8/7/19

Juan Eduardo Zúñiga. Recuerdos de vida



Juan Eduardo Zúñiga.
Recuerdos de vida.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

En el invierno del año 1930 o 31 cayó en Madrid una gran nevada y, mediada la tarde, el jardincito que rodeaba nuestra casa de la calle General Zabala, en el barrio de Prosperidad, se fue blanqueando; primero, el suelo en los sitios más secos, luego las cuerdas de tender la ropa. Al anochecer, aquel pequeño y familiar espacio se convirtió en un lugar nuevo y sorprendente por la materia que recubrió la verja de hierro, los tallos más finos, las hojas de los geranios, los cables de la luz, el remate de la tapia por donde saltaban los gatos de las casas vecinas. Todo quedó transformado en un escenario fascinante, más aún después, cuando se abrieron las nubes y la luna puso allí su fría luz. 

Con ese párrafo abre el ya centenario Juan Eduardo Zúñiga sus memorias, Recuerdos de vida, que publica Galaxia Gutenberg.

“Qué larga es la calle de la vida. Avanzamos por ella y atrás dejamos convertido en el olvido cuanto hicimos. Sólo cuando sentimos que el final de la calle se acerca es posible repensar lo sucedido (...) Qué secreta es la calle de los años. Buscamos en los recuerdos cómo será el futuro: inútil tarea porque sólo se encuentra en las cenizas (...) Estas escenas sueltas, desconectadas en su apariencia, tienen un hilo invisible que las cose, finos tendones y venas las vitalizan. Aunque lo más aceptable sería no intentar comprender la vida”, escribe Zúñiga en estas memorias que son la consecuencia de que “nada se olvida, todo queda y pervive”, como reza el título del capítulo quinto, que podría servir también para caracterizar la totalidad de su obra, atravesada decisivamente por la memoria de ese largo invierno de Madrid que se evoca en uno de sus títulos fundamentales.

Se trata, eso sí, de unas memorias reducidas, porque se limitan a su periodo de formación, a sus años de aprendizaje en el Madrid de los años 30 y 40, durante la República, la Guerra civil y la posguerra, el fondo histórico sobre el que transcurren estas memorias de infancia y juventud, semejantes a un modelo tolstoiano que Zúñiga conoce bien. 

Redactadas entre abril de 2011 y diciembre de 2018, la amistad y el amor, la guerra y la política, la soledad y la melancolía, el frío y los libros como refugio y como salvación -“La calma es un libro” se titula el capítulo inicial-, el descubrimiento de Winesburg. Ohio, de Sherwood Anderson, las lecturas de Kafka o la tertulia del café Lisboa recorren estas páginas autobiográficas, construidas como una novela de formación del lector infantil y del observador de experiencias ajenas, que conformaron “la actitud vital de quien se asoma a la ventana y al otro lado de los cristales contempla una singular enseñanza de la vida.” 

Desde esa ventana vio Zúñiga por primera vez la nieve que cae en sus libros, un paisaje nevado que “muchos años después pensé si fue el trasfondo de una prematura vocación literaria.” 

Sobre el telón de fondo de un Madrid asediado, bombardeado y devastado por la guerra, que es también el escenario de su imprescindible Trilogía de la guerra civil, por estos Recuerdos de vida pasean hombres y fantasmas que completan una galería de seres y un autorretrato en movimiento que tiene como eje no sólo al personaje, sino el constante elogio de los libros, el homenaje a la resistencia y a la literatura que vertebra el volumen y con el que se remata la obra:

Cabe pensar que muchas heridas del alma puedan encontrar un libro que, con un personaje, con un párrafo, con dos palabras, ponga el alivio que no darán remedios medicinales. Otros libros, por la presión de sus razonamientos, alcanzarán a mover el ánimo de un grupo. Y hasta podemos aventurar que ejercen una influencia en la mecánica de las costumbres. No maestros de sueños sino maestros de vida, con la enseñanza de que la literatura debe perseguir el espíritu de la época y describir la frondosidad del alma de todos nosotros.

Santos Domínguez