25/1/19

Juan José Vélez. Pasmo


Juan José Vélez.
Pasmo.
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Valparaíso. Granada, 2019.

NOCHE DE GUARDIA 

Me he sentado al balcón. La noche es fría 
como un glaciar de sombra. En la ventana 
un buitre picotea la cercana 
carroña existencial que aguarda el día. 

La casa de mis padres, hoy la mía, 
está en silencio y en vejez. Mañana 
quién sabe qué hallarán tras la persiana, 
qué pasmo, qué terror, qué luz baldía. 

¿Un día diferente a la condena 
cautelosa y constante? ¿Otra batalla 
reiterada y perdida? ¿Qué gangrena? 

Afuera no hay color y el mundo calla; 
en la noche sin fin tan solo suena 
el silencio de Dios como metralla. 

Es el primero de los cuarenta y cinco sonetos que Juan José Vélez reúne en Pasmo. La primera de las cuarenta y cinco estaciones de un desolado mapa de dolores y pérdidas, de lamento por el tiempo perdido del “muchacho que fui y que ya no soy” y de temor ante “el futuro herrumbroso de los viejos.”

Escritos con una envidiable destreza técnica en la que resuenan el acento desengañado de Borges y el eco de los quejosos pastores de Garcilaso, convive en estos sonetos el desgarro existencial del encabalgamiento de Blas de Otero con la meditación metafísica que recuerda al Quevedo que miraba las ruinas de su anciana habitación hecha despojos y con el lamento amoroso del Hernández umbrío por la pena.

Con todos esos ecos se levanta la voz personal de Juan José Vélez, que no se confunde con ninguna de esas referencias que están en los cimientos de un libro organizado en tres partes que hablan del presente desolado, de la nostalgia del pasado y de los recuerdos infantiles y juveniles.

Salvo algún soneto en alejandrinos que recupera la respiración de Borges y las innovaciones métricas del modernismo, la estructura es la clásica de la estrofa, con cuartetos y no con los serventesios que trajo la imitación de lo francés, con variaciones, eso sí, en la distribución de las rimas en los tercetos. 

Pero si formalmente estos sonetos pueden parecer un anacronismo, desde el punto de vista estilístico no hay duda de la modernidad de su tono, su mirada y su lenguaje, de la función curativa de unos versos atravesados por la desazón existencial, la conciencia de las pérdidas, el abandono o el desaliento, del desengaño ante las ilusiones perdidas.

Habla en ellos una voz verdadera que se desnuda en estas cuarenta y cinco estaciones de penitencia en las que a veces la ironía intenta poner algo de distancia con el dolor y el desengaño, como en este Solitude:

Me gustas como el aire, como el vino, 
lo mismo que me gustan los pasteles 
y el güisqui, la fabada y los dinteles 
oscuros de tus ojos de felino. 

Ya sé que me olvidaste y adivino 
que por otro te suenan cascabeles 
desde el fondo del pelo a los pinreles. 
Y mientras yo tan solo y tan mohíno. 

Que me dejaste abierto y sin compaña, 
tirado en el sofá, con agujetas 
de olerte el corazón como alimaña. 

Tanta vida al capricho de tus dietas 
y esta noche tan sólo me acompaña 
una menta poleo. Y dos galletas. 

Lo publica Valparaíso con un prólogo en el que Luis Alberto de Cuenca afirma: “Es un libro duro de roer este Pasmo de Juanjo Vélez. Es berroqueño, compacto, granítico. Se deja uno los dientes tratando de masticarlo.”

Santos Domínguez