Juan Carlos Onetti.
La vida breve.
Edición conmemorativa.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Barcelona, 2024.
En su magnífica colección de ediciones conmemorativas, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española publican La vida breve, una novela fundamental con la que Juan Carlos Onetti incorporaba en 1950 la novela hispanoamericana a la modernidad. Su publicación, precursora de lo que años después sería el fenómeno del boom narrativo latinoamericano, “supuso -como se subraya en la presentación del volumen- un cambio fundamental en la literatura en español.”
La vida breve se articula en tres niveles narrativos, en tres espacios, en tres historias y en tres tiempos simultáneos y se convierte así en un juego de espejos y de desdoblamientos en círculos concéntricos de tiempos, personajes y espacios convergentes en un presente continuo en el que se confunden la realidad y la ficción. Por eso es seguramente la más compleja y difícil, la más opaca y abierta de todas las novelas de Onetti, pero también la más ambiciosa y trabajada, la que inaugura su característico universo narrativo.
Urgido por la necesidad de evadirse de la realidad, su protagonista, el soñador Brausen, se refugia en el territorio de la imaginación, al que escapa desde Buenos Aires. Y así surge para la literatura Santa María, donde Brausen funda un lugar que lo ampara en su huida constante desde la realidad a la ficción.
Porque, como Don Quijote, Brausen no se conforma con el sueño de ser otro, sino que además quiere actuar como tal, y se proyecta desdoblado imaginativamente en otras vidas pensadas por él, como la del doctor Díaz Grey, o la de Arce. Son las vidas breves de la imaginación y el ensueño con las que Brausen huye de sí mismo, de su propia identidad: “En cuanto a mí, sólo podían convenirme el júbilo y la inocencia, la voluntad de no pensar; sacudirme de los hombros el pasado, la memoria de todo lo que sirviera para identificarme”
Como recuerda el colofón, esta edición conmemorativa se publica treinta años después de la muerte de Juan Carlos Onetti, “que nos hace pasear aquí, por vez primera, por las sinuosas calles de Santa María.”
Y ciertamente, La vida breve, que pasó inadvertida en un primer momento, es una novela fundacional que inaugura uno de esos territorios imperecederos de la imaginación que es Santa María, “una pequeña ciudad colocada entre un río y una colonia de labradores”, que más que un lugar es una atmósfera o una proyección del estado de ánimo de Brausen y en la que Onetti situaría en la década siguiente El astillero y Juntacadáveres.
Coordinada por Wilfredo Penco, de la Academia Nacional de Letras del Uruguay, esta edición conmemorativa se abre con una primera sección de estudios monográficos que proponen diversos acercamientos e iluminaciones sobre el autor y su obra. Son breves ensayos de Emir Rodríguez Monegal, Josefina Ludmer, Vargas Llosa y Muñoz Molina.
Y tras el texto de la novela, bajo el título ‘Los mundos de Onetti’, el volumen recoge varios artículos, entre ellos uno de Hortensia Campanella, responsable de la edición de las obras completas de Onetti en tres volúmenes en Galaxia Gutenberg, sobre La vida breve y la creación onettiana de un mundo narrativo propio, alternativo al mundo real.
Completan la edición una amplia bibliografía, un glosario de voces comunes utilizadas por Onetti en La vida breve y un índice onomástico de espacios, fundamentalmente bonaerenses, aludidos en la novela.
Como de costumbre en esta admirable colección, al rigor filológico de la edición, se suma una cuidada presentación en tapa dura con cinta de lectura. Este es el memorable comienzo en que Brausen oye al otro lado de la pared a la Queca:
-Mundo loco -dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.
Yo la oía a través de la pared. Imaginé su boca en movimiento frente al hálito de hielo y fermentación de la heladera o la cortina de varillas tostadas que debía estar rígida entre la tarde y el dormitorio, ensombreciendo el desorden de los muebles recién llegados. Escuché, distraído, las frases intermitentes de la mujer, sin creer en lo que decía.
Cuando su voz, sus pasos, la bata de entrecasa y los brazos gruesos que yo le suponía pasaban de la cocina al dormitorio, un hombre repetía monosílabos, asintiendo, sin abandonarse por entero a la burla. El calor que la mujer iba hendiendo se reagrupaba entonces, eliminaba las fisuras y se apoyaba con pesadez en todas las habitaciones, en los huecos de las escaleras, en los rincones del edificio.
Santos Domínguez