29/3/19

En torno a Cesare Pavese


Cesare Pavese.
Trabajar cansa.
Edición de José Muñoz Rivas.
Colección Visor de Poesía. Madrid, 2018.


José Muñoz Rivas.
En el texto poético de Cesare Pavese.
Calambur. Barcelona, 2018.

Mi primo no habla de sus viajes realizados. 
Dice secamente que ha estado en aquel lugar y en aquel otro 
y piensa en sus motores. 
                                             Solo un sueño 
le ha quedado en la sangre: se ha cruzado una vez, 
de fogonero en un barco holandés de pesca, con el cetáceo, 
y ha visto volar los arpones pesados en el sol, 
ha visto huir ballenas entre espumas de sangre 
y perseguirlas, y levantarse las colas, y luchar en el bote. 
Me lo cuenta alguna vez. 

                                            Pero cuando le digo 
que es uno de los afortunados que han visto la aurora 
en las islas más bellas de la tierra, 
al recuerdo sonríe y responde que el sol 
se levantaba cuando el día era viejo para ellos.

Así termina Los mares del Sur, en la versión de José Muñoz Rivas que publica Visor de Lavorare stanca, de Cesare Pavese. 

Esta edición bilingüe de Trabajar cansa incorpora como apéndices dos textos -El oficio de poeta (de noviembre de 1934) y A propósito de algunos poemas no escritos todavía (de febrero de 1940)- en los que Pavese reflexiona sobre su poesía y aporta las claves constructivas, de estilo y de métrica de ese primer libro poético, una “aventura” que abarca -como explica José Muñoz Rivas en su estudio introductorio- “la cifra nada desdeñable de trece años. Unos años en los que su autor debió afrontar muchas vicisitudes vitales dramáticas, que antes de convertir el libro en testimonio de aquel tiempo, como quieren algunos críticos, especialmente de aquella época ya lejana, lo sitúan como el libro más elaborado textualmente de entre los mejores de Pavese, y de los de mayor autenticidad y belleza.”

Lavorare stanca tuvo su edición definitiva en 1943, tras la profunda revisión que Pavese hizo de la primera edición de 1936. Entre una y otra había cambiado mucho su situación personal y el momento histórico y se había producido en el poeta lo que él mismo llama una “crisis del optimismo.” 

Pero no era simplemente una cuestión de tonalidad sentimental. Como Pavese explicaba  en A propósito de algunos poemas no escritos todavía, el paso de una edición a otra recoge también el testimonio de la transición de una poética naturalista a otra simbolista, manifiesta en el espléndido poema que cierra el libro, El lucero, que termina con esta estrofa:

¿Vale la pena que el sol se levante del mar 
y la larga jornada comience? Mañana 
volverá el alba tibia con la luz diáfana 
y será como ayer y jamás sucederá nada. 
El hombre solo desearía solamente dormir. 
Cuando la última estrella se extingue en el cielo, 
el hombre despacio prepara la pipa y la enciende.

La narratividad, la sobriedad expresiva o el estilo objetivo son las claves de lo que el propio Pavese llamaba poesía-relato, que se mueve entre la psicología y la crónica y que culmina en la edición definitiva de 1943 de este libro organizado en seis partes.

Muñoz Rivas, que ya publicó en 2002 La poesía de Cesare Pavese. (Atravesando la mirada), abre su edición con un pormenorizado estudio introductorio de la historia editorial y textual de Lavorare stanca y de las fuentes en las que se inspiró, de D'Annunzio a Whitman, de Baudelaire a Lee Masters, y de la influencia decisiva de los poetas herméticos italianos Ungaretti y Montale. 

Y simultáneamente aparece en Calambur En el texto poético de Cesare Pavese, un volumen que reúne siete trabajos del profesor Muñoz Rivas sobre la formación literaria de Pavese, siete ensayos que “tienen en común el intento de abordar la obra pavesiana para dar cuenta de su enorme riqueza de planteamientos y belleza, y especialmente de su actualidad e indiscutible universalidad. Pero también de su mucha amplitud de miras y gran complejidad.” 

Transmiten la imagen de un poeta consciente de su oficio, con una formación marcada por el idealismo de Benedetto Croce. La influencia de Baudelaire en el diseño estructural de Lavorare stanca, el hermetismo de raíz simbolista aprendido en Montale y Ungaretti,  el legado de Poe, o la admiración por la poesía de Lee Masters, un modelo constante, son algunos de los temas tratados en este volumen que se cierra con el capítulo que estudia la recepción de la obra de Pavese en la poesía española desde finales de los años sesenta y su repercusión en autores como Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o Carlos Barral.

Santos Domínguez

27/3/19

Torrente Ballester. Los gozos y las sombras


Gonzalo Torrente Ballester.
Los gozos y las sombras.
Alfaguara. Madrid, 2019.

La venida de Carlos Deza a Pueblanueva del Conde, si bien se considera, no fue venida, sino regreso. La precedieron anuncios, y aun profecías, especie de bombo y platillos con los que se quiso, como de acuerdo, rodearla de importancia; y hubiera estado bien si las esperanzas levantadas con tanta música no hubieran de ser desbaratadas luego por el propio interesado. Pero la música y la bambolla estuvieron de más. Carlos se fue, o más bien se lo llevaron, cuando era muchacho, y más tarde regresó. El número de los que vuelven nunca es tan grande como el de los que se van, y no puede decirse que todos los que regresan hayan de ser considerados como personajes. Unos traen dinero, automóvil y una leontina; otros, más modestos, un sombrero de paja y un acordeón; los más, una enfermedad de la que mueren, y todos, todos, el acento cambiado y cierta afición a hablar de los que todavía quedan en la emigración, de los que han de volver y de los que ya no volverán, por vergüenza de su mala suerte o porque se han muerto. En cierto modo, todos éstos forman grupo; en la calle, los días de feria, o en el Casino, si son socios; por haber estado lejos y haber visto mundo, se les considera, y por la experiencia que tienen, se les consulta sobre las elecciones, o si conviene poner la fuente nueva aquí o allá, o si verdaderamente importa mantener las líneas de autobuses con La Coruña o pedir al Gobierno que de una vez haga el prometido ferrocarril. Pero Carlos, ni estuvo tan lejos, ni se ha traído automóvil, ni una leontina, ni siquiera un acordeón; y si se le pregunta sobre la fuente nueva, se encoge de hombros y sonríe.

Así comienza El señor llega, la primera de las novelas que forman la trilogía Los gozos y las sombras, que publica Alfaguara para conmemorar el vigésimo aniversario de la muerte de su autor.

Torrente Ballester era aún un escritor minoritario cuando publicó entre 1957 y 1962 El señor llega, Donde da la vuelta el aire y La Pascua triste. Era, eso sí, un crítico respetado y tenía una idea clara del tipo de novela que quería escribir: tradicional en su estructura, en el tratamiento del tiempo y el espacio o en el desarrollo lineal de su argumento.

En esa concepción narrativa, el protagonista, la unidad de acción, la estructura cerrada, la articulación de la novela como universo autónomo y sus secuencias ordenadas cronológicamente chocaban con las novelas que habían revolucionado el género desde comienzos de siglo.

Por eso la trilogía no tuvo una buena acogida entre una crítica que llegó a considerar ese ciclo novelístico como una mera secuela del costumbrismo o del realismo decimonónicos, como un anacronismo narrativo.

Y no sólo por cuestiones que afectaban a la técnica narrativa, sino también porque la tendencia dominante a finales de los 50 y comienzos de los 60 defendía la función social de la novela como arma política y Los gozos y las sombras está muy lejos de esos planteamientos, tanto desde el punto de vista temático como por su arquitectura estructural o su construcción del personaje.

El creciente aprecio de Los gozos y las sombras se produjo cuando una crítica menos militante empezó a valorar sus aspectos literarios por encima de su compromiso político con lo inmediato, porque en esas novelas, ambientadas en Galicia en la Segunda República, no se omite un análisis político y social de la realidad gallega y española y un acercamiento profundo a la realidad humana.

Con el personaje como eje de la novela, sus acciones y sus pensamientos exteriorizan la complejidad y las contradicciones de la condición humana, el novelista ahonda en la explicación psicológica y aborda su caracterización a través de la importancia otorgada a los diálogos como expresión de la personalidad y el pensamiento de los personajes.

Por eso Los gozos y las sombras gira alrededor de un grupo de personajes centrales en torno a los que se organiza todo un entramado temático que se ambienta en Pueblanueva del Conde: Carlos Deza, Cayetano Salgado, doña Mariana y los Aldán, Juanito y Clara, son las figuras fundamentales de este ciclo, que desarrolla argumentalmente un conflicto social con el fondo histórico de la Segunda República.

El choque entre la Galicia rural semifeudal de los Churruchaos, metaforizada en su pazo ruinoso, y la modernización industrial representada por los astilleros de Cayetano hace que al abúlico Carlos Deza, un personaje casi barojiano en su temperamento, se le espere después de una larga estancia en la capital y en el extranjero como a un redentor mesiánico, aunque el señor que llega no pertenece ni ideológica ni mentalmente a ese mundo, al que ni la memoria le une.

Alrededor de ese personaje indeciso se organiza una obra polifónica repleta de acciones, reflexiones y diálogos de los que da cuenta un narrador omnisciente con una prosa compacta y ágil como la de este fragmento de La Pascua triste:

Aquella tarde, don Julián anduvo de casa en casa y acabó por visitar a su colega, con el que dicen que tuvo una agarrada fuerte porque le había arrebatado la clientela asegurando que hubiera hecho lo que no estaba facultado para hacer por ningún canon de este mundo ni del otro. Pero no se arregló el cisma: Clara va a su iglesia, y las otras a la parroquia. Con lo que se empieza a murmurar que don Julián se ha pasado al Frente Popular porque quiere ser obispo, y espera que Cayetano, que ahora es un personaje político, lo recomiende.
Motivos hay para pensarlo, no solo por el asunto de la de Aldán. La conducta de don Julián durante las elecciones no está muy clara. Con el señor Mariño, con la mujer de Carreira, cristera donde las haya, y con dos o tres más, formaba el comité de las derechas. Pidieron cuartos, hicieron viajes, pagaron votos y repartieron propaganda como en otras ocasiones. Aunque parezca exagerado, también en Pueblanueva había un gran cartel, que cubría todo el frente de una casa, con el retrato de Gil Robles y un letrero que decía: «A por los trescientos», como dicen que había en Madrid, si no es que el de Pueblanueva, con tanta lluvia como vino por aquellos días, se deslució en seguida y hubo que quitarlo. Un sábado de febrero, al mediodía, llegó un camión cargado de muchachos con banderas españolas, se pararon en la plaza, juntaron gente y echaron seis o siete discursos: que si la religión, que si la patria, que si la Propiedad y que si la Familia. Se les escuchó como a todos, pero Julita Mariño, capitana de chicos y de chicas, unos veinte en total, gritaba al frente de sus tropas: «¡Viva España y viva Cristo Rey!». Muy bien. Aquella misma tarde, después de comer, llegó otro camión, cargado con muchachos y muchachas con banderas republicanas, si no es que algunos vestían una especie de uniforme y saludaban con el puño en alto. Hablaron tres o cuatro y, al final, cerró el acto don Lino, con un discurso que traía preparado, en el que se preocupó, sobre todo, de dar seguridades al capital. Estaban allí los trabajadores del astillero y los pescadores con el Cubano al frente. Todos aplaudieron, y los del camión se fueron muy satisfechos de su éxito. Por cierto que entonces Paquito, el Relojero, que había asistido muy serio a los dos mítines, se subió a una ventana del Ayuntamiento, dijo que también él quería hablar, y, por oírle, se juntaron unas docenas de personas.

Santos Domínguez

25/3/19

La plenitud consciente



Antonio Colinas. 
La plenitud consciente. 
Entrevistas seleccionadas por Alfredo Rodríguez. 
Verbum. Madrid, 2019.

“Colinas es uno de los pocos poetas contemporáneos capaz de pasar una mirada lúcida sobre nuestra tradición cultural, pero a la vez también, sobre nuestro tiempo más moderno. Un poeta definitivo. 
Las entrevistas o conversaciones reunidas en este volumen son resultado de un trabajo titánico por querer sacar a la luz del papel y en formato libro aquellas palabras y enseñanzas suyas que tanto nos ayudan a veces a crecer y que, de otro modo, quizá se hubieran perdido entre la maraña de viejos libros que ya casi nadie lee, secciones de periódicos olvidadas, revistas culturales agotadas o ‘eso’, esa cosa grande y monstruosa que llaman la Red. Son de alguien, un poeta puro, que ha dado con la verdad de la vida. Constituyen por otra parte y de algún modo una visión de conjunto sobre la evolución de su obra, así como una buena introducción al pensamiento del escritor bañezano”, escribe Alfredo Rodríguez en el prólogo -’El alma sosegada’- de La plenitud consciente, la selección de entrevistas con Antonio Colinas que ha reunido en un volumen que publica la editorial Verbum.

En dos partes se organiza esta antología: 'Entrevistas con el poeta', que recoge las entrevistas a las que Antonio Colinas respondió entre 1995 y 2016, y 'La lámpara perpetua', con las conversaciones que Alfredo Rodríguez mantuvo con el poeta en el verano de 2016.

Enmarcadas entre ese prólogo y un epílogo de Antonio Colinas -'Hacia la palabra en el tiempo'-, esta selección de entrevistas ofrece un acercamiento de mucho interés al mundo poético de Antonio Colinas a través de reflexiones de primera mano sobre su idea de la poesía como forma de conocimiento, como viaje interior hacia la armonía y hacia esa plenitud consciente que se destaca en el título como resumen del universo poético y vital del poeta.

Porque, como explica el propio Antonio Colinas en el texto epilogal, en esas entrevistas y “en esas palabras en el tiempo latía una Poética, mi Poética. Eso supone que el que escribía tenía detrás en sus poemas y en los demás textos, una teoría [...] Me di cuenta de que, sin meditarlo mucho a veces, detrás de esas respuestas mías a los cuestionarios, había una serie de conceptos e ideas muy míos que perfilaban y definían mi obra. También observé en las entrevistas recogidas por Alfredo una gran presencia de la vida en la obra.”

En las casi cuatrocientas páginas de este libro, el lector encontrará una honda reflexión sobre poesía y pensamiento, vida y obra, además de un recorrido por libros y poemas de Antonio Colinas que componen una breve y significativa antología de su obra. 

El diálogo con la tradición, el itinerario vital del poeta o la escritura como forma de respiración y de conocimiento son algunos de los centros de interés de estas páginas que ofrecen al lector reflexiones como esta del 16 de julio de 2016 que se recoge en 'La lámpara perpetua':

“La poesía trasciende la realidad que los ojos ven. Puede poetizarse sobre la realidad evidente, pero al poeta le está destinado el metamorfosearla e ir más allá de ella. Por eso, hablamos de testimoniar sobre una “realidad trascendida”. Lo dicho: hay tantas Poéticas auténticas como poetas auténticos, pero el grado o afán de trascendencia es algo imprescindible en la mejor poesía de siempre.”

Con ese párrafo se cierra este volumen sobre Antonio Colinas que, como destaca Alfredo Rodríguez, es “introducción y síntesis de su obra, relato de una vida.” 

Santos Domínguez 


22/3/19

Claudio Rodríguez. Don y aventura


Claudio Rodríguez. 
Don y aventura.
Antología poética.
Edición de Sergio García García 
y Manuel López Azorín.
Eirene Editorial. Madrid, 2018.

“Don y aventura: principio y final, o, sencillamente, desarrollo armonioso de una de las voces poéticas más importantes, originales y bellas de la literatura hispánica del siglo pasado”, escribe Sergio García García al final del estupendo prólogo que abre Don y aventura, una magnífica antología poética de noventa poemas de Claudio Rodríguez que publica Eirene Editorial con edición de Sergio García García y Manuel López Azorín.

Ese prólogo -Tanto secreto que es renacimiento- recorre la vida y la obra de Claudio Rodríguez, uno de los poetas imprescindibles de la poesía española, y comenta algunos de sus textos esenciales, desde Don de la ebriedad Casi una leyenda pasando por Conjuros, El vuelo de la celebración y Alianza y condena, el libro que Claudio Rodríguez prefería de entre los suyos, un libro que plantea un debate -como gran parte de su poesía- entre contrarios, a través de la antítesis y el oxímoron: alianza y condena, celebración y llanto, exaltación y abatimiento, certezas y dudas, iluminaciones y caídas, revelación y sombra.

Alianza y condena es un libro central en la trayectoria poética de Claudio Rodríguez, no sólo porque es el tercero de los cinco que escribió, sino porque tras sus dos libros iniciales -Don de la ebriedad y Conjuros-, llenos de la luminosidad de la alianza, a partir de este empieza a imponerse la condena que ensombrecería El vuelo de la celebración y Casi una leyenda. 

Quizá ningún poema la refleje con tanta intensidad como Ajeno, uno de los preferidos por su autor: 

Largo se le hace el día a quien no ama 
y él lo sabe. Y él oye ese tañido 
corto y duro del cuerpo, su cascada 
canción, siempre sonando a lejanía. 
Cierra su puerta y queda bien cerrada; 
sale y, por un momento, sus rodillas 
se le van hacia el suelo. Pero el alba, 
con peligrosa generosidad, 
le refresca y le yergue. Está muy clara 
su calle, y la pasea con pie oscuro, 
y cojea en seguida porque anda 
sólo con su fatiga. Y dice aire: 
palabras muertas con su boca viva. 
Prisionero por no querer, abraza 
su propia soledad. Y está seguro, 
más seguro que nadie porque nada 
poseerá; y él bien sabe que nunca 
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama, 
¿cómo podemos conocer o cómo 
perdonar? Día largo y aún más larga 
la noche. Mentirá al sacar la llave. 
Entrará. Y nunca habitará su casa. 

Claudio Rodríguez creó uno de los mundos poéticos más característicos y exigentes de la poesía española del medio siglo. Un mundo poético atravesado por el deslumbramiento ante la magia de lo cotidiano, por la revelación de la mirada y la memoria que construyen una poesía del conocimiento como experiencia sensorial, como fruto de la percepción y de la participación con todo lo que existe. 

Entre la exaltación contemplativa de Don de la ebriedad y la meditación existencial de Casi una leyenda, la poesía de Claudio Rodríguez, celebratoria casi siempre y elegiaca a veces, surge de una constante búsqueda del sentido de la vida y del mundo. El resultado de esa búsqueda es una experiencia de revelación que transciende lo cotidiano en la contemplación reflexiva del presente o mediante la evocación de las claves de la memoria. 

Una aventura poética sustanciada en su obra intensa y breve, de la que esta completa antología ofrece los textos más significativos, que dan la imagen plural de una poesía unitaria que busca la luz y encuentra la revelación de la sombra que aparece en su último libro, Casi una leyenda: “Se está haciendo de noche. Y qué más da. / Es lo de siempre, pero todo es nuevo.”

Completan esta espléndida antología tres apéndices: una selección de diez de los Poemas laterales que Claudio Rodríguez no recogió en libros, los antetextos mecanoscritos y corregidos a mano del poema ‘Cuando la vejez’ del inacabado Aventura y “A manera de un comentario”, la introducción que preparó Claudio Rodríguez para la edición en Cátedra Letras Hispánicas de Desde mis poemas. Allí definía la poesía como “una búsqueda, o una participación entre la realidad y la experiencia poética de ella a través del lenguaje.”

Santos Domínguez



20/3/19

La Comedia Humana VIII


Honoré de Balzac.
La Comedia Humana. Vol. VIII
Traducción de Aurelio Garzón del Camino.
Hermida Editores. Madrid, 2019.


Hermida Editores prosigue con su ejemplar edición de La Comedia Humana con la publicación de un nuevo volumen de las Escenas de la vida de provincias que contiene Las ilusiones perdidas, con la traducción de Aurelio Garzón del Camino.

Es la más larga y posiblemente la mejor de las novelas de Balzac. Y aunque en un principio estaba pensada como una novela corta, acabó convirtiéndose en una trilogía: Los dos poetas, Un gran hombre de provincias en París y Ève y David son sus tres partes.

Balzac las escribe entre 1835 y 1843, inmediatamente después de su Cesar Birotteau, y antes de La prima Bette. Son sus años más creativos, los años en los que decide la integración de estas novelas en una serie que completaría febrilmente en los siete años posteriores, asediado por las deudas. En total noventa novelas hasta su muerte en 1850.

Lo que se cuenta en Las ilusiones perdidas es la historia del triunfo público y el fracaso personal de Lucien de Rubempré, un joven que llega desde Angulema a París con la ambición idealista de hacer carrera como poeta. Una historia de la degradación del idealismo y de la voluntad de Schopenhauer en una novela que anticipa las de Baroja. El choque de la realidad y el deseo, de la sociedad y el individuo acaba rubricando esta historia de un desengaño en el que la realidad social constituye el paisaje humano que es no sólo el telón de fondo de esta trilogía, sino el vivo retrato de una época.

Las novelas de Balzac tienen su centro de interés situado en el lugar en donde se cruzan los individuos con la sociedad, los ideales con las reglas del juego, el idealismo y el pragmatismo. Lucien se va integrando en esa sociedad, se va convirtiendo en un cínico en medio de un camino de imperfección que traiciona sus ideales y le lleva a escribir crónicas periodísticas llenas de deshonestidad y de manipulaciones interesadas. Ese es el precio que tiene que pagar por el éxito quien acaba siendo un arribista integrado en el sistema, alguien que ha vendido su alma al diablo del éxito, la celebridad y el lujo.

Hay en el fracaso de Lucien y en su amargura más de una clave autobiográfica y una cierta actitud exculpatoria. Y es que esa época fue también la de las ilusiones perdidas de la generación de Balzac, la del fracaso de los ideales libertarios proyectados por el Romanticismo y asimilados por una burguesía que en esos años había pasado del ímpetu revolucionario al encastillamiento defensivo en las actitudes más reaccionarias.

El mundo editorial y el mundo del periodismo son el objeto de la denuncia de Las ilusiones perdidas. En aquellos años la profesión periodística empieza a convertirse en uno de los brazos armados de la sociedad francesa, en instrumento del poder o de la oposición al poder, en una actividad comercial sin ley. El periódico deja de estar al servicio de la verdad y se dedica a halagar a sus lectores con hipocresía y mentiras y a degradar a quienes dedican su talento a propagar la infamia en sus páginas.

El retrato implacable de la actividad periodística le salió caro a Balzac. Desde los periódicos, aquellos que se vieron retratados tan negativamente en esta novela tramaron su venganza y se dedicaron a silenciarlo o a ridiculizarlo.

Balzac no se arrugó en aquella batalla. Con gallardía y orgullo, escribió una obra aún más demoledora contra los periodistas, la Monografía de la prensa parisina.

Pero a partir de entonces, pese a que su altura literaria seguía creciendo, todo fue más complicado para Balzac y sus últimas novelas tienen ya un tono más oscuro, más desengañado.

Santos Domínguez

18/3/19

El templo del Cosmos


Jeremy Naydler.
El templo del Cosmos.
La experiencia de lo sagrado en el antiguo Egipto.
Traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Atalanta. Gerona, 2019.

“Nuestra tierra es el templo del cosmos”, le decía Hermes a su discípulo Asclepio en el Corpus Hermeticum. Y de esa frase toma su título el volumen El templo del Cosmos, en el que Jeremy Naydler explora la conciencia y la experiencia de lo sagrado en el antiguo Egipto, a través de “un vasto ciclo cósmico en el que Egipto tiene una importancia simbólica especial, pero que incluye también nuestro propio tiempo de forma particularmente significativa.”

Porque, mientras que los griegos inauguraron la época racional que forma parte de la identidad occidental y de su biografía cultural junto con el monoteísmo judeocristiano, los egipcios mantuvieron la lumbre de una conciencia espiritual anterior a cuya reivindicación quiere contribuir este libro que publica Atalanta con traducción de María Tabuyo y Agustín López.

Así lo explica en el prólogo Jeremy Naydler: 

La biografía tradicional de la mente occidental que ve nuestras raíces en Grecia e Israel no nos ofrece una descripción completa, pues esta debería incluir el mundo del que los griegos y los israelitas se apartaron. El alma de Occidente es más antigua y más sabia de lo que se nos ha hecho creer. En el esfuerzo actual por reclamar la dimensión de profundidad del alma, es necesario, por tanto, que traslademos nuestra perspectiva a la resplandeciente cultura que se encuentra el otro lado del horizonte judío cristiano. Al hacerlo, no sólo empezamos a recuperar el sentido de nuestra identidad fundamental, sino que también logramos una perspectiva más depurada sobre el camino del desarrollo que de manera lenta, pero inexorable, hemos seguido desde aquellos tiempos. 
Egipto nos llama como una parte perdida de nosotros mismos. Cuando nos esforzamos por alcanzar una sensibilidad nueva respecto de los poderes espirituales que impregnan nuestra vida, Egipto reclama cada vez más nuestra atención. Descubrimos que existe un diálogo nuevo y vivo entre la espiritualidad vigente en los tiempos modernos y la del mundo antiguo, pregriego y prejudío.

Pero no se trata de recuperar la espiritualidad de los antiguos egipcios, sino de ser conscientes de que “nuestra conciencia moderna no es igual que la conciencia antigua. Se desarrolla a través de un largo proceso que debemos respetar. Limitarse a abrazar ahora la antigua espiritualidad egipcia sería negar el significado implícito en el extraordinario proceso histórico que constituye la biografía cultural de Occidente.”

Y con esa perspectiva, los capítulos de este libro profusamente ilustrado abordan la reconstrucción de un complejo paisaje metafísico presidido por la luz del sol radiante, por la convivencia del río y el desierto, el oasis del valle del Nilo y la aridez de las Tierras Rojas. Son las Dos tierras de las que hablaban los antiguos egipcios, un concepto que contiene también la resonancia metafísica del paisaje: la metáfora de la vida y la muerte, de lo espiritual y lo material, del día y la noche, el paraíso y el infierno o el cuerpo y el alma.

Jeremy Naydler propone así un recorrido por las antiguas concepciones egipcias del mundo y del hombre, por los ritmos de la vida y los ciclos estacionales de inundación y sequía, por las imágenes cosmológicas de las divinidades y por los mitos cosmogónicos de la creación en Heliópolis, Hermópolis y Menfis.

La experiencia del tiempo, los ciclos naturales marcados por el crecimiento del Nilo y la aparición de Sirio en el cielo, por el Sol, la Luna y las cosechas, la mitologización de la naturaleza y historia, la teología de la magia, las imágenes y las palabras sagradas, Isis y Osiris, los actos rituales o los mapas y etapas del viaje al Otro mundo ultraterreno son algunos de los ejes en torno a los que giran los capítulos de este libro que justifica su autor en estos términos en el epílogo:

El mundo espiritual de los egipcios antiguos existió en una época lejana de la nuestra en el tiempo, pero, no obstante, forma parte del arco evolutivo que la conciencia occidental ha trazado en su desarrollo histórico. Es un estrato de nuestra experiencia colectiva, y nos enriquecemos al reconocer esta civilización antigua como perteneciente a nuestra historia común y por tanto como parte de nuestra más amplia identidad cultural. [...] La espiritualidad del Egipto antiguo nos atrae actualmente porque resuena con un impulso profundo en nuestra moderna cultura de regeneración espiritual.

Santos Domínguez

15/3/19

Ezra Pound. Cantos


Ezra Pound.
Cantos.
Traducción de Jan de Jager.
Prólogo de Giorgio Agamben.
Sexto Piso. Madrid, 2018.

Y entonces descendimos a la nave,
Enfilamos la quilla a la rompiente, a la mar divina, y 
Erguimos el mástil e izamos la vela en la nave prieta, 
Embarcamos ovejas y nuestros propios cuerpos 
Agobiados de llanto, y los vientos en popa
Nos impulsaban con velas panzudas,
De Circe esta nave, la diosa del peinado minucioso.
Nos sentamos en el sollado, el viento trababa el timón,
Y con velas tirantes cruzamos el mar hasta el final del día. 
El sol a su modorra, sombras cubren el océano, 
Llegamos a los confines de las más altas aguas,
A las tierras cimerias, y ciudades pobladas
Cubiertas de niebla de apretada trama, jamás perforada 
Por destello de luz solar
Ni tachonada de estrellas, espiando desde el firmamento 
La noche más prieta amortajaba a estos infelices mortales. 
El océano revertía su curso, llegamos entonces al sitio
Que Circe predijo.

Así comienza el primero de los Cantos de Ezra Pound en la nueva traducción de Jan de Jager en Sexto Piso.

Si Pound estuvo elaborando los ciento diecisiete Cantos -uno de los grandes libros de poesía del siglo XX- durante más de medio siglo, al traductor le ha llevado una década preparar la versión de un libro monumental y exigente en el que conviven algunos fragmentos de insufrible prosaísmo o de insalvable hermetismo con muchos otros momentos de enorme voltaje poético.

Organizados en nueve secciones -Un borrador de XXX Cantos; Once nuevos Cantos; Quinta década de los Cantos; Cantos Chinos; Cantos Italianos; Cantos Pisanos; Sección Rock - Drill. Taladro de rocas de los Cantares; Tronos de los Cantos; Borradores y fragmentos-, porque el número 3 es una de sus claves compositivas, la parte más compacta es la de los once Cantos Pisanos, que Pound concibió encerrado en una jaula en Pisa por colaborar con el fascismo. 

Los completó durante dos años en el hospital psiquiátrico en el que estuvo recluido y son los cantos más personales y autobiográficos de un conjunto en el que predomina lo narrativo y las descripciones.

Épica sin trama que se organiza en torno a focos de interés y bloques de ideas, los Cantos tienen como referencia compositiva la estructura musical de la fuga y como principio organizador el ideograma, que da lugar a una sucesión de secuencias yuxtapuestas sobre historia y economía, estética y política, ética y filosofía.

El ambicioso proyecto de Pound es contar la Historia, el relato de la tribu, mediante una integración de épocas, espacios y tradiciones en unos textos en los que conviven personajes de la literatura y la mitología grecolatina con presidentes de los Estados Unidos, lo clásico y lo medieval, lo renacentista y lo contemporáneo, lo oriental y lo occidental.

Como en ese texto inicial, el método poético de Pound en sus cantos grecolatinos, provenzales, sienes o americanos arranca de la recreación: en ese caso de la traducción de la Odisea que publicó Andreas Divus en 1538. Una recreación doble, por tanto, que anuncia uno de los hilos conductores del libro: el descenso de Ulises al Hades. 

Las referencias intertextuales, las traducciones, las citas son los instrumentos de una constante actualización de textos y lecturas: desde el Mío Cid hasta Li Po, desde Homero a los poetas provenzales, desde Dante a Tu Fu, desde Catulo a Confucio, desde Ovidio a Arnaut Daniel.

Máscaras poéticas que Pound toma prestadas para expresar su idea de la historia y sus ideales culturales y artísticos, vinculados a lo mediterráneo, lo clásico, el Renacimiento y la poesía o la filosofía orientales en un momento de crisis de la cultura y la civilización.

A esa situación se refiere Giorgio Agamben en su prólogo: “Sólo en este contexto problemático la obra de Pound -al menos a partir de los primeros Cantos– se vuelve inteligible. Él es el poeta que se ha colocado con mayor rigor y casi con «absoluta desfachatez» (unmitigated gall) frente a la catástrofe de la cultura occidental. Mucho más decididamente que Eliot, Pound vive en esa «tierra baldía», un infierno que, como sugiere en el Canto XLVII, no es posible, como ha hecho el «reverendo Eliot», «atravesar rápidamente». Pero justo por eso, para él «todas las edades son contemporáneas» y puede referirse inmediatamente a la historia entera de la cultura, de Homero a Cavalcanti, de Mani a Mussolini, de Dante a Browning, de Perséfone a Woodrow Wilson, de Confucio a Arnault Daniel. «Sólo Pound», dijo Eliot, «es capaz de verlos como seres vivos», siempre y cuando precisemos que, en los Cantos, son en realidad sólo pedazos que emergen por un instante del Leteo e incesantemente se sumergen en él.”

Santos Domínguez

13/3/19

Los secretos de San Gervasio


Carlos Pujol.
Los secretos de San Gervasio.
Prólogo de Andrés Trapiello.
Menoscuarto. Palencia, 2019.

“Es esta, sin lugar a dudas, la última gran novela del no menos grande y célebre detective que hayan conocido los siglos. En el verano de 1884, el año del cólera, el año en que empezó a levantarse el monumento a Colón, el año en que Maxim's de París incluyó los profiteroles con chocolate en su carta de postres, Sherlock Holmes y el doctor Watson fueron a parar a Barcelona siguiendo la misteriosa pista de un caso no menos misterioso. De ese viaje, desconocido hasta hoy, tratan las páginas de esta deliciosa novela”, afirma Andrés Trapiello en el prólogo -El año del fracaso de Holmes- que ha escrito para la reedición de Los secretos de San Gervasio, la novela de Carlos Pujol que recupera Menoscuarto veinticinco años después de su primera edición en 1994. 

La misteriosa desaparición de don Pelegrín Vilumara, “un fabricante textil de fama europea”, es el motivo del viaje de Holmes y Watson, a petición de sus hijas Angélica y Eulalia y el motor de esta divertida y agilísima novela.

Como es obligado en una trama policial, al principio hay un inevitable cadáver. Y como es también obligatorio en la reseña de una novela de detectives, no se debe adelantar ni un dato más de los que afectan al desarrollo de la acción. 

En cambio, es imprescindible destacar aquí que Los secretos de San Gervasio es una de esas novelas en las que el lector percibe cuánto se ha divertido el autor mientras la escribía. Porque el lector asiste a un divertimento narrativo desarrollado con sutil humor paródico por la mano experta de Carlos Pujol y por su prosa cuidada y eficiente en la recreación de ambientes contemplados por la mirada extranjera y extrañada de Holmes y Watson, ante cuyos ojos desfila un buen número de personajes curiosos y extravagantes.

Esta afortunada recuperación incorpora como epílogo un magnífico ensayo breve de Carlos Pujol sobre el género policial, en el que se leen párrafos como este: 

“Holmes es un prototipo radicalizado de los años del positivismo, fruto de la mente de un médico. Tiene una fe ciega en los indicios materiales, es el maniático de las huellas dactilares y de las pisadas, el analista de las gotas de sangre y de los cabellos sueltos, de la composición química de una clase de barro. Holmes, el hombre que eleva la técnica de la observación a la categoría de ciencia infalible, es la potenciación máxima de Dupin, una máquina deductiva perfecta y deshumanizada, pero con rasgos personalísimos /.../ Sus conocimientos son de una excentricidad insuperable, ya que solo sabe lo que le interesa para sus investigaciones: es un gran experto en química, sobre todo en venenos, está versado en anatomía, medicina legal y legislación, y es un erudito en casos criminales. Pero ignora voluntariamente todo lo demás, que según él le estorba y le impide concentrarse, y cierto día Watson descubre con estupor que ni sabe que la Tierra gira alrededor del Sol ni quiere saberlo, ya que es un conocimiento que no le sirve de nada en su trabajo. Desmesuradamente orgulloso, sólo vive para investigar.”

Santos Domínguez

11/3/19

El proceso de Macanaz


Carmen Martín Gaite.
El proceso de Macanaz. 
Historia de un empapelamiento.
Prólogo de Marcos Giralt Torrente.
Taurus. Madrid, 2019.

Leyendo, un día de otoño de 1962, el libro de Ferrer del Río Historia del reinado de Carlos III, me asomé, en su prólogo, a la desgraciada historia de don Melchor Rafael de Macanaz, cuyo nombre, denigrado y unido al de «regalismo», apenas si me sonaba de mi lectura de la Historia de los heterodoxos, de Menéndez Pelayo. 
Desde aquel momento, mi curiosidad por completar tan confusa y arrinconada historia fue creciendo tan ardientemente que el deseo de ahondar en el inexplicable proceso que llevó a Macanaz a la fama, al destierro, a la cárcel y a la muerte, llegó a sustituir en mí a todo otro proyecto intelectual.
Algunas personas, que conocían mi anterior dedicación a la literatura, se extrañaron de este inesperado derrotero y aun hubo quien llegó a indignarse seriamente al comprobar lo absorbente y terco de este nuevo afán por seguirle el rastro a un muerto que, según ellos, se cruzaba en el camino de mi auténtica vocación. Esto, aparte de que es muy discutible, nos llevaría a pensar en la relación que pueden tener las historias falsas con las verdaderas, y a otras muchas cuestiones que no son del caso, como, por ejemplo, la de poner en duda el que uno tenga que atenerse implacablemente a una dedicación fija.

Así explicaba Carmen Martín Gaite, A modo de justificación, la génesis de su estupendo El proceso de Macanaz, que publica Taurus  en su colección Clásicos radicales. Un clásico, porque, como sus Usos amorosos del dieciocho en España, esta monografía se ha convertido no sólo en una referencia imprescindible, sino también en un clásico de los estudios sobre el Siglo de las Luces.

Cuando alguien con el talento literario, la fluidez de la prosa y la capacidad narrativa de Carmen Martín Gaite aborda el género ensayístico, el lector tiene la garantía de que va a leer un relato atractivo que se superpone a la investigación sin que eso implique abandonar la lucidez del análisis y el rigor del estudio.

Y eso es lo que ocurre con este libro, que desde el subtítulo -Historia de un empapelamiento- hace al lector cómplice de la narración de la peripecia biográfica de aquel Melchor de Macanaz que nació en 1670, en el reinado catastrófico de Carlos II, desarrolló su actividad política reformista con Felipe V, padeció treinta y tres años de destierro en Francia y diez de prisión con Fernando VI, y murió a los 90 años, en 1760, cuando empezaba a reinar en España Carlos III, que le había otorgado poco antes su real perdón.

Esta es una biografía que recorre la historia del personaje: sus tentativas de ascenso, el apogeo político que se concretó en los proyectos de desamortización y de abolición de privilegios forales y en su intento de acabar con la inmunidad eclesiástica, y la prolongada caída en desgracia de aquel reformista que chocó con la resistencia inmovilista de la Iglesia, con el poder disuasorio de la Inquisición, con la España oscurantista que apestaba aún a la cadaverina de los últimos Austrias.

Pero este libro va más allá de los límites de la biografía individual de Macanaz y de la peripecia jurídica del proceso y empapelamiento que sufrió aquel adelantado a su tiempo, aquel político en desgracia que acabó convertido en un grafómano infatigable y mediocre que producía una ingente cantidad de escritos que desde el exilio salían en busca de un interlocutor que no encontraron en las pocas luces de aquella España lamentable, sombría y atrasada.

Tuvieron que pasar más de doscientos años desde su muerte para que Macanaz encontrara por fin su interlocutora en Carmen Martín Gaite, que dedicó seis años de estudio, de documentación y de escritura a ese diálogo con su personaje y con las circunstancias que condicionaron su existencia y su actividad política, “una desgraciada historia”, en palabras de la autora.

Un encuentro afortunado titula su prólogo Marcos Giralt Torrente, que define este libro como “una de las obras más inspiradas de la historiografía española”, como el resultado del “feliz encuentro entre una novelista en estado de gracia con un reformador, lleno de aristas, que quiso adelantarse a su tiempo y fracasó. El apasionante retrato de un ministro clave de la corte de Felipe V que, trescientos años después de que dejara de serlo, todavía arroja luces sobre nuestro presente.” 

Una historia individual rodeada hasta entonces de niebla, de contradicciones, de falsificaciones y silencios. Y una vida novelesca perfilada contra el telón de fondo de aquella España conflictiva y escindida de los primeros Borbones, porque –como afirma Carmen Martín Gaite- “la vida de Macanaz, ni siquiera examinada en todo su conjunto, sería tal vida sin una continua referencia a las oscilaciones y progresivo desenvolvimiento de la España de principios del XVIII.”

Santos Domínguez

8/3/19

Antonio Colinas. Antología esencial


Antonio Colinas. 
Por sendero invisible.
Antología esencial. 
Selección y prólogo de José Luis Puerto.
Renacimiento. Sevilla, 2019.

Por sendero invisible titula José Luis Puerto la antología esencial de Antonio Colinas que ha preparado para Renacimiento con un prólogo -La poesía de Antonio Colinas: Itinerario hacia la luz- en el que resume esta poesía como “un cosmos marcado por la belleza, una belleza verbalizada en el fulgor de lo poético, pero expresada -como hemos reiterado- en muy variados moldes genéricos. Pero un cosmos marcado también por una actitud moral, que siente que el modo más pleno de estar el ser humano en el mundo se alcanza cuando estamos en armonía con nosotros mismos, con los demás seres y criaturas, así como con el mundo en el que nos toca vivir. 
Tal es la invitación que esta obra, que está poesía nos hace.”

El medio centenar de poemas que configuran la antología ofrecen un recorrido por la trayectoria poética de Antonio Colinas durante medio siglo, desde los Preludios a una noche total, que cumplen ahora cincuenta años, a las Canciones para una música silente.

El lector tiene en esta selección el resumen significativo de una vida dedicada a la poesía y de una obra que forma parte ineludible del canon poético español de los últimos cincuenta años y que por encima de su evolución del culturalismo a la meditación se apoya en una unidad de concepción en la que la palabra poética -suma de intensidad emocional, de hondo conocimiento y de elaboración verbal- es un medio de conocimiento y una expresión del sentimiento ante la realidad transcendida.

A lo largo del itinerario poético que reflejan las páginas de esta antología la poesía de Antonio Colinas ha proyectado un diálogo entre sus raíces leonesas (el paisaje y las tradiciones de Castra Petavonium), el mundo mediterráneo (Italia, Grecia, Ibiza) y el pensamiento oriental a través de una palabra que es búsqueda y deseo de ir más allá en el conocimiento de la realidad y de sí mismo.

Descendiente de Orfeo y heredero del primer inspirado de la literatura -aquel pastor antiguo que cantó por primera vez en la Teogonía de Hesiodo-, Antonio Colinas nos ha ido dejando en Sepulcro en Tarquinia, Noche más allá de la noche, Libro de la mansedumbre o Desiertos de la luz algunos de los textos más memorables de la poesía española del siglo XX.

Tras una primera etapa marcada por un culturalismo vivido y una intensa sentimentalidad neorromántica, por un lirismo telúrico y una pureza formal que tienen su eje en Sepulcro en Tarquinia, la escritura de Antonio Colinas crece en su impulso órfico en la etapa ibicenca que se desarrolla entre Astrolabio y Jardín de Orfeo. Una fase que tiene su centro en Noche más allá de la noche, donde el equilibrio entre el sentir y el pensar, entre la emoción y la reflexión da lugar a un largo poema en el que la poesía de Colinas alcanza una de sus cimas de profundidad y de transcendencia de la palabra inspirada.

La culminación de ese largo viaje hacia la armonía y la luz, hacia la desnudez expresiva y la depuración de un lenguaje esencial, hacia el conocimiento a través de la razón poética se produce en una tercera etapa a la que pertenecen obras esenciales como el Libro de la mansedumbre, Desiertos de la luz o Canciones para una música silente, en los que se resuelve en síntesis poética la armonía de sentimiento y pensamiento, de tradición oriental y humanismo, de clasicismo y romanticismo, de ética y estética, de filosofía y mística a través de un diálogo cada vez más resuelto con lo sagrado y con ese alto voltaje emocional que Pound le exigía a la palabra poética.

Escritura y vida, emoción y conocimiento, música y mirada, misterio y armonía,  se armonizan en una poesía que explora el tiempo y su símbolos, ahonda en la dimensión moral de la estética y aspira a la revelación de una realidad superior a través de la palabra poética inspirada.

Cierran la antología cinco inéditos, entre ellos Ofrenda (E. P.), un homenaje a Ezra Pound, que ha sido siempre una de las referencias poéticas y humanas de Antonio Colinas. Comienza con esta estrofa:

Tú que hiciste de la ciudad muerta una oración. 
Tú qué ofrendaste a la mar que mira hacia Grecia 
la nieve azul de tus ojos 
para borrar definitivamente de tu alma 
la Historia de los bárbaros. 
Tú que al final ofrendaste el silencio de tus palabras 
para que sólo hablase la música en los templos. 
¿Ahora para qué en un tiempo vacío?

Santos Domínguez

6/3/19

La saga/fuga de J.B.


Gonzalo Torrente Ballester.
La saga/fuga de J.B.
Prólogo de Andrés Barba.
Alianza Literaturas. Madrid, 2019.

Casi medio siglo después de su aparición en 1972, La saga/fuga de J. B., una de las mejores novelas que se han escrito en español en el siglo XX, no ha perdido ninguna de las virtudes que la han convertido en un clásico imprescindible. Su portentosa capacidad narrativa, su poderosa imaginación, la fuerza de sus personajes, su humor desenfadado o su brillante estilo son los atributos perdurables de una obra que seguramente es la cima creativa de Gonzalo Torrente Ballester.

Este es su  inolvidable comienzo:

¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

En la mañana de niebla, casi al alba, las voces estremecen el aire como trompetas. Toca todavía la campana, a la primera misa; pero su sonido es tenue, precavido, como para entrar de puntillas en las alcobas oscuras, un sonido al que se da la espalda, que se esquiva o acalla metiendo la cabeza bajo las sábanas. “Pepiño, levántate, que ya son las seis y media.” Un sonido que sería impertinente si no fuera habitual; que sería íntimamente detestado si no actuara de despertador, a esa hora en que los que trabajan tienen que despertarse.
¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

Aquella señora enlutada, que se llama la Tía Benita dos Carallos por los muchos que mete en la conversación, quizá para garantizar la veracidad de sus afirmaciones, y tiene una tienda de abacería en la calle del Rostro Mugriento; aquella mujer arrugada que, además del luto, muestra las canas del cabello, pega voces allá en lo alto de la escalinata, voces tremendas, voces desgarradas, voces despepitadas, en el mismo momento en que la niebla se esclarece un poquito porque el sol acaba de salir y le presta algo de su luminosidad; en el momento en que la niebla, allá abajo, en la Ciudad Nueva, se hace más espesa y gris por la parte del Mendo, más ocre y húmeda por la parte del Baralla: lento el uno, rápido y alborotado el otro; de aguas densas el Mendo, de aguas opacas; transparentes, ligeras, las del Baralla, que se cuentan las guijas relucientes de su lecho. El Mendo es atractivo y siniestro: invita a mirarse en él como un espejo, y hay que apartarse de prisa, porque en los adentros del que se mira nace en seguida un deseo incoercible de aniquilamiento. El Baralla invita, en cambio, a la aventura, a la evasión, al viaje: no descanso, sino camino ofrece; no tumba, sino vehículo. Los cuatro J. B. de que se guarda memoria, por él marcharon hacia la mar, si bien algunos aseguren que se cayeron al Mendo y fueron devorados de las lampreas.

¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

Su centro es Castroforte de Baralla, una ciudad imaginaria, -versión paródica de su modelo pontevedrés-, capital de la quinta provincia gallega, que no aparece en los mapas ni en los libros ni en los registros administrativos. Una ciudad que levita cuando sus habitantes se ensimisman, situada entre el Mendo y el Baralla, dos ríos antagónicos, como se señala en esas líneas iniciales.

Ese es solamente uno de los antagonismos de los muchos que articulan la novela: la Ciudad Vieja, con la Colegiata donde el Santo Cuerpo Iluminado de Santa Lilaila de Éfeso, y la Ciudad Nueva, que empieza más allá de la confluencia de los dos ríos; las rivalidades ancestrales entre Castroforte del Baralla y Villasanta de la Estrella; el conflicto entre los Barallobre y los Bendaña o las luchas de poder entre los J. B. y los clérigos son algunos de esos antagonismos que en gran medida son el motor de la novela.

Con un libérrimo uso del tiempo, la novela aborda la saga y la fuga de los personajes que responden a las iniciales J. B. y están marcados por un peculiar destino: además del presente narrativo de Jacinto Barallobre y Jesualdo Bendaña, el pasado del obispo hereje Jerónimo Bermúdez, del canónigo brujo Jacobo Balseyro, del almirante invasor John Ballantyne y del revolucionario vate Joaquín Barrantes.

En contraste con ellos, el narrador-protagonista es otro J.B., José Bastida, apocado antihéroe desvalido, feo, inteligente y desgraciado, maestro depurado que sobrevive dando clases particulares de gramática en una academia, poeta y compilador de una suma de narraciones en las que se cruzan la leyenda y la Historia, la fantasía y la realidad, el pasado y el presente, el sueño y la vigilia. 

Compleja y divertida a la vez, La saga/fuga de J. B. se estructura en tres amplios capítulos que desarrollan un juego narrativo que remite a Cervantes igual que el tono oral que predomina en la obra.

Ambiciosa y exigente, original y de enorme solidez narrativa, la novela está llena de referencias literarias y de guiños al lector, de humor y personajes extravagantes que componen un fresco de la existencia en la provincia de los años 50 y 60, una sátira política, social y cultural que tiene en la tertulia de La Tabla Redonda o en el periódico La Voz de Castroforte algunos de sus centros de referencia.

“Libertad, imaginación y humor, ésa es la tríada capitolina de La saga/fuga de J. B., no hay otra. Pero la dimensión monumental de este libro es muy importante”, porque es “algo más que una novela extraordinaria o, si me apuran y por repetir un giro academicista que casi nunca significa nada sustancioso, «una pieza clave en la narrativa española del siglo xx». Al margen de su calidad, su invención, el dinamismo de su estructura y el alarde de su destreza técnica -de los que ya hablaremos-, La saga/fuga de J. B. es un milagro: una encarnación del espíritu gallego y uno de los retratos espirituales más incuestionables de nuestro país (sea eso lo que sea: el espíritu y el país)”, escribe Andrés Barba en el prólogo a la edición de la novela en la nueva colección Alianza Literaturas, que aspira a dar cuenta de un panorama amplio en contenidos, diverso en géneros y variado en formatos. 

Diseñada por Manuel Estrada, responsable de la renovación gráfica de la emblemática colección El libro de bolsillo de Alianza Editorial, Alianza Literaturas recogerá, como señala la nota editorial, la obra de "Clásicos y contemporáneos, noveles y experimentados, en una propuesta que pretende explorar cuanto de bueno se está escribiendo en el mundo y en el ámbito de la lengua española. Autores que pasan a formar parte del catálogo más representativo de Alianza Editorial junto a los nombres que han contribuido a dar forma al canon de la literatura contemporánea."

Una inolvidable y exigente experiencia de lectura, una de esas novelas inagotables que en cada relectura revela nuevos sentidos al lector.

Santos Domínguez

4/3/19

Juan Eduardo Zúñiga. El coral y las aguas. Inútiles totales

Juan Eduardo Zúñiga.
El coral y las aguas.
Inútiles totales.
Edición de Luis Beltrán y Ángeles Encinar.
Biblioteca Cátedra del Siglo XX. Madrid, 2019.

Bajo el cielo cubierto, gris y frío, al pie de la extraña torre solitaria, la fila indisciplinada de los “Inútiles totales” esperaba que pasasen lista y recoger el panecillo que un hombre colorado iba dando por una ventana del antiguo convento.
La mañana estaba fría y movida. Un cañoneo lejano fue acercándose y el horizonte pareció retemblar en un estampido constante. El suelo estaba fangoso y removido por los obuses que habían caído la víspera y, en la espera, los pies hormigueaban y se hacían sensibles. Al fin, llegó el teniente, apresurado, diciendo cuchufletas que en la fila fueron recibidas bien porque no era muy tarde.
—Quinta del cuarenta, ¡a cubrir!

Así comienza Inútiles totales, la primera novela de Juan Eduardo Zúñiga, que “es conocido sobre todo por sus colecciones de cuentos y por ser uno de los mejores especialistas españoles en literatura rusa. Sin embargo sus dos primeros libros fueron novelas. El primero, Inútiles totales, es una novela corta de 1951 cuya publicación financió él mismo. El coral y las aguas es la segunda, de 1962. Pasó inadvertida debido a su comprensión y mala acogida crítica. Destacamos, anecdóticamente, que ha mejorado etiquetadas como cuentos” como explican  Luis Beltrán y Ángeles Encinar en la amplia introducción que abre la edición que han preparado de las dos primeras novelas de Juan Eduardo Zúñiga en la Biblioteca Cátedra del Siglo XX, en la que se recuperan dos obras prácticamente inencontrables.

Inútiles totales es una novela corta con elementos autobiográficos, una “obra con rasgos barojianos y rusos”, se afirma en esa introducción. Con el telón de fondo del Madrid asediado en la guerra civil, es una novela de formación que aborda las ilusiones perdidas de dos muchachos de la quinta del 40, Carlos y Cosme, dos inútiles totales para el ejército, para el amor y para la vida, que rivalizan por el amor de Maruja Fidel, una enigmática muchacha. 

Con evidentes influenciasde Dostoievski de Humillados y ofendidos y el Turguéniev de Dmitri Rúdin, la obra narra una historia de vidas sombrías y frustraciones, un conflicto de traiciones y rencores que, como es frecuente en las primeras obras de los novelistas, se apoya en elementos autobiográficos y en la memoria, un elemento vertebral en la trayectoria literaria de Zúñiga. 

Sostenida en una voz narrativa que recuerda mucho a la de Baroja y a la de Chéjov, Inútiles totales se desarrolla bajo “una luz triste y desolada” que resume el enfoque simbolista de sus descripciones. Esa tonalidad oscura ensombrece esta novela en la que Zúñiga se proyecta en la figura del racional Cosme, alto y anémico, de la misma edad y semejantes aficiones que las de su amigo Carlos, enfermizo y bajo, hijo de un maestro, hablador vehemente y sentimental. 

Este es el desolado párrafo final: 

Pocos meses después terminó la guerra, los frentes se rompieron, los soldados dejaron de serlo y las personas fueron dispersadas como briznas de paja en un remolino de verano.

El coral y las aguas es una novela muy distinta en técnica, en tono y en enfoque. Es una obra simbolista y alegórica ambientada en la Grecia clásica con una técnica de distanciamiento temporal que permitió a Zúñiga eludir los rigores de la censura de la época.

Era una rareza en el panorama narrativo de los años sesenta, dominados por el realismo social. La intensidad de su lenguaje poético y su voluntad renovadora hacen de El coral y las aguas una novela difícil y hermética, de trabajada construcción y elaborada prosa que contiene un mensaje optimista sobre la resistencia ante la tiranía. 

En un apéndice esta edición añade el prólogo de 1962 en el que Zúñiga aclaraba el sentido de su novela y de su ambientación en la antigüedad:

“Épocas remotas daban un disfraz a las inquietudes, a los sueños irrealizables, a lo inútilmente esperado y a los recuerdos desoladores [...] Con un lenguaje secreto daba noticia de los que habían sido sometidos y de los que fueron insumisos, de su intransigencia y su incertidumbre.”

Ese contraste con el enfoque temático y estilístico de Inútiles totales se puede apreciar en el último párrafo de El coral y las aguas:

No, ellos no estaban destinados a morir y la destrucción no les alcanzaría: corrían por los campos y ellos mismos eran el huracán. La ciudad en ruinas quedaba a sus espaldas.

Santos Domínguez


1/3/19

Andrés Sánchez Robayna. El libro, tras la duna


Andrés Sánchez Robayna.
El libro, tras la duna.
Prefacio de Yves Bonnefoy.
Sexto Piso. Madrid, 2019.



Ahora,
en la mañana oscura del desceñido octubre,
en que, umbroso y en calma, yace el mar
entregado a la pura aquiescencia del cielo,
al deslizarse de las nubes blancas
que un gris ya casi mineral golpea,
marmóreo, dilatado,
ahora,
mientras el tiempo gira 
a punto de ser siempre alumbramiento, 
sin dar a luz más que el instante cierto
y siempre tembloroso, 
y damos vueltas en su vientre ciego,
y entrega solamente 
un puñado de arena 
que vemos escurrirse entre las manos,
mientras un niño juega,
después de echar los dados, 
ahora,
sólo ahora,
el comienzo
comienza.

Es el primero de los setenta y siete fragmentos en los que se organiza El libro, tras la duna, un poema extenso y unitario que Andrés Sánchez Robayna escribió hace casi veinte años, entre el 15 de octubre de 2000 y el 29 de junio de 2001, y publicó en 2002.

Con el tiempo, la identidad y la memoria como ejes, acaba de aparecer en una nueva edición en la colección de poesía de Sexto Piso. 

“Esta nueva edición -explican los editores-, revisada y corregida por el autor, enriquecida con nuevas notas y fragmentos, es la edición definitiva de esta obra esencial que, en palabras de Juan Goytisolo, marca el renacer de la poesía en nuestra lengua.”

La abre un Prefacio de Yves Bonnefoy que concluye con estas palabras: “Sánchez Robayna nos ofrece un poema, nos incita también a cuestionarnos lo poético en este siglo, y esta doble aportación en una misma obra es, por sí sola, una prueba de su calidad, de su actualidad, de su importancia para nosotros.”

En un apéndice se añaden las anotaciones que hizo Andrés Sánchez Robayna en su Diario mientras escribía el poema, como explica el propio poeta en la nota previa, donde afirma que “estos versos sólo pudieron ser escritos en el preciso momento en que lo fueron, es decir, en una fase concreta de mi evolución, cuando la memoria, a una determinada edad, necesita de un modo u otro ordenar el pasado o el tiempo vivido con el fin de entenderlo, o de intentar entenderlo.”

En esas anotaciones el poeta aborda el libro que está escribiendo no sólo como “una autobiografía lírica bajo el ejemplo del Prelude de Worsdworth”, sino como “recomposición de un espejo roto”, el de la identidad, porque “la única autobiografía poética hoy posible (a diferencia de los tiempos de Worsdworth) es un conjunto de astillas.”

Con ese planteamiento, El libro, tras la duna es el testimonio de un itinerario vital, poético y espiritual hacia la luz que prefiguran algunos de los versos del Preludio de Wordsworth que encabezan la obra: “Nuestro destino /.../ está en el infinito y sólo en él.”

Es este un libro central en la trayectoria poética de Sánchez Robayna porque culmina el proceso de escritura previo y supone un nuevo comienzo y un regreso al origen, porque, como se lee en el segundo fragmento,

Todo comienzo es sólo un enlazarse / del principio y del fin en la cadena / del tiempo.

Por esa razón, en su diseño circular desde ese Ahora del presente del primer fragmento hasta los dos versos finales del libro en los que reaparece ese niño (El niño juega. Ruedan / los dados), los setenta y siete textos de El libro, tras la duna son una reordenación de fragmentos en busca de la memoria de la infancia y la adolescencia, en busca del sentido y de la identidad. 

Tiempo, espacio y ser son los componentes esenciales de esa reconstrucción de la identidad sobre los lugares de la memoria. Con el soporte simbólico de la duna como metáfora del tiempo y el libro como metáfora del mundo y de la vida, el poema tiene su núcleo central en el fragmento XXXV, donde aparece el verso que da título a la obra. Allí el protagonista del poema:

Verá arder
el tiempo en el crepúsculo espacioso
de una ciudad, al norte, escuchará
una canción de póstuma belleza,
viajará hasta las aguas estuosas,
y llorará, verá caer un pétalo
en la mañana oscura. En las arenas
verá su rastro. Y mirará las nubes. 
Verá formarse el libro, tras la duna.

Con una suma de la actitud rememorativa y la contemplativa para evocar el pasado y celebrar el presente, se cruzan en estos versos lo autobiográfico con lo cósmico, la escritura con la naturaleza, la luz y la sombra, el azar y el destino, el mal y el dolor o el amor y el deseo, para culminar en la serenidad que se impone a la angustia, en la búsqueda de la trascendencia frente a la temporalidad, como sucede al final del penúltimo fragmento: 

Blanda materia de tiniebla y nada, 
acógenos. Que el cielo remontado 
alce nuestra ceniza y que seamos 
una nube cernida sobre el mar. 

Las notas que el poeta incluye al final del libro resumen la integración de las fuentes literarias, las referencias plásticas y las influencias filosóficas que hacen de este poema un palimpsesto, una reescritura de la tradición moderna en la que se sustenta la poesía de Sánchez Robayna.

 Santos Domínguez