23 mayo 2025

José Manuel Ramón. Vanitas

 

 

José Manuel Ramón. 
Vanitas.
Ars Poetica. Oviedo, 2025.



un goteo 
de almas errantes

expelidas en la flema del mundo 
un cinturón de espíritus desorientados 
y entre incongruencias retenidos 
que otro cielo tierra o nada 
concibieron

como en círculos
y oscuras selvas de antañc 
los hay que más tiempo necesitan 
para salir del averno mental 
que forjaron

                    cada uno
                    en su fango


Con esos versos en los que resuena el eco de la selva oscura de Dante y de su bajada a los infiernos abre José Manuel Ramón Vanitas, la tercera entrega de su Trilogía de la reencarnación.

Organizado en cuatro partes de títulos expresivos y orientadores -‘Memento mori’, ‘Samsara’, ‘Trances’ y ‘La voz inerte’- y rematado con dos poemas epilogales que sirven de cierre y contrapunto al conjunto del libro, Vanitas es el resultado de una concepción radical de la poesía como forma de conocimiento y de exploración en la propia identidad.

Y de esa manera la palabra reveladora ilumina la realidad y le da un sentido último en el que se unen la hondura de lo esencial y la intensidad de la conciencia existencial. La confluencia de profundidad reflexiva e intensidad simbólica en la palabra oracular del poeta construye un mundo coherente en el que se funden lo cósmico y lo espiritual a través de las estructuras salmódicas y las imágenes visionarias que se convierten en la guía de la luz frente a la oscuridad.

La densa palabra poética de Vanitas, alimentada por diversas tradiciones místicas y liberada por las rupturas expresivas de la vanguardia, aspira a ser instrumento y método de un proceso de conocimiento que desde la reflexión inicial sobre el paso del tiempo y la fragilidad de la vida se remonta a la afirmación esperanzada de los ciclos de transformación y renacimiento como continuación del tránsito de la vida a la muerte.

José Manuel Ramón traza así un itinerario poético desde la sombra a la luz, una propuesta meditativa y existencial en la que la escritura es una puerta de entrada en lo invisible:

de la 
incomprensión nace esta fuerza 
y de gloriosas paradojas por las que ser 
blanco de una luz jamás 
imaginada 

nuestro 
esfuerzo cavará otras tierras 
o del pensamiento bondades sembrará 
como semillas impacientes 
de más vida 

cantaremos 
cuantos amores queramos 
compondremos bulliciosas sonatinas 
que en nuestro honor se tornarán 
olvido 

          y seguiremos 
          afinando 


Santos Domínguez 

21 mayo 2025

Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel

 


Anna Caballé.
Íntima Atlántida.
Vida de Rosa Chacel.
Taurus. Barcelona, 2025.

“Siendo una de las escritoras más valiosas y, sin duda, junto con María Zambrano, la de mayor ambición intelectual del siglo XX («Yo soy intelectual por los cuatro costados», le dice a Ana María Moix), apenas se la lee porque no se la entiende. Faltan muchas de las claves de una vida cruzada por el dolor del ocultamiento y la necesidad de hacer frente a una situación personal indeseable pero inconmovible que marcaría la naturaleza digresiva de su obra. ¿Cómo no interesarse por la vida de una mujer que deseaba, en lo más hondo de sí misma, que la descubrieran?”, escribe Anna Caballé en  la introducción (‘Prohibido el paso, o no’) de Íntima Atlántida, la magnífica biografía de Rosa Chacel que publica Taurus.

La vida y la literatura de Rosa Chacel (1898-1994) giran en torno a dos ideas sostenidas a lo largo de sus muchos años de escritura: el sentimiento de fracaso -fue siempre una autora sin apenas lectores- y la ocultación de un secreto inconfesable para los demás y para ella misma, como reconocía en el último tomo de sus diarios: “Malos como diarios, gustan mucho a todos como literatura, pero como datos sobre los hechos no son nada, todo está escamoteado.”

“No se dice lo secreto, se cuenta”, anotaba Carmen Martín Gaite en sus Cuadernos de todo. Pero en el caso de Rosa Chacel el secreto ni se dice ni se cuenta. Se oculta cuidadosamente. Y a intentar desvelar ese oscuro secreto, relacionado con su matrimonio con el pintor Timoteo Pérez Rubio y escamoteado por Rosa Chacel incluso durante el medio siglo largo en que escribía sus diarios, se orienta esta ambiciosa biografía.

Una biografía en la que Anna Caballé ha reconstruido las claves vitales y literarias de la autora de Barrio de Maravillas con un esfuerzo interpretativo que se apoya sólidamente en la lectura de su obra y en la consulta minuciosa de su correspondencia y sus diarios, que editó con el significativo título Alcancía.

Porque -explica Anna Caballé- “el secreto es la cara y la  cruz de su literatura. Y de ahí viene el título de esta biografía: la imagen que siempre he tenido presente ha sido la de ver la vida de Chacel como la de un continente sumergido en una torturante pasión cuyo conflicto nunca aflora más que como queja o como alusiones que invitan a desear descubrirlo y sacarlo a la luz. Una íntima Atlántida por descubrir siendo su existencia innegable porque ella misma la menciona constantemente.”

Y ya hacia el final del ensayo, insiste en que “la obsesión de Chacel por ese continente sumergido, esa íntima Atlántida, que es la vivencia del secreto -todos sus personajes alimentan secretos que nunca nos son desvelados-, la palabra tal vez más repetida en su obra, nos fuerza a pensar en las claves que la sostienen.”

En veinticuatro capítulos agrupados en tres partes cronológicas se articula esta Íntima Atlántida: 1898-1936, desde su infancia solitaria en Valladolid hasta la guerra civil; 1940-1971, desde la salida al exilio y su instalación en Río de Janeiro y en Buenos Aires hasta un decisivo viaje de dos meses a España; 1972-1994, un periodo marcado por su regreso, por la crisis creativa que le provocó la muerte de su marido y por un reconocimiento público tardío con premios como el de las Letras Españolas, en el que pesaron tanto o más las razones políticas que las estrictamente literarias.

Paralelamente a las circunstancias externas que marcan la biografía de Rosa Chacel, estas páginas proponen un recorrido en profundidad por su creación literaria, desde el abandono de su dedicación inicial a la escultura a la construcción sistemática de una obra difícil y radicalmente introspectiva pero coherente, que se inicia con la búsqueda de la prosa pura y el hermetismo en la orteguiana Estación. Ida y vuelta (1930), que alcanza su mayor desarrollo treinta años después en La sinrazón (1960), escrita a lo largo de diez años y terminada en América. 

Y tras la transición de Desde el amanecer, su autobiografía infantil hasta los diez años publicada en 1972 y con una evidente relación con su novela Memorias de Leticia Valle (1945), un oscuro fondo autobiográfico oculto sigue latiendo en las novelas que abordan su memoria generacional con la trilogía formada por Barrio de Maravillas, Acrópolis y Ciencias Naturales.

Las tres partes en que se organiza Íntima Atlántida abordan la formación y el desarrollo de una  personalidad trágica y ensimismada, propensa a escribirse y releerse, a pensarse y repensarse, a mantener una relación conflictiva consigo misma y a ocultarse no sólo a los demás, sino a sí misma, con una “voluntad explícita de oscuridad” que Anna Caballé resalta como rasgo más característico de toda su escritura: “La literatura de Chacel niega la claridad, niega la significación, querrá permanecer oscura y solo valorada por quienes reconoce sus pares intelectuales. De modo que la interpretación de su obra literaria nos dice que no quiere ser interpretada, solo valorada como desafío intelectual, aunque en sus diarios derrame, sin embargo, los contornos de su propio drama vital. Si no se ve en esta peculiar característica el núcleo de su escritura -unas novelas que se niegan a sí mismas como novelas y se presentan solo como dificultad- el acceso a la escritora bordea, en mi opinión, lo incomprensible.”

Por eso, frente a las elipsis voluntarias y las ocultaciones sistemáticas, el objetivo de Íntima Atlántida es arrojar una luz poderosa sobre una biografía interior habitada por las humillaciones, la actitud autodestructiva de una personalidad inadaptada y solipsista  que se jactaba de haber releído cuarenta veces su novela La sinrazón, asqueada -“asco” es una de las palabras que más se repiten en sus diarios- de todo (marido, lugares, escritores, literatura), desdeñosa con novelistas muy superiores a ella (García Márquez, Torrente Ballester…), acosada por la soledad y la melancolía y anclada en un egocentrismo soberbio y desmedido que a menudo la hacía insoportable en el trato y en muchos fragmentos de Alcancía: “Es tan atroz lo que pienso de todos y de mí misma que tal vez por eso me odian; me odian todos, sin excepción. Me odian cada día más.”

Y al abordar las claves de su escritura esta biografía traza una imagen demoledora de la personalidad de Rosa Chacel. Una imagen que se resume en la frase con la que Anna Caballé define su carácter como “envidioso, suspicaz, oscuro, resentido y victimista.”

Certera en sus conclusiones, rigurosa en su método y nada complaciente en su mirada a la biografiada, Íntima Atlántida, que aporta también un espléndido cuadernillo central de ilustraciones, es el brillante resultado de muchos años de trabajo de investigación e interpretación en torno a la vida, la obra y la personalidad de Rosa Chacel por parte de Anna Caballé, que reconoce que “escribir este libro ha requerido andar a oscuras muchas veces, tanteando el significado de tantos puntos suspensivos como hay en la obra de la escritora. Otras veces ha sido lo contrario y he visto con asombro a Chacel moldeando trabajosamente su mundo, como moldeaba la fría arcilla con sus manos en su juventud. La he visto también esperando que llegara un tiempo hecho a su medida. En todo caso, y para terminar, soy la única responsable de la interpretación de su vida.”


Santos Domínguez 

 


19 mayo 2025

Ramírez Lozano. La mancha de la mora

 



José Antonio Ramírez Lozano.
La mancha de la mora.
de la luna libros. Mérida, 2025.


  “Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, afirma el narrador de La mancha de la mora, la última obra narrativa de José Antonio Ramírez Lozano.

El motor de la novela es una lamentable disfunción eréctil para la que el urólogo sanluqueño Del Cazzo, -¿de dónde si no?-  recomienda al narrador protagonista, Félix Buero, que haga el camino del Rocío como terapia -mejor que las ostras y el chocolate o el ginseng- para recuperar la levantada firmeza de las efervescencias perdidas entre los pinos y las arenas de “una tierra hembra, en el humedal más hembra que pudiera imaginarse.”

Y allí se va el hombre capitidisminuido y armado, más que de virilidad faltante, de pertrechos teológicos y de equipaciones rocieras: a bautizarse en las aguas del Quema y a cruzar el puente del Ajolí. En el fondo musical del camino romero conviven la flauta y el tamboril con el bordón oscuro de las moscas y la traca de los cohetes; el olor de la resina pinera y del bálsamo del romero y la jara con el polvo de las arenas en una mezcla perturbadora de vida y de muerte, de cielo y de infierno, de literatura y realidad.

Pero en esta novela no sólo encontrarán una terapia romera para recuperar el antiguo hervor perdido. Conocerán por el camino de esta narración itinerante a peculiares personajes que comparten peregrinaje: a Amparito Mora, “un pedazo de mujer que no cabe en ella” y que acaba convirtiéndose en el personaje central de la novela: una jaquetona insatisfecha y deseante que trota a horcajadas sobre un caballo; al bulto del marido, capón y celoso; a un invertido de sangre viciosa con burbujas, poeta de la Virgen; a un cura posmoderno con gomina y tupé que dice misa en latín, al urólogo que reaparece por sorpresa convertido en bujarrón de urgencias, o al mayordomo de la Hermandad de Alfarache, un mamporrero impotente y celestino.

Personajes que peregrinan a la noche más larga del mundo en La Rocina, “ese espejo de sal al que acuden las almas a desnudarse”, a una noche de genesiacos caballos lorquianos y de reyertas, de facas que brillan bajo la luna de Pentecostés y de un bolígrafo de poder homicida.

Personajes que entran y salen de la novela, como el unamuniano Augusto de Niebla, pero con más gracia, y que vuelven al paraíso aquel en el que a Dios se le olvidó cortarnos la lengua y nos dejó el poder de la palabra y la vida verdadera de la literatura, que se acabará convirtiendo en la auténtica salvadora de las insuficiencias hormonales del protagonista.

Y, además de los personajes, recorre la novela esa celebración del lenguaje, ese culto de la palabra de quien, como el autor, se mudó hace mucho a vivir en las palabras. “Y me mudé a vivir en las palabras”, dice el narrador en una de esas frecuentes reminiscencias de sus versos que practica Ramírez Lozano, en esa ingeniería de vasos comunicantes entre su poesía, muy frecuentemente narrativa, y su prosa.

Quizá más que en otras novelas anteriores como Pasodoble y Cuidado con el perro, hay en La mancha de la mora un sostenido equilibrio entre la narración y los intermedios de las expansiones líricas. Como este, al comienzo del capítulo VII:

La salve, en cambio, me dejó un eco dulce en la memoria que me remontó en el sueño a esos días de mayo de mi infancia. Y el sueño se me iluminó. Ninguno de los que dormían tumbados junto a mí supieron de aquel sueño. La Virgen de la siesta, de mi siesta de mayo, vino para vigilar mi sueño, ahuyentarme el acecho de Choclán. En mi sueño se hizo el día de repente y la lengua acudió para hacerse niña conmigo, limpia y pura como entonces. Avedulce del bosque que cantas en la fronda estremeciendo la umbría en la que, herido, pernocta el corazón, no ceses nunca, no, Avemaría nuestra, en tu consuelo y bruñe con tu lumbre nuestra pena, y avéntanos las sombras, Avevenus del alba. Avenardo, flor tierna en la que anida el copo de la luz, el ampo en que se miran los espejos de las anunciaciones, asómanos al limpio misterio de las fuentes. Avelirio del prado en la que posa, gota de Dios, su ternura el rocío, asómanos al claro secreto de la dicha, Avejaral en flor que escuchas el rumor de la savia en la alta noche coronando los pétalos. Avefría en la fiebre, acuda siempre tu mano a mi favor, sol de mi herida, alivio de esa hebra tan blanca de tu manto con que ahuyento a la Muerte. Avesilva, Avepinta, Avenal de los campos, Avelira en el salmo ¿dónde cantas? ¿En qué rama escondida anida tu virtud para que sea?  Avesol de los pobres que así doras el pan y haces del cielo migaja en tu alacena, sacramento de la devota grey de las hormigas, arranca la cizaña de nuestro corazón. Avecedaria nuestra, tú que enhebras el Verbo Divino con tu sangre y pasas una a una las sílabas por cuentas de tu rosario, danos tu vocal la más pura, ese anillo celeste, diapasón en que tañe su son la lengua, el signo de las constelaciones. Avesal de los mares. Aveluna. Aveperla celeste que te guardas con la avaricia fiel de una promesa. Avecilla sin nido, tú que cantas sin ti, sigue cantando escondida en la noche. Sálvanos. Canta tú por nosotros, pecadores.
  Cuando desperté, estaba aún amaneciendo. 

Persisten en La mancha de la mora una serie de rasgos característicos del autor, compartidos con otras obras suyas: el cuidado de la palabra y la creatividad verbal, la fluidez y naturalidad de los diálogos, la ironía, la mezcla de seriedad y humor sobre un fondo moral de reflexión existencial, la suma de poesía y narrativa, el paisaje humano de la Baja Andalucía, la reivindicación de la alegría de vivir y el convencimiento de que “lo escrito resulta más vivido que la propia vida.” Y por eso aquí la verdadera salvación es la de la literatura, aunque “a veces no es más que un ejercicio de cobardía. Eso.”

“Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, recuerden. Lo decía el narrador.

“-¿Y eso qué quiere decir?”, le pregunta Amparito. Y él contesta: 

“-Que quiero hacer una novela viva que no se me desangre por el camino.”

Y aunque haya sangre equina y humana en el trayecto, eso es exactamente lo que ha hecho José Antonio Ramírez Lozano con La mancha de la mora, una novela viva para disfrute de sus lectores, que están de enhorabuena.

Santos Domínguez 


16 mayo 2025

Stamatis Polenakis. Antología poética



Stamatis Polenakis.
Luz oscura. 
Antología poética
Edición bilingüe de Virginia López Recio.
Centro de Estudios Bizantinos, 
Neogriegos y Chipriotas.
RIL editores. Granada, 2024.


NO SÉ QUÉ DEPARARÁ EL MAÑANA 

No sé qué deparará el mañana.
Yo, el poeta Fernando Pessoa 
he soñado que soy todos los hombres 
que existen, soy los ojos de mi madre 
cubiertos de lágrimas, soy los miles de 
muertos del seísmo de Lisboa y un perro
enfermo que merodea en los escombros. 
Soy Ricardo Reis, Bernardo 
Soares y otros tantos que olvido.
Soy alguien que sostiene una lámpara 
en una casa desierta.
Otro, no yo, se angustia completamente solo  
en la cama de un hospital -I know not 
what tomorrow will bring- Hoy soy 
sencillamente un hombre que muere.

Ese es uno de los poemas del poeta griego Stamatis Polenakis (Atenas, 1970) que se recogen en Luz oscura. Antología poética, en edición bilingüe preparada por Virginia López Recio, que ha realizado y traducido esta selección de casi sesenta textos representativos de una poesía que, como señala en su Introducción, “además de lírica, es narrativa, dialógica, política, icónica, histórica y supra histórica.”

Poemas procedentes de tres de sus libros: Notre Dame (2008), Los escalones de Odessa (2012) y La piedra gloriosa (2014), en los que, como en ese poema, Polenakis asume -en la línea que arranca de Browning y Tennyson y pasa por Swinburne, Lee Masters, Cavafis o Borges- una perspectiva poética que cede la voz al personaje al que se atribuye el monólogo dramático. Tres libros en los que, como en ese poema, Polenakis asume -en la línea que arranca de Browning y Tennyson y pasa por Swinburne, Lee Masters, Cavafis o Borges- una perspectiva poética que cede la voz al personaje al que se atribuye el monólogo dramático.

Personajes reales o literarios, explícitos o implícitos como Whitman y Kafka, Raskolnikov y Mayakovski, Heráclito y Lázaro, Marina Tsvetaeva y Victor Hugo, von Aschenbach y Chéjov, que habla en este poema:

VIOLA D’AMORE

OIga, si muero hoy, espero que mañana me olvides. 
Que recuerdes, sin embargo, el barco de Odessa 
a Tergisti una tarde de verano en una lejana vida, 
la orquesta olvidada incluso por Dios que tocaba 
canciones populares rusas en la cubierta;
al estudiante Trofimov, que viajaba junto a nosotros 
y se perdió después en Siberia. 
Que recuerdes, sobre todo, a las gaviotas 
eran blancas y nos acompañaban 
todo el viaje, volando más rápido que las olas. 
Ich sterbe, Olga. Hoy muero para siempre.

Monólogos dramáticos que tienen más de homenaje lector que de proyección del propio poeta en el personaje. Al último libro antologado, La piedra gloriosa, pertenece este poema que da título también a la antología:

LUZ OSCURA DE ODISEO

Valeria, mañana todo terminará:
el mundo empezará de nuevo desde el principio.
Mañana todo empezará de nuevo, pero yo 
mantendré para siempre el recuerdo 
de aquel encuentro nuestro en Roma.
La Plaza de España y la casa de Keats:
la lluvia que entraba por los cristales rotos 
y los ojos cansados de Fanny Browne 
marcados por las lágrimas.
Intenté componer una breve elegía 
para un poeta que como Odiseo 
murió joven en tierras extranjeras y su nombre 
estaba escrito en el agua.
Il ritorno d'Ulisse in patria
cantaban el viento
y la sal del mar
y las almas de los marineros y las sirenas 
ante los lamentables desperdicios de los barcos.

Santos Domínguez 


14 mayo 2025

Alicias ilustradas

 




Lewis Carroll.
Alicia en el país de las maravillas.
Alicia a través del espejo.
Ilustraciones de Fernando Vicente.
Traducción de Humpty Dumpty.
Nórdica Libros. Madrid, 2025.


En una dorada tarde 
el agua ociosos nos lleva, 
pues son bracitos de alambre 
los que reman, reman, reman, 
ya que intentan, siempre en balde, 
que la barca no se tuerza.

Son tres niñas en la barca, 
pero insisten como cien, 
aburridas de la calma, 
piden un cuento a la vez; 
contra una insistencia tanta,
¿qué otra cosa puedo hacer?

La primera exige terca 
que no tarde en empezar. 
La segunda, muy alerta, 
que refleje la verdad. 
La tercera estará atenta 
y no me interrumpirá.

Por fin se ha hecho el silencio 
e impera la fantasía,
arrastrándonos a un cuento 
que es país de maravillas, 
donde hablan los conejos 
y bailan las pescadillas.

Y si yo, pobre de mí, 
el relato interrumpía, 
aplazando su final 
hasta el siguiente día, 
«hoy es mañana», las tres 
a coro me repetían.

Así fue surgiendo el cuento, 
poco a poco; y, una a una, 
las partes del argumento 
que forman esta aventura. 
De volver llega el momento: 
regresemos con premura.

Para ti es este cuento, 
para ti, querida Alicia, 
guárdalo junto a tus sueños 
entre otras flores marchitas, 
cual peregrino andariego 
que atesora sus reliquias.

Con esos versos evocaba Lewis Carroll en el preámbulo de la obra la génesis de Alicia en el país de las maravillas, que surgió de un relato improvisado para combatir el aburrimiento de unas niñas, las tres hermanas Liddell con las que hicieron una tarde de julio de 1862 la pesada travesía de ida y vuelta en bote por el Támesis entre Oxford y Godstow. A la más insistente de esas niñas, Alice Liddell, le dedica la obra en esos versos.

Y de nuevo, ya en la novela, el aburrimiento de Alicia en el río mientras su hermana lee un libro sin diálogos ni ilustraciones es el motor del relato: “Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.”

La respuesta se la dio Lewis Carroll con estos dos libros que son un antídoto contra el aburrimiento y que además, desde sus primeras ediciones en 1865 y 1871, están llenos de diálogos y de magníficas ilustraciones como las que Fernando Vicente ha realizado para la nueva edición de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, que publica Nórdica con una espléndida traducción de Humpty Dumpty.

Los juegos de lógica, las paradojas y los enigmas (“¿En que se parece un cuervo a un escritorio?”), la extrema libertad imaginativa en convivencia con lo real, el cruce de lo onírico y lo simbólico atraviesan estas dos obras habitadas por personajes como el acelerado Conejo Blanco, el Sombrerero loco que toma el té con la también loca Liebre de Marzo, el sonriente y desconcertante Gato de Cheshire o la furia ciega de la destemplada Reina de Corazones.

Y así, el lector se precipita con Alicia en una sucesión vertiginosa de túneles y espejos, de llaves y jardines, de croquet y ajedrez, de pozos y ratones, de carreras en círculos y abanicos mágicos, de setas gigantes y orugas azules, de meriendas insufribles y puertas en los árboles, de rosales pintados y tortugas falsas, del bosque del olvido, leones y unicornios.

Una fiesta constante de la imaginación sin límites, desde la caída al fondo de la madriguera del Conejo (“Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?”) y desde la Casa del Espejo (“¡Imagínate que tú eres la Reina Roja, Kiti!”) hasta el despertar del sueño, cuando Alicia no sabía si el sueño había sido suyo o del Rey Rojo. Pero sí sabía que daba igual, porque si había soñado con el Rey Rojo, ella misma era parte del sueño de su personaje: “¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!..., pero también es verdad que yo fui parte del suyo.”

Santos Domínguez 





12 mayo 2025

Espido Freire. Dos tardes con Jane Austen

  


Espido Freire.
 Dos tardes con Jane Austen.
 Alianza Editorial. Madrid, 2025.


 Desde la semblanza de la niña que fue Jane Austen hasta el legado literario que dejó a su muerte, Espido Freire organiza en diez capítulos su Dos tardes con Jane Austen, que publica Alianza Editorial en su colección Dos tardes, dirigida por Sergio del Molino, que señala en su introducción, ‘Dos tardes para leer juntos’, que “con esta colección queremos llevar las grandes conversaciones literarias a las manos de todos los lectores. Y pasar juntos dos tardes que no olvidarán.”

Espido Freire intenta rastrear en sus Dos tardes con Jane Austen las claves ocultas de una vida irrelevante en lo privado y en lo público, lo que provoca perplejidad por su contraste con autoras como Mary Shelley, las hermanas Brontë, Edith Wharton o Virginia Woolf, en las que hay vínculos visibles entre vida y obra. Esa biografía plana y casi invisible “nos obliga a conciliar la posibilidad de que una mujer absolutamente corriente en comportamiento y hechos sea al mismo tiempo una escritora extraordinaria.”

Y por esa misma razón, “en la joven Jane se busca de manera frenética la existencia de un romance, o dos, o tres, que salpimenten su juventud y la alejen de la desesperante falta de acontecimientos épicos que fue su vida. En la segunda, en la Jane de madurez, se intenta hallar el poso de la genialidad, las claves por las que esta escritora inmersa en un contexto tan gris logró escribir como lo hizo: un secreto, un código. Algo.”

Y ese “algo” está presente en el universo complejo y contradictorio que refleja la sutileza de su mirada hacia el mundo, sospecha Espido Freire, que sitúa a Jane Austen, nacida en 1775, en su momento histórico, en su contexto social y en su ambiente familiar para destacar dos claves determinantes de su vida y su obra: por un lado, su pertenencia a la minor gentry, “la zona más empobrecida de la nobleza rural”, en la que se sitúa el entorno social de sus novelas y que explica también la educación a la que accedió Jane Austen, su formación y su relación con la literatura, la música  y la cultura.

Y por otro lado, la aparición y el desarrollo de un mercado literario en el que la abundancia de lectoras favoreció la aparición de escritoras profesionales que respondieron a esa demanda creciente de novelas como las suyas.

 Por la conversación literaria de Espido Freire con Jane Austen pasan las diversas facetas de la novelista inglesa: la hermana controlada por sus hermanos varones y su limitada vida social de adolescente; la lectora afortunada y reinterpretativa que tenía acceso a dos muy diversas bibliotecas de una familia como la suya, amante de la lectura y del estudio: la paterna y la que heredó su hermano Edward; la mujer errante que nunca tuvo una casa propia y apenas una habitación propia en Steventon, en Bath, en Southampton, en Hampshire, en Kent, en Londres, en Winchester; la escritora compulsiva, obsesiva y casi secreta de Mansfield Park, Emma o Juicio y sentimiento; la solterona enferma, encerrada en sí misma y refugiada en su espacio de mujeres solas, o la promesa que “arrancaba entonces, exactamente después de su muerte”. Con esas claves delimita Espido Freire el perfil completo de la autora de Orgullo y prejuicio, de Persuasión o La abadía de Northanger. Una escritora que, como señala en su prólogo, “se ha convertido en uno de esos autores clásicos amados, reeditados e inconfundibles y, dada la escasez de mujeres en esa categoría, su caso resulta aún más excepcional: sin embargo, gran parte de la amable impresión que su figura causa se debe a una confusión heterogénea y caótica entre su vida y el carácter de sus personajes, en especial el de Elizabeth Bennet, la protagonista de Orgullo y prejuicio; y sus circunstancias y la de su época han sido interpretadas de manera tan errónea que casi podríamos hablar del periodo de la Regencia como una caricatura, o, al menos, como un marco en el que cabe cualquier tema atractivo (romance, sexo, feminismo, conspiraciones, posiciones políticas sobre la identidad sexual o racial, intrigas palaciegas), por anacrónico que sea.”

Un legado en el que sorprende -añade Espido Freire- “la hondura con la que ha calado en lectores no especializados, en aquellos que buscan en la literatura belleza, evasión, una obra bien escrita y un espejo en el que verse reflejados.”


Santos Domínguez
 


09 mayo 2025

Cortázar. Poesía completa




 Julio Cortázar.
Poesía completa.
Alfaguara. Barcelona, 2025.


EMPIEZA por no ser. Por ser no. El Caos es negro.
Como es negra la nada.

NACE la claridad, su gallo triza el cielo,
se esponjan los colores vanidosos.
Pero el negro se ahínca primigenio. Toda luz
en el carbón se abisma, en el basalto.

Son los dos primeros fragmentos del conjunto de los diez en que se articula “Negro el diez”, un poema que Julio Cortázar escribió a finales de 1983, poco antes de su muerte el 12 de febrero de 1984.

Construido con una libérrima combinación de versos endecasílabos -su metro clásico preferido, no sólo en los sonetos- y de prosa poética, es un texto onírico y nocturno cuya torrencial imaginería alude a la ruleta de la vida y de la muerte, al viaje de una nada a otra, desde la sombra inicial a la final. Estos son sus dos últimos fragmentos:

CABALLO negro de las pesadillas, hacha del sacrificio, tinta de la palabra escrita, pulmón del que diseña, serigrafía de la noche, negro el diez: ruleta de la muerte, que se juega viviendo.
 
TU SOMBRA espera tras de toda luz.

Forma parte de la monumental edición de su Poesía completa que publica Alfaguara con un prólogo en el que Andreu Jaume anuncia que “el lector tiene en las manos la compilación más completa que se ha podido hacer hasta la fecha de la poesía de un escritor que ya en 1969 se consideraba «un viejo poeta» -Cortázar firmó su primer poemario en 1971-, aunque hasta entonces hubiera llevado en secreto esa otra faceta de su imaginación que ilumina como un fuego oculto la riqueza de sus conocidas ficciones.”

Desde la edición de la poesía de Cortázar que preparó hace veinte años Saúl Yurkievich en el tomo IV de sus Obras Completas en Galaxia Gutenberg han ido apareciendo nuevos poemas inéditos que se incorporan en esta nueva edición “meramente divulgativa, que pretende reunir en un solo volumen la totalidad de la valiosa y aún poco conocida poesía de Julio Cortázar, pero prescindiendo de notas y variantes.”

Entre los abundantes materiales inéditos figura en primer lugar un libro íntegro, Fábula de la muerte, que Cortázar firmó con el seudónimo de Julio Denis, como había hecho ya en 1938 con los sonetos de Presencia. Lo escribió en 1941 y, como señala Andreu Jaume en el prólogo, “de él sólo se tenían hasta ahora vagas referencias.”

Poeta asiduo y disperso, Cortázar valoraba la poesía como el territorio más alto de la literatura y aunque se resistió a publicarla y a veces recurrió a la edición encubierta con el seudónimo Julio Denis, no dejó nunca de escribirla, como se refleja en esta edición de su Poesía completa que supera sobradamente las ochocientas páginas e incorpora también la reproducción de varios poemas manuscritos.

“Mis poemas no son como esos hijos adulterinos a los que se reconoce in articulo mortis, sino que nunca creí demasiado en la necesidad de publicarlos; excesivamente personales, herbario para los días de lluvia, se me fueron quedando en los bolsillos del tiempo sin que por eso los olvidara o los creyera menos míos que las novelas o los cuentos”, escribía Julio Cortázar en el prólogo que puso al frente de Pameos y meopas, el eje central de su obra poética, porque fue el único libro de poesía que publicó con su nombre, ya que Salvo el crepúsculo, la recopilación que apareció en 1984, es una edición póstuma.

Bajo ese título, Pameos y meopas, que es la indisimulada y doble metátesis de la palabra poemas, reunió en 1971 un conjunto de poemas escritos en París, Buenos Aires y Roma a lo largo de quince años, entre 1944 y 1958. Unos textos en los que se cruzan lo clásico –“de golpe me nacía un meopa trufado de referencias clásicas”- y la mirada o el lenguaje de la vanguardia. 

Porque en este conjunto heterogéneo, como en toda la poesía de Cortázar, conviven el verso libre de “Menelao mira hacia las torres” o de los “Cantos italianos” con las redondillas cantables de “Tratado de sus ojos” y el soneto clásico de “Último espejo”.

Con esa diversidad métrica coexisten también varios temas, desde el amoroso al artístico, y distintos enfoques, desde el burlesco al visionario, en una suma de perspectivas, métodos poéticos y formas métricas y rítmicas en que cohabitan lo tradicional y lo moderno. 

Cuando Saúl Yurkievich editó su obra poética completa, señaló que “escasas veces alcanza Cortázar con su poesía la pródiga, la prodigiosa potencia de su prosa” y encontraba muchos de sus poemas faltos de tensión rítmica. Es muy cierto, pero también es verdad que no faltan en estos poemas ni potencia de imágenes ni ambición visionaria en la elaboración de un mundo poético personal. Algunos de ellos son de la misma época en que proyectó su interés por la poesía en la escritura de Imagen de John Keats, un libro imprescindible que puede leerse también como una formulación de la poética del propio Cortázar.

Hay en las muchas páginas de esta Poesía completa una inevitable irregularidad, pero sobresalen en ella no pocos poemas de indiscutible calidad, como “Notre-Dame la nuit”, “Los vitrales de Bourges” o “Masaccio”, en el que suena el eco de la música lorquiana ("Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas") en “Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca”) antes de este remate: 

Se fue, y ya amanecía 
Piero della Francesca.

Algunos de estos poemas alcanzan una altura que, como señalaba Cortázar en el prólogo, le permitía “volver la mirada hacia una región de sombras queridas, pasearme con Aquiles en el Hades, murmurando esos nombres que ya tantos jóvenes olvidan porque tienen que olvidarlos, Hölderlin, Keats, Leopardi, Mallarmé, Darío, Salinas, sombras entre tantas sombras en la vida de un argentino que todo quiso leer, todo quiso abrazar.”

Un ejemplo, este “Menelao mira hacia las torres”:

 Las manos que quiero torpes de una nodriza troyana
lavan sus muslos, y el dorado correr de su garganta esta noche,
a la hora en que una esclava de ojos viles
alza un espejo sediento hasta su rostro.
Cunden las flautas del festín de los hombres, el recuento
de los fastos. El aire es un yelmo en estas sienes, pero bajo las /tiendas
ronca el olvido. Sólo yo soy un puente.
 
Ahora humillan las antorchas, y una apagada lumbre dejan para su noche.
 
Helena alisa
la piel de león que incendia el tálamo
y crece como un humo de ámbar.
La caracola de su cuerpo bebe el eco
de los pasos de Paris en la torre. Afuera sigue
el tiempo en las murallas.
 
Y yo, esta negra ráfaga
que me arrasa los ojos, este fantasma inútil
sólo capaz de ir hasta ellos a mezclarse
llorando en su maraña de caricias.

Además de los inéditos que no se habían recogido en 2005, una sección reúne los “Poemas dispersos”, entre ellos los que intercaló en su obra narrativa: en Historia de cronopios y de famas, en La vuelta al día en ochenta mundos, en 62. Modelo para armar o en Último round.

Santos Domínguez 


07 mayo 2025

Mario Praz. La voz tras el escenario

 


Mario Praz.
La voz tras el escenario. 
Una antología personal. 
Traducción de Pilar González Rodríguez. 
 Atalanta. Gerona, 2025.

Me he preguntado muchas veces el porqué del invariable efecto que produce en los espectadores un canto detrás del escenario que parece resumir o comentar musicalmente las acciones de los personajes. Es un recurso antiguo y que se ha usado hasta la saciedad, pero, por antiguo y usado que sea, sorprende, conmueve, causa estremecimiento. Y por mecánico que pueda parecer el diálogo con el eco, en el que el eco, repitiendo el final de la última palabra de un personaje, parece dar respuestas sensatas o hacer oscuros apuntes sobre su destino, la popularidad de este motivo, su vitalidad (desde un epigrama de la Antología palatina, pasando por Erasmo, Tasso, John Webster, hasta la parodia en Hudibras y el obituario en el Spectator), nos demuestra que evidentemente se veía en él algo más que un peregrino concepto. 
El canto detrás del escenario nunca carece de eficacia porque los hombres sienten confusamente que hay un canto detrás del escenario de su propia vida; las respuestas oportunas del eco han deleitado y conmovido a generaciones porque en ese ingenuo juego de ingenio se insinuaba un juego más sutil y no solo capcioso; porque hay momentos en los que, en efecto, parece que ante nuestras palabras, ante nuestras acciones, un eco se despierta en el seno del mundo invisible. ¿Y el camino hacia ese mundo invisible? Se podría responder con Mefistófeles: Kein Weg! Ins Unbetretene... Ningún camino hacia la soledad incorpórea que es la matriz de todas las imágenes y de todos los destinos humanos. Inaccesibles son las formidables Madres, tal como las imagina Goethe, pero a veces, con una casual palabra puesta en boca de alguien cercano a nosotros, con la frase de un libro que cae bajo nuestra mirada, ellas nos atestiguan su presencia; y, precisamente porque está cargada con todo el peso de esa presencia, esa palabra, esa frase, fragmento de nuestro arquetipo, falsilla de nuestro destino, hace que nos estremezcamos.

Con esos dos párrafos cierra Mario Praz (1896-1982), uno de los más interesantes ensayistas italianos y europeos del siglo XX, un artículo de 1943 que tituló ‘La voz tras el escenario’, recogido en 1945 en el volumen Motivi e figure.

Y el título de ese texto es el que Praz eligió para la antología personal que publicó en 1980 y que edita ahora por primera vez en español Atalanta en su colección Memoria mundi con una espléndida traducción de Pilar González Rodríguez y con diecisiete ilustraciones en blanco y negro.

Lo primero que llama la atención de quien se acerca a la obra de Praz es la multiplicidad de intereses intelectuales que reflejan sus libros. Además de hacia la cultura anglosajona o hacia el arte y el mobiliario de estilo Imperio que abordó en un temprano Gusto neoclásico (1939), Praz proyectó su mirada culta y nostálgica hacia una Europa desaparecida. Es una mirada interpretativa y caleidoscópica que funde pasado y presente, belleza y horror con la perspicacia del lector sabio, la agudeza del crítico de arte y la inteligencia policéntrica del erudito. 

De esa capacidad integradora son buenas muestras La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica (Acantilado, 1999), Mnemosyne. El paralelismo entre la literatura y las artes visuales (Taurus, 1979), Imágenes del Barroco. Estudios de emblemática (Siruela, 2006) y desde luego el medio centenar largo de textos que reunió en La voz tras el escenario.

En el Prefacio que escribió para introducir el contenido del volumen, Praz recuerda cómo empezó todo con un encargo de Giovanni Papini para que tradujera los Ensayos de Elia, de Charles Lamb: “Tuvieron que pasar años antes de que la semilla, lanzada más o menos al azar por Papini, prendiese y germinara. No sé si peco de modestia o de presunción al confesar que siento mis ensayos como rebrotes o una segunda hierba en el mismo campo donde florecieron los Ensayos de Elia.”

Rememora Praz en ese iluminador Prefacio una trayectoria ensayística que se inició en 1943 con la colección Flores frescas y se prolongó con el ya citado Motivos y figuras, una colección de artículos que “tuvo una circulación que podría definirse como semiclandestina”, y las sucesivas La casa de la Fama, Las vueltas del tiempo, El jardín de los sentidos o La casa de la vida.

Una trayectoria ensayística que aborda una amplísima constelación de temas que esta antología recoge en parte: la aproximación personal y literaria a la estética y el ensayismo de Vernon Lee; un recorrido por el Londres casi desaparecido de Charles Lamb; las profundas reflexiones culturales tras una corrida de toros en su viaje a España en 1928; la belleza de Medusa en la poesía de Shelley y la estética del horror; “el íntimo nexo entre crueldad y voluptuosidad, entre placer y dolor” en Novalis y en Baudelaire; el decadentismo en la obra de D'Annunzio; la admiración distante por Swinburne en su centenario; la Vanitas en la pintura holandesa y en la literatura del Barroco; Carlos V en Yuste, entre los relojes y los autómatas acuáticos ingeniados por Juanelo Turriano; la sensualidad de la belleza en la obra gráfica y literaria de Winckelmann; la reivindicación del estilo Imperio y su reflejo en la literatura; la poesía metafísica inglesa y la literatura de emblemas y empresas; la filosofía del mobiliario y el coleccionismo o un magistral ensayo sobre las ruinas de Piranesi, un genio trágico, “un septentrional hechizado por la magnificencia de Roma y por ese mito de Roma que, basado o no en sólidos fundamentos, fue un fermento poderoso en el desarrollo cultural y artístico de Roma.”

Crítico e historiador del arte y de la cultura, traductor, entre muchas otras,  de la obra completa de Shakespeare y de La tierra baldía de Eliot, estudioso de la literatura inglesa, especialista en arte neoclásico y en emblemática barroca, coleccionista asombroso e intelectual imprescindible, Mario Praz reunió al final de su vida en esta antología personal, además de su autorretrato intelectual y su riquísimo testamento ensayístico y vital, una parte esencial de la memoria cultural europea.

Están aquí también las pinturas de interiores de su magnífica colección y las figuras de cera en la literatura; las bellezas de Florencia y la luz cruda de un Liverpool lleno de humo y chimeneas; los paisajes neoclásicos de las ciudades fluviales y sus atardeceres anaranjados y la civilización de las villas italianas que “por más que presuman de ser obras maestras de la arquitectura, dicen mucho sobre el gusto de sus habitantes, sabios al elegir lugares encantadores para residencias, buenos arquitectos para las construcciones y los jardines, pero indiferentes a la elegancia interior”; la herida abierta en el Borgo San Jacopo y las altas terrazas romanas; los retratos de Madame Récamier, la dama en el sofá, y el Estudio para la mano de Dios que Rodin esculpió tres semanas antes de su muerte; un busto de Canova y una copia del Cancionero de Petrarca; la fotografía de grupo de una clase del Liceo Galileo en Florencia en 1912 y el futuro dispar que aguarda a los retratados; las voces cambiantes de un borracho bajo la ventana -de “¡Solo Dios!” a “¡Rusia!”- y la plebe voluble, primero fascista y luego comunista; la Balada de las damas de antaño, de Villon, y un Alcibíades feminizado; el Jardín cerrado del Caballero y el Jardín encantado de Armida; las novelas de Trollope y las imágenes reflejadas en los espejos; el paso del tiempo y la pérdida de la identidad; el primer canto de los ruiseñores en el jardín y la maldad de Melusina; las sillas voladoras en un parque de atracciones de la periferia romana y el ‘Retrato de un epicúreo’, un texto de 1945 que cierra la antología y en el que no es difícil reconocer la imagen del propio Mario Praz:

El innato deseo de calma había recibido en él nuevo alimento por las circunstancias públicas y privadas a las que la suerte lo había lanzado. Hecho para vivir en el jardín de Epicuro o en el tranquilo ambiente de una villa victoriana, había venido al mundo precisamente en el período más turbulento de la historia, entre guerras, revoluciones, invenciones apocalípticas y un caos universal, como si a cada paso le pusieran bajo las narices un trozo de carne podrida diciéndole: «Eres hombre, recuerda que eres hombre».

“Encontrarán, por tanto, en esta antología -anunciaba Praz en el Prefacio- muchas cosas comidas por las polillas, pero no siempre de poca importancia: entre los viejos títeres de un teatro extinguido encontrarán también un Satanás desinflado y un rey con la corona torcida cuyo cetro cuelga atado a su mano inerte; hallarán muchas cosas de las que nunca han oído hablar y algunas cosas de las que han oído hablar demasiado; pero el armario, al abrirlo, no solo desprenderá olor a alcanfor. Algunos de estos ensayos fueron escritos en años duros, de cataclismos, ¿como no iban a dejar su impronta? Es un armario de curiosidades, pero, después de todo, las curiosidades no son solo queridas cosas viejas, muertas y extrañas. Hay una fuente secreta de frescura incluso en las naturalezas muertas, como la semilla enterrada en la tumba de los faraones, que era capaz de germinar incluso después de tres mil años a oscuras.”

Santos Domínguez

 

05 mayo 2025

Sergio del Molino. Dos tardes con Joseph Roth

 

Sergio del Molino.
Dos tardes con Joseph Roth.
Alianza editorial. Madrid, 2025.

“Roth murió joven, a los cuarenta y cinco años, y escribió rápido, mucho y bien. Hay varios itinerarios de lectura posibles. Se le puede empezar a disfrutar por muchas partes y en muchos órdenes, pero no es mi intención agotar aquí todas las posibilidades, sino centrarme en una selección de sus títulos que trace una idea coherente de quién fue. Es esta una lectura personal de un escritor que me apasiona, mediante una selección de textos subjetiva que no pretende sentar cátedra ni cuestionar las lecturas canónicas que la academia ha establecido de una figura que no siempre se ha considerado tan central e indiscutible como la consideramos hoy. Propongo un paseo por mi Joseph Roth, por aquellos aspectos que más me conmueven o creo entender mejor, que son los que me han permitido conocerme a mí mismo como escritor”, escribe Sergio del Molino en la ‘Nota sobre la selección literaria’ que abre sus Dos tardes con Joseph Roth, un volumen que forma parte de la espléndida colección Dos tardes que bajo su dirección como editor invitado edita Alianza Editorial, que ha publicado ya otros dos títulos: Dos tardes con Kafka, de Manuel Vilas, y Dos tardes con Jane Austen, de Espido Freire.

“Este ensayo -añade en esa misma ‘Nota’- se centra fundamentalmente en seis obras que considero representativas y una buena introducción al universo rothiano. Cinco de ellas se publicaron en vida y una es póstuma. Se trata de La marcha Radetzky, Job, Tarabas, El peso falso, Judíos errantes y La leyenda del Santo Bebedor. Me apoyo en sus textos, los interpreto a mi manera, con mis ojos devotos de lector, pero también de colega aprendiz, y rastreo en sus prosas correspondencias y claves de la propia vida de Roth. Su obra es más amplia. Aunque he dicho que es abarcable, en cierta forma es también inagotable, riquísima en lecturas y códigos secretos. Aquí sólo invito al lector a unas catas. La decisión de sumergirse del todo (con sus riesgos) es completamente suya.”

La crisis y la ruina de la Europa de entreguerras tiene en Joseph Roth (Galitzia Oriental, 1894-París, 1939) uno de sus símbolos. Quizá también una de sus consecuencias, porque su decadencia personal, su autodestrucción con el alcohol y el desarraigo del exilio, el abandono en los cafés y los hoteles parisinos son una metáfora de un mundo que moría con Joseph Roth, con su misma indigencia.

Autor de novelas memorables, como La leyenda del Santo Bebebor o La marcha Radetzky, Roth fue, mientras se lo permitieron las circunstancias y los límites de su propia degradación, un testigo lúcido de aquella Europa que se descompuso con el imperio austrohúngaro.

“Sólo empezando por La marcha Radetzky -afirma Sergio del Molino- se puede entender qué es y qué no es la literatura de Joseph Roth.” Porque esa novela, añade, es “un responso, una manera de velar el cadáver de un país que casi nadie echaba de menos en 1932, el año en que se publicó la novela.”

Cuando le preguntaban por el libro favorito de entre los suyos, Roth señalaba su Job: historia de un hombre sencillo, que seguramente es su cima literaria y la más lograda expresión de su talento narrativo y de su visión del mundo a través de la reinterpretación contemporánea de un tema clásico de raíz bíblica. Una obra crucial que en palabras de Sergio del Molino “no es una novela de argumento, sino de lenguaje” y que tiene su base ideológica y la exposición más cumplida del ideario que la sustenta en las crónicas viajeras de Judíos errantes, “un viaje al corazón de las propias tinieblas, una vuelta al origen, una exploración intimísima de la identidad” y un retrato de las comunidades judías del este de Europa.

De aquella Europa perdida para siempre, de aquellos ideales decaídos y arrasados primero por las consecuencias de la derrota en la Gran Guerra y luego por el nazismo, dejó testimonio Roth en sus obras narrativas, y sobre todo en sus centenares de artículos periodísticos en los que denunció la ideología hitleriana y sus crímenes.

“Si hubiera vivido un poco más, apenas tres años -escribe Sergio del Molino-, Joseph Roth habría asentido ante la escena de Casablanca en la que el mayor Strasser le pregunta a Rick por su nacionalidad. «Soy un borracho», responde este. Roth habría contestado lo mismo si alguien le hubiera preguntado. Todos sus lectores lo sabemos porque lo dejó clarísimo en sus libros, en sus dibujos y en lo que los biógrafos han descubierto de su vida.”

‘Nacionalismo borracho’, ‘El judío huérfano’, ‘El libro bandera’, ‘El holocausto inevitable’, ‘Todos miraban cómo bebía el judío’ y ‘La recurrente imagen del espejo’ son los elocuentes títulos de los seis capítulos en los que Sergio del Molino organiza este sugerente ensayo de introducción al mundo de Roth, alcohólico lúcido y profeta del holocausto, judío ucraniano y apátrida errante, nómada por vocación y por destino, notario elegíaco de un tiempo que desapareció con la caída del Imperio Austrohúngaro, monárquico nostálgico y reaccionario, exiliado de un mundo perdido, en lucha constante consigo mismo y novelista y cronista imprescindible por sus aportaciones decisivas a la memoria de la identidad europea.

Esos son algunos de los rasgos que se destacan del escritor en este “viaje al corazón literario de Joseph Roth” de la mano y la mirada de Sergio del Molino, que se pregunta en este magnífico ensayo de incitación a su lectura:

“¿Qué era Joseph Roth, si no era judío, ni católico, ni austriaco, ni alemán, ni polaco, ni soviético? Tampoco era un escritor germánico, pues se adelantó a la prohibición y quema de libros de los autores judíos en el Tercer Reich. Antes de que lo echasen, se marchó él y prohibió la edición de sus obras en territorio alemán. Era una chulería de borracho, el arrebato de dignidad del pendenciero ante la mirada amenazante del tabernero.”


Santos Domínguez 

02 mayo 2025

Marco Porras. Gerardo

  

Marco Porras.
Gerardo.
Eolas Ediciones. León, 2025.


Gerardo salió al encuentro, como el duende que sorprende en el bosque a un buscador de setas. Néstor Rubial, periodista inepto para la ficción, llevaba meses atascado en las primeras páginas de su presunta novela, empecinado en apuntalarla con algún personaje histórico de relieve. Anhelaba un héroe, un protagonista, una celebridad, justo lo contrario de cuanto Gerardo le mostró a Rubial en aquella primera visión: solo era un nombre en la sombra, un secundario, uno de esos vagones grises que los anales desvían a las vías muertas, donde se detienen casi en silencio.
Tentado por un goloso anticipo, acorde con su reputación profesional, Rubial había dejado temporalmente su trabajo como periodista de crímenes y sucesos. El paréntesis cuajó más por fatiga mental que por genuina vocación literaria. Viudo reciente y apático para nuevos vínculos amorosos, creía que escribir una novela añadiría pizcas de sal y pimienta a su rutinaria existencia.


Así comienza ‘Aparición’, el capítulo inicial de Gerardo, la primera novela del periodista y escritor Marco Porras, que acaba de publicar Eolas Ediciones.

Está inspirada en un personaje histórico, Gerardo Salvador Merino (1910-1971), que tuvo cargos relevantes en la Falange como jefe provincial en La Coruña y en el primer franquismo (fue el primer jefe de la Delegación Nacional de Sindicatos, los sindicatos verticales), hasta que fue cesado fulminantemente en 1941 por supuestos vínculos con la masonería y condenado a doce años de prisión, conmutados por esos mismos años de confinamiento en Ibiza, aunque sería rehabilitado profesionalmente y ejercería como notario en Sardañola. Esa actividad le serviría para vincularse con el mundo empresarial y ascender a la cúpula directiva de Motor Ibérica o Tabacos de Filipinas, donde coincidió con Jaime Gil de Biedma, hijo del consejero director de la compañía.

Será ese periodista de sucesos, Néstor Rubial, “inepto para la ficción” y acuciado por su editora, quien tras esa aparición encuentre en la figura de Gerardo la materia que buscaba para su novela:

Gerardo Salvador Merino -Gerardo a secas, como era costumbre entre falangistas-, entonces apenas intuido, le salió al paso como un inesperado bandolero de caminos, cuando más perdido se encontraba el escritor, ávido de inspiración. Se hallaba despistado entre la historia bélica del siglo XX, fronda feroz de guerras sin cicatriz, donde cada quien solo llora a sus muertos.
Así surgió Gerardo, sin apellidos, como tantos le conocieron. Poco a poco, vestido de camisa azul mahón, Gerardo se convirtió en una presencia doméstica para Rubial.
Aquella compañía fantasmal, ni anhelada ni evitada, vagaba a diario por la casa, lo acompañaba a comprar el pan, se metía en su dormitorio…, claros síntomas de que debía dedicarle atención. Así que el escritor le planteó a Gerardo -y se planteó a sí mismo- no pocas preguntas, un largo cuestionario que bien podría resumirse en un único interrogante: ¿quién fue Gerardo?”

A partir de ese momento de revelación y a lo largo de la novela, conducido por la investigación creciente y fructífera de Rubial, el lector asiste a una ágil narración que recrea la peripecia vital del personaje, su complejidad enigmática, sus aristas desconocidas. Y también a la relación entre el novelista y el personaje, a la reflexión metaliteraria de Rubial sobre su novela en marcha, sobre el proceso de construcción de la obra.

Sólidamente documentada -no en vano Marco Porras es periodista de formación y ejercicio- y planteada, desarrollada y resuelta con solvencia, pues el autor tiene acreditada ya una trayectoria narrativa apreciable en el terreno del relato breve, esta novela se organiza en ocho partes tituladas con versos del Cara al sol, el himno falangista.

Sus noventa y nueve capítulos breves, de títulos precisos que resumen su contenido en una palabra, están construidos como viñetas o secuencias rápidas que aseguran el ritmo narrativo y desarrollan la figura de un personaje que se va perfilando como “un Gerardo idealista, temperamental, enérgico, ambicioso, inteligente, con mimbres de líder.”

Un líder capaz de encabezar una rebelión de presos en Fuente Álamo y tomar Cartagena y que, tras recibir la Laureada de San Fernando como héroe de guerra, después de su caída en desgracia y su expulsión de la política, acabó ejerciendo ese liderazgo en el ámbito privado  de los negocios hasta su muerte repentina por infarto el 31 de julio de 1971.

Se va delimitando así, sobre el agitado telón de fondo de la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra, el contorno humano del personaje, su trayectoria profesional como notario y su actividad política en la Falange, aunque “las aristas del Gerardo más político descolocan a Rubial.”

Cierra la novela un recuento del amplio número de personas y personajes que la pueblan, enumerados por orden de aparición, un orientador Dramatis personae que, a la manera de Álvaro Cunqueiro, resume los rasgos más significativos de un elenco de personajes relacionados directa o transversalmente con la historia del protagonista.

Decenas de personajes que ayudan a componer el panorama global de la España en la que vivió Gerardo, porque esta no es solo una novela de protagonista, sino un reportaje sobre el decisivo periodo histórico en el que se desarrolló la peripecia existencial de aquel “hombre activo, ambicioso e idealista que era Gerardo”.

Santos Domínguez