Juan Ramón Jiménez.
Por obra del instante.
Entrevistas.
Edición de Soledad González Ródenas.
Fundación José Manuel Lara.
Centro de Estudios Andaluces.
Sevilla, 2013.
La Fundación José Manuel Lara edita con la colaboración del Centro de Estudios Andaluces un volumen que recupera todas las entrevistas realizadas a Juan Ramón Jiménez que permanecían dispersas y no se habían reunido hasta ahora en un libro.
Un volumen, titulado Por obra del instante, que ha sido preparado por Soledad González Ródenas, responsable también de la edición revisada de Guerra en España, que ha recopilado casi noventa textos que, organizados cronológicamente entre 1901 y 1958, desde los años de Moguer a los del exilio, desde la época sensitiva a la suficiente, confirman que Juan Ramón es seguramente el poeta más entrevistado de la literatura española.
"Preguntario" era el epígrafe en el que pensó alguna vez Juan Ramón para agrupar en un volumen complementario de su obra las entrevistas y cuestionarios que iba anotando al margen y ordenando en una carpeta que está actualmente en la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Puerto Rico.
Es posible apreciar una autenticidad progresiva en las respuestas de Juan Ramón Jiménez. A partir de un determinado momento, el poeta –cada vez más seguro de sí mismo y de su obra- se olvida de lo que hoy llamamos la corrección política y entonces, más castizamente, poner paños calientes, para manifestar abiertamente sus ideas políticas, para definirse como “comunista individualista”, para denunciar que "esto de las antologías con poetas vivos me parece política. Con la poesía se hace política, aunque no lo parezca" o para afirmar: “mi amor a la libertad no se hipoteca con prebendas, sino que es un sentimiento esencial.”
Esa autenticidad no se traduce necesariamente en dureza, aunque sí en una independencia de criterio que explica cuando le preguntan por su vida literaria: "Vida literaria ninguna, pues es bastante fastidiosa, a mi modo de pensar. La paso muchísimo mejor en la terraza de esta mi torre."
Aunque lo más frecuente son sus opiniones literarias ("La poesía es la esencia de la cultura") o los juicios que hace con la dureza de la honestidad sobre otros escritores, aunque con el tiempo se irá templando. A los mayores que él: al "arcaico" Valle; al "retórico" Machado; a un Baroja que "escribe mal"; a un Unamuno que "es un gran espíritu, pero no tiene amor a la belleza y hace cosas horribles, pero es un hombre que arde"o a Azorín, al que fue a devolver personalmente un libro que le había dedicado y describe su casa, "una de esas casas que huelen a cocido madrileño y a pis de gato". En su mesilla de noche vio -y lo utilizó para describir al escritor a través de la decoración de su casa- el negrito de escayola que anunciaba el café torrefacto La Estrella.
No tenía mejor opinión de Ortega: "un buen comentarista, sin obra creadora, un catedrático con talento. Hoy es cosa parada. Ya no hace más" o de D'Ors, con quien no quiso compartir vecindad y del que decía que era "un hábil dilettante" que "terminará bailando la rumba en Cuenca."
No tenía mejor opinión de Ortega: "un buen comentarista, sin obra creadora, un catedrático con talento. Hoy es cosa parada. Ya no hace más" o de D'Ors, con quien no quiso compartir vecindad y del que decía que era "un hábil dilettante" que "terminará bailando la rumba en Cuenca."
Y habla de los más jóvenes: "Luego hay un grupo Guillén, Salinas, etc. a los que yo llamaría 'poetas voluntarios'. Viven a fuerza de ocultación y andamiaje. No tienen invención ni acento. Ellos eligen un tema, y como tienen talento, hacen una cosa que está muy bien literariamente pero que no es poesía." No andaban muy lejos de esa referencia los miembros de "la sociedad poética Eco, Timo & Truco, ilustres de segunda mano." Ni sus "calumniadores ruines, vividores circunstanciales (Bergamín, Salinas, Guillén, etc.)"
Pero la recopilación en estas casi quinientas páginas de material efímero y disperso no sólo transmite la imagen sucesiva de Juan Ramón en la estación total de su poesía, su frecuente elegancia, su tristeza a veces corrosiva como sus respuestas, sus juicios arbitrarios, sus manías y sus obsesiones, una cercanía que desmiente su fama distante o la aspereza sin contemplaciones de algunas de sus respuestas, de "una sinceridad arriesgada, descarnada hasta lo hiriente", como señala Soledad González Ródenas.
Estos textos nos devuelven también la imagen del entrevistador: el retintín que sigue resonando en las palabras de Cansinos o de Gómez de la Serna; la agresiva descripción hecha a navaja de un esperpéntico Giménez Caballero, que le busca la espiritrompa lírica y la reconoce en "la pelambre, de una oleosidad exquisita" de la barba.
Por contra, aparece la admiración de Ramón Gaya, que en 1928 presenta así la capacidad de Juan Ramón como conversador: "No habla lento, pero habla ordenado, no se precipita nunca y sabe darle a su voz las lejanías y los segundos términos que necesita: hace ir y venir su voz como una pieza musical de Haendel, como en una pieza musical de Bach."
O la imagen admirable de un Lezama Lima que le entrevista en dos ocasiones -una de ellas es una larga e imprescindible conversación de junio de 1937- y le atribuye cosas que el poeta no ha dicho, pero con tanta calidad que Juan Ramón decide asumirlas como propias. Ese texto asombroso, elaborado por Lezama, es con diferencia no sólo la mejor entrevista del libro. Sus veinte páginas componen también la mejor de todas las que le hicieron a lo largo de su vida.
O la imagen admirable de un Lezama Lima que le entrevista en dos ocasiones -una de ellas es una larga e imprescindible conversación de junio de 1937- y le atribuye cosas que el poeta no ha dicho, pero con tanta calidad que Juan Ramón decide asumirlas como propias. Ese texto asombroso, elaborado por Lezama, es con diferencia no sólo la mejor entrevista del libro. Sus veinte páginas componen también la mejor de todas las que le hicieron a lo largo de su vida.
Aunque lo tituló como entrevista, el cuestionario que le propuso el periodista portorriqueño Juan Bertoli Rangel genera una larga y muy interesante declaración de Juan Ramón que se publicó en Nueva York en febrero de 1953.
Dos apéndices –uno con cinco borradores de cuestionarios que no llegaron a publicarse y otro con cuatro entrevistas a Zenobia- completan este espléndido volumen que se cierra con un muy útil índice onomástico.
Dos apéndices –uno con cinco borradores de cuestionarios que no llegaron a publicarse y otro con cuatro entrevistas a Zenobia- completan este espléndido volumen que se cierra con un muy útil índice onomástico.
Santos Domínguez