10/12/15

Kafka. Cartas a Milena


Franz Kafka.
Cartas a Milena. 
Traducción de Carmen Gauger. 
Biblioteca de traductores.
Alianza Literaria. Madrid, 2015.

En su serie Biblioteca de traductores Alianza Literaria presenta obras y autores fundamentales de la literatura universal en nuevas versiones realizadas por traductores relevantes.

Acaba de aparecer bajo ese sello una nueva edición de las Cartas a Milena de Franz Kafka a cargo de Carmen Gauger, una de las más prestigiosas traductoras del alemán por sus ediciones de Thomas Mann, de Rilke o de Handke. Su espléndida versión de este epistolario kafkiano va presentada por un prólogo en el que, además de hablar de Milena Jesenská y de su intensa y conflictiva relación con Kafka, explica la importancia de estas cartas en el conjunto de la obra del autor de La metamorfosis: “No son pocos los comentaristas –escribe- que ven en las cartas a Milena de Kafka no un complemento de su obra literaria, sino una parte de ella: una novela de amor con una sola voz.” 

Estas cartas reflejan una relación epistolar de la que sólo conocemos una parte: no se conservan las cartas de Milena a Kafka, aunque si las ocho cartas que le escribió a Max Brod, que se incorporan a esta edición junto con la necrológica que publicó a la muerte de Kafka: Anteayer murió en el sanatorio de Kierling, en Klosterneuburg, cerca de Viena, el doctor Franz Kafka, un escritor alemán que vivía en Praga. Pocos le conocían aquí, porque era un solitario, un hombre lleno de sabiduría e intimidado por el mundo...

Un texto modélico que apareció el 6 de junio de 1924 y terminaba así: Era un artista y un hombre de tan delicada conciencia que oía también allí donde otros, sordos, se creían a salvo.

Milena era una mujer resuelta y casada que vivía en Viena y conoció a Kafka en 1919 en Praga, donde había nacido. Allí le comunicó su intención de traducir sus relatos al checo. Era trece años más joven que él y Kafka se enamoró de ella sin conocerla apenas. De hecho, en una de las primeras cartas confiesa que no recuerda los rasgos de su cara. Quizá su enamoramiento tuviera que ver con otros aspectos, porque Milena era una mujer independiente, una mujer de mundo, de fuerte y libre personalidad. Una mujer dotada -señala la traductora- “de inteligencia, sensibilidad y fortaleza en un grado totalmente fuera de lo común.”

Era un mal momento en la vida de Kafka, atrapado entre los problemas de salud causados por una tuberculosis incipiente, su ruptura con Felice Bauer y su matrimonio frustrado con Julie Wohryzek, los problemas con su propio padre y una prolongada parálisis creativa.

En aquellas cartas que comenzaron a cruzarse en abril de 1920, que empezaron siendo ceremoniosas y que acabaron siendo  diarias -Kafka habla en una de ellas de este deseo inmoderado de cartas- Kafka encontró una forma de contacto si no más satisfactoria sí al menos menos problemática que la de la relación directa. Frente a su propia inseguridad, veía en Milena la imagen de la firmeza y la seguridad de una mujer decidida y dueña de su destino. Lo había demostrado antes de conocer a Kafka y lo siguió demostrando después de escribir su necrológica, cuando se lanzó a vivir con una turbulenta intensidad hasta su muerte en 1944 en el campo de concentración de Ravensbrück.

Y tal vez lo mismo que le atraía de Milena -su experiencia, su desenvoltura, su inteligencia- es lo que le acabó asustando. En una de sus cartas Kafka se refiere al doble efecto, perturbador y tranquilizante, que le produce su relación con Milena.  Posiblemente sea eso lo que explique la resistencia de Kafka a viajar a Viena para encontrarse con ella, aunque finalmente iría.

Porque Kafka hablaba de una Milena epistolar, no de la Milena real, cuando decía en una carta a su amigo Max Brod que era un fuego vivo como nunca había visto antes… Y al mismo tiempo extraordinariamente delicada, valerosa, inteligente. 

De todas las mujeres que pasaron por la vida de Kafka -y fueron muchas, contra lo que suele creerse- ninguna como Milena había comprendido la genialidad de su obra. Era, dice la traductora, “una mujer que estaba a su altura intelectual (...), la única que tenía la inteligencia y la sensibilidad necesaria para comprenderle y vivir con él.” 

Había entre los dos una dependencia mutua que explica el ritmo febril del intercambio epistolar durante seis meses de 1920. Pero sus proyectos vitales divergentes, y posiblemente también un problemático contacto físico durante los cuatro días en que Kafka estuvo con ella en Viena, provocaron una ruptura temprana, que fue ya inevitable tras otro encuentro, de unas horas, en Gmünd, del que la relación salió ya rota.

La angustia empieza a sobrevolar las cartas y Kafka le dice a Milena en una de ellas que su relación es imposible porque los dos están casados: ella con un hombre en Viena, él con la angustia en Praga.

La comunicación epistolar con Milena había sido muy fluida hasta que en noviembre de 1920 Kafka le envía este mensaje:

Quería romper esta carta, no enviarla, no responder al telegrama, los telegramas son muy ambiguos; pero ahora han llegado la postal y la carta, esa postal, esa carta. Pero también respecto a ellas, Milena, y aunque hubiera de morderme la lengua que desea hablar: ¿cómo puedo creer que necesites las cartas ahora, si lo que necesitas es únicamente sosiego, como tú misma lo has dicho casi sin darte cuenta? Y estas cartas son sólo un tormento, provienen de un tormento incurable, sólo causan un tormento incurable; ¿a dónde nos va a llevar esto (y hasta puede empeorar) en este invierno? Guardar silencio, esa es la única manera de vivir, aquí y ahí. Con tristeza, bueno, ¿qué importa? El sueño es así más infantil y más profundo. Pero el tormento equivale a pasar un arado a través del sueño -y a través del día-, eso no se puede soportar.

Y en el margen derecho añadía: “Si voy a un sanatorio, te lo diré, naturalmente.

A partir de ese momento, las cartas son ya esporádicas, mucho más distantes no sólo en el tiempo, sino en el trato. Kafka deja de tutear a Milena y la trata ya de ‘usted’ hasta la última carta, fechada el 25 de diciembre de 1923, que termina así:

Y ahora, pese a todo, mis ‘mejores saludos’: qué importa si ya caen al suelo en la verja del jardín, quizás la fuerza de usted sea así un poco mayor. Suyo K.

Estas cartas son más que un mero epistolario. “Una novela de amor, con una sola voz”, escribía la traductora, como ya vimos. Y añadía: “Justamente en esta ‘sola voz’ estriba para mí como traductora su principal dificultad” porque “al ser la materia de las cartas de naturaleza mucho más espinosa -sus miedos e inhibiciones sexuales, por ejemplo- que la de otros intercambios epistolares, Kafka no se expresa siempre con esa prosa fluida y grata con lo que escribe a Felice Bauer, su primera novia, sino que a menudo es un estilo fragmentario, alusivo, muchas veces elíptico, oscuro y nebuloso. Pero no por eso menos fascinante."

Santos Domínguez