31/3/23

Yeats. He extendido mis sueños a tus pies


W. B. Yeats.
He extendido mis sueños a tus pies.
Ilustraciones de Sandra Rilova.
Selección y traducción de Jordi Doce.
Nórdica. Madrid, 2023.  


He extendido mis sueños a tus pies se titula la antología poética bilingüe de W. B. Yeats que publica Nórdica con selección y traducción de Jordi Doce y espléndidas ilustraciones de Sandra Rilova.

Su título lo toma de uno de los cuarenta poemas que recoge el volumen, ‘Él desea las telas del cielo’:

Si tuviera las telas bordadas de los cielos, 
con luz de oro y plata entretejidos, 
las oscuras, añiles y vaporosas telas 
de la noche y la luz y la penumbra, 
dispondría mis telas a tus pies; 
pero, como soy pobre, solo tengo mis sueños; 
he extendido mis sueños a tus pies: 
pisa con suavidad, porque pisas mis sueños.

El irlandés W. B. Yeats (1865-1939) es uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, autor de una poesía en la que conviven lo autobiográfico y lo visionario, la expansión afectiva y la contención verbal, lo local y lo universal. 

A lo largo de su abundante obra se funden ejemplarmente vida y poesía, ideología y literatura para dar lugar a una producción en la que se concreta un peculiar diálogo entre el poeta y el mundo del que surge la expresión lírica, en la que el tono confesional cohabita con la alucinada voz del bardo o del oráculo o con la delicadeza melancólica de poemas como este magnífico ‘Cuando anciana’:

Cuando, anciana y canosa, te domine el cansancio 
y cabecees junto al fuego, toma este libro 
y léelo sin prisa, y sueña con la vieja 
ternura de tus ojos y con sus hondas sombras; 

cuántos amaron tus momentos de dicha y gracia 
y amaron tu belleza con amor noble o falso; 
pero un hombre amó en ti tu alma peregrina 
y también las tristezas de tu rostro voluble; 

y mientras te reclinas junto al hogar radiante 
musita con tristeza cómo el Amor huyó 
y anduvo a grandes pasos por las altas montañas 
hasta esconder su rostro en un tropel de estrellas.

Otras veces ese diálogo es el del poeta consigo mismo, como en sus poemas maduros, en los que la emoción y la política, el sueño y el paisaje, el mito clásico y las leyendas célticas o la memoria reivindicativa de las raíces irlandesas vertebran unos textos marcados por la conciencia aguda de la temporalidad y por la meditación, por la rosa esférica, las tumbas gaélicas bajo la lluvia o Bizancio, la ciudad a la que dedicó un memorable poema que comienza con esta estrofa en la versión de Jordi Doce:

Las impuras imágenes del día retroceden;
borracha, la imperial soldadesca dormita;
cede la resonancia nocturna, la canción 
noctámbula que sigue al gong catedralicio; 
un gran domo estrellado o lunado desdeña 
todo cuanto es el hombre, 
tantas meras complejidades, 
la cólera y el cieno de las venas humanas.

Dueño de un mundo propio de imágenes potentes que conjugan pensamiento y emoción en la conciencia aguda del paso del tiempo, Yeats, como Pound y Eliot, construye su  poesía desde una mirada y un pensamiento en los que se combinan, a veces de manera problemática, la tradición y la modernidad en la creación de un universo poético inconfundible.

“Desde el prodigio de sugerencia, sensualidad y virtuosismo musical de su poesía juvenil hasta la fuerza expresiva, el rigor formal y la vivacidad que caracterizan su estilo de madurez -escribe Jordi Doce-, aquí está todo Yeats: el poeta soñador y enamorado, el discutidor sentencioso y a veces procaz, el contemplativo, el mago amante de la mitología y el hermetismo…”

Probablemente la poesía contemporánea sería distinta, y peor, si W.B. Yeats no hubiera escrito algunos poemas esenciales que fundan una nueva manera de entender la poesía, como ‘Un aviador irlandés prevé su muerte’:

Sé que en algún lugar dentro de las nubes 
he de hallar mi destino; 
no odio a quienes son mis enemigos, 
no amo a quienes debo defender; 
mi país es Kiltartan Cross, 
mis paisanos los pobres de Kiltartan, 
ningún posible fin ha de quitarles nada 
o hacerlos más felices de lo que eran.
Ni leyes ni deberes me ordenaron luchar, 
ni estadistas ni masas entusiastas, 
un solitario impulso de deleite 
me empujó a este tumulto entre las nubes; 
todo lo sopesé, de todo hice memoria, 
los años por venir me parecieron vano aliento, 
vano aliento los años transcurridos 
en igualdad con esta vida y esta muerte.

Santos Domínguez 



 

29/3/23

Arturo Barea. Triunfo en la medianoche del siglo


 Michael Eaude.
Arturo Barea. 
Triunfo en la medianoche del siglo.
Renacimiento. Sevilla, 2023.

Hace más de veinte años, en 2001, el hispanista británico Michael Eaude publicó la primera edición de Arturo Barea. Triunfo en la medianoche del siglo, un libro basado en su tesis doctoral. En 2009 apareció la versión inglesa, notablemente ampliada, que sirve de punto de partida a esta reedición actualizada en la Biblioteca de la Memoria de Renacimiento.

Subtitulado ‘Biografía crítica y crítica biográfica de un escritor de clase obrera’, este ensayo aborda en una perspectiva global la vida y la obra de Arturo Barea (Badajoz, 1897- Londres, 1957). Eaude lo resume como un libro que examina “los siete años dorados de la creatividad plena de Barea, junto al fermento angustiado de sus primeros cuarenta años y el suave declive de los trece últimos.”

Y efectivamente, los siete años, de 1937 a 1944, que constituyen la fase más creativa de Arturo Barea son el eje de este ensayo que  explora sus circunstancias vitales y tiene como núcleo la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde, en la que la objetividad de la mirada, favorecida sin duda por la distancia temporal y el alejamiento del exilio, construye -en palabras de Eaude- “un retrato único de España en los cuarenta primeros años del siglo.”

Y con esa perspectiva las páginas de este ensayo abordan la vida de Barea hasta 1939 con el apoyo de las referencias autobiográficas sobre las que se sostiene la trilogía: la mirada infantil reflejada en La forja, la mirada del soldado de reemplazo sobre la guerra del Rif y el desastre de Annual en La ruta y la mirada del militante “socialista emocional” de los años de la guerra civil en La llama.

Su temprana orfandad, la abnegación de su madre, la protección de sus tíos y sus trabajos desde niño, su militancia sindicalista, su primer y desastroso matrimonio, sus desasosiegos y su conflictiva vida familiar y laboral, la actividad política y funcionarial al servicio de la República, su trabajo durante la guerra como jefe de la censura de prensa extranjera y sus charlas en la radio, para las que utilizó algunos de los relatos propagandísticos de su Valor y miedo.

En 1938, huyendo de los comunistas y acompañado ya de la austriaca Ilsa Pollock, una mujer decisiva en su vida y en su obra, salió Barea hacia el exilio en París. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial pidieron asilo político en Inglaterra, donde se instalará definitivamente y donde escribirá casi toda su obra.

En Inglaterra trabajó en las emisiones semanales de la BBC para Sudamérica, según sus propias palabras “cuentecillos y charlas”, que firmaba con el seudónimo ‘Juan de Castilla’ y que tienen poco valor literario.

Fue en Inglaterra donde Barea escribió y publicó las tres entregas de La forja de un rebelde (La forja, La ruta, La llama) primero en inglés, entre 1941 y 1946, en Londres, y poco después en un solo tomo en Nueva York. 

Cuando a finales de la década de los 40 la editorial argentina Losada quiso editar la trilogía, los manuscritos originales en español, si es que habían existido, habían desaparecido y fue Ilsa, la compañera austriaca de Barea, la que tuvo que traducirlos al español con los defectos y errores propios de quien como ella no dominaba el español. Errores muy considerables de todo tipo: ortográficos, morfológicos, sintácticos y léxicos. Por las prisas, por las circunstancias penosas del exilio o por otras razones desconocidas, Barea no revisó aquella traducción que se publicó en 1951 y que obligó a una segunda versión en 1954, con abundantes correcciones que no evitaron una cierta impresión de irregularidad estilística y de desaliño de la prosa.

Pero a pesar de esos defectos y de otros que resalta Eaude a lo largo de su ensayo, La forja de un rebelde es, por su valor histórico y testimonial sobre la España del primer tercio del siglo XX, una de las obras fundamentales de la literatura del exilio.

En una carta de 1941 resumía Barea el sentido de la primera parte de la trilogía:  “La forja no es un libro aislado, sino el comienzo de una revisión completa de todo lo que ha sacudido mi vida en contacto con la vida de la sociedad que me ha rodeado. [...] La forja le explicará cómo soy y de qué barro me han formado.” 

Por entonces ya tenía perfilado el plan de la trilogía, que avanzaba en esa misma carta cuando escribía que La forja “es el primero de tres libros que señalarán, si llegan a buen fin, las tres etapas más intensas de mi vida: la niñez, mi juventud (en los veinte años) desgastada durante cuatro años en África, precisamente en los años del desastre de Abd-el-Krim, y mi madurez (los cuarenta) en medio de la explosión que ha semidestruido nuestra patria.” 

Algo después, en 1943, en el prefacio a la edición inglesa de La ruta, que tituló ‘Novela y autobiografía’, Barea señalaba que su propósito era convertirse en la voz de los “millones que compartieron las mismas experiencias y desilusiones” que él. “Son llamados generalmente la gente ordinaria o el pueblo común o los de abajo. Yo fui uno de ellos. Y por eso he tratado de darles voz, de hablar en lugar suyo, no bajo forma de propaganda, sino ofreciendo simplemente la verdad mía.” 

Una verdad autobiográfica que transcurre desde principios de siglo hasta 1939 en un ciclo que explora sus raíces personales, las razones de su desarraigo y el origen de la guerra civil en forma de memorias noveladas de unos años en los que se produce la forja del individuo en una colectividad donde se perfila su adaptación al mundo. 

“Yo he escrito -decía Barea en una conferencia- una trilogía en la que he presentado lo que yo entendía que era la raíz del desastre español en mi generación, tal como mi generación lo había visto, tal como la vida de España se había desarrollado de 1900 a 1936.”

Quizá la parte más endeble del ensayo de Eaude sea su bibliografía, en la que se observan notables carencias. No es la menor, además de injustificable, la de no conocer la edición crítica de La forja de un rebelde en un solo volumen en Cátedra, que es la edición más seria de la obra de Barea y va precedida además de un imprescindible estudio introductorio de Francisco Caudet.

Entre los varios apéndices de desigual interés, hay que destacar el que cierra el volumen: un álbum que incorpora veintinueve imágenes de Barea, casi todas ellas de la época de su exilio en Inglaterra, donde murió de un infarto en la Nochebuena de 1957.


Santos Domínguez

 

27/3/23

Nuestros antepasados. Edición conmemorativa


  Italo Calvino.
Nuestros antepasados.
El vizconde demediado.
El barón rampante.
El caballero inexistente.
Edición conmemorativa.
Traducción de Esther Benítez.
Edición al cuidado de María J. Calvo Montoro.
Siruela. Madrid, 2022.


Con motivo del centenario del nacimiento de Italo Calvino, Siruela ha preparado una magnífica edición conmemorativa de Nuestros antepasados, la trilogía simbólico-fantástica que forman El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente.

Con la admirable traducción de Esther Benítez y la imprescindible ‘Nota 1960’, la introducción que Calvino redactó para la primera aparición conjunta de las tres novelas, el volumen reproduce también en el interior la portada de aquella primera edición de I nostri antenati en Einaudi, con un dibujo de Picasso.



Ha cuidado la edición María J. Calvo Montoro, que en el epílogo resume la trilogía como “tres historias y tres voces narrantes, Calvino y la indagación de múltiples lenguajes para hablar sobre las interferencias entre realidad e imaginación, sobre la transfiguración fantástica que opera en la trilogía, pero, sobre todo, para concentrar en un conjunto unitario la multiplicidad de su búsqueda en el mundo de las imágenes…”

Lo que empezó en 1951 con El vizconde demediado como un divertimento privado, acabó creciendo y tomando otra dimensión literaria hasta completar en sus tres fábulas lo que Calvino define en su Nota como “un árbol genealógico de los antepasados del hombre contemporáneo, en el que cada rostro oculta algún rasgo de las personas que están a nuestro alrededor, de vosotros, de mí mismo.”

Entre la condición escindida e incompleta del hombre contemporáneo que representa Medardo de Terralba en El vizconde demediado, y la falta de identidad en la armadura vacía de Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Suram (un interminable nombre para ocultar la nada) de El caballero inexistente, El barón rampante es la obra central de la trilogía y no solo por razones cronológicas sino porque es la que tiene, además de una extensión que dobla la de las otras dos, una mayor entidad literaria desde su misma concepción narrativa.

Así lo explicaba Calvino: “El hombre completo, que en El vizconde demediado todavía no había propuesto claramente, en El barón rampante se identificaba con quien consigue su plenitud al someterse a una ardua y reductiva disciplina voluntaria.”

Con ese planteamiento, Calvino construye la figura del noble Cosimo Piovasco de Rondó, que a los doce años, el 15 de junio de 1767, en un gesto de rebeldía irreversible, decide vivir el resto de su existencia (cincuenta y tres años más) encaramado en los árboles: “–¡No bajaré nunca más! Y mantuvo su palabra.”

En la actitud del barón, que no volverá a bajar de los árboles, y que desde su soledad distante vivirá las transformaciones revolucionarias de 1789 y se entrevistará con Napoleón, simboliza Calvino la idea motriz de su novela: que “el único camino para estar con los otros de verdad era estar separado de los otros, imponer tercamente a sí y a los otros esa incómoda singularidad y soledad en todas las horas y en todos los momentos de su vida, como es la vocación del poeta, del explorador, del revolucionario.”

En las tres novelas, la fantasía, el humor y el juego tienen como origen y fundamento una profunda reflexión sobre la condición humana, sobre la relación del hombre contemporáneo con su conciencia y con los demás, con la naturaleza y la historia, con la acción y la experiencia. En Medardo, Cosimo y Aguilulfo, los tres protagonistas simbólicos de estas tres asombrosas máquinas narrativas, Calvino proyecta un punto de vista distante y deshumanizador que produce la deformación cómica o grotesca de la realidad que caracteriza una buena parte de su literatura.

No son, pues, como podría parecer en un acercamiento superficial, puros juegos narrativos de literatura fantástica -que también-, sino rigurosas construcciones intelectuales que desarrollan diversas alegorías sobre la existencia y sobre los posibles modos de relacionarse con la realidad. 

Las divertidas peripecias que se desarrollan en las tres novelas atrapan al lector en una experiencia literaria inolvidable, pero se sostienen además sobre un profundo diseño intelectual que Calvino resume en estas palabras:

“He querido hacer una trilogía de experiencias sobre cómo realizarse en tanto que seres humanos: en el Caballero inexistente la conquista del ser, en el Vizconde demediado la aspiración a una plenitud por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad, en el Barón rampante una vía hacia la plenitud no individualista, alcanzable mediante la fidelidad a una autodeterminación individual. Tres grados de acercamiento a la libertad. Y al mismo tiempo he querido que fueran tres historias “abiertas”, como suele decirse, que ante todo se tengan en pie como historias, por la lógica del sucederse de sus imágenes, pero que comiencen su verdadera vida en el imprevisible juego de interrogaciones y respuestas suscitadas en el lector.”

Santos Domínguez 



24/3/23

Andrés Sánchez Robayna. Poesía completa

 

Andrés Sánchez Robayna.
En el cuerpo del mundo.
Poesía completa.
 Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023


Canta, ya sosegado, 
la lección de la sombra

Sientes, casi abrazados 
bajo un cielo de zinc, 
los árboles que llaman, 
los latidos del gris.

La sombra te enseñó 
piedad y paz, concordes.
Entra, pues, inocente, 
en las sombras del bosque.

Ese texto, el último de la sección ‘Nuevos poemas’, cierra el espléndido volumen En el cuerpo del mundo, que reúne la poesía completa de Andrés Sánchez Robayna en Galaxia Gutenberg.

La de Andrés Sánchez Robayna es una de las trayectorias poéticas más importantes de la literatura española de los últimos cincuenta años. Desde el inaugural Día de aire (1970) hasta Por el gran mar (2019), la jalonan libros imprescindibles como La roca, El libro, tras la duna o La sombra y la apariencia. Y antologías como El espejo de tinta o Al cúmulo de octubre, que resumen un luminoso itinerario poético y espiritual del autor hacia el cumplimiento de la poesía como revelación y conocimiento.

La insularidad y la luz, el viento y la playa, el tiempo del recuerdo y el presente de la celebración, las olas y las aves son algunos de los componentes esenciales de una poesía que ha ido ganando en desnudez y en profundidad a lo largo de los años, aunque ya en su primer libro se leían versos como estos, que prefiguran su búsqueda poética:

Mudo caminas bajo el día de aire. 
Excavas en la orilla la palabra
que dice el mar soplado. La palabra 
que late desde el fondo de la roca.
[…]
Te buscaste en las piedras y en las aguas. 
La noche toma el oleaje. Oscuro
tiempo de efigies que buscaste 
para saber el nombre de la claridad.

Tiempo, espacio y ser son los referentes de ese viaje a la claridad, de esa construcción de la identidad sobre los lugares de la memoria, porque -como ha escrito el propio Sánchez Robayna- “el poema busca arrojar luz sobre el ser y sobre la existencia. Busca, en sentido estricto, la iluminación.”

Con esa carta de navegación se orienta una poesía de enorme calidad en la que se armonizan ejemplarmente la contemplación y la meditación, las presencias y las ausencias, la melancolía elegíaca proyectada en el pasado y la celebración hímnica del presente. 

Y todo ello en un constante y difícil equilibrio entre la reflexión y la creación, entre la anécdota y su lectura transcendente, entre el espacio y el tiempo como ámbitos del texto, del sentir y el conocimiento.

Porque en los versos potentes y aéreos de Sánchez Robayna se cruzan lo autobiográfico con lo cósmico, la escritura con la naturaleza, la luz con la sombra, el azar con el destino, para sostener una concepción de la poesía como aventura, como reencuentro con una verdad perdida, como reconocimiento de una ignorancia, como revelación de lo real invisible, como viaje hacia el sentir absoluto, por usar la expresión del poeta.

Poesía que -escribía Robayna en los luminosos versos de Por el gran mar-, “atraviesa lo visible /.../ y lo invisible, entonces, muestra su realidad”, en una indagación en lo oscuro del misterio con palabras que “en su solo latido, traspasan la materia del mundo” y son el instrumento de expresión de la armonía de “una gota, solamente / de eternidad filtrada por el tiempo.”

Al final de esa búsqueda de la trascendencia frente a la temporalidad, de la disolución del yo y la revelación de la conciencia que caracteriza el itinerario poético de Andrés Sánchez Robayna, la serenidad se impone a la angustia, como sucede en el penúltimo fragmento de El libro, tras la duna:

Nube del no saber, espesa nube 
o niebla, nos circundas, nos disuelves 
en ti, nos anonadas, y nos fundes 
a tu indiviso ser, y desaparecemos.

Blanda materia de tiniebla y nada, 
acógenos. Que el cielo remontado 
alce nuestra ceniza y que seamos 
una nube cernida sobre el mar. 

Porque “lo real se entrega sólo en la desnudez. En lo concreto, en la carnalidad. En el cuerpo del mundo” que da título a este monumento poético que muestra, más que la evolución de una escritura, su esencial coherencia, su impresión de conjunto armónico y creciente, su mirada sostenida hacia 

el mar del que venimos y al que regresaremos.

Santos Domínguez 


22/3/23

Goya o el misterio de la lectura

  


Luis Martínez-Estudillo.
Goya o el misterio de la lectura. 
Grandes Temas Cátedra. Madrid, 2023.

“La lectura fascinaba a Francisco de Goya. A lo largo de su carrera nunca dejó de observar este complejísimo ejercicio -que hoy hemos normalizado hasta apenas advertirlo- con intensa y variada atención. Mujeres y hombres, aristócratas y plebeyos, jóvenes y viejos, eruditos y semianalfabetos, brujos y clérigos, incluso animales: el universo goyesco está repleto de lectores de la más diversa condición, que se acercan a los textos con curiosidad, miedo o deseo, o con intenciones de aparentar algo que no son, de provocar, de evadirse. Varias de sus obras más ambiciosas están atravesadas por esta fijación con la lectura”, escribe Luis Martínez-Estudillo, catedrático de la Universidad de Iowa, en Goya o el misterio de la lectura, un magnífico ensayo que publica Cátedra en su colección Arte Grandes Temas. 

Ochenta y dos reproducciones de alta calidad ilustran este volumen que aborda en magistrales análisis el significado profundo de distintos óleos, grabados y dibujos que reflejan la frecuencia con que los libros y la lectura se convierten en temas de la pintura de Goya, hasta el punto de que la reflexión sobre esa actividad es una de las claves sostenidas de su obra pictórica.

Uno de esos óleos es La Junta General de la Real Compañía de Filipinas, un cuadro poco conocido que Goya pintó en 1815. Es, junto con La era, el de mayores dimensiones de su obra, y su misterioso sentido lo convierte en una de sus obras más fascinantes. A explorar el sentido crítico y la modernidad de enfoque que se refleja en esa pintura sobre la vacuidad, el aburrimiento y la ausencia indiferente dedica Martínez-Estudillo algunas de las páginas más iluminadoras de su ensayo, que recoge también, además de retratos de ilustrados, el análisis de pinturas negras como El aquelarre y La lectura o Los políticos y un abundante muestrario de Caprichos y Disparates (Aquellos polvos, Contra el bien general, Hasta su abuelo, Esto sí que es leer, Devota profesión …) y dibujos como Más provecho saco de estar solo, Animal de letras o Don Quijote, que reflejan una abundante presencia de lectores en obras con las que Goya exploró las variadas dimensiones de la lectura, un fenómeno en expansión que modificaría en aquellos años la vida de los europeos.

El carácter ambiguo o enigmático de la lectura y la indeterminación del sentido de esa actividad compleja están en la base de la mirada de Goya, que “no contribuye a aclarar el misterio de la lectura, sino que lo hace más profundo y provocador. Se acerca con ambigüedad a una actividad que de por sí genera ambigüedad, recreándose en esta misma vaguedad. En ciertas imágenes goyescas, algunos lectores se elevan hacia la luz de la razón, mientras que en otras escenas el leer hace más densas las sombras de la superstición, de la intolerancia o de las bajas pasiones.”

La ironía y la sátira atraviesan la mirada del pintor hacia un mundo “en el que Goya veía cada vez más gente leyendo”. Un mundo que “se le reveló, además como un mundo y unas gentes legibles, un gran libro en el cual él habría de inscribir su propia obra”.

De ahí la mirada crítica a la sociedad y a la perversión de la lectura que evidencian muchos de los cuadros de Goya, porque “en su obra la lectura es una actividad transformadora, pero no necesariamente un camino de perfección”, escribe Luis Martínez-Estudillo en este magnífico libro que ilumina una parte esencial de la pintura goyesca.

Santos Domínguez 


20/3/23

Rainer Maria Rilke. Elegías de Duino

 

Rainer Maria Rilke.
Elegías de Duino. 
Nueva edición con poemas y cartas inéditos.
Edición y traducción de Adan Kovacsis y Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2023.

¿Quién si yo gritara llegaría a oírme desde los coros
de los ángeles? Y si uno de ellos acabara incluso
por tomarme en su corazón, me fulminaría entonces
su existencia más potente, pues lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, casi insoportable para nosotros,
que tanto lo admiramos porque impasible desdeña
aniquilarnos. Qué terribles son todos los ángeles.

Así comienza la ‘Elegía Primera’ en la nueva traducción de Adan Kovacsis y Andreu Jaume de las Elegías de Duino, que edita Lumen cuando se cumple un siglo de su publicación.

“Rilke fue en cierto sentido el poeta más religioso desde Novalis, pero no estoy seguro en absoluto de que tuviera ninguna religión. Él veía de otra manera. De una manera nueva e íntima”, escribió Musil en un texto que se recoge en este volumen para abrir el magnífico prólogo titulado ‘El tiempo de lo decible’ que comienza así: “Cuando, en enero de 1912, Rilke, mientras bajaba por el acantilado de Duino hacia la playa Sistiana, oyó la voz que le dictó el verso inicial de lo que acabaría siendo la «Elegía primera», se estaba adentrando en el último periodo creativo de su vida, una década en la que iba a eclosionar todo lo que había perseguido en su obra anterior aun sin acertar a concretarlo.”

Así arrancaba el proceso creativo de unos textos escritos en un prolongado periodo de tiempo, a lo largo de una década, entre enero de 1912 y febrero de 1922, entre dos castillos: el de Duino en la costa de Trieste y el de Muzot en Suiza, diez años de búsqueda de un camino de perfección entre la belleza y el espanto, dos constantes rilkeanas de las que habló memorablemente Antonio Pau en una obra imprescindible sobre el poeta. Diez años en los que Rilke, como Mahler, como Kafka, como Zweig, como Musil, vio hundirse una civilización y una idea de Europa.

Con las Elegías de Duino, no sólo su cima poética, sino también una cumbre de la poesía europea, escribió un poema esencial del siglo XX, semejante en potencia visionaria y en ambición verbal a Espacio de Juan Ramón Jiménez y a los Cuatro cuartetos de Eliot. Un poema único articulado en diez partes que mantienen entre sí una serie de líneas de comunicación y que adquieren su verdadera dimensión en el conjunto.

En el irrepetible tono oracular de palabra inspirada con que arranca la ‘Elegía Primera’ ya están fijadas la tonalidad poética y la voz lírica que van a recorrer toda la obra:

Decido pues contenerme y reprimo la llamada
de un oscuro llanto. Ay, ¿a quién seremos capaces
de recurrir? No a los ángeles ni a los hombres
–y los sagaces animales empiezan a darse cuenta
de que ya no estamos demasiado seguros
en el mundo interpretado–. Tal vez nos quede algún
árbol allá en la ladera para poder verlo
todos los días. Y nos queda la calle de ayer
y esta caprichosa lealtad de una costumbre
que se sintió a gusto entre nosotros y ya no se fue.

Pero además a lo largo de esa primera composición, se anuncian, como en una obertura, los temas que van a ir desarrollándose en el conjunto de las Elegías: el ángel y ese animal de fondo que prefigura la última poesía juanramoniana, el viento de la noche, el amor y la muerte, la misión del poeta y su palabra salvadora, la relación entre los vivos y los muertos en el marco de una meditación existencial sobre el sentido de la vida, sobre la soledad y el vacío del hombre, sobre el abismo entre lo humano y lo permanente.

Entre dos impulsos, el cósmico y el visionario, las Elegías de Duino son una exploración en los límites, una indagación en lo invisible a partir de la relación entre la naturaleza y la conciencia, entre la mirada exterior y la mirada interior, entre el mundo visible y el mundo invisible.

Ese ámbito abierto y ascendente es el del ángel que simboliza el espacio de la transición quebrada entre esos dos mundos, entre la realidad y el misterio, entre los vivos y los muertos, entre la fugacidad y lo infinito. Es el espacio propio de esos ángeles que vio Rilke en los cuadros del Greco en su visita a Toledo, “ciudad del cielo y de la tierra”, que unifica en una sola visión, como la del pintor, “las miradas de los muertos, de los vivos y de los ángeles.” 

Rilke se instala así al filo del abismo con una ambición poética que le permite moverse entre el cielo y la tierra, indagar en lo cósmico y a la vez en lo telúrico, elevarse y abismarse con una mirada que va de lo exterior a lo interior buscando el espíritu de las cosas en un proceso de transformación espiritual que le lleva de la percepción a la conciencia, de lo negativo a lo positivo. Como esos ángeles 

Afortunados al alba, mimados de la creación, 
altas cordilleras, largas cumbres aurorales 
de todo lo generado; polen de la deidad floreciente, 
articulaciones de la luz, pasillos, escaleras, tronos, 
espacios de esencia, escudos de dicha, conmoción 
de tormentosos entusiasmos y, de pronto, único, 
el espejo que devuelve la propia belleza emanada 
alumbrándose de nuevo en el propio semblante.

Es un viaje hímnico y meditativo hacia lo íntimo, hacia el interior de una conciencia proyectada ya en el mundo exterior:

Sí, las primaveras te necesitaban. Algunas estrellas 
te creían capaz de sentirlas. Una ola  
se levantó hacia ti en el pasado o es que al pasar 
por delante de una ventana abierta 
se te ofreció un violín. Era toda una misión.
Pero ¿llegaste a cumplirla?

Porque “la transformación -afirman Adan Kovacsis y Andreu Jaume en su prólogo- es probablemente el término clave de las Elegías de Duino, como lo es de los Sonetos a Orfeo, las dos obras que conforman el testamento de un poeta para una cultura en crisis.”

En ese proceso de transformación, en este “ciclo de la mutación”, la despedida y la ausencia, el silencio y el trayecto de lo visible a lo invisible, de lo cotidiano a lo trascendente, de lo contingente a lo intemporal, de lo cerrado a lo abierto, se convierten en los núcleos de sentido de las Elegías,  eje de una lírica de la finitud anclada en la conciencia de que la misión del poeta es hacer decible lo indecible y convertir lo terrenal en invisible, porque, escribe Rilke al comienzo de la ‘Elegía Tercera’:

Una cosa es cantar a la amada y otra, ay, 
al oculto y culpable dios fluvial de la sangre.

Es en las cuatro últimas elegías donde se produce ese salto ontológico y poético de transformación y afirmación que salva el abismo en el que las seis primeras habían situado al hombre y reclama la plenitud de la existencia desde la cercanía conseguida con el ángel y la afirmación de la condición humana, 

porque estar aquí es tanto; y porque todo 
lo que hay aquí, tan efímero, nos requiere, se diría 
y extrañamente nos incumbe, a nosotros, los más efímeros, 
pero solo una vez cada cosa, una vez y nunca más.
Y nosotros también una sola vez y ya nunca más, 
pero este haber sido una vez, aunque haya sido único,  
este haber sido en la tierra, parece irrevocable.

Porque las Elegías de Duino, explican los editores, “constituyen también el intento de revertir esa separación entre el decir poético y la verdad, devolviendo la belleza a su lugar originario.”

Esta nueva edición, que presenta el texto exento para facilitar una lectura fluida del conjunto, añade en páginas sucesivas un conjunto de notas aclaratorias sobre las diez elegías; incorpora un abundante repertorio de poemas del ámbito creativo de las Elegías, como la magnífica ‘Trilogía española’ que escribió en Ronda en enero de 1913, y un buen número de cartas coetáneas a la composición de los poemas, “en las que el poeta comenta experiencias, lecturas y cuestiones que resultan muy iluminadoras para entender los poemas.”

Cierran la edición un facsímil del manuscrito de la ‘Elegía Cuarta’; el texto completo de la versión original alemana de las Elegías y una cronología de la vida del poeta. Así termina el texto relativo a 1926:

“En diciembre vuelve al sanatorio de Val-Mont. El 29 de diciembre muere de leucemia en Val-Mont. Es enterrado el 2 de enero de 1927 en el cementerio de Raron, en el Valais. En su lápida se graban unos versos suyos que él mismo había elegido como epitafio: «Rosa, oh contradicción pura, deleite / de ser sueño de nadie bajo tantos párpados».”

Hay que volver a Musil para cerrar esta reseña y recordar que Rilke “no fue una cumbre de esta época, fue una de esas alturas en las que el destino del espíritu hace pie para pasar sobre las épocas.”

Santos Domínguez 



17/3/23

Samuel Bossini. La Luz decapotable

  


Samuel Bossini.
La Luz decapotable.
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2021

ACTO 9

El sol negro quema.

Aquel momento misterioso. Donde apoyaron el mentón sobre una manzana y vieron arder el árbol. El corazón tira su lámpara al pozo. La melancolía quema sus ropas. Esparce sus cenizas sobre los que no sueñan. Existe un punto en la madrugada donde el fantasma se desnuda. Un punto que no es más ancho que una cornisa. La mirada se ve obligada a detenerse en la superficie. Máquina de funcionamiento ingenioso e inútil. Ni sombra ni reflejo. Opacidad sin misterio. Adivinanzas. Acertijos.
Ensamblajes. Cajas con doble fondo. Miradas de doble fondo. De este mundo ya no podemos salir. Todo está detenido. Tan alejado como posible. La mano llega a tocar sin reconocer. Y quien tiembla encoge los párpados.

Las espinas, dentro del fruto, estallan en sangre bajo la mesa.

Nunca hay nada más allá del Ojo.


Es uno de los treinta y ocho potentes textos de Samuel Bossini que forman parte de La Luz decapotable, que publica El sastre de Apollinaire.

Unidos por esa frase inicial (“El sol negro quema”) que los abre y les da continuidad, los treinta y ocho actos en los que se articula son una sucesión torrencial de imágenes poderosas, un conjunto poético recorrido por el ritmo rápido, la palabra investida de sacralidad y la frase recortada y precisa, por una música sincopada y una mirada fértil en revelaciones y en iluminaciones en la noche oscura de la travesía del desierto o del bosque:

ACTO 12

El sol negro quema.

Los dedos llegan hasta la brasa. Como pantano, como runa, como pie negro sobre sábana blanca. El corazón esconde las cruces. Esconde el celular sin contactos. Se puede gritar en la catedral. Se puede gritar en el subte. Se puede gritar pisando el cieno. Las luces de led dejan las rodillas tibias. Dentro del bosque está enterrada la baraja del loco ahorcado y del mendigo con los ojos en cruz. Ningún poema es una roca. Ningún poema es para todos. Es en la hoguera donde se juegan las verdaderas partidas. Donde las camisas se enfrían. El vacío tiembla. Sólo en la hoguera el vacío tiembla.

Está muy cerca la aparición del Crucificado.

Y será el resplandor lo tangible.

El Crucificado mastica el muérdago y la sal.

La ceniza es la copa de Agua del solitario.

Volcánicos y oníricos, los poemas de La Luz decapotable son asedios creativos a la simbología mistérica de sus visiones, trazos verbales que con sus rápidas pinceladas y la expresividad vertiginosa de su tono invocatorio transfiguran la realidad en el rito de ese viaje sin regreso en que consiste la poesía verdadera:


ACTO 3

El sol negro quema.

Hablar y cantar dentro de largos esqueletos.

Trozos de sombra sobre el plato. Escuchar la sombra saltar en los techos. Escuchar la Rosa cuando acaba el día. Las piedras pesan en los zapatos. Voz acumulada. Las gotas se secan antes de llegar al piso. Y la Dama y su vestido rojo queman el anillo. Huir. La lluvia busca en la ropa algún rastro de sus ojos. Son los nudos los que abren la puerta. Vidrio partido en los bolsillos. Tormenta que pacta con las mejillas para suavizarlas. El corazón se alza hasta lo más alto del jardín. Tiemblan las pantorrillas. Parte la amada dibujando su silueta en el Aire.

El Crucificado queda en el cuarto, solo, dibujando con las yemas de los dedos su cielo.

Fuera del Amor nadie te salva.

Santos Domínguez 



15/3/23

Antonio Machado. Poesía completa


 Antonio Machado.
Poesía completa.
Edición de Víctor Fernández.
DeBolsillo. Barcelona, 2023.


“Antonio Machado siempre se mostró muy cuidadoso con su obra poética. Buena prueba de ello fue su empeño en reunir, bajo la denominación de Poesías completas, su producción lírica más relevante, una edición que renovó sin cesar desde que apareció la primera en 1917 de la mano de la Residencia de Estudiantes y hasta la última, que vio y pudo preparar el poeta, en 1936. Cuando falleció en el exilio, en 1939, Machado dejaba tras él un puñado de poemas que no constaban en la última entrega de Poesías completas, principalmente los escritos durante la Guerra Civil y el último verso conocido redactado en el destierro: «Estos días azules y este sol de la infancia».
La presente edición tiene en cuenta el trabajo que a lo largo de los años han realizado los responsables del estudio y publicación de los poemas de Antonio Machado, muy especialmente a Oreste Macrì y a Manuel Alvar, así como los descubrimientos llevados a cabo por Jordi Doménech, Ian Gibson y Rafael Alarcón Sierra. En los últimos años, los estudios machadianos se han visto enriquecidos con la apertura a los investigadores de una serie de manuscritos del poeta que han sido milagrosamente conservados por sus herederos y están hoy custodiados por la Fundación Unicaja. A ellos, se le suman también los que se guardan en la Institución Fernán González, de Burgos, y que son los que tuvo en su poder Manuel Machado, hermano de Antonio, hasta su muerte. En este libro, se recoge una pequeña muestra de ese material, así como el primer poema publicado de don Antonio.
Asimismo se incluye el poema que Machado siempre puso como prólogo en todas sus ediciones y que firma Rubén Darío. También aparece una composición escrita por un lector, que se enamoró de la poesía de Machado, tras leer la edición de 1917. Ese lector se llamaba Federico García Lorca”, escribe Víctor Fernández en la nota que abre su edición de la poesía completa de Antonio Machado en DeBolsillo.

Subtitulado Este sol de la infancia, en recuerdo del último verso que escribió Machado, su introducción evoca los últimos meses de la vida del poeta en el Madrid asediado de 1936, en Valencia y en Barcelona, etapas de un itinerario final marcado por la guerra y el deterioro físico del hombre enfermo y derrotado que moriría en Colliure en los primeros días del exilio, el 22 de febrero de 1939.

Quizá en ningún poeta español del siglo XX se funden de manera tan inseparable vida y poesía, biografía y literatura como en Antonio Machado. Hay siempre en sus versos una reunión ejemplar de vida y obra, un equilibrio entre ética y estética que justifica el calificativo de maestro reconocido por las generaciones posteriores.

El proceso evolutivo que hay en Machado desde la nostalgia ensimismada y solitaria de Soledades hasta el encuentro con los demás y consigo mismo a través del otro, se concreta en su viaje desde la melancolía al compromiso, desde el límite de la propia identidad en la contemplación de las opacas galerías del alma a la alternativa de los complementarios Juan de Mairena y Abel Martín, en un itinerario que orienta su evolución poética y personal desde el interior de sí mismo hasta el reconocimiento en el paisaje y en los otros.

Ese itinerario iniciado en el modernismo intimista y simbolista de Soledades, depurado por la influencia de Bécquer, culmina en el cancionero apócrifo de Juan de Mairena, Abel Martín y los complementarios, con la decisiva estación intermedia de las dos ediciones de Campos de Castilla o la poesía meditativa y sapiencial de las Nuevas canciones.

Y en toda esa trayectoria el núcleo temático de la temporalidad se alza como eje articulador de una obra construida desde la concepción de la poesía como palabra en el tiempo y como diálogo del hombre con su tiempo.

Una presencia que atraviesa toda su obra, desde poemas como este de Soledades. Galerías. Otros poemas: 

Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean…
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.

O este magnífico soneto de Nuevas Canciones: 

Esta luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.

Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.

Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.

Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.

Ese proceso culmina en “la amargura del tiempo envenenado” de la ‘Muerte de Abel Martín’, que termina con esta estrofa:

Y sucedió a la angustia la fatiga, 
que siente su esperar desesperado, 
la sed que el agua clara no mitiga, 
la amargura del tiempo envenenado. 
¡Esta lira de muerte! 
Abel palpaba
su cuerpo enflaquecido. 
¿El que todo lo ve no le miraba? 
¡Y esta pereza, sangre del olvido! 
¡Oh, sálvame, Señor! 
Su vida entera, 
su historia irremediable aparecía 
escrita en blanda cera.
¿Y ha de borrarte el sol del nuevo día?
Abel tendió su mano
hacia la luz bermeja
de una caliente aurora de verano,
ya en el balcón de su morada vieja.
Ciego, pidió la luz que no veía.
Luego llevó, sereno,
el limpio vaso, hasta su boca fría,
de pura sombra -¡oh, de pura sombra!- lleno.

Cierra el volumen un utilísimo índice combinado de poemas y primeros versos que permite un acceso rápido a los cientos de textos machadianos reunidos en esta edición.


Santos Domínguez 

13/3/23

Stefan Zweig. El mundo de ayer


 Stefan Zweig.
 El mundo de ayer.
Traducción de Eduardo Gil Bera.
Alianza Editorial. Madrid, 2023. 


 “Porque estoy desligado de todas las raíces y hasta de la tierra que las nutría como pocas veces se ha visto a lo largo del tiempo. Nací en 1881, en un imperio grande y poderoso, la monarquía de los Habsburgo; pero no la busquen en el mapa, ha sido borrada sin dejar rastro. Crecí en Viena, la bimilenaria metrópoli internacional; y la he tenido que dejar como un criminal, antes de su degradación a ciudad provinciana alemana. Mi obra literaria ha sido reducida a cenizas en la lengua en que la compuse y en el mismo país donde mis libros habían obtenido la amistad de millones de lectores. Así que, extranjero en todas partes y huésped en el mejor de los casos, ya no soy de ningún sitio; también he perdido a Europa, la patria que había elegido mi corazón, desde que se desgarra y suicida por segunda vez en una guerra fratricida. He sido testigo, contra mi voluntad, de la más terrible derrota de la razón y el triunfo más salvaje de la brutalidad en la crónica de los tiempos. Nunca una generación sufrió una recaída moral semejante a la nuestra desde una elevación espiritual comparable, y en modo alguno lo registro con orgullo, sino con vergüenza. En el breve intervalo que va desde que empezó a crecerme la barba hasta ahora que comienza a volverse gris, en ese medio siglo, se han sucedido más transformaciones y cambios que antes en el curso de diez generaciones, y cada uno de nosotros siente que es un tanto excesivo. Mi hoy es tan diferente de cualquiera de mis ayeres, mis ascensos y mis caídas, que a veces me parece que no he vivido una, sino varias existencias totalmente distintas”, escribía Stefan Zweig en el prólogo de El mundo de ayer, que publica Alianza Editorial con una nueva traducción de Eduardo Gil Bera.

Desde esa perspectiva desarraigada, desde la lucidez amarga que a veces da la desolación, un Zweig en el exilio aborda en El mundo de ayer la desaparición de un modelo político y cultural en la Europa de comienzos del siglo XX.

Subtitulado Memorias de un europeo, lo escribió en 1941, durante sus últimos meses de vida, y se publicó poco después de su suicidio en 1942 y desde entonces se considera un libro imprescindible para entender la última fase del imperio austro húngaro, la situación crítica de la Europa de entreguerras que está en la raíz de las dictaduras comunistas, del nazismo y del fascismo que abocaron a la Segunda Guerra Mundial.

El mundo de la seguridad se titula nostálgicamente el primer capítulo, que evoca la aparente estabilidad de aquel mundo brillante y frágil, que tenía como emblema y como centro la Viena artística y refinada de 1900 y que sería arrasado con la Gran Guerra:

Si pretendo dar con una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial en que crecí, creo ser de lo más preciso si digo que fue la edad de oro de la seguridad. En nuestra monarquía austriaca casi milenaria, todo parecía basado en la duración, y el propio Estado figuraba como el mayor garante de esa continuidad. […]
Hoy, cuando aquel mundo de seguridad hace tiempo que fue arrasado por la gran tormenta, sabemos de una vez por todas que era un castillo de naipes. Con todo, mis padres vivieron en él como si fuera una casa de piedra. Nunca irrumpió en su existencia cálida y acogedora ninguna tempestad ni corriente de aire, y es que disponían de una protección especial contra el viento, era gente pudiente que se hizo rica e incluso muy rica, y eso, en aquella época, era un aislante seguro de muros y ventanas. Su manera de vivir me parece tan típica de la llamada «buena burguesía judía» -aquella que prestó a la cultura vienesa valores tan esenciales y que, en agradecimiento, fue exterminada totalmente- que, con el informe sobre su existencia sosegada y silenciosa, en realidad cuento algo impersonal: diez o veinte mil familias en Viena vivieron como mis padres en aquel siglo de los valores asegurados.

Sus páginas autobiográficas reconstruyen la memoria de los años formativos de infancia y juventud, la insatisfacción con los modelos pedagógicos autoritarios y deshumanizados que sufrió, ajenos a que fuera de las aulas “había una ciudad rebosante de mil atractivos, una ciudad con teatros, museos, librerías, universidad, música y donde cada día traía nuevas sorpresas. Así fue como nuestra hambre retrasada de saber, la curiosidad placentera, intelectual y artística que en la escuela no encontraba alimento alguno, nos lanzó apasionadamente al encuentro de todo lo que pasaba fuera de la escuela. Al principio, solo dos o tres de nosotros descubrimos en nuestro interior esos intereses artísticos, literarios y musicales, luego fueron una docena, y finalmente casi todos. […] Ese entusiasmo por el teatro, la literatura y el arte era en sí algo muy natural en Viena.”

Así comienza a frecuentar los ambientes vieneses de los cafés, la ópera y el teatro de comienzos de siglo el joven Zweig, que destaca la aportación de la burguesía judía a aquel florecimiento cultural:

Con su amor apasionado a esta ciudad y su voluntad de integración, se habían adaptado totalmente y eran felices al servicio del prestigio de Austria. Sentían su temperamento calidad de austríacos como una misión ante el mundo y, hay que repetirlo en honor a la verdad, una buena parte, si no la mayor, de lo que Europa y América admiran hoy como expresión de una nueva cultura austriaca resucitada en la música, la literatura, el teatro y las artes aplicadas se creó por los judíos de Viena, que, con esa enajenación, alcanzaron a su vez un logro altísimo de su milenario impulso espiritual.

El despertar de la vocación literaria con el ejemplo estimulante de Hofmannsthal y Rilke; las transformaciones sociales y políticas y la irrupción de las masas en la historia; la estrecha moral social sobre la sexualidad; la libertad de los años universitarios en Viena y Berlín; el primer respaldo literario del influyente Theodor Herzl, la admiración sostenida por el poeta belga Émile Verhaeren; el descubrimiento juvenil de un París que ya no existe cuando escribe estas páginas con brillante vivacidad descriptiva para evocar los paseos por sus calles; el profundo retrato de la figura de Rilke, al que frecuentó en París; los viajes a Inglaterra, España, Italia o Estados Unidos, “rodeos en el camino a mí mismo”; la tormenta devastadora de la Primera Guerra Mundial y la ruina de Austria y Alemania; el periodo de entreguerras y la esperanza de recuperación; la llegada al poder de Hitler; el viaje a la Rusia soviética y la visita a la tumba de Tolstói; el afán coleccionista; el asalto nazi a las instituciones; la colaboración con el músico Richard Strauss; el acoso en Salzburgo, y la salida desolada al exilio sin retorno en Inglaterra:

Por Salzburgo, la ciudad donde estaba la casa en la que trabajé veinte años, pasé sin siquiera bajarme en la estación. Claro que habría podido ver por la ventanilla del vagón mi casa en la colina con todos los recuerdos de los años vividos. Pero no miré. ¿Para qué, si ya nunca volvería a vivir en ella? Y en el instante en que el tren pasó la frontera, supe, como el patriarca Lot de la Biblia, que detrás de mí todo era polvo y ceniza, pasado petrificado en sal amarga.

Esas son algunas de las piezas con las que Zweig traza su autobiografía dibujándola sobre el telón de fondo un panorama global de la sociedad para completar su imagen de una época desaparecida en las convulsiones violentas de aquellos años o en la caída de Austria:

Creí haber previsto todas las cosas horribles que podrían suceder si el sueño de odio de Hitler se cumplía y ocupaba como triunfador la ciudad que lo rechazó como joven pobre y sin éxito. Pero, ¡qué apocada, pequeña y lamentable se reveló mi fantasía y cualquier otra humana, frente a la inhumanidad que se desató aquel 13 de marzo de 1938, el día en que Austria y con ella Europa cayó víctima de la violencia destapada!

Superando los límites de unas simples memorias personales, Zweig reconstruye en El mundo de ayer, quizá su mejor libro, la memoria intrahistórica de cuarenta años de una Europa que desapareció para siempre con la ruina moral, la destrucción material y la catástrofe humana de dos guerras mundiales. Y lo hace consciente de que, como él mismo señala, “es mil veces más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera anímica. Su expresión no se encuentra en los acontecimientos oficiales, sino más bien en pequeños episodios personales como los que me gustaría insertar aquí.”

Es la mirada lúcida de un hombre sin patria y sin futuro que escribe desde la desposesión y la pérdida sobre una época decisiva, con su habitual agilidad narrativa y con la aguda perspicacia de sus observaciones. 

Y con esa mirada intrahistórica que funde lo personal y lo público, Zweig nos deja una profunda reflexión sobre la barbarie en un libro imprescindible para entender desde dentro el desplome de una civilización y la desintegración de una cultura.

Este es el potente final de El mundo de ayer:

Y supe que una vez más todo lo pasado quedaba atrás y todo lo logrado se frustraba: Europa, nuestra patria para la que hemos vivido, destruida mucho más allá de nuestras vidas. Algo distinto comenzaba, una nueva época; pero, hasta llegar a ella, ¡cuántos infiernos y purgatorios quedaban por pasar!

El sol lucía con fuerza y plenitud. Al regresar, observé mi propia sombra ante mí, igual que veía la sombra de la otra guerra tras la de ahora. Esa sombra no se apartó de mí en todo este tiempo, sobrevoló día y noche todos mis pensamientos; quizá su contorno oscuro yace también en algunas páginas de este libro. Pero toda sombra es, después de todo, también criatura de la luz, y solo quien ha experimentado claridad y oscuridad, guerra y paz, ascenso y descenso, ha vivido de verdad.

Santos Domínguez 

10/3/23

Antonio Crespo Massieu. El dolor que amamos

 

Antonio Crespo Massieu.
El dolor que amamos.
Bartleby Editores. Madrid, 2023.
 

Este ángel sostiene el dolor del mundo, 
es balanza de la historia, equilibrio del mal. 

Ojos cerrados, abierta llaga en el costado, 
manos heridas, paño blanco, sexo insinuado, 
la mano doblada, la espalda vencida. 
El cuerpo enorme, inerte, descoyuntado.
Y el leve abrazo. En él descansa. 
En su cara de ángel niña toda la piedad y el desconsuelo.

Si dejara de abrazarle, de rozar su pelo con la cabeza 
inclinada del hombre muerto, este caería. 
El paño azul, el ala del ángel, 
nada sería vertical, ningún esfuerzo sostendría el dolor.

Este ángel tan pequeño sostiene el hombre muerto, 
la mujer muerta, las niñas, los niños muertos.
Este es el ángel de la piedad descendida 
para sostener el frágil equilibrio del mundo. 
Hay olivos, la ciudad al fondo, un paisaje de calaveras.
Y la luz. 
La luminosa piedad abrazando la ciudad de los hombres.

Así pintó Antonello da Messina el ángel que sostiene el muerto.
El ángel que llora sin lágrimas. 
El ángel que sostiene el mundo.

Con ese poema -‘El ángel de la piedad y la luz’- abre Antonio Crespo Massieu su libro más reciente, El dolor que amamos, que publica Bartleby Editores.

Organizados en dos partes -“El acróbata de la noche”, “Y quedan interrogados e imperfectos”-, sus veinte poemas proponen un recorrido por los temas que se sugieren en el título y en ese poema pórtico: el dolor y el amor, la memoria de la herida, la emoción y la piedad, la desolación del tiempo y el vacío, las desapariciones que pueblan con su recuerdo las “Referencias y dedicatorias” que cierran el libro.

Y frente a todo eso, frente a las pavesas de las hogueras y la destrucción, la palabra y la memoria como alternativas frágiles de permanencia contra la nada, el deslumbramiento de la música y la poesía como bengalas de luz que alumbran -aunque sea fugazmente- en lo oscuro. Como Claudio Rodríguez y Bach, como Proust y Le Jeune, como Debussy y Guadalupe Grande, como los ángeles que sobrevuelan el libro para sostener el hilo del tiempo, el “ángel mínimo que rescata y orilla la esperanza”, como el ángel pequeño de los hospitales “con un ala en la vida y otra en la muerte”, como el ángel casi humano de las “alas perdidas y recobradas” cuando “la piedad y el amor tejieron una capa de plumas / y la única verdad fue la belleza y el asombro”, como el ángel de Federico, que “sostiene el canto, la memoria, el sueño, el regreso.”

O Como el ángel invisible que 

detiene el tiempo y todo regresa 
pues aquí vive la vida no cumplida, 
lo imposible espera, el advenimiento de la justicia 
o el clamor repetido de todas, todos, los humillados.
[…]
el ángel de los desposeídos de la tierra, 
los humildes, los que en la noche de los siglos 
claman justicia, las de voz afónica, las erguidas 
en el tiempo del desprecio.

Frente a ese tiempo del desprecio, la destrucción y el olvido, la memoria y la palabra se conjugan en el poema final, que nombra a ‘Los efímeros’, tres muertos jóvenes (Marie-Louise Antelme, Lucía Modiano, Enrique Ruano) para cerrar con estos versos: 
 
Alabanza efímera, 
                               ausencia, 
                                              caída, 
leve peso en el mundo.
       

Santos Domínguez 


8/3/23

Stefan Zweig. Cuentos completos

 

Stefan Zweig.
Cuentos completos.
Traducción de Alberto Gordo.
Páginas de Espuma. Madrid, 2023.

Por mi parte, estoy segura de que él es el asesino, pero me falta la última prueba, la definitiva.

Así comienza ¿Fue él?, un relato que, por debajo de su superficie aparentemente simple, revela en la complejidad de su intriga y en su fondo elusivo la ejemplar maestría narrativa de Stefan Zweig.

Es uno de los títulos que recoge la monumental edición de sus Cuentos completos, que publica Páginas de Espuma con una admirable traducción de Alberto Gordo.

Ordenados cronológicamente, desde los iniciales Sueños olvidados y Primavera en el Prater hasta el póstumo Novela de ajedrez y el inacabado Wondrak, se reúnen en este impresionante volumen casi medio centenar de títulos entre cuentos y novelas cortas que resumen más de cuarenta años de la narrativa breve de Zweig.

Cuarenta años que reflejan no sólo su evolución literaria, sino también la repercusión que tuvieron en su obra acontecimientos trágicos como las dos guerras mundiales que demolieron el esplendor de aquella Viena en la que Zweig había vivido y donde escribió sus primeras obras.

Por eso, leídas cronológicamente, estas narraciones dibujan la ruina de una civilización y su repercusión en la mirada cada vez más desolada y en la escritura cada vez más sombría de Zweig, testigo y víctima de la desaparición del que llamó en sus memorias El mundo de ayer.

Uno de sus mejores relatos, Mendel el de los libros, de 1929, marca claramente esa inflexión hacia el fin de una época ya desaparecida. Se cierra con una frase en la que Zweig reivindica que “los libros solo se escriben para unir a las personas más allá de su propio aliento y para defendernos del implacable enemigo de cualquier vida: la transitoriedad y el olvido.”

La sutileza psicológica, el trazado profundo de los caracteres y las indagaciones en las zonas oscuras de la conciencia son algunas de las marcas propias de una técnica narrativa que permite entrar en los mundos secretos de la conciencia, que Zweig explora bajo la influencia del psicoanálisis para revelar las obsesiones de sus personajes complejos y sus relaciones conflictivas con un mundo problemático. 

La relación entre los textos y el contexto histórico y cultural que reflejan, la profundidad en el estudio de los personajes femeninos, la introspección emocional en la condición humana, el conflicto entre la realidad y el deseo, entre la voluntad soñadora y el destino de una existencia prosaica y anodina, entre la pasión amorosa y el dolor, la melancolía y el paso del tiempo son una constante de estos relatos ágiles e inquietantes en los que la intriga subterránea se expresa a través de una excepcional fluidez estilística y de la admirable agilidad en su ritmo narrativo que lleva al lector a recorrerlos de un tirón.

Zweig no fue ni de lejos el mejor escritor de su tiempo. No es difícil enumerar diez o doce novelistas y ensayistas indiscutiblemente superiores a él. Pero dominó con maestría de artesano el arte de la narración corta, como demuestra este volumen. 

Están en sus casi mil quinientas páginas varias obras maestras de la narrativa breve, del cuento y la novela corta, en la nueva traducción que ha preparado Alberto Gordo para esta edición enriquecida con las ilustraciones del artista Arturo Garrido.

Cuentos y novelas cortas como Los milagros de la vida, El amor de Erika Ewald, Ardiente secreto, Miedo, Amok, Carta de una desconocida, La mujer y el paisaje, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Mendel el de los libros o Novela de ajedrez son algunos de los magistrales relatos incluidos en este volumen con el que Páginas de Espuma sigue recopilando algunos de los mejores cuentos de los dos últimos siglos.

Así comienza la que quizá sea su mejor narración, la memorable Novela de ajedrez: 

En el gran buque de pasajeros que zarparía a medianoche de Nueva York con destino a Buenos Aires reinaban la habitual actividad y el ajetreo de la última hora. Los acompañantes se agolpaban y se confundían para despedir a sus amigos; mensajeros de telégrafos con las gorras torcidos atravesaban los salones comunes gritando nombres; se cargaban maletas y flores; niños curiosos subían y bajaban la escala, mientras la orquesta amenizaba sin descanso el deck show. Algo apartado del tumulto, en la cubierta de paseo, yo estaba charlando con un conocido, cuando estallaron junto a nosotros dos o tres intensos fogonazos; al parecer, los reporteros estaban entrevistando y fotografiando a algún famoso poco antes de su partida. Mi amigo miró hacia allí y sonrió.
  -Llevan ustedes a bordo a un tipo singular, a ese tal Czentovic. 


Santos Domínguez 


6/3/23

Tolstói. Jadzhi Murat


 Lev Tolstói.
Jadzhi Murat.
Ilustraciones de Albert Asensio.
Traducción de Víctor Gallego.
Nordica. Madrid, 2023.

Delante de mí, a la derecha del camino, se alzaba un arbusto. Cuando me acerqué, me di cuenta de que era un cardo tártaro idéntico al que había cortado en vano y abandonado en el suelo. Se componía de tres tallos. Uno estaba arrancado, y el trozo que quedaba despuntaba como un brazo amputado. Los otros dos tenían sendas, que antaño habían sido rojas, pero que ahora se habían vuelto negras. Uno de los tallos estaba tronchando, y colgaba con la sucia flor en el extremo; el otro, a pesar de que estaba manchado de tierra negra, se mantenía erguido. Era evidente que el arbusto había sido aplastado por una rueda, pero había conseguido volver a levantarse; esa era la razón de que, aunque erecto, se hubiera vencido de un lado. Era como si le hubieran arrancado una parte del cuerpo, le hubiesen sacado las tripas, arrancado un brazo y sacado un ojo, pero él siguiese en pie, sin rendirse al hombre que había aniquilado a todos sus hermanos.
 «¡Qué energía -me dije-. El hombre ha destruido todo lo que había alrededor, ha acabado con millones de plantas, pero esta no se entrega».
Y me vino a la memoria una historia sucedido en el Cáucaso hace muchos años, que en parte contemplé en persona, en parte conocí por boca de testigos presenciales y en parte completé con el apoyo de mi propia fantasía. Esta es la historia, tal como se ha ido formando en mis recuerdos y es mi imaginación.

Esa inolvidable visión simbólica del cardo tártaro es el punto de partida de Jadzhi Murat, la prodigiosa novela corta de Tolstói que lleva suscitando el asombro y el entusiasmo de generaciones de lectores. 

Un Tolstói anciano y poderoso la escribió y la reescribió varias veces entre 1896 y 1904, aunque no se publicó hasta 1912, dos años después de su muerte. El novelista ruso elaboró y descartó borradores sucesivos hasta que probablemente tuvo la certeza de haber escrito una obra maestra. 

Jadzhi Murat es la mejor novela corta de un maestro indiscutible del género. Y es más que eso: una cima de la narrativa universal, como explicó Harold Bloom en el capítulo ‘Tolstoi y el heroísmo’ de El canon occidental, en la que ensalza esta “asombrosa” novela que “representa lo sublime en la prosa de ficción y lo considero el mejor relato del  mundo, o al menos el mejor que yo he leído.”

El autor potente y seguro de su voz narrativa que era ya Tolstói aborda la apoteosis heroica del guerrero checheno en una obra que no es una novela histórica, porque prescinde de reflexiones, análisis políticos y moralejas para hacer literatura en estado puro, para construir el retrato complejo de un personaje inolvidable.

En la figura grandiosa de Jadzhi Murat, que quiere, como Ulises, regresar a casa cuando termine la guerra, Tolstói hace resonar el eco de los héroes homéricos, en una suma del invencible Aquiles y el valeroso Héctor. 

Fuerte pero nunca brutal, valiente y humano, astuto y enérgico, pero cercano y generoso, Tolstói lo dota además, como al resto de personajes de la obra, de una profunda individualidad de la que el autor no quiso privar ni siquiera a los secundarios, en los que late la vida en la precisa construcción de sus caracteres.

Basada en los hechos que tuvieron lugar en 1851, en el contexto expansionista planeado por el zar Nicolás I y en el Cáucaso, un problemático territorio de frontera entre Europa y Asia, azotado por las guerras y poblado por gentes belicosas, a Tolstói no le interesa el enfoque documental, el relato de un episodio bélico, sino la complejidad humana del héroe.

Y le importa también, y mucho, la descripción de ese paisaje montañoso que separa el Mar Caspio del Mar Negro en el que el novelista había estado destinado como soldado el mismo año en el que se sitúa la novela. Y le interesa sobre todo la conexión que hay entre el paisaje y los personajes. Y así el cardo tártaro enmarca memorablemente el comienzo y el final de la obra como símbolo del héroe.

Con la extrañeza como tonalidad, con una mirada que presenta el mundo como si estuviera recién descubierto, Tolstói crea con Jadzhi Murat una figura cambiante, contradictoria y por eso mismo convincente como personaje literario. Y lo hace desde la admiración y desde una honda identificación con el lider checheno, íntegro y altivo, colérico y desinteresado.

Como si Homero y Shakespeare se hubieran reunido en el Cáucaso para hacer esta obra maestra, un clásico imprescindible que Nórdica recupera con la espléndida traducción de Victor Gallego y las admirables ilustraciones de Albert Asensio. Es “la obra que convierte a Tolstói en el más canónico de todos los escritores del XIX”, como decía Bloom.
 
Santos Domínguez