Miguel de Unamuno.
Recuerdos de niñez y de mocedad.
Drácena. Madrid, 2017.
Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera -y
al nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso
cardinal en el futuro-, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y,
además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no
tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme, para creerlo, en el
testimonio ajeno. Lo cual me consuela, haciéndome esperar no haber de tener
tampoco en lo por venir noticia intuitiva directa de mi muerte.
Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por
tradición y documentos fehacientes, que nací en Bilbao, el 29 de septiembre de
1864.
Así comienza Recuerdos de niñez y de mocedad, uno de los
libros de Unamuno por los que ha pasado mejor el tiempo.
La lucidez de su autor intuía en su madurez que ese era uno
de sus mejores libros: Trece volúmenes llevo ya publicados, pero de todos
ellos no pienso volver a leer sino uno, el de mis Recuerdos de niñez y de
mocedad, donde en días de serenidad ya algo lejana, traté de fijar no mi alma
de niño, sino el alma de la niñez, escribía Unamuno en 1911, en un artículo
que aparecería diez años después en Andanzas y visiones españolas.
Y más de un siglo después de esas líneas, los Recuerdos de
niñez y mocedad, que Unamuno veía como el
primero de los tres actos - los otros son Vida de don Quijote y Sancho y Del
sentimiento trágico de la vida- de su “tragedia íntima”, esta autobiografía de sus
años formativos sigue siendo uno de sus libros imprescindibles, porque, a pesar de su apariencia
ligera, contiene la hondura de lo que él
llamaba su “más intenso drama”.
Aunque había aparecido una primera versión reducida por
entregas en el periódico bilbaíno El Nervión en la última década del XIX, el libro se
publicó en 1908 organizado en cuatro
partes: una primera de quince capítulos sobre la infancia en la escuela de
quien ya era “el novelero del colegio” hasta el bombardeo de Bilbao de 1874,
que noveló en Paz en la guerra y que marca el momento de transición de la niñez
a la mocedad, de la escuela al instituto.
La segunda parte, con siete capítulos sobre su mocedad en el
instituto hasta que se marcha a Madrid a estudiar Filosofía y Letras, contiene párrafos
como este:
Concluí mi primer curso sin brillantez y sin
sobresaliencias. Aprendí algo de latín, los ríos de la China, las montañas del
Turquestán, los principados del Danubio y hasta el número de habitantes que
veinte años antes de entonces habían tenido las principales ciudades del globo.
Cierran el volumen una Moraleja que asume la huella de sus
experiencias de formación y un Estrambote de seis capítulos sobre su adolescencia,
sobre Bilbao y sus primeras relaciones con la cultura y el arte.
Persiste en estas páginas lo que seguía vivo en su memoria
del alma de la niñez y de los años formativos en los que se configura la
personalidad del escritor y del hombre: el descubrimiento de la naturaleza y el
arte, de la pintura y la poesía, de la contemplación y la lectura, la proyección simbólica del paisaje exterior en
el paisaje interior, la religiosidad .., porque –escribe Unamuno- sólo
conservando una niñez eterna en el lecho del alma, sobre el cual se precipite y
brame el torrente de las impresiones subjetivas, es como se alcanza la
verdadera libertad y se puede mirar cara cara el misterio de la vida.
Lo publica Drácena con edición de Marcos Fernández Tous.
Santos Domínguez