8/11/19

Odas de Sharon Olds

Sharon Olds.
Odas.
Traducción de Juan José Vélez 
y Elvira Sastre.
Valparaíso. Granada, 2019. 

ODA AL TERRENO

Querido suelo, perdón por el desaire,
 pensé que solo eras la base
 para los personajes protagonistas: las plantas,
 los animales y los animales humanos.
 Es como si hubiese amado solamente las estrellas
 y no el cielo que les proporcionó espacio
 donde brillar. Sutil, variado,
 sensible, eres la piel de nuestra tierra,
 eres nuestra democracia. Cuando comprendí
 que no te había rendido los mismos honores
que a otro ser vivo, sentí vergüenza de mí misma,
 como si no hubiera reconocido
 a un personaje que parecía tan diferente de mí,
 y ahora me doy cuenta de que todos estamos hechos
 de las mismas materias básicas
 —los primos de aquella primera explosión de la nada—
 todos juntos en nuestra intrincada ecuación. Oh, suelo,
 ayúdanos a encontrar maneras de servirte en la vida,
 tú, que nos has parido y nos has alimentado
 y que al final nos habrás de acoger
 para rotar juntos, tambaleándonos. Para girar en la misma órbita.

Es una de las más de sesenta Odas de Sharon Olds (1942), una de las voces poéticas más personales de la literatura norteamericana actual, que publica Valparaíso en edición bilingüe con traducción de Juan José Vélez y Elvira Sastre.

Víctima de una educación férreamente tradicional y de la represión calvinista, en estas Odas, que publicó en 2016 y en las que incorporó gran parte de su mundo poético a un modelo de composición inspirado en las Odas elementales de Neruda, Sharon Olds se plantea el ejercicio de la escritura como una respuesta a la sociedad y como un desquite hacia el pasado familiar, como una reivindicación de la sexualidad femenina desde la desobediencia y la memoria personal y como una defensa frente a la violencia, el abuso y la injusticia.

Lo recuerda Juan José Vélez Otero en su prólogo -Un canto a la sustantividad-, en donde destaca la variedad temática y tonal de estas Odas:

“Sharon Olds, en estos poemas, algunos considerados como los más ingeniosos poemas de su carrera, celebra entidades, asuntos y conceptos tan dispares como un glande, un rincón, un poeta, un himen, una mamada, una excursión, una vagina, la sangre menstrual, un cuello marchito, un amigo, un tampón, un condón, un clítoris, un pino, una fidelidad rota, o la linterna de su madre. [...] Algunas opiniones críticas lo califican de desproporcionado y desagradable, otras lo consideran soberbio e innovador; lo que está claro es que no es un libro que nos deje indiferentes.”

Como en el resto de la poesía de Sharon Olds, la vida y la muerte, el dolor del recuerdo y el acecho de la incertidumbre vertebran temáticamente estos textos, afilados como una navaja y expresivos de un desvalimiento o una rebeldía que además de ser testimonial hace señales al lector en busca de complicidad o de consuelo.

Poesía que contiene a la vez la afirmación y la negación, la luz y la sombra, y en la que el presente es un punto de fuga donde confluyen el pasado y el futuro, la belleza y la crueldad, el amor y los abusos sexuales, para construir un libro como este, duro y tierno a la vez, de una mujer a la vez fuerte y frágil que asume afirmativamente el deterioro del cuerpo y el daño de la edad.

Vida, muerte y tiempo se conjuran en la mirada sobre lo cotidiano de Sharon Olds, que asume en su obra la vocación narrativa de la poesía norteamericana que desde Lee Masters a Rexroth o Larkin desarrolla una lírica discursiva, de tono conversacional y prosaico, que no le resta altura ni hondura a su estilo y que enciende el poema con la chispa del recuerdo o la protesta, de la celebración o la elegía, de la reflexión o la observación.

A esa tradición se suma Sharon Olds con una poesía  subjetiva y autobiográfica, que se sitúa muchas veces en el límite de la zona de sombra que separa la vida de la muerte o el sueño de la vigilia y va siempre del detalle particular a una generalización trágica sobre el sentido de la vida. 

O, mejor, sobre el sentido del vivir, porque esta poesía huye de la abstracción y de las grandes palabras para explorar confesionalmente, en un desnudamiento terapéutico, las cercanías más significativas, biográficas o familiares, para nombrar las variedades de la oscuridad, la sexualidad desvalida y vejada de la infancia, de las víctimas de los malos tratos o del tiempo, como en la Oda a la flacidez del cuello, que termina con estos versos:

Pensé que esto nunca me iba a llegar,
que no me convertiría en geología pura,
mi garganta, una sinuosidad sinclinal y anticlinal
cuando la corteza era tórrida y yo
también lo era. Entre nosotros, todavía no sé
que no soy, pero agacho la cabeza ante el tiempo
y cuento mis barbillas marchitas, tres, cinco, siete,
nueve, mis musas, mi verdad que no es
bella, la belleza de mi vejez en su plena juventud.

Santos Domínguez