17/2/20

El zafarrancho aquel de via Merulana



Carlo Emilio Gadda.
El zafarrancho aquel de via Merulana.
Traducción de Carlos Gumpert.
Sexto Piso. Madrid, 2019. 

“Toda traducción viene a ser en el fondo una sombra platónica de la luz que emana de la obra original, que con mayor o menor fortuna aspira a reflejar. De ahí la complejidad de la operación, porque no solo se trata de limitarse a trasladar a otro idioma el mundo literario de la obra sino también el mundo real que la alimenta, dado que cualquier escritor, incluso el más fantasioso o irrealista, recoge en sus obras sus propias vivencias y su entorno cultural”, escribe Carlos Gumpert en la nota que abre su traducción de El zafarrancho aquel de via Merulana, la novela de Carlo Emilio Gadda que acaba de publicar Sexto Piso en su colección de narrativa.

Publicada en 1957, es no solo la cima literaria de su autor, sino una de las más importantes novelas italianas del siglo XX. 

Con un armazón argumental de novela policiaca ambientada en la Roma fascista de 1927, El zafarrancho aquel de via Merulana se desarrolla en torno a la complicada investigación por el comisario Ingravallo de un robo de joyas y dinero a la condesa Menegazzi y del asesinato tres días después de su vecina, la bella y melancólica Liliana Balducci. Los dos hechos se producen en el tercer piso del 219 de via Merulana, un edificio conocido como 'El palacio del oro', porque viven en él personajes de clase acomodada.

El embrollo de la investigación es la excusa narrativa para reflejar memorablemente una Italia enloquecida, corrupta y caótica y para crear un monumental, vertiginoso y no menos caótico artefacto lingüístico y estilístico que supone un difícil reto para cualquier traductor, porque esta novela tiene fama como pocas de intraducible, aunque Carlos Gumpert ha respondido a ese reto con una magnífica traducción de esta novela de “extrema complejidad lingüística, estilística y constructiva”, como dice en su nota preliminar, en la que relaciona la actitud literaria de Gadda con la de otros dos escritores verbales de la tradición española, Quevedo y Valle-Inclán, “acomunados todos en su extremismo estilístico y su barroca expresión del mundo.”

El zafarrancho se construye como un mosaico lingüístico complejo que es un elemento caracterizador de los personajes y refleja la variedad coloquial de la ciudad de Roma, por medio de cuatro o cinco variedades dialectales combinadas con el italiano. Pero además hay una confluencia de esas variedades dialectales y de diversos registros lingüísticos que van de lo culto a lo vulgar, del refrán al juego de palabras y al neologismo, incluso en el mismo personaje; en los diálogos transcritos en estilo directo, en el estilo indirecto libre predominante y en las intervenciones del narrador omnisciente.

Incluso en las abundantes digresiones filosóficas de nivel lingüístico alto irrumpen a veces el dialectalismo o el vulgarismo. También por esa convivencia -quevedesca y esperpéntica- del estilo alto y del nivel bajo esta es una obra barroca, una demostración de invención estilística, repleta además de alusiones literarias, guiños culturales y referencias intertextuales.

Gadda consigue transmitir así la imagen del mundo como la de un complicado enredo indescifrable, un enmarañamiento que es el producto de la coexistencia simultánea de elementos heterogéneos, de manera que el caos de su mundo narrativo y la confusión babélica de su mundo lingüístico reflejan el caos de la sociedad a partir de la investigación de un crimen indescifrable, de un maldito embrollo, como se tituló la adaptación cinematográfica de Pietro Germi en 1959.

Organizada en dos partes, la primera se centra en la clase media-alta, en los nuevos ricos que viven en el edificio de vía Merulana y la segunda recorre los barrios pobres y los bajos fondos de la delincuencia en donde se investigan los dos sucesos, que parecen relacionados entre sí. Una investigación que no concluye ni llega a ningún resultado y se diluye en un brillante torrente verbal sin desenlace, en múltiples episodios dispersos que no permiten articular una conclusión, porque los móviles del crimen obedecen a múltiples causas, como todo en la realidad. 

Y a través de personajes inolvidablemente individualizados como el joven comisario Ingravallo,  experto en asuntos tenebrosos; el severo y motorizado brigada Pestalozzi; la celestinesca Zamira; los sospechosos: el gigoló Diomede; Enea Retalli, un delincuente hijo de Anquises y de Venus, como es lógico, o el comendador Angeloni, un pobre diablo que vive en el edificio, Gadda proyecta una mirada irónica y sarcástica a la Italia de Mussolini, y hace una disección crítica de la sociedad italiana, sometida a una corrupción generalizada.

Pero El zafarrancho aquel de via Merulana es algo más que todo eso: es también la novela de Roma, una novela filosófica, "un autorretrato escondido entre las líneas de un complicado dibujo", como advirtió Italo Calvino, un experimento narrativo, una representación de la complejidad del mundo y  finalmente una reflexión desolada, cáustica y amarga sobre la condición humana, sobre la vida y la muerte.

Santos Domínguez