29 diciembre 2025

Franco Cardini. Las rutas del conocimiento


 Franco Cardini.
Las rutas del conocimiento.
Un recorrido intelectual por la Europa medieval. 
Traducción de Lucía Alba Martínez.
Alianza Editorial. Madrid, 2025.

Un recorrido intelectual por la Europa medieval es el subtítulo con el que el medievalista florentino Franco Cardini (1940) resume el contenido de Las rutas del conocimiento, que publica Alianza Editorial con traducción de Lucía Alba Martínez.

Organizado cronológicamente, Las rutas del conocimiento es un recorrido en quince capítulos que reconstruyen los espacios y los tiempos del itinerario medieval de la cultura occidental. Así lo resume Franco Cardini en la introducción:

¿Dónde comenzó su andadura esta Europa que aún no ha logrado convertirse en patria común de los pueblos que la habitan, pero que ya lo es desde hace siglos para muchos, que la aman y sueñan con su unidad plural? Para los antiguos griegos era —desde las Columnas de Hércules hasta el Tanais, desde las gélidas tierras de los hiperbóreos hasta las soleadas islas de olivos y viñedos diseminadas por el Mediterráneo— un «continente», una de las tres partes del mundo. Pero hacia principios del siglo XVI se transformó en un concepto, una idea fuerza, un mito; y de su seno surgió la dimensión de «Occidente», unida pero dinámicamente diferenciada de él.
La idea general de este libro es proponer un itinerario que, serpenteando entre lugares significativos, deteniéndose brevemente en ellos, nos permita tomar conciencia de hasta qué punto aquel era un mundo abierto y altamente conectado. Una especie de viaje, quizá más bien imaginario, entre destinos que, aunque ahora nos parezcan lejanos, en realidad estuvieron muy cerca. Un viaje necesariamente rápido, más para trazar líneas de continuidad que para satisfacer deseos profundos de conocimiento.
Al fin y al cabo, la metáfora del viaje es fuerte, intensa, omnipresente: en nuestra cultura occidental, desde el Éxodo de los hebreos de Moisés hasta el relato de la Odisea, pasando por la tradición folclórica del Ver sacrum, la vida es un viaje; toda aventura intelectual se presenta como un viaje.

Un viaje de la sabiduría que permitía el diálogo de un filósofo andalusí y un monje germano, porque -explica Cardini- “para aproximarnos al conocimiento medieval, debemos en primer lugar dirigir la mirada al nacimiento de la religión cristiana, que nos lleva fuera de los confines de Europa pero que al mismo tiempo nos recuerda esa misión de encrucijada entre Oriente y Occidente que nuestras tierras han asumido desde la Antigüedad. A la composición de esa nueva síntesis cultural contribuirán más tarde los monasterios, las cortes, las universidades y las comunas; más adelante, el arranque «revolucionario» del Humanismo y el Renacimiento nos ayudará a comprender el desarrollo posterior de otra época constitutiva de Occidente, rica en intercambios y contaminaciones.”

Porque, frente al tópico de la edad oscura, la Europa medieval era un mundo abierto en el que cientos de personas ponían en movimiento manuscritos e ideas que aproximaron espacios, tiempos y mentalidades: los viajes de los monjes de unas abadías a otras, los itinerarios de los peregrinos que atravesaban el mundo para venerar reliquias, los cruzados que pretendían recuperar la Tierra Santa de manos infieles o los mercaderes que junto con sus materiales venales transportaban ideas e imágenes, relatos y formas artísticas, miradas e invenciones eran los instrumentos o los protagonistas de unas rutas culturales del conocimiento que de Rávena a Cluny, de Alejandría a Sicilia, de Samarcanda a Córdoba, de Toledo a Bolonia, de Roma a Hipona, de Jerusalén a Aviñon o de Constantinopla a Aquisgrán conservaban y difundían un legado secular en el que confluían en lugares de traducción e intercambio las tradiciones orientales y las del mundo helenístico y romano. Sin ese trasiego no hubiera sido posible el primer brote de humanismo que redescubrió la Antigüedad clásica ni el Renacimiento que fue su consecuencia.

Pero además de trazar un mapa que refleja las rutas del conocimiento en los itinerarios culturales de la Edad Media, el libro de Cardini ofrece un recorrido panorámico por las claves construcción y la difusión de la cultura medieval: desde la difusión de los textos evangélicos hasta la renovación cultural del humanismo cívico, desde la ordenación de la vida monástica a la creación de las universidades laicas, desde el Grial y el amor cortés trovadoresco a la creciente cultura urbana de la Baja Edad Media.

Un recorrido por el que transitan figuras imprescindibles en aquella circulación de saberes que mantuvo viva la llama de la cultura: Benito de Nursia y Avicena, Agustín de Hipona y Alfonso X, Carlomagno y Petrarca, Hildegarda de Bingen y Federico II.

Con todas esas piezas, Franco Cardini construye un completo panorama de la cultura medieval. Un panorama trazado con voluntad abarcadora, porque  “quien acepte aventurarse a describir las múltiples vías del conocimiento medieval no puede desde luego limitarse a los horizontes de la cultura entendida como ámbito literario, filosófico, filológico o artístico, sino que debe reflexionar al menos sobre ciertas cuestiones relacionadas con el conocimiento como saber científico y tecnológico.”


Santos Domínguez 


 

26 diciembre 2025

La llama ebria. Antología de mujeres poetas del surrealismo

  


La llama ebria.
(Antología de mujeres poetas del surrealismo).
Edición bilingüe.
Coordinación y prólogo de Lurdes Martínez.
Traducciones de Eugenio Castro y Jesús García Rodríguez.
Bartleby Editores / La Torre Magnética.
Madrid, 2025.


Descendiendo a los abismos 
por escaleras lluvias doradas cúspides y rutilos
las verticales del sueño 
las más altas sembradas en todas las lenguas del mundo 
las demás en todas las simientes del mundo 
con sus horticulturas dentro 

mis propias lápidas en cada uno de mis restos 
                                                                       voy 
                               polen del polo negro

Ese poema, perteneciente a Hierba en la luna (1935), abre La llama ebria, la antología de mujeres poetas del surrealismo que publican en coedición Bartleby Editores y La Torre Magnética con edición bilingüe, coordinación y prólogo de Lurdes Martínez y traducciones de Eugenio Castro y Jesús García Rodríguez.

La autora de ese poema y de ese libro, publicado en uno de los años cenitales del surrealismo, es Valentine Penrose (Mont de Marsan, 1898- Chiddingly, 1978), una de las voces más potentes de las que se recogen en esta antología.

Una amplia muestra que reúne textos de diecinueve voces femeninas de distintas generaciones, diversas lenguas y diferentes tradiciones culturales unidas por un rasgo común: su pertenencia a la estética surrealista, interpretada con los matices temáticos y estilísticos propios de cada una de las poetas presentes en esta selección.

Diecinueve voces individuales que ofrecen un panorama estético plural, una cordillera de alturas dispares, de diferentes grupos generacionales (la mayor, Claude Cahun (1894), la más joven, Aase Berg, 1967), de diferentes procedencias: de Estambul a Buenos Aires, de Chicago a Estocolmo, de Nantes a Londres o de Berlín a Santiago de Chile.

Afortunadamente, como reconoce en su prólogo Lurdes Martínez, esta no es una antología adscrita a la  perspectiva de género,  porque “la perspectiva de género se acerca a las mujeres surrealistas sin comprenderlas. […] El esfuerzo del feminismo académico en la revalorización de las mujeres surrealistas es encomiable, pero, al dar preeminencia a su victimización, al enfrentamiento con sus camaradas, a la segregación del propio movimiento y confinamiento de su obra en el llamado ‘arte de mujeres’, ha confundido su objetivo y enemistado a las surrealistas con el surrealismo. Tanto es así que algunas como Annie Le Brun, Meret Oppenheim, Anne Éthuin o Dorothea Tanning se han opuesto a participar en exposiciones o antologías dirigidas por la batuta de la crítica de género.”

Porque el criterio selectivo (mujeres poetas del surrealismo) es tan aceptable o tan discutible como cualquier otro que se hubiera podido elegir: procedencia geográfica, tradición lingüística, criterio generacional o temático…

Y porque al final lo verdaderamente interesante son las voces que suenan en un volumen como este, del que los problemas con los derechos de autor han dejado fuera a dos poetas tan interesantes como Meret Oppenheim y Nicole Espagnol.

“Una antología de poesía es siempre una invitación al descubrimiento, aunque los parajes que se ofrecen hayan sido antes desbrozados, dispuestas ciertas coordenadas y fijados ciertos puntos de anclaje. De este modo, al presentar ahora esta compilación poética de mujeres surrealistas, acompañamos al lector por caminos que pretenden allanar los escollos que toda travesía conlleva y despejar las incertidumbres que puedan suscitarse. Cada cual, no obstante, habrá de tomar aquí su propio rumbo de lectura”, escribe Lurdes Martínez, que en su prólogo fija las características que le dan un aire de familia a la estética del grupo seleccionado (escritura automática, onirismo, ímpetu experimental, insurgencia expresiva…), “una constelación de poetas atravesadas e inspiradas por el surrealismo, pasión y eje moral de sus vidas”, como reflejan las páginas que dedica a explorar la trayectoria individual de cada una de las poetas antologadas.

La llama ebria traza con la muestra de estas diecinueve surrealistas “un paisaje inconcluso, un horizonte que avanza” con textos como este de la francesa Laurence Iché (Saint Etienne, 1921- Galapagar, 2007), que se instaló -después de perder a su hija y a su marido en la Segunda Guerra Mundial- en España, donde se casó con el pintor Manuel Viola. 

Para arrancarle al sol sus uñas de luz 
y a las estrellas las agujas de su fijeza 
habría gritos de horca envenenada 
aunque yo solo oigo los galopes 
que dejan los bordes de las carreteras en las cunetas 
Y hete aquí sosteniendo dobladillos sin coserlos 
y que de las ofrendas que fluyen muy dentro de mí 
solo queda una pared que come piedras 
las páginas de un libro que han sorprendido a la cubierta 
o la impresión humeante de una película

                                                                 (Al hilo del viento, 1942)

Santos Domínguez 



24 diciembre 2025

Peter Kingsley. Catafalco

  


Peter Kingsley.
Catafalco.
Carl Jung y el fin de la humanidad.
 Traducción de José Manuel Espadas.
Atalanta. Gerona, 2025.


Era una noche de comienzos del 2011.
Yo todavía no conocía la visión final que Jung había tenido cincuenta años atrás sobre los cincuenta últimos años de la humanidad. Mi mujer y yo estábamos viviendo en las montañas de Carolina del Norte, y fue como una llamada en mitad de aquella noche que no pude resistir por más tiempo. Supe que debía sumergirme profundamente en mí mismo para ver qué estaba ocurriendo con mi vida, con mi trabajo, con el mundo.
Y después vino la conmoción de que se me mostrara de súbito lo que ya había ocurrido, no solo en mi pequeña vida, en mi mundo privado.
En medio de la intensa calma que a veces llega en medio de la noche, veo que todo se ha detenido. Pero la quietud está llena de terror, porque no es la quietud de la naturaleza descansando en la noche.
Es la quietud al final de una civilización. Literalmente, nuestro mundo occidental ha llegado a su fin.

Son algunos párrafos de Catafalco, el libro de Peter Kingsley que publica Atalanta con una estupenda traducción de José Manuel Espadas que llega hoy a las librerías. 

Como un libro peligroso y provocador ha sido calificado este ensayo en el que Kingsley explora el legado intelectual de Carl Gustav Jung y Henry Corbin sobre la naturaleza de las culturas y el destino de la civilización occidental:

Cuando miré más de cerca, pude ver que cada cultura tiene un momento lineal específico, exactamente como los movimientos en espiral descritos por Empédocles que subyacen a cada ciclo cósmico. En un ciclo, todo gira en una dirección hasta que acaba por detenerse.
Por un momento indefinible. ni dentro ni fuera del tiempo, existe una quietud entre dos movimientos contrarios. Entonces todo comienza a rotar en dirección opuesta. Y este es el punto al que hemos llegado: el precario equilibrio de absoluta quietud al final de un movimiento, de un ciclo, de un impulso direccional, antes de que todo gire al revés.
Tal como ocurre con el cosmos, lo mismo ocurre con cualquier animal o ser humano, así como con la vida de una civilización. Y esta civilización ha llegado al final. El movimiento se ha detenido. La energía detrás de su momento lineal ha terminado, está agotada.

Un agotamiento que debemos presenciar con más distancia que dolor. Para ello nos prepara el subtítulo, Carl Jung y el fin de la humanidad. Y más todavía el título funeral:

Es el silencio de todo lo que conoces cuando llega a su fin, nada más. Pero, sin duda, darse cuenta conscientemente causaría una conmoción demasiado grande. Entonces lo que ocurre es que -como una rueda o un disco que continúa girando después de haber sido apagado- la gente sigue corriendo de un lado a otro porque no quiere ver que todo se ha detenido.
Exactamente igual que esos personajes de dibujos animados que salen corriendo hacia el vacío y no ven que están justo sobre el abismo, nosotros seguimos adelante tratando de pensar que todo es normal. Por unos instantes irreales, corremos sobre un espacio vacío, aunque ya no hay nada, ni fundamento ni soporte, que nos sostenga o nos impulse hacia delante. Nos vemos transportados, sencillamente, por un residuo fantasmagórico de aquel impulso original que ahora no es más que el momento lineal de nuestros propios hábitos inconscientes. 
Pero también esto se apagará: irá deteniéndose hasta que todo caiga, es decir, hasta que se produzca el caos.

Distanciada frialdad y lucidez ante el fracaso, porque este final “no es más que un proceso de la naturaleza, nada de lo que haya que asustarse. Nuestra cultura, como cualquier otra cultura en el pasado o en el futuro, es un mero organismo natural, como implica la propia palabra. Y todo organismo es finito, lo que significa que muere. 
El gran problema es que, desde un punto de vista humano esto es casi imposible de aceptar. Es tan difícil no querer esconder nuestras intuiciones más profundas en algún lugar dentro de un cajón; es tan indigno seguir adelante y ocultarlas.
Pero sin duda el sentimentalismo no va a ayudar. Tampoco, en este caso, la esperanza.
Ni tampoco la tecnología que nos ha traído hasta aquí, pues hace mucho tiempo que perdimos las claves de su dimensión sagrada. De manera consciente, ya no tenemos la sabiduría o el conocimiento necesarios, aunque con nuestros trucos y juguetes nos encanta engañarnos a nosotros mismos creyendo que sí los tenemos.
Hemos olvidado lo que en verdad significa anhelar esa sabiduría; aullar por su pérdida.
Y justo al borde del precipicio seguimos tratando de engañarnos pensando que todo va a ir bien.”

Poco más que añadir. Sólo que este Catafalco, que toma su título del último de los cuatro ensayos del libro, es una brújula en mitad del caos. Una lectura radical del legado junguiano y un texto imprescindible para tener una noción de lugar de la situación de la cultura occidental y su pérdida de identidad, desvinculada de sus raíces ancestrales. 

Filosofía y literatura, poesía y profecía confluyen en las páginas de esta biografía espiritual de un Jung místico, gnóstico y profético que sigue la senda chamánica de Pitágoras, Parménides y Empédocles en su viaje visionario a la irracionalidad y a la locura. 

Un volumen en el que Kingsley, filósofo y profeta de estirpe junguiana, ofrece, a través de la figura del autor del Libro Rojo, un diagnóstico deprimente y certero de la civilización occidental y un pronóstico oscuro de la cultura en un futuro tan inmediato que contagia ya al presente:

Puede que por un tiempo parezca que todo sigue en funcionamiento. Pero nuestro rol en la existencia ha sido vaciado; nuestro propósito humano en este planeta está patas arriba.

La segunda mitad de las casi ochocientas páginas de Catafalco la ocupa un enorme despliegue de notas, sobre las que Kingsley avisa que “son un chiste, grotescos monumentos a una cultura que se ha abandonado a sí misma. Pero si pones cuidado en sumergirte en ellas, tal vez encuentres que algunas son como libros en miniatura que ofrecen una apertura a otro mundo.”

Y añade para concluir: 

En cuanto al sentido que hay detrás de todo esto, es muy sencillo. El sentido es despojarnos de todo, hasta de Jung, que tanto necesita ser liberado, hasta de este libro.
Solo al desprendernos de todo, incluso de nosotros mismos, sembramos las semillas del futuro.

Rematado con un espléndido indice analítico y onomástico, este es su colofón:

Así como soy oscuro, y lo seré 
con aquellos a los que no tengo intención de darme a conocer, 
la totalidad de este libro permanecerá incomprensible; 
y no le espera mucho a quien no haya recibido sus dones.

Santos Domínguez 


22 diciembre 2025

Mary Beard. El Partenón

  


Mary Beard.
 El Partenón.
Traducción de Silvia Furió.
Crítica. Barcelona, 2025.


“Ha sido divertido investigar y escribir este libro”, apunta Mary Beard en la página de Agradecimientos que cierra El Partenón, que acaba de publicar Crítica en su colección Tiempo de Historia con traducción de Silvia Furió.

Y esa diversión, como suele ocurrir con los libros de esta autora, se transmite al lector casi por capilaridad, porque sus siete capítulos son un memorable ejercicio ensayístico que combina amenidad narrativa y rigor documental. Con ese doble método Mary Beard emprende un recorrido generosamente ilustrado que aborda no sólo la historia del templo de Atenea que domina la cima de la Acrópolis, sino sobre todo la historia de sus metamorfosis funcionales (templo griego encargado por Pericles, iglesia catedral cristiana -Nuestra Señora de Atenas-, mezquita otomana, “la más hermosa del mundo” según un viajero inglés del XVII), de su recepción histórica y de su percepción cultural y personal, exponente de  tensiones entre el canon clásico y la ruina romántica, entre nacionalismo, colonialismo y universalidad, entre el pasado, el presente y el futuro.

“Porque -escribe Mary Beard- estudiar el Partenón es enfrentarse cara a cara con la fragilidad de nuestra comprensión del mundo griego y del romano y con los desafíos (o frustraciones, según el humor de cada uno) que deparan los intentos más simples de describirlo, y no digamos ya de explicarlo o tratar de entenderlo. En otras palabras, el Partenón ofrece una lección objetiva sobre estos seductores procesos de investigación, deducción, empatía, reconstrucción y pura especulación que son los rasgos distintivos de cualquier estudio de los clásicos y del pasado clásico.”

Por ese motivo, por la importancia de nuestra percepción del Partenón y su historia como parte esencial de nuestro entendimiento del mundo clásico, no es casualidad que el libro empiece con un capítulo -‘¿Por qué el Partenón podría hacerte llorar?’- al que pertenecen estos párrafos:

Cuando Sigmund Freud visitó el Partenón por primera vez en 1904, se sorprendió al descubrir que sí existía en realidad, «igual que lo aprendimos en el colegio». Le llevó algún tiempo armarse de valor para hacer la visita y describió con elocuencia las incómodas horas de indecisión que pasó en Trieste, tratando de decidir si coger el barco de vapor hasta Atenas o navegar hacia Corfú como había planeado en un principio. Cuando por fin llegó y subió hasta las ruinas de la Acrópolis, el placer se mezcló con el estupor. Era como si -o por lo menos así contó la historia- hubiera estado caminando junto al lago Ness, hubiera divisado al legendario monstruo varado en la orilla y se viera obligado a admitir que después de todo no era solo un mito. «Existe de verdad.»
[…]
A menudo sucede que incluso las maravillas de la cultura universal más aclamadas se tiñen de decepción cuando uno las tiene delante, cara a cara: la Mona Lisa es irritantemente pequeña; las Pirámides serían mucho más evocadoras si no estuviesen en los márgenes de los barrios periféricos de El Cairo y si no hubiera en el lugar establecimientos tan prosaicos como un Pizza Hut. No ocurre lo mismo con el Partenón. Contra todo pronóstico, el Partenón parece funcionar para casi todo el mundo y casi siempre, a pesar del sol ineludible, la muchedumbre, los guardias de seguridad tocando el silbato cada vez que alguien trata de salirse de la ruta prescrita en torno al yacimiento y, desde hace ya muchos años, el montón de andamios.
[…]
«Es el triunfo más inigualable de la escultura y la arquitectura que el mundo haya contemplado jamás», fue la tajante conclusión de Edward Dodwell en 1819, al poco de su regreso de tres viajes a Grecia. Cien años después, Le Corbusier, el profeta más famoso de la modernidad arquitectónica del siglo XX, siguiendo prácticamente el mismo guion basó su nueva visión de la arquitectura en la absoluta perfección del Partenón.

Pero frente a ese coro casi unánime de admiración, hay también voces discrepantes que reflejan la decepción que les causa la contemplación del monumental templo. O de sus restos, que son los que provocaron las lágrimas de Byron ante la Acrópolis. Lágrimas con las que se inaugura una tradición elegíaca ante la ruina, la destrucción o el expolio del friso y las esculturas de Fidias para el Partenón: la mitad se han reunido en un museo ateniense y casi el resto están en Londres, en el British Museum, desde comienzos del XIX. En total, “más de setenta y cinco metros del famoso friso esculpido que antaño recorría todo el edificio, así como quince de los 92 paneles esculpidos (o metopas) que originalmente estaban expuestos en lo alto, por encima de las columnas, y 17 figuras de tamaño natural que adornaban los frontones del templo.” Son los mármoles de Elgin, que se los vendió al gobierno inglés en 1816. Otra pequeña parte se expone en el Louvre.

“Los teóricos del arte más modernos de comienzos de la década de 1800 -recuerda Mary Beard- sostenían que el arte había alcanzado un estado de absoluta perfección en la Grecia clásica del siglo V a. C.; o, por lo menos, eso consideraban a partir de lo que los escritores griegos y romanos decían y por las posteriores copias romanas de las obras maestras anteriores.”

Y esa percepción cultural, especialmente abundante y elogiosa en los siglos XIX y XX, contrasta con las pocas referencias descriptivas -Pausanias y Plutarco- que conservamos de la época antigua. Eso no quiere decir que no las hubiera, sino que -pérdidas sobre pérdidas como las de la demoledora explosión de 1687- no se recogieron en los manuscritos medievales o renacentistas que pudieran haberlas conservado:

Del mundo antiguo tan solo se conserva una breve descripción del Partenón. Consiste en un único párrafo de la Descripción de Grecia escrita por un entusiasta viajero de mediados del siglo II d. C., casi seiscientos años después de la construcción del monumento. En un llamativo contraste al aluvión de elogios modernos, los escritores griegos y romanos se mostraron notablemente reticentes respecto al Partenón, aunque probablemente no tanto como nos lo parece hoy. A lo largo de los siglos se ha perdido una ingente cantidad de literatura clásica; de hecho, casi todo lo que los escribas medievales o sus patronos decidieron no copiar no ha sobrevivido, así de simple y así de aleatorio.

Además del acercamiento al Partenón como ejemplo del canon clásico, cualquier aproximación a su monumentalidad irá inevitablemente unida a la percepción del saqueo de sus esculturas. Ese es uno de los ejes del libro de Mary Beard, que afronta la controversia de la discutible reconstrucción del XIX o del expolio de  los mármoles de Elgin con lucidez y profundidad en párrafos como estos:

Gran Bretaña ha sido parodiada como una potencia colonial recalcitrante, desesperada por aferrarse a su botín cultural en sustitución de su imperio perdido; Grecia como una advenediza república balcánica, un estado campesino al que no se le puede confiar la custodia de un tesoro internacional. Los políticos se han subido y apeado del carro. Los sucesivos gobiernos griegos han encontrado en la pérdida de las esculturas del Partenón un oportuno símbolo de unidad nacional y en las peticiones de devolución una campaña de bajo coste y relativamente libre de riesgos. Tras largas demoras, se construyó un nuevo museo en Atenas con un espacio reservado para su regreso. Con igual diligencia, los sucesivos gobiernos laboristas británicos han olvidado las apresuradas promesas, hechas desde la oposición, de devolver los mármoles a Atenas tan pronto como accedieran al poder. Entretanto, en el fuego cruzado, han surgido todo tipo de cuestiones cruciales relativas al patrimonio cultural: ¿a quién pertenecen el Partenón y los demás monumentos de primer orden?, ¿deberían repatriarse todos los tesoros culturales o deberían enorgullecerse los museos de sus posesiones internacionales?, ¿es el Partenón un caso especial? y, si lo es, ¿por qué?”
[…] 
Estamos frente a un monumento por el que se ha peleado durante generaciones, que inflama pasiones y provoca la intervención de los gobiernos. En otras palabras, tiene el mérito adicional de ser algo sobre lo que vale la pena discutir. Es difícil resistirse a la incómoda conclusión: si no hubiera sido desmembrado, el Partenón nunca habría sido ni la mitad de famoso.


Santos Domínguez 


19 diciembre 2025

Jorge Pérez Cebrián. Una mano al otro lado de la ventana

 


Jorge Pérez Cebrián.
Una mano al otro lado de la ventana.
Sonámbulos Ediciones. Granada, 2025.

Hace poco más de dos años, el 23 de noviembre de 2023, ingresaba voluntariamente Jorge Pérez Cebrián en el pabellón de Salud Mental del Hospital General de Valencia, donde permanecería recluido hasta el día 27. 

De esa experiencia al límite surgen las páginas de Una mano al otro lado de la ventana, que publica en una espléndida edición Sonámbulos Ediciones en su colección Macasar Narrativa.

Sus textos en prosa y verso hibridan la narración memorial y autobiográfica, la poesía y el ensayo, el diálogo teatral y el diario confesional en la reconstrucción verbal de un ingreso por comportamientos suicidas y episodio depresivo intenso, tratado con poca eficacia por cuatro medicamentos que en su primer tratamiento hospitalario aumentan a seis por prescripción facultativa.

Depresión mayor crónica con mal tratamiento, ideas anticipatorias de fracaso, dificultad para las relaciones, sentimientos de minusvalía e ideas sobrevaloradas de inutilidad, ideación autolítica, anhedonia, buena resonancia afectiva, ideas suicidas con planificación parcial, buena conciencia de enfermedad… Esos son algunos rasgos del cuadro clínico que presenta el paciente y que se aborda terapéuticamente, de acuerdo con él, con una intervención para optimizar las dosis de antidepresivos. 

Pero hay otro abordaje, de carácter literario, que es el que nos interesa aquí, porque da lugar a este libro, en el que la experiencia hospitalaria del aislamiento profiláctico del mundo se transfigura en materia literaria y en lugar propicio para la palabra sanadora, para la reflexión emocional, el conjuro de los recuerdos y el latido de las pulsiones, la alternancia del presente y el pasado o la purga del corazón desde la memoria de los tiempos (2013. Diciembre, 2015. Mayo, 2017. Agosto) y de los espacios: la casa de la hermana, la Calle Dolores Alcayde,1, la Corredera Alta de San Pablo, 14.

La salida del mundo exterior y el refugio en el mundo cerrado y seguro del hospital y en los límites de su espacio blanco habitable (la sala, la ventana, la consulta, la habitación compartida, las paredes, el comedor), la rutina reglada y rítmica de los horarios, la amenaza de las cuchillas y el recuerdo traumático de un suicidio frustrado unos años antes, las esporádicas salidas a la calle, las fracturas anímicas y el tabaco sin filtro, la visita del padre y la espera de la madre o los pacientes compañeros de reclusión son parte de esa laberíntica experiencia de recomposición personal de quien -nunca enajenado, siempre peligrosamente lúcido- se reconstruye también literariamente con la luz de las palabras en la oscuridad en Una mano al otro lado de la ventana:

Una habitación. Un hombre duerme en la cama de al lado. Me tumbo. Es alta y dura y tengo sueño. Sé que roncaría como solo pueden roncar los muertos pero miro, por ejemplo, a la ventana. Miro. Y sé que es mía a un tiempo y no esta noche. Me pregunto si le importará a la hierba o si solo crece. Levanto la mano y miro la oscuridad pasar entre mis dedos, casi definitivos. Y en este limbo pienso que todo fuera parece hondo como el sueño de un tigre y que, a oscuras, el vientre del tiempo es aún más blando. Me protejo con las sábanas y no me limpian. Me oculto, como un secreto que apenas turba el mundo.

No sé si Pérez Cebrián ha leído las memorables páginas de Foucault sobre el suicidio que cierran el primer volumen de su imprescindible Historia de la sexualidad. En todo caso, se sentirá más cerca de su enfoque individualista que del concepto del suicidio como hecho social que defendía Durkheim. Pero esto no es más que una nota al margen, sugerida por la lectura de este libro visionario y sanador en el que la recreación rememorativa del trauma mediante las palabras es indisociable de la ardua tarea de reconstrucción personal desde el mismo borde del abismo hasta la última cena.

Un libro que se pregunta y reflexiona, casi en el desenlace (“No vine aquí para curarme”), en estas líneas luminosas y desalentadas:

-Y cada día debo decidir que no será el día.
-¿No puedes sencillamente vivir como hace todo el mundo?
-Claro que sí. Y ocurrirá. Quizá durante días, semanas o meses. Pero esto también soy yo -señalo mi pulsera con mis datos sobre las cicatrices-. He de saber que no me he curado, que no me puedo curar, que en nadie debe pesar la responsabilidad de hacerlo.
-Vivirás enfermo, entonces.
-No hay otro modo. Pero sabré que no hay máscara tan gruesa para tapar mi rostro. Ni línea ni cicatriz que no reciba el azar en cada hora. Y eso es lo único importante. Atravesar el aire. Desgarrar la noche con los dedos y saber que cuando el tiempo acabe, el tiempo último que rinda cuentas a la nada, dirá entonces que fuimos parte de su nombre. Dirá que todos fuimos necesarios.

Perturbador y brillante, oscuro y luminoso a un tiempo, este es un irrepetible libro coral que, entre las voces de la presencia o la evocación del vacío y los silencios de las pérdidas, bucea en el riesgo penetrante de las aguas tenebrosas para emerger hacia la luz desde la fragilidad desorientada o para ceder la voz a los pacientes de otras habitaciones, que monologan con versos heridos y alucinados, como hace el mismo autor-paciente en el espléndido Tras un torbellino:

Y dime, hijo del hombre:
                                    ¿no te basta? 
Alza los ojos, 
fruto del caos y de la noche, de 
¿no ves el carro? 
¿Su ardiente arenga alzarse todavía? 
¿Las hojas que se dan a su llamada? 
Ciñe, como varón, tus lomos,
y di si ha sido en vano
el intrincado mecanismo 
de los días, 
la garganta del mirlo, las esferas, 
la innumerable industria de tu cuerpo, 
la luz que condesciende a tu mirada.
Di 
si es que no basta.
Si no basta la sangre de los héroes, 
el óxido, 
los gritos y el silencio de la historia.
Pero ve, 
busca en tus venas tu tesoro, mira: 
sólo eres una sílaba olvidada 
que sin saber por qué pronuncia «ahora». 

Y girarán los días 
y volverá el invierno 
y tejerá la savia otros ponientes.

Desplomará la aurora sobre el mármol 
un nombre que no es tuyo 
y eso es todo.

Marchitará en tu cuerpo la justicia 
y un mirlo cantará en otros jardines.
Será la vida.
Y no tendrá  tus ojos la belleza. 

De nada 
habrá servido 
el universo.

Versos potentes y regenerativos que anticipan esta mirada final, desde fuera y desde abajo, tras recibir el alta, a la ventana de la tercera planta del hospital:

   Miro el marco de la ventana. Pienso en los trozos del cristal y piso la hierba con cuidado.
   Camino entre palomas que recobran el vuelo y veo las flores que se mecen.
   Y sé que, a lo alto, mujeres y hombres sin sueño vigilan estas manchas diminutas.
   Que alguien las protege para que el mundo siga girando.
   Para mantenernos dentro. 
   Sueñan.
   Y con la mano en el cristal ven estas flores brillar abajo.
   Tan blancas, tan lejanas como estrellas.
 
Había ingresado un jueves y le dieron el alta el lunes siguiente, el día de la semana más propenso a la desolación otoñal de finales de noviembre. Señal de que iba bien encaminado, como demostraría muy poco después con su asombroso Pero nunca los huesos de las aves, que le ha colocado en un alto lugar de la mejor poesía española actual. Algún poema de ese libro nació en este episodio hospitalario.

Santos Domínguez 


17 diciembre 2025

Stephen Greenblatt. El Renacimiento oscuro

  


Stephen Greenblatt.
 El Renacimiento oscuro. 
La turbulenta vida del gran rival de Shakespeare.
Traducción de Yolanda Fontal Rueda.
Crítica. Barcelona, 2025.


Que Marlowe y Shakespeare se conocían bien se deduce claramente de sus obras. Se conserva toda una red de alusiones, resonancias y préstamos, pruebas que se han admitido y estudiado minuciosamente durante varios cientos de años. Algunos estudiosos de la literatura han escrito sobre esta red como si los dos dramaturgos contemporáneos en realidad nunca se hubieran conocido en persona, como si uno saliera por la puerta justo antes de que llegara el otro. Sin embargo, estudios recientes, incluida una serie de sofisticados análisis informáticos, han generado un consenso académico cada vez mayor en que la trilogía de dramas históricos conocida como las tres partes de Enrique VI (publicada en el First Folio de 1623 como obra de Shakespeare) fue escrita en realidad en colaboración. En 2016-2017, The New Oxford Shakespeare: Authorship Companion dio el paso de atribuir la autoría de las partes 2 y 3 (ambas escritas antes de la primera) a William Shakespeare, Christopher Marlowe y al menos otro dramaturgo más aún no identificado. 
[…]
No es que Shakespeare fuera sublimemente indiferente a aquellos con los que vivía y trabajaba. Todo lo contrario: durante toda su vida, se inspiró prácticamente en todo y en todos los que encontró. ¿Cómo, de entre todas las personas, no iba a estar presente en sus obras el brillante Marlowe? Su colaboración con este en las obras de Enrique VI tuvo lugar casi al principio de la carrera de Shakespeare, cuando aún estaba a medio formar como escritor. Es probable que a Shakespeare le fascinara no solo la inmensa habilidad poética y la originalidad de su colaborador, sino también la persona imprudente, impulsiva, exagerada y posiblemente condenada que parecía ser. Puede que haya atisbos de Marlowe (esbozos a los que solo tenemos acceso parcial o indirecto) en varias obras posteriores de Shakespeare: en el salvaje y extravagantemente imaginativo Mercucio de Romeo y Julieta, por ejemplo, en el Hotspur de Enrique IV 1 o en el escéptico Tersites de Troilo y Crésida.
[…]
Marlowe y Shakespeare eran lo que Joseph Conrad llama «copartícipes secretos». Más allá de sus orígenes provincianos y de clase similares, ambos compartían un inmenso talento poético, la capacidad para complacer a todo el mundo, una curiosidad insaciable y una imaginación que no parecía tener límites. A juzgar por las obras que se conservan, parece que también compartieron lo que ahora llamamos deseos y experiencias queer. Y aunque Shakespeare era mucho más reservado sobre sus opiniones, hay muchos indicios, aunque sutiles, de que su escepticismo sobre las ortodoxias que imperaban en su época se aproximaba al de Marlowe.

Con esas líneas aborda Stephen Greenblatt, que fue titular de la Cátedra John Cogan de Harvard, la relación entre Shakespeare y Marlowe en su monumental El Renacimiento oscuro. La turbulenta vida del gran rival de Shakespeare, que acaba de publicar Crítica, casi simultáneamente a la edición original en inglés, con una impecable traducción de Yolanda Fontal Rueda.

Quienes hayan leído su espectacular El giro, sobre el hallazgo de un manuscrito de De rerum natura de Lucrecio, o El espejo de un hombre, una obra maestra en torno a la biografía de Shakespeare, saben que de cada nuevo libro de Greenblatt pueden esperarse lo mejor y que no los defraudará.

Y lo podrán corroborar en esta intensa indagación sobre la vida y la obra de Christopher Marlowe, un autor rodeado de oscuridad y de leyendas, y sobre su época agitada y peligrosa, difícil y creativa a partes iguales.

Con el mismo rigor documental que desplegó en su biografía de Shakespeare y con la misma agilidad narrativa que demostró en El giro, El renacimiento oscuro reconstruye el mundo personal, social y cultural de Marlowe, desde su nacimiento el 6 de febrero de 1564, hijo de un zapatero pobre de Canterbury, hasta su oscura muerte por apuñalamiento en un ojo durante una pelea de taberna el 30 de mayo de 1593, cuando aún no había cumplido los treinta años.



De vida brillante y trágica, turbia y apasionante, así resume Greenblatt la importancia literaria de Marlowe, que sobrepasa la llamativa agitación de su biografía fascinante, transgresora en lo teatral, subversiva en lo social y heterodoxa en lo sexual en unos tiempos tan peligrosos como los de la Inglaterra isabelina:

Durante su breve y tumultuosa vida fue un escritor extraordinariamente prolífico, autor de no menos de siete obras de teatro y de poemas extraordinarios, aunque no se publicó nada con su nombre mientras vivía. No se conocen ni se conservan cartas, diarios o manuscritos de su puño y letra; ni tampoco cartas dirigidas a él. Escribió en una sociedad en la que las ideas de libertad de pensamiento, libertad de expresión y libertad religiosa eran desconocidas. Gran parte de lo que sabemos sobre su vida y sus opiniones procede de los informes de espías y confidentes o de declaraciones obtenidas mediante tortura. No obstante, Marlowe es el hilo que nos guía a través de un laberinto de pasillos, muchos de ellos poco iluminados, peligrosos y plagados de secretos, y nos conduce hacia la luz. En el transcurso de su inquieta, desafortunada y breve vida, en su espíritu y en sus estupendos logros, Marlowe despertó el genio del Renacimiento inglés.

Después de haber adquirido  una sólida formación académica en la King’s School de Canterbury y luego en el Corpus Christi College de Cambridge, donde permanecería más de seis años, Marlowe se trasladó a Londres, donde empezó a escribir obras para el teatro de la Rosa. Fueron -lo vemos también en Shakespeare- tiempos de enorme desarrollo teatral. Aunque cuestionados por los moralistas a causa de sus malos ejemplos y vistos con prevención por las autoridades civiles por su propensión a los desórdenes públicos, los espectáculos teatrales tenían en aquellos años finales del siglo XVI un número creciente de espectadores (“el público acudía al teatro por millares”).

Ante aquella exigente demanda, Marlowe pudo dedicarse profesionalmente a la composición de obras teatrales cuya aportación más trascendental fue modificar el panorama de su época para impulsar el inglés como lengua literaria y acercar las piezas al habla de la calle. Y además, concitar simultáneamente el interés del público aristocrático y del popular por sus obras teatrales, que construyó con la base renovadora del verso blanco y el ritmo básico del pentámetro yámbico sin rima que resuena en Shakespeare y más tarde en Milton o en Wordsworth.

Cuando Marlowe llegó a Londres y lo contrató Henslowe para su recién inaugurado teatro de la Rosa, llevaba ya bajo el brazo su Tamerlán el Grande, un drama histórico sobre la desmedida ambición de poder de un conquistador con la que conquistó al público londinense. Con ella cambiarían decisivamente su vida y el rumbo del teatro inglés: “Prácticamente todo en el teatro isabelino -escribe Greenblatt- es pre y post Tamerlán.”

Era un Marlowe arrogante que parecía estar cómodo bordeando el escándalo y la provocación. Por eso, no dudó en reflejar en sus textos, especialmente en el Enrique II, la homosexualidad, posiblemente aprendida y practicada en secreto en el college: “Marlowe siempre cortejaba el peligro -escribe Greenblatt-. Parece que le estimulaba, como a todos los personajes principales de sus obras.”

Y así, además de verse implicado en un asesinato callejero, no fue la de la homosexualidad la única actividad clandestina de Marlowe, integrante de alguna que otra misión secreta en Francia como espía al servicio de la reina, que tuvo que intervenir indirectamente para que Marlowe recibiera en 1587 el título universitario de Maestro en Artes, para el que no reunía todos los requisitos por la irregularidad de su asistencia al haber estado ausente algún tiempo por haber participado en esas operaciones de espionaje. 

Clandestinidad temeraria la que ejerce Marlowe como falsificador de moneda en Flandes, episodio al que seguiría la composición de El judío de Malta, de argumento brillante protagonizado por Barrabás y cuyo prólogo lo recita el espíritu de Maquiavelo, “el apóstol de la maldad.”

Al pacto fáustico y a la última gran obra de Marlowe, Doctor Faustus, dedica Greenblatt un espléndido capítulo en el que destaca la aportación del monólogo como gran novedad técnica del teatro moderno: “Hoy estamos tan familiarizados con la representación dramática de una vida interior poderosa y compleja, gracias en buena medida a la intimidad del soliloquio, que de algún modo asumimos que siempre fue un recurso artístico disponible. Sin embargo, fue en Doctor Faustus donde apareció en escena por primera vez. Shakespeare, junto con otros contemporáneos de Marlowe, fue testigo de su asombrosa aparición. El autor de Hamlet y Macbeth aprendería de Doctor Faustus cómo se podía hacer.”

Pero pese a su éxito y su indudable talento para la poesía y el teatro, Marlowe no llegó a ser rival de Shakespeare: se quedó en el camino que le había dejado abierto tras andar por sus bordes entre provocaciones y temeridades personales o riesgos literarios, como traducir por primera vez al inglés los Amores de Ovidio o escribir para el entretenimiento del vulgo piezas como El judío de Malta, Hero y Leandro, Doctor Faustus o Tamerlán el Grande, “una obra que atrajo a multitudes al Rose” y que exigió la rápida secuela de una segunda parte en la que dio otra vuelta de tuerca a la renovación teatral.

 Es innegable la influencia de Marlowe sobre Shakespeare, que fue menos arriesgado teatralmente, pero superior en desarrollo técnico, en potencia verbal, en concepción escénica y en genio: del Tamerlán procede Macbeth; de El judío de Malta, El mercader de Venecia; de La trágica historia del doctor Faustus, Hamlet. Aunque -matiza Greenblatt- “si la poderosa influencia de Marlowe en Shakespeare es manifiesta en Tito Andrónico, El mercader de Venecia, Ricardo II y otras obras, también lo es la resistencia de Shakespeare a Marlowe.”

Con su característica suma de documentación sólida, especulaciones verosímiles y capacidad narrativa, un Greenblatt fiel a los postulados académicos del Neohistoricismo no sólo reconstruye la figura de su personaje central, sino que lo sitúa en su contexto histórico y cultural y lo perfila sobre un fondo de referencia  con las detalladas evocaciones de los ambientes sociales que frecuentó Marlowe para recrear el mundo en que vivió, escribió y murió en su tiempo peligroso y agitado. 

Con arreglo a esos planteamientos, Greenblatt explora constantemente la relación triangular entre la época, la vida y la obra de Marlowe. Historia, biografía y crítica literaria se conjugan así en una obra absorbente en su lectura, ambiciosa en su planteamiento, rigurosa y brillante en su desarrollo y esclarecedora en sus análisis de las piezas teatrales, de sus rasgos estilísticos y de las condiciones escénicas de la representación.

Construye así una aportación decisiva en torno al legado de Marlowe y al Renacimiento oscuro en que transcurrió su breve vida y construyó su obra, radicalmente renovadora. Y nos deja esta imagen potente del dramaturgo: 

Marlowe era un genio, pero profundamente perturbador. Sus obras eran en sí mismas provocaciones. Decían cosas sobre el poder, el dinero, los judíos, el infierno, Dios y el sexo que nunca se habían dicho antes, al menos en público. Por encima de todo, las decían con una franqueza asombrosa y una elocuencia fabulosa e inaudita.
[…]
Marlowe, para empezar, no se jugaba nada, no tenía nada que perder, excepto la vida, naturalmente. Era imprudente, audaz, desaprensivo y transgresor. Resulta tentador imaginar lo que podría haber escrito si hubiera vivido más tiempo o incluso si hubiera sobrevivido, como Shakespeare, hasta los cincuenta años. Pero quizás lo sorprendente es que existiera y que llegara a los veintinueve años.


Santos Domínguez 





15 diciembre 2025

José Luis Villacañas. Diego de Saavedra Fajardo



José Luis Villacañas.
 Diego de Saavedra Fajardo.
La lealtad conocida
Fundación Santander. Madrid, 2025.

La lealtad conocida es el expresivo subtítulo que José Luis Villacañas ha colocado al frente de su espléndida biografía de Diego de Saavedra Fajardo que publica la Fundación Santander en su colección Biografías de Historia Fundamental, cuyo propósito es recuperar la figura de personajes claves de entre finales del XV y principios del XIX que, aunque tuvieron un destacado papel en su momento en el desarrollo de la historia española o iberoamericana, han sido olvidados por el público por distintas razones.

Magníficamente editado en tapa dura, con guardas ilustradas y un cuadernillo central con diez imágenes, la biografía incorpora también un código QR para  acceder a una esclarecedora entrevista con el biógrafo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, director del proyecto de investigación Biblioteca Digital Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispano y autor de dos biografías de referencia de Luis Vives y Ortega y Gasset.

Entre la diplomacia y la literatura transcurrió la trayectoria vital e intelectual de Saavedra Fajardo, una figura esencial para entender la historia cultural, política y literaria del XVII español, y hombre discreto que responde al modelo ideal de hombre del Barroco que propuso su contemporáneo Gracián. Esa condición explica por qué nunca quiso revelar mucho de sí mismo, ni siquiera en su abundante correspondencia, en la que suele ocultar su intimidad.

Así resume su figura José Luis Villacañas en el prólogo donde explica su importancia y justifica la necesidad de su biografía:

Saavedra Fajardo, inolvidable por lo ejemplar y meritorio, es el que presenta este libro. Algo más que una mera biografía y algo menos que una exposición de todo su pensamiento, el lector encontrará aquí la semblanza de una personalidad y de un psiquismo, el propio de una mentalidad hidalga de aquella España de la primera mitad del siglo XVII, que, sin embargo, entró en intenso contacto con las realidades europeas y logró una forma de ser fiel a sus tradiciones al tiempo que se abría sin dogmatismos a los avances que observó a su paso. […] Que su mirada no forme parte de la historia de nuestro sentido común como pueblo es perjudicial. Eso es lo que ofrece este libro, elevar a Saavedra como episodio relevante de la inteligencia hispana moderna. Si no se hubiera interrumpido aquella tradición de Fernán Pérez de Guzmán o de Hernando del Pulgar, diría que este libro desea ofrecer la generación y semblanza de un hombre claro, fiel y leal, de un español tan íntegro como crítico y de un europeo amante de la paz.

Porque la labor de Saavedra Fajardo como diplomático se orientó a la defensa de la paz y la neutralidad (“teórico de la neutralidad” lo llama Villacañas) en la acción exterior de España en Europa durante los agitados tiempos de la Guerra de los Treinta Años. Una defensa coherente con su pensamiento reformista en torno al poder de la monarquía hispánica y a su gobierno y a la propuesta de un modelo de Estado cohesionado que hizo que su figura fuese redescubierta a mediados del siglo XVIII por Mayans, que su pensamiento se reivindicara por el pensamiento político del siglo XIX y del XX o que fueran cada vez más abundantes los estudios sobre Saavedra Fajardo y más rigurosas las ediciones de sus obras.

Los dieciocho capítulos en los que se organiza la obra recorren, con el apoyo fundamental de su correspondencia y de su obra ensayística, su carrera como diplomático en una época compleja de constantes conflictos políticos y militares, su vida itinerante y la lealtad a la monarquía, su lenta trayectoria profesional, su  larga estancia en Italia -casi veintidós años entre Nápoles y Roma, de “diplomático en tono menor”, según Villacañas, a su importante papel de consejero diplomático del cardenal Borja, embajador de España, y del portugués Castel-Rodrigo- y las más relevantes diplomáticamente en Alemania cuando todavía ni una ni otra eran estados unificados, sino un mosaico de repúblicas y ciudades-estado, escenarios de conflictos políticos y de escisiones religiosas, su labor como publicista de Felipe IV y de la casa de Austria, su independencia de criterio, compatible siempre con la lealtad a la monarquía y con la evolución libre y constante de su pensamiento político, analítico y crítico, alejado de todo dogmatismo, porque Saavedra fue un posibilista que, consciente de la decadencia imperial de España, se adaptó a las circunstancias para ofrecer respuestas estratégicas a las necesidades y los retos de cada momento histórico, como demostró en las conversaciones de paz que desembocaron en la paz de Westfalia, en las que tuvo un papel determinante hasta su brusca caída en desgracia en Münster. 

Se cerraba así la admirable trayectoria vital, política e intelectual de aquel hidalgo de Aljezares, un Saavedra Fajardo de sólida formación clásica, que adquirió en Murcia con el humanista Cascales y en Salamanca mientras estudiaba Cánones en la Universidad. Una formación clásica en la que fue determinante la huella de Tácito, que proyectó en la mentalidad barroca y en las lúcidas reflexiones diplomáticas de estadista de sus monumentales Empresas políticas (1640).

En esa obra nuclear, en su correspondencia y en Locuras de Europa hay que buscar las claves del pensamiento político de Saavedra Fajardo, en palabras de Villacañas “posiblemente el más agudo y refinado testigo de la situación de España en el momento de su decadencia. Pero incluso en esos patéticos momentos, él rechazó las actitudes derrotistas y siempre pensó en la posibilidad de que todo podría reformarse si un rey resultaba educado por el destilado de la experiencia de los hombres de buen consejo. Esta voluntad es la que luego conectará con los grandes ilustrados del siglo XVIII, como Mayans y Sempere y Guarinos, que lo admiraron; el primero como el más equilibrado los escritores del siglo XVII, y el segundo como el iniciador de una biblioteca económico-política capaz de mejorar la sociedad española.”

Claves que conforman su forma de servir y de pensar la monarquía como un hombre de Estado: una teoría y práctica del poder real que aborda siempre con lucidez desde la propuesta insuficiente del austracismo al regalismo, desde la reflexión sobre el sistema de gobierno al valimiento, entre la necesidad y la dejación, la conciencia del declive y las ideas para la reforma y la conservación, con una nueva red de relaciones y alianzas con la Europa de la paz y la guerra en el horizonte y con una aguda crisis interna provocada por la situación en Cataluña y Portugal.

Acabó proponiendo con todos esos materiales, fruto de la experiencia europea y la reflexión constante, la construcción de una monarquía nacional hispánica integradora que parece anticiparse en siglos a su propio tiempo, aunque -como recuerda Villacañas- “una y otra vez percibimos en él esa oscura sensación de no tener en cuenta sus cualidades, de no valorar su trayectoria o de ser desaprovechado para el servicio público. Esa sensación lo acompañará hasta el final de sus días.”

En cuanto a la faceta literaria de Saavedra Fajardo ocupa toda su  vida adulta, desde 1611 hasta su muerte el 24 de agosto de 1648, curiosamente el mismo año en que terminó la Guerra de los Treinta Años, y tiene uno de sus centros en la República literaria, en la que “Saavedra se ríe del mundo literario”, como indica el título del capítulo que se dedica a esa obra en esta biografía. Una broma juvenil que no llegó a publicarse y en la que aparece esta descripción del mundillo literario por la que no ha pasado el tiempo: “Noté que los doctos y más señalados de aquella República eran humildes, modestos y callados y que, al contrario, los ignorantes eran atrevidos, insolente y locuaces.”

Cierra el volumen una Conclusión que se centra en las aportaciones de Saavedra Fajardo al pensamiento político y a su concepción de una monarquía nacional de España. Escribe Villacañas en el párrafo final:

Cuando España ya estaba convencida de haber perdido la batalla por la hegemonía europea, Saavedra, en medio del ajetreo de sus viajes por Europa, había aprovechado sus ratos muertos para ejercer lo más difícil en la historia, ese alto reflexivo que examina la realidad y se dispone a regularla por la norma contrastada del pensamiento político clásico. Con sus Empresas políticas, Saavedra ofreció un pensamiento concreto de la monarquía hispánica y de la manera de regularla según el destilado del republicanismo clásico. En esa regulación, la prudencia moral, económica, cívica y política debían darse la mano en una organicidad que requería innovaciones institucionales, un Parlamento unitario a toda la monarquía y una renovación de las tradiciones de gobierno de los territorios, sin supersticiones ni fijaciones. Era un horizonte evolutivo factible que habría incorporado a España el destilado de la formación de la constelación moderna. Era un avance en la configuración de una monarquía sobre un cuerpo unitario respetuoso con los cuerpos tradicionales de gobierno. Ese es el proyecto de Saavedra de una monarquía nacional republicana, una monarquía hispánica unida sobre el reconocimiento de sus reinos y coronas.

Y añade: “Me gustaría concluir este libro diciendo que, en ese intento, siempre al mismo tiempo constructivo y crítico, de seguir tejiendo la tela de las cosas hispánicas, Saavedra se atuvo a las virtudes cívicas que él mismo había incorporado a su programa de monarquía y que, justo por eso, su lealtad estuvo permanentemente iluminada por una idea trascendente.”

Se cierra así una biografía que no se ciñe exclusivamente a los datos externos, sino que se sostiene en una decidida voluntad interpretativa que inserta esos datos en el marco general de la obra diplomática, el pensamiento político y el legado literario de Saavedra Fajardo.

Santos Domínguez 


12 diciembre 2025

Salvador Espríu. La piel de toro



Salvador Espríu.
La piel de toro.
Edición bilingüe de Maria Moreno Domènech.
Traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2025.


“Escribí La pell de brau entre las fechas [junio de 1957-julio de 1958] que figuran al pie del libro. Con él  me proponía demostrar, frente a unas palabras de Ortega, que también los hombres de la periferia peninsular éramos capaces de entender el complejísimo conjunto de los esenciales problemas ibéricos, de procurar resolver la tan difícil, entorpecida y entorpecedora convivencia ibérica.”

Con ese párrafo abría Salvador Espríu (1913-1985) el prólogo a la reedición bilingüe en 1976 de La piel de toro, que había aparecido en 1960 en su versión original en catalán (La pell de brau) y había tenido en 1963 una edición bilingüe en Ediciones de Ruedo Ibérico con traducción de José Agustín Goytisolo.

Esa imagen plástica de la Península ibérica como una piel de toro aparecía en el Libro III de la Geografía de Estrabón (63 a.C.-19 d.C), que nunca se había acercado a la península y se había basado en los escritos de Polibio y de Posidonio de Apamea, de quien parece que procede la conocida metáfora que da título al libro de Espríu.

Lo publica Cátedra Letras Hispánicas en una edición bilingüe con traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna e introducción y notas de Maria Moreno Domènech, que recuerda en el prólogo a propósito de su recepción que “a la vez que es un libro que se integra impecablemente en la estructura total de la obra espriuana, ha sido considerada una rara avis en su corpus literario. Es un libro que recibió críticas feroces por parte de intelectuales como Joan Ferraté, que lo señaló como un libro inferior a toda su poesía precedente y, al mismo tiempo, es el que catapultó a Espriú a la fama literaria. […] Resulta paradójico que el libro considerado por muchos el menos representativo de su obra e incluso poéticamente inferior, sea el más editado, traducido y comentado.”

Una paradoja añadida a lo que parece ser el signo de la obra desde las contradicciones de antónimos sobre las que se construye el primero de los cincuenta y cuatro poemas que lo componen:

El toro, en la arena de Sepharad, 
embestía la piel tendida 
y la convierte, alzándola, en bandera.
Contra el viento, esta piel 
de toro, del toro cubierto de sangre, 
es ya jirón henchido por el oro 
del sol, por siempre librado al martirio 
del tiempo, oración nuestra 
y blasfemia nuestra. 
A la vez víctima, verdugo, 
odio y amor, lamento y risa, 
bajo la ciega eternidad del cielo.

No estoy seguro de si aquellas críticas inusualmente agresivas tenían más que ver con lo ideológico y lo político que con lo estrictamente poético o si son una mezcla explosiva de los dos criterios ante la obra de “un hombre de la periferia ibérica que intentó comprender tiempo ha el complejo enigma peninsular” que era la intención confesada por el autor en un prólogo de 1968. 

En todo caso, predominen el complejo o el enigma, parece que hicieron daño a un Espríu que confesaba en el ya mencionado prólogo de 1976: “Pronto me pregunté, y continúo preguntándome, si el esfuerzo ha merecido la pena. Por esto escribí enseguida el Llibre de Sinera, de un alcance y de una significación muy distintos.”

Volvía así, ya en 1959, tras ese paréntesis de poesía civil y didáctica, al territorio mítico de Sinera, anagrama del Arenys de sus raíces familiares, al que había dedicado su primer libro, tardío, de poesía, Cementerio de Sinera, que apareció en 1946Es también el topónimo poético del imaginario personal y colectivo sobre el que se proyecta su obra narrativa, dramática y lírica. 

Memoria y paisaje configuran el universo poético de Salvador Espríu. Un universo elegíaco y simbólico que evoca un mundo perdido y soñado a través de una poesía contemplativa y hermética que tiene como centro la presencia constante de la muerte y alcanza su culminación en Libro de Sinera y en Semana Santa, seguramente su cumbre poética. 

Es una poesía que desde su conciencia angustiada de la pérdida construye una mitología propia que se mueve entre lo lírico y lo onírico, una mitología que hace una transposición poética de la historia para tender puentes entre el pasado y el presente, entre lo personal y lo colectivo, entre lo metafísico y lo histórico, entre la utopía y la realidad o entre la reflexión política y el didactismo moral, como en el que seguramente es el más conocido de los poemas del libro, el XLVI, que adopta un tono sapiencial característico de La piel de toro:

A veces es necesario y forzoso 
que un hombre muera por un pueblo, 
pero nunca ha de morir todo un pueblo 
por un hombre solo: 
recuerda siempre esto, Sepharad. 
Haz que sean seguros los puentes del diálogo 
e intenta comprender y amar 
las razones y las hablas diversas de tus hijos. 
Que poco a poco caiga la lluvia en los sembrados 
y el aire pase como una mano tendida 
suave y muy benigna sobre los anchos campos. 
Que viva Sepharad eternamente 
en el orden y en la paz, en el trabajo, 
en la difícil y merecida 
libertad. 

Casi cincuenta años después de la edición en 1977 de una amplia Antología lírica bilingüe preparada por José Batlló para esta misma colección, esta edición de La piel de toro ofrece una nueva posibilidad de adentrarse en una poesía que, como señala Maria Moreno Domènech, “es siempre un recorrido hacia el conocimiento, una búsqueda constante del propio ser.”


 Santos Domínguez 

10 diciembre 2025

España monumental

  


Eduardo Manzano Moreno.
España monumental.
Una Historia a través del Patrimonio.
 Crítica. Barcelona, 2025. 



Un turista inglés sorprendido por Doré mientras arranca un azulejo en la Alhambra, 
una ilustración del Voyage en Espagne de Charles Davillier.


El asombroso Transparente de la catedral de Toledo como ejemplo de transformaciones del patrimonio artístico con la rotura parcial de los muros góticos de la girola construida en el siglo xııı. La exuberante obra barroca del Transparente se remató cinco siglos después, en 1732.



El patio renacentista del Palacio de Vélez Blanco, que acabó en el Metropolitan Museum de Nueva York tras pasar por Marsella y París después de que el duque de Medina Sidonia lo vendiera a un anticuario francés en 1904 por 80.000 pesetas.

Son algunas imágenes del monumental España monumental, de Eduardo Manzano Moreno, que publica Crítica en una espléndida edición rematada con una amplia bibliografía que tiene como punto de partida una profunda reflexión sobre el patrimonio histórico y artístico de España, representado por los cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco que aparecen en este mapa:


Imágenes que ilustran el primero de los diez capítulos en los que se organiza la obra, una reflexión preliminar sobre el patrimonio histórico en la que Eduardo Manzano reivindica su papel de herramienta al servicio de la ciudadanía para crear la conciencia del patrimonio como presente material del pasado, porque “el patrimonio histórico no puede reducirse a una simple secuencia de estilos y gustos artísticos, sino que permite una interpretación del pasado tan coherente como la que se obtiene con crónicas y documentos.” 

“Hace pocos años -recuerda Eduardo Manzano- los dueños de un bar del centro de Sevilla decidieron reformarlo. Cuando los albañiles comenzaron a picar el falso techo que cubría el local, se encontraron con las bóvedas intactas de lo que en pleno siglo XII había sido un baño almohade de época andalusí decorado con pinturas también perfectamente preservadas. La reforma continuó adelante bajo supervisión de los arqueólogos e integró muy bien el hammām medieval en el bar contemporáneo. Impresiona mucho, y da también que pensar que hoy uno pueda tomarse una cerveza bajo los mismos muros que hace ochocientos años servían para que los musulmanes sevillanos se dieran un baño antes de ir a la mezquita, hoy convertida en catedral, situada a escasos metros de allí.”

Y por eso, porque el patrimonio histórico es el presente material del pasado, además de advertir de los peligros de expolios o desapariciones como los del siglo XIX y principios del XX, “hoy más que nunca, es preciso volver a reivindicar su misión como herramienta al servicio de la ciudadanía que ayuda a forjar una conciencia del pasado. Si seguimos aceptando que el patrimonio histórico sea la expresión de la identidad de algunos, la gallina de los huevos de oro de otros, o un parque temático abierto a los caprichos del turismo efímero inevitablemente acabará degradándose de forma irreversible. Y habrá sido nuestra responsabilidad el no haber alertado sobre ello.”

Y tras ese planteamiento previo, España monumental ofrece un admirable recorrido ilustrado por esos cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco a lo largo de capítulos como Fósiles, representaciones rupestres y megalitos, Los restos del Imperio, Al-Andalus y el Reino de Asturias, La expansión monumental de la Edad Media, La huella de al-Andalus, El alumbramiento de un imperio, Auge y declive del imperio español o El patrimonio de la burguesía.

Cuarenta y seis lugares que atraviesan tiempos y espacios que permiten trazar Una Historia a través del Patrimonio, como anuncia el subtítulo: desde Atapuerca o las cuevas de Altamira hasta las obras de Gaudí, pasando por monumentos de la Hispania romana, la mezquita de Córdoba, el conjunto arqueológico califal  de Medina Azahara, los Monasterios de Poblet y Guadalupe, Compostela y las Ciudades Viejas de Ávila, Salamanca, Toledo o Cáceres, los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza, el Monasterio y Sitio de El Escorial, el paisaje cultural de Aranjuez, el Palau de la Música Catalana o los Paseos del Prado y el Retiro como paisaje de las artes y las ciencias. O monumentos multiculturales como la Giralda (“en la que se dan cita el pasado romano, el al-Andalus almohade y la España de la Contrarreforma”) y lugares como Cuenca, con testimonios de los distintos periodos históricos que permiten convocar “toda la historia de España en un solo lugar”, como indica el título del último capítulo, dedicado a la ciudad manchega. Porque -afirma Eduardo Manzano- “sin salir de esta ciudad y de su comarca, se puede hacer un recorrido por todas las etapas cronológicas de la historia de España, retratando así un pasado tan cambiante y diverso como trágico en muchos momentos.”

A través de esos lugares se organiza el entramado de un relato histórico que aborda las construcciones megalíticas, las ciudades y la romanización de Hispania, la hegemonía y el fracaso del califato omeya de Córdoba, el mundo de los monasterios, la diversidad medieval, la expansión cristiana y el culto de Santiago, la Sevilla almohade y la Granada nazarí, las torres mudéjares aragonesas, los proyectos y las realidades imperiales, la ruinas, las guerras y los hundimientos.

“Una historia de España que, en lugar de utilizar como hilo conductor a la nación, enhebre el pasado a través de la etiqueta de Patrimonio Mundial de la Unesco es una forma de acudir a la globalidad para sacudirnos tanta historia identitaria como la que hemos venido padeciendo en los últimos tiempos. En esta obra, hablaremos de restos cuyo aprecio universal los convierte en referencia mundial, lo que es también una forma de abrir la historia de este país a unos marcos globales. Los 46 lugares que conoceremos en este libro son tan excepcionales como la propia historia que contienen y constituyen la punta del iceberg de la singularidad patrimonial de la España actual, en donde, junto a los incluidos en esa lista, existen infinidad de restos que, pese a no gozar del mismo reconocimiento, también encierran un valor histórico extraordinario”, afirma Eduardo Manzano.

Esta es la relación completa de esos lugares declarados Patrimonio Mundial en España:



Una relación que expresa la enorme diversidad de espacios, tiempos y culturas que constituyen lo más destacado del patrimonio histórico de España. Porque, como explica Eduardo Manzano, “el pasado de este país contiene una fascinante diversidad de culturas, lenguas, religiones e instituciones políticas que debería ser mejor conocida y valorada. Este complejo y paradójico panorama histórico ha sido, sin embargo, dejado a un lado por historiadores, publicistas y políticos convencidos de que sus propias creencias y valores son los únicos que han existido y prevalecido a lo largo del tiempo. En cambio, cuando se desescombra el pasado de los lugares comunes de unos, de las declaraciones grandilocuentes de otros, o de los agravios acumulados por los de más allá, lo que emerge es un mosaico histórico plural y diverso cuyo conocimiento permite afrontar mejor los retos del presente, pues ayudaría, en mi opinión, a desactivar muchas de las tensiones identitarias que en la actualidad padecemos.”

Santos Domínguez