15 noviembre 2010

El sueño del celta


Mario Vargas Llosa.
El sueño del celta.
Alfaguara. Madrid, 2010.

En la justificación del Nobel otorgado a Vargas Llosa, decía la Academia Sueca que el premio se le concedía al novelista peruano por “su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota.”

Y eso es en gran medida El sueño del celta, la novela que Vargas Llosa publica en Alfaguara sobre la figura del diplomático irlandés Roger Casement (1864-1916), que denunció la violencia criminal de la colonización belga del Congo y el régimen terrorista y genocida que implantó allí la católica majestad del rey Leopoldo II.

No hace muchos meses que Ediciones del viento editó en el volumen La tragedia del Congo el largo y demoledor informe que Casement escribió en su particular viaje al corazón de las tinieblas cuando era cónsul británico. Apareció en 1903 con el título The Congo Report y ha sido la base documental de parte de la novela de Vargas Llosa.

Porque la otra parte se centra en un informe de Casement sobre la Amazonía peruana, el Informe sobre el Putumayo, que asume las denuncias del periodista Benjamín Saldaña y describe pormenorizadamente las brutalidades que los comerciantes de caucho cometían sobre los indígenas:

-¿Alguna vez tuvo usted que matar indios en el ejercicio de sus funciones? Roger vio que los ojos del barbadense lo miraban, se escabullían y volvían a mirarlo.
-Formaba parte del trabajo -admitió, encogiendo los hombros. (...)
-¿Me diría cuánta gente tuvo usted que matar, señor Thomas?
-Nunca llevé la cuenta -repuso Eponim con prontitud-. Hacía el trabajo que tenía que hacer y procuraba pasar la página. Yo cumplí.

Roger Casement fue la conciencia ética que denunció los excesos del colonialismo, la explotación masiva de las materias primas y el exterminio, las mutilaciones y las torturas sobre la población autóctona que se resistía al trabajo extenuante del esclavo. Y esas denuncias las hizo tras conocer de primera mano aquellos excesos, porque Casement -como Conrad, a quien le abrió los ojos- creyó ingenuamente durante muchos años en la labor civilizadora de las potencias occidentales, que decían llevar a aquellos territorios la religión, la ley y la justicia y no el saqueo, el expolio y el exterminio.

Como Conrad, Casement fue un idealista que no se dio cuenta de que Stanley era un tipo siniestro, un mercenario al servicio del horror, la codicia y el terrorismo de estado, y no un intrépido explorador:

Años después, en la duermevela visionaria de la fiebre, se ruborizaba pensando en lo ciego que había sido. Ni siquiera se daba bien cuenta, al principio, de la razón de ser de aquella expedición encabezada por Stanley y financiada por el rey de los belgas, a quien, por supuesto, entonces consideraba -como Europa, como Occidente, como el mundo- el gran monarca humanitario, empeñado en acabar con esas lacras que eran la esclavitud y la antropofagia y en liberar a las tribus del paganismo y las servidumbres que las mantenían en estado feral.

Aquel viaje de cien días por el Congo cambió la vida, el carácter y la mentalidad de Casement, que, en una nueva travesía que se inicia en Canarias en enero de 1913, acabó militando en su lúcida madurez en los movimientos independentistas irlandeses y conspirando desde Alemania contra el gobierno de Londres.

Hasta ahí la ejemplar figura pública que es el centro de El sueño del celta. Porque Casement se complicó la vida -o se la complicaron- con unos diarios íntimos de dudosa autenticidad en los que proyectaba una serie de fantasías con las que daba cauce a su homosexualidad. Falsos o no, escritos por él o fabricados por sus enemigos, el hecho es que esos Diarios Negros le desacreditaron ante la opinión pública y dañaron irreversiblemente su fama.

—Cómo pudo ser tan insensato, hombre de Dios, le reprocha el pasante de abogado cuando le visita en prisión.

Organizado en tres partes (El Congo, La Amazonía e Irlanda) y un epílogo, El sueño del celta es un acercamiento a la figura de Casement en su doble dimensión, pública y privada. A lo largo de la novela, Vargas Llosa explora esa dimensión contradictoria de la figura poliédrica que lo protagoniza. Detrás de las denuncias de un Casement intachable que elabora informes en los que deja el testimonio de sus travesías por el horror y denuncia la potencia devastadora del colonialismo o lucha por la independencia de Irlanda, hay un Casement secreto, el que aparece en esos diarios dudosos que aniquilaron su prestigio.

Y así cobra todo su sentido la cita de José Enrique Rodó que abre la novela como una clave: Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes.

El sueño del celta mantiene un balance constante entre el documento histórico y la imaginación narrativa, entre lo público y lo privado, entre el presente del personaje que espera en 1916 en una celda londinense la conmutación de la pena capital y el pasado en el que recuerda su experiencia del horror en el Congo y en la Amazonía.

Porque los mapas continentales de la maldad son semejantes, a pesar de las distancias y pueden ser descritos, silenciados o tergiversados por los historiadores, pero la personalidad de un hombre tiene siempre inaccesibles zonas de sombra que sólo puede iluminar la reconstrucción imaginativa de la novela por medio de una técnica narrativa tan poderosa y eficaz como la que despliega Vargas Llosa.

Y así El sueño del celta, además de un recorrido por ese mapa del terror que figura ensangrentado en la portada, es un viaje al interior del personaje, una incursión en las zonas más oscuras y secretas del Casement privado, del personaje terminal sometido a la degradación física de la suciedad y a la humillación moral por parte de los carceleros en el oscuro interior de la prisión de Brixton, lleno de piojos y pulgas, previa a la última humillación en forma de exploración anal tras su ejecución en la horca.

Con ese viaje al interior –de la celda y del personaje encerrado en ella- comienza significativamente la novela:

Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó, asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó, recostada en el vano de la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, lo contemplaba con la antipatía que nunca había tratado de disimular. He aquí alguien que sufriría si el Gobierno inglés le concedía el pedido de clemencia.


Santos Domínguez

12 noviembre 2010

Poetas románticos ingleses


Poetas románticos ingleses.
Edición bilingüe.
Introducción de José María Valverde.
Traducciones de José María Valverde
y Leopoldo Panero.
Backlist. Barcelona, 2010.

Cinco por dos. Cinco poetas ingleses traducidos por dos poetas españoles.

Wordsworth, Coleridge, Byron, Shelley y Keats son los cinco Poetas románticos ingleses que forman parte de la antología de poesía romántica que con traducciones de otros dos poetas, Leopoldo Panero y José María Valverde, se publicó en 1989. Desde entonces, esa edición se ha convertido en una referencia ineludible y prestigiosa de las traducciones de poesía romántica inglesa al español. Y en algo mucho más importante: en una puerta abierta que invita a entrar en ese mundo poético tan cercano a la sensibilidad contemporánea y tan decisivo en la configuración de la poesía que vino después.

Poliédrico y contradictorio, pero fundamental en la formación de la mentalidad y la sensibilidad contemporáneas, el Romanticismo es la consecuencia cultural de la Revolución Francesa y promovió su propia revolución en el terreno estético e ideológico. La ruptura de lo clásico, el triunfo de lo individual sobre lo colectivo, la exuberancia del corazón en el sentimiento desbordado, el exceso del yo frente al fracaso de la sobria razón ilustrada son algunas de las claves de un movimiento que, más allá de las modas fugaces, contempla el mundo como obra de arte, reivindica el misterio nocturno y la rebeldía y expresa el malestar del artista que ha sido desplazado a los márgenes de la actividad social.

En último extremo, el Romanticismo en sus planteamientos ideológicos y artísticos es no sólo una reacción irracionalista dentro de los movimientos pendulares de la historia de la cultura, sino la extremada protesta y la voluntad escapista de quienes renegaban del Antiguo Régimen, pero no encontraban su lugar en la nueva organización de la sociedad industrial que los relegaba a una situación irrelevante.

De ese cambio de posición del artista y del poeta surge la emancipación del pensamiento filosófico, la subjetividad vitalista y antinormativa de la creación literaria, musical o pictórica, pero también el desasosiego, la rebeldía y el escapismo que están en la raíz de muchas actitudes románticas, pero que van mucho más allá de sus límites cronológicos.

Porque el Romanticismo, que en su desazón anticipa el desasosiego contemporáneo, fue un movimiento estético que estrictamente duró tres décadas, pero tuvo consecuencias que se prolongan en la actualidad a través de una serie de cruciales estaciones de paso que se llamaron Wagner, Nietzsche, Baudelaire o Rilke, tan intermedios como determinantes de todo lo que vino después de ellos.

Tal vez por eso estos poetas románticos son la juventud más joven de la poesía occidental, nos siguen pareciendo eternos adolescentes instalados en una permanente rebeldía, en una defensa de la libertad frente a la norma, de la estética frente a la ética, de la creatividad imaginativa frente a la imitación mimética.

Estos cinco poetas fundamentales, cada uno de ellos con su voz personal, aunque unidos por temas y actitudes comunes y por propuestas estéticas similares, son una representación significativa del universo poético del Romanticismo, de su tonalidad, de su forma de mirar la realidad y el paisaje, de proyectar sus estados de ánimo en la naturaleza.

Narrativos y líricos, dos de ellos -Wordsworth y Coleridge- fueron los poetas de los lagos, respetables y magistrales; otros dos –Byron y Shelley-, satánicos y escandalosos, y Keats, el poeta-poeta, el que murió más joven, a los 25 años, el más claramente tocado por el don de la poesía y la palabra, el que más prestigio conserva hoy entre los poetas.

Inventaron el alpinismo e hicieron del Mont Blanc una cima poética de la que nunca bajaron las palabras, escribieron bajo los efectos del láudano y vieron a Kubla Khan, hicieron poesía –la emoción recordada en tranquilidad- con el lenguaje de la conversación, creyeron en la biografía como obra de arte y mantuvieron un impulso prometeico de rebeldía en una poesía hecha de búsquedas y preguntas sin respuestas.

En las páginas de esta antología de una poesía de la mirada y la imaginación, navega a la deriva un viejo marinero alucinado, cantan con distinta letra y la misma música el ruiseñor de Coleridge y el de Keats, Byron hace en Caín la apología del incesto con su hermanastra, se oye a un cuco en medio del paisaje de Worsdworth, cruje la escarcha a medianoche y la melancolía se transforma en Shelley en un himno a la belleza intelectual.

Esta antología imprescindible llevaba descatalogada algunos años. La recuperación en el cuidado catálogo de BackList añade a las traducciones de Panero y Valverde los textos originales, con los que se completa una generosa y representativa edición bilingüe de casi quinientas páginas. Una edición en la que lo único que se echa en falta es la actualización de la bibliografía, que no va más allá de 1987 –tal como la dejó José María Valverde- y que debería haberse puesto al día con las numerosísimas traducciones nuevas que han ido apareciendo estos años.

Santos Domínguez

10 noviembre 2010

Tragedias de Shakespeare


William Shakespeare.
Tragedias.
Teatro completo I.
Edición de Ángel Luis Pujante.
Espasa. Madrid, 2010.


La colección Espasa Clásicos publica, con traducciones de Ángel Luis Pujante y Salvador Oliva, inéditas dos de ellas -las de Tito Andrónico y Timón de Atenas-, las diez tragedias que compuso Shakespeare entre 1590 y 1607. Es el primero de los tres tomos en que se ha organizado la edición del teatro completo del dramaturgo isabelino. El segundo volumen recogerá sus comedias y tragicomedias y el tercero, los dramas históricos.

Romeo y Julieta, Julio César, Hamlet, Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano. La corona y la espada. El puñal y el veneno. El hacha y el pañuelo. Esos son algunos de los instrumentos de que se sirven la muerte, la venganza o el odio en las tragedias de Shakespeare.

Como a todos los clásicos que lo son de verdad, a Shakespeare no se le acaba de leer nunca. En cada nueva lectura, en cada nueva versión, en cada puesta en escena de sus variadas tramas incide una luz distinta. Las brujas de Macbeth con su profecía cumplida en las sombras del bosque de Birnam. La duda permanente de Hamlet, un intelectual alojado en la incertidumbre, un personaje que refleja nuestras propias experiencias, los temas y la sensibilidad de nuestra época. El desenfado joven de Mercucio, un poco bocazas y tan responsable de su muerte como los dos adolescentes de Verona. La mezcla sutil de grandeza y debilidades en un Julio César declinante. Un Yago que ensombrece al moro de Venecia en una tragedia que trata más de la traición, la mentira y la envidia que de los celos. El rey que tenía tres hijas en esa cima del teatro en la que Shakespeare reflexiona sobre el tiempo, la decadencia física, la soledad y la muerte.

Auden destacó la distancia que separa las tragedias griegas, en las que el desastre viene desde fuera como una maldición inevitable, de las de Shakespeare, en las que los personajes labran minuciosamente el camino de su ruina. Un Shakespeare que nos transmite la imagen amarga del hombre como animal sanguinario y cobarde, traicionero y cruel.

Como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que hace la crónica del pasado, el resumen del presente y la profecía del futuro. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también la obra que hunde sus raíces en el presente puede ser la cifra intemporal del mundo. No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare. Un mundo que sigue habitado por Macbeth, Lear y Hamlet. Aquellos que mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado.

Complejas, cercanas y distantes a la vez, esas criaturas de Shakespeare no son los arquetipos de la envidia, la mentira o la ambición, sino sus encarnaciones más definitivas. En eso consiste la invención de lo humano de la que hablaba Harold Bloom, que al comienzo de su excelente Shakespeare. La invención de lo humano, respondía a la posible pregunta ¿Y por qué Shakespeare?, con una respuesta también interrogativa, aunque retórica: Pues, ¿quién más hay?

Santos Domínguez

09 noviembre 2010

Una rareza. Un libro divertido sobre educación


Juan José Romera.
Retrato canalla del malestar docente.
Toromítico. Córdoba, 2010.


Decir de un libro que trata sobre la educación que es divertido puede parecer de una frivolidad intolerable. No se sabe por qué, se espera normalmente de los libros que tratan sobre educación que sean serios, sesudos, normalmente dictados por la indignación y, en consecuencia, tremendamente aburridos.

El libro de Juan José Romera es, sin embargo, sumamente divertido y, lo que es curioso, también serio como corresponde a un libro sobre educación. El mismo título anuncia la intención del escritor de acercarse a la problemática de la implantación de la LOGSE, o lo que es lo mismo, de la educación comprensiva en nuestro país, desde un punto de vista ameno e irónico.

Para ello ha elegido una forma de abordar el tema muy moderna. El libro consiste en una serie de correos electrónicos que envía una profesora de secundaria al hijo de su marido, también profesor de secundaria. Las contestaciones de este no figuran, dado que se supone que están contenidas en las respuestas que les da la profesora.

Dada la inevitabilidad de encontrar una figura que sirva de contrapunto a la defensa de la LOGSE que hace el profesor, es la profesora la encargada de los ataques contra la LOGSE. Ataques tanto más divertidos cuanto que la profesora encarna esa actitud tan conocida en parte de nuestro profesorado consistente en que bajo una apariencia de progresismo se esconde a veces el más trasnochado conservadurismo educativo. De esta forma se consigue exponer los puntos encontrados anti LOGSE y pro LOGSE.

La serie de correos electrónicos, todos unidireccionales de la profesora al profesor, como son los contenidos en el libro podría haber contribuido a hacer pesada su lectura. Sin embargo este planteamiento se alivia introduciendo pequeños capítulos dedicados a glosar con mucho acierto los términos educativos más al uso relacionados con la famosa LOGSE.

Por lo demás el libro está magníficamente informado y documentado. Para quien quiera recordar, por ejemplo, quiénes han sido los eminentes y afamados escritores que han dedicado a la educación artículos que sólo se pueden tachar de zafios e ignorantes, el libro le dará citas inestimables de todas las tonterías que la gente es capaz de decir sobre la educación de ayer en comparación con la de hoy.


José Torreblanca

08 noviembre 2010

La Celestina como tragedia


Enrique Moreno Castillo.
La Celestina como tragedia.
Renacimiento. Sevilla, 2010.

Una crédula tradición crítica admite que la Tragicomedia de Calisto y Melibea es una moralidad adoctrinadora de jóvenes contra la pasión. A la cabeza de esa tradición, el admirable Marcel Bataillon, un ilustre hispanista que parece haber agotado toda su perspicacia en el monumental Erasmo y España.

A rebatir esa interpretación moral de La Celestina dedicaron su esfuerzo otros críticos ilustres como María Rosa Lida, Américo Castro o Stephen Gilman. Y a ellos se suma ahora Enrique Moreno Castillo, con La Celestina como tragedia, que publica Renacimiento en su colección Iluminaciones.

La cuestión que plantea este volumen va más allá de la obra de Rojas y afecta a las posiblidades interpretativas de los clásicos. Incluso ignorando que en su final -el llanto de Pleberio- están sus principios morales, su nihilismo premoderno; incluso suponiendo que Rojas sea sincero –lo que es más que dudoso- en su declaración de intenciones en los preliminares de la Tragicomedia, para el lector actual no tendría sentido una obra como esa si no admitiese una lectura contemporánea.

Y es que esa es una condición esencial de los clásicos, que mantienen su fuerza a lo largo del tiempo y por encima de su limitado contexto. En el caso de La Celestina, y para decirlo de una vez, su actualidad y su vigor proceden, no de una moralización caduca además de discutible si se conoce la condición conversa de su principal autor, sino de una visión asombrosamente moderna del mundo y de las relaciones humanas.

Porque otra de las virtudes de los clásicos, de Cervantes o de Shakespeare por ejemplo, es la capacidad de regenerarse, de ampliar su sentido y de ofrecer nuevas lecturas que van más allá de su tiempo y de la intención de su autor.

En el fondo se trata de optar entre dos anacronismos: o el anacronismo historicista que limita la obra al tiempo en que se escribió, la mutila y la inhabilita para el lector de hoy, o el anacronismo de la lectura contemporánea de los clásicos. Pero puestos a elegir, por ejemplo, siempre será preferible la lectura actual de La Divina Comedia a reducirla a su limitada voluntad alegórica, doctrinal o a la intención de participar en las disputas entre güelfos y gibelinos.

Como explica Moreno Castillo, La Celestina forma parte de una larga cadena de textos que, desde la mitología hasta la actualidad, muestran los estragos de un amor trágico que se desarrolla en un universo de pasiones y debilidades, envidias y ambiciones, ingredientes que -asociados al error como desencadenante- están en la base del género desde Edipo rey, Antígona y otros brillantes antecedentes hasta su madurez en la tragedia isabelina del Rey Lear o de Macbeth.

Pero la altura literaria y la grandeza dramática de la Tragicomedia son inseparables de su estilo, de la importancia de la palabra caracterizadora, de la verbalización del mundo y del diálogo que exterioriza las pulsiones de los personajes. Es en este terreno en el que La Celestina mantiene su vigencia como obra mayor del diálogo en la literatura europea, apenas igualado por una limitada nómina de dramaturgos posteriores.

Esa intensa serie de encuentros verbales que son los diálogos de La Celestina, territorio de simulaciones o confesiones, se interrumpe bruscamente tras la muerte de los amantes. Es entonces cuando irrumpe la fuerza del monólogo en el que Pleberio expresa su soledad y su desolación ante un mundo sin sentido.

Poco importa en el fondo que Rojas utilice esa máscara como portavoz de su desorientada desesperación, de su nihilismo acosado. Lo importante es la fuerza con la que esas palabras han atravesado los siglos. Que esa fuerza se la suministre el rencor de aquel joven estudiante en Salamanca o proceda de otro lugar creativo es irrelevante. Lo que importa es que con esas palabras negras y desesperadas se escribe uno de los momentos más intensos de la literatura española.

Santos Domínguez

05 noviembre 2010

Piedras al agua


Antonio Cabrera.
Piedras al agua.
Tusquets. Barcelona, 2010.

Ver y pensar el mundo (Verlo y pensarlo, ese es el cometido) es el objeto de los poemas que Antonio Cabrera ha reunido en Piedras al agua, que publica Tusquets.

Meditación e impresiones, razón y sensaciones unidos en unos textos depurados en que conviven en armonía el pensamiento y el sentimiento de un yo lírico emocionado y reflexivo que dialoga con el paisaje y el recuerdo y pasa del objeto al concepto a través de una mirada que oscila entre lo exterior y lo interior en las tres partes en que se organiza el libro.

Ese yo poético se perfila en el cruce de dos espacios: entre el ámbito doméstico cotidiano y la aparición de unos caballos al anochecer, unidos por una constante sensación de prodigio y de revelación, de instante irrepetible captado por los sentidos y elaborado por la razón.

Esa indagación en lo hondo, esa mirada mental que va más allá de la superficie es también una exploración de sus propios límites, de los límites del conocimiento y de la palabra. Es la retina del conocimiento, la pupila equivocada que analiza una nube pasajera en Avance de nube y asume el reto expresivo del poema, la limitación del lenguaje que se convierte en centro del texto que se titula Antes de hablar, cuyo primer verso es No sé si pronunciarlo y que termina con este reconocimiento de la derrota: Cuanto pueda decir va a desmentirse.

Verlo y pensarlo, ese es el cometido. Y la misión imposible del lenguaje, de manera que el poeta firma la crónica de ese reto y de esa imposibilidad y afronta el asedio limitado a la vasta realidad huidiza que se evoca en estos poemas (naciente luz/ que estaba) .

La poesía de Antonio Cabrera se apoya en el mundo, es una reivindicación de los objetos como parte de nuestro propio ámbito. Y la delimitación de ese espacio propio desde el ritmo lento de llanto razonado con el que el poeta aborda la realidad está hecha también de tiempo, de una intensa temporalidad que surge de una mezcla de exaltación del instante presente -que recuerda en tono, en actitud y hasta en léxico el Cántico guilleniano- y de melancolía sometida al freno de la serenidad y de la contención verbal.

Ese difícil equilibrio sostiene la intensidad verbal y emocional de estos poemas. Porque la sombra es mucha, pero el poeta mira a su través, como aconseja a su hija en el Poema de cumpleaños, y sabe, como el halcón viejo cuando enseña al halcón joven en Anotaciones en un cuaderno de campo, que la vastedad es suya, si la gana.

Por eso, desde la asunción de la sombra, este es un libro luminoso, cuya Poética concluye con unos versos que resumen la actitud de Antonio Cabrera en estas Piedras al agua: De luz y de abstracción/está rodeado/todo.

Santos Domínguez

03 noviembre 2010

Leviatán o la ballena


Philip Hoare.
Leviatán o la ballena.
Traducción de Joan Eloi Roca.
Ático de los libros. Barcelona, 2010.

Entre la historia cultural, la literatura, la memoria autobiográfica, el tratado de zoología y el libro de viajes, Leviatán o la ballena es uno de esos pocos libros que contienen el mundo. Y el lector lo sabe desde las primeras páginas.

Escrita con brillantez y prosa adictiva y generosamente ilustrada, con esta obra de evidente estirpe sebaldiana, tan inclasificable como el animal que la inspira, ganó Philip Hoare el año pasado el premio BBC Samuel Johnson al mejor libro de ensayo. Acaba de publicarlo en España Ático de los libros con traducción de Joan Eloi Roca.

Alguien señaló una vez que Moby Dick, como La Biblia, debe ser leída en sesiones de un par de páginas diarias. Con Leviatán o la ballena, cuyo título es un guiño de homenaje a Moby Dick o la ballena, esa tarea es imposible. Este es un libro impredecible y absorbente cuyos quince capítulos se leen de un tirón, de asombro en asombro, entre la obsesión y el deslumbramiento, entre el recuerdo de Jonás y el terror de Melville, entre la aventura de Simbad y la exaltación ecologista del Walden de Thoreau.

La imagen contradictoria de la ballena en el imaginario humano oscila, como el mar, entre la atracción y el terror, entre la simpatía por el animal aniquilable y la imagen de Leviatán, la bestia apocalíptica.

Pero no todo fue destrucción. Los barcos balleneros abrieron las rutas de los mares del Sur y el aceite de las ballenas encendió los cinco mil faroles que hicieron del Londres de 1740 la ciudad mejor iluminada del mundo.

Frágil y poderosa, inconcebible y monumental, la ballena forma parte de las obsesiones de un Philip Hoare que ha escrito este Leviatán o la ballena con una potencia verbal arrolladora, con una fuerza descriptiva y evocadora que está a la altura de esa obsesión, con una prosa que se sumerge en las profundidades del mar y de la conciencia para emerger con la espectacularidad de los cetáceos.

Desde la bahía de Southampton a Cape Cod, por un mar que es un ser vivo que habitan miles de seres, desde el Génesis a la poesía o la novela, Hoare lleva al lector al límite de la tierra, al comienzo del océano, en un recorrido jalonado por ballenas en la libertad atlántica o prisioneras en acuarios siniestros.

Desde New Bedford, importante puerto ballenero en el XIX, a la isla de Nantucket, Hoare realiza un recorrido por los mapas y las representaciones gráficas, a veces imaginarias, de las ballenas, por la literatura y la geografía vital de Melville, por las raíces literarias de Moby Dick, por la influencia de Hawthorne, que hizo que esta novela, que en principio iba a ser una mera construcción comercial se convirtiese en un libro terrible y diabólico, en una reflexión alegórica sobre el mal.

El libro de viajes que es este Leviatán termina en las Azores con sus últimos balleneros y con una intensa experiencia en la que Hoare comparte armónicamente las aguas atlánticas con las ballenas que nadan a su lado.

Las quinientas páginas del libro trazan una portentosa zoología científica y fantástica, una suma de ciencia y literatura, de memoria e imaginación, una indagación en el significado simbólico de unos animales que existen más allá de la vida cotidiana, en un mundo misterioso construido con el material de los sueños y las pesadillas.

Un itinerario por la asociación de la ballena a lo monstruoso, por la proyección del imaginario de los hombres en sus representaciones literarias y plásticas, en las leyendas y en el cine para abordar la figura del animal mitológico o el pez real. Y frente a la ballena, los balleneros, neolíticos, espectrales o heroicos, a la caza de aquel animal codiciado del que dicen que no se alimenta de otra cosa que de oscuridad y de la lluvia que cae en el mar.

Quizá esa sea la mejor manera de acercarse a ese otro mundo tan contradictorio y tan lejano de nosotros que habitan esos seres a la vez frágiles y poderosos.


Santos Domínguez

01 noviembre 2010

La isla de las tribus perdidas


Ignacio Padilla.
La isla de las tribus perdidas.

Debate. Barcelona, 2010.

La incógnita del mar latinoamericano es el subtítulo del ensayo La isla de las tribus perdidas, con el que el mexicano Ignacio Padilla ganó el III Premio Iberoamericano de Ensayo Debate-Casa de América 2010.

Un proemio (Manual de supervivencia para náufragos) para cinco bitácoras y un epílogo forman la estructura de un ensayo literario que publica Debate y que se abre con una elocuente cita del Canto general de Neruda -“el idioma del agua fue enterrado”-, un anuncio de la tesis que desarrolla el libro a lo largo de sus páginas, construidas como un cuaderno de navegación.

Porque, como habían hecho ancestralmente las comunidades precolombinas, América Latina creció de espaldas al mar. Crecieron juntos, pero contrapuestos, dice Padilla, que orienta su análisis a buscar las causas de esa desavenencia secular y a rastrear su reflejo en la literatura latinoamericana, tan fecunda en navegaciones fluviales, en islas y en naufragios, y tan renuente a hablar del mar.

La selva, el llano, la pampa, el desierto o la ciudad son los territorios por los que transita la literatura de Borges, Carpentier, Rulfo, Onetti, Mutis, García Márquez o Bioy Casares. Hasta doce narradores y veinte obras que reflejan una relación conflictiva con el mar, una constante disensión con la naturaleza, la propensión al aislamiento ensimismado, la inclinación a la deriva en todas sus variantes, la vocación de náufrago del latinoamericano.

Esa tendencia a la insularidad de la tribu latinoamericana aparece empantanada en una desolación oceánica, bajo una lluvia tediosa y destructiva, en un archipiélago de soledades sometidas a diluvios prehistóricos o a lloviznas maléficas y pertinaces.

Barco, náufrago, isla o ahogao, la persona latinoamericana lucha contra la persona neptuniana encarnada en el mar, río, lluvia o ciclón. Como es de esperar, este combate encarnizado es desigual y fatal: la dimensión de nuestra reticencia océnica es tan grande como nuestra caída en los abismos. Nuestra constante negación de la derrota frente a la naturaleza es tan recia como la soledad que nos agobia cuando ha pasado el diluvio.

Quizá por eso un lúcido y profético Melquiades afirmaba Somos del agua antes de morir ahogado en Cien años de soledad.

Santos Domínguez

29 octubre 2010

Francisca Aguirre. Historia de una anatomía


Francisca Aguirre.
Historia de una anatomía.
Hiperión. Madrid, 2010.


El diccionario académico recoge dos acepciones del término Anamnesis, que da título a la segunda sección de Historia de una anatomía, el libro con el que Francisca Aguirre (Alicante, 1930) obtuvo el Premio Miguel Hernández:

1. f. Med. Conjunto de los datos clínicos relevantes y otros del historial de un paciente.
2. f. Reminiscencia, representación o traída a la memoria de algo pasado.

Ese doble sentido, técnico y personal, está también presente en el título de la obra y sobre todo en el planteamiento temático de esta Historia de una anatomía, en la que las radiografías de los huesos, el dudoso funcionamiento del páncreas o el resultado de unos análisis van más allá de su frío significado clínico.

Desde el primer texto, Radiografía, está delimitado el territorio:

He pensado muchas veces que lo sucedido
esa información tan poco convincente
sobre el estado de mi anatomía
quiero decir sobre el estado de mis visceras
o sea todo aquello que mi esqueleto preserva
y también todo lo que preserva a mi esqueleto
eso como os decía esa petición que hice a los expertos
esa sencilla demanda
al parecer dio como resultado una especie de caos.

No sabían lo que pasaba con mi corazón

ninguno supo explicarme cómo funcionaba mi hígado
y mucho menos el páncreas.
Aunque me dijeron eso sí
que muchas de las cosas que le pasaban al corazón
obedecían al mal funcionamiento del hígado o del páncreas
y desde luego todo lo que les sucedía a dichos órganos
repercutía sin ninguna duda en el cerebro.
Claro que después de meditarlo
conjeturaron que más bien era el cerebro el responsable de todo.

La materia orgánica se convierte así en material autobiográfico, y la exploración médica en indagación moral, en ejercicio de memoria, en recuento de una historia personal de cicatrices que no dejan marcas observables. Son las marcas invisibles de heridas que no se cierran nunca y que no cura el tiempo.

Frente a la frialdad del dato clínico y la distancia del tecnicismo, Francisca Aguirre propone un tono cercano y una proximidad confidencial que sólo funcionan si las soporta la autenticidad; frente a la imagen clínica, la imagen metafórica para afirmar la vida y su dignidad respiratoria, para tomarle el pulso a la sangre torrencial de la alegría y medir la presión intracraneal del dolor, para asumirlo y ponerlo a favor de la vida. Para, como en las radiografías, poner blanco sobre negro, la vida sobre las secuelas lamentables de la Historia.

Finalmente asumí que como en otros casos

es decir en otras cuestiones
todas ellas relacionadas con lo portentoso
como la velocidad de la luz
el sinfónico canto de las resplandecientes ballenas
o la mirada rebosante de pesadumbre de los pacíficos gorilas
aspectos todos fuera de mi alcance
yo hembra perteneciente a una caótica especie que llaman humana
la única posibilidad que tenía
era aceptar que mi curiosa anatomía
y el relleno con que la habían dotado
eran los responsables de mi extraño vivir.
Y que mi historia era su historia.
Qué le vamos a hacer
nadie elige su amor dijo Machado
y por lo visto tampoco elige nadie sus riñones
su páncreas su osamenta.
Y muchísimo menos
el sobresalto ante el milagro de la vida.
Lo único que sabemos es que
el pulso se acelera y las radiografías se oscurecen.

Desde Ítaca, su memorable primer libro, Francisca Aguirre ha ido recorriendo cuatro décadas de coherencia, de escritura sostenida en el esqueleto resistente de lo auténtico. Cuatro décadas de emoción y temblor de la memoria, de poesía moral, escrita con unas cuantas palabras verdaderas, como quería Antonio Machado, su maestro mayor de ética y estética.

Santos Domínguez

27 octubre 2010

Vida y tiempo de Manuel Azaña

Santos Juliá.
Vida y tiempo de Manuel Azaña
(1880-1940).

Punto de lectura. Madrid, 2010.

Publicada por primera vez en Taurus hace dos años, Vida y tiempo de Manuel Azaña, la minuciosa obra que escribió Santos Juliá es probablemente la biografía definitiva del político y escritor que llena una parte decisiva del siglo XX en España.

Se abordaba así la vida de una figura poliédrica y compleja de quien fue un prestigioso intelectual y un escritor notable, un político reformista que fracasó en el empeño de modernizar el país atrapado entre dos fuegos, el de la España ultramontana, católica y reaccionaria, y el del radicalismo incendiario de los extremistas de izquierda y del anarcosindicalismo.

De las ilusiones reformistas a la lucidez amarga de la derrota republicana hay una peripecia histórica y personal que Azaña reflejó en sus escritos. Lo subraya así el biógrafo cuando evoca una primera lectura clandestina de sus obras completas, en la que faltaban los discursos y otras piezas importantes como El problema español o Apelación a la República:

Merecía la pena leer a Azaña porque un pasado del que nos cortó abruptamente la guerra de nuestros padres, se convertía, al descubrir su palabra, en un tiempo digno de ser descifrado, un pasado en el que era preciso hurgar porque en él podían encerrarse algunas de las claves para una cabal comprensión de la miseria que nos había tocado en el presente.

Desde su infancia hasta su muerte en el exilio, desde su obra crítica y creativa hasta su actividad política, la biografía que elaboró Santos Juliá se basa en la recuperación de la obra completa de Manuel Azaña, que incorporaba abundante material inédito:

Era, en realidad, una nueva edición, que por una parte permitía poner en valor los periodos de la vida de Azaña apenas tocados en biografías anteriores; y, por otra, narrar desde una base documental mucho más sólida la vida entera del personaje, prestando una especial atención a su familia, a su infancia y juventud, a sus amistades, sus aficiones y gustos, al empleo de su tiempo, su trabajo, sus lecturas, los ámbitos de sociabilidad en los que se movía, los debates en los que participaba. Había que desechar la imagen, cansinamente repetida hasta hoy, del solitario, desconocido, frustrado, rencoroso, oscuro funcionario, y comenzar por el principio, a ver qué salía. Y esto es lo que he intentado con esta Vida y tiempo de Manuel Azaña.

La infancia que eran recuerdos de una casa triste en Alcalá de Henares, los estudios en el Jardín de los Frailes de El Escorial, la juventud perdida, la vida que empieza en Madrid y París, la actividad como ateneísta, su postura francófila en la Guerra Europea, el trabajo literario en la revista La Pluma, su crítica novecentista al 98, la República, el Ministerio de la Guerra, la Presidencia, la Guerra civil y el exilio y la persecución son algunos de los veinticuatro eslabones que completan una biografía que en palabras de su autor no aspira a retratar de una vez por todas al personaje, ni a dar con una clave explicativa de su «caso»; no divide en periodos con fecha fija el curso de su vida: demasiado complejo fue Manuel Azaña, demasiados golpes recibió de la fortuna, como para decir que fue esto o lo otro, que hay dos, tres o cuatro Azaña, o uno solo, de una pieza.

La reciente edición en formato de bolsillo en la colección Punto de lectura es una nueva ocasión para acercarse a la figura de Azaña a través de sus circunstancias biográficas y el tiempo histórico problemático en el que desarrolló su actividad intelectual y su compromiso político.

Santos Domínguez

25 octubre 2010

Claudio Magris. Alfabetos


Claudio Magris.
Alfabetos.
Ensayos de literatura.
Traducción de Pilar González Rodríguez.
Anagrama. Barcelona, 2010.

En Alfabetos, Claudio Magris ha reunido una amplia colección de ensayos y artículos sobre literatura. La mayor parte de estos textos fueron apareciendo en el Corriere della Sera en los últimos doce años y son antes que otra cosa un prolongado y lúcido encuentro con la palabra que contiene y a la vez inventa la realidad.

Desde Salgari, Dumas, London o Stevenson, que presentan en sus novelas la vida como viaje y como aventura, hasta las vanguardias y la crisis de la modernidad y la posmodernidad, Magris propone en estas páginas un catálogo de lecturas que son su carnet de identidad y el código que permite entender el mundo, descifrar su alfabeto.

La Ilíada y la Odisea, los trágicos griegos, Lucrecio y Dante, Shakespeare, Leopardi o Baudelaire forman una parte esencial de ese catálogo de lecturas, complementarias de una tonalidad narrativa que la obra de Magris debe a Tolstói, Melville, Faulkner, Kafka o Sábato.

De la mano de esas y otras lecturas, Magris encuentra en la literatura el código que cifra una mirada hacia fuera y sobre todo hacia sí mismo:

A veces me pregunto de qué lado estoy, si mi historia es la contada por Guerra y paz, por La Metamorfosis de Kafka o por el Auto de fe de Canetti. Tal vez mi odisea literaria es la que cuenta mi viaje a la nada y el regreso; tal vez por eso los escritores que más me han enseñado son los que dan voz imparcial a las más diversas cuerdas y a las más antitéticas pasiones, a la fe y a la nada, como Singer, sin el que yo sería diferente de lo que soy.


Flaubert, Musil o Svevo y su mirada al vacío son algunas de las estaciones de paso de este viaje lector a través de los alfabetos que revelan el código de la civilización y la sensibilidad.

Pero hay en estos textos también un viaje que arranca de estaciones remotas en el tiempo y se acerca a lo contemporáneo: la felicidad según Solón, la cólera de Aquiles y de Lear, la guerra en Stendhal y en Tolstói, la muerte en Goethe, la melancolía y el spleen de Baudelaire, la suma de sombra y llama en los cuentos de Hoffmann, el nihilismo de Turguenev, las dos escrituras –novela y ensayo- de Sábato, o la fusión de experimentación, herencia bíblica y tragedia griega de ¡Absalón, Absalón!, una de las cimas de Faulkner.

Y estaciones dedicadas a lugares como Praga, centro de un excelente ensayo –Praga al cuadrado- sobre la relación intensa de esa ciudad con la literatura o a explorar la vinculación de metrópoli y vanguardia en las primeras décadas del siglo XX.

O paradas frente al mar para recordar la identificación entre la vida y la navegación en Conrad y en la India para evocar a Kim, protagonista de ese libro feliz de Kipling.

No podía faltar en este catálogo un capítulo dedicado a Kapuscinski, en quien conviven inseparablemente vida, escritura y viaje. Y hay paradas breves en lugares inhóspitos como la envidia entre poetas, el veneno como ingrediente de la vida literaria o la conflictiva relación entre éxito y valor en los best sellers.

Como en el conocido relato de Borges, el mapa que traza Magris es el autorretrato de un lector. Un autorretrato moral que relaciona literatura y ética, historia y vida en una labor crítica que implica una búsqueda del sentido del mundo a través de estos Alfabetos, que publica Anagrama en su colección Argumentos con traducción de Pilar González Rodríguez.

Santos Domínguez


22 octubre 2010

Aire nuestro


Jorge Guillén.
Aire nuestro.
Edición crítica de Óscar Barrero.
Fábula. Tusquets. Barcelona, 2010.

Toda mi poesía arranca más o menos directamente de mi experiencia: mi metafísica es la física. Siempre parto de lo elemental, del cuerpo que yo soy, de lo esencial que es el aire que respiro. Y el aire que respiro me pone en relación con el mundo, con el mundo en el que no estoy nunca solo, somos "nosotros", es el "aire nuestro".

Esas palabras, que Jorge Guillén escribió en 1983 en "Más allá del soliloquio", un artículo que publicó en el número 17 de la revista Poesía, resumen el sentido de su obra completa, de una obra en marcha que integró en el volumen Aire nuestro. Cántico, Clamor, Homenaje, ...Y otros poemas, Final son las entregas sucesivas de la poesía de Jorge Guillén.

Poesía de la mirada, en la que el poeta dialoga con la realidad a través de la luz, el espacio y el aire. Lo resumía el propio Guillén con estas palabras:

La luz, naturalmente, está en todas partes, en todos los poemas. Pero yo he puesto más importancia en las palabras que se refieren al aire. El aire es ese elemento que me enlaza con el mundo (. . .) Respirar, se trata de respirar.

Aire que relaciona al poeta en una respiración compartida con el mundo. Por eso, Aire nuestro se abre con estos versos:

Respiro,
Y el aire en mis pulmones
Ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
Alegría entrañada
Que no se me revela
Sino como un apego
Jamás interrumpido
—De tan elemental—

A la gran sucesión de los instantes
En que voy respirando,
Abrazándome a un poco
De la aireada claridad enorme.
Vivir, vivir, raptar —de vida a ritmo—
Todo este mundo que me exhibe el aire

En 2008, Óscar Barrero, tras varios años de trabajo, presentó la edición crítica de Aire nuestro en los Nuevos textos sagrados de Tusquets con una fijación rigurosa del texto en dos volúmenes. A los ochenta años de la primera aparición de aquella fe de vida que era la poesía celebratoria de Cántico, se reunía en esa edición el ciclo completo de la poesía de Jorge Guillén, uno de los ejes del 27. Una obra que es el resultado de lo que Salinas definió como la conciencia poética más clara, más luminosa, exacta y profunda que hace mucho tiempo ofrece nuestra lírica.

Fe de vida, tiempo de historia y reunión de vidas, esta edición, que ya se ha convertido en una referencia imprescindible en la fijación del canon textual de la poesía de Guillén, aparece ahora en la colección Fábula.

El aparato crítico de notas y variantes se ha colocado al final de cada uno de los dos volúmenes. Con ese buen criterio que le agradecerán los lectores, la edición de la poesía de Guillén puede leerse exenta de anotaciones.

Santos Domínguez

20 octubre 2010

Montaigne en Italia

Michel de Montaigne.
Diario de viaje a Italia.
Edición de Santiago Rodríguez Santerbás.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2010.

El 20 de noviembre de 1581, en el Puy de Dôme que se haría mítico en el Tour de Francia, Michel de Montaigne expulsaba la última de las variadas piedras que le martirizaron el riñón durante el viaje que había iniciado año y medio antes y que le llevaría por los caminos de Suiza y de Alemania hasta Italia.

Diez días después del episodio excretor, Montaigne volvía a su castillo, del que había salido el 22 de junio de 1580 huyendo de diez años de aburrimiento y retiro en su torre.

A lo largo de ese viaje que duró 17 meses y 8 días, fue dictando o escribiendo una serie de anotaciones e impresiones que no pensaba publicar. De hecho, este Diario de viaje a Italia no se imprimió hasta 1774, casi dos siglos después.

Dictado en parte a su secretario y escrito en parte de su puño y letra, contiene una abundante cantidad de bosquejos rápidos de todo lo que llama la atención del curioso viajero, del renacentista inquieto, del abuelo de la Ilustración que fue Montaigne.

El elogio de la comida alemana y la cocina suiza, la descripción de las hospederías y la travesía del Tirol, Innsbruck y Constanza, la entrada en Italia por Trento, la fealdad de las mujeres italianas, la protesta por la mala comida, el escaso entusiasmo que le provoca la ciudad de Florencia, la admiración sin límites por Roma, donde estuvo casi cinco meses, entre el 30 de noviembre de 1580 y el 19 de abril de 1581, los espectáculos callejeros, los sermones de la semana santa, la biblioteca del Vaticano, los calores de junio son algunos de los temas que anota Montaigne a lo largo del viaje.

No hay aquí voluntad de estilo ni prosa elaborada ni atención a los monumentos, sino apuntes, impresiones y curiosidad por todo, anotaciones de carácter tan privado como la evacuación de ese cálculo renal, ni duro ni blando, o los minutos que tuvo la cabeza bajo un chorro de agua fría en el baño.


A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco.

Y es que Montaigne viajaba como escribía: no era normalmente la reputación de los lugares, ni aún menos un plan preconcebido de ir por tal o cual sitio para conocerlo perfectamente, ni el camino seguido por otros viajeros, lo que determinaba el suyo; seguía poco las rutas ordinarias, y no se ve que en sus viajes (exceptuando siempre su atracción por las aguas minerales) tuviera un objetivo más concreto del que había tenido componiendo sus Ensayos.

Esas palabras esclarecedoras forman parte del excelente Discurso preliminar que Meunier de Querlon redactó para presentar en 1774 los tres tomos del Diario de viaje a Italia por Suiza y Alemania. Incorporarlo al frente de este volumen es una de las aportaciones más plausibles de esta cuidada edición que acaba de aparecer en Cátedra Letras Universales con traducción y notas de Santiago Rodríguez Santerbás.

Santos Domínguez

18 octubre 2010

Antes del futuro imperfecto

Medardo Fraile.
Antes del futuro imperfecto.
Páginas de Espuma. Madrid, 2010.


En 2004 Escritura y verdad recogía toda la obra cuentística hasta ese momento de Medardo Fraile, que junto con Ignacio Aldecoa y Antonio Pereira, forma la triada de maestros del relato corto en España en los últimos cincuenta años.

Ahora, la misma editorial, Páginas de Espuma, publica Antes del futuro imperfecto, que incorpora los relatos que Fraile ha ido escribiendo en estos últimos años.

La primera parte del volumen, que es la que le da título, recoge, junto con cuatro cuentos nuevos, una selección temática de los Cuentos completos. Agrupados bajo el subtítulo Los cuentos de las aulas, están ambientados en tres etapas formativas: el colegio, el instituto y la universidad, y poblados de una variada fauna de maestros, profesores y alumnos.

Algunos de esos relatos, como Señor Otaola, Ciencias, Centenario o Al-Andalus, editados en libros anteriores, forman parte de lo más representativo y memorable de la narrativa de su autor.

La segunda parte del libro, Fuera de sí (Cuentos del futuro imperfecto), agrupa un conjunto de veinticinco relatos inéditos y de variada temática. Algunos, como Melpómene, están a la altura del mejor Medardo Fraile. Y en muchos de ellos, la sutileza y el misterio, la intensidad y el secreto, la sugerencia y la memoria, el costumbrismo y el esperpentismo se convierten en las claves que conviven en el mundo literario de Medardo Fraile y en su poética del cuento.

Una poética que combina narrativa y verdad, dos elementos que se desarrollan entre la memoria de tiempos y espacios y la invención de situaciones y personajes.

Autor consciente que ha reflexionado con agudeza y perplejidad sobre la técnica del relato y su misterio, Medardo Fraile es un estilista que no hace del estilo el centro de interés del. Sus relatos son algo más y algo menos que una historia, relatos sin centro cuya sustancia narrativa se alimenta de lo impreciso, lo abierto y lo fragmentario.

En alguna ocasión ha señalado Fraile que los cuentos que más le gustan son los que no tienen argumento, aquellos en los que no pasa nada. Y esa característica recorre muchos de estos relatos, que tienen tras su aparente sencillez una capacidad de sugerir sin decir aprendida seguramente en Chejov y en Katherine Mansfield y un estilo muy trabajado, del que pueden servir de muestra estas líneas, de José I:

Los días del curso giraban, engrasados o no, en el gozne de las conjunciones: días principales y días subordinados; días de todos los tiempos; días sustantivos, días breves y cargados como una interjección o como un suspiro.


Pocos entienden a un escritor de cuentos -declaraba Medardo Fraile con la misma ironía que despliega en sus relatos-. Es como un señor que, nadie sabe por qué, se pone todos los días una americana estrecha en vez de meterse cómodamente en un macferlán. Para empezar, la gente cree que el cuento sólo tiene que ver con la infancia y le anima a uno a escribir novelas. Equiparar la literatura a la novela es pura ignorancia o estupidez. El escritor de relatos suele ser menos famoso y ganar menos dinero que otros literatos -aunque literato es una palabra que aborrezco- y, si escribe mejor que ellos, eso pasa también desapercibido. Quizás a cambio obtenga prestigio, satisfacción personal y el gusto de estar en rebeldía con su verdad a cuestas.

Santos Domínguez

15 octubre 2010

Coleridge. Poemas



Samuel Taylor Coleridge.
Poemas.
Traducción y edición de Gabriel Insausti.
Renacimiento. Sevilla, 2010.

Conocido y citado habitualmente por su poesía narrativa, que funde argumento y diálogo dramatizado, la lírica de Coleridge (1772-1834) ocupa un inmerecido lugar secundario no sólo en la obra del poeta, sino en el panorama de la poesía romántica inglesa.

A reivindicar esa vertiente lírica de Coleridge se orienta la espléndida antología bilingüe de sus Poemas, seleccionados, traducidos y comentados por Gabriel Insausti para la colección de poesía universal de Renacimiento.

Autor de una poesía meditativa que influyó decisivamente en Cernuda, el alma visionaria del poeta expresa en estos textos el sentimiento del paisaje, la visión de la naturaleza serena o agitada de los campos, las colinas o los bosques que Coleridge recorría en sus largas caminatas.

Porque Coleridge es uno de los poetas que componen sus textos mientras pasean. Y de la imposibilidad de realizar esos paseos por un accidente doméstico surge una de sus cimas poéticas: La sombra de los tilos que es mi cárcel, un intenso canto a la amistad y al paisaje en el que están presentes todas las claves líricas del Romanticismo: la soledad, la voluntad evasiva, el tiempo, el ansia de libertad, la quietud y el silencio.

La poesía de Coleridge es una poesía de la mirada y de la imaginación. La imagen se convierte en un motor fundamental de la mayoría de estos poemas, que mantienen el tono conversacional característico de la poesía inglesa y proyectan la melancolía conscientemente en el paisaje, en una transferencia que reconoce otro de sus mejores poemas, El ruiseñor:


En la naturaleza
no hay nada melancólico. Sucede
que un viejo vagabundo –el corazón
herido del recuerdo de una pena
o un vago malestar o un amor que no fue-
llenó todas las cosas de sí mismo
e hizo que el sonido de los bosques
contara su tristeza: él, y otros como él.


La traducción de Gabriel Insausti utiliza como cauce de contención el endecasílabo blanco, que alguna vez se desborda en alejandrinos armónicos. Además de la impecable traducción, las notas que comentan con amplitud, sensibilidad e inteligencia los poemas de la antología, harán de este libro una edición de referencia de la poesía romántica inglesa en español.

Santos Domínguez

13 octubre 2010

Otoño en Madrid hacia 1950


Juan Benet.
Otoño en Madrid hacia 1950.
Debolsillo. Barcelona, 2010.

Con el prólogo que el propio Benet escribió en abril de 1987 para su publicación en Alianza, Debolsillo recupera en su colección Contemporáneos Otoño en Madrid hacia 1950, un espléndido conjunto de cuatro textos en una edición preparada por Ignacio Echevarría.

Casi unas memorias indirectas es lo que contiene –las palabras son del prólogo de Benet- este pequeño volumen de memorias en cierto modo contrapuesto a mi propósito de no escribir unas memorias ni un diario ni cosa parecida.

Cuatro textos que, a medio camino entre el ensayo y el artículo, son el resultado de una combinación de esfuerzos (la amistad y la memoria) y fueron escritos entre 1972 y 1986, en los años en que Benet creó la parte esencial de su obra.

La evocación de Baroja en su ancianidad friolera y desengañada, mientras imparte desde el sillón sacramental de su tertulia de la calle Alarcón un curso general sobre el desencanto; el retrato de el pintor Caneja (el pintor más rojo de los rojos); el Madrid de Eloy, el hombre que un día desapareció, sin más, y un memento de Martín-Santos trazan más una galería de retratos, elaborados con mejor o peor mano, que los sincopados fragmentos de unas memorias que, insisto, ciertamente nunca he sentido la necesidad de escribir.

Galería de retratos en un páramo cultural, porque esos personajes se recortan contra el desolado territorio del Madrid de la posguerra, que es el hilo conductor de estos textos en los que brilla el Benet más cercano, el conversador ingenioso y punzante, el narrador atento al detalle, distante y memorioso, el constructor de un retablo poblado de personajes y situaciones inolvidables, contadas en la excepcional prosa del fundador de Región.

Entre el humor y la pedagogía, entre la especulación y la anécdota, Otoño en Madrid hacia 1950, además de ser una muestra cabal del Benet ensayista y escritor de artículos, aporta valiosas claves sobre sus afinidades vitales y literarias.

Cuando en 2001 se reeditó Otoño en Madrid hacia 1950 en la colección Letras madrileñas contemporáneas de Visor, lo introducía un jugoso texto de Antonio Martínez Sarrión (Juan Benet: Las memorias negadas) que reaparece ahora a modo de epílogo con una leve variación en el título.

En ese epílogo, Martínez Sarrión define este libro como una obra maestra, favorita de muchos lectores, que Benet escribió a vista de pájaro, con la tonalidad oral y maliciosa del conversador y con un oído privilegiado para la cadencia de la prosa.

Santos Domínguez

11 octubre 2010

Palestina


Hubert Haddad.
Palestina.
Traducción de Purificación Meseguer.
Demipage. Madrid, 2010.

A orillas de la carretera que bordea la barrera electrónica, Cham, soldado de primera, observa el autobús que se aleja camino de Tel Aviv. Minutos antes, tras depositar armas y equipación, habia salido del puesto de mando con su orden de permiso en el bolsillo, rebosante de alegría. Tres semanas de libertad que empiezan con un dia perdido. Sin saber muy bien que hacer, se encamina hacia abajo en lugar de volver a subir y alertar de su presencia. Cham desciende arrastrando los pies hacia el puesto de observación donde el suboficial Tzvi espera el relevo en una garita de hormigón armado.

Así comienza Palestina, la novela con la que Hubert Haddad obtuvo en Francia el año pasado el Premio Renaudot. La publica Demipage con traducción de Purificación Meseguer.

Haddad (Túnez, 1947), en el que conviven las herencias judía y bereber, hace en ella su particular acercamiento al conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes en una Cisjordania en ruinas.

Palestina es una novela que tiene una evidente base real y documental, una narración que no renuncia al análisis y que por tanto es en gran medida una alegoría, una representación estilizada de la realidad.

Esa representación simbólica tiene como eje la figura del protagonista, el soldado israelí que sufrirá un secuestro, perderá la memoria y la identidad y se instalará en Hebrón en la casa de una muchacha que representa simbólicamente a Palestina, incluso con su nombre, Falastin.

Con una nueva identidad, el soldado Cham, convertido en el palestino Nessim, pasará de victimario a víctima, de represor a reprimido, de ocupante a ocupado, sufrirá los controles policiales, las humillaciones del ejército israelí al que perteneció.

Más que el análisis político o social de la situación, lo que le interesa a Haddad es el enfoque intrahistórico, es decir, explorar desde dentro el lado humano del conflicto para dejar una puerta abierta a la esperanza y a la convivencia a través de esos dos personajes centrales, ajenos a las posiciones extremistas e irreconciliables.


Santos Domínguez

08 octubre 2010

El bosque dividido en islas pocas

Jenaro Talens.
El bosque dividido en islas pocas.
Antología poética (1960-2008).

Selección y prólogo de Antonio Méndez Rubio.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2009.


Que el nombre entero permanezca
fuera de ti, como gemidos que

se desintegren en mi boca.

Que este confín de alondras que sofoco
en los linderos de mi voz, abone

la siembra, el grano y su raíz y el labio
te diga apenas como si vivieses
en la alusión sin cuerpo, sobre un prado

de sonidos ajenos, floración de piel,
viento invisible en mi interior,
aurora.

Invocación a la poesía, al que pertenecen esos versos, es uno de los poemas que aparecen en El bosque dividido en islas pocas, la antología poética que recoge medio siglo de escritura de Jenaro Talens (Tarifa, 1946).

Una escritura que, como ha señalado su autor, tiene como motor el desasosiego que calma el poema, el desconcierto que precede a la revelación del mundo.

La amplia selección, preparada y prologada por Antonio Méndez Rubio para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, toma como punto de partida los tres volúmenes en los que Talens ha ido organizando sus libros y recogiendo su abundante poesía: Cenizas de sentido (1962-1975), El largo aprendizaje (1975- 1991) y Puntos cardinales (1991-2006), a los que se añade un conjunto de poemas agrupados bajo el título La certeza del girasol y otros poemas de una obra en marcha (2006-2008)

Cada uno de esos ciclos poéticos ha supuesto una exploración expresiva y una incursión arriesgada en nuevos territorios literarios. Jenaro Talens, alejado por voluntad y por práctica de lo que él mismo ha llamado la poesía llorona, directamente confesional y autobiográfica, practica lo que el prologuista define como poética de la insurrección, concibe la escritura como reflexión autocrítica y como crítica del lenguaje, como apología de la incertidumbre, como reflejo en un espejo que miente. Mi oficio es la extrañeza podría ser el mejor resumen de su actitud como poeta.

En esta antología, que aspira a ser una obra nueva más que una mera recopilación textual, los poemas dialogan entre sí en un contexto distinto del original, establecen unos con otros relaciones inéditas y plantean una reflexión plural sobre la realidad y sobre la identidad propia, van de la proyección al señalamiento y delimitan el lugar desde el que habla el poeta, el lugar desde el que el texto mira la realidad y se convierte en espacio de encuentro entre la subjetividad y la objetividad, entre el escritor y el mundo.

La escritura de Jenaro Talens persigue por eso la delimitación de un espacio propio del poema, es una composición de lugar que fija un territorio conquistado al tiempo por la palabra del poeta.

Una noción de lugar frente a la destrucción del tiempo que sigue estando presente en el último poema de esta antología, Cabo do Mundo, que se cierra con estos versos:

La llaman costa de la muerte,
pero el azul que abraza sus espumas

habla de recurrencias, de resurrecciones,

de esa vuelta al comienzo

que ha sido siempre el mar, sin profecías

ni más oráculos que la costumbre
de habitar en los sueños y permanecer.


Santos Domínguez

06 octubre 2010

Amor malo y feroz

Larry Brown.
Amor malo y feroz.

Traducción y presentación
de Luis Ingelmo.
Bartleby. Madrid, 2010.

En Amor malo y feroz, Larry Brown (Oxford, Misisipi, 1951-2004), reúne diez textos -ocho relatos, un diálogo y una novela corta- ambientados en el Sur profundo, en el Misisipi rural del autor.

Pero la ambientación exterior es tal vez lo menos relevante de estos relatos construidos desde el interior de los personajes, narrados por unos protagonistas en los que conviven la insatisfacción y la esperanza, las tendencias autodestructivas y la ingenuidad. Los tugurios de carretera y los caminos solitarios son los ámbitos en los que se desenvuelven estos textos de interiores anímicos, de finales abiertos y evidente eficacia narrativa.

Personajes que se salvan narrando, hablando, contando sus vidas, escritores frustrados, aspirantes a publicar sus cuentos en revistas y editoriales que invariablemente rechazan los originales, bebedores compulsivos de cerveza mientras fuman y conducen coches destartalados por carreteras secundarias en viajes a ningún sitio, por caminos sin nadie, los protagonistas de estos textos de Larry Brown son seres solitarios y desvalidos que arrastran fracasos matrimoniales y frecuentan clubes de carretera.

Más entroncado con Carver que con Faulkner, el mundo de estos personajes recuerda - más que a Cormac McCarthy o a Flannery O’Connor- a Tarantino y a Johnny Cash. Porque sus claves estéticas y vitales proceden del cine, de la música o de la pulp fiction más que de ninguna influencia de alta literatura.

El mundo de estos personajes es el de la música country que escuchan mientras beben cerveza y conducen, una música que habla, como dice uno de los narradores de estos relatos, de la bebida, de los cuernos, de la pérdida y el encuentro del amor.

Los acaba de publicar en España Bartleby, con traducción y presentación de Luis Ingelmo.


Santos Domínguez

04 octubre 2010

Historia social del flamenco

Alfredo Grimaldos.
Historia social del flamenco.
Península. Barcelona, 2010.

El carácter social del flamenco es, sin duda, una de sus más ilustrativas claves históricas. Basta un simple escrutinio de urgencia en torno a su voluble pasado para apreciar la validez de ese juicio. En efecto, desde sus inciertos orígenes hasta sus más recientes modos de manifestarse, las fortunas y las adversidades artísticas del flamenco han dependido normalmente de la aventura vital de los intérpretes, de sus necesidades expresivas, pero sobre todo de su grado de integración en una determinada soledad. Podría decirse que la evolución cíclica del flamenco -del cante, del baile, del toque— ha estado supeditada en todo momento a las condiciones ambientales en que fue desarrollándose.

A desarrollar ese innegable postulado y a documentar histórica y periodísticamente con testimonios de sus protagonistas la relación entre el cante flamenco y la sociedad, dedica Alfredo Grimaldos esta Historia social del flamenco que acaba de aparecer en Península con un prólogo de José Manuel Caballero Bonald al que pertenece ese párrafo.

Canto porque me acuerdo de lo que he vivido, decía Manolito el de María, profundo y casi mendigo, desde su cueva de Alcalá de Guadaira. De la cueva oscura a las ventas, de las fraguas a los colmados, de los reservados a los tablados de los teatros y a las plazas de toros, desde las Cortes de Cádiz a la actualidad pasando por las sublevaciones campesinas, la época republicana, la dictadura y la clandestinidad antifranquista, la historia del flamenco es inseparable de la historia de España, del trasfondo social de la Andalucía de la injusticia y de la marginación. De la seguiriya a la soleá, es la historia de las calamidades y la pobreza hechas cante negro de fragua y de celda o cauce de la explosión a compás de la alegría festera.

A través de la evolución del flamenco y las contingencias históricas que lo relegaron a la marginación o lo convirtieron en la diversión favorita de la clase alta, este libro es un recorrido generosamente ilustrado por la tragicomedia flamenca de la mano de Rancapino, por las alegrías de Cádiz y la prehistoria secreta del cante, por las persecuciones y los fandangos republicanos, por el hambre y los tablaos, por los reservados para los señoritos y el compromiso político de Menese, Gerena y Moreno Galván, por la revolución de Camarón y la situación de los cantes en la actualidad.

Es la historia del paso de la época hermética y marginal a la situación del flamenco en esta época de globalización, del cante como consuelo y alivio o como grito de rabia a la profesionalización y a la fama internacional, de las cavas de Triana, el barrio jerezano de Santiago y las cuevas del Sacromonte a los grandes auditorios de Nueva York o al festival de Salzburgo.

Una evolución en la que los flamencos han ganado difusión, dinero y prestigio social, pero también han perdido pureza y hondura en algunos casos. Lo resumía así Rancapino: “Los artistas estamos ahora mejor, pero el flamenco no.”

Y es que con frecuencia se ha pasado del flamenco al flamenquito, de la voz templada al grito estridente, de la lentitud del temple a la velocidad del vértigo, de los tercios a algo tan ajeno estilísticamente al cante jondo como el estribillo pegadizo y comercial.

A través de largas conversaciones con Antonio Mairena, Sordera, Farruco o Rancapino, Alfredo Grimaldos ha escrito un libro que reivindica la pureza y la rebeldía del Bizco Amate, las letras renovadoras de Moreno Galván cantadas por José Menese, la genialidad reciente de Camarón o Paco de Lucía, la radicalidad salvaje de Manuel Agujetas, hermético y primitivo, que afirma que “uno que sepa leer y escribir no puede cantar flamenco, porque pierde la buena pronunciación.”

Un libro que es también un homenaje al cante que distrajo las hambres de Andalucía, denunció la represión franquista y la brutalidad de la guardia civil caminera, y a cantaores como Fosforito o Terremoto, que conservaron los sonidos negros de los que decía Manuel Torre que eran el fundamento del duende.

Santos Domínguez

01 octubre 2010

Símbolos solubles


Kikí Dimulá.
Símbolos solubles.
Traducción de Nina Anghelidis.
Introducción de Juan Antonio González Iglesias.
Linteo Poesía. Orense, 2010.

Considerada por la crítica como la mejor poeta griega desde Safo, Kikí Dimulá (Atenas, 1931) ha recibido recientemente el Premio Europeo de Literatura, que reconoce la importancia de una obra que durante más de medio siglo ha transformado la poesía griega contemporánea.

Parte de su obra se tradujo al español por vez primera en 1989 por Nina Anghelidis, una acreditada traductora de poetas griegos contemporáneos, responsable también de la versión que Linteo acaba de publicar con el título Símbolos solubles.

Con una introducción de Juan Antonio González Iglesias, es una antología que recoge poemas inéditos en español de algunos de los libros más significativos de Kikí Dimulá, desde Lo poco del mundo (1971) hasta Nos hemos trasladado al lado (2007).

Como una poeta fuerte define González Iglesias a Kikí Dimulá, que concibe la poesía como revelación, como epifanía de la palabra que hace al lector partícipe de su mirada renovada sobre el mundo.

Lirismo y precisión verbal son los medios para llevar a cabo una indagación en la realidad que es antes que otra cosa una indagación expresiva, “una excursión lejos de la populosa lengua”, como señaló en su discurso de ingreso en la Academia de Atenas.

La sensación de pérdida, la experiencia de la soledad, el sentimiento del tiempo son las constantes temáticas de una poesía que convierte lo cotidiano en material simbólico que aspira a resistir la disolución y a reflejar el instante detenido en el poema:

Desciendo al fondo,
busco, penetro en los naufragios.

La poesía de Kikí Dimulá pretende extraer valores insospechados de la lengua, sometida a una tensión inusual para obligarla a expresar el asombro, a transformar la perplejidad en revelación y a instituir una realidad más alta desde su propia subjetividad: Escribo porque esta es la única elevación que me ha sido otorgada.

Y el poema se convierte así en el lugar en que se armonizan los contrarios, en un universo que contiene el universo, en un territorio resistente al tiempo y a la conciencia de la fugacidad:

Y algo frío, glaciar me está cincelando.


Santos Domínguez