10/7/19

Stendhal. Napoleón. Vida y memorias


Stendhal.
Napoleón.
Vida y memorias.
Traducción y cronología de Consuelo Berges.
Introducción de Ignacio Echevarría.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2019.

“¡Napoleón y Stendhal! La sola mención de estos dos nombres juntos emite una vibración especial para todos aquellos que conservan vivo el impacto que les produjo la lectura de Rojo y negro o de La cartuja de Parma. Puede que, desde la Ilustración, no se haya dado un caso equivalente de sintonía entre un gran escritor –Stendhal- y uno de los grandes poderosos de la Tierra: Napoleón. No se trata, ni mucho menos, del tipo de alianza o de complicidad que llegó a establecerse entre, por ejemplo, Gorki y Lenin, en el marco de la Revolución rusa, o entre Malraux y De Gaulle, en la Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de algo más impreciso y a la vez más amplio, que señala a Stendhal como el más fiel cronista del impacto y de las transformaciones espirituales que, en la Europa posterior a la Revolución francesa, supuso la emergencia, el imperio y la caída de Napoleón. Nadie como Stendhal captó de manera tan certera el modo n que la figura, las conquistas y el destierro de Napoleón encendieron la imaginación de al menos dos generaciones de europeos, transformando en no pocos casos la relación con su propio destino”, escribe Ignacio Echevarría en la magnífica Introducción que ha escrito para la edición de Napoleón. Vida y memorias, de Stendhal en Penguin Clásicos con traducción y cronología de Consuelo Berges.

En dos ocasiones intentó Stendhal abordar la biografía de Napoleón, un proyecto largamente elaborado que no llegó a culminar. La primera en 1817, con un Napoleón desterrado en Santa Elena y con un Stendhal que mantenía pese a todo sus convicciones bonapartistas exiliado en Milán. 

Tras aquella Vida de Napoleón, primer esbozo de una biografía inconclusa que tuvo como eje la vertiente militar de Napoleón, veinte años después, muerto ya el emperador, un Stendhal muy distinto empezó sus Memorias de Napoleón, centradas en la campaña en Italia, escindido entre la admiración al personaje y lo que representó y el desprecio al tirano, al que consideraba “el hombre más grande aparecido desde César.”

Stendhal había formado parte de los ejércitos napoleónicos en la campaña de Rusia y en la victoria de Batzen en 1813. De su conocimiento de los campos de batalla cuando era todavía Henry Beyle dejó un testimonio ejemplar en La Cartuja de Parma y en su inolvidable descripción desorientada y perpleja de la batalla de Waterloo.

“Caí con Napoleón en abril de 1814”,  escribió en su autobiográfica Vida de Henry Brulard, donde dejó reflejado su bonapartismo, aunque en menor medida que en los protagonistas de sus dos novelas fundamentales: Julien Sorel en Rojo y negro y Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, dos personajes en los que proyectó el entusiasmo y la exaltación romántica ante la figura de Napoleón un Stendhal que consideraba que “la vida de este hombre es un himno a la grandeza de alma.”

Stendhal no escribía estas páginas sobre el hombre, sino sobre el personaje histórico, sobre la estatua y el pedestal. El que acometía las memorias de Napoleón era un Stendhal que había publicado ya su Rojo y negro, una novela napoleónica en gran medida, y que declaraba en el Prefacio:

El amor a Napoleón es lo único que ha perdurado en mí, lo que no me impide ver los defectos de su espíritu y las mezquinas flaquezas que pueden reprochársele.

Y con esa mirada admirativa y crítica aborda Stendhal lo que Ignacio Echeverría define en su Introducción como “la sustancia histórica y personal de un mito que dio impulso y vuelo al primer novelista contemporáneo.”

Santos Domínguez