6/9/19

José Carlos Cataño. Obra poética


José Carlos Cataño.
Obra poética (1975-2007). 
Prólogo de Ana Arzoumanian.
Pre-Textos. Valencia, 2019.


CONCÉDENOS, oh señor, la medida de nuestro infierno
O, si no, una lucidez para vivir tranquilos.
No esta desazón de la barca sin mar
Ni puerto que la ampare-
Que el amor también ha muerto.
Haz de nosotros
Tu pasto de sabiduría. Sángranos hasta amasar
La alegría de la sangre con lo que del dolor nos queda.
Configura nuestro cuerpo único
A la medida de nuestra muerte única.

Con esos versos en los que resuena el eco de la voz de Rilke comienza la quinta sección de Disparos en el paraíso, el primer libro de José Carlos Cataño y uno de los seis que recoge el espléndido volumen que reúne su Obra poética (1975-2007) en Pre-Textos.

Lo abre un prólogo en el que Ana Arzoumanian caracteriza la poesía de Cataño con estas líneas iniciales:

“El estallido de la palabra, el vértigo del tiempo, la voz épica reanudando la trama del mundo, no a través de un proyecto que legitime una filiación, un derecho, sino en la diáspora de una tierra naufragando toda apropiación.
La fuerza poética de José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 1954) se imprime mediante una natividad que es un frotamiento de la lengua en el agua. De modo que escribir no será plegarse a la ley de un territorio, sino turbarse en el estallido del volcán.”

Desde Disparos en el paraíso hasta Lugares que fueron tu rostro, la poesía de José Carlos Cataño ha ido creciendo a través del proceso de elaboración de una obra en marcha sometida a una constante revisión que busca lo nuclear, la almendra de la emoción o lo medular del pensamiento.

Y en esa búsqueda es fundamental la intensidad verbal, la concentración expresiva y la desnudez como fruto de la decantación de la palabra poética, a la que se somete a una tensión de la que se extrae su mayor potencial significante.

Ese proceso de abstracción, de elusión de la anécdota y de renuncia a la narratividad fructifica en una poesía de lectura exigente en la que se proyecta la exigencia del autor con su propia obra.

De esa actitud habla Cataño en este texto, uno de los poemas en prosa de El cónsul del mar del Norte

Pude haber optado por un tipo de experiencia más presentable, donde la audacia hubiese sido también más inteligible.
Cuna y madera, talento y principios no me faltaron. Pero prescindí, ay, de maestros, y a nadie tomé para dedicatoria, paráfrasis u homenaje, pues los pocos que despertaron mis simpatías, o estaban muertos o andaban escondidos. Y otro tanto sucedió con los temas en que me las vi. Siempre pertenecían a la otra mirada, la que despierta la sospecha de un desliz en la ciega, armoniosa enormidad del mundo que amenaza con vaciarse en el temblor de una respuesta aplazada.
La otra mirada es la mirada de los perdedores —fieles vasallos del sinsentido—, cuyo empeño queda rebasado por la ley que unos llaman dios y otros motivo de literatura, de la misma manera que la senda en el valle o la casa en el desierto son finalmente recobrados por la broza y la desolación.
Y la gente no está para lo difícil. Aplauden el estilo limpio, la intachable conducta, y eso que llaman rigor y lucidez. Aplauden la vida, el método, el triunfo.

La reflexividad, la hondura lírica, el despojamiento o la búsqueda de la transparencia esencial del ser y la palabra recorren esta poesía, atravesada por temas centrales como el tiempo frágil de la existencia, la memoria, el amor y la muerte, la insularidad y las pérdidas.

Búsqueda del centro que vertebra una poesía que asume riesgos y se plantea como forma de conocimiento, como aventura ontológica que encuentra su sentido como reflexión sobre el ser y el tiempo al elevarse sobre el desarraigo y el vacío, al explorar lo contingente y los límites del lenguaje.

En ese camino de desolación es fundamental la noción de éxodo, la imagen del poeta como un extranjero y la preocupación por el lenguaje como lugar habitable, por la escritura como refugio ante la fugacidad.

Palabra y fugacidad unidas ejemplarmente en versos como estos, de Para enterrar a los muertos en las palabras:

Al margen de la duda y bajo el sol
Muere lo que dejo por nombrar
Que no pensado,
Pues lento como el río
Que aspira a mediodía
Se me muere la vida no en la carne,
Se me muere la vida en las palabras.

Ese libro lo cierra esta reflexión sobre la escritura que reúne los temas esenciales de la poesía de José Carlos Cataño:

Escribir es volver, volver
A la escritura donde
Quien vuelve muere
Y pasa inadvertido
Al mirar de otro
Que no mira, escribir
Es una espera que dibuja
Y borra por la noche la labor,
Deshaciendo la noche la labor
De bordar con letras pintadas
La noche, la escritura
Enhebra estrellas en el paño
Oscuro de un vestido que pasea
Encima de un puente o en la mirada
Que sigue la ida y vuelta de una cara
Indiferente,
Así somos el que regresa
Y el que espera esa vuelta,
El ser saqueado que a la orilla vuelve
Y la orilla ignota y saqueante,
Lo uno y lo otro,
Separados por el clavo de la conjunción,
Esto y aquello, el rostro que se apaga
Y lo que al fin nos dice y nos desliza
En el olvido,
Quebrando las costillas de la barca,
Las costillas del cielo y de la mente,
Definitivamente la ilusión
En el estallido final de la claridad.

Santos Domínguez