Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
12 enero 2022
Charles Baudelaire. Un comedor de opio
10 enero 2022
Musil. El hombre sin atributos
07 enero 2022
María Victoria Atencia. Una luz imprevista
Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.
Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.
“Todo tiene el misterio de una luz imprevista”, escribió en un poema de Marta&María. Y de ese verso procede el título elegido para reunir toda su poesía desde 1961 en que apareció su primer libro, Arte y parte, hasta El umbral, de 2011. En su amplio estudio introductorio, Rocío Badía hace un luminoso recorrido por la trayectoria de María Victoria Atencia, desde el surgimiento de su peculiar mirada poética hasta las etapas de su obra presencia de algunas constantes poéticas como “su perfección formal, con tendencia a la brevedad, al uso del verso blanco alejandrino, sobre todo, y a la preferencia por la rima asomante, cuando la hay. La perfección métrica y rítmica ha sido especialmente elogiada por Antonio Carvajal, pero toda la crítica ha destacado su tersura, su concisión, su equilibrio, su serenidad.”
La elegancia, la sutil levedad y la armonía de su palabra son el resultado de un ejercicio constante de hondura meditativa, de delicadeza en la contemplación estética y de fusión con una realidad más alta a través de la mirada sutil a la naturaleza o de la experiencia amorosa. Una mirada que aúna serenidad y densidad, claridad y misterio como en Las palomas, de El umbral:
Descansaba yo en paz, alta la tarde,
y estaba el cielo en paz y tú venías,
Y estaba recogiéndose el arrullo
de unas palomas frente a mi baranda,
quietas de otro quehacer que un suave compartirse,
y era todo un sosiego ya atenuada a la luz,
mientras yo me iba haciendo a la caricia
con que sueles venirme, alta la tarde.
LA MARCHA
Éramos gentes hechas al don de mansedumbre
y a la vaga memoria de un camino a algún sitio.
Y nadie dio la orden. -Quién sabría su instante.-
Pero todos, a un tiempo y en silencio, dejamos
el cobijo usual, el encendido fuego que al fin se extinguiría,
las herramientas dóciles al uso por las manos,
el cereal crecido, las palabras a medio, el agua derramándose.
No hubo señal alguna. Nos pusimos en pie.
No volvimos el rostro. Emprendimos la marcha.
Este otro, Razón del vuelo, es uno de los inéditos que incorporó a su antología Las iluminaciones:
Y estabas y no estabas y seguías
siendo tú mi carencia o yo tu olvido
en aquel hueco azul interminable por el que una bandada
de herrerillos rayaba su alborozo
tan ajeno a que fueses su causa y el motivo
de un ruidoso traslado sin más razón que el vuelo,
que el propio vuelo que los sostenía
—casi al alcance de mis manos—
en el azul aquel interminable.
05 enero 2022
Rubén Darío. La vida errante
“Todo
lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia
peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus
lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo
combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar
libertador”, escribió Jorge Luis Borges en 1967, en el Mensaje en honor
de Rubén Darío.
Y ese párrafo lo recuerdan Rocío Oviedo Pérez de Tudela y Julio Vélez-Sainz en el pórtico de Rubén Darío. La vida errante,
una magnífica biografía del poeta nicaragüense que han escrito con la
colaboración de Cristina Bravo y que aparece en la ya imprescindible
colección Biografías de Ediciones Cátedra.
Una
biografía rigurosamente documentada que desde su familia e infancia
hasta su muerte en 1916, a los 49 años (“soy un tronco viejo, arruinado,
un hombre en cenizas”, confesaba en una carta) recorre la iniciación modernista con Azul
(“Yo levanté con este libro una cordillera de poesía en todo el
continente”); sus viajes por Centroamérica y su primera visita a España;
su estancia en Nueva York y París; su incorporación a la bohemia, su
destino como cónsul en Buenos Aires; su actividad de cronista en Los raros y la escritura de Prosas profanas; su vuelta a Europa y su experiencia en la España del 98, de la que surgirían España contemporánea. Crónicas y retratos literarios en 1901 y Cantos de vida y esperanza en
1905; su relación con Unamuno y Juan Ramón Jiménez o la importancia en
su vida de mujeres como Francisca Sánchez, “la princesa Paca”, o Rosario
Murillo, con la que se casó a punta de pistola y a la que abandonó muy
pronto.
Se ofrece así un
recorrido por las circunstancias biográficas y el contexto vital,
histórico y cultural en el que surgen los libros de Rubén Darío,
resultado de su vida agitada y trágica y de los muy diversos intereses
que están en la raíz de su poesía: desde lo místico a lo erótico, desde
lo existencial a lo social.
“La
construcción de su trayectoria vital -escriben los autores- será una de
las constantes de su literatura. Vemos […] un claro correlato entre lo
que escribe en sus documentos privados (el «archivo» Rubén Darío) y lo
que dicta en sus monumentos literarios (su obra, su canon). Una
biografía como la presente pretende hermanar ambos discursos.”
Por
eso, junto con la reconstrucción del itinerario vital de Rubén Darío y
de ese esfuerzo por construirse una imagen pública, se ofrece -lo que es
más importante- un recorrido por su obra y un análisis de sus textos
más significativos: “Hemos utilizado profusamente -añaden los biógrafos-
la producción literaria dariana en poemas y crónicas.”
Santos Domínguez
03 enero 2022
José Luis Garci. El toque Lubitsch
Con
un daiquirí de Ruberman, la primera maravilla del mundo moderno,
observarás cómo los Ford, los Chevy, los Buick, los Pontiac, todos del
56 ––el mejor año para los coches––, y los teléfonos de los años veinte,
que todavía abundan, con horquilla, los mismos de Eliot Ness y sus
Intocables, las motos con sidecar, incluso los televisores rusos del
deshielo, hacen sociología de la buena, mientras una música de almíbar
que llega de Marianao, directamente desde Tropicana, te cuenta al oído
que estás en el Paraíso Perdido. Justo en ese momento, ¡buuumm!, suena
el cañonazo del Morro. Son las nueve. Has fondeado. ¿Dónde? No lo sé.
Pero has atracado, has echado el ancla. Y no te quieres ir. En tu cara
solo hay una ligera huella de pérdida. Entonces, mirando la paleta de
morados, lilas, ocres y cadmios de las casas a medio desmoronarse del
Malecón, te tomas otro daiquirí ––el único cóctel con ideas–– y, qué
diablos, la santería de san Lázaro estalla en tu cerebro, que busca en
el monte amparo.
Y brota hierbabuena de tu cuerpo.
Así termina Daiquirí, un texto de 1996 que es ahora el capítulo inicial de El toque Lubitsch y otros roces, de José Luis Garci, que aparece en Reino de Cordelia en una edición magníficamente ilustrada con abundantes ilustraciones fotográficas, carteles de películas y
fotogramas tan espectaculares como el que acompaña estas páginas, la
escena de la partida de cartas de Dr. Mabuse, que dirigió Fritz Lang en 1922.
Ese es el primero de un conjunto de ocho textos escritos a lo largo de un cuarto de siglo, hasta el que cierra el volumen, Screen Wars (La guerra de las pantallas), que es de este mismo año.
Lo presenta un prólogo ('El toque Garci') en el que Noemí Guillermo, filóloga autora de un libro sobre Mabuse,
avisa de que “no estamos, como digo, ante un libro pelmazo, de los que
tanto abundan, ni de esos con notas en la parte final o llamadas a pie
de página. Tampoco con listado bibliográfico, porque su autor, a
diferencia del resto del mundo, busca la información en su prodigiosa
memoria, que lo emparenta con Funes y llega a ser insultante para el
común de los mortales. Es, más bien, un libro comunicativo, alegre y
dicharachero como Gustavo, el reportero de Barrio Sésamo, en el que
Garci derrama su ingente conocimiento cinematográfico, artístico y
literario de forma ligera y sin pretensiones.
Por las páginas que
siguen a este prólogo descubrirá el lector los verdaderos motivos por
los que millones de estadounidenses creyeron que los marcianos habían
desembarcado en Kansas City; quién es ese hijo de Lang que presagia a
Hitler e influye de forma inequívoca en el resto de archivillanos del
cine; dónde y a partir de qué fuentes nace la trilogía de El crack
o qué diablos es eso del famoso «toque Lubitsch». Encontrará, además,
una peculiar teoría de la evolución, las referencias cinematográficas
que habitan en la obra pictórica de Eduardo Úrculo, así como un texto
delicioso sobre una dama algo entrada en carnes, obnubilada por el ansia
de reencontrarse con su fogoso amante, por el que, lo reconozco, siento
especial debilidad (¿quién no se ha vuelto tonto de amor alguna vez?), y
que se incluyó dentro de un volumen editado por el Museo del Prado
titulado Vidas imaginarias.”
La evocación de Hemingway en
el Floridita de la Habana en diciembre de 1954; un Eduardo Úrculo que
“finalmente se ha hecho cine y, por tanto, pinta a 24 emociones por
segundo” y que ilumina con su pintura Manhattan “como nadie antes lo
había hecho: con el color de nuestras ilusiones”; la voz de Orson
Welles, “tan importante como su obra”; Fritz Lang, “uno de los grandes
creadores que nos ha regalado el cine”, y su Trilogía Mabuse, “el
país del Mal” del que proceden muchos de los malvados y psicópatas del
cine y el cómic; un recorrido por la memoria de la Gran Vía madrileña,
la calle de los cines, son algunos de los textos de este libro que toma
su título de uno de los artículos, que asume a su vez el de un brillante
libro de Herman Weinger sobre el director berlinés, un artista que
modificó la forma de escribir guiones y dirigir películas con su
capacidad de sugerencia y elipsis y sus sorprendentes giros
argumentales:
“Es muy difícil -escribe Garci- definir qué rayos
es el ‘toque Lubitsch, porque es algo inaccesible, invisible; es un
olor, un perfume que inunda toda la película. El auténtico cine con olor
es el de Lubitsch, no aquel Odorama de los años cincuenta. Es imposible
explicar lo que no se puede. Es eso, el basurero veneciano que recoge
la basura mientras canta románticas serenatas desde su góndola.”
Cierra
el volumen un texto reciente sobre la evolución de los espacios y las
pantallas y de cine: desde las grandes catedrales cinematográficas y sus
pantallas de tela a las pantallas de cristal de la televisión y de ahí a
las pantallas táctiles de los dispositivos digitales actuales.
El conjunto traza una historia personal del cine que cumple el objetivo que Garci fijaba al comienzo del libro:
Me
conformaría con que estos párrafos se parezcan un poco a la pintura
pop, a la tele y a la radio, es decir, que sean variados, como la lucha
libre, igual de divertida, alegre, ingenua y luminosa, llena de colores
estimulantes en los batines de los luchadores y en los tintes de las
cabelleras de las campeonas. Ojalá que mis reflexiones no hayan
envejecido demasiado y, por el contrario, recuerden aquello que
comentaban Epicuro y sus amigos, filósofos ilustres, en los night clubs
de Atenas: que no deberíamos tomarnos muy en serio, ni a nosotros ni a
lo que hacemos.
31 diciembre 2021
Cavafis. Treinta poemas
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad ha de ir siempre en pos de ti. En las mismas callejas
errarás. En los mismos suburbios llegará tu vejez.
Bajo los mismos techos encanecerás.
Pues la ciudad te espera siempre. Otra no busques.
No hay barco ni camino para ti.
En todo el universo destruiste cuanto has destruido
en esta angosta esquina de la tierra.
En 1964 José Ángel Valente publicaba en Málaga, en colaboración con Elena Vidal, su versión de Veinticinco poemas de Cavafis, que ampliaría a treinta en 1971 en una nueva edición en Barcelona.
Para presentar esas versiones escribió un prólogo -“Versión de Constantino Cavafis”- que luego integraría en Las palabras de la tribu como ensayo y que abre también esta nueva edición. En ese prólogo destacaba Valente la integración de poesía e historia en la escritura de quien se declaraba historiador-poeta y por otro lado la confluencia de historia y destino personal que recorre muchos de sus poemas: “Cavafis se ejercita una y otra vez en iluminar ese difícil punto de intersección en que por un momento coinciden, tantas veces en sentidos opuestos, el destino personal y el de la Historia misma. […] Cuando la plataforma de la Historia falta bajo los pies del héroe, cuando el hilo conductor del gran mecanismo ha caído ya de su mano, el acto de asumir libremente el propio destino es un acto de valor puro, con el que adquiere el hombre una suprema categoría, la de hacerse digno no ya de lo que gana, sino de cuanto ha deseado ganar y pierde para siempre. Quizá para Cavafis la única, definitiva victoria sea la capacidad de asumir, en un acto supremo de libertad, el propio destino, aun cuando comprobemos que el ideal perseguido no existe (como en el espléndido poema ‘Ítaca’) o cuando, existiendo, se aleja definitivamente de nosotros, como en ‘El dios abandona a Antonio’.”
Este es ese memorable poema:
Cuando, de pronto, a media noche oigas
pasar una invisible compañía
con exquisitas músicas y voces,
no lamentes en vano tu fortuna
que cede al fin, tus obras fracasadas,
los ilusorios planes de tu vida.
Como dispuesto de hace tiempo, como valiente, dile
adiós a Alejandría que se aleja.
Y sobre todo no te engañes: en ningún caso pienses
que es un sueño tal vez o que miente tu oído.
A tan vana esperanza no desciendas.
Como dispuesto de hace tiempo, como
valiente, como quien digno ha sido de tal ciudad, acércate
a la ventana. Y ten firmeza. Oye
con emoción, mas nunca
con el lamento y quejas del cobarde,
goza por vez final los sones,
la música exquisita de la tropa divina,
despide a Alejandría que así pierdes.
Lo contaba Plutarco en sus Vidas paralelas: Antonio supo una noche en Alejandría que el dios familiar le había abandonado a su suerte ante Octavio. Sobre ese momento, que va más allá de la anécdota histórica y se convierte en metáfora del hombre que asume con valentía conmovida su destino mortal, Cavafis escribió en 1911 El dios abandona a Antonio, uno de los grandes poemas del siglo XX.
Fue el primer poema de Cavafis que se tradujo al inglés, y E. M. Forster, que evocó al poeta por las calles de Alejandría, utilizó sus versos como eje de un magnífico libro sobre la ciudad (Alexandria: A History and Guide, 1922).
Un poema que ha deslumbrado a generaciones de lectores, a Cernuda ("me parece una de las cosas más definitivamente hermosas de que tenga noticia en la poesía de este tiempo”), a Gil de Biedma o a Leonard Cohen, que se inspiró en este poema memorable para escribir una de sus canciones más prodigiosas, Alexandra Leaving.
En ese poema se pueden resumir las claves fundamentales de la poesía de Cavafis: en primer lugar, Alejandría, la ciudad helenística, la capital del recuerdo -como la definió Forster-, portuaria, decadente y cosmopolita en la que nació y murió el poeta el mismo día, el 29 de abril (1863-1933).
Alrededor de ese eje espacial, de esa ciudad en la que se cruzan el pasado y el presente y la historia antigua con el destino personal, crece una poesía elegiaca en la que la historia es una metáfora del presente, el ingrediente fundamental de su escritura.
Cavafis decía “soy un historiador-poeta” y con frecuencia un personaje de la antigüedad -Juliano el Apóstata, Nerón, Antíoco, Herodes Ático, César- o el recuerdo de un episodio histórico le sirven para hablar sin patetismo del destino, del viaje, la soledad, la destrucción del tiempo o de su homosexualidad, como en este Fui:
No me ligué.
Por entero me liberé y me fui.
Hacia goces que estaban
parte en la realidad, parte en mi ser,
en la noche iluminada fui.
Yo bebí un vino fuerte,
como sólo el audaz bebe el placer.
29 diciembre 2021
José Carlos Cataño. El porvenir del horizonte
La sangre es mi luz. La intemperie mi espacio. La asfixia mi respirar. El temblor mis pasos.
Olvida y continúa.
Así termina la entrada con la que José Carlos Cataño cierra el lunes, 31 de diciembre de 2018, El porvenir del horizonte, sus diarios escritos entre 2010 y 2018, que aparecen en la Biblioteca de la memoria de Renacimiento.
Tras Los que cruzan el mar. Diarios 1974-2004 (Pre-Textos, 2004); La próxima vez (2004-2007) Renacimiento, 2014, y La vida figurada (2008-2009) Renacimiento, 2017, el carácter inesperadamente póstumo de esta cuarta entrega de sus diarios -Cataño murió el 8 de agosto de 2019- les otorga un valor añadido de involuntario testamento vital que se superpone al mero ejercicio del dietario.
“Para esto que hacemos -escribe un sábado de mayo de 2013- hay muchas teorías. Unos hablan de literatura del yo; otros de novela en marcha. Hay quien me ha dicho que lo mío no es sino un largo poema en prosa. Otros, que si tiene algún interés será después de que haya muerto. Como hace tiempo que me dejé de teorías […], me ha gustado la idea que coloca Malaparte al frente de Diario de un extranjero en París: un diario es un relato; un diario es una narración.”
Y en este relato, en esta narración, además de la vida que va y viene y vuelve como los recuerdos, los pájaros y los ciclos estacionales, están la literatura y la palabra, y el paisaje como proyección de los estados de ánimo, porque “la mente […] brilla porque el sol lo hace; se nubla porque el cielo se cubre de nubes.”
Los paisajes callejeros y los cielos urbanos, la angustia y la pérdida, el frío, la lluvia y las sombras pueblan estas páginas en las que también brilla el sol y una luz transparente inunda los azules del mar insular evocado o vivido, entre Barcelona y Canarias.
Páginas llenas de claroscuros, de luces y sombras que atraviesan los sueños y los recuerdos del retraído que contempla los atardeceres y el mar, las nubes y los pájaros -“El sentido de la vida ¿lo adivinan las nubes, los gorriones?”-, los árboles y el viento de los días fugaces:
“Tantas vidas vividas, olvidadas y perdidas, traen consigo que un día seas otro. Otro tan distinto de ti, que ni sientes necesidad de abordarlo y reconquistarlo. Como un navío que obedece a una corriente insensata. Amanecerás en playas que nunca te llamaron. Atravesarás el coro de sirenas. Te dejarás en tus propios brazos al cabo del mundo. No serás nada ni ninguno.”
Y más allá de los rostros y las barras de bar o de los paisajes pasados y presentes, vistos o evocados, la constante reflexión sobre la escritura -“No escribo para conocerme. Escribo conmigo y me acompaño a veces”-, las envidias y miserias del mundillo literario: “Pobre diablo. Quiere ser mi enemigo. Como si fuera tan fácil”
Y la escritura “como una forma, lateral o involuntaria, de tomarle el pulso a la memoria” y como ejercicio de resistencia: “Lo heroico es plantar cara, escritura, aun a sabiendas de que serás derrotado por los siglos de los siglos. En esto sí hay un sentido, pese a todo.”
Una escritura que intenta darle dignidad y sentido a la existencia: “Qué cansancio existir. Qué tremendo agotamiento tener que vernos con nuestros contemporáneos. […] Yo lo que quiero es escribir. Por ver si se metamorfosea un poco la vulgaridad de cada día.”
Estos últimos diarios fueron adelgazando a medida que pasaban los años: el de 2010 es con mucho el más extenso, con casi cien páginas. Luego las entradas van siendo cada vez más esporádicas. Sólo cuatro páginas tiene el de 2014, porque, como señala el 14 de junio de 2012, “el día tras día no tiene mayor sentido. Lo tiene una conducta, un lugar (frente al horizonte), y de eso mismo pueden dar cuenta doscientas, doscientas cincuenta páginas o veintiocho.”
Porvenir y horizonte, tiempo y espacio son los ejes de estos diarios y de entradas tan representativas de su prosa, su tono y su contenido como esta del 5 de junio de 2012:
Los pájaros no piensan en el mundo. La brisa se olvida. La muerte viene. Viene el sol a encandilarte. Oye tu corazón. El latido no pasará de este instante. Así sucede cada mañana al despertar, con un sabor de horizonte marino en tus labios y un sol que se aleja.
27 diciembre 2021
Chaves Nogales. Andar y contar
“Había algo en Chaves Nogales -escribe en el prólogo- que me atrapó desde el primer momento. Quizá era su pasión por la profesión, su entrega a la búsqueda de la noticia, su desapego de cualquier cosa que se interpusiera en el camino hacia su plena consecución. […] La pasión por el relato de la noticia se interponía entre él y el mundo: su familia no sabía dónde andaba cuando salía a cumplir con el oficio, y los retos de la distancia, la lejanía o las dificultades de aquellos arriesgados trabajos eran nimiedades ante el reto de cumplir la información.”
Publicada en dos tomos y organizada cronológicamente en cuatro partes, cada una de las cuales se cierra con un nutrido álbum fotográfico, la obra aborda los años de formación de Chaves Nogales, la continuidad con la labor de su padre, Manuel Chaves Rey, que fue redactor de El Liberal de Sevilla; la consolidación en el Madrid de los años veinte con su trabajo periodístico en el Heraldo de Madrid, o la composición de cuentos como alternativa a la censura de prensa primorriverista. Desde ese momento hay una evidente conexión entre periodismo y literatura en Chaves Nogales.
Esos relatos que aparecieron en el Heraldo se recogieron en 1924 en el libro Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos. En esos años publicó otros dos libros que recogían sus reportajes de prensa: La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja y Lo que ha quedado del imperio de los zares, donde denunció la naturaleza totalitaria del régimen soviético.
Este último reúne los reportajes con los que inició su colaboración en el nuevo diario Ahora, que se fundó en diciembre de 1930 y al que se incorporó muy pronto por iniciativa de su propietario Luis Montiel, dueño también de la revista Estampa, en donde aparecerían en 1934 y 1935 por entregas dos de sus obras periodísticas de referencia: El maestro Juan Martínez que estaba allí, una nueva denuncia de la tiranía comunista, y Juan Belmonte, matador de toros, que se editaron poco después en forma de libro.
Es también la época de excelentes reportajes de prensa sobre la revolución de Asturias o sobre la romería del Rocío, que tituló ‘Andalucía roja y la Blanca Paloma’ y apareció poco antes de la guerra civil.
De la experiencia de la guerra civil, ya como director de Ahora, surgieron las crónicas periodísticas de Los secretos de la defensa de Madrid y los relatos de A sangre y fuego. Y ya en el exilio, en París escribió La agonía de Francia y de allí salió hacia Londres, donde dirigió la agencia Atlantic Pacific Press, colaboró en la BBC y murió en 1944, a los 46 años, tras una operación de peritonitis.
Los dos tomos de Manuel Chaves Nogales. Andar y contar van mucho más allá de los límites de la mera biografía y son un estudio riguroso y pormenorizado de la obra periodística y narrativa del escritor a quien María Isabel Cintas define como “periodista, liberal, republicano, pequeño burgués y masón.”
Esos son los adjetivos que figuran también al frente del Epílogo, en el que la autora destaca de las maneras periodísticas de Chaves Nogales “su querencia al texto bien escrito, a la corrección y sencillez en el lenguaje y a la esencia pedagógica, rasgos que son la marca de sus trabajos”, resalta el naufragio de sus ideas liberales y centristas en la dictadura de Primo, en la guerra civil y en su exilio, donde escribe La agonía de Francia, en la que se leen estas líneas:
24 diciembre 2021
Miren Agur Meabe. Cómo guardar ceniza en el pecho
22 diciembre 2021
Gustave Flaubert. Cuentos completos
En ese prólogo Mauro Armiño traza un completo recorrido crítico por la trayectoria literaria y vital de Flaubert y por su concepción narrativa, que “se divide de forma alterna entre esos dos mundos: una visión directa de la realidad y la reconstrucción fantástica de personajes míticos o de civilizaciones desaparecidas […] La misma alternancia se opera en su último libro publicado, Tres cuentos, que contiene un relato simbólico iniciado nada más acabar Bovary, ‘La leyenda de San Julián el hospitalario’; otro realista sobre una figura de la vida provinciana, ‘Un corazón simple’, y, por último, una recuperación de la antigüedad oriental y romana: ‘Herodías’.”
Aquel Flaubert “desalentado del mundo y con conciencia de fracaso como persona y como escritor”, en palabras de Mauro Armiño, escribió los tres cuentos entre 1875 y 1877, en año y medio de trabajo intenso y documentación minuciosa y precisa. Fue un trabajo lento que explicaba en una carta a su sobrina a propósito de Un corazón simple: “Ayer trabajé dieciséis horas, hoy todo el día, y por fin esta noche he terminado la primera página.”
Son muy evidentes las correspondencias y los puntos de contacto entre estos tres cuentos y sus novelas anteriores. Un corazón simple, sobre la vida anodina de un personaje irrelevante, la criada Félicité, tiene mucho que ver con Mme. Bovary, incluso en la ambientación provinciana en Normandía; la sangrienta y medieval Leyenda de san Julián el hospitalario remite en algunos aspectos a Las tentaciones de san Antonio y finalmente Herodías, con el esplendor de su mundo antiguo y bíblico en torno a la decapitación del Bautista, no oculta sus deudas con el mundo novelístico de Salammbô.
“Tres mundos, tres épocas -explica Mauro Armiño- que responden al vaivén al que Flaubert somete a toda su obra: un ‘realismo’ al que sucede una invención visionaria de tramas que se sitúan varios centenares o miles de años atrás. Ahí el novelista puede imaginar el mundo tanto de abnegación que le interesa -y también de insensibilidad por parte del entorno de Félicité- como de crudeza, donde las cabezas sanguinolentas de los animales que San Julián mata tienen una analogía con el mundo cruel del tetrarca de Judea.”
Además de la interesante correspondencia sobre Tres cuentos y del Prefacio de 1870 a las Dernières Chansons de Louis Bouilhet, donde resumió su idea de la vida y su concepción del arte narrativo, esta monumental edición de los relatos flaubertianos recoge sus diecisiete cuentos póstumos, obras de juventud como Matteo Falcone o Dos ataúdes para un proscrito, La novia y la tumba, La peste en Florencia o Bibliomanía, el primer texto propio que Flaubert vio impreso: tenía quince años cuando apareció este relato en un periódico de Ruán.
Es la primera vez que se reúnen en español esos relatos de juventud, escritos entre los quince y los veinte años. Con un importante fondo autobiográfico, notable en la novela corta Las memorias de un loco, su culminación es Noviembre, que surgió de un episodio de iniciación amorosa que protagonizó Gustave Flaubert en octubre de 1840.
Con aquella experiencia iniciática Flaubert entraba en la madurez sexual y creativa. Su marca persistente reaparecerá en La educación sentimental, en Mme. Bovary o en Salammbô, pero antes servirá para completar este retrato del artista adolescente, una autobiografía romántica que es también la más acabada de sus obras de aprendizaje juvenil, su primera narración considerable y la última de sus confesiones, con la que daba por clausurada su juventud.
Porque Noviembre es el punto final del Flaubert romántico y autobiográfico y el punto de partida del autor de algunas de las mejores novelas del XIX. Está aquí todavía el autor enamoradizo y soñador de las Memorias de un loco, el que se evade con la imaginación a lugares exóticos y vive obsesionado con la muerte, el que habita más en el pasado de la ensoñación melancólica que en el hastío y el desapego del presente.
Pero hay ya en esta novela corta, a pesar de ciertas persistencias de un espíritu visionario, señales que apuntan en otra dirección, hacia un alejamiento del narcisismo autobiográfico para explorar otras vidas, para practicar análisis y disecciones psicológicas, como llamó Flaubert a estas tentativas, que luego serían fundamentales para la apertura de nuevas vías narrativas, imprescindibles en sus grandes novelas.
La figura de Marie -mitad ángel, mitad demonio, como suele suceder con las figuras femeninas del Romanticismo-, que representa el deseo, la pasión y el arrepentimiento, reaparecerá parcialmente en Emma Bovary, en la Mme. Arnoux de La educación sentimental, y sus rasgos seguirán siendo perceptibles en algunos personajes femeninos de Salammbô o de Bouvard y Pécuchet.
No es ese el único motivo que hace de Noviembre un relato imprescindible para entender la producción posterior de Flaubert. Cierre y apertura de dos momentos en la evolución de su autor, es también una novela de aprendizaje literario, de adiestramiento técnico y no sólo sentimental.
Aunque declaró varias veces su aprecio por Noviembre, Flaubert no la quiso publicar, y hubo que esperar a 1910, treinta años después de su muerte, para una primera edición que permitiera calibrar su importancia como ejercicio estilístico, la tensión de su prosa y –lo que parece más decisivo- los cambios en el punto de vista narrativo, con los que Flaubert empieza a mostrar su creciente capacidad novelística y su esfuerzo para construir personajes desde dentro.
La propuesta final de una nueva voz, la perspectiva de un narrador distante y objetivo, una voz ajena a los dos personajes, es un primer anuncio serio del virtuosismo novelístico de Flaubert. Por eso Noviembre no es sólo la crónica de la transformación sentimental operada por la pasión erótica, es también la primera piedra sobre la que se levantaría el sólido edificio de algunas de las novelas más memorables del Realismo.
Las espléndidas traducciones de Mauro Armiño dan un valor añadido en español a estos relatos juveniles de Flaubert que van prefigurando poco a poco su inconfundible universo narrativo.
20 diciembre 2021
F. M. Dostoyevski. Obras completas II
F. M. Dostoyevski.
Obras completas II.
Novelas y relatos (1859-1862).
Edición de Ricardo San Vicente.
Traducciones de Augusto Vidal y Juan Luis Abollado.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Galaxia Gutenberg acaba de publicar el segundo volumen de las Obras completas de F. M. Dostoyevski, un ambicioso proyecto editorial dirigido por Ricardo San Vicente, uno de nuestros mayores expertos en literatura rusa.
Estas Obras completas reunirán toda la producción narrativa del autor de Crimen y castigo en ocho tomos. Si el primero, publicado hace doce años, recogía su obra entre 1846 y 1849, en este segundo volumen se editan las novelas y los relatos publicados entre 1859 y 1862, con traducciones de Augusto Vidal y Juan Luis Abollado.
En esos diez años, entre las obras de ambos tomos, se había producido el acontecimiento decisivo en la vida de Dostoyevski: el simulacro de fusilamiento que sufrió en la Plaza Semenovski de San Petersburgo el 22 de diciembre de 1849.
Había sido detenido en abril de 1849 y condenado a muerte por pertenecer al círculo de Petrashevski. Tras aquella ejecución simulada, se le conmutó la pena capital por la de ocho años de trabajos forzados que se rebajaron finalmente a cuatro y se completaron con la obligación de un servicio militar posterior como soldado raso en un regimiento de Siberia. En total serían diez los años siberianos sufridos por Dostoyevski desde su detención hasta su retorno a San Petersburgo, en diciembre de 1859.
Fueron diez años improductivos en creatividad, pero decisivos para Dostoyevski, que salió de Siberia siendo otro, porque aquella media hora en el patíbulo que evocaría en El idiota y las experiencias carcelarias que reflejaría años después en sus Apuntes de la Casa Muerta provocaron en el novelista su conversión religiosa, la aparición y el agravamiento de sus crisis epilépticas y un cambio radical de actitud y de ideología. Ahí están las raíces de toda su obra posterior.
En el ambiente carcelario de odio y degradación moral y física, Dostoyevski tomó notas que utilizaría años después en sus Apuntes de la Casa Muerta. Tras su libertad en febrero de 1854, se propuso reingresar en los ambientes literarios y participó en las controversias sobre el idealismo en el arte y la función social de la literatura.
“Dostoyevski se reincorpora a la vida civil y cultural”, escribe Augusto Vidal en el prólogo de este segundo volumen. Y matiza: “La vuelta a la vida civil no le resultó fácil. […] Tampoco le fue fácil reincorporarse a la vida intelectual.”
Así fue este proceso: al final de la década, en 1859, reapareció en el panorama editorial con la publicación de dos obras menores, dos novelas siberianas humorísticas y críticas en las que hay una evidente influencia de Gógol en su enfoque grotesco: El sueño del tío y La aldea de Stepánchikovo y sus moradores.
Ambas son irónicos frescos de la insustancial vida provinciana, sátiras de la aristocracia de provincias. En la segunda, más ambiciosa, Dostoyevski veía su mejor obra hasta entonces. Creó en ella la figura de Fomá Fomich Opiskin, un degenerado tartufo, vengativo y sádico, servil y envidioso.
Con una conciencia artística cada vez mayor, Dostoyevski estaba decidido a recuperar su prestigio como escritor para poder vivir de la literatura y a elaborar una obra que gira a partir de ahora en torno a la denuncia de los peligros morales de las ideas radicales y a la reivindicación de la espiritualidad frente al nihilismo revolucionario.
Humillados y ofendidos y los Apuntes de la Casa Muerta, que aparecieron por entregas antes de su edición en libro, son las dos obras fundamentales de este periodo. La primera, escrita con prisas y con cierta inseguridad, aunque revisada después, se centra, con sus dos folletinescas tramas paralelas que acaban confluyendo, en las vidas de los habitantes de los suburbios de San Petersburgo y en el tema de la pobreza como causa de la degradación de los personajes, que a veces son demasiado planos. No tienen todavía, claro está, la profundidad que alcanzarían en sus obras de plenitud, pero hay un apreciable esfuerzo en la composición de la figura autobiográfica del escritor Iván Petróvich y en la del diabólico príncipe Valkovski.
Era todavía un Dostoyevski en evolución, pero vacilante. La recuperación y el aumento del prestigio literario que había logrado antes de su detención con Pobres gentes le llegaría con los Apuntes de la Casa Muerta, en los que el centro, más que su traumática experiencia personal, son los personajes con los que convivió en el penal. Su figura desaparece del primer plano para que aparezca una de las características de sus obras posteriores: la indagación en la causa de los crímenes, el análisis comprensivo del comportamiento del criminal y la compasión.
Planteada como unas memorias carcelarias a las que se añaden elementos de ficción, es una novela documental construida sobre su memoria personal como una sucesión articulada de bocetos, retratos y situaciones que reflejan la colectividad de los presos. En ella apunta ya con fuerza la enorme calidad del Dostoyevski futuro, su capacidad de observación y su humanitarismo, expresado por medio de dos narradores tras los que se protege de la censura zarista.
Dostoyevski, señala Augusto Vidal en su prólogo, “no se contenta con ver el fenómeno, siempre busca la razón de ser de lo que acontece. Busca la esencia tras el fenómeno. Toda su obra constituye un camino ascensional en este difícil arte. Y en él, los Apuntes de la Casa Muerta constituyen, sin duda alguna, uno de sus hitos fundamentales.”
La honestidad personal, la ética individual y el amor al prójimo se convierten a partir de ahora en las bases de una posición moral que desarrollaría en las dos cimas novelísticas de su madurez, El idiota y Los hermanos Karamázov.
Santos Domínguez
17 diciembre 2021
Blas de Otero. En castellano
En castellano.
Prólogo de Javier Rodríguez Marcos
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Escribo
hablando.
Dicen digo
Antes fui -dicen- existencialista.
Digo que soy coexistencialista.
Esos dos breves relámpagos consecutivos podrían resumir la etapa de Blas de Otero como poeta social: uno por la alusión a la forma (ese ‘hablar claro’ que lo resumirá en su primera edición francesa); el otro, por la actitud solidaria del fondo.
Son dos poemas sucesivos que forman parte de su libro En castellano, que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía con prólogo de Javier Rodríguez Marcos.
Paradójicamente, por la prohibición de la censura, la primera edición de En castellano no apareció en castellano, sino en francés, en París y en 1959, con el título Parler clair. Al año siguiente ya hubo edición en español pero fuera de España, en México y en Buenos Aires. Hasta 1977 no se publicó en España, en Lumen.
Se abre con este poema prologal:
Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.
Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.
Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.
Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
Escritos entre 1951 y 1959, los poemas de En castellano formaban parte de un proyecto más amplio que culminaría en Que trata de España, que se publicaría en La Habana en 1964, y que contiene su propia autocrítica en el 'Cantar de amigo' que cierra el libro, donde Blas de Otero empieza a dudar del sentido de su escritura. En ese poema, lo que era optimismo y diálogo al principio del libro se vuelve ya monólogo y duda, anticipo de una segunda pérdida de fe, ahora en el muy dudoso poder transformador de la poesía:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.
Quiero escribir de día.
De los álamos tengo envidia,
de ver cómo los menea el aire.
Porque la poesía de Blas de Otero es la de un poeta autocrítico y consciente que no limita su rebeldía al terreno del desamparo existencial o al de la protesta contra la dictadura de Franco. Exigente consigo mismo antes que con nadie, nunca se acomodó en una manera que pudiera degenerar en amaneramiento ni se instaló definitivamente en la comodidad acrítica de ninguna tendencia. Pasó del existencialismo desgarrado de Ancia al coexistencialismo y a la palabra militante de Pido la paz y la palabra y En castellano. Y desde aquí saltaría al experimentalismo sereno y controlado de Historias fingidas y verdaderas.
La falsa imagen unívoca y monolítica de Blas de Otero desaparece si se tiene en cuenta que en su obra coexisten siempre en tensión -con momentos de mayor relevancia de un registro o de otro- el yo autobiográfico, el yo lírico y el yo histórico. El complejo equilibrio de esas perspectivas poéticas explica no solo la variedad de metros, temas y tonos, sino las diversas influencias y homenajes que emergen en la abundancia de referencias intertextuales de sus libros: desde Fray Luis a Neruda, desde Quevedo a Juan Ramón -una presencia constante que descoloca a quienes viven en la pereza del tópico-, desde San Juan de la Cruz a Machado, desde Rubén a Alberti, desde Cervantes a Larra, desde Vallejo a Miguel Hernández.
Y es que Blas de Otero se sentía depositario de un legado poético que viene de Manrique y llega a Cernuda, pasa por los místicos y por Whitman, por Aldana y Bécquer. Pero Otero sabía que ese legado es algo vivo, sometido a nuevas asimilaciones, a relecturas que generan la reescritura actualizada de la tradición, revitalizada en su voz personal, tamizada por su experiencia y su mirada contemporánea sobre la realidad.
Y en todas sus etapas poéticas, en los versos de Blas de Otero se impone la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.
Una voz que -explica Javier Rodriguez Marcos en su prólogo, ‘Un poeta al aire libre’- “si hoy mantiene su vigencia no es tanto porque el mundo siga estando mal hecho sino porque él lo cantó y contó con palabras que antes que poesía social eran, sobre todo, poesía. Sencillamente.”
15 diciembre 2021
Mary Beard. Doce Césares
“Seguimos
todavía rodeados de emperadores romanos. Hace casi dos milenios que la
ciudad de Roma dejó de ser la capital de un imperio y, sin embargo, hoy
en día, por lo menos en Occidente, casi todo el mundo reconoce el
nombre, y a veces incluso el aspecto, de Julio César o de Nerón. Sus
rostros no solo nos escrutan desde las estanterías de los museos o las
paredes de las galerías, sino que protagonizan películas, anuncios y
viñetas en los periódicos. Para un caricaturista resulta muy fácil (con
una corona de laurel, una toga, una lira y un fondo en llamas) convertir
a un político moderno en un «Nerón tocando la lira mientras Roma arde»,
y gran parte del público capta el sentido. A lo largo de los últimos
quinientos años más o menos, estos emperadores y algunas de sus madres y
esposas, hijos e hijas, han sido reproducidos infinidad de veces en
pinturas y en tapices, en plata y cerámica, mármol y bronce. Estoy
convencida de que, antes de «la era de la reproducción mecánica», en el
arte occidental había más imágenes de los emperadores romanos que de
cualquier otra figura humana, a excepción de Jesús, la Virgen María y un
puñado de santos. Calígula y Claudio siguen resonando a través de los
siglos y los continentes con mayor potencia que Carlomagno, Carlos V o
Enrique VIII. Su influencia traspasa la biblioteca o la sala de
conferencias”, escribe Mary Beard en el Prefacio de Doce Césares, que publica Editorial Crítica en su Serie Mayor con traducción de Silvia Furió.









