13 marzo 2015

Ni lugar adonde ir


Antonio M. Figueras.
Ni lugar adonde ir.
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2015


No vine hasta aquí
buscando compañía.
Rechazo a los pioneros.
Marco Polo,
Maqroll, Ulises,
Colón
son para mí navegantes
sin sentido.

No hay aventura
en mi propósito.
Soledad tampoco
sería el objetivo
exacto.
Sólo un camino
sin señales
que me lleva
a parte ninguna.

Ese texto, Acto de fe, resume algunas de las claves de Ni lugar adonde ir, el último libro de Antonio M. Figueras que publica El sastre de Apollinaire.

Organizado en tres partes –La tarea del astronauta, Ciencias sociales y Conmigo- que trazan un recorrido de fuera adentro, Ni lugar adonde ir aprovecha la antigua idea de la vida como un viaje o como una navegación condenada al naufragio para actualizarla en un itinerario en el que importa menos lo exterior que lo interior.

Porque el de este libro es un recorrido hacia el fondo de uno mismo, ese Conmigo de la tercera parte, una búsqueda interior que desde el espacio astral se sumerge en lo hondo con paradas intermedias en el puente de Brooklyn, en la estación de Santa Justa o en Lisboa para acabar en el centro tras una singladura que había empezado en el espacio, desde este Punto de fuga:

Es hora de fugarse, 
huir a algún lugar
que no se encuentre
en las cartas de navegación,
donde la soledad adquiera
su verdadero contorno.
No hacia el sur, norte, este, oeste,
ni hacia arriba o hacia abajo.
Al centro mismo de la nada,
para cerciorarme de que ya no quedan
rastros de mí
en ningún sitio.

Poesía de línea clara, confesional y emocionada a veces, sombría a menudo, superviviente en su resistencia siempre, porque La vida sigue, / y no sabes cuánto.

Y a veces el tono es tan desalentado como en El futuro ya está aquí:

Vendrán días peores, 
sin noches.
O simplemente 
no vendrán nada
ni nadie.

O se permite un guiño humorístico como en Heráclito Fournier:

El río no es el mismo, 
pero el cauce tiene memoria
del sabor de la corriente.

En este viaje, más interior que exterior, acaba importando más el tiempo que el espacio. Y es que los poemas de Ni lugar adonde ir dibujan el mapa de una huida a ninguna parte, de un viaje lleno de incertidumbres, de una navegación o naufragio que encuentran el puerto seguro en el pasado, en un tiempo fijado en la memoria que permite reconstruir la identidad propia desde la conciencia de las limitaciones y la asimilación de la finitud.

Así lo expresa en uno de los poemas finales, Conclusiones, que termina con estos versos:

Tras pasarme la vida 
leyendo poemas 
que no entiendo 
comprenderé 
por fin 
que todo lo que destruí 
era hermoso.


Santos Domínguez

11 marzo 2015

Horacio Quiroga. Cuentos fantásticos


Horacio Quiroga.
Cuentos fantásticos.
Selección y prólogo de
Toni Montesinos.
Hermida Editores. Madrid, 2015.

Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria…

Con esos versos evocaba Alfonsina Storni el suicidio de Horacio Quiroga en 1937, que ella no tardaría mucho en imitar.

Lo recuerda Toni Montesinos en el espléndido prólogo -Una lágrima de vidrio- con el que presenta la selección de Cuentos fantásticos que ha preparado para Hermida Editores.

Y es que toda la obra narrativa de Horacio Quiroga está atravesada por lo que Montesinos llama acertadamente una pulsión mortífera que afectó no sólo a sus personajes sino a su propia vida. Por eso no es una casualidad que sus modelos literarios y vitales fuesen personalidades tan autodestructivas como Poe o Dostoievski.

En una época en la que el tardorrealismo y el modernismo propendían a la malversación verbal y a la ampulosidad de la frase, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) da en cada página una lección de economía lingüística y de alto rendimiento expresivo, de eficacia en el uso del diálogo y las descripciones y de astucia en el arte de la elipsis. Rasgos que estaban presentes en Maupassant, uno de sus maestros reconocidos.

Dotada de ese despojamiento estilístico, su frase directa, escueta y nerviosa está presente en párrafos como este, de La miel silvestre:

Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.

Es uno de los nueve relatos en los que la soledad, el amor como pulsión destructiva, la muerte o la locura como variante de lo fantástico se convierten en temas de una presencia tan inquietante como persistente.

Un ejemplo, el desenlace de uno de sus cuentos imprescindibles, El almohadón de pluma:

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Quiroga convirtió su vida en literatura. Y pese al carácter fantástico de muchos de sus relatos, proyectó en ellos y en sus personajes muchas de sus actitudes y de sus experiencias.

Para él, los cuentos se deben alimentar desde el interior de su autor. Se lo explicaba a Norah Lange en una carta que se recuerda en el prólogo: "Tal vez sea el cuento la forma de arte para la que se requiere más acumulación de sentimientos propios; sentidos casi en carne propia."

Quizá de ahí proceda la intensidad de sus textos y la vitalidad intemporal de su prosa, sostenida en la fuerza que le da la pasión desesperada que derrochó en todo lo que hizo, en todo lo que escribió.

Como Poe, como Dostoievski, Quiroga combinó la irracionalidad controlada de sus textos alucinados con una reflexión constante sobre la técnica narrativa. Por eso es un acierto incorporar en esta edición cinco artículos en los que el narrador uruguayo aborda los mecanismos del cuento.

En el más conocido de esos textos, el Manual del perfecto cuentista, Quiroga resume la importancia del desenlace, que como enseñó Poe, debe ser el cimiento constructivo y el punto de partida del relato:

Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin.

Santos Domínguez

09 marzo 2015

Para cada tiempo hay un libro


Para cada tiempo hay un libro.
Fotografías de Álvaro Alejandro.
Textos de Alberto Manguel.
Sexto Piso. Madrid, 2014.

La lista de libros que Oscar Wilde pidió para acompañarlo en la cárcel de Reading incluyeron La isla del tesoro y un manual de conversación franco-italiano. Alejandro Magno partía a sus campañas con un ejemplar de la Ilíada de Homero. El asesino de John Lennon consideró que un buen libro para tener en el bolsillo al cometer un crimen es El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. No sé si los astronautas se llevan a bordo las Crónicas marcianas de Ray Bradbury o si, por el contrario, prefieren Los alimentos terrestres de André Gide. El risueño Bernard Madoff, condenado a la prisión, ¿pedirá acaso La pequeña Dorrit de Dickens para enterarse de cómo el señor Merdle, ese sutil estafador, incapaz de soportar la vergüenza al ser descubierto, acaba cortándose el cuello con una navaja prestada? El papa Benedicto XIII ¿se retirará a su studiolo en el Castel Sant'Angelo con Bubu de Montparnasse de Charles-Louis Philippe, para estudiar cómo la falta de preservativos ocasiona una epidemia de sífilis en el París fin-de-siècle? Prosaico, G. K. Chesterton imaginó que, si estuviese naufragado en una isla desierta, desearía tener consigo un Manual de construcción de embarcaciones. No sé cuáles libros me serán permitidos en mi último viaje, escribe Alberto Manguel en el primero de los doce textos que publica Sexto Piso en el volumen Para cada tiempo hay un libro. con fotografías de Álvaro Alejandro.

Doce capítulos rematados cada uno de ellos con cinco fotografías que son su contrapunto plástico y que generan un diálogo entre la imagen y la palabra a través de una confluencia que tradicionalmente ha vinculado la pintura o la fotografía con la literatura.

Palabras e imágenes que sirven de homenaje al libro como objeto, de reflexión sobre la lectura y de celebración del hecho literario y de su diversidad:

Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de la lectura, sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera. Los libros que atraviesan nuestras vidas son, para cada uno de nosotros, maravillosamente diversos.

De esa diversidad dan cuenta los textos de Manguel y las fotografías de Álvaro Alejandro, de enorme potencia narrativa y de una capacidad expresiva casi lírica. Entre esos dos polos, el relato y la sugerencia, se mueven estas páginas que abordan las situaciones variables de la recepción del libro:

Sabemos que cada ocasión tiene su libro –apunta Manguel-. Pero no todo libro, por supuesto, conviene a cualquier momento de nuestra vida.” Y es que –añade- “hay libros para leer después de hacer el amor y libros para armarse de paciencia en el aeropuerto, libros para la mesa del desayuno y libros para el cuarto de baño, libros para las noches de insomnio en casa y para los días de insomnio en el hospital, y no pueden ser intercambiados.

La sombra de los libros, una ratonera, una máquina de escribir, un piano, un libro con raíces o un pubis femenino junto a un libro y una cinta de lectura como un cordón umbilical se convierten en metáforas del libro, de la lectura y sus variantes, aunque sabemos que en un rincón secreto de la biblioteca nos espera el libro verdadero, escrito sólo para cada uno de nosotros.

Santos Domínguez

06 marzo 2015

Enrique Zumalabe. Además del llanto


Enrique Zumalabe Ramblado.
Además del llanto.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2014.

Además de ser llanto, me abandono / me derramo en tus manos como música fácil.

Entre la elegía y la oda, entre la memoria personal del amor perdido y la celebración del presente, las biografías imprecisas, los recuerdos borrosos y tristes de los padres y los abuelos, la muerte y el alzheimer, los hermanos y los amigos habitan los poemas de Además del llanto, de Enrique Zumalabe, que publica La Isla de Siltolá en su colección Tierra.

Están en ellos la infancia y la juventud evocadas desde el presente de una voz que desde su tono coloquial establece una conversación consigo mismo más que con el otro, una conversación afectiva que exige complicidad y busca explicarse un presente conflictivo o celebrar la vida (Celebro que estoy vivo) o el amor en los seis poemas eróticos de una de las secciones de un libro escrito por quien sabe que sin música no hay poema y que la falta de memoria desahucia la conciencia.

Santos Domínguez

05 marzo 2015

Antonio Cabrera. Montaña al sudoeste



Antonio Cabrera.
Montaña al sudoeste
(Antología poética).
Selección y prólogo de Josep M. Rodríguez.
Renacimiento. Sevilla, 2014.

“Realidad y conciencia (Ocho invitaciones a la poesía de Antonio Cabrera)” titula Josep M. Rodríguez el prólogo que ha escrito para presentar Montaña al sudoeste, la selección de poemas de Antonio Cabrera que ha reunido en un volumen que publica Renacimiento.

Desde En la estación perpetua a los cinco inéditos que cierran la antología, el lector tiene aquí la posibilidad de leer los textos más representativos de Con el aire o Piedras al agua, en los que confluyen, como señala Rodríguez. “la emoción, la mirada y la inteligencia” en un ejercicio de contención que da a estos poemas una intensidad luminosa y una armonía rítmica que constituye una de sus señas de identidad.

La poesía de Antonio Cabrera es una forma de ver y pensar el mundo con una mezcla de meditación y sensaciones por parte de un yo lírico emocionado y reflexivo que dialoga con el paisaje y el recuerdo y pasa del objeto al concepto a través de una mirada que oscila entre lo exterior y lo interior para indagar en lo hondo y explorar sus propios límites.

La poesía de Antonio Cabrera se apoya en el mundo, es una reivindicación de los objetos como parte de nuestro propio ámbito. Y la delimitación de ese espacio propio desde el ritmo lento de llanto razonado con el que el poeta aborda la realidad está hecha también de tiempo, de una intensa temporalidad que surge de una mezcla de exaltación del instante presente y de melancolía sometida al freno de la serenidad y de la contención verbal, una actitud que resumen estos versos de Una poética: De luz y de abstracción/está rodeado/todo.


Santos Domínguez

04 marzo 2015

La vorágine


José Eustasio Rivera.
La vorágine.
Drácena Ediciones. Madrid, 2015.


Entre un inicio inquietante -Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia- y un final definitivo -Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!- transcurren las páginas de La vorágine,  una novela portentosa que José Eustasio Rivera publicó en 1924 y que acaba de reeditar Drácena Ediciones.

Organizada en torno a la figura del narrador protagonista Arturo Cova, La vorágine reúne alrededor de ese centro una serie de historias dispersas en una estructura tan enmarañada como la vegetación de la selva que se levanta como una “catedral de la pesadumbre” sobre el silencio, la niebla y la soledad.

Es el infierno verde de una naturaleza inquietante y alucinatoria que enloquece a los hombres y los convierte en seres atormentados o enfermos. Una naturaleza telúrica que combina la belleza sobrehumana y la destrucción en esta novela angustiosa y fascinante que resume el espíritu de la selva.

Explotadores y explotados, verdugos y víctimas acaban siendo devorados por la fuerza incontenible de una naturaleza explosiva y desbordante en una novela precursora de Los pasos perdidos de Carpentier no sólo por su tema, sino por la altísima calidad de su prosa. 

Entre lo sentimental y lo policiaco, entre el campo y la ciudad, entre el Orinoco y el Amazonas, entre una mirada naturalista y una prosa modernista, entre el costumbrismo rural y la denuncia de la violencia social de la miseria y la explotación, Rivera construyó una novela irrepetible y plural, una narración torrencial en la que acaba triunfando la ley del más fuerte y la fuerza destructiva de una selva fuera del control humano.

Sobre ese telón de fondo de la selva homicida que acaba viniendo al primer plano y al centro de la novela, el lector asiste a la degradación del protagonista, que se va asilvestrando contagiado por una naturaleza violenta que se puede entender como una metáfora de la realidad social y política latinoamericana.

Una obra imprescindible en la literatura hispanoamericana del siglo XX, que cerca ya de cumplir cien años no ha perdido actualidad ni ha envejecido estilísticamente.

Santos Domínguez

03 marzo 2015

Xavier Seoane. Abre la puerta al mar


Xavier Seoane.
Abre la puerta al mar.
Reino de Cordelia. Madrid, 2015.

En aquella casa, suspendida milagrosamente sobre las olas en el promontorio más extremo del pueblo, había que retirarse en aquel momento, porque el mar remontaba tanto que sumergía el arenal, subía lentamente las escaleras exteriores, invadía la terraza, inundaba el umbral y comenzaba a trepar por las escaleras que ascendían al piso, sumiendo los cuartos y los objetos en una ensimismada y lenta navegación. Luego, subía al desván, revolvía los trastos amontonados y remontaba, chimenea arriba, hasta el punto más alto, donde la lengua de espuma rebosaba como el humear que los leños de roble producían en la lareira.

Esa casa anfibia, en el extremo atlántico de la Costa de la Muerte y Finisterre, es el eje de referencia de Abre la puerta al mar, una novela que Javier Seoane publicó hace quince años en gallego y que ahora, reescrita en castellano, publica en Reino de Cordelia.

A esa casa volverá en una nave de retorno Lolo, el protagonista, después de un destierro en el que comprendió una vez más que lo que los adultos llamaban realidad no eran hermosas leyendas de ciervos navegantes e islas encantadas a la deriva sino un vendaval que destrozaba cuanto encontraba a su paso.

Emparentada con el realismo mágico del Noroeste, con Valle-Inclán, con Cunqueiro, con Torrente Ballester, pero sobre todo con el mundo narrativo de Méndez Ferrín y su intensidad verbal, Abre la casa al mar superpone la realidad y la fantasía, reúne la historia y la leyenda para hablar de los Mallante, una extraña familia que habita en esa casa, en medio de un laberinto de medusas y murciélagos con el telón de fondo de la guerra civil y de la represión.

Una familia matriarcal presidida por la abuela Ada, de espesa cabellera de algas verdes, que vive en un lugar que no figura en los mapas y que pertenece a una nostalgia anterior al tiempo y la memoria, que echa al fuego hojas de roble y plumas de cuervo y se escapa por las noches al mar, guiada por el instinto y por sus ojos de delfín, que ven en la oscuridad.

Melchor, su hermano misterioso y violento; el abuelo Reymundo, que vuelve del mar con escamas y tentáculos de pulpo en la piel; su nieto Lolo, que respira burbujas  y come algas; Carmen, la madre de Lolo, que supo desde el parto que su hijo era un delfín y su destino era de sal... 

Una familia tan anfibia como la casa cubierta de algas y rodeada de espumas, donde los lenguados llegan al desván cuando sube la marea y aparecen en la orilla las ballenas errantes.

Una familia que es víctima de un peligro peor que el de las sirenas, que más que de carne se le antojaban como de algas y olían a nácar, y algo recordaban a las manzanas que maduraban en el desván: el triunfo de la alianza de las tinieblas y las ballenas del odio en un tiempo de naufragios y de represión, de inmersiones sin retorno.

Una familia y unos personajes que viven en una novela inolvidable narrada con una prosa de alta calidad sus destinos de pez o de niebla, de ballena o de medusa.

Santos Domínguez

02 marzo 2015

El gran misterio de Bow


Israel Zangwill.
El gran misterio de Bow.
Traducción de Ana Lorenzo.
Ardicia. Madrid, 2015.


Todo empieza en Londres, en un amanecer invernal con niebla. Un sindicalista aparece asesinado a puñaladas en el cuarto de una pensión en el barrio pobre de Bow. A partir de ahí, El gran misterio de Bow, de Israel Zangwill, desarrolla una intriga creciente en torno a la torpe investigación oficial del inspector Wimp y a otra paralela, mucho más orientada en su lógica deductiva, del policía retirado George Grodman. 

Y personajes como la señora Drapdump, dueña de la pensión en la que el muerto convivía con otro sindicalista sospechoso del crimen, un poeta, un filántropo, un posible móvil amoroso o la desaparición del arma.

Con un espléndido manejo narrativo, están aquí los ingredientes del relato policial: la geometría del enigma, el astuto diseño de la trama, el humor sutil, el ingenio de Zangwill, su capacidad para la descripción de ambientes, la brillantez del planteamiento y del desenlace que destacó Borges.

Son algunas de las virtudes de una novela que, entre el cadáver inicial que exige el género y el desenlace imprevisto que lo remata, riza el rizo de la dificultad porque el crimen ha ocurrido en una habitación cerrada sin ningún posible acceso desde el exterior y no ha dejado pistas.

En sus páginas, varios personajes capaces de sostener la mirada y la atención del lector y un narrador que crea una espiral de intriga para hacerle intervenir activamente en la narración aventurando explicaciones al cómo, quién y por qué del crimen, acompañando al detective, usurpando su lugar o anticipando claves del misterio.

Aunque, señala Zangwill en la nota final, “el misterio que el autor siempre asociará con este relato es el de cómo consiguió cumplir el encargo de llevarlo a cabo.”

Con su inconfundible aire inglés, El gran misterio de Bow, que se publicó por entregas entre 1891 y 1892, es un eslabón entre las narraciones policiales de Poe y las novelas de Conan Doyle, un clásico poco conocido pero lleno de interés y sutileza que recupera Ardicia con una estupenda traducción de Ana Lorenzo.

Santos Domínguez


27 febrero 2015

Jean Giono. Fragmentos de un diluvio


Jean Giono.
Fragmentos de un diluvio.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de 
Ramón Ortega Ugena.
Vaso Roto. Madrid, 2014.


Tanto silencio…que se ve a los ángeles, escribe Jean Giono (1895-1970) en La caída de los ángeles, el primero de sus tres poemas fundamentales que reúne Vaso Roto en una edición bilingüe traducida y prologada por Juan Ramón Ortega Ugena, que alude en su prólogo al paisaje provenzal que está siempre al fondo de su obra, un paisaje “sin el cual no se puede entender ni la obra ni la personalidad de Giono”, en cuya obra –añade- aparece “la sencillez de una Alta Provenza vestida con una lectura lozana de los clásicos." 

Porque Giono se acoge en La caída de los ángeles a la tradición literaria de la angelología, con Dante, Milton y Blake como referentes de una épica visionaria, y convoca en sus versos la influencia de la Biblia y los clásicos griegos, de Hesiodo y el Antiguo Testamento para hablar de unos ángeles caídos que parecen una metáfora de los ejércitos alemanes derrotados:

No traen de su dominio de la altura 
bosques sedosos de plumas de pavo real, 
que desvelan anunciaciones,
en los cruces de caminos, 
en ángulos muertos de bastiones,
sobre polvorines de reductos,
para irisar el aire
florecer la sangre
iluminar las venas cavas, 
hacer sonar las cuerdas de las arterias
y cantar el corazón;
infundir la paciencia
encantada de los partos
a los lobos y centuriones,
helados sobre las garras y las espadas.

O presenta en Un diluvio a un Dios de la ira y la desmesura arengando a sus tropas angélicas, porque quiere llover en una mañana color miel. Es el Dios de las batallas que convoca al ángel del horizonte y al ángel de las aguas revestido de arcoiris y anuncia un diluvio que hará confundir una manada de ballenas con la cima de los Andes, cuando haya nidos de congrios en los cedros del Líbano y sargazos de anguilas en las secuoyas de Whitman, aunque no había arca ni barco, estaba sólo el corazón de Noé: 

Noé es todo hombre. Cualquiera.

Y en El Corazón-Ciervo, Giono nos lleva con su mirada alucinada del Génesis a los tiempos modernos de la mano de un Adán hermoso con sus venas y arterias que surgían de él como la cuerna surge de un ciervo. Es un Adán más ágil que el Arcángel en un incesante galope vertiginoso del corazón-ciervo.

En los tres poemas, escritos entre 1944 y 1947, tras la experiencia traumática de dos guerras mundiales y una detención por colaboracionismo, el estilo directo y la proximidad oral de su nivel expresivo son el cauce por el que circula el torrente de unas imágenes poderosas y visionarias, visiones que se desbordan en versos salmódicos de tono sapiencial que recuerdan al salmista.

La espléndida edición bilingüe que ha preparado Juan Ramón Ortega Ugena toma su título de la que se hizo en 1948 con los dos primeros textos -La caída de los ángeles y Un diluvio-, tres años antes de la publicación de El Corazón-Ciervo en la revista la Table Ronde.

El exigente objetivo del traductor –“he procurado que el verso respire”- queda cumplido con brillantez en la acompasada respiración en español de estos versos polisémicos, cercanos y complejos a la vez, que atrapan al lector con su raro poder hipnótico, con su alucinada suma de esperanza y de desolación, con su galope de ciervo de luz y de oscuridad:

Galopa, galopa.
La luna que rueda lentamente por encima de los huertos iluminando las manzanas; las inmensas avenidas en líneas rectas de polvo del sol con sus millones de cruces de arcoiris; el lecho donde el río jadea y sueña retorciendo sus brazos; el gimiente arado que remienda el terciopelo castaño del rastrojo raído de luz.

Santos Domínguez




26 febrero 2015

Maupassant. Yvette


Guy de Maupassant.
Yvette.
Traducción de Luisa Juanatey.
Editorial Pasos perdidos. Madrid, 2014.

Pasos perdidos publica Yvette, uno de los relatos más significativos de Guy de Maupassant. El relato de una iniciación que hace un recorrido por la educación sentimental de una joven soñadora que debe renunciar a sus ilusiones y a un idealista proyecto de vida que la realidad se encarga de desbaratar.

Traducida por Luisa Juanatey, en esta novela corta Maupassant está a la altura de sus mejores cuentos, aquellos que le han hecho figurar, junto con Poe y con Chejov, en la trinidad de autores fundamentales de la narrativa breve decimonónica.

Maupassant no fue el más sutil de los narradores, pero sí uno de los más convincentes y poderosos en la creación de atmósferas y ambientes. Brillan aquí, como en sus mejores relatos, la técnica y el oficio de un narrador imprescindible. El pesimismo, la crueldad del mundo, las patologías de la conducta, el egoísmo y la venganza, la pequeñez de la clase media y la miseria moral y material de las clases bajas, la crítica de la hipocresía o la ironía amable de Maupassant recorre esta nouvelle con la potencia de su mirada introspectiva.

                                                                                                            Santos Domínguez

25 febrero 2015

Virginia Woolf. La vida por escrito


Irene Chikiar Bauer.
Virginia Woolf. 
La vida por escrito.
Taurus. Madrid, 2015.

Me llamo Virginia Woolf. Atrápame si puedes: más que una evocación de uno de sus textos, puede considerarse un desafío lanzado a tantos lectores y admiradores de la escritora inglesa, quienes sienten que no pueden permanecer indiferentes ante el misterio de una vida y una obra que los interpela. Lo más curioso es que el convite proviene de alguien que defendió la filosofía del anonimato y nunca quiso dejar de ser una outsider; que rechazó la publicidad de su persona con la clara decisión de dejar que fuesen sus libros los que hablasen por ella. ¿Por qué, entonces, sentimos que nos desafía? ¿Qué nos lleva a desear conocerla, e incluso a creer, a veces, que lo estamos logrando?

Con esas palabras inicia Irene Chikiar Bauer la introducción  a su monumental ensayo Virginia Woolf. La vida por escrito, que publica Taurus.

El desafío de una escritora es el título de esa introducción que es una declaración de intenciones, un anuncio de lo que se va a encontrar el lector en casi mil apretadas páginas que van más allá de la mera biografía para trazar la imagen total de una escritora imprescindible y enigmática. 

Ese reto del enigma es el motor de siete intensos años de trabajo en los que la autora ha recorrido la obra narrativa de Virginia Woolf, sus miles de cartas, sus artículos y ensayos, sus diarios y los lugares en los que transcurrió su vida en busca de las claves vitales y literarias de una creadora en la que se cruzan constantemente la literatura y la vida -como sugiere el título del libro-, la bipolaridad patológica, la desazón intima y el reconocimiento público, la lectura y la escritura, la vida privada y los proyectos editoriales. 

Y justamente en esa zona de confluencias es en donde se hallan las claves de una de las aventuras creativas más exigentes, lúcidas y transcendentales de la primera mitad del siglo pasado. Una zona especialmente opaca, con el misterio de los días sumergidos o eufóricos, de fracasos sexuales y éxitos intelectuales, de desarreglos matrimoniales y desequilibrios psíquicos de alguien que parece estar en permanente huida y búsqueda del mundo y de sí misma. Lo explica así Irene Chikiar:

El primer desafío de esta biografía fue, entonces, escribir sobre la vida y la obra de Virginia Woolf para atrapar su peculiar individualidad. La de una mujer que nos legó, además de una extensa obra literaria, varios volúmenes de cartas y diarios personales. Estos materiales iluminan al biógrafo pero le plantean también una empresa ardua pues, al intentar abordarlos, tiene la sensación de sumergirse en un mar de textos en el que corre el peligro de ahogarse. A pesar de disponer de semejante cantidad de información, o por ello, Virginia se nos escapa de entre los dedos como un pez hábil y escurridizo, y mientras huye sigue diciéndonos “atrápame”. La seguimos con la vista y la vemos confundirse con otros peces, comenzamos a entender que de nada nos sirve capturarla, si no hacemos lo mismo con todo el cardumen: la familia, los amigos, las relaciones y el entorno.

Organizada en dos partes, una más somera que recorre la infancia y la adolescencia de Virginia Woolf en el mundo reglado y familiar de las postrimerías victorianas en que se forjó su educación sentimental, y otra mucho más extensa que rastrea exhaustivamente año a año su trayectoria –desde 1904 en que se independiza hasta 1941 en que se suicida-, La vida por escrito reconstruye en una integración panorámica su itinerario vital y su producción literaria en una obra coral en la que la figura plural de Virginia Woolf y su obra se levantan con un mosaico de voces que hablan en sus páginas. 

Y lo hace abordando casi día a día -con soltura y capacidad narrativa y no con seca erudición-, desde los diarios y las cartas, las claves personales, estéticas y ambientales que convirtieron a Virginia Woolf y al grupo de Bloomsbury en la expresión de la modernidad en la literatura inglesa, la brillante aventura editorial que bautizó como The Hogarth Press, los laberintos creativos y los desalientos de la depresión, las vacilaciones creativas y las dudas existenciales, sus relaciones con Leonard Woolf, Vanessa Bell y Vita Sackville, los paisajes campestres y urbanos en los que discurrió su existencia, las dos guerras mundiales que conoció, las crisis psiquiátricas y su reelaboración artística, su autoexigencia obsesiva, su fragilidad ante las críticas, su sexualidad problemática, su escritura sutil y renovadora o el proceso de creación de sus textos narrativos.

La verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma. Al mirarla se desvanece.

Entre esa cita, tomada de los diarios de Virginia Woolf, que abre la obra -como un reto que la justifica- y el espléndido álbum gráfico que la cierra, tras un nutrido aparato de notas, una abundante bibliografía y un índice onomástico que facilita la consulta rápida, transcurren las páginas de este estudio, orientado a evitar ese desvanecimiento de la autora y su obra, a afrontar con rigor y solvencia al desafío doble de la escritora y de su escritura, el análisis de una obra compleja y una personalidad más compleja aún, responde este extraordinario libro, tan imprescindible ya como la literatura de la autora que lo suscita.

Una autora sobre la que explica Irene Chikiar Bauer: difícil de encuadrar, su compleja personalidad es probablemente uno de los principales atractivos de Virginia Woolf. Durante su vida superó los obstáculos que se le presentaron con la inquebrantable decisión de ser leal a sí misma y con el convencimiento de que la literatura era esencial, ya que veía en ella la posibilidad de arrancarle sus secretos a la vida. Haberlo logrado la convirtió en una de esas personas singulares a las que llamamos artistas.

Santos Domínguez

23 febrero 2015

Upton Sinclair. El fin del mundo

Upton Sinclair.
El fin del mundo. 
Traducción de Pablo González-Bueno
Hoja de Lata. Gijón, 2014.

Tras año y medio de trayectoria, Hoja de Lata consolida su presencia en el panorama editorial con una nueva apuesta por la literatura de calidad: El fin del mundo, una magnífica novela en la que Upton Sinclair (1878-1968) aborda la Europa de la Gran Guerra a través de la mirada extranjera de Lanny Budd, un muchacho norteamericano, hijo natural de un fabricante de armas, que comparte internado elitista en Dresde con los herederos de algunas de las familias más poderosas del continente.

Con una cuidada traducción de Pablo González-Bueno, sus más de setecientas páginas de amplio formato y largo aliento narrativo se leen con interés sostenido, no sólo por su agilidad periodística, sino porque en esa mirada distante del protagonista de esta hiistoria novelada proyectó Upton Sinclair en 1940 su propia perspectiva sobre muchas de las claves históricas, políticas y sociales que explican  aquel largo conflicto que cambió decisivamente el mapa del mundo.

Con El fin del mundo Sinclair iniciaba una larga serie de novelas en las que a través de la mirada precisa de Lanny Budd, que nace en 1900 y que acabaría como agente secreto en el centro de muchos acontecimientos históricos, analizó críticamente el panorama de la primera mitad del siglo XX con una lucidez que llevó a George Bernard Shaw a aconsejar la lectura de estas novelas testimoniales para conocer cómo fue aquel mundo. De hecho, su reflejo del nazismo en Los dientes del dragón mereció el Pulitzer en 1943.


Santos Domínguez

20 febrero 2015

Mediodía en Kensington Park


Javier Sánchez Menéndez.
Mediodía en Kensington Park.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015.

Dónde está el centro del mar? / Por qué no van allí las olas?, escribía Neruda en El libro de las preguntas. 

Recuerdo esos dos versos mientras leo Mediodía en Kensington Park, de Javier Sánchez Menéndez, que publica La Isla de Siltolá en su colección Tierra.

Y es que, a diferencia del bosque o del parque, el mar no tiene centro. Un centro donde confluyen el pasado y el presente, lo interior y lo exterior, la realidad y el deseo. Un centro que está donde la armonía de la palabra y la verdad de la poesía, el resultado de una búsqueda sostenida a lo largo de los treinta poemas en prosa de ritmo alejandrino que culminan en el mediodía –otro centro- de Kensington Park, en Por el centro del parque, el último poema del libro, su cima y su centro:

Siempre es mediodía en Kensington Park. Suele ocurrir de noche. La duna va avanzando por el centro del parque.

La duna es la poesía, acababa de decir el poeta un momento antes. Y un poco antes aún: El poema es un sueño que empieza en mediodía.

Centro y mediodía. Espacio y tiempo. De Moguer a Londres, de Cádiz a Bloomsbury House, del paraíso perdido de la infancia a una madurez que habita en lo extraño, en lo ajeno y lo inarmónico, en un caos desde el que la escritura hace su personal big bang hacia ese otro centro que es el mediodía. 

Y el poeta viaja al centro de sí mismo con la luz congelada del instante a la vez irrepetible y eterno en este libro de búsquedas y viajes interiores. Un libro en el que coexisten la angustia y el mar imaginario, una nube con forma de poema y un pájaro de hielo, la verdad y su veneno, la materia de los sueños y la incertidumbre de las tardes blancas, los pájaros legibles y la esencia de la existencia.

Es la cuarta de las diez entregas del proyecto de obra en marcha que Javier Sánchez Menéndez titula Fábula. Por eso están aquí las nubes, los pájaros, los árboles y el bosque y un parque donde amanecía que habitaban las páginas de Libre de la tormenta, la entrega anterior.

Y entre la luz y la sombra, entre su sombra propia y su luz conseguida, el poeta tiene para este viaje sus brújulas y sus iluminaciones en el magisterio centenario de Nicanor Parra, en la claridad celeste de Claudio Rodríguez o en la sombra fecunda  de Luis Rosales.

Con una intensidad creciente, atraviesa estas páginas la emoción de una prosa tallada con suave cadencia alejandrina, de unas palabras que convoca la transparencia de la armonía y la luz de la mirada, el cansancio del mundo y la búsqueda del centro en un claro del bosque de María Zambrano, donde Rilke –otro maestro del sondeo en lo diáfano desde lo oscuro- reposa en sus palabras de luz y de silencio:

Siempre es mediodía en Kensington Park. No me aparto del centro para seguir tan vivo. Sentado en ese banco te esperaré sonriendo, mientras duren los tiempos podré amarte desnudo, sin nada entre las manos más que un libro de Parra y una rosa amarilla que en Londres he buscado.

Santos Domínguez

18 febrero 2015

Millares Sall. No-Haiku


José María Millares Sall.
No-Haiku
Selección y prólogo de Juan Carlos Mestre 
y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.
Calambur. Madrid, 2014.

Recuperada desde la reedición en  2008 de Liverpool, la voz de José María Millares Sall (1921-2009) es una de las más potentes en el panorama poético de la literatura española de las últimas décadas.

Desde sus Cuadernos hasta el póstumo Krak, pasando por la espléndida antología Esa luz que nos quema de Selena Millares, la atención editorial sobre su obra ha sido constante y se concreta ahora en No-Haiku, una amplia muestra de haikus que publica Calambur con selección y prólogo de Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.

Aparecen aquí, entre decenas de textos, poemas que contienen revelaciones como estas:

Pisa la huella 
donde ahonda la tarde 
su piel oscura.

O estas otras:

Pez. Filo de agua.
La navaja en el brillo 
del ojo. Salta. 

La de Millares es siempre una poesía movida por la ambición visionaria y por la potencia imaginativa. Y en estos haikus, que son un territorio abonado para la imagen, la percepción y la sugerencia, brilla especialmente la mirada que oscila entre lo exterior y lo interior para escribir una poesía que indaga en la realidad y en la memoria entre el juego y el fuego.

Palabra y luz, memoria y piedra, infancia de playas y azoteas, escaleras y alas, pájaros y celdas en una mirada que recuerda, se dirige hacia el interior o hacia el exterior, se eleva en el aire o excava en la sombra y plantea un diálogo constante entre la intimidad y un mundo laberíntico de túneles y pasillos.

La poesía sonámbula y visionaria de José María Millares busca la luz detrás de la piedra, es palabra vertical en vuelo frente al tiempo, la destrucción y el olvido. Es la verticalidad del ascenso espacial o del descenso de las excavaciones, en una poesía en la que luchan la luz y la sombra, entre la celebración y el desgarro, con un lenguaje que es sonido y sugerencia, respiración sutil de la palabra.

Con la contención y la depuración que exige la estructura del poema breve, habitan estos versos los temas habituales en la poesía de Millares Sall: la  luz y el tiempo, la búsqueda y el recuerdo, una memoria del espacio más que del tiempo y el chispazo que ilumina la realidad:

Quieto. En el ojo.
En su espejo. El vacío.
Eso que somos.

Una poesía atravesada por la constante libertad creativa que destacan Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán en su prólogo:

"Millares solo sostenido en la querencia por la esperanza de su propio sueño, silenciado en su invocación por las detonaciones del esperpento franquista y las frondosas esquirlas de su cumplida criminalidad, ejerció su razón de ser en las palabras ensanchando el ámbito de sus sentidos, la libertad como única conducta de su praxis, la desobediencia como transformación inteligente del hábito ante la esclerosis de la rutina. Y de ese asco al miedo, de esa entereza ante la borradura, nace la insumisión de su lenguaje, la bella dinamita de la percepción musical del mundo."

Como aquí:

Pájaro es tiempo.
La jaula está colgada 
de su silencio. 

O aquí:

Oculta el vidrio.
Líquido. El ojo espejo.
Trazos. Los signos.


Santos Domínguez


16 febrero 2015

La peluca de Franklin


María José Codes.
La peluca de Franklin.
Menoscuarto. Palencia, 2014.

En La peluca de Franklin, que publica Menoscuarto, Maria José Codes reúne dos historias convergentes. Si la que sirve de base y da título al volumen evoca la anécdota de la peluca de Franklin en el mar durante un viaje secreto que hizo en 1776 con el objetivo de recabar el apoyo de Francia y España para la independencia de Estados Unidos frente a Inglaterra, la segunda se sitúa en el Madrid de 2014.

Mediante una técnica contrapuntística que comunica con habilidad ambos relatos con admirable sutileza, la narradora experimentada que es María José Codes construye una novela ágil cuyo desarrollo mantiene el interés del lector.

Un interés sostenido o creciente en torno a una trama en la que los lentos viajes marítimos del pasado histórico se convierten en un presente vertiginoso de ideas gaseosas y sucesos que se desvanecen al minuto en el torrente de informaciones de la actualidad.

Porque, como en su anterior Control remoto, la autora vuelve a explorar en esta novela las relaciones humanas en el marco de la sociedad tecnológica y de la sobreinformación.

Santos Domínguez

13 febrero 2015

Ruiz Amezcua. Del lado de la vida

Manuel Ruiz Amezcua.
Del lado de la vida.
Antología poética (1974-2014).
Prólogo de Antonio Muñoz Molina.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2014.

Nuestros viejos dolores enterrados
salen del desecho de la historia,
del botín de los vencedores
robado a los vencidos.

Con el dolor cristalizado,
el desprecio del mundo
nos convierte en culpables.

Nunca nos quiso nadie.

Así termina "Sangre derramada", uno de los poemas de La resistencia que Manuel Ruiz Amezcua ha incluido en Del lado de la vida, la antología poética que recoge cuarenta  años de creación en un volumen editado por Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores con un prólogo ("Manuel Ruiz Amezcua y la alegría de decir no") de Antonio Muñoz Molina.

Están en ese texto algunas de las constantes temáticas y literarias de un autor en cuya obra se reúnen, dice Muñoz Molina, la denostacion más acusadora y la afirmación de la ternura, el flujo del verso tan natural que hasta finge el descuido o el puro prosaísmo.

Una larga trayectoria, a la que este volumen añade varios poemas inéditos en la sección final, que aúna la perfección formal y la intensidad emocional en una poesía civil, una poesía de ideas a la que aludió García de la Concha para definir estos textos encauzados entre el ritmo solemne del soneto y la agilidad del octosílabo y su estilo directo.

El amor y la muerte, la esperanza y la memoria, la denuncia de la injusticia y la elegía de los sueños vencidos son los temas que recorre la obra de Ruiz Amezcua desde Humana raíz hasta La resistencia, un título significativo de la “furia afilada” con que define Muñoz Molina la poesía de un autor que se pone -pese a todo- del lado de la vida. 

El amor de Atravesando el fuego, los abismos existenciales de Las voces imposibles, la denuncia en Contra vosotros, libros centrales en la poesía de Ruiz Amezcua, resumen gran parte de las claves temáticas y estilísticas de una obra en la que la insumisión y la desobediencia, la resistencia y el testimonio construyen una poesía de expresión descarnada en la que conviven la protesta y la emoción, la reflexión y el desengaño.

Y todo ello con la tensión emocional y el desgarramiento expresivo que refleja este Nietos de la ira:

Nunca nos abandonó el miedo,
ni el hambre,
ni la inseguridad,
ni el frío del desamparo.
Nunca nos abandonó
la tristeza de la separación.

La angustia era nuestra madre
y crecía en nuestra casa.

Un lastre doloroso
nos iba convirtiendo en hombres.

Tuvimos la mirada abierta
y la sonrisa limpia.

Tuvimos esperanza, y la perdimos.

Sin saber por qué
nunca fuimos niños.

Crecíamos solos.
Estábamos solos.

Vivimos abandonados.


Santos Domínguez

11 febrero 2015

El Paraíso perdido de Pablo Auladell


Pablo Auladell.
El Paraíso perdido.
Basado en la obra de John Milton.
Sexto Piso. Madrid, 2015.

Repito que he perdido solamente 
la vana superficie de las cosas. 
El consuelo es de Milton y es valiente, 
Pero pienso en las letras y en las rosas.

Ciego como Homero, como Tiresias, como Borges, que lo evocó en esos versos de La rosa profunda, John Milton (1608-1674) dedicó los últimos años de su vida a escribir lo mejor de su obra poética, los sólidos versos que memorizaba en noches de creación ardiente para dictárselos por la mañana a un escribano. 

Con esos versos de largo aliento construyó su creación más importante, el Paraíso perdido, que apareció en 1667, siete años antes de su muerte. Ciego, pobre, de vuelta de la vida, restaurada la monarquía contra la que luchó, el republicano John Milton no había dejado apagarse el fuego de la rebelión, de la inteligencia y de la literatura en aquellos años en los que se lamía la herida del fracaso de la revolución inglesa de Cromwell a la que tanto había contribuido.

Eslabón imprescindible entre Dante y Blake, los más de diez mil versos del Paraíso perdido desarrollan el tema de una doble caída, de una doble expulsión: la de Satán y la de Adán y Eva. Con ese poema Milton se convierte en uno de los profetas de la contemporaneidad, en uno de los padres de la cultura europea de los últimos siglos. 

Heterodoxo y crítico, defensor teórico y práctico del divorcio, su ideología republicana, expresada en abundantes escritos políticos, lo convirtió en uno de los referentes de la Revolución francesa y de la Independencia americana. Percy Shelley le admiraba como a un precedente de la rebeldía romántica y de la exaltación de lo demoníaco que culminaría en Blake y en Baudelaire. De Nietzsche a Aleixandre, de Rimbaud a Cernuda, esa presencia de Milton es insoslayable.

En esta épica de la caída contra la que se revuelve el hombre occidental, la curiosidad y el escepticismo se conjuran para reivindicar la rebeldía y la libertad del non serviam frente a la obediencia, para hacer una afirmación humana del caos frente a la providencia paternalista. No hace falta forzar mucho las situaciones para ver aquí prefigurado a Camus.

Decía Blake de Milton que su impulso satánico le hacía escribir encadenado sobre los ángeles y la divinidad y en libertad cuando hablaba de las fuerzas infernales. Quizá no sea Satán el héroe del Paraíso perdido, pero sí es el responsable de que esa obra siga hablándonos hoy directamente a través de ese personaje de las tinieblas en el que queda simbolizada la conciencia del hombre moderno.

Una conciencia que, como este Satán de Milton, tiene sus precedentes –como explicó Bel Atreides, responsable de la mejor traducción al español del poema- en Aquiles, un Terminator aqueo, el personaje homérico que mejor prefigura al hombre contemporáneo, un personaje de estirpe satánica cuya hybris vuelve a escucharse en el "Dios ha muerto" de Nietzsche, en el personaje fáustico que prefiere el exilio al sometimiento. 

Bloom ha vinculado el Satán de Milton con Yago, cuya traición es resultado de su postergamiento, con Macbeth o con el lado oscuro de Hamlet y su nihilismo intelectual.

Síntesis de tragedia shakespeariana, profecía bíblica, épica virgiliana y comedia dantesca, este Milton libertario y preexistencialista prefigura en ese héroe contemporáneo que es Satán, el caído, al Frankenstein prometeico de Mary Shelley.

Y en el Rilke del Libro de horas que preguntaba qué iba a ser de Dios cuando él muriera, ¿no volvemos a oír un eco de Milton y de la rebeldía romántica?

Blade Runner, la magnífica película de Ridley Scott, es en gran medida una revisión de ese tema. No es una casualidad que sobre la novela que la inspiró floten unos versos de Blake sobre los ángeles rebeldes que constituyen la culminación visionaria del legado de Milton en la configuración del hombre contemporáneo, en la altura ética y humana de su desafío, de su desolada declaración de independencia.

A la ingente tarea de llevar al campo de la novela gráfica el poema de Milton ha dedicado Pablo Auladell varios años de trabajo que acaban de ver la luz en el espléndido volumen que publica Sexto Piso, en una adaptación que potencia la fuerza expresiva y la secuencia narrativa del Lost Paradise con la perturbadora presencia de un Satán astuto y ambicioso, rebelde y admirable, dotado de la consistencia y la dignidad del minotauro y los mitos antiguos.

Y a partir de ahí, las imágenes gráficas rinden homenajes indisimulados a las visiones de Blake y a su potencia plástica, recrean, entre la luz y la oscuridad, las imágenes verbales del poema y muestran la caída en el abismo, las bandadas siniestras de demonios voladores, guerreros o melancólicos, la venganza satánica que busca la complicidad de Adán y Eva en la rebeldía y se desliza en el paraíso en forma de humo y de serpiente, la desobediencia y el orgullo, el árbol de la ciencia y la manzana prohibida del conocimiento, los arcángeles y sus ejércitos, el pecado, el trabajo, las guerras, el parto y la muerte... El oscuro reino del hombre, libre y efímero, en el que ingresan Adán y Eva al final del poema.

Tras coronar brillantemente el desafío, entre las tinieblas de los abismos oscuros y las luminosas torres de ópalo del paraíso, Auladell explica en su Nota introductoria: “sólo ahora que he terminado de dibujarlo, me siento de veras preparado para comenzar a dibujar El Paraíso perdido.”


Santos Domínguez

10 febrero 2015

Conversaciones con Robert Graves


Conversaciones con Robert Graves.
Con los pies en el aire.
Traducción de José Jesús Fornieles Alférez.
Confluencias. Almería, 2015.

Mientras dicto estas líneas, acaso mientras lees estas líneas, Robert Graves, ya fuera del tiempo, de los guarismos del tiempo, está muriéndose en Mallorca. Muriéndose y no agonizando, porque agonía es lucha. Nada más lejos de una lucha y más cerca de un éxtasis que aquel anciano inmóvil, sentado, a quien acompañaban su mujer, sus hijos, sus nietos, el más pequeño en sus rodillas, y varios peregrinos de diversas partes del mundo.

Así comenzaba Jorge Luis Borges el artículo que publicó en The New York Review el 15 de agosto de 1985. Graves no moriría hasta unos meses después, en diciembre, y Borges le sobreviviría apenas seis meses. 

Ese artículo es uno de los siete textos -entrevistas y ensayos breves- que publica Confluencias en un cuidado volumen que contiene en el cuadernillo central un álbum fotográfico del autor de La Diosa Blanca. 

Como para Borges, Deià se convirtió para muchos escritores en un lugar de peregrinación para visitar a Graves, que desde 1929, como explica Frank L. Kersnowski en el prólogo, "escogió vivir y escribir allí. Como evidencian muchas de estas entrevistas, los más prestigiosos hombres de letras emprendieron el camino a Deià para verlo, como también hicieron otros muchos desconocidos. Muchos tuvieron que oír las mismas historias cuando le hicieron las mismas preguntas, y probablemente se dijeran: ¿para qué he hecho tal viaje?”

Algunas de las posibles respuestas a esta pregunta se encuentran en estas páginas que se acercan a la figura del escritor y el hombre, porque "Graves emerge de estas entrevistas como un hombre con su raíces y su genio firmemente asentados en la tierra, seguro de sus propósitos y apasionado en su ejecución." 

Desde la evocación que hace Peter Quennel de una visita a su retiro campestre de Islip, cerca de Oxford, a una completísima entrevista para The Paris Review sobre el arte de la poesía, pasando por un fragmento del diario de Virginia Wolf, que evoca su tendencia al aislamiento; una conversación con Gina Lollobrigida en Nueva York o la que se publicó en La Estafeta Literaria a finales de los años 60, recorren estas páginas las reflexiones del propio Graves sobre su obra narrativa y sobre la poesía, su mirada crítica y su idea de la historia, el recuerdo de sus raíces oxonienses, el trauma de la Gran Guerra o el elogio de su vida retirada.

"Una vida -escribe de nuevo el prologuista- compleja y plena… Lo que sabemos y esas conversaciones revelan es que la vida de Graves fue la de un mito, al mismo tiempo que la de un mitógrafo, un hombre cuyos escritos explican y celebran la angustia del amor y la dureza de una mujer que ama. También necesitó a Deià, sacralizada por la devoción de Graves."

Santos Domínguez