1/4/19

La vida bochornosa del negro Carrizo


Juan Ángel Cabaleiro.
La vida bochornosa del negro Carrizo.
Prólogo de David G. Panadero.
Reino de Cordelia. Madrid, 2019.

Esa declinación hacia el Norte en donde la ciudad de San Miguel de Tucumán decanta los residuos después de una tormenta, el barrio de La Bombilla, hervía en la siesta con olor a prostíbulo barato, entre efluvios de charcos podridos y orines de caballo, como los mercados de abasto o los baños de las estaciones de servicio. Carrizo se internó en sus calles aguijoneado por el pensamiento de la Julia: ¿dónde se habrá metido la negra? Sobre la cara, reseca y dura como la tierra de las calles, el viento, esa bocanada de horno, le depositaba partículas de polvo y le despeinaba la negritud canosa de la melena. Carrizo iba puteando para adentro mientras se recomponía el traje descoyuntado, tan arcaico, tan gris y a rayitas, que le daba un aire entre ropavejero y vendedor de Planes de Ahorro. Cuando se levantaban los remolinos, se cubría la cara con el portafolio y avanzaba achinando los ojos, un poco a tientas.

Ese es el párrafo inicial de La vida bochornosa del negro Carrizo, la novela breve del argentino Juan Ángel Cabaleiro que publica Reino de Cordelia.

Ambientada en los suburbios pobres del barrio de La Bombilla en San Miguel de Tucumán, la novela es un retrato crudo de los bajos fondos de una ciudad de provincias argentina, pero es más que eso: en torno al protagonista, un pícaro contemporáneo, timador sin escrúpulos y estafador de estafadores; a su colaboradora y amante Julia, treintañera estudiante universitaria; al jefe Muleiro y al gordo Reyna, delincuente patoso, se organiza un relato de una enorme agilidad narrativa y de ritmo trepidante. 

De sus treinta y tres capítulos breves, veintidós se centran en el verano de 1986, el año del cometa, y los once restantes ocurren en el invierno siguiente. Capítulos rápidos y frases veloces que narran con urgencia la vida de quien vive deprisa hasta el vertiginoso desenlace que cierra la novela como un relámpago.

Iluminada en muchas de sus escenas por la luna tucumana, La vida bochornosa del negro Carrizo está escrita con un uso muy eficaz de los diálogos, del estilo indirecto libre y de descripciones como esta, que revelan el talento de un narrador que además es dueño de una prosa cuidada con voluntad de estilo:

Caída la noche, la luna tucumana bañaba con luz seminal el parque 9 de Julio, a donde llegaban centenares de parejas desde El Bajo y el centro para practicar sus fornicaciones, emborracharse, fumar porros, ser asaltadas por los delincuentes venidos en bicicleta desde La Bombilla o a pie desde Villa 9 de Julio, o sufragar las terribles coimas de la policía montada. Por todos lados se oían los aullidos siniestros de lobizones o de señoritas desvirgadas sin tino ni recato, pululaban sombras clandestinas moviéndose de árbol en árbol, avanzaban por las calles sobrecargados carritos cartoneros tirados por ancianas desdentadas, por humanos famélicos o por caballos de mirada resignada y tristísima que dejaban sobre el pavimento el repiquetear metálico de sus cascos. Junto a los troncos descascarados y empalidecidos de los eucaliptos defecaban mendigos, reales o apócrifos, y por doquier florecían niños misteriosos y solitarios sosteniendo bolsitas de Poxirrán, en actitud impertérrita sobre un colchón de hojas secas, como efigies harapientas. Carrizo había estacionado el Opel en la parte de atrás de la Facultad de Filosofía y Letras, junto a uno de los mayores reservorios de condones usados de todo el parque.

Como escribe en el prólogo David G. Panadero, “Cabaleiro engrosa ya esa interesante nómina de autores argentinos centrados en la novela negra que, aun presentando intereses y registros personales e incluso contrapuestos, ofrecen características comunes, propias de su cultura e idiosincrasia, tales como un gusto por la palabra bien dicha, cierta musicalidad en la prosa, una clara tendencia política libertaria y en general, afición por las estructuras narrativas abiertas y apuesta por la imaginación. Destaca también su sentido del humor, la picardía típicamente latina, esa vitalidad y cierta exaltación del erotismo frente a la típica rigidez y el aire cartesiano que respiran de siempre los best sellers anglosajones."

Santos Domínguez