20/4/18

Poesía de trovadores, trouvères y Minnesinger


Poesía de trovadores, 
trouvères y Minnesinger.
Antología de Carlos Alvar.
Alianza Editorial. Madrid, 2018. 


Cuando los días son largos, en mayo, 
me agrada el dulce canto de los pájaros de lejos, 
y cuando me voy de allí, 
me acuerdo de un amor de lejos. 
Voy con ánimo cabizbajo y sombrío, 
de modo que ni el canto, ni la flor del espino 
me placen más que el helado invierno. 

Nunca más gozaré de amor 
si no gozo de este amor de lejos, 
pues no sé de mejor ni más gentil 
en ninguna parte, cerca ni lejos. 
Su mérito es tan cierto y puro 
que allí, en el reino de los sarracenos 
yo sería, por ella, llamado cautivo. 

En el reino de los sarracenos, en Trípoli, murió el autor de esas dos estrofas, Jaufré Rudel, príncipe de Blaya y trovador que escribió entre 1125 y 1148. 

Se había enamorado de la condesa de Trípoli de oídas, como Montesinos en los romances castellanos, por los testimonios de los peregrinos que volvían de Antioquía, y no se conformó con escribir sobre ella canciones como esta. Se hizo cruzado, se embarcó y enfermó en la travesía marítima antes de llegar a la costa libanesa. Llegó a Trípoli medio muerto, pero tuvo tiempo de conocer a la condesa, que  fue a visitarlo y se hizo monja después de ver cómo Jaufré murió en sus brazos.

Ese es uno de los textos que forman parte de la antología Poesía de trovadores, trouvères y Minnesinger preparada por Carlos Alvar y publicada por Alianza Editorial en una nueva versión revisada y actualizada en El libro de bolsillo.

Una antología que recoge la producción poética de los trovadores provenzales, que escribieron una poesía refinada durante los siglos XII y XIII en una lengua poética propia, el occitano. Dirigida a los círculos cortesanos, esa poesía combinaba música y letra y convirtió a los trovadores en los primeros poetas profesionales. 

De distinta condición social, desde reyes y señores feudales a plebeyos con educación,  profesionales o aficionados, los trovadores manejaban un código literario para iniciados, el amor cortés, un complejo sistema de actitudes que luego asimiló Petrarca y un universo ideológico y sentimental que era el correlato amoroso de las relaciones feudales. Practicaron el canto frente al cuento, defendieron la individualidad lírica –conocemos por su nombre a unos  trescientos cincuenta de estos trovadores- y se expresaron en la lengua vulgar con una nueva lírica basada en esquemas silábicos y acentuales y en la rima, claves de la construcción de la métrica moderna,

Esas composiciones se recogieron en cerca de cien cancioneros en los siglos XIII y XIV y se desarrollaron en dos direcciones temáticas -la cansó, de carácter amoroso, y el sirventés, de tema satírico personal, moral, político o literario- y en dos tendencias estilísticas: el estilo fácil y llano “trobar leu” de Jaufré Rudel o Bernart de Ventadorm, y el hermético “trobar clus” del violento y amargo Marcabrú, con la variante del “trobar ric” del original y oscuro Arnaut Daniel.

Todos somos trovadores, como señaló Pere Gimferrer en una ocasión, toda la poesía posterior se alimenta de ese sustrato: desde el Dolce stil novo de Dante hasta Ezra Pound, pasando por Petrarca o Quevedo.

En otros territorios y otras lenguas surgieron imitadores o continuadores que aclimataron la herencia de los trovadores: los trouvères, reelaboradores cultos de la poesía trovadoresca en la lengua de oïl del norte de Francia, y los Minnesinger que, con Walther von der Vogelweide a la cabeza, asumieron en el lied, el lai y el Spruch, sus tres formas fundamentales, el legado de la lírica provenzal en Alemania. 

Santos Domínguez