Sor Juana Inés de la Cruz.
Antología poética.
Edición de José Miguel Oviedo.
Alianza Editorial. Madrid, 2017.
Sor Juana, Décima Musa, feminista adelantada a su tiempo en su reivindicación de los derechos de la mujer, aguda y brillante en su escritura, perdida a veces en el solipsismo conceptista, en laberintos verbales que reflejan sus conflictos emocionales e intelectuales, pasó de ser la admirada niña prodigio que ingresó en un convento de monjas jerónimas a los 17 años a convertirse en ejemplo reprobable de rebeldía.
Insumisa y aislada, finalmente acalló su voz llena de agudezas y de finura expresiva, con una ambición expresiva y conceptual que acabó desembocando en el silencio y el desengaño barroco.
Lope, Quevedo y Góngora resuenan en sus versos, en los que manifestó su destreza en la diversidad de tonos y registros, desde metros populares como el romance, la redondilla (“hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón”), la décima o el villancico hasta los endecasílabos y heptasílabos cultos de los sonetos, las liras o las silvas, la estrofa en la que escribió esa cima poética del Barroco hispánico que es su Primero sueño.
Variedad que afecta a los temas: retratos, poemas amorosos, filosóficos, religiosos o funerarios, que tienen una representación suficiente en esta Antología poética que publica Alianza Editorial.
Una selección preparada por José Miguel Oviedo, que distingue en su introducción –Sor Juana: el sentido y los sentidos- a la autora como “la única figura de la lírica barroca americana que no empalidece puesta al lado de Góngora” y como “figura mayor de toda la poesía colonial.”
La antología incluye una edición íntegra del Primero sueño, su obra fundamental, un largo poema en silvas, casi mil versos en los que culmina su escritura.
Mitología y teología, ciencia y filosofía, poesía y sueño se unen en esos versos que parten de una variación sobre el tema clásico y neoplatónico del Sueño de Escipión, convertido aquí en pesadilla opresiva, en una desolada visión interior y, como señala José Miguel Oviedo, en la descripción de “un viaje por los intersticios que se abren entre este mundo y el más allá: un vuelo que se parece a una caída en el vacío de lo que la mente no puede comprender y del que Dios parece haberse ausentado. Soledad absoluta y abismal, hueco negro de lo que no podemos pensar y que sin embargo estamos forzados a pensar.”
Un poema abismado y visionario que anticipa el Preludio de Wordsworth, el Kublai Khan de Coleridge o el Hyperion de Keats. El primero de una tradición alucinada que en la poesía mexicana daría poemas memorables como Muerte sin fin de José Gorostiza o Pasado en claro, de Octavio Paz, que escribió un libro imprescindible sobre la Décima Musa: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Decía allí el autor de Piedra de sol:
"El enigma de sor Juana Inés de la Cruz es muchos enigmas: los de la vida y los de la obra. Es claro que hay una relación entre la vida y la obra de un escritor pero esa relación nunca es simple. La vida no explica enteramente la obra y la obra tampoco explica a la vida. Entre una y otra hay una zona vacía, una hendedura. Hay algo que está en la obra y que no está en la vida del autor; ese algo es lo que se llama creación o invención artística y literaria. El poeta, el escritor, es el olmo que sí da peras."
No es su único valedor. Lezama Lima, que se sentía heredero de su poética barroca, destacó su importancia en La expresión americana.
Eso sí, Gerardo Diego encontraba enrevesados los versos del Primero sueño. Él, que escribió ese jeroglífico absurdo que tituló Fábula de Equis y Zeda. Qué cosas.
Santos Domínguez