16/5/18

Mario Cuenca Sandoval. El don de la fiebre


Mario Cuenca Sandoval. 
El don de la fiebre.
Seix Barral. Barcelona, 2018.

Entre la mirada del niño sentado ante una partitura en el banco de un jardín de Grenoble una tarde de 1915 (‘Señor, concédeme el don de la música. Muéstrame cómo leer cada uno de los sonidos del mundo’) y la habitación del hospital de Clichy donde espera la muerte un anciano en abril de 1992 (‘Esta sinfonía de luz viene a por mí’), Mario Cuenca Sandoval aborda en El don de la fiebre, que publica Seix Barral, casi ochenta años de la vida del músico vanguardista francés Olivier Messiaen.

Una admirable novela que -señala su autor- “no pretende ser una biografía exhaustiva sino una reconstrucción literaria de la peripecia vital del compositor del Cuarteto para el fin del tiempo, dueño de un oído absoluto y sinestésico que fundía sonido y color y percibía tonalidades cromáticas en los sonidos y los acordes: “cantaba y tocaba el piano, y percibía la música como un lienzo de colores primarios, y escuchaba los colores como si fueran acordes.”

Organizada en seis partes –de La luz en el oído a El deslumbrado- la novela tiene como centro de gravedad la composición del Cuarteto para el fin del tiempo en el campo de concentración nazi de Görlitz en Silesia.

Messiaen lo planteó como la música del Apocalipsis, como una imagen sonora de la abolición del tiempo, porque “la eternidad no es una extensión infinita de tiempo, sino la abolición del tiempo”, el fin de la Historia, la muerte de la muerte.

Mario Cuenca evoca su estreno en un barracón del campo convertido en teatro, interpretado por cuatro prisioneros, cuatro músicos famélicos y muertos de frío: el clarinetista judío Henri Akoka, el violonchelista Étienne Pasquier, un violinista atormentado, Jean Le Boulaire, y el propio Messiaen al piano.

Interpretaban en esas circunstancias penosas una obra que con el tiempo se convirtió “en una especie de síntesis espiritual, de epítome descarnado del Siglo, una miniatura sonora en que se trataban la vanguardia y la fe, la esperanza y el tormento de los deportados, la belleza y el horror de una centuria de la que, él estaba convencido, Dios jamás estuvo ausente a pesar de sus silencios.”

La mirada hacia el interior del protagonista no renuncia a situar la vida hacia dentro de un Messiaen ensimismado en un tiempo y un espacio para señalar el conflicto entre el arte y la historia que recorre como un hilo conductor una obra en la que el lector asiste, guiado por la cuidada prosa de Cuenca Sandoval, al contraste de los pájaros y los cañones; a las alucinaciones hipnagógicas que reúnen sensaciones de distinto origen; a los efectos del oído absoluto que es sensible a lo que está por encima del tiempo; a la importancia de las tres mujeres esenciales de su vida: su madre, Cécile Sauvage, Claire, su primera esposa, y la segunda, Yvonne; a la movilización como camillero en la guerra (“La tormenta contra las olas. Wagner contra Debussy”); el cruce de música, poesía, pintura e historia; su supervivencia en el París ocupado como profesor del conservatorio; las descalificaciones de la crítica hacia su música, no siempre bien entendida; la composición de la que consideraba su mejor obra, El despertar de los pájaros, una obra dictada por el canto de los pájaros con la que apartó la mirada del dolor, las miserias y los problemas familiares.

Además de una espléndida novela, El don de la fiebre, es una inmejorable manera de acercarse a uno de los universos artísticos más interesantes del siglo XX de la mano de una narración intensa y sutil.

Santos Domínguez