24/2/20

Peter Handke. La ladrona de fruta


Peter Handke. 
La ladrona de fruta 
o Viaje de ida al interior del país. 
Traducción de Anna Montané. 
Alianza Editorial. Madrid, 2019.


Esta historia comenzó en uno de aquellos días de pleno verano en que uno anda descalzo por la hierba y por primera vez en el año es picado por una abeja. Al menos eso es lo que siempre me ha pasado a mí. Y ahora sé que esos días de la primera y a menudo única picadura del año, por lo general, coinciden con el abrirse de las flores blancas del trébol, del que crece a ras del suelo, en el que las abejas retozan medio escondidas.
[...]
A mí la picadura me pareció bien, y no únicamente porque la abeja había sobrevivido. Hubo además otras razones. En primer lugar, se decía que las picaduras de abeja, de nuevo supuestamente a diferencia de las de las avispas o de los avispones, eran buenas para la salud, para aliviar los dolores reumáticos, para fortalecer la circulación sanguínea o para lo que fuera. [...]
Di la bienvenida a la picadura por una segunda razón. Me la tomé como una señal. ¿Una buena señal?, ¿una mala? Ni buena ni mala y en absoluto funesta, simplemente una señal. La picadura dio la señal de partida. Es hora de que te pongas en camino. Aléjate del jardín y de la región. Vete. Ha llegado el momento de marchar.

La picadura de una abeja es el motor del sencillo viaje al interior que se narra en La ladrona de fruta, que Peter Handke ha calificado como la “Última epopeya”, como recuerda Anna Montané en la esclarecedora nota que cierra su traducción en Alianza Editorial.

Recuerda en esa nota que si en La pérdida de la imagen o Por la Sierra de Gredos una mujer protagonista viajaba por la sierra en busca de su hija, ahora es la hija, Alexia, la que busca a su madre, de quien ha heredado la costumbre de coger fruta al paso en un viaje iniciático que recorre la Picardía francesa.

En ese viaje la acompaña un narrador que mira la realidad con una actitud morosa, con una perspectiva llena de extrañeza y un ritmo lento desde que sale de su bahía de nadie, de su casa tranquila en la periferia de París para llegar a su casa de campo en la Picardía:

No andaba solo bajo el cielo. Yo acompañaba. ¿A quién? ¿A qué? Acompañaba. Era tan libre, estaba en mi derecho. ¿Y no veía yo a la ladrona de fruta como alguien comparable? 

No hay aquí argumento ni trama, ni intriga ni narración de historias, sino un movimiento perpetuo de pensamientos y miradas, ensoñaciones y recuerdos que tienen más tono de poemas que de narraciones, descripciones lentas que redescubren el mundo con el asombro de otra mirada en un viaje de tres días:

Desde hace años una ocupación que significa mucho para mí, seguir con la mirada lo que sea.

Asombro que comparte el lector, que debe dejarse conducir por el texto y someterse a su ritmo y a su mirada, a sus merodeos y sus deambulaciones sin destino, a la sucesión de paisajes y de encuentros episódicos con personas y animales en una exploración detallista y alegórica del mundo desde otro sentido del tiempo y otro discurrir de la vida en la afirmación del presente.

Porque en estas casi cuatrocientas páginas, que contienen el universo inconfundible de Handke, su escritura interrogativa y la tonalidad característica de su prosa, lo que se desarrolla es una aventura interior, una peregrinación hacia el interior no sólo de Francia sino de sí mismo, con esa mirada extrañada ante la realidad en la que lo trivial y lo cotidiano se transfiguran en un entramado de impresiones y asociaciones, de pensamientos y recuerdos, de imágenes y sensaciones que muestran el mundo a nueva luz, trazan el autorretrato del escritor escéptico y resumen su universo literario, marcado por el escepticismo, el paso del tiempo, la soledad y las preguntas:

¿Pero ahora qué se experimentará con esta historia, de la mano de la ladrona de fruta? ¿También esta historia está pidiendo ser contada? Una historia así, ¿aún nunca fue narrada? ¿Y no se trata de una historia de hoy como jamás hubo otra igual? ¿O qué? ¿No es así? Ya veremos. 

"En La ladrona de fruta resuena toda la obra de Handke", señala la traductora, que añade que "estilísticamente, La ladrona de fruta también reúne todas las facetas del autor -poeta, dramaturgo, narrador, ensayista."

Entre la fantasía y la realidad, entre el pasado y el presente, el ritmo lento del caminar se refleja en el ritmo lento de las frases y en las descripciones minuciosas. Hasta la página 116 del libro tiene que esperar el lector para encontrarse con esta frase: “Es hora de contar qué pasa con ‘la ladrona de fruta’; hora de contar cómo llegó a ser ‘La ladrona de fruta.’”

Y es que esta no es una obra para lectores impacientes, sino para degustadores de buena literatura. Pasan más de sesenta páginas antes de que el narrador coja el tren y emprenda su viaje. Y veinticinco antes de que llegue a la puerta del jardín para salir de casa.

Porque lo verdaderamente importante en esta fiesta de la literatura no es la búsqueda, sino el camino, el andar por andar, para mirar y meditar o recordar en las vueltas y revueltas de un texto tan zigzagueante y tan repleto de revelaciones como ese camino.

Un texto que cierra este espléndido párrafo, que resume el sentido del libro y del viaje:

Cuánto había vivido durante los tres días de su viaje al interior del país,  y que dramática había sido cada hora, aunque no ocurriera nada, y de qué manera, en todo momento, había estado algo en juego, y, apenas  tres días después, el claro mechón de verano en el pelo oscuro: extraño. ¿O quizá no? No, extraño. Permanentemente extraño. Eternamente extraño.

Santos Domínguez