04 febrero 2022

David Huerta. El desprendimiento


David Huerta.
El desprendimiento.
Edición del autor y de Jordi Doce.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.

“El mejor poema del mundo es una red que se ha tejido en nuestra mente con esos elementos: está ahí, aquí, a nuestro alcance. A los significados, sensaciones e imágenes puede uno agregar otros componentes, como el ritmo, la melodía de las palabras o las frases, el poder de evocación del poema, su gravitación en nuestras vidas para iluminarlas o cifrarlas y dejarlas encerradas en un vaso que siempre tenemos cerca para saciar nuestra sed de poesía El mejor poema del mundo tiene la belleza del agua, es decir: del rasgo distintivo, el más sobresaliente, en el diseño de nuestro planeta, como dice el poeta Joseph Brodsky. 
[…]  
Quien toque con una mano trémula el mejor poema del mundo toca a los seres humanos y en ellos, en su poderosa fragilidad, toca también la luz de la mente. El poema está ahí, donde ellos estén; ese poema inmenso está animado, trabajado continuamente por la difícil, vigorosa, exigente y gozosa tarea del pensamiento, exaltado en la fluidez irradiante de las ideas. El poema es de una diversidad vertiginosa, el opuesto perfecto del obtuso, lerdo y estéril monólogo del poder. Por eso es importante la poesía, espejo de todo contrapoder." Esos párrafos pertenecen al discurso de aceptación que leyó David Huerta (Ciudad de México, 1949) en Guadalajara el 30 de noviembre de 2019, cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. 

 Lo recoge íntegramente el apéndice a El desprendimiento, la amplia y muy cuidada antología poética de su obra entre 1972 y 2020 que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía en edición del autor y de Jordi Doce, que explica la razón del título en su introducción: “El diccionario de la RAE define ‘desprendimiento’ como ‘acción de desprender o desprenderse.’ También como ‘desapego, desasimiento de las cosas.’ Por último, como ‘largueza, desinterés, generosidad.’ El título de nuestra antología remite primeramente a esta tercera acepción, que es una resultante del entusiasmo de su autor y su capacidad para el desbordamiento y el derroche verbales, expresión de un vitalismo que explica su enorme ascendiente entre las nuevas generaciones de poetas mexicanos, muchos de los cuales han sido alumnos suyos o participantes en los numerosos talleres de escritura que ha dado por todo México. La vitalidad de Huerta está ligada a un sentimiento de gratitud y a la noción de poesía como arte colectivo, apoyado en una tradición que a su vez genera una comunidad de espíritus afines. Todo su discurso de recepción del Premio FIL de Literatura está recorrido por ese hilo afectivo de agradecimiento que implica formar parte, saberse parte, de un gremio ilustre." 

 Entre la delicada escritura inicial de El jardín de la luz y el despojamiento expresivo de El cristal en la playa transcurren casi cincuenta años de escritura que quizá alcanzan su mejor momento en los versos torrenciales de Incurable, un libro vertebral en la trayectoria de David Huerta. Se publicó en 1987 y comienza con estas potentes estrofas: 

 El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.

El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.

En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración, 
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso, 
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.

Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo, 
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido; 
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo, 
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar; 
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino; 
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado, 
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio; 
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras...


Se reúnen en esta muestra los diversos registros que marcan la evolución de David Huerta y su diálogo con la tradición de la que se siente parte: el verso corto y el poema breve de El jardín de la luz o Canciones de la vida común; los versículos torrenciales de Cuaderno de noviembre, donde encontró su voz personal, y de Incurable, un libro monumental y caudaloso, laberíntico y onírico; la experimentación formal de Versión; la inflexión que supuso en su trayectoria La música de lo que pasa; la mayor contención formal y el rebajamiento del onirismo desbocado y visionario que significan El azul en la flama, La calle blanca y Canciones de la vida común, que incorporan poemas amorosos y elegíacos o textos de homenaje que reafirman el sentimiento de pertenencia a la tradición poética; los poemas en prosa de El ovillo y la brisa, entre lo narrativo y lo meditativo; la reunión de experiencias expresivas que refleja Los instrumentos de la pasión, donde conviven las líneas centrales de la poesía de Huerta. 

 De ese libro forma parte un magnífico ‘Perro de Goya’, que comienza con estas estrofas: 
 
De su perfecto hocico saldrá, cuando menos lo esperemos,
un murmullo de Eclesiastés. 
 
De su pelaje temerario saltarán las chispas 
de las Revelaciones. Ángeles y arcángeles
como gatos ciclópeos, asustadizos y, por eso mismo, tiránicos,  
 
serán conducidos a los callejones salvíficos
y a los pasillos del oprobio punitivo
por la mansedumbre de este can visionario. 
 
 Hundido en el nacimiento de los colores
como en un prado sublime, este animal ha visto los desastres de la guerra,
los caprichos de la razón,
extraños frutos en los árboles,
los calderos y gritos de los aquelarres. 
 
 Es la primera vez que se publica en España una muestra tan amplia de la obra del poeta mexicano, que integra ejemplarmente tradición y modernidad en poemas como este, de su espléndido Cuaderno de noviembre: 
 
Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche 
con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frío se transforma en una cercanía igual a una oscura 
concavidad
y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor 
desnudo y desconcertante.

Este frío ha llegado para sembrar una vinculación que necesitaremos 
cuando el indicio de la soledad nos imprima en la boca un largo 
sabor de quemadura.
La 'estatua de la memoria' se esfuma en medio del día que
retrocede, 
bajo el viento larguísimo y exhausto. El mar de la ciudad pronuncia
sus palabras, crecidas como muescas, 
en el sopor del otoño, y los nombres caen brillando: incrustaciones
blancas en un gran sueño negro.
Sorda es la sombra, encajada en la sal de la noche que es 
redonda como un charco y está sobre la cabellera del espejo,
mojada en chispas, 
depositada en los ojos como una donación de palabras desiertas.

Su amplia obra poética, en constante evolución formal y temática, métrica y tonal, es poco conocida fuera de México, de ahí la oportunidad de este volumen, que incorpora cuatro inéditos y ofrece, en palabras del editor, “la primera ocasión que tiene el lector hispanohablante de acceder de manera accesible y ordenada a una de las grandes voces de la poesía contemporánea en nuestro idioma.”

 Santos Domínguez 


02 febrero 2022

Chéjov. Los mejores cuentos

  

 

Antón Chéjov.
Los mejores cuentos.
Selección, traducción y prólogo 
de Ricardo San Vicente.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.

El 15 de julio de 1904, en la habitación de un hotel de Badenweiler, Anton Chéjov, uno de los maestros universales del cuento, pasaba sus últimas horas de vida junto a Olga Knipper y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia. ‘¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?’, dicen que dijo, casi al final. Una frase que parece sacada de uno de sus cuentos porque la podría haber pronunciado alguno de sus personajes.

Acababan así la vida y la escritura del padre del cuento contemporáneo, autor de una obra viva que sigue creciendo a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

“Como los reporteros redactan sus notas sobre incendios, así he escrito yo mis relatos: mecánicamente, de manera semiinconsciente, sin preocuparme para nada ni del lector ni de mí mismo... Escribía y hacía lo posible por no emplear en el relato ni imágenes ni escenas que me resultaban entrañables y que, Dios sabe por qué, guardaba y escondía con celo”, escribía en una ocasión Chéjov, del que Alianza Editorial publica una selección de diecisiete cuentos que resumen las etapas de su evolución literaria y que componen en su conjunto una imagen representativa de las estructuras genéricas, las técnicas narrativas, los personajes y los temas más significativos de su narrativa.

Natalia Ginzburg resumió los cuentos de Chéjov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Narrador de voz baja, Anton Chéjov construyó su universo literario con los materiales que aportan lo fugaz y lo secundario. En sus relatos abiertos conviven misteriosamente la levedad y la intensidad, la emoción y la distancia, se armonizan la ironía y la piedad, el humor y la tristeza bajo una mirada compasiva y honda, menos optimista que piadosa, que vive en el matiz y en la sutileza con que el escritor construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de sus elipsis sugerentes que dejan los finales abiertos.

La mirada sutil de Chéjov, que a diferencia de Dostoievski o Tolstoi nunca contempla a los personajes desde arriba, sino cara a cara, teje un hilo invisible y persistente que une, en la melancolía invisible y en la tonalidad persistente de su literatura, a Chéjov con Cervantes y con Shakespeare en la construcción de un universo narrativo en el que conviven ricos y pobres, sinceridad y simulación en una indagación honda y fundacional en la condición humana.

Una mirada magistral que vive en el matiz y en la sutileza con que construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de la elipsis, en la intensa emoción que habita en lo trivial, en la desesperanza contenida, en la ausencia de patetismo gesticulante, en unos silencios que son más significativos que las palabras que los ocultan.

Una mirada que conviene revisitar en un volumen como este, una  selección de relatos propuesta por Ricardo San Vicente, que en el prólogo, ‘Sangre esclava’, afirma que “al igual que en la Rusia de finales del siglo XIX, la obra de Antón Pávlovich Chéjov hoy resulta de una modernidad sorprendente. Hasta el extremo de que algunas obras actuales parecen pertenecer a un pasado mucho más lejano que la de nuestro narrador.”

Y explica así su criterio a la hora de hacer esta magnífica antología, que incorpora cuentos fundamentales como Campesinos, Iónich La dama del perrito: “Siguiendo el talante del propio autor, que hace de su obra un gran cuadro de la vida rusa, de los hombres y mujeres en sus diversas condiciones, esta selección pretende ofrecer una pequeña galería. Médicos y obispos, campesinas y hacendados, amantes del arte y estudiantes, doncellas y maestros, ingenieros y jueces son algunos de los muchos tipos y personajes que pueblan este fresco. Pero, más allá de esta visión caleidoscópica, la antología pretende reflejar los grandes temas de Chéjov, inquietudes, coordenadas morales, al fin, que resulta difícil recoger en esta presentación (para ello, además, están los propios relatos), aunque tal vez sí resumir con la siguiente reflexión: La vida es absurda y difícilmente tiene sentido en sí misma, por eso quizá la única salida que nos queda es ser nosotros los que dotemos nuestra existencia de un objetivo y un significado. ¿Cuál?, se puede preguntar el lector, igual que se lo formularan al escritor sus contemporáneos. A eso Chéjov a veces contestaba: «Yo construyo escuelas –refiriéndose a las aportaciones que destinaba a centros escolares y bibliotecas–, pero no doy clases en ellas».

Está en esta antología el Chéjov imprescindible, capaz de sugerir con una enorme economía de medios, un Chejov esencial, a caballo siempre entre el humor y la melancolía, entre la crítica y la emoción, entre la compasión y la ironía, un autor que proyecta su mirada sobre un mundo habitado por personajes que se mueven entre la esperanza y las frustraciones, incapaces de comprender la reglas opacas con las que funciona el mundo. 

 Alguna vez se ha dicho que sus relatos son una enciclopedia de la vida rusa. No es exactamente así. Son una enciclopedia de la vida en general. Y eso es lo que lo convierte en un clásico universal, autor de cuentos memorables, como La dama del perrito, un relato de 1899 que comienza con este párrafo en la traducción de Ricardo San Vicente: 

 Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito. Dmitri Dmítrievich Gúrov, que llevaba en Yalta dos semanas y ya se había hecho al lugar, también empezó a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Vernet, vio avanzar por el paseo a una señora joven, una rubia de mediana estatura, con boina; tras ella corría un lulú blanco.

Santos Domínguez 

  

 

31 enero 2022

Los barrios bajos de Madrid según Galdós

 



José Esteban.
Los barrios bajos de Madrid según Galdós.
Fotografías de Antonio Tiedra. 
Paladares de Cordelia. Madrid, 2021.


“La división social entre barrios bajos y altos coincide con su elevación sobre el Manzanares. Entiendo que el oso es el Madrid que vive desde la Plaza Mayor para arriba, y el madroño lo que llamamos barrios bajos”, explicaba Galdós en 1915 en una conferencia sobre Madrid en el Ateneo.

Leer a Galdós, “novelista urbano” en definición de Clarín, es inevitable y felizmente recorrer las calles del Madrid que frecuentó durante casi sesenta años, entre 1862 y 1920. El centro y los barrios bajos del sur de la ciudad fueron los espacios predominantes en sus novelas, escenarios que desempeñan en sus obras un papel casi de protagonista y cumplen también una función simbólica de evidente significado social, porque en ellas el nivel topográfico se corresponde también con el nivel social, de manera que el ascenso o el descenso social se metaforizan en los frecuentes traslados y mudanzas de los personajes a zonas más altas o más bajas del Madrid de la época.

Hay quienes ascienden en posición social y se van a vivir a zonas más altas, como Isidora Rufete o Felipe Centeno, y quienes, venidos a menos, como doña Paca en Misericordia, se mudan a zonas más bajas de la capital. Y además todos sus personajes, en movimiento continuo, se mueven por las calles de aquel Madrid que Galdós inmortalizó en sus novelas y que evocó magistralmente en 1915 en su Guía espiritual de España.

Sobre esos barrios bajos y su representación literaria en las novelas galdosianas Paladares de Cordelia acaba de publicar Los barrios bajos de Madrid según Galdós, una espléndida monografía de José Esteban, ilustrada con fotografías de Antonio Tiedra.

“Con Galdós -escribe José Esteban- nace verdaderamente la novela urbana madrileña y, con su memoria y su impagable ayuda, el novelista levanta ese gran monumento madrileño, más importante que la Cibeles o la Puerta de Alcalá, ese monumento literario madrileño que son las páginas de Fortunata y Jacinta, donde trata a Madrid como fuente de organización literaria y a la vez como objeto de ella; es decir, como cimiento sobre el que se asienta la novela y como colmena humana. Como objeto y sujeto de la misma novela.
[…]
Galdós necesita la presencia de Madrid para conducir a sus personajes a través del laberinto de sus vidas y del laberinto de sus calles; lo que ha dado lugar a un «Madrid galdosiano». Un Madrid aún muy reconocible. Todavía la calle de Toledo se inicia orillada en su principio de soportales, desde la Plaza Mayor al Manzanares. Todavía las calles conservan sus viejos y significativos nombres Latoneros, Cuchilleros, Botoneras, Coloreros, Bordadores, Herradores... Todavía el Arco de Cuchilleros taladra el caserón de la Plaza Mayor, donde el delfín, Juanito Santa Cruz, ve por primera vez a Fortunata -que en la escalera sorbe un huevo crudo.
Es un Madrid que se mueve en el cogollo de la ciudad de los Austrias, entre la Plaza de Santa Cruz y el Palacio Real, entre la Fuentecilla, las Descalzas Reales y la Iglesia de San Sebastián (la iglesia que como «muchas personas tiene dos caras» y donde Benigna, la heroína de Misericordia, pide limosna para alimentar a su señora).”

La calle de Toledo y el Rastro, la Cava Baja y la calle Mayor, la Plaza de la Cebada y el Manzanares, Mira el Río o la calle Imperial, cafés como el de San Millán o iglesias como la de San Sebastián son algunos de los espacios madrileños en los que transcurren las novelas de Galdós. Espacios que se convierten en un personaje más de sus obras:

“Madrid, todo el Madrid del siglo XIX -escribe José Esteban- es el gran personaje de Galdós. Nadie como él, en nuestra literatura, supo mirarlo con tan amplia pupila y, después, transmitirlo. Es un Madrid que vive en sus páginas, late, sufre, se transforma, se alarga calle de Fuencarral arriba, donde están las reformadoras Micaelas, que acogerán a Fortunata, y se desvive, angustioso, en su diario penar.”

Esta cuidada edición es, además de un homenaje al mejor novelista español del XIX, 
aquel “paisajista de los barrios bajos”, una indeclinable invitación a visitar de nuevo su obra y a revivir aquel Madrid bullicioso y cambiante de la segunda mitad del XIX en un estupendo recorrido por los lugares galdosianos de la mano de los textos de José Esteban, de novelas como las de Torquemada, Fortunata y Jacinta, Misericordia o Nazarín y de las fotografías de Antonio Tiedra.

Santos Domínguez 


26 enero 2022

José María Álvarez. Tigres en el crepúsculo


José María Álvarez.
Tigres en el crepúsculo.
Edición de Alfredo Rodríguez. 
 Ediciones de la Universidad de Valladolid, 2021.

 “Elogiaré ahora la fiesta de la pasada noche, perfecta, joya de alcohol, tigres en el crepúsculo; hablaré del brillo de los rostros convocados”, escribía José María Álvarez en ‘El oro de los tigres’, un artículo que publicó en Disidencias, suplemento literario de Diario 16 el 2 de enero de 1981.

Y de ahí procede el título de la recopilación de prosas dispersas de José María Álvarez que ha preparado Alfredo Rodríguez que publica la Cátedra Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid.

Se reúne en Tigres en el crepúsculo, un volumen espléndidamente editado, casi medio centenar de textos misceláneos en prosa: fragmentos de prólogos y ensayos de crítica literaria, artículos o conferencias, cinco entrevistas y el inédito Diario del confinamiento, del 15 de marzo al 11 de mayo de 2020, repleto de nombres y conversaciones, de libros y películas, al que pertenecen estas líneas:

He escuchado por la televisión a algunos de estos farsantes que nos gobiernan, y decían sobre la epidemia unos disparates sobrecogedores. De pronto he tenido la sensación de que eran zombis. Verdaderamente, supongamos que uno tiene un negocio y que necesita personal: ¿qué empleo podría darles a ese ser que es Ministro de Trabajo, o a la vicepresidenta Calvo, o a ese ignorante a perpetuidad, un tal Garzón… o a cualquiera de ellos? Y para qué hablar de ese tipejo absolutamente despreciable, Iglesias, y su actual esposa, que también es ministro de no sé que aberración. ¿Mujer de la limpieza, guardacoches, mozo de recados? A Iglesias solo lo veo como carne de presidio. Algo que sería bueno para ellos -en general, para la mayoría de los políticos- sería ponerlos en la calle, sin sueldos ni pensiones, nada, ahí, en la calle, a ver cómo se ganaban la vida.

“Este volumen es el resultado -escribe Alfredo Rodríguez- de años de minucioso rastreo de la escritura y dictado en prosa que José María Álvarez ha cultivado indistintamente en multitud de espacios y formatos. Al final, todas estas explicaciones fragmentarias de literatura y vida es como si conformaran piezas siempre de un mosaico mucho más amplio.”

Habitan estas páginas una serie de presencias fundamentales en el universo literario del autor de Museo de cera, de Kavafis a Villon, de Shakespeare a Eliot, de Hölderlin a Stevenson, de Montaigne a Hume, de Poe a Borges, de Baudelaire a Pound. 

Y entre la disidencia independiente y la lucidez a veces provocadora y a contracorriente, afirmaciones demoledoras como estas sobre Unamuno: 

“Unamuno es, quizás, el intelectual más irresponsable que puede encontrarse en aquella España conmovida por los acontecimientos que culminaron el 18 de julio de 1936. […] No tiene vigencia. Ninguna vigencia. Ni en su temática ni en su manera de trabajar, de hacer el verso.”

Porque, como señala Álvarez en el epílogo, el libro “está lleno de reflexiones que hoy matizaría e incluso discutiría. Pero da lo mismo. Eso he sido.”
 
Santos Domínguez


24 enero 2022

Mario Martín Gijón. La Pasión de Rafael Alconétar


Mario Martín Gijón.
La Pasión de Rafael Alconétar.
 Novelaberinto.
KRK Ediciones. Oviedo, 2021.


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El alboroto externo, tan molesto, se fue convirtiendo en alborozo interno y regocijo irónico ante la barahúnda de vanidades que iba compareciendo en el auditorio donde esperábamos al célebre literato. Isabel Cardeñosa llegó acompañada de su marido, hasta entonces desconocido para nosotros, y que la seguía con aire de pájaro aturdido y cabeza de chorlito. Raimundo Perojo repartía apretones de manos y palmadotas campechanas sobre hombros de hombres tan apagados como pagados de sí mismos. José María Cambrón, erguido como un gallo, oteaba el panorama juzgando dónde su dignidad le exigía sentar sus posaderas. La llegada del profesor Miguel Ángel Lomas, irremplazable en su papel de maestro de ceremonias y rollista oficial para este género de eventos, señaló el inicio del festejo, tan viejo. 
Lomas comenzó recordando a un escritor fallecido días antes, ignorado en vida y ensalzado en muerte, suscitando el asentimiento de las cabezas, como si una ráfaga de aire hubiera hecho oscilar a unos cuantos girasoles pochos. La presentación de Lomas, pasablemente ingeniosa, hizo brotar risitas apagadas y rumores impostados.
Un silencio hecho de veneración se hizo cuando llegó el turno al escritor de éxito. Su voz nasal y su tono engolado se adaptaban, a todas luces, a las expectativas de la concurrencia. Hubo un momento en que el conferenciante sintió calor y se despojó de su chaqueta, con tan mala ventura que se le cayó al suelo. El profesor Lomas se incorporó veloz y, perdiendo arrobas de dignidad por el camino, se apresuró a recogerla. La dobló con mimo, la abrazó durante un instante y la depositó en una silla trasera.

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 Y no te olvides del Bardo Verde, ese Dichtator (como lo llamaba Rafael con germanismo ideado junto a su hermano Jeremías, cuando aún lo era), un hombre atormentado por su fama y propenso a desencadenar tormentas cuando se veía humillado. Un Catón con tacones, zonzo con zancos, puesto de puntillas y alzando la voz, desgañitándose de ganas de ser escuchado más allá de su provincia y vecindario. Todas sus bobadas blogueadas en la garganta, Gargantua grosero aunque se creyera Claudio Rodríguez o Garcilacio. Suspicaz frente a los capaces que le revelaban su impotencia. Con el odio agrio y mezquino del mediocre que ha logrado encaramarse a fuerza de caramelos a unos y otros, de favores y suplicatorios, y que no soporta el talento indomable, el destino de excepción del artista solitario que, por su puesto, no merece alcanzar por su valía los frutos que a él le han costado sudor y rogativas.

Esos retratos de dos significativos personajes, dignos de figurar en lo que Balzac llamaba Escenas de la vida de provincias, forman parte de La Pasión de Rafael Alconétar, la asombrosa Novelaberinto que Mario Martín Gijón publica en KRK Ediciones.
                    
En boca de dos de las voces de la novela, Pedro Muñoz y Josué Pérez Williams, son dos de los setecientos fragmentos de un ambicioso despliegue narrativo que convoca en su amplia y bien ajustada polifonía el genio protector de Cabrera Infante y de Miguel Espinosa en uno de los empeños novelísticos más admirables de los últimos años. 

Sus más de setecientas páginas, que se leen a un ritmo trepidante, reflejan el sostenido empeño del autor por ajustar cuentas con las miserias de la vida literaria en la pequeñez de la vida provinciana, pero son también el brillante resultado de un admirable reto consigo mismo en un empeño narrativo de largo aliento que está al alcance de muy pocos escritores.
         
A partir de la evocación del protagonista, Rafael Alconétar, muerto a los 33 años, cuya trayectoria vital, Pasión y muerte reconstruyen a los diez años de su desaparición sus Sangradas Escriaturas y las voces de sus cuatro discípulos y evangelistas -Susana Cordero, Pedro Muñoz, Dolors Cavalls y Jaime Becerril- y de otros muchos personajes que lo conocieron, se articula esta novela que es una sátira de la vida provinciana, de los ambientes universitarios y literarios, una reconstrucción poliédrica de la compleja  peripecia sentimental del héroe en medio de un panorama gris marcado por la mezquindad cainita y la pequeñez de miserables mediocres frente a un héroe contradictorio, rebelde y lúcido empujado a los márgenes y a la crucifixión:

Dicen -afirma en el fragmento inicial la antigua alumna de su taller literario, Susana Cordero- que Rafael Alconétar murió, treinta y tres años después de su nacimiento, bajo un sol de injusticia y las pedradas del grupo de conjurados y el calor de la vergüenza rencorosa que habían ido suscitando sus insolencias. Dicen que allí quedó tendido, en una pendiente apuñalada de pizarras y decorada de cagajones, quizás amarrado al áspero tallo de una retama, puesto que nadie le tomó la mano en su hora final. Por mi parte, su recuerdo quedará siempre unido a una época increíble, en que aquella ciudad, adormecida desde  hace  siglos a la sombra de sus torreones y al sabor de lo acostumbrado, se vio sacudida por la furia indomable de vivir, la alegría del placer desatado, el hambre de la belleza y la rebeldía de un puñado de conciencias enardecidas por su palabra.

Una novela que reúne en la creatividad torrencial e integradora de sus materiales aluvionales distintos registros, diversos enfoques de la realidad y la ficción para proponer una reflexión amarga y ácida sobre la condición humana, sobre la vida y la literatura.

Intensa y desbordante, monumental y sorprendente, La Pasión de Rafael Alconétar es una novela excepcional en el árido panorama literario actual, tan pedestre como conformista y previsible, tan propenso al retruécano gratuito y al calambur de ingeniosos ex seminaristas hipermaduros. 

Me parece que Mario Martín Gijón es uno de esos pocos autores que están a la altura literaria de su ambición, para goce de sus lectores, que nunca serán muchos, pero pertenecerán a esa banda de happy few que Shakespeare invocó memorablemente por boca de Enrique V.

Santos Domínguez 


21 enero 2022

Antonio Colinas. Los caminos de la Isla

 


 

 Antonio Colinas.
  Los caminos de la Isla.
Edición de Alfredo Rodríguez.
Olé Libros. Valencia, 2021.

Oh madre coronada de olivo, todavía
discurre por mi sangre el ardoroso estío
de las verdes cigarras, el caudal misterioso,
plácido y aromado, de una noche de labios.
Aún están brotando de mi boca las flores
y no cesa tu mar de acrecentar en mí
las ansias de vivir, la sed de libertad.
¿Qué idioma es el que graban en las piedras gastadas
las ya muertas lunas de los siglos ya muertos?
¿Y ese extravío ebrio de las horas que pasan
como el vuelo de un ave por un cielo sin nubes?
¿De qué tiempo nos llegan todos esos latidos
luminosos y oscuros de tus sienes sombreadas
por lanzas, por cipreses? ¿Por qué esta sed de ti
cuando aún están cayendo, en el reseco pozo
de mis manos, limones que enamoran estrellas,
la carne de los dioses en el bronce oxidado,
las enlutadas rosas de sonámbulos huertos?
Raíz, alma del mármol, donde sepulta el sol
su más inmensa hoguera, pesadumbre que llega
muy adentro, a los huesos tenebrosos del hombre.
La brisa mueve rizos, sonoras caracolas
en tu cuerpo, y los sueños son renuevos muy tiernos
en el funesto ramo de una vida finita.
Tus azulados ojos contra un muro de cal,
esa húmeda mirada de virgen fugitiva,
perduren por los siglos de los siglos, nos digan:
mi luz es vuestra carne, vuestra sangre es la luz.

 

Ese poema de Noche más allá de la noche, de Antonio Colinas, es uno de los que forman parte de Los caminos de la Isla, la estupenda antología temática que ha preparado Alfredo Rodríguez de la poesía ibicenca del poeta leonés.

La publica Olé Libros en una cuidada edición que se abre con un prefacio, ‘Sintonizar con el espíritu mediterráneo’, en el que Antonio Colinas explica que estos poemas son el resultado de “una serie de vivencias que se prolongaron de manera continuada a lo largo de veintiún años y de manera esporádica a lo largo de más de cuarenta. Por tanto, estos poemas no son una muestra de «descubrir Mediterráneo alguno» sino de mostrar la fusión entre poesía y vida, entre la experiencia de vivir y la experiencia de crear, que ha sido otra de las ideas claves de mi escritura.”

Porque tras una primera etapa marcada por un culturalismo vivido y una intensa sentimentalidad neorromántica, por un lirismo telúrico y una pureza formal que tienen su eje en Sepulcro en Tarquinia, la escritura de Antonio Colinas crece en su impulso órfico en la etapa ibicenca que se desarrolla entre Astrolabio y Jardín de Orfeo. Una fase que tiene su centro en Noche más allá de la noche, donde el equilibrio entre el sentir y el pensar, entre la emoción y la reflexión da lugar a ese largo poema en el que la poesía de Colinas alcanza una de sus cimas de profundidad y de transcendencia de la palabra inspirada.
 
 La culminación de ese largo viaje hacia la armonía y la luz, hacia la desnudez expresiva y la depuración de un lenguaje esencial, hacia el conocimiento a través de la razón poética se produce en una tercera etapa a la que pertenecen obras esenciales como el Libro de la mansedumbre, Desiertos de la luz o Canciones para una música silente, en los que se resuelve en síntesis poética la armonía de sentimiento y pensamiento, de tradición oriental y humanismo, de clasicismo y romanticismo, de ética y estética, de filosofía y mística a través de un diálogo cada vez más resuelto con lo sagrado y con ese alto voltaje emocional que Pound le exigía a la palabra poética.

“Colinas va modulando a su alrededor, en numerosos poemas dispersos por su obra, y que en este libro quedan recogidos, todo un mundo lírico propio geográficamente muy concreto y en unas coordenadas muy precisas: la isla de Ibiza. Este fino hilo de oro de unión de los poemas ibicencos de Antonio Colinas va hilvanando sus libros, atravesando diferentes épocas de su vida y portando en su sangre los ritmos y la sabiduría de la mejor poesía mediterránea”, escribe Alfredo Rodríguez en ‘La Ibiza esencial de Antonio Colinas’, el prólogo con el que presenta la antología.

La armonía y la plenitud, la libertad y el silencio, el misterio y la soledad, la comunión con la naturaleza, la purificación en la luz y la experiencia interior de profundización en la conciencia son algunos de esos caminos por los que transcurre la poesía ibicenca de Colinas.

Es “una Ibiza interior muy profunda, secreta”, como señala Alfredo Rodríguez, “una realidad maravillosa y paradisíaca” reflejada en esta magnífica antología en más de un centenar de poemas procedentes de libros como Astrolabio, Noche más allá de la noche, Jardín de Orfeo, Desiertos de la luz, Canciones para una música silente y En los prados sembrados de ojos.

Escritura y vida, emoción y conocimiento, música y mirada, misterio y armonía, se armonizan en una poesía que explora el tiempo y su símbolos, ahonda en la dimensión moral de la estética y aspira a la revelación de una realidad superior a través de la palabra poética inspirada.

Todo ese proceso se recoge también en esta selección que resume más de cuatro décadas de escritura inspirada en la isla, que Colinas ha venido reflejando desde Astrolabio, un libro de 1979, hasta el reciente En los prados sembrados de ojos, al que pertenece el 'Poema de la eterna dualidad' con el que se cierra esta antología. Estas son sus últimas estrofas:

Por eso, esta noche
me asomaré de nuevo
al pozo de allá arriba
y volveré a hacerme las preguntas
que Virgilio, o Leopardi o Rike
(o cualquier hombre) se hicieron;
regresaré a ver qué me transmite
el astillado espejo de la noche,
el símbolo marcado en nuestras almas
sedientas.

Y cerrando los ojos en lo oscuro,
olvidaré los prados de la muerte,
retornaré a ese punto entre mis cejas
a esa estrella de fuego invisible
que es como una muerte
muy dulce (pasajera,
pues no mata).
Gozosa sensación de infinitud
que alguien le concede
a quien nace y se sabe
luz finita.

Por ello, no pases, tiempo.
¡Detente, instante
de oro!

Santos Domínguez


19 enero 2022

Emerge, memoria (Conversaciones con Sebald)

 


Lynne Sharon Schwartz (ed.)

Emerge, memoria.

(Conversaciones con W.G. Sebald). 

Traducción de Cristian Crusat. 

KRK Ediciones. Oviedo, 2021.

“Encuentro algo terriblemente fascinante en el pasado. Apenas me interesa el futuro. No creo que vaya a deparar muchas cosas buenas. Pero al menos sobre el pasado puedes hacerte algunas ilusiones”, afirmaba W. G. Sebald en una conversación (‘Un perseguidor de fantasmas’) con Eleanor Wachtel grabada el 16 de octubre de 1997. 

Es una de las cinco conversaciones que, junto con cuatro ensayos, forman parte de Emerge, memoria, la espléndida recopilación de entrevistas y ensayos que preparó Lynne Sharon Schwartz en 2007 y que publica KRK en una cuidada edición en su colección Tras 3 letras.

 

Como “la idónea y más emotiva puerta de entrada a la obra de W. G. Sebald, uno de los escritores contemporáneos más misteriosamente excelsos” definen los editores este conjunto que se presenta con una limpísima traducción de Cristian Crusat, que ha puesto al frente del volumen una útil y orientadora bibliografía esencial de Sebald en español.

 

Desde que publicó Los anillos de Saturno, a mediados de los noventa, y hasta que  un accidente de tráfico el 14 de diciembre de 2001 truncó su vida y su obra, Sebald se convirtió en un escritor imprescindible para entender la literatura europea en la compleja transición del XX al siglo actual. Lo confirmarían títulos como Sobre la  historia natural de la destrucción y Austerlitz, su obra más ambiciosa y la que más se aproxima a las convenciones del género narrativo.

 

La mezcla de narración y digresión meditativa, de delirios y experiencias, de recuerdos y ensoñaciones, de vivos y muertos, de tiempos y rostros, lecturas y lugares caracterizan una escritura tan inclasificable como la de Sebald, dueño de una prosa potente e hipnótica que sumerge al lector en una experiencia irrepetible. 

 

Una experiencia de lectura que de párrafo en párrafo le pasea por la vida y por la historia bajo la especie de una biblioteca, le traslada a un mundo de recuerdos reales o inventados que sólo existe en la literatura, un ámbito que vence al tiempo, funde el presente y el pasado y anula las distancias entre espacios distantes como Viena, Venecia, París, Londres, Milán, Verona, Innsbruck o Baviera.

 

En el viaje continuo que propone toda su obra, la prosa de Sebald, delicada y potente, lenta unas veces, vertiginosa otras, llena de meandros y rincones apacibles, va más allá de lo narrativo, lo lírico o lo reflexivo para apelar a lo más hondo y lo más humano, a lo más próximo al lector fascinado por estas páginas, la vez densas y fluidas por las que se suceden viajes y vidas de escritores viajeros y atormentados por el recuerdo, el tiempo y la desorientación.

 

“Los muertos siempre me han interesado más que los vivos”, escribió el ‘perseguidor de fantasmas’ Sebald una vez. Quizá por eso el pasado, la destrucción, el luto y el recuerdo son los temas que unen su labor narrativa con su producción ensayística y dan lugar a un híbrido de narración, ensayo y dietario, característico de la obra de Sebald, autor de una literatura estremecedora y mestiza.

 

Pero no es sólo una cuestión de temas. Hay en toda su obra una voluntad expresa de borrar las fronteras genéricas clásicas para proponer formas nuevas que son el resultado de ese mestizaje expresivo:

 

“Puesto que Sebald -afirma Lynne Sharon Schwartz en la Introducción de este volumen- inventó una nueva forma de ficción narrativa que materializa el desdibujamiento contemporáneo de las fronteras entre la ficción y la no ficción, los críticos han debatido sobre la categorización de su obra, en la que se combinan la autobiografía ficticia, el diario de viaje, los inventarios de curiosidades naturales y de aquellas creadas por el hombre, la reflexiones impresionistas sobre pintura, la entomología, la arquitectura, las fortificaciones militares y otros elementos. El propio Sebald utilizó el término ‘ficción narrativa’.

 

En esa introducción, Lynne Sharon Schwartz hace un recorrido por la obra de Sebald, de la que dice entre otras cosas que “como muchos escritores geniales, gravita siempre alrededor de los mismos grandes temas. Su favorito es el raudo despliegue de cada empeño humano y su larga y despaciosa muerte, causada por un desastre natural o por un desastre que provoca el hombre, y que se salda con un sinnúmero de vestigios que merecen una atenta lectura, por no hablar del inmenso sufrimiento humano. Sus ideas sobre el tiempo hacen posible esta visión panorámica.”

 

“Mi medio es la prosa, no la novela”, declaraba Sebald en 1993. Y con esa afirmación daba la clave de una literatura como la suya en la que la fusión de géneros determina la tonalidad estilística y la temática de su obra, en la que la mirada al pasado es decisiva en la construcción de una identidad que emerge de la memoria. Esa es la raíz de toda su escritura:

 

“Crecí -explica en una de las conversaciones- en la Alemania de la posguerra, donde había -lo digo a menudo- algo parecido a un pacto de silencio; por ejemplo tus padres nunca te contaban nada sobre sus experiencias porque había, como poco, muchísima vergüenza vinculada a esas experiencias. De modo que se mantenían guardadas a cal y canto. Y por mi parte, dudo que mi madre y mi padre abordaran alguna vez, siquiera entre ellos, estos asuntos. No se trataba de un acuerdo escrito o verbal. Era un acuerdo tácito. Era algo de lo que nunca se hablaba. De modo que yo siempre… Crecí con la sensación de que en algún lugar hay una especie de vacío que debe ser ocupado con relatos de testigos en los que uno puede confiar. Y una vez que empecé…”

 

La conflictiva realidad familiar y nacional, las consecuencias de la guerra en Alemania, la abolición del pasado, el paso por la universidad, la importancia de la memoria, la dificultad de la escritura, la identidad y el desengaño, la melancolía o la destrucción de la naturaleza son ejes que articulan la obra de Sebald y vertebran también estos textos que son aproximaciones certeras al mundo literario y vital de  Sebald, uno de los grandes del fin de milenio, con una posición privilegiada para hacer de puente entre los escritores europeos del siglo XX y los del XXI.

 

Varias entrevistas, cuatro ensayos, entre ellos uno de Charles Simic, y otro muy crítico con Sebald -y por eso también muy iluminador- de Michael Hoffman (‘Una fría suntuosidad’) componen esta selección de la que dice su autora: “Elegí los textos que siguen de entre una ingente cantidad de entrevistas, reseñas y ensayos. […] Las entrevistas ofrecen […] sus obsesiones, sus precursores, sus gustos literarios, su formación y las fuentes de su solemne talante, ese empeño en rastrear ‘los indicios del declive’.”

 

Cierra el volumen una emotiva evocación de Sebald (‘Cruzar fronteras’) a cargo de Arthur Lubow. A medio camino entre el ensayo y la conversación, es una magnífica semblanza del mundo personal de Sebald y una certera iluminación de su universo literario. 

 

Un estupendo remate de un libro imprescindible para los lectores de Sebald, que aparece aquí cercano y profundo a la vez. Y para los que aún no lo sean, una invitación a serlo.


Santos Domínguez 

17 enero 2022

Gozzano y la poesía italiana contemporánea


 Guido Gozzano.
Poemas dispersos.
Edición bilingüe de José Muñoz Rivas.
Calambur. Valencia, 2021.



José Muñoz Rivas.
Poesía italiana contemporánea.
Del Crepuscularismo 
al Neoexperimentalismo 
y la Neovanguardia.
Peter Lang. Berlín, 2021.



La isla existe. Aparece a veces a lo lejos
entre Tenerife y Palma, cubierta de misterio:

«... ¡la Isla No-Encontrada!» El buen Canario
desde el Pico alto del Teide la indica al forastero.

La señalan las cartas antiguas de los corsarios.
... ¿Hifola da-trovarfi?... ¿Hifola peregrina?...

Es la isla hechizada que resbala por los mares;
a veces los navegantes la ven cercana…

Rasuran con las proas esa dichosa orilla:
entre flores nunca vistas sobresalen palmeras sumas,

huele la divina foresta espesa y viva,
llora el cardamomo, sudan las gomas…

Se anuncia con el perfume, como una cortesana,
la Isla No-Encontrada... Pero, si el piloto avanza,

rápida se disipa como apariencia vana,
se tiñe del azul color de lejanía…


Con la traducción de José Muñoz Rivas, estos versos forman la segunda parte del díptico 'La más bella', un poema que Guido Gozzano (Turín, 1883-1916) publicó en julio de 1913 en La Lettura.

Es uno de los Poemas dispersos de Guido Gozzano que publica Calambur en una edición bilingüe y anotada que se suma a las ediciones que José Muñoz Rivas ha preparado de los dos únicos libros que el poeta crepuscular italiano publicó antes de su prematura muerte: La vía del refugio (1907), en esta misma editorial, y Los coloquios (1911), su libro fundamental, en Renacimiento.

Esta es la primera edición completa en castellano de los Poemas dispersos, un amplio conjunto de textos poéticos del poeta piamontés que aparecieron entre 1903 y 1916 en efímeras publicaciones periódicas y en revistas hasta que se recopilaron en 1948. La edición que se ha tomado como base de esta es la que fijó Edoardo Sanguineti en 1973, de la que hay edición revisada en Einaudi en 1990. Y sus comentarios son la base del espléndido aparato de notas que ilumina estos poemas, de los que ha escrito en otro lugar el profesor Muñoz Rivas estas palabras:

“Se trata de textos de alta importancia para el significado completo de su cancionero, ya que muestran muy claramente las fases del pensamiento poético del autor piamontés, desde sus inicios dannunzianos y esteticistas, hasta el final de su poesía y de su vida en 1916. […] Los ‘poemas dispersos’ son composiciones de alto valor estético, que en buena medida han estado muy poco valoradas por la crítica […] y que arrojan luz novedosa al conocimiento de su poesía, y también del decadentismo Italiano, del que Gozzano es un maestro todavía poco conocido.”

Y a Gozzano dedica Muñoz Rivas la primera de las dos partes de su Poesía italiana contemporánea, el volumen que publica en la editorial berlinesa Peter Lang y a cuyo prólogo pertenecen las líneas anteriores.

Uno de los textos de esa primera parte, titulada La experimentación de Guido Gozzano, es el que sirve también de introducción a los Poemas dispersos, que reflejan la evolución del poeta desde la grandilocuencia temática y formal propia del esteticismo de D’Annunzio, cuya influencia fue determinante en su fase de aprendizaje, hasta la formación de una mirada antirromántica y decadentista hacia la insignificancia de la realidad y la existencia que Gozzano aborda expresivamente desde el despojamiento antirretórico, el prosaísmo y la  sencillez estilística, desde la estructura de la canción popular o el coloquio directo.

Esta poesía de raíz parnasiana, de tono menor y voluntad narrativa influyó en el hermetismo novecentista y en poetas como Eugenio Montale, que definió el verso de Gozzano como “funcional y narrativo”.

“Muchos de los poemas dispersos -escribe Muñoz Rivas en su introducción- son auténticas joyas de la literatura italiana, textos de altísima calidad artística que no encontraron una publicación en forma de libro, muy posiblemente por la falta de tiempo y sosiego que facilitara nuevos planteamientos en el autor. O más simplemente, por la falta de tranquilidad que propiciaba la enfermedad incurable que lo atormentaba a partir del diagnóstico oficial de tisis aguda que recibió en 1907.”

Del Crepuscularismo al Neoexperimentalismo y la Neovanguardia es el subtítulo del ya citado volumen Poesía italiana contemporánea, cuya segunda parte -Cinco propuestas de poética novecentista- toma a Ungaretti, Pavese, Sereni, Pasolini y Giuliani como sendos referentes de los cinco artículos, cuyos contenidos resume así Muñoz Rivas:

La teorización de Ungaretti, “que traduce a Góngora al italiano y utiliza materiales petrarquistas que encuentra en Luis de Góngora y William Shakespeare, para incorporar la memoria de Francesco Petrarca a su poesía en evolución, de algún modo necesitada de encontrarse con la tradición italiana.”

La poesía de Cesare Pavese y “las dos ediciones de Lavorare stanca, un cancionero que acaparó la atención de Pavese durante más de trece años, y que contiene muchas de sus ilusiones juveniles, y propuestas literarias.”

Las obras iniciales de Vittorio Sereni, “representantes de la nueva literatura que se escribe en Italia después de la Segunda Guerra Mundial. […] Si bien su poesía proceda del mejor hermetismo de Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo y Giuseppe Ungaretti, Sereni sabe encontrar una posición muy personal en la poesía italiana de la segunda mitad del siglo XX.”

“La figura inconfundible y conflictiva, polémica y a menudo brillante de Pier Paolo Pasolini ocupa el capítulo octavo, en el que tiene un puesto de primera fila como representante del ‘neoexperimentalismo’ italiano. […] Y por lo demás, aquí se quiere dar cuenta de la concepción tan amplia que tenía Pasolini de la poesía, donde había espacio para la narrativa, el cine y el teatro en los últimos tiempos, que para él fueron también tiempos de deconstrucción de su propia poesía.”

“El capítulo noveno está dedicado a la poesía de Alfredo Giuliani, teórico de la neovanguardia italiana de los años sesenta.[…] Y pese a muchas de las afirmaciones contrarias en esta dirección, me parece importante constatar aquí la fuerte interrelación que hay en la obra de Giuliani entre poética y poesía, entre teorización y composición, entre las ideas sobre la poesía y la escritura de la misma poesía. Una relación que no es muy común entre los autores del Novecientos, donde predominan más las ideas sobre la poesía que las mismas obras de poesía.”

“El trabajo de la traducción, que realicé con la ayuda del poeta italiano, dio lugar a un denso epistolario entre traductor y autor, que me he decidido finalmente a publicar parcialmente en apéndice, al menos en la parte del autor. […] Es la parte más creativa e interesante, y útil de todo el libro, si pensamos en los estudios de traducción poética que podrían beneficiarse de estas reflexiones sobre la traducción del texto poético, o en los críticos de la poesía de vanguardia italiana, ya que la crítica literaria está bien presente en estas páginas.”

Unas páginas que, junto con la edición de la poesía dispersa de Gozzano debería contribuir “al conocimiento de la literatura italiana en España […] Un avance a todas luces que está favoreciendo cada vez más el estudio y el intercambio científico y personal entre investigadores de literatura italiana, entre los que el diálogo, también por lo que se refiere a España, es cada vez más rico y esperanzador”, como dice Muñoz Rivas al final de su prólogo.

Santos Domínguez



14 enero 2022

Neruda. Poesía completa 1948-1954

 

Pablo Neruda.
Poesía completa. 
Tomo II. 1948-1954.
Seix Barral. Barcelona, 2021.


Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.

 Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.


Con esas dos estrofas comienza 'La noche en la isla', uno de los poemas de Los versos del Capitán, que forma parte de la edición en Seix Barral de la Poesía Completa de Pablo Neruda entre 1948 y 1954.  

Es el segundo de los cinco tomos de una edición preparada por Darío Oses y Mario Verdugo, que han fijado los textos según las primeras ediciones y las que el propio autor consideró definitivas, junto con el cotejo de manuscritos y mecanoscritos corregidos de puño y letra por el poeta, para “entregar al lector del siglo XXI una edición cuidada de la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX”.

Este segundo volumen recoge los tres libros que Neruda escribió entre 1950 y 1954 -Canto general, Los versos del capitán y Las uvas y el viento-, un momento central en su poesía.

Terminado en la clandestinidad fugitiva de 1950, el Canto general es, con todas sus irregularidades y altibajos, una de las cimas indiscutibles de la poesía del siglo XX en español. Un clásico monumental que convoca el pasado y el presente de América en un recorrido por quinientos años de historia y cultura desde la modernidad militante de un Neruda en el que se confunden poesía y política para completar con su tono épico un segundo descubrimiento de América que comienza con este 'Amor América (1400)', primer poema de la sección inicial, La lámpara en la tierra:

Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
             Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.


Quizá ese último verso sea la clave lírica de la entonación épica y la mirada testimonial del Canto general, en el que la vegetación, las bestias y los pájaros, los ríos y los minerales son las escalas para ascender las Alturas de Macchu Picchu, en las que resuenan versos tan memorables como estos:

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.


Conquistadores y libertadores, verdugos y traidores protagonizan la trágica historia americana que se resume y se asume en la invocación de este poema:

América, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.

La clandestinidad, aunque de signo bien distinto, es también la clave de Los versos del Capitán, un raro y potente libro de amor, inspirado en la relación secreta con Matilde Urrutia durante el destierro europeo de Neruda.  Desde que se conocieron en un concierto al aire libre en 1946 hasta la muerte del poeta en 1973, la relación intensa entre el poeta y Matilde Urrutia dio lugar a algunos de sus poemas más memorables y a dos libros completos, Los versos del Capitán y Cien sonetos de amor.

Fue aquella una relación furtiva durante los años en que Neruda sumó dos clandestinidades -la del exilio en Europa y la del amor- y las fundió en unos poemas en los que la expresión amorosa se conjunta a veces con la temática americana del libro anterior como en esta 'Pequeña América':

 Cuando miro la forma 
de América en el mapa,
amor, a ti te veo:
las alturas del cobre en tu cabeza,
tus pechos, trigo y nieve,
tu cintura delgada,
veloces ríos que palpitan, dulces
colinas y praderas
y en el frío del sur tus pies terminan
su geografía de oro duplicado.

Amor, cuando te toco
no sólo han recorrido
mis manos tu delicia,
sino ramas y tierra, frutas y agua,
la primavera que amo,
la luna del desierto, el pecho
de la paloma salvaje,
la suavidad de las piedras gastadas
por las aguas del mar o de los ríos 
y la espesura roja
del matorral en donde
la sed y el hambre acechan.
Y así mi patria extensa me recibe,
pequeña América, en tu cuerpo.


Ese amor secreto de un Neruda casado explica el misterio con el que se publicó aquel volumen anónimo en Nápoles en 1952, poco antes de que Neruda fuese detenido y trasladado a Roma. Desde aquella edición muy restringida de cuarenta y cuatro ejemplares hasta su incorporación al canon poético de Neruda pasaron diez años ajetreados en los que escribió Las uvas y el viento, en el que de nuevo se funden la política y el amor, el amor individual y el colectivo, el sentimiento y la combatividad.

Compuesto entre Capri y Pekín, entre Ischia, Praga o París, Las uvas y el viento apareció en 1954. De uno de sus poemas iniciales, agrupados en la sección Las uvas de Europa, son estos versos que prefiguran en su diseño rítmico y en su tonalidad las inminentes Odas elementales, que publicaría ese mismo año:

No venían los árboles,
no iba conmigo el agua
vertiginosa que quiso matarme,
ni la tierra espinosa.
Sólo el hombre,
sólo el hombre estaba conmigo.
No las manos del árbol,
hermosas como rostros, ni las graves
raíces que conocen la tierra
me ayudaron.
Sólo el hombre.
No sé cómo se llama.
Era tan pobre como yo, tenía
ojos como los míos, y con ellos
descubría el camino
para que otro hombre pasara.
Y aquí estoy.
Por eso existo.


Se añade a la edición de estos tres libros una sección con poesía dispersa que incorpora los poemas escritos con el tono de la poesía popular, atribuidos a los heterónimos que Neruda inventó para la Antología popular de la resistencia que apareció en 1948.

García Lorca presentó a Neruda en la Universidad de Madrid con unas palabras memorables que definían lo que había sido y lo que iba a ser la obra de aquel poeta “más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta.”

La poesía torrencial de Neruda está llena de inevitables altibajos que coexisten con una constante ambición expresiva. A esa indisimulable irregularidad se refería Juan Ramón Jiménez cuando lo llamó, con más lucidez crítica que ímpetu descalificador ‘gran mal poeta’.

Gran mal poeta, autor de una obra larga y honda, de una poesía caudalosa que celebra la palabra, la naturaleza y el amor o denuncia a los repetidos chacales de la historia de América y de España.

Santos Domínguez