3/1/25

Jorge Pérez Cebrián. Pero nunca los huesos de las aves​​

  


Jorge Pérez Cebrián.
 Pero nunca los huesos de las aves​​.
Pre-Textos. Valencia, 2024.


Soy paciente.
Yo cuido de las flores de los muertos 
y sólo  miro, a veces, cómo ríen 
mientras guío las bestias, 
le entrego su pisada al miedo 
y le devuelvo el hambre a la pisada. 

Los veo 
y se acercan un poco cada día.

Yo lavo con su sangre los caminos: 
la piedra que caerá; 
la herida que los guía hacia mi vientre.

Pero ríen 
y sus sombras se alargan por la arena 
como un rastro de noche a sus espaldas.

Como marcas de sangre entre los pasos 
que señalan las puertas de los míos.

Con esos versos cierra Jorge Pérez Cebrián Natura naturans, un poema que forma parte de Pero nunca los huesos de las aves​​ (Pre-Textos), el magnífico libro con el que obtuvo el XVI Premio de Poesía Joven de RNE - Fundación Montemadrid. Una alta cordillera poética que tiene una de sus muchas cimas en ese texto, un largo poema que debería estar en cualquier antología de poesía española del siglo XXI.

Visionaria y meditativa, creadora de un mundo poético intenso y personal, aunque sólidamente arraigada en la mejor tradición de la poesía como forma de conocimiento, la de Jorge Pérez Cebrián es una mirada honda y asombrada, consciente y dolorida, ambiciosa de iluminaciones en la sombra y asentada en la voluntad de nombrar el mundo con una palabra poética de asombrosa madurez y de inusual hondura. Una palabra medida y limpia, pulida y perfilada como un diamante que da como resultado una poesía de extrema depuración y enorme calidad. Como este Natura naturata:

Sal al jardín.
Escucha los secretos 
que duermen en los cráneos de las flores 
y empañan esta noche con cuidado. 
Ven.
El aire acogerá tu cuerpo
como una magia leve y cotidiana 
y las hojas responderán su brisa 
en algo parecido a un mismo idioma.
Observa levemente 
las estrellas que saben su camino,
la hierba que perdona tus pisadas.
Entra la noche.
Y si allí,
en tu extranjero idioma, 
en medio de la tierra, te preguntas 
a quién esta belleza,
si acaso el polen titubea o sabe,
el dónde de los tiempos, 
el cuándo de la rosa:
no digas nada.
Porque el que entiende el filo de una brizna 
comprende ya la voz del universo 
y tú preguntas. 
No sabes cómo 
pero esta noche sales al jardín 
y despliegas el tiempo como un manto 
y lo acoges sin miedo y te demoras 
como si no supieras.
Porque tú también eres esta noche.
Porque has venido a darle a todo 
un dónde, un quién, un cuándo:
porque en silencio eres sólo un hombre 
y eres verbo en la voz del universo. 

Una palabra sometida a la tensión entre la realidad y el deseo, palabra que entre la idea y la materia invoca el mundo y lo rescata de las sombras para devolverlo transfigurado en sustancia inefable del asombro, en callada armonía silábica, en ritmo trabajado. Y así, desde la incertidumbre, desde el territorio existencial de la vida, el amor y la muerte que articulan las tres partes del libro, la búsqueda acaba convertida por el don de la palabra en tratado de armonía, en misteriosa sutileza revelada en la voz intuida del universo y en definitiva en alta poesía.

En una poesía sólida, cimentada en la ordenada coherencia de su cosmovisión y en su indagación sobre el sentido de la vida,  y expresada con una voz potente que no se parece a la de nadie, pero en la que vibra el eco del mejor Rilke, el cazador de voces. Porque Pérez Cebrián es ya, pese a su juventud -nació en 1996-, uno de esos pocos poetas capaces de fundar un mundo propio. Un mundo poético, transitivo pero intransferible, que se mueve equilibradamente entre lo conceptual y lo sensorial, desde la conciencia del tiempo y desde la serena desolación ante las devastaciones y el destino mortal.

Un ejemplo, Aquello que, deshecho, es la materia, el poema que abre la tercera y última sección del libro:
 
Escucha.
 
Lo oirás desintegrarse en cada cosa.
 
En toda luz que guardas levemente
en su reflejo
y en todos los ayeres que atesoras,
que imitan como sombras el destino,
y que hacen, piedra a piedra, tu morada.
 
Para y escucha.
 
Algo,
en otra parte,
se incendia y ciega
manando su ceniza a tu memoria:
la vasta oscuridad el don del velo.
 
Detente.
 
Que sea un titubeo tu plegaria
porque tan sólo aquí,
en este claro,
verás las vagas formas de tu reino:
 
el destino que muere entre tus palmas,
la mano ensangrentada de tus días.

Y el lector que entra en ese mundo poético ingresará en otra dimensión del lenguaje a través de la sutil respiración del verso, corto pero intenso, con una tonalidad no alta, sino profunda, sosegada y luminosa. Como la del último poema, Ligero de equipaje, una despedida que termina con estos versos  conmovedores y en un portentoso verso final que podría resumir el libro entero y su viaje al resplandor que brilla más allá de lo oscuro:

Y guardaré la joven mirada de mi madre 
como un caudal de lunas fiel y herido 
como un verbo incansable sobre el sueño 
de alguna tierra triste anochecida. 
Me llevaré el sabor del agua fresca 
el color de una tarde de la infancia 
y un aroma que todavía ignoro.
Tendré, también, el frío, 
todo el frío, yaciendo entre mis huesos, 
quizá unos brazos 
que son leña y hogar y lo desahucian .
Tendré, no lo dudéis, toda la vida.
Y mirad: 
este que nada tuvo 
nada os deja que no sea ya vuestro.
Os dejo el mundo 
el mundo cierto, milagroso y vano.
Así que abrid las manos como flores, 
con justicia, 
aunque tan sólo solo sea 
para que al fin se cumpla en vuestros ojos 
la íntima verdad del universo: 
la furiosa belleza de la vida.

Santos Domínguez 


1/1/25

Calasso. El libro de todos los libros



Roberto Calasso.
El libro de todos los libros.
Traducción de Pilar González Rodríguez.
Panorama de narrativas. 
Anagrama. Barcelona, 2024.


A lo largo de casi cuarenta años, desde que en 1983 apareció La ruina de Kasch, hasta que en 2019, dos años antes de su muerte, publicó El libro de todos los libros, Roberto Calasso fue desarrollando un ambicioso proyecto de sincretismo cultural y reescritura interpretativa, de exégesis y recuento de la cultura universal: desde los mitos clásicos hasta la literatura de Kafka, desde la pintura de Tiépolo a la obra de Baudelaire, pasando por la relación entre la literatura y los dioses desde el Romanticismo alemán de Hölderlin hasta el Simbolismo francés de Mallarmé.

Centrado en los relatos del Antiguo Testamento, El libro de todos los libros, que acaba de publicar Anagrama con traducción de Pilar González Rodríguez, es el décimo volumen del proyecto, la entrega culminante de esa empresa intelectual integradora en la que confluyen la historia de las religiones y la crítica literaria, la antropología y la filosofía, la mitología clásica y la cosmogonía oriental, la literatura antigua y la contemporánea.

El libro de todos los libros lleva como exergo en su pórtico esta cita de Goethe que explica su título y resume su sentido: “Así, libro tras libro, el libro de todos los libros podría mostrarnos lo que se nos ha dado para que intentemos entrar en él como en un segundo mundo y ahí nos perdamos, nos iluminemos y nos perfeccionemos.”

El primero de sus doce capítulos se titula “La Torá en el cielo” y comienza con estas frases:  

Novecientas setenta y cuatro generaciones antes de que el mundo fuera creado, fue escrita la Torá. ¿Cómo? Con fuego negro sobre fuego blanco. Era la hija única de Yahvé. El padre quiso que viviera en tierra extranjera.

Desde ese capítulo inicial que rememora la creación del mundo antes de Adán, con un jardín paradisíaco, con un Edén que flota en el vacío anterior al espacio, Calasso hace un recorrido expositivo e interpretativo por las historias de los elegidos, los relatos bíblicos sobre los reyes de Israel:

Desde la peripecia del encuentro del joven Saúl con Samuel, el último de los jueces, el sacerdote vidente que lo unge con aceite como el primer rey de Israel; el pastor David, la culpa metafísica del censo y la parábola de la oveja robada; su hijo y sucesor Salomón, el sabio que construirá el templo de Jerusalén para colocar allí el Arca de la Alianza y a quien  se atribuye la autoría de “los dos libros bíblicos más indiferentes a la autoridad religiosa”, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, al que Calasso dedica páginas memorables: “Si un traductor tuviera que encontrar el equivalente en su lengua, su texto rebosaría de palabras que nadie habría encontrado antes. […] Las literaturas occidentales no ofrecen nada parangonable.”

La pareja funesta de la sidonia Jezabel y el soberbio Ajab, fundador de ciudades, que combatió a Yahvé, y a quien “una sombra le acompañó y le amargó la vida: el profeta Elías”, que prometió erradicar su linaje; el clan del patriarca Abraham, que sale desde Ur de los Caldeos hacia la tierra de Canaán en una “ordalía de la que nace el individuo” y cerrará con Yahvé el pacto de los animales cortados y  la circuncisión; el holocausto de Isaac y el ángel salvador; la desgracia sin culpa del justo Job; Esaú y Jacob, el derecho a la primogenitura, el sueño de la escalera hacia el cielo y la misteriosa lucha con el ángel.

José, el hijo de Jacob, y su capacidad para interpretar los sueños; Moisés ante la zarza ardiente que no se consume y se evoca en la portada de esta edición; el Éxodo, la travesía del desierto y la subida al Sinaí, el becerro de oro y las tablas de la ley; la travesía del río Jordán, la subida al monte Nebo y la sepultura en la Tierra Prometida; Freud, que dedicó un libro fundamental a Moisés, y el espectro irredento del judaísmo y el odio perenne hacia los judíos.

Un itinerario que se remonta a las diez primeras generaciones de los hombres según el Génesis: desde Adán a Noé; recorre la herencia visionaria de los profetas, que “tenían algo de sacerdote y algo de rey”, de Isaías a Zacarīas, de Jeremías a Ezequiel, el más importante, de todos ellos, el “oráculo de Yahvė” al que Calasso dedica un espléndido capítulo antes de culminar el recorrido bíblico de El libro de todos los libros con  un capítulo final sobre la figura del Mesías que se cierra con estos párrafos:

El estado mesiánico es uno de los varios estados en los que las cosas pueden existir. Nadie sabe decir mucho más que el nombre. Pero todos saben qué es.
Cuando llegue el Mesías, es probable que pase inadvertido, porque cambiará solo algunas pequeñas cosas. Y no se sabrá cuáles.

Entre el relato y la exégesis, entre la reelaboración narrativa y la erudición ensayística, Calasso hace una honda lectura aconfesional (ni católica ni judía, ni protestante ni secular) del carácter humano y cultural, no divino, de la Biblia y de su singularidad expositiva: se trata de iluminar tanto la palabra escrita como la elipsis de todo aquello que no se nombra, a partir del necesario equilibrio entre lo dicho y lo omitido en los relatos bíblicos: es el “fuego negro sobre fuego blanco” que aparece orientadoramente en las primeras líneas citadas más arriba. 

Y por eso en cada uno de los capítulos de El libro de todos los libros Calasso aborda en sus comentarios temas como la elección y la necesidad, el error y la culpa, el azar y el destino, el engaño y la gracia; la transgresión y el sacrificio y los proyecta como un foco iluminador en la modernidad, como el código que ha cifrado la cultura y moldeado los arquetipos humanos y las claves hermenéuticas esenciales de la imaginación occidental.

Porque -escribe Calasso- “a diferencia de los primeros mitógrafos, los redactores de la Biblia no pretendían dar cuenta del orden del mundo. Querían dar cuenta ante todo de un pueblo que tenía el nombre de un individuo: Jacob. Y su historia, como la de Jacob, era una concatenación de hechos afortunados y de reveses, de artimañas perpetradas y de vejaciones sufridas. Obsesiva y repetitiva, como tienden a ser las de los individuos. Pero siempre con unos rasgos peculiares y reconocibles. Toda la Biblia, aun con su multiplicidad de redactores, de épocas y de estilos, adquirió un carácter compacto y simultáneo, como el perfil de un individuo.”


Santos Domínguez