28/3/13

Malaparte. Muss / El gran imbécil




Curzio Malaparte.
Muss / El gran imbécil.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
Narrativa Sexto Piso. Barcelona, 2013.


De padre alemán y madre italiana, Curzio Malaparte resume con su vida la primera mitad del siglo XX: combatiente en la Gran Guerra, fascista de primera hora, arrepentido luego y represaliado, comunista tras la Segunda Guerra Mundial. Trabajó como periodista e ideólogo del fascismo italiano, pero desilusionado con Mussolini escribirá sobre el Duce palabras amargas y decepcionadas que le conducirán al exilio y a la cárcel.

Muss, el primero de los relatos de este díptico que publica Sexto Piso, es un bosquejo de biografía de Benito Mussolini. Una obra escrita a lo largo de casi un cuarto de siglo (y se nota durante su lectura), en la que el dictador aparece como un ser mediocre, sin sentido del ridículo e irritantemente narcisista. Malaparte vincula el nacimiento de los fascismos con un último coletazo de la Contrarreforma (en lo que tuvo de rechazo frontal a la modernidad) iniciada en el siglo XVI, recordándonos que tanto Mussolini como Hitler son católicos; y en el caso del Duce, con la manía italiana de encomendarse a un santo y seguir confiando en él ciegamente, por muy decepcionantes que sean sus actos, mentiras y escándalos.

Entre la admiración y el asco, Malaparte describe la práctica fascista que todo tirano debe conocer: despertar los peores instintos del pueblo, siempre pensando en canalizarlos para el único provecho del déspota. El retrato de Mussolini como un ser fatuo, ególatra, hábil, pero fatalmente vulgar, emerge de las páginas de Malaparte, sin que le redima siquiera, su violento final. Sólo en su visita a la morgue donde yace lo que queda del Duce se permite el autor unas pocas líneas piadosas.

Si Muss se acerca, aunque sólo un poco, pues carece de exhaustividad y de una organización lineal, a una biografía, El Gran Imbécil se interna en los terrenos de la parábola y de la pura literatura, con pinceladas que completan el retrato, cruel en lo físico,  de Mussolini como un pobre hombre que se ve como un héroe casi divino, y no es más que un tirano rechoncho, culón, torpe al andar y un saco de patatas a caballo; y cruel en lo espiritual, tanto con el dictador como con el pueblo que se dejó tiranizar durante veinte años y que, para su vergüenza, y la de Malaparte, solo con ayuda extranjera consiguió librarse del Gran Imbécil. Bueno, de aquel Gran Imbécil.

Jesús Tapia


27/3/13

Chéjov. Flores tardías

Antón Chéjov.
Flores tardías.
Traducción de Sergio González Ivánov.
Breviarios de Rey Lear. Madrid, 2013.

Como “un cactus envuelto en guante de seda”, como “una especie de autobiografía de la derrota” define la literatura de Chéjov el editor en la presentación de Flores tardías que publica Breviarios de Rey Lear con traducción de Sergio González Ivánov.

Publicada por primera vez en la revista de Moscú Mirskoi tolk -El provecho mundano- en cinco entregas entre el 10 de octubre y el 11 de noviembre de 1882, es una de las grandes novelas cortas del maestro ruso del relato.

Un Chéjov en estado puro aborda la degradación moral, la ruina económica y la decadencia física de una familia aristocrática, los príncipes Priklonski, en la Rusia zarista.

La princesa madre, viuda y desbordada por la realidad; Marusia, la hija soñadora, inteligente y tuberculosa; el príncipe Yegórushka, un ocioso húsar retirado con cara de pez, indolente y desordenado, bebedor y cliente habitual de mesas de juego y prostíbulos. Una familia venida a menos y al borde de la pobreza extrema.

Y en contraste con esa decadente familia, el doctor Toporkov, hijo de un siervo de la familia, miembro de una nueva clase media emergente y en cuyas manos está literalmente la vida de quienes hasta poco antes habían sido los dueños de sus antepasados.

Natalia Ginzburg habló en un libro ejemplar de las relaciones profundas que hay entre vida y literatura en Chejov. Quizá este sea uno de esos casos, porque no es difícil entrever la vinculación entre el doctor Toporkov y el padre del relato contemporáneo.

Médicos los dos, descendientes de siervos ambos y pertenecientes a esa clase de profesionales liberales, trabajadores y responsables, que estaban desplazando social y económicamente a la aristocracia feudal, quizá eso explique el tono de revancha suave –nada en Chejov es chillón-, de reivindicación orgullosa que recorre alguna de las páginas de estas Flores tardías.

Pero eso no evita que la crítica de la aristocracia degradada conviva aquí con la denuncia del ejercicio venal e insensible de la medicina en que incurre Toporkov –cinco rublos por una visita de pocos minutos-, que acaba recogiendo en su casa al príncipe disoluto y manteniendo sus vicios.

Narrador de voz baja, Anton Chéjov construyó su universo literario con lo fugaz y lo secundario. En sus relatos abiertos conviven misteriosamente la levedad y la intensidad, la emoción y la distancia, se armonizan la ironía y la piedad, el humor y la tristeza:

Cayeron las primeras nieves, tras ellas las segundas, las terceras y durante largo tiempo se extendió el invierno con sus crujientes heladas, montones de nieve y carámbanos de hielo. Odio el invierno, y no me creo a los que dicen que les gusta: frío en la calle, humo en las habitaciones, humedad en los zuecos. Un día es severo como una suegra, otro lloroso como una solterona; el invierno aburre muy rápidamente con sus mágicas noches de luna, sus paseos en troika, sus cacerías, sus conciertos y bailes. Dura demasiado y acaba envenenando más de una existencia desamparada y tuberculosa.

La mirada compasiva y honda de Chéjov, menos optimista que piadosa, está aquí a la altura de sus mejores relatos. Una mirada magistral que vive en el matiz y en la sutileza con que construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de la elipsis.

La mirada de Chéjov nunca contempla a los personajes, como hacían Dostoievski o Tolstoi, desde arriba, sino cara a cara. Por eso hay un hilo invisible y persistente, como la melancolía invisible y persistente de su literatura, que une a Chéjov con Cervantes y con Shakespeare en la construcción de un universo narrativo en el que conviven ricos y pobres, la simulación y la sinceridad.

Con esa mirada y ese tono, Flores tardías contiene una melancólica y fugaz historia de amor con uno de esos desenlaces implacables y desolados habituales en su narrativa:

Hubiera dado todo con tal que en un pulmón de aquella muchacha dejaran de resonar los malditos jadeos. ¡Tanto él como ella tenían tantas ganas de vivir! Había salido el sol para ambos y aguardaban la luz del día… Pero el sol no los libró de las tinieblas y… ¡las flores no florecen cuando el otoño está avanzado!

Santos Domínguez

25/3/13

Ángel Olgoso. Las frutas de la luna


Ángel Olgoso.
Las frutas de la luna.
Menoscuarto. Palencia, 2013.

Dos espléndidos relatos de Ángel Olgoso –Jueces del Valle de Josafat y Reliquias-, contiguos, muy distintos en técnica, en ambiente y en puntos de vista y con dos finales en los que alguien enciende una luz, resumen la maestría, la variedad de registros y el dominio de la voz narrativa de uno de los autores más interesantes del panorama literario español.

Forman parte de Las frutas de la luna, un conjunto de veinte nuevos relatos de Ángel Olgoso que publica Reloj de arena, la imprescindible colección narrativa de Menoscuarto.

Presente en las mejores antologías del género (Sea breve, por favor o La familia del aire) y autor de otra excepcional colección de microrrelatos (La máquina de languidecer), todos ellos en Páginas de Espuma, Ángel Olgoso es dueño de una poderosa voz narrativa y de una prosa de extraordinaria calidad que han hecho de su obra una referencia ineludible en el panorama del cuento español actual.

Como en el resto de su obra, en estos relatos Ángel Olgoso realiza una incursión en lo fantástico, una exploración iluminadora de otros mundos ocultos tras la apariencia y la rutina, en una trayectoria que sigue la inagotable vía abierta por Poe, Kafka o Cortázar, lo que José Mª Merino propuso como fin y método de la literatura: hacer una crónica de la extrañeza.

Con una suma de precisión y sutileza, dos atributos propios del narrador eficiente que es Olgoso, los cuentos de Las frutas de la luna despliegan  una enorme potencia imaginativa para darnos una perspectiva inédita del mundo a partir de la intromisión del misterio en lo cotidiano.

Estos relatos, exponentes de una voluntad visionaria que los hace ir más allá de lo visible, iluminan las zonas de sombra de la realidad con una mirada que viene de los maestros del XIX y que persiste en Arreola, Marco Denevi o José Mª Merino, referentes fundamentales en el cuento contemporáneo en español.

Cada vez menos secreto, siempre minoritario, Ángel Olgoso explora en toda su obra la veta del relato fantástico en todas sus variantes, se mueve en un territorio de frontera entre lo real y lo soñado, entre lo posible y lo imposible, entre la locura y la cordura para lograr en el lector un deslumbramiento o una iluminación como la de las bombillas que se encienden al final de esos dos relatos.

Ese deslumbramiento procede por partes iguales de la presentación extrañada de la realidad y de la brillantez de un estilo hipnótico en el que todo es exacto, matizado y preciso, todo cumple una misión crucial en el ajustado mecanismo del relato.

Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de  fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque aquí la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector un estado de ánimo que le permita entrar en los universos paralelos que proponen estos relatos tan deslumbrantes como El síndrome de Lugrís o tan turbadores como La pequeña y arrogante oligarquía de los vivos.

Santos Domínguez

22/3/13

Deletreos de armonía

Deletreos de armonía.
Ensayos de poesía española contemporánea.
Coordinación de
Aldo Ruffinatto, Guillermo Carrascón,
Iole Scamuzzi y Selena Simonatti.
Calambur ensayo. Madrid, 2012.

Un espléndido CD con la Missa Lorca del maestro Corrado Margutti, que fusiona la palabra de la liturgia latina, la música de Monteverdi y el Cante Jondo de Lorca, interpretada por la Torino Vocalensemble, acompaña la edición en Calambur ensayo de Deletreos de armonía.

Ensayos de poesía española contemporánea es el subtítulo de este conjunto de estudios críticos llevados a cabo por el grupo Artifara del Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Turín.

Coordinado por los profesores Aldo Ruffinatto, Guillermo Carrascón, Iole Scamuzzi y Selena Simonatti y organizado en tres secciones – Cimientos, Caminos y Cantos- el volumen toma su título de un poema de Antonio Machado (Deletreos de armonía/que ensaya inexperta mano...), un poema con piano al fondo del recuerdo.

Desde los Cimientos que pusieron los padres de la poesía española contemporánea, Machado y Juan Ramón -a quien se dedican tres estudios- y por Cernuda y Aleixandre a los Caminos poéticos que transitaron José Hierro, Ángel González o Víctor Botas, Deletreos de armonía ofrece un conjunto de aproximaciones críticas que constituyen un recorrido cronológico por nombres y temas relevantes de la poesía española del siglo XX: desde el recuerdo y el sueño en el primer Machado a la metafísica implícita en los Borradores silvestres de Juan Ramón o su concepción de la Obra como una maquinaria poética combinatoria; desde la mirada de Luis Cernuda sobre el paisaje a las referencias culturales en la poesía de José Hierro.

Una tercera parte, Cantos, examina la relación entre poética y musicología que sugiere el título y que justifica la inclusión de la Missa Lorca, explicada y analizada en un artículo por su autor, Corrado Margutti.

Un texto de Juan Carlos Mestre –Los argumentos de la misericordia- sobre los vínculos entre poesía y música; la relación entre poesía, insurgencia y canción en España entre 1960 y 1980, explorada por Rafael Morales, y un análisis -firmado por  Iole Scamuzzi- del Cante Jondo y el Romancero gitano a la luz de las teorías de Adorno completan un volumen que une en sus textos la voluntad hermenéutica multidisciplinar con el impulso creativo y la meditación crítica con la reflexión poética.

Santos Domínguez

21/3/13

José Bianco. Novelas y ensayos



José Bianco.
Sombras suele vestir.
Las ratas.
La pérdida del reino.
Ars brevis Atalanta. Gerona, 2013.

Más recordado habitualmente como traductor de Henry James, Stendhal o Bierce que como el excelente escritor que fue, José Bianco (Buenos Aires, 1908-1986) es autor de una obra no muy extensa pero de una alta calidad.

Minoritario y elogiado por voces tan diversas como las de Octavio Paz, Vargas Llosa o Borges, la parte fundamental de su obra narrativa está formada por tres novelas cortas: Sombras suele vestir -una historia de fantasmas que recuerda a las de Henry James-, Las ratas -“la prehistoria de un crimen” en definición de Borges- y La pérdida del reino –una introducción a la novela de personaje de una novela de personaje que no existe, una biografía del fracaso que es su obra culminante-, que acaban de aparecer en la colección Ars brevis de Atalanta, junto con El límite, su primer relato, escrito en 1929 y reescrito en 1983, que contiene en germen toda su obra posterior.

Pero Bianco también fue un agudo ensayista, una faceta de la que se recogen nueve muestras -entre ellas el espléndido "Proust y su madre"- en el apartado de ensayos y artículos de esta edición, que se completa con cuatro entrevistas en las que el autor habla de traducción, de su relación con la revista Sur, del papel del escritor en la sociedad y sobre todo de su obra narrativa, que queda iluminada en estos textos que constituyen un epílogo imprescindible a su obra.

Tan imprescindible seguramente como el texto que Jorge Luis Borges fechó el 18 de septiembre de 1985, pocos meses antes de morir. En ese texto, que fue el prólogo a Ficción y realidad, y se recupera ahora como Página preliminar de este volumen, escribía Borges:

Jose Bianco es uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos. La explicación es fácil. Bianco no cuidó su fama, esa ruidosa cosa que Shakespeare equiparó a una burbuja y que ahora comparten las marcas de cigarrillos y los políticos. Prefirió la lectura y la escritura de buenos libros, la reflexión, el ejercicio íntegro de la vida y la generosa amistad.

Como el cristal o como el aire, el estilo de Bianco es invisible. Las palabras, aunque armoniosas, no se interponen entre el autor y los lectores. Este es un modo de afirmar que su estilo es clásico /.../ Las páginas de José Bianco nos confían casi imperceptiblemente, una historia que nuestra imaginación agradece y de la que no podemos descreer.

Bianco habitó doblemente los márgenes: los de la vida literaria y los de la realidad. Esta última es la que de verdad explica su obra narrativa: la frontera imprecisa entre la ficción y el mundo racional por la que transitan unos textos que no son ni realistas ni fantásticos, habitan un ámbito donde el sueño y la vigilia difuminan sus contornos, y en los que a menudo la realidad se transforma en irrealidad y acaba provocando más extrañeza que la fantasía en su deliberada ambigüedad.

Y en contraste con esa indefinición que difumina los límites y que da título a Ficción y realidad, el libro donde reunió los ensayos que publicó en Sur, Bianco construyó sus textos con una prosa precisa, transparente y nítida, de una sencillez que la aproxima al nivel oral y tan fluida que produce un inmediato y constante efecto de cercanía en el lector.

De esa manera, con el tono bajo y simuladamente confesional que suele utilizar en sus narraciones, Bianco se asegura la complicidad del lector, una actitud que es imprescindible para asegurar la eficacia de unos relatos que exploran los límites imperceptibles que separan el mundo imaginario y el mundo real con su mirada sesgada, penetrante y ambigua.

Un ejemplo: el potente comienzo de La pérdida del reino:

Hay hombres favorecidos por los sueños. Les predicen el futuro, como a los héroes de la Antigüedad, o les permiten rescatar circunstancias valiosas del pasado. Hacen bien en meditar sobre ellos, en interpretarlos. Hasta no me sorprende que los recojan por escrito, en cuanto se despiertan, para que su tenue y móvil realidad no se disipe o desfigure al contacto de la vida diurna.
Santos Domínguez

20/3/13

Joseph Roth. Los cien días


Joseph Roth.
Los cien días.
Traducción de Carmen Gauger
Pasos perdidos. Madrid, 2013.


Un sol rojo, pequeño y débil surgió entre la niebla. Al cabo de unos momentos desapareció de nuevo en el gris frío de la mañana. Despuntaba un día melancólico. Era el veinte de marzo, la víspera del comienzo de la primavera, pero aún no asomaba por ninguna parte. Llovía, el viento soplaba con fuerza en todo el país y la gente tenía frío.

La noche anterior también había llovido y había soplado un viento tempestuoso en París. Esa mañana los pájaros, tras un breve júbilo, enmudecieron de golpe. La niebla ascendía como humo punzante y helado entre las grietas del pavimento, volvía a humedecer las piedras que acababa de secar el viento de la mañana, y flotaba en torno a los sauces y los castaños de los parques y de las avenidas. Hacía temblar los primeros brotes demasiado atrevidos de los árboles;  producía sacudidas bruscas en los lomos de los pacientes caballos de los coches de punto; y aplastaba contra la tierra el humo que trataba de subir por las chimeneas encendidas desde primera hora. Olía a leña quemada, a niebla, a lluvia, a ropa húmeda, a nubes que anunciaban nieve y granizo que no acababan de caer, a viento desapacible, a correajes mojados y a albañales de vapores pestilentes.

Sin embargo, los habitantes de París no aguantaban en sus casas. Apenas había amanecido y la gente ya  se apiñaba en las calles. Se agolpaba ante las paredes en las que habían  pegado hojas de periódicos con las palabras de despedida del rey de Francia.

Con esa magnífica evocación de un 20 de marzo como hoy, pero de 1815, comienza Los cien días, la novela de madurez que Joseph Roth publicó en 1936, cuando ya llevaba unos años en Francia, y que acaba de editar Pasos perdidos con traducción de Carmen Gauger.

Ese día entraba Napoleón en París después de su exilio en la isla de Elba al frente de doscientos mil soldados voluntarios que no tuvieron necesidad de usar las armas.

Empezaba así el periodo conocido como Los cien días, que tendrían su punto final a mediados de junio en Waterloo, la segunda restauración de Luis XVIII y el destierro de Napoleón en Santa Elena.

Y ese es el telón de fondo sobre el que transcurre esta obra de Joseph Roth (Galitzia Oriental, 1894-París, 1939) en quien la crisis y la ruina de la Europa de entreguerras tiene uno de sus símbolos. Quizá también una de sus consecuencias, porque su decadencia personal, su autodestrucción con el alcohol y el abandono en los cafés y los hoteles parisinos son una metáfora de un mundo que moría con Joseph Roth, con su misma indigencia.

Roth, “el melancólico, el hombre que nunca aprendió a vivir”, según dijo de él Vila-Matas, encontró en la escritura su tabla de salvación -“cuando dejo la pluma estoy perdido”- y a través de ella expresó la melancolía del superviviente en un mundo que ya no era el suyo. 

En su obra, con títulos memorables como Job o La marcha Radetzky, predominan los tonos grises como los de esa mañana fría en un París bajo la niebla.

"Austrohungría ya no existe. Yo no quiero vivir en ninguna otra parte", escribió Freud cuando acabó la Primera Guerra Mundial. Judío y austroalemán como él, Roth podría haber firmado esas palabras sobre la desaparición del Imperio austrohúngaro, porque a partir de entonces sus novelas y sus artículos periodísticos se mueven entre la nostalgia de un mundo que ya no existe, la conciencia de la capacidad destructiva del nazismo y la desesperanza ante un futuro imposible.

Joseph Roth escribió, sobre todo en su última fase, desde una melancolía desconcertada y desesperada que tiñe de un tono elegiaco su literatura. Y ese tono gris y elegiaco atraviesa desde el principio hasta el final esta novela que habla también del final de otro mundo y de otra época, de la Europa napoleónica.

De Elba a Waterloo, Los cien días describen el final de un personaje que pasa de la condición de semidiós a la de derrotado, un hombre generoso ya y consciente de sus límites:

¿Era él un dios para enfurcerse y castigar? Sólo era un ser humano. Pero ellos lo tenían por un dios. Y como a un dios le pedían furia y castigo, y como de un dios esperaban su perdón. Pero él ya no tenía tiempo de sentir furia, ni de castigar y perdonar después. No tenía tiempo.  /.../ Ya no disponía de tiempo para castigar. Solo tenía tiempo para perdonar y dejarse amar, para dar y para conceder mercedes, títulos y dignidades, todas esas pobres dádivas que otorga un emperador. La magnanimidad exige menos tiempo que la cólera. Él sería magnánimo.

El de Roth es un Napoleón cercano y sentimental, una personalidad compleja acosada por las contradicciones y por unas dudas impropias de un hombre de acción:

Era fuerte y débil, temerario y pusilánime, fiel y traidor, apasionado e indiferente, arrogante y sencillo,orgulloso y humilde, poderoso y mísero, cándido y desconfiado.

Desde el regreso triunfal a París hasta su ocaso, las cuatro partes en las que se articula la estructura de Los cien días se mueven equilibradamente entre la figura pública y su vida privada y se centran en su relación sentimental con Angelina Pietri. En medio, un personaje inolvidable: el zapatero polaco Wokurka, mutilado del ejército del emperador.

Bajo la mirada de ese personaje, una de las grandes creaciones de Roth, se llega a un espléndido final en el que Napoleón ya no es Napoleón, sino un pelele escarnecido por una muchedumbre que aclama al rey y asesina a Angelina:
 
Permaneció sentado junto a ella toda la noche. No se atrevía a mirarla. Le acariciaba sin cesar el cabello, que aún crepitaba. A sus pies el Sena continuaba discurriendo impetuos, salpicando las orillas. Aturdido y ausente, Wokurka miraba con obstinación el agua que pasaba rápida y arrastraba consigo el reflejo del cielo y de todas sus estrellas plateadas.

La misma muchedumbre que lo había aclamado aquel 20 de marzo a su llegada a ese mismo París con cuya noche real y simbólica, a orillas del Sena, se cierra esta novela imprescindible de un autor fundamental en la Europa de entreguerras.

Santos Domínguez

19/3/13

Chejfec. La experiencia dramática


Sergio Chejfec.
La experiencia dramática.
Candaya Narrativa. Barcelona, 2013.

No hace mucho, un párroco quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia, ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente “Google Maps”). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa. Y así, como todos los presentes en ese momento podían imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la representación visual y sus distintas modalidades (mapa, relieve, tránsito, etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para Google Maps. El párroco dibujó con la mano un gesto de advertencia, o aclaración, y siguió diciendo que ello no significaba que los mapas digitales fueran equivalentes a Dios, sino que eran un ejemplo del, como dijo, funcionamiento divino de Dios. En ese momento se hizo nítido un murmullo, como si los asistentes repitieran para sí las últimas palabras del cura. Después, al igual que siempre, al término de la misa se formaron grupos en el pequeño atrio; y entre quienes conversaban algunos de cuando en cuando dirigían la vista hacia el cielo como si temieran lluvia.

Desde ese llamativo comienzo hasta un desenlace en el que Félix, el protagonista, imagina que llegará el momento en que Rose le pregunte por su experiencia dramática, la última novela de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), que acaba de aparecer en Candaya, vuelve a confirmarle como el interesante novelista que ya demostró ser en Mis dos mundos, que apareció en este mismo sello editorial hace unos años.

Como Mis dos mundos, aunque ahora con un narrador externo y omnisciente, La experiencia dramática es una novela deambulatoria en la que el paseo, un viaje menor, es -como en Walser o Kafka- el motor de la escritura. Pero aquí el paseo en pareja es además el generador del diálogo entre Félix y Rose; un diálogo que estimula la reflexión y la memoria, el pensamiento y el recuerdo del presente y el pasado en la frontera indecisa de lo real y lo virtual, de la experiencia y su representación, del interior intransitivo de los personajes.

Calles y bares son los espacios simbólicos, laberínticos o abigarrados, en los que los dos paseantes –navegantes de la soledad, buceadores en un medio hostil- comparten esas deambulaciones semanales que son a la vez una alternativa a la rutina y una metáfora de la vida.

Son los lugares de desolación por los que discurre la escenografía de unos diálogos peripatéticos que aspiran a construir un discurso oscilante entre lo teatral y lo descriptivo, a armar la metáfora del escenario de la representación, la nostalgia insegura de los dos paseantes, la dificultad de comunicar sus experiencias dramáticas o de saber si han sido reales y vividas.

Para Rose y para Félix caminar se ha convertido en una especie de latiguillo dramático, es la acción en la que caen siempre porque, al conocerla bien, hasta en sus detalles  más triviales, omitir cualquier otra alternativa los libera de potenciales riesgos. Pero en contra de lo que podría desprenderse de este hecho, caminar consiste al mismo tiempo en el punto supremo de realización compartida. A Félix le ocurre pensar que los encuentros con Rose son intentos de conciliar los extremos de una misma experiencia: el lugar común –la cosa de todos los días, sin mayor significación– y el trance mayor –el momento culminante, el de máximo significado.

Ya se dijo aquí a propósito de Mis dos mundos y ahora es momento de repetirlo porque La experiencia dramática lo confirma: Sergio Chejfec es un narrador exigente y riguroso que continúa la tradición intelectual de los escritores extraterritoriales que equilibran vida y recuerdo, narración y reflexión con distancia atenta y nostalgia productiva.

Uno de esos escritores que hacen brotar la ficción del cruce de lo preciso y lo impreciso, del pensamiento y la imaginación, y conciben la literatura como ejercicio de incertidumbre y de invocación de la memoria, como método de indagación en el recuerdo con estética minimalista y densidad reflexiva, con la intensa precisión estilística de sus descripciones.

Santos Domínguez

18/3/13

Obras completas de Plauto y Terencio

Comedia latina.
Obras completas de Plauto y Terencio.
Edición, introducciones y notas 
de Rosario López Gregoris.
Traducción de José Román Bravo.
Bibliotheca AVREA Cátedra.
Madrid, 2013.

Como terenciana obra definía Rojas en una de las octavas acrósticas el primer acto de la Tragicomedia de Calisto y Melibea. Y para elogiarla, el corrector Proaza escribía estos versos:

No dibujó la cómica mano
de Nevio ni Plauto, varones prudentes
tan bien los engaños de falsos sirvientes
y malas mujeres, en metro romano.

Esa huella de la comedia romana de Plauto y Terencio, que persiste en la comedia humanística italiana del Renacimiento a través de la tradición manuscrita medieval, influyó decisivamente en su diseño estructural, en la condición significativa de los nombres de sus personajes, en la organización en parejas, en las relaciones conflictivas con los criados, en la aparición de determinados estereotipos o en la importancia de los apartes…

Se podía comprobar así, después de mil quinientos años, la vigencia de unos modelos teatrales canónicos clásicos frente a los que Lope de Vega reivindicaba su originalidad en el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo: saco a Terencio y Plauto de mi estudio, /para que voces no me den, que suele /dar gritos la verdad en libros mudos.

Son sólo dos ejemplos significativos de la persistencia, con altibajos pero ininterrumpida a través de los siglos, de las comedias de Plauto y Terencio que acaban de aparecer en la Bibliotheca AVREA de Cátedra con edición, introducciones y notas de Rosario López Gregoris y traducción de José Román Bravo.

Se recogen en este volumen las obras completas de los dos comediógrafos latinos: 21 comedias de Plauto y seis de Terencio, que renovaron la tradición de la comedia griega con unas composiciones sufragadas por el poder en el marco festivo de distintas celebraciones conmemorativas.

De Plauto, que vivió en el siglo III a. C., apenas se conocen algunos datos biográficos confusos, pero en su teatro se percibe la habilidad del genio que supo conectar con el gusto del público y en comedias como Asinaria, Bacchides, Curculio, Miles Gloriosus, Mostellaria, Persa o Aulularia creó una fórmula de enorme éxito.

Como ocurrió en España con Lope de Vega, la firma de Plauto en una comedia era una garantía de éxito comercial. Con ese interés, como a Lope, se le atribuyeron decenas de comedias que no eran suyas.

Fue Varrón, el editor del siglo I a. C que elogiaba “el estilo y la gracia de su lengua” viva y popular, quien fijó el corpus de la producción teatral de Plauto y lo limitó a las 21 obras de incuestionable autoría que han llegado hasta nosotros con algunas lagunas y mutilaciones y que se publican en este volumen.

El de Plauto es un teatro de los sentidos que mezcla palabra, música y danza, una fusión de tradiciones cultas y de la farsa popular que inserta en el texto el canto y la mímica de la danza.

En esa sucesión de fragmentos hablados y partes cantadas conviven también la risa y la crítica, la diversión y la sátira a través de un uso magistral del diálogo y de arquetipos como el soldado fanfarrón, el médico y el gorrón, el banquero y los amantes, los criados y el proxeneta o el esclavo astuto.

Por seguir con los paralelismos con el teatro clásico español, entre Plauto y Terencio existe una relación literaria semejante a la que existió entre Lope y Calderón. Si Lope es –igual que Plauto- un alegre genio creador, dotado del don de la poesía e inventor de una fórmula teatral de mucho éxito, y Calderón perfeccionó esa creación aportando rigor constructivo y hondura de pensamiento, Terencio depuró la herencia de Plauto y recuperó el purismo filohelénico en las seis comedias que escribió.

Terencio eliminó casi por completo los fragmentos cantados y sustituyó los prólogos expositivos e informativos que había utilizado Plauto por unos prólogos literarios, ejercicios defensivos de crítica literaria con los que respondía a las frecuentes acusaciones de plagio o de pobreza estilística.

Cuando Terencio empezó a componer su obra, ya había muerto Plauto. Comedias como Heautontimoroumenos o El eunuco se representaron a mediados del siglo II a. C. Centradas en aventuras y enredos amorosos con final feliz y mediaciones de los criados, son la manifestación de un teatro de ideas, didáctico y reflexivo, construido con precisión y sometido a una lógica implacable en su desarrollo y su desenlace, pero atento sobre todo a los caracteres, a los comportamientos y a la acción interior.

En el siglo II d. C. Suetonio escribió la biografía de Terencio, el humanista que estiliza la comedia de Plauto y la enriquece con matices sentimentales y con hondura psicológica. Es el paso de la risa a la sonrisa, del chiste a la sutileza.

Menos explosiva y más refinada que la de Plauto, la comedia de Terencio lleva a su cima el género en Roma, pero paradójicamente su elegancia estilística la separa de las multitudes y aparta al gran público de una forma teatral que tiene más de literatura que de espectáculo y que por eso mismo brilla más en la lectura que en la representación. 

Tal vez por eso Montaigne y Goethe lo tuvieron entre sus autores de cabecera.

Santos Domínguez


15/3/13

Lezama Lima. La expresión americana


José Lezama Lima.
La expresión americana.
Ensayos completos III.
Edición crítica, introducción y notas de
Leonor A. Ulloa, Justo C. Ulloa e Irlemar Chiampi.
Confluencias. Almería, 2011.

Sólo lo difícil es estimulante, escribe Lezama Lima al comienzo de “Mitos y cansancio clásico”, primero de los cinco ensayos que forman parte de La expresión americana, el volumen que acaba de publicar Confluencias con edición de Leonor A. Ulloa, Justo C. Ulloa e Irlemar Chiampi.

Y esos dos adjetivos -difícil y estimulante-, complementarios siempre en Lezama, definen su poesía, su narrativa y sus ensayos. 

La expresión americana, el tercero de los seis volúmenes que forman parte de un ambicioso proyecto para recoger los Ensayos Completos del maestro cubano, es el resultado de la reelaboración de cinco conferencias que Lezama dictó en 1957 sobre la identidad cultural americana.

Esta edición crítica recupera el espléndido prólogo de Irlemar Chiampi (La historia tejida por la imagen) que abría la del Fondo de Cultura Económica en 1993 y se enriquece con un espectacular cuaderno iconográfico con setenta y nueve imágenes esenciales a las que Lezama se refiere en este conjunto de ensayos que son una lectura crítica y poética del legado americano y trazan la silueta cultural del continente a través de la imagen y del espacio.

Con un método que frente a la razón hegeliana defiende la imaginación mítica y frente a la razón histórica propone el logos poético, Lezama indaga en la esencia mestiza de lo americano a partir de los vínculos que establece la analogía, no las relaciones de causalidad. Un método que tiene mucho que ver con la forma de mirar la realidad en el Barroco, a base de conceptos que establecen relaciones inesperadas entre las diversas manifestaciones de la realidad.

Con una mirada que reivindica la visión del mundo como imagen que integra historia, cultura, arte y literatura, Lezama bucea en “las maternales aguas de lo oscuro” y encuentra la clave de la identidad americana en su ambición de universalidad a partir de lo que define como “protoplasma incorporativo”.

Más cerca de Calibán que de Ariel, el modelo de americano que fija Lezama en estos ensayos es una contestación al eurocentrismo de gran parte de la cultura occidental, una reivindicación de las eras imaginarias frente a la historia, de la imagen frente a la idea; en definitiva, del mestizaje entre el mito europeo y la imaginación americana, entre el cansancio clásico y la curiosidad barroca, entre el espacio real de la naturaleza y su reflejo en la pintura.

Lezama no reniega de la tradición europea, la asume como componente de la síntesis criolla a lo largo de un recorrido que tiene como referencia central el Barroco como expresión más acabada del mestizaje y como signo de identidad de la expresión americana.

Una identidad que persiste en el presente como una profunda corriente intrahistórica tras recorrer la historia de la imaginación del continente desde las cosmogonías precolombinas a la vanguardia, desde los cronistas de Indias al primer mestizaje barroco o al impulso romántico de la independencia.

Hay un puñado de ensayos -Literatura europea y Edad Media latina, de Curtius; La rama dorada, de Frazer; Imagen del mito, de Campbell; El otoño de la Edad Media, de Huizinga- que marcan un antes y un después en la historia de la teoría cultural y en la vida de los lectores, porque sus páginas contienen el mundo o toda una época, interpretados en distintas claves iluminadoras.

La expresión americana es uno de esos libros, porque explica un continente a través de una época fundacional, el Barroco, como arte no de la contrarreforma -como en Europa-, sino de la contraconquista.

Sobre ese tiempo y ese espacio se levanta la peculiaridad cultural americana en esta indagación de Lezama, un escritor de inteligencia portentosa, el mejor heredero del Barroco no ya como estilo, sino como método combinatorio, como ejercicio de un pensamiento analógico, como creación de conceptos que iluminan las nuevas relaciones entre los distintos aspectos de la realidad y la reinventan:

Todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de nuevo y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido. La ficción de los mitos son nuevos mitos con nuevos cansancios y temores.

Santos Domínguez


14/3/13

Antonio Hernández. Nueva York después de muerto


Antonio Hernández.
Nueva York 
después de muerto.
Calambur. Madrid, 2013.

En algún lugar de su mundo dejó escrito proféticamente Rilke que el poeta es un cazador de voces. A ese designio responde Nueva York después de muerto, el último libro de Antonio Hernández que acaba de aparecer en Calambur.

Su título es el del proyecto que completaría una trilogía con la que Luis Rosales quería cerrar su obra, una idea frustrada por la enfermedad y la muerte del poeta que es el eje de este libro, un homenaje al maestro y a García Lorca, el maestro del maestro, en un cruce de caminos que terminan siempre en Nueva York, la ciudad de la muerte y de la aurora con aguas podridas y columnas de cieno.

Ese es el núcleo espacial de referencias de una compleja red de relaciones que vinculan a Rosales y Lorca en su común origen granadino, en su amistad y en el peso de la calumnia sobre el asesinato de Federico que Rosales soportó a lo largo de su vida.

Nueva York, pues, vertebra este libro de Antonio Hernández y vincula a los dos poetas como la gran ciudad real y como el espacio metafórico al que Lorca dedicó su mejor libro y en el que Luis Rosales pensaba centrar su trilogía.

Heredero de ese proyecto, Antonio Hernández organiza Nueva York después de muerto también como una trilogía en la que se suceden y se confunden ordenadamente en la muerte esos tres vértices, porque Luis Rosales es aquí ya emoción de otra sangre, ya / parte confederada, parte de Federico y está ya en Nueva York, después de muerto. / ¿Después de muerto quién, él, Federico, / Nueva York muerta?

Como antes para Lorca, para Luis Rosales Nueva York representaba “la mecanización, el automatismo de la vida, la desigualdad entre las distintas razas, el imparable avance del mestizaje... y, obviamente, Federico.”

Pero Rosales, que arrastró la cruz de la calumnia que denunció en un libro valiente Félix Grande, fue también dueño de un ruiseñor angustiado que canta y vuela en estas páginas y se levanta por encima de un país lleno de ratas y telarañas, porque en la herida con sal de la calumnia el tiro más letal / lo da la cobardía. Mata a quien lo recibe / y al tiempo ha de matar al que apretó el gatillo.”

Antonio Hernández se atreve brillantemente en estos textos a impostar la voz de Rosales “y la siempre vigorosa de Federico en unos apócrifos, si osados, voluntariosos, como homenaje a cada uno de sus libros.”

Y así estos poemas rastrean las huellas del amor, del dolor, de la pena y rompen aquel silencio universal del miedo con la urgencia de sus versos desobedientes, con la evocación de los obuses de oro en la lengua y las prosopopeyas doctas de Rosales.

Desde las costas colombinas a la falda rebelde de Marilyn hay un camino de sueños que pasan por Poe y por Whitman, por Twain y por Eliot, por el jazz y las grandes avenidas. Y en ese viaje sin regreso discurre también una larga conversación que recorre el itinerario estético y sentimental que va de Juan Ramón a Paca Aguirre, de Machado a Onetti, de Vallejo a Félix Grande en una navegación por la poesía, el recuerdo y el coñac Peinado, en una evocación del náufrago metódico mientras entre la noche y la alta madrugada, / se entreteje la sombra de la muerte.

Y el lector no sabría decir si Antonio Hernández, que no renuncia en algunos momentos a sumar ironía y emoción en una mezcla explosiva, ha cedido discipularmente la palabra a los dos maestros para que resuman su conciencia moral y su dicción poética, o si han sido ellos los que han invadido estas páginas con sus voces poderosas e inconfundibles para habitar uno de los libros más intensos y potentes de Antonio Hernández, probablemente también el más arriesgado de toda la trayectoria de un poeta que une como pocos conciencia del lenguaje y conciencia ética. Un poeta a quemarropa que es ingenuo y cabal y sabe estremecerse.

Santos Domínguez

13/3/13

Zúñiga. Misterios de las noches y los días


Juan Eduardo Zúñiga.
Misterios de las noches y los días.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.
Barcelona, 2013.


Llevadas las palabras por el viento, no entendió la noticia y el viejo amigo, tan viejo como él, que le paró en la calle, tuvo que repetirla y entonces comprendió que ella había muerto y el saberlo rompió la claridad del día y de las grandes nubes, y se percató de lo que era aquella noticia y en su mente se abrió el panorama de la lejana juventud.  

Así comienza La bailarina, uno de los cuarenta relatos que se recogen en Misterios de las noches y los días, la colección de cuentos de Juan Eduardo Zúñiga que acaba de reeditar Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

Un personaje se transforma en una esfinge a fuerza de contemplarla; una muchacha tiene no un amigo invisible, sino un amante invisible; un conde ve a su bisabuelo aristocrático en la barraca miserable de un teatrillo de feria...

Son algunas de las situaciones que se plantean en estos cuentos breves e intensos, dotados de un grado de concentración que subordina todos los elementos narrativos a la consecución del efecto único.

En ellos lo fantástico es el resultado de la irrupción del misterio en la realidad cotidiana. Ese es un rasgo que comparten los cuarenta relatos breves de este libro con la literatura fantástica. Pero lo fundamental en estos textos, lo que hace que funcionen como un mecanismo perfecto es que lo inesperado se narra en el mismo tono que lo trivial para construir en conjunto la imagen de un mundo opaco, de otra realidad incomprensible que no desentraña la razón ni captan los sentidos, de un mundo más complejo del que muestra la rutina.

Un personaje (El bisabuelo, El soldado, El jugador, La pianista), un objeto (El cuchillo, El coche, El reloj, La rosa), un lugar (El quiosco, La barraca) o una acción (El perdón, El mensaje, La venganza, El regreso) fijan en el título escueto de estos relatos la atención del lector en torno a ese centro de interés que contiene el núcleo del misterio.

Una línea imperceptible separa lo real de lo fantástico en estos relatos, en los que la travesía de esa frontera no deja señales en el estilo ni altera el tono, porque Zúñiga narra como si no existiera esa frontera, como si las puertas de comunicación de lo real y lo fantástico estuvieran abiertas de par en par o fueran giratorias.

De esa manera lo cotidiano se diluye en la rutina y lo misterioso adquiere una sensación más intensa de realidad en lo invisible, en lo dudoso, en lo secreto.

Con su acreditado oficio narrativo y un tono cercano y humilde aprendido de Pushkin y de Chejov, Zúñiga entra en esa realidad tan misteriosa e inaccesible como el escritor al que visita el narrador en La esposa, uno de los mejores relatos de un espléndido libro.


Santos Domínguez

12/3/13

Italo Calvino. Punto y aparte


Italo Calvino.
Punto y aparte.
Ensayos sobre literatura y sociedad.
Traducción de Gabriela Sánchez Ferlosio.
Biblioteca Calvino. Siruela. Madrid, 2013.



Lo que debemos temer no es la decadencia, la irracionalidad, la crueldad, la carrera hacia la muerte del arte y de la literatura, sino la decadencia, la irracionalidad, la crueldad, la carrera ha-cia la muerte que leemos continuamente en la vida de los hom-bres y los pueblos, y de la que el arte y la literatura pueden ha-cernos conscientes o quizás inmunes, indicándonos la trinchera moral donde defendernos, la brecha por la que podamos pasar al contraataque. Estamos en una época de alarma. No intercam-biamos el horror de las cosas reales por el horror de las cosas escritas, no olvidamos que con lo que tenemos que batirnos es con la realidad terrible aunque nos sirvamos de las armas que la poesía terrible puede proporcionarnos. El miedo por las cosas escritas es una deformación profesional de los intelectuales y que atañe sólo a éstos, afirmaba Italo Calvino en  La espina dorsal, una conferencia que pronunció en febrero de 1955 en el  PEN Club de Florencia.

El texto de esa conferencia abre Punto y aparte, el volumen con el que Siruela sigue enriqueciendo su imprescindible Biblioteca Calvino, en este caso con la recuperación de los ensayos sobre literatura y sociedad que escribió entre 1955 y 1980.

Cuando recopiló estos ensayos, Calvino escribió una Presentación en la que explicaba su contenido:

En este volumen he reunido algunos de mis trabajos que tratan de opiniones sobre poética, esbozos de un camino a seguir, balances críticos y observaciones generales sobre el pasado, el presente y el futuro, que he ido elaborando y recopilando sucesivamente durante los últimos veinticinco años.

Y añadía: El personaje que toma la palabra en este libro (que en parte se identifica y en parte se distancia de mi propio yo, tal y como se manifiesta en otra serie de escritos y de actos) entra en escena por los años cincuenta, tratando de asumir una personal caracterización del papel que por entonces desempeñaba: la del «intelectual comprometido». Si seguimos sus movimientos en el escenario, podremos observar en él, de forma visible aunque sin cambios bruscos, cómo su identificación con este papel va poco a poco debilitándose a medida que va disolviéndose la pretensión de interpretar y guiar un proceso histórico. Sin embargo, sin descuidar por ello su dedicación a tratar de comprender, de indicar, de componer, va tomando más relieve progresivamente un aspecto que, mirándolo bien, estaba presente desde un principio: el sentido de lo intrincado, de lo múltiple, de lo relativo y de lo trillado, que determina una actitud de perplejidad sistemática.

Los artículos, las conferencias, los textos polémicos y los apuntes literarios que componen Punto y aparte reflejan las lecturas, inquietudes y preocupaciones de Italo Calvino, su ideología, sus proximidades y sus antipatías en el terreno de la cultura, su compromiso cívico y político, su distancia de las posturas dogmáticas, la curiosidad intelectual con la que define territorios como el del público lector, la risa, el erotismo o la literatura fantástica; la inteligencia con que explora las relaciones entre naturaleza e historia en la novela, o entre filosofía y literatura:

La relación entre filosofía y literatura constituye una lucha. La mirada de los filósofos atraviesa la opacidad del mundo, supera su espesor carnoso, reduce la variedad de lo existente a una telaraña de relaciones entre conceptos generales y fija las reglas del juego por las que un número finito de peones que se mueven sobre un tablero de ajedrez agota un número tal vez infinito de combinaciones. Llegan los escritores, y las abstractas piezas del ajedrez, los reyes, las reinas, los caballos y las torres son sustituidas con un nombre, una forma determinada, un conjunto de atributos reales o equinos y en el lugar del tablero se extienden polvorientos campos de batalla o mares agitados; y así las reglas del juego saltan por los aires y un orden distinto del de los filósofos se va abriendo camino paulatinamente.

Y el conjunto, además de reflejar su evolución estética y moral, traza un panorama global del pensamiento de uno de los escritores más lúcidos e inquietos de la segunda mitad del siglo pasado. Con estas palabras justificaba Calvino la oportunidad de hacer esta recopilación que suponía un punto y aparte en su trayectoria:

La sucesión de estas páginas empieza a cobrar forma, y se convierte en una historia que tiene sentido en su conjunto, si se toma como el fruto de una experiencia que ya ha concluido. Partiendo de esa base, me es posible ahora reunir estos ensayos en un volumen, es decir, aceptar releerlos y hacer que se relean por estas razones: para situarlos en su lugar en el tiempo y en el espacio; para alejarlos a fin de poder observarlos en su justa luz y perspectiva; para seguir las huellas de las transformaciones subjetivas y objetivas, y de su continuidad; para comprender en qué punto me encuentro; para poner, en fin, punto y aparte. 

Santos Domínguez



11/3/13

Pablo d´Ors. El olvido de sí


Pablo d´Ors.
El olvido de sí.
Pre-Textos. Valencia, 2013.

Entre el quedeme y olvideme de San Juan de la Cruz y el estudiarse a sí mismo significa olvidarse a sí mismo, la máxima del maestro zen Eihei Dôgen, El olvido de sí mismo que Pablo d’Ors acaba de publicar en Pre-Textos es una espléndida autobiografía ficticia del vizconde francés Charles de Foucauld (1858-1916), un personaje que ya había aparecido en El amigo del desierto como uno de los fundadores de la poética del vacío.

La continuidad de este nuevo volumen con el resto de la obra de Pablo d’Ors es evidente para el lector familiarizado con su obra: la meditación que era el centro de su reciente Biografía del silencio (Siruela, 2012); la meditación que tras agrietar la estructura de la personalidad abre nuevas vías de conocimiento, el desierto como el no-lugar del creador que delimitó Edmond Jabès y como metáfora del infinito y como aventura interior de El amigo del desierto (Anagrama, 2009) o el viaje como camino de revelación de las Andanzas del impresor Zollinger (Anagrama, 2003).

Pero El olvido de sí da un paso más en ese mundo propio de Pablo d’Ors y es una reunión coherente de temas y actitudes que resumen su complejo universo espiritual en la contrafigura de Charles de Foucauld, un personaje histórico, pero también y sobre todo una proyección del autor.

Organizado en ocho secuencias cronológicas que recorren la vida del vizconde desde la confusión a la iluminación a través de una serie de etapas intermedias que jalonan una búsqueda espiritual y un camino de perfección que va de la exploración a la purgación pasando por la conversión, la meditación o la imitación.

De Estrasburgo a la trapa de Akbes, en Siria; de Roma a Emaús; de Casablanca a Argel, este es un libro que vive en la frontera del silencio compartida por la ascética cristiana y la meditación zen, que aspiran a esa disolución que culmina en el olvido de sí como primer paso para la iluminación interior o para una  creación como esta, una sosegada invitación a la felicidad de la lectura.

Una obra mayor que se sustancia en la prosa limpia, honda y transparente de Pablo d'Ors, un nombre imprescindible en la literatura española actual, un escritor en el que conviven, como en uno de sus títulos más celebrados, el estupor y la maravilla.

Santos Domínguez

8/3/13

Thomas MacGreevy. Poesía completa


Thomas MacGreevy.
Poesía completa.
Edición bilingüe.
Traducción y notas de Luis Ingelmo.
Presentación de Michael Smith.
Epílogo de Anthony Cronin.
Bartleby Editores. Madrid, 2013.



Ahora que regresamos de la primera muerte
a nuestra actual segunda vida
ya no puede ser la misma noción de cristiandad.
Ahora son Orient Express aéreos,
cuernos de oro
y cornucopias de plata dorada:
Cons-
tantinopla.


Allí fue bermellón y negro,
verde y negro,
blanco almidonado cubierto de negro cadavérico.
¡Oh, Grünewald!
¡Oh, Picasso!


Aquellos sin máscaras antigás estaban perdidos.

En vida, mi rosa de Tralee se tornó gris,
un gris sepulcral,
desnacarado.
Mas por un instante, supongo, ahora,
puedo suponer que, por un instante,
brilló con resplandor azul,
argénteo,
dorado,
rosado
y con la luz del mundo.



Ese poema, La Gloria de Carlos V, inspirado en el cuadro homónimo de Tiziano, es el texto central de la Poesía completa de Thomas MacGreevy que acaba de publicar Bartleby con una espléndida traducción de Luis Ingelmo.

Es la primera vez que se traduce al español la obra del irlandés MacGreevy (189-1967), escasa en extensión pero de influencia duradera. Fue uno de los fundadores del imaginismo, que se inspiró en Eliot y su correlato objetivo para encauzar la experiencia en imágenes literarias y en representaciones pictóricas que van más allá de la mera descripción, como en ese poema..

Traductor de poesía francesa y española, Mac Greevy fue director de la National Gallery de Dublín y por eso no es una casualidad que en sus poemas aparezcan constantes referencias a pintores y escultores como Grünewald, Picasso, Boticcelli, Berruguete o Juan de Juny, y en otros el eje temático sea La Gioconda o los cuadros de El Bosco, de Giorgione o de Tiziano.

En 1932, dos años antes de publicar la primera edición de su único libro, Poems, firmó con Beckett y otros el manifiesto La poesía es vertical, que se reproduce al frente de esta edición y que defiende la autonomía de la poesía, su “energía órfica”, la ambición de buscar “las profundidades telúricas” para iluminar la realidad y la utilización de un “lenguaje que funcione como vehículo divinatorio.”

Además de la pintura, la música  (Wagner, Schubert), la literatura (Virgilio, Li Po, Proust) Irlanda o la historia europea son las referencias sobre las que MacGreevy construye unos poemas sobre cuya importancia escribe Anthony Cronin en su excelente epílogo (Thomas Mac Greevy: el mejor de una minoría):

“Escribió no menos de diez poemas que sobrevivirán a toneladas de productos que han recibido mucha más publicidad que ellos. Son, a mi juicio, algunos de los mejores poemas que nadie haya escrito en inglés durante el siglo XX.”

Parece que Tiziano se inspiró para la realización de La Gloria que le encargó Carlos V en un texto de La Ciudad de Dios de San Agustín. Y a ese mismo modelo se refiere MacGreevy en De Civitate Hominum, un intenso poema sobre su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial que termina con estos versos:

Es la naturaleza muerta la que vive,
y no la carne viva.

Hay flores asesinas, blancas como vellones,
que se despliegan con primor
y envuelven a su piloto
quien, sobrevolando Gheluvelt,
hace un reconocimiento matinal,
todo él de seda y plata
en lo alto azul.

Oigo el zumbido de un motor
y nubes de humo blando que martillean el aire
al desplegarse las flores blancas como vellones.

No sabría decir con qué flor se ha quedado
pero de pronto se siente un temblor,
aparece un zigzag de trazos sobre lo azul
y él se desliza hasta
adentrarse en lo blanco,
una llama delicada,
una pincelada de naranja en el vestido de la mañana.

En voz baja, mi sargento dice: «¡Dios santo!
Qué muerte tan horrible».

El santo Dios no responde
aún.

Santos Domínguez

7/3/13

Augusto Monterroso. El paraíso imperfecto


Augusto Monterroso.
El paraíso imperfecto.
Antología tímida.
Debolsillo. Barcelona, 2013.


Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlos a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra, y de esta otra, otras más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector, escribía Augusto Monterroso en 1975 en el prólogo de su Antología personal.

Esas palabras se recuperan ahora para cerrar El paraíso imperfecto, una amplia más que tímida antología que publica Debolsillo cuando se cumplen los diez años de la muerte de uno de los narradores más personales y potentes de los últimos cincuenta años.

Monterroso fue un Cervantes centroamericano y superrealista, un Esopo contemporáneo, un escritor irrepetible que escribió relatos, fábulas y ensayos y los agrupó en libros tan memorables como Obras completas (y otros cuentos), La oveja negra y otras fábulas, Movimiento perpetuo o La palabra mágica.

Esta antología recoge una abundante muestra de esos relatos y de algunos de sus ensayos, que contienen abundantes elementos narrativos y pasan con naturalidad de un género a otro, porque el arranque del narrador excepcional que era Monterroso recorre todos sus textos, del mismo modo que su temperamento hace pasar sin transición su literatura del humor a la tristeza, de la ironía al homenaje.

Un ejemplo, este Epitafio encontrado en el cementerio Monte Parnaso de San Blas, S.B., de La letra e.

Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;

Escribió una novela: dijeron que se creía Proust;

Escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;

Escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;

Escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;

Escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;

Dejo de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;

Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.

Desde Estatura y poesía (“Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta”), hasta Mi primer libro, un espléndido ensayo en el que un Monterroso final pasa revista a su biografía y a algunos de sus relatos más significativos, se reúnen aquí casi un centenar de textos como El eclipse, La oveja negra o el que da título a la antología, El paraíso imperfecto:

-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Una antología tímida, organizada cronológicamente, que es también una imprescindible obra mayor de la literatura hispánica contemporánea, la escritura gigante de aquel hombre tan bajito que, como decía él mismo, no le cabía la menor duda.

Santos Domínguez

6/3/13

Caminando sobre las aguas


Ignacio del Valle.
Caminando sobre las aguas.
Páginas de Espuma. Madrid, 2013.

Tenías que haberlo visto, Galiana. Fue maravilloso.

Así comienza Corazón, un espléndido relato lleno de intensidad emocional y de buena prosa que forma parte del primer libro de cuentos de Ignacio del Valle.

Ignacio del Valle, que ha ido consolidando su oficio de novelista en la última década, con El tiempo de los emperadores extraños o Busca mi rostro, debuta en el subgénero del relato corto con Caminando sobre las aguas, una colección de catorce cuentos que publica Páginas de Espuma.

Escritos a lo largo de estos diez años, variados en temas y en registros narrativos, en enfoques y en situaciones, estos cuentos reflejan la complejidad del mundo y viven en un ambiguo territorio de frontera, en una tierra de nadie donde se cruzan la realidad y la ficción, el pasado y el futuro, el sueño y la vigilia, la vida y la muerte.

En ese lugar de encrucijada viven la mayoría de estos cuentos en los que se suceden tramas muy diversas y situaciones límite: desde el reportero de guerra en un círculo infernal bajo el punto de mira de un francotirador hasta un Don Quijote extraviado en Holanda, desde las torturas a una mujer en una dictadura latinoamericana con el contrapunto de un jaque en una partida de ajedrez hasta la travesía del bosque en el espacio verosímil de una pesadilla infantil, pasando por un carterista, superviviente patético que se encuentra en la acera una moneda que le salva del suicidio y se toma la revancha de su vida en una joyería o por la madrugada madrileña de un borracho sin amor y sin dinero.

Caminando sobre las aguas, uno de los relatos, es el eje del libro. Por eso está en el centro y por eso es el que el autor ha elegido para titular el conjunto. Ambientado en la Florencia renacentista y protagonizado por un doble de Lorenzo de Medicis, ese cuento de amor y muerte reúne muchas de las claves del universo narrativo de este volumen que muestra evidentes puntos de contacto con las novelas de Ignacio del Valle: es patente la vinculación de Círculos con Busca mi rostro o la de Gott mit uns con El tiempo de los emperadores extraños.

Intensos y con frecuentes fogonazos finales, en todos estos cuentos tiene el lector la impresión de que Ignacio del Valle ha dado con el tono más adecuado a cada tema, a cada situación, a cada esquema narrativo. Y por eso este es un libro repleto de sugerencias y con páginas deslumbrantes como la de Corazón, que termina con esta frase que cierra un círculo perfecto:

Pero yo no subí, Galiana, tenía que volver contigo.


Santos Domínguez

5/3/13

Poe. Cuentos de muerte y demencia


Edgar Allan Poe.
Cuentos de muerte y demencia.
Ilustrado por Gris  Grimly.
Traducción de Íñigo Jáuregui.
Nórdica Libros. Madrid, 2013.


El horror no proviene de Alemania, sino del alma, afirmaba Poe en una frase que resume gran parte de su literatura.

Esa fue su aportación decisiva a la narrativa gótica: la idea de que el horror no es algo que venga de fuera ni se sustente en la escenografía, sino que vive en el interior del personaje.

Uno de los paradigmas de esa propuesta es El corazón delator, el primero de los cuatro relatos ilustrados por Gris Grimly en la espectacular edición que acaba de publicar Nórdica en un volumen que incluye también adaptaciones de El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether, La caja oblonga y Los hechos del caso del señor Valdemar.

Variados en su enfoque, que oscila entre lo dramático y lo grotesco, los dos primeros relatos exploran la delgada línea que distingue la locura de la cordura. Y si en el muy conocido El corazón delator el horror y el remordimiento acababan devorando al asesino, en el menos famoso El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether un Poe irónico y divertido juega con el lector y le esconde un dato crucial que no emerge hasta los últimos párrafos para producir un desenlace sorprendente y lleno de relativismo.

La caja oblonga y Los hechos del caso del Sr. Valdemar definen el canon clásico del Poe terrorífico y resumen su irrepetible talento narrativo. Unidos por el tema de la muerte (una mujer cadáver o un antepasado de los zombies), los cuenta un narrador perplejo, de desorientada perspicacia y limitado en su conocimiento de los hechos o de la frontera que separa la vida de la muerte, lo que le sitúa en el mismo nivel de asombro que experimenta el lector al ir conociendo las claves de la historia.

Las ilustraciones, desgarradas y expresionistas, del enigmático Gris Grimly expresan gráficamente ese contraste de pesadilla entre lo grotesco y lo trágico, entre lo cómico y lo terrorífico que recorre estos cuatro cuentos de Poe.

Al principio fue el miedo. Quizá la clave de todo Poe esté en esa frase que Julio Cortázar escribió hace medio siglo en el prólogo de su memorable traducción de los cuentos de Poe, que en su escritura despreció por igual la improvisación y el didactismo, la temática moralizadora y el descuido técnico. Sus textos teóricos y sus relatos siguen siendo hoy un referente modélico para los aprendices de escritores y para los narradores de oficio acreditado.

Porque Poe unió la precisión matemática del diseño al efecto mágico de lo misterioso y combinó la brevedad y la intensidad en una literatura que es suma de técnica y precisión analítica, de las revelaciones opiáceas y los delirios alcohólicos que alimentaron su locura lúcida.

Santos Domínguez


4/3/13

Rudyard Kipling. El libro de la Selva


 Rudyard Kipling.
El libro de la Selva.
Ilustraciones de Gabriel Pacheco.
Traducción y notas de Gabriela Bustelo.
Sexto Piso Ilustrado. Barcelona, 2013.



Sexto Piso acaba de publicar una espléndida edición del Libro de la Selva ilustrada por Gabriel Pacheco con traducción de Gabriela Bustelo.

Una brillante reinterpretación gráfica de unos textos que por su carácter visual y su difusión son un reto exigente para cualquier ilustrador.

Y en cualquier caso, este libro, cuyas ilustraciones aportan un valor añadido a los cuentos de Kipling. es un nuevo motivo para acercarse a un conjunto inolvidable de relatos de aprendizaje, con Mowgli y el oso Baloo, sobre la pantera Bagheera y el tigre Shere Khan, sobre la foca blanca y Rikki-Tikki-Tavi, sobre la vida en la selva y en la aldea, sobre la hostilidad del hombre hacia la naturaleza y los animales, en un libro que contiene los arquetipos universales que habitan el imaginario colectivo que las narraciones desde que el hombre empezó a contar historias.

Un clásico que se reinventa y se actualiza con cada lector y con cada época y que ahora se ilumina con la luz renovadora que proyecta Gabriel Pacheco en los episodios y en los personajes, y sobre todo en la selva abrumadora y enmarañada, con unos claroscuros que le dan hondura y complejidad a unos relatos menos infantiles de lo que estamos acostumbrados a ver.

Santos Domínguez