más cierto que en Malta. Es imposible saber qué provocó el estallido que le causó la ruina”, aunque “sin duda, Caravaggio cometió en Malta una ofensa lo suficientemente grave como para ser encarcelado.”

Fue, de nuevo, una reyerta tumultuosa en la que participó activamente lo que le llevó a prisión, de donde escapó hacia Siracusa. Allí hizo por encargo El entierro de santa Lucía, de extrañas dislocaciones, antes de instalarse en Mesina para pintar La resurrección de Lázaro, una obra oscura, heterodoxa y generosamente pagada.

Después de unos meses en Palermo, Caravaggio volvió a Nápoles. “Su obra nunca había sido más desolada ni más desnuda emocionalmente”, comenta Graham-Dixon, que reconstruye las circunstancias en las que sufrió una emboscada de cuatro malteses que le acuchillaron la cara a la salida de una taberna napolitana a finales de octubre de 1609. Se llegó a rumorear su muerte, pues las heridas eran de una gravedad tal que le dejaron secuelas irreversibles en la cara, en la vista y en la movilidad.

Caravaggio arrastró hasta su muerte los efectos de aquel ataque. Efectos que repercuten en la inseguridad de la pincelada y del enfoque de sus últimas obras: la introvertida, melancólica y algo desmañada La negación de san Pedro y el desarticulado y sombrío El martirio de santa Úrsula, en el que incluyó su último autorretrato. 

Fue el último cuadro que pintó antes de su muerte en Porto Ercole en julio de 1610: “Caravaggio había vivido buena parte de su vida muy cerca de los márgenes de la sociedad, rodeado de gente pobre y humilde. Los había pintado, representado historias bíblicas con sus rostros y sus cuerpos. Había pintado para ellos y desde su perspectiva. Al final, murió entre ellos y fue enterrado entre ellos, en una tumba anónima. Tenía treinta y ocho años.”

En los dos siglos posteriores a su muerte la crítica europea, académica y clasicista, oscureció premeditadamente su nombre. Y tras una serie de altibajos en su fama póstuma -explica Graham-Dixon- “la reputación de Caravaggio fue rehabilitada de forma decisiva por el brillante y elocuente historiador del arte italiano Roberto Longhi, que en 1951 organizó una retrospectiva extremadamente influyente. Desde entonces Caravaggio quizá se haya convertido en el más popular de todos los antiguos maestros. En muchos sentidos es el pintor perfecto para una edad que tiene un interés obsceno en las vidas privadas de las celebridades. Su fama nunca ha sido mayor y su vida privada es positivamente escabrosa. Sus numerosos pecados y delitos, sus irregularidades y excentricidades, que durante tanto tiempo sirvieron para manchar su nombre, le han convertido en una celebridad póstuma. Pero su mayor capacidad de atracción sigue estando en su arte.
Desde que Longhi organizó su pionera exposición, la influencia de Caravaggio no ha dejado de aumentar. Sin embargo, su obra parece que no ha servido de inspiración tanto entre los practicantes de los campos cada vez más conceptuales del arte como entre fotógrafos y cineastas. Caravaggio es uno de los pocos pintores que ha tenido un profundo impacto sobre otras disciplinas aparte de la pintura, y puede considerarse un precursor de la cinematografía moderna. Pier Paolo Pasolini, que hizo algunas de las películas italianas con más fuerza de los años sesenta, estaba profundamente influido por el sentido de la luz de Caravaggio, por su inmediatez narrativa, por sus figuras de gente pobre y ordinaria en los papeles principales. Martin Scorsese, uno de los directores estadounidenses de más talento de los últimos cuarenta años, ha confesado su enorme admiración por Caravaggio. El guionista Paul Schrader le dio a conocer la obra del pintor a finales de los sesenta, cuando estaban trabajando en Taxi Driver, su película sobre un asesino que abraza la misión de enfrentarse al submundo neoyorquino de traficantes de droga y prostitutas. Ve a Caravaggio con los ojos de alguien que busca cosas que pueda utilizar, tomar, adaptar. En las palabras de Scorsese, la larga tradición de Caravaggio como un verdadero artista de artistas se renueva y se reencarna.”

Como las luces y las sombras de su biografía, en la que frecuentó los palacios y los callejones, los conventos y los burdeles, sus pinturas reflejan la relación conflictiva entre el paganismo humanista y la severidad tridentina, entre el vitalismo alegre del primer Renacimiento y la mentalidad religiosa de la Contrarreforma que desembocó en un Barroco que dio sus mejores frutos en la escultura y la arquitectura de Bernini y Borromini o en la pintura de Caravaggio. La técnica del contraste, el gusto por la teatralidad y el desarrollo de un arte del movimiento y el escorzo son algunos de los rasgos más reconocibles de ese Barroco italiano que tuvo en ellos sus manifestaciones más acabadas y significativas.

Santos Domínguez 


05 octubre 2022

Manuel Longares. La escala social

 

Manuel Longares.
La escala social.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.

AMOR

Soñé que te rompías la crisma en cuaresma y resucitábamos nuestros cuerpos en una cama de traumatología durante una semana de pasión. No abjuro de la fe cristiana ni me embelesan pamplinas, pero hemos alcanzado el punto de saturación del hartazgo, porque a un hombre como yo, de paquete siempre presto, no le domas a cuentagotas. Así que ajustemos el verbo para aclarar el conflicto: si no me amas, tranquila, que me la cuido solito, y ya pueden darte mucho por donde no has de probarme. Y añado: si me largas, te la guardo, y un día echaremos cuentas, pero si te largas no espero y el primero que te moje, buena penitencia lleva. Prometo ser novio golfo y casado inmaculado, tú a tus partos y yo a mis partes. No me supliques modales, porque con el trajín de tu trasero y esas mamas que te mimas, pedir cordura es de locos. Y te lo diré clarito, aunque no más de dos veces: Dame tu condescendencia, que me desangro sin ti.

Es uno de los sesenta relatos que Manuel Longares reúne en La escala social, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg.

Organizados en cinco secciones temporales, de la aurora a la madrugada, así explica su autor la estructura y el sentido de estos textos breves, anclados en la libertad cuando no en la gozosa subversión que late en muchos de ellos:

 “Componen este libro sesenta narraciones, repartidas en cinco capítulos de doce historias cada uno. No existe entre ellas relación argumental y ninguna supera las doscientas palabras. Son requisitos que, además de singularizar este proyecto, influyen en el desarrollo de la idea, el suceso o la intriga que sustentan el entramado de la ficción.
En el mínimo espacio otorgado a la anécdota y a lo largo de un discurso que no admite punto y aparte, estas historias adoptan el carácter experimental que les transmite su género literario de referencia, el cuento. Una desazón acompaña al lector mientras lee y cuando termina le conduce hacia el reino infantil de las seguridades para cerciorarse de que nada se ha movido en su entorno, aunque algo parezca alterado para siempre.”

Sesenta narraciones concentradas y fibrosas, de potente intensidad, ritmo vertiginoso e inquietante giro final, en las que conviven los tonos y los temas, la indefinición entre la vida y la muerte en un tiempo circular, el sepulcro de temporada y la parábola del cainismo, los cruces de mitologías ante “el venerable de barbas que les vigila desde las nubes”, los piropos culpables y los arrimones punibles, los asados y los bostezos, el suicidio de Larra y los juegos verbales de aleluyas y paronomasias, los divertimentos y los fracasos, la astucia del que pone una vela a Dios y otra al diablo y la bravata contra Ortega de un articulista macarra, las verónicas y las fábulas, un inquietante brindis a media altura o el costumbrismo zarzuelero de verbenas y chulapos, las alucinaciones marineras de un Madrid mesetario y un albañil de pinturera torería, una danza con ocho variaciones familiares y la complicidad de la cigarra y la hormiga.

O los errores del hombre del tiempo, de cuya impunidad reniega zumbonamente este Temperatura:

Pides mus o cantas órdago y si vas de farolero ni la caridad te salva, apoquinarás lo que debes y demandarás otra partida de desagravio. Pues, pensándolo bien, parecida es la aventura de los que informan de las nubes. Nadie las conoce al completo ni interpreta su color, pero desde que se las analiza en el parte meteorológico, la suerte está echada para el apostante. Hoy los expertos prometieron que a la tarde llovería, y volvimos a sacar del armario gabardinas y gorros. También paraguas. Pero llegado el momento de cumplir palabra, aquella lluvia no vino. Y la cosa tiene bemoles, porque si yo, con mis cartas de mus, miento al decir que llevo treinta y uno, en el pecado llevo la penitencia y quizá la cadena de presidiario; pero al lindo que promete lluvia y no nos cae ni una gota, no le quitan ni el vaso de agua.

Es el gran teatro del mundo que, más que con mirada calderoniana, hay que enfocar con un cruce de la distancia del esperpentismo y el oscuro trazo solanesco, el humor y  la ironía, la sutileza y la maestría verbal.

Es lo que hace en La escala social, como en el resto de su obra, un Longares magistral, un narrador imprescindible que aquí está a la altura de sus más altas cimas. Y no estamos hablando -sus lectores lo saben- de una montaña, sino de una cordillera que abarca picos creativos tan altos como Romanticismo, La vida de la letra o La ciudad sentida, que forman parte de la mejor literatura española de las últimas décadas.

Un texto como este Ecuanimidad lo deja claro:

Fui de los coros y danzas y en la vida sufrí orzuelos. Alterné con la guitarra y desayuné mollejas. Nadie que junte mollejas con bartolillos y churros, aceptará sin empacho unas ruedas de molino. Lo digo por la acidez que provoca el revolutum en el intestino frágil. Se trata de no mezclar garbanzos y volatines y tener paz en la guerra, como escribió aquel rector. Dices esto en la trastienda de un comercio de pespuntes y te pasan por las armas los de la purga de Benito. Dices esto al aire libre, dando pan a las palomas, y pagas lo estipulado por masturbarte en el metro. Pero lo dices en verso en un clásico de las tablas o amante del quid pro quo y sales cantando zarzuela por la calle Jovellanos. Ojo, pues, con la ecuanimidad, que es tan versátil como la chupaminonda. Hay quien la lleva como una capa castiza y desfila por Cibeles saludando a un lado y otro y quien apenas pisa la calle porque hay mucho camorrista suelto. Yo, con mi historial, dudo qué hacer.

Santos Domínguez

 

02 abril 2021

José María Jurado. Cuaresma


José María Jurado García-Posada.
 Cuaresma.
Ilustraciones de Pámpano Vaca.
Cypress. Sevilla, 2020.


 Cuaresma [revisited]

El gran matraz de la luna se ha llenado de leche. El corderito tiembla en el huerto de las hijas de Jacob. A la ciudad inhóspita regresan los herederos de la Tierra Prometida. Hacen sonar trompetas y tambores. Otra vez se desploma sobre el río la gran muralla de Jericó. Con espadas de fuego y yelmos afilados avanzan las remotas legiones de Dios por las callejas enhebradas de incienso y de azahar. A su paso se desmoronan los muros de los templos y se elevan los altares  ardiendo a la intemperie. El cielo es un inmenso pozo en donde cabe el mar, su vacío es azul. Y más allá de esta tierra la esperanza no existe. No vestirás este año la mortaja de lino, no serás uncido con el aceite de la soledad. Lloras. Los soldados avanzan. Las trompetas no dejan de sonar.

Y por tus brazos crece la aulaga de la lepra. 

Rematado por ese soberbio alejandrino, este es uno de los dos textos que cierran Cuaresma, el último libro de José María Jurado, que explica en la Nota editorial de su espléndida edición en Cypress:

“El título no engaña, Cuaresma es un libro de ejercicios espirituales que abarcan cuarenta días. El subtítulo, tampoco: Cuarenta visiones en los desiertos del alma. Afilados, hirientes, escritos con las tripas y el corazón, los cuarenta poemas de Cuaresma transcriben una búsqueda desde la agonía existencialista a la agonía de Dios.
No encontrarás aquí, sin embargo, ni retablos barrocos, ni cruces pectorales, ni ciriales o ángeles turiferarios. El Gólgota es aquí un monte de grúas, las llagas de Cristo, las cinco luces de freno de un camión, la madera está hecha aquí de carne. La imaginería cristiana se ha volatilizado sustituida por otra más directa, más cercana al mundo de las pantallas rotas.
Una cuaresma es una cuarentena.”

Con los cuarenta poemas escritos en la Cuaresma de 2010, a los que se añade un apéndice de dos textos de 2011 y 2013, José María Jurado ha compuesto un libro sin concesiones, cercano al hueso, a la espina y a la herida, un libro áspero como la noche del asceta y agrio como el vinagre de las siete palabras de la Pasión, un libro lunar y contemplativo, visionario de llagas y presagios de cenizas, alimentado de pesadillas y cristales rotos, sostenido en columnas de silencio al borde del abismo, herido por el viento en los cantiles de la noche del Séptimo sello.

Su desasosiego y su angustia transitiva se expresan en las imágenes turbadoras que recorren sus inquietantes poemas, escritos con la prosa afiladísima y la palabra afinadísima que componen el libro desde su texto inicial:

Día uno

Busco una puntilla para colgar un espejo. He hundido mis manos en la caja de herramientas y revuelvo las aristas herrumbrosas -tornillos, alcayatas, tuercas…- hasta dar con el clavo del tamaño apropiado. Al tocarlo deja un rastro áspero y frío en los dedos, igual que una larva de óxido y metal. Levanto el martillo y acaricio la maza, es fría y pesa. Golpeo: con un solo impacto se hunde toda la punta en la encarnadura de la pared mientras cae un montoncillo de yeso y de pintura. Cuelgo el espejo que en seguida se desploma y hace añicos. Recojo los restos de cristal y escayola. El clavo no está. Del paramento descascarillado extraigo con las uñas una astilla de hueso amarilla y translúcida, parecida a una espina.

Mi mirada yace rota en el suelo.

Imágenes verbales que tienen su correlato gráfico en las ilustraciones de Pámpano Vaca:

 “A cada uno de los textos y días acompaña una imagen de Pablo Pámpano, directa, concreta, elucidadora. Sobre los isotipos industriales de Gerd Arntz (1900-1988) Pablo ha desplegado una nueva iconografía cristiana. En escala de grises y sangre.
El diálogo entre la imagen y el texto adopta una semántica esquemática, esencial, uniformadora, válida para todos, como las señales de tráfico, del tráfico del alma.”

“Ajenas a lo convencional y a cualquier clasicismo -escribe Lorenzo Clemente en el prólogo a propósito de esas ilustraciones-, subrayan la fuerza de cada texto con un lenguaje propio.
La conjunción de la creación de ambos es mutuamente enriquecedora. A pesar de su diferente entendimiento del mundo, sus distintos referentes culturales y sus diversas trayectorias creadoras, o quizá gracias a todo ello.”

Estos poemas en prosa son a un tiempo invocación y evocación de una Cuaresma penitencial vivida en lo más hondo del páramo más frío, entre el temblor atribulado de la llama viva y la cera candente de la noche oscura del alma. El lector los atraviesa con el mismo escalofrío con que entraba en los atrios nocturnos del Pretorio que abrían otro poema memorable, el Viernes Santo de Pablo García Baena, para llegar al último día de esta estremecedora Cuaresma:

Día cuarenta

Acaricio la espina y se deshace. Soplo la ceniza. Es una flor morada en el viento de abril. La caja de herramientas permanece sellada. No hay clavos, solo tuercas de mariposa que dejan en los dedos limaduras de alas. El martillo no está. El espejo me mira sin fisuras. Lo retiro. La pared está lisa, tersa, como una piel recién pintada. Pero aún permanece el agujero. Acerco mi mano, la paso por la herida. Mis ojos se deslumbran y el tiempo de la gloria se adelanta. ¿Ha sido todo un sueño? 

No. El sueño empieza hoy.