29/10/10

Francisca Aguirre. Historia de una anatomía


Francisca Aguirre.
Historia de una anatomía.
Hiperión. Madrid, 2010.


El diccionario académico recoge dos acepciones del término Anamnesis, que da título a la segunda sección de Historia de una anatomía, el libro con el que Francisca Aguirre (Alicante, 1930) obtuvo el Premio Miguel Hernández:

1. f. Med. Conjunto de los datos clínicos relevantes y otros del historial de un paciente.
2. f. Reminiscencia, representación o traída a la memoria de algo pasado.

Ese doble sentido, técnico y personal, está también presente en el título de la obra y sobre todo en el planteamiento temático de esta Historia de una anatomía, en la que las radiografías de los huesos, el dudoso funcionamiento del páncreas o el resultado de unos análisis van más allá de su frío significado clínico.

Desde el primer texto, Radiografía, está delimitado el territorio:

He pensado muchas veces que lo sucedido
esa información tan poco convincente
sobre el estado de mi anatomía
quiero decir sobre el estado de mis visceras
o sea todo aquello que mi esqueleto preserva
y también todo lo que preserva a mi esqueleto
eso como os decía esa petición que hice a los expertos
esa sencilla demanda
al parecer dio como resultado una especie de caos.

No sabían lo que pasaba con mi corazón

ninguno supo explicarme cómo funcionaba mi hígado
y mucho menos el páncreas.
Aunque me dijeron eso sí
que muchas de las cosas que le pasaban al corazón
obedecían al mal funcionamiento del hígado o del páncreas
y desde luego todo lo que les sucedía a dichos órganos
repercutía sin ninguna duda en el cerebro.
Claro que después de meditarlo
conjeturaron que más bien era el cerebro el responsable de todo.

La materia orgánica se convierte así en material autobiográfico, y la exploración médica en indagación moral, en ejercicio de memoria, en recuento de una historia personal de cicatrices que no dejan marcas observables. Son las marcas invisibles de heridas que no se cierran nunca y que no cura el tiempo.

Frente a la frialdad del dato clínico y la distancia del tecnicismo, Francisca Aguirre propone un tono cercano y una proximidad confidencial que sólo funcionan si las soporta la autenticidad; frente a la imagen clínica, la imagen metafórica para afirmar la vida y su dignidad respiratoria, para tomarle el pulso a la sangre torrencial de la alegría y medir la presión intracraneal del dolor, para asumirlo y ponerlo a favor de la vida. Para, como en las radiografías, poner blanco sobre negro, la vida sobre las secuelas lamentables de la Historia.

Finalmente asumí que como en otros casos

es decir en otras cuestiones
todas ellas relacionadas con lo portentoso
como la velocidad de la luz
el sinfónico canto de las resplandecientes ballenas
o la mirada rebosante de pesadumbre de los pacíficos gorilas
aspectos todos fuera de mi alcance
yo hembra perteneciente a una caótica especie que llaman humana
la única posibilidad que tenía
era aceptar que mi curiosa anatomía
y el relleno con que la habían dotado
eran los responsables de mi extraño vivir.
Y que mi historia era su historia.
Qué le vamos a hacer
nadie elige su amor dijo Machado
y por lo visto tampoco elige nadie sus riñones
su páncreas su osamenta.
Y muchísimo menos
el sobresalto ante el milagro de la vida.
Lo único que sabemos es que
el pulso se acelera y las radiografías se oscurecen.

Desde Ítaca, su memorable primer libro, Francisca Aguirre ha ido recorriendo cuatro décadas de coherencia, de escritura sostenida en el esqueleto resistente de lo auténtico. Cuatro décadas de emoción y temblor de la memoria, de poesía moral, escrita con unas cuantas palabras verdaderas, como quería Antonio Machado, su maestro mayor de ética y estética.

Santos Domínguez