30/4/18

Campbell. Mitología occidental


Joseph Campbell. 
Las máscaras de Dios.
Mitología occidental.
Traducción de Isabel Cardona.
Edición revisada por Santiago Celaya.
Atalanta. Gerona, 2018.

“La división geográfica entre las esferas oriental y occidental del mito y el ritual es la meseta de Irán. Al este se encuentran las dos esferas espirituales de la India y Extremo Oriente; al oeste, Europa y el Levante”, escribe Joseph Campbell en la Introducción -Mito y ritual: este y oeste- de La edad de la Diosa, la primera parte de Mitología occidental.

Es el tercer tomo de la obra monumental de Joseph Campbell Las máscaras de Dios, que publica Atalanta con traducción de Isabel Cardona en una edición revisada por Santiago Celaya con las actualizaciones científicas supervisadas por la Joseph Campbell Foundation en 2016.

Explica allí que “en general, la historia reciente de la mitología occidental se puede describir en términos de una grandiosa interacción de estas dos piedades contrarias; concretamente, de una violenta marea de intercambios, este a oeste, oeste a este, este a oeste y, de nuevo, oeste a este, empezando por el primer intento serio persa contra Grecia el 490 a.C.”

Organizado en cuatro partes -La edad de la Diosa, La edad de los héroes, La edad de los grandes clásicos y La edad de las grandes creencias-, el volumen ofrece un recorrido por los arquetipos presentes en los ritos, el arte y la literatura desde las antiguas cosmologías y mitologías de la Diosa madre a la Europa renaciente de los mitos celtas y germánicos, pasando por los dioses y héroes de la Biblia, por la mitología griega, el helenismo y la Gran Roma o por el diálogo entre Europa y el Levante mediterráneo, entre la cruz y la media luna.

“En un nivel del pasado más profundo que el del vaivén de Persia, Grecia, Roma, Bizancio, el islam y posteriormente Europa –afirma Campbell-, el legado de la Edad del Bronce proporcionó muchos de los motivos básicos del pensamiento mitológico, tanto occidental como oriental. Es más, el origen de este legado no está ni en la India, como aún creen muchos, ni en China, sino en Oriente Próximo, en el Levante, donde las palas de la investigación arqueológica reciente han descubierto un fondo de preparación que se remonta a ca. 7500 a.C.”

Es una nueva entrega de la historia natural de los mitos que elaboró Campbell durante décadas de estudio de las diversas metáforas de la divinidad: la ubicua Gran Diosa Madre de la fecundidad, desposada de la serpiente o consorte del toro, esposa o madre del dios muerto y resucitado que está representada hace 7500 años como mínimo; los héroes-conductores-profetas del Antiguo Testamento -Abraham, Jacob, Moisés-, que hacen del sometimiento a la divinidad su forma de relacionarse con lo sagrado, y los dioses y héroes de Europa –griegos, romanos, celtas y germanos-, de signo humanista. Y así Job aparece como paradigma de los mitos del Levante semítico y Prometeo como modelo de los héroes europeos.

Desde las dos raíces de la mitología occidental, la de los desiertos árabes-sirios del Oriente Próximo, y la heleno-aria de Europa, que se unen en el sincretismo del helenismo, Campbell hace un ejercicio de mitología comparada a través de los episodios bíblicos, la mitología griega, los ritos mistéricos o las leyendas irlandesas de los druidas celtas. Mitologías que proponen interpretaciones poéticas del mundo como expresión de las cosmogonías matriarcales o patriarcales y de las diversas etapas evolutivas del pensamiento mágico: de la edad de los héroes, la de los grandes clásicos o la de las grandes creencias, en la que se produce un conflicto entre intolerancia y paganismo y tienen lugar los intercambios y las incomprensiones entre los dos grandes mundos espirituales de Occidente: el que se materializa en el Islam y el que desde el cristianismo, a través de la conciencia humanista expresada en la Reforma protestante, culmina en las propuestas de respeto a la libertad individual, científica y de pensamiento.

“Y este individualismo humanístico -explica Campbell- ha liberado poderes creativos que en apenas dos siglos han provocado cambios en la prosperidad y la adversidad del hombre como no se habían producido en los dos milenios anteriores.”

Santos Domínguez

27/4/18

Cavafis. Antología poética



Cavafis. 
Antología poética.
Edición de Pedro Bádenas.
Alianza Editorial. Madrid, 2018.

El libro de bolsillo de Alianza Editorial publica la segunda edición, revisada, de la Antología poética de Cavafis, que incluye 165 poemas, los 154 canónicos autorizados por el poeta y otros once que aportan una muestra muy representativa de su poesía.

El responsable de la edición, Pedro Bádenas de la Peña hizo el año pasado una revisión sistemática y una renovación de sus traducciones anteriores, que, como explicó el año pasado al presentar una nueva edición crítica de la obra completa de Cavafis, ha mantenido vivas y abiertas a reconsideración y mejora.

La organización temática de esta muy manejable antología facilita al lector la entrada en el rico mundo poético del poeta alejandrino. Por eso, a partir de unos ejes fundamentales (Pensamiento, Historia antigua, Estética, Poética y Erótica) se suceden los temas centrales de su poesía: el destino, la soledad, el amor, la identidad, la vejez y la muerte, aunque –como destaca Bádenas en su Introducción- “el arte de la escritura cavafiana radica en cómo nos dice las cosas, no en lo que dice. El secreto de su poesía es entonces el tono de su voz.”

Pocos poetas tendrán tantos poemas tan memorables y tan intensos como Ítaca ( "Ten siempre a Ítaca en tu mente./ Llegar allí es tu destino" ), como El dios abandona a Antonio ( "Sobre todo no te engañes, no digas que fue / un sueño, que tu oído te engañó") o Idus de marzo ( "Teme, alma mía, la grandeza" ) o como los más antiguos Murallas ( "Sin sentirlo, fuera del mundo me cercaron" ) o La ciudad, el poema que Cavafis prefería de entre los suyos, el primero de sus poemas canónicos, que se cerraba con estos versos desolados:

No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. 
Vagarás por las mismas calles. 
Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra tierra -no lo esperes-
no tienes barco, no hay camino.
Como arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño rincón,
así en toda la tierra la echaste a perder.

Además de las espléndidas traducciones de los textos, el antólogo ha incorporado al pie de cada poema notas breves pero muy esclarecedoras, que orientan al lector en el complejo mundo de referencias históricas, literarias o biográficas sobre las que se sostienen los poemas de esta antología pensada para "ofrecer al lector, mediante la selección y ordenación de los poemas, la imagen que considero responde fielmente a la personalidad intelectual y artística del autor."

Santos Domínguez

25/4/18

Mujica Láinez. Sergio


Manuel Mujica Láinez.
Sergio.
Prólogo de Luis Antonio de Villena.
Drácena. Madrid, 2018.


“Ese fue siempre el destino de Sergio Londres: huir”, se lee en Sergio, la novela que Manuel Mujica Láinez publicó en 1976, editada ahora por primera vez en España por Drácena con un prólogo –‘Perturbaciones de la belleza’- de Luis Antonio de Villena, que la define como “un canto a la belleza moceril, a la bendita ambigüedad que se resuelve en lo masculino.”

Su trama argumental se construye sobre una peripecia continua de lances amorosos y enredos a través de una galería de personajes singulares y excéntricos en torno al objeto de deseo y posesión representado por Sergio Londres, que -como explica Villena- “para los otros -masculino o femenino- es una continua salvación, algo así como la posesión del Ángel.” 

Desarrollada con mucha agilidad y un fluido ritmo narrativo, en la novela se suceden situaciones y personajes desde la efectista aparición del adolescente protagonista, sonámbulo, desnudo y erecto a los 13 años en una siesta de hotel y ante la asombrada mirada de un grupo de clientes, hasta el trágico desenlace en el que muere ocho años después acribillado por las balas junto a Juan Malthus, el amigo que ya era su pareja estable.

Entre esos dos episodios, de la mano de un Mujica Láinez que demuestra aquí también la calidad de su prosa y su capacidad para la creación de personajes hondos y complejos,  el esplendor y el tormento de la belleza y sus conflictivas consecuencias indeseables en torno a un protagonista que, con la misma mirada melancólica de sus ojos azules que Tadzio en La muerte en Venecia, es objeto de acechos y asedios de varia intención, del acoso de hombres y mujeres de muy diversa edad y talante: Madame Aupick, una pianista viuda de la que acaba huyendo un año después; un fraile franciscano que lo confunde con el Poverello de Asís en su desnudez descalza y mendicante y con el que está tres años en un seminario donde nadie lo incomoda y donde descubre la masturbación; Mr. Light, predicador hipócrita y puritano que intenta abusar de él; un pas de quatre con el playboy José Luis Moreno; un trío con los hermanos Juan y Soledad Malthus....

Con una ambigüedad constante entre el deseo y la repugnancia, entre la belleza y la violencia, el humor y la tragedia, Sergio se articula sobre una sucesión de huidas que le llevan al final de su destino trágico en una novela escrita con la agilidad elegante de la prosa de Mujica Láinez. 

Todo un acierto su recuperación.
Santos Domínguez


23/4/18

Emmanuel Bove. Un hombre de talento


Emmanuel Bove.
Un hombre de talento.
Traducción de Mercedes Noriega Bosch.
Pasos perdidos. Madrid, 2018.

“Eran las diez de la mañana. Maurice Lesca cogió la bolsa de hule, la dobló y se la colocó bajo el brazo. Cerró la puerta de la modesta cocina. Era un hombre de 57 años para quien, más que un beneficio, su elevada estatura y su fuerza se habían revelado un engorro durante toda su vida. Su pelo era canoso y castaño a partes iguales. Dependiendo de la luz, un color predominaba sobre el otro, ora haciéndole parecer más viejo ora rejuveneciéndole. En su rostro estaban inscritos los desengaños de una ya dilatada existencia. Llevaba un sombrero ablandado por el uso, calado no solo hasta las cejas, sino hasta las orejas y la nuca, y un holgado gabán gris verdoso. Cuando Maurice Lesca caminaba por la calle se le reconocía desde lejos por la forma que tenía de meter las manos en la abertura vertical de los bolsillos, empujándolas hacia delante como si escondiese algo demasiado voluminoso para que cupiese en ellos. A fin de que nadie reparase en que iba sin camisa y sin corbata, llevaba una bufanda cruzada sobre el pecho. Sus pantalones eran tan largos que le tapaban los talones. En cuanto a sus zapatos, estaban tan desgastados que habían perdido su forma natural y ni siquiera parecían exactamente iguales.” 

Así comienza Un hombre de talento, la novela que Emmanuel Bove escribió en 1942, el mismo año en que huyó a Argel desde la Francia ocupada. 

La publica Pasos perdidos con traducción de Mercedes Noriega Bosch y es una de las novelas que mejor reflejan el mundo sombrío y desalentado de Bove a través de un protagonista opaco, de comportamiento contradictorio y sorprendente.

Su incapacidad para la vida, su torpeza para las relaciones sociales, su carencia de sentido práctico conducen a Maurice, el protagonista, a una existencia miserable, a la desolación, al desengaño, a una constante sensación de fracaso:

“Los hombres de talento, los hombres inteligentes y, en especial, los hombres de carácter, todos tenían éxito en la vida. Si de joven hubiese seguido el camino que se abría ante él, si hubiese sido más paciente, si se hubiese contentado con ser un poco más rico cada año, un poco más respetable que el año anterior, hoy sería tan feliz como el profesor. Viviría en una buena casa. Tendría una criada. Tendría una esposa elegante que hablaría de él en los círculos sociales. Pero, por desgracia, todas esas cosas siempre le habían parecido ridículas. De modo que no podía quejarse. Y si ahora, en lugar de ser un personaje tan importante como el profesor, se veía obligado a rogarle a ese mismo profesor que le prestase cada mes unos cuantos cientos de francos (siempre con el miedo de que hubiese pasado poco tiempo desde el préstamo anterior, de que se hartase de él, de abusar) no tenía por qué extrañarse.”

Con el telón de fondo de los ambientes sórdidos por los que se mueve en París, Lesca es un derrotado que no acaba de perder del todo la esperanza de conseguir un bienestar elemental al que no tiene acceso. Vive una existencia precaria, la de un hombre que habita al fracaso permanente en el terreno profesional, sentimental y en la vida diaria.

No se trata sólo de una cuestión material: es también la indigencia moral, la humillación de tener que pedir dinero a su antiguo suegro para sobrevivir, tras una sucesión de decisiones equivocadas que le llevaron a dejar el ejercicio de la medicina o a separarse de su mujer.

Lesca es un hombre solitario y abandonado que vive con su hermana Emily y que decide ayudar por compasión a la señora Maze, librera divorciada, su única amiga. Enfermo, viejo y pobre, sucesivamente desinteresado y mezquino, solidario y desdeñoso, generoso y egoísta, Lesca es un personaje de comportamiento incomprensible y contradictorio, acosado por las dudas: “Ayer dije una cosa y acto seguido dije la contraria. Ahora pienso que quizá tenía razón. Hace un momento, pensaba que me equivocaba. ¿Qué pensaré dentro de cinco minutos? No tengo ni idea. Lo contrario de lo que pienso ahora, sin duda.” 

Un personaje que se mueve siempre entre la acción y la abstención, porque “todo aquello en lo que se embarcaba Lesca, incluso cuando su objetivo era absolutamente desinteresado, se acababa volviendo contra él.”

Además de una obra perturbadora, es una de las novelas más agrias de un Bove irónico en el título –Un homme qui savait en el original- y sarcástico cuando presenta el carácter complejo del protagonista, un antihéroe humillado y orgulloso que se arruina la vida entre la duda y la inacción, un ser desanimado y grotesco al que nadie se toma en serio, porque nadie lo entiende. Ni él mismo ni el perplejo lector de esta novela inolvidable.

Santos Domínguez

20/4/18

Poesía de trovadores, trouvères y Minnesinger


Poesía de trovadores, 
trouvères y Minnesinger.
Antología de Carlos Alvar.
Alianza Editorial. Madrid, 2018. 


Cuando los días son largos, en mayo, 
me agrada el dulce canto de los pájaros de lejos, 
y cuando me voy de allí, 
me acuerdo de un amor de lejos. 
Voy con ánimo cabizbajo y sombrío, 
de modo que ni el canto, ni la flor del espino 
me placen más que el helado invierno. 

Nunca más gozaré de amor 
si no gozo de este amor de lejos, 
pues no sé de mejor ni más gentil 
en ninguna parte, cerca ni lejos. 
Su mérito es tan cierto y puro 
que allí, en el reino de los sarracenos 
yo sería, por ella, llamado cautivo. 

En el reino de los sarracenos, en Trípoli, murió el autor de esas dos estrofas, Jaufré Rudel, príncipe de Blaya y trovador que escribió entre 1125 y 1148. 

Se había enamorado de la condesa de Trípoli de oídas, como Montesinos en los romances castellanos, por los testimonios de los peregrinos que volvían de Antioquía, y no se conformó con escribir sobre ella canciones como esta. Se hizo cruzado, se embarcó y enfermó en la travesía marítima antes de llegar a la costa libanesa. Llegó a Trípoli medio muerto, pero tuvo tiempo de conocer a la condesa, que  fue a visitarlo y se hizo monja después de ver cómo Jaufré murió en sus brazos.

Ese es uno de los textos que forman parte de la antología Poesía de trovadores, trouvères y Minnesinger preparada por Carlos Alvar y publicada por Alianza Editorial en una nueva versión revisada y actualizada en El libro de bolsillo.

Una antología que recoge la producción poética de los trovadores provenzales, que escribieron una poesía refinada durante los siglos XII y XIII en una lengua poética propia, el occitano. Dirigida a los círculos cortesanos, esa poesía combinaba música y letra y convirtió a los trovadores en los primeros poetas profesionales. 

De distinta condición social, desde reyes y señores feudales a plebeyos con educación,  profesionales o aficionados, los trovadores manejaban un código literario para iniciados, el amor cortés, un complejo sistema de actitudes que luego asimiló Petrarca y un universo ideológico y sentimental que era el correlato amoroso de las relaciones feudales. Practicaron el canto frente al cuento, defendieron la individualidad lírica –conocemos por su nombre a unos  trescientos cincuenta de estos trovadores- y se expresaron en la lengua vulgar con una nueva lírica basada en esquemas silábicos y acentuales y en la rima, claves de la construcción de la métrica moderna,

Esas composiciones se recogieron en cerca de cien cancioneros en los siglos XIII y XIV y se desarrollaron en dos direcciones temáticas -la cansó, de carácter amoroso, y el sirventés, de tema satírico personal, moral, político o literario- y en dos tendencias estilísticas: el estilo fácil y llano “trobar leu” de Jaufré Rudel o Bernart de Ventadorm, y el hermético “trobar clus” del violento y amargo Marcabrú, con la variante del “trobar ric” del original y oscuro Arnaut Daniel.

Todos somos trovadores, como señaló Pere Gimferrer en una ocasión, toda la poesía posterior se alimenta de ese sustrato: desde el Dolce stil novo de Dante hasta Ezra Pound, pasando por Petrarca o Quevedo.

En otros territorios y otras lenguas surgieron imitadores o continuadores que aclimataron la herencia de los trovadores: los trouvères, reelaboradores cultos de la poesía trovadoresca en la lengua de oïl del norte de Francia, y los Minnesinger que, con Walther von der Vogelweide a la cabeza, asumieron en el lied, el lai y el Spruch, sus tres formas fundamentales, el legado de la lírica provenzal en Alemania. 

Santos Domínguez

18/4/18

Juan Gabriel Vásquez. Viajes con un mapa en blanco


Juan Gabriel Vásquez.
Viajes con un mapa en blanco.
Alfaguara. Madrid, 2018.

“Esto es lo que hace toda novela valiosa: observar un mapa, el mapa de un territorio que nunca ha sido explorado, y dirigirse a él para llenar esos espacios en blanco con los resultados de su exploración. El mapa en blanco es el de la condición humana, ese continente misterioso que la novela ido descubriendo, iluminando, con cada una de sus conquistas, y nosotros, los lectores de novelas, vamos a bordo de esa nave. Hay provincias enteras de nuestro mapa que ya no están en blanco porque por ellas han viajado las grandes novelas. El pasado es un territorio menos desconocido desde que Marcel mojó una magdalena en una taza de té; ciertos rincones de nuestra conciencia, con frecuencia los más terribles, son menos amenazantes para quien ha estado en el subsuelo de Dostoievski o ha compartido manteles con el Gran Inquisidor. Con El proceso y El castillo viajamos a territorios que nunca habíamos visitado, cuya existencia desconocíamos por completo, y lo mismo ocurrió con Cien años de soledad: fueron novelas que enriquecieron o ensancharon el mundo conocido. Sin ellas, aquellos lugares permanecerían ocultos; no los sabríamos ver; o, habiéndolos encontrado por una casualidad afortunada, no sabríamos reconocerlo. Y seríamos más pobres por ello.” 

Así explica Juan Gabriel Vásquez el sentido del texto, Viajes con un mapa en blanco, del que toma título el espléndido volumen que publica Alfaguara.

En él reúne el narrador y ensayista colombiano un conjunto de artículos que antes fueron leídos como conferencias en torno a ese territorio de la novela y a ese mapa en blanco de la condición humana. 

“Todos los ensayos que lo componen han sido escritos durante los últimos ocho años, y la misma idea los atraviesa: averiguar, de formas más o menos directas, qué es esto que llamamos novela, qué nos hace y cómo lo hace y por qué ha sido importante que lo haga (si es que lo ha sido) y por qué puede ser lamentable que deje de hacerlo (si es que deja de hacerlo).”

Ensayos en los que Juan Gabriel Vásquez reflexiona sobre el lugar de la novela, porque como explica en el epílogo, “un relato débil debilita la continuidad; un pasado débil hace imposible la comprensión del presente.” Y por eso “las novelas que persigo y prefiero, las novelas que intento escribir, son las que buscan restablecer esa continuidad rota; en otras palabras, restaurar la condición histórica del hombre y resistir a la progresiva des-historización de nuestra experiencia.” 

El de la novela es un género que se convierte en instrumento privilegiado de conocimiento de la condición humana y de la realidad social, porque la novela fija nuestro lugar en el mundo, nuestra manera de entendernos a nosotros mismos, de relacionarnos con la realidad y con los demás. 

Ese viaje a un territorio desconocido toma la forma de diversos asedios al género y propone una visión multicéntrica de la importancia de la novela desde distintas perspectivas pero sobre todo desde dos puntos de vista: el del lector y el del autor de novelas, porque esas dos miradas y esas dos condiciones conviven en Juan Gabriel Vásquez. 

De Cervantes a Proust, del Lazarillo a Kafka, de Tolstói a García Márquez pasando por Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Camus, desde esa doble perspectiva se abordan los textos de este libro organizado en tres partes: A partir de Cervantes, El escritor latinoamericano y la tradición y Misterios de la novela.

Desde que “el invento de Cervantes -escribe en el texto inicial- nos pide aceptar que el hombre común y corriente, el que vemos todos los días, el compañero de nuestra cotidianidad, es una criatura de complejidades sin fin, contradictoria, impredecible y ambigua, dueña de una profundidad y un interés que no están al alcance del ojo, sino que yacen detrás de mil velos a la espera de que los descubramos”, la novela ha creado nuestra noción de lugar y de individuo desde la capacidad de comprender al otro y sus zonas ocultas porque “las novelas son sondas morales.”

Y así se estudia la multiplicidad de perspectivas que generan la ambigüedad fundamental del Quijote o se exploran territorios narrativos como Crimen y Castigo, El corazón de las tinieblas, Rojo y negro, La guerra del fin del mundo y una larga serie de novelas que Juan Gabriel Vásquez somete a la lucidez  de una mirada en la que conviven la visión del creador con la del lector reflexivo y privilegiado que es también el autor colombiano.

Santos Domínguez

16/4/18

Lo decible y lo indecible en Rilke


José Manuel Cuesta Abad. 
Amador Vega. 
La Novena Elegía. 
Lo decible y lo indecible en Rilke.
Siruela. Madrid, 2018.

Ay, ¿qué se lleva uno al otro lado? No el mirar, lo aquí /lentamente aprendido, ni nada ocurrido aquí. Nada. /Pero sí los dolores. Y también, sobre todo, la pesadumbre, /la larga experiencia del amor: sí lo puramente indecible, escribía Rilke en la Novena Elegía de Duino, uno de sus poemas más delicados. 

La compuso entre 1912 y 1922 y es un canto a la tierra, la elegía de las cosas que se alejan, una obra en la que coexisten lo visible y lo invisible en el diseño de una cosmología poética propia, porque, como las otras elegías rilkeanas, “encierran toda una interpretación de la existencia desde la perspectiva de lo que podríamos llamar una poetología del espíritu”, como señalan José Manuel Cuesta Abad y Amador Vega en la Nota previa a La Novena Elegía. Lo decible y lo indecible en Rilke, el volumen que publica Siruela en su colección El Árbol del Paraíso.

“Este libro –explican- tiene su origen en la admiración y el entusiasmo que sus autores han compartido durante años por una de las más grandes creaciones de la poesía europea moderna: las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke. Son muchas las interpretaciones ofrecidas desde hace casi un siglo sobre una obra en la que a la extraordinaria altura poética de su lenguaje se suma la profundidad de un pensamiento que invoca genialmente el legado filosófico y espiritual de Occidente.”

Y sobre esa Novena Elegía se proyectan los dos ensayos del libro: Lógica del silencio, a cargo de Amador Vega, y La palabra más efímera, que firma José Manuel Cuesta Abad. Dos estudios que proponen una interpretación de la Novena Elegía de Duino desde el convencimiento de que “Rilke es uno de los últimos grandes poetas de la tradición occidental.”

“En toda su obra —y sobremanera en su lírica de madurez— poesía y espiritualidad se compenetran con una lucidez y una intensidad que apenas encuentran parangón en la literatura contemporánea. De ahí que en nuestra lectura hayamos prestado una atención especial a esas dos dimensiones fundamentales de la poesía de Rilke, aun a sabiendas de que tanto lo poético como lo espiritual escapan a toda definición que pretenda aprehender en conceptos claros y distintos cuál es el sentido esencial de ambas formas de experiencia.”

Poesía y espiritualidad que en el primer ensayo se resumen en el concepto de lo indecible como manifestación específica del lenguaje poético de un Rilke consciente de los límites de lo real y de las limitaciones de la expresión, del conflicto entre lo visible y lo invisible, entre lo decible y lo indecible, porque –señala Amador Vega- “la vocación poética de Rilke es la respuesta al silencio que el lenguaje alberga.” 

La despedida, la ausencia, el silencio, el trayecto de lo visible a lo invisible, de lo cotidiano a lo trascendente, de lo contingente a lo intemporal son los núcleos de sentido de la poesía de Rilke, “una de esas alturas -las palabras son del elogio fúnebre que pronunció Musil- en las que el destino del espíritu hace pie para pasar sobre las épocas.” 

Lo indecible y lo invisible, que son los ejes centrales de la Novena Elegía, vertebran gran parte de la obra de Rilke y por eso los dos estudios de este volumen explican la red de relaciones de esos dos conceptos no sólo con todo el ciclo elegíaco, sino también con los Sonetos a Orfeo, con los poemas franceses, con el Libro de horas o con el Libro de las imágenes, porque “la necesidad de transformar lo indecible en silencio atraviesa la entera concepción de misterio que flota en esta poesía desde sus comienzos.”

Dichosos los que saben / que detrás de todos los lenguajes /está lo indecible, escribía Rilke en 1924, insistiendo en esa idea a la que se dedica el primero de los ensayos del volumen. Y si lo indecible es el centro del primer apartado, el objeto de referencia del segundo -La palabra más efímera- es lo decible como expresión de la poética de la finitud, del proceso poético en el que Rilke va de lo visible a lo invisible y de lo indecible a lo decible,  del silencio a la palabra. 

Es una lírica de la finitud anclada en la conciencia de que la misión del poeta es hacer decible lo indecible paralelamente a la “tarea poética de transformación de lo terrenal en lo invisible”, como indica José Manuel Cuesta Abad.

“Aquí el tiempo de lo decible, aquí su patria”, había escrito Rilke en la Novena Elegía, penúltima de un conjunto que es -añade Cuesta Abad- “tal vez el último himno que atribuye una misión poética a la vida humana.” 

Santos Domínguez

13/4/18

Vicente Aleixandre. Poesía completa


Vicente Aleixandre. 
Poesía completa. 
Edición de Alejandro Sanz.
Lumen. Barcelona, 2017.

Cuando acaban de cumplirse cuarenta años de la concesión del Nobel a Vicente Aleixandre, Lumen reúne su Poesía completa en una monumental edición preparada por Alejandro Sanz, que, al final de su prólogo, -'Vicente Aleixandre, el gran poeta del amor'-, escribe: “Espero que la edición de esta Poesía completa descubra muchos nuevos lectores y propague con dignidad y justicia su voz, en correspondencia al amor que tan generosamente nos fue entregando a través de sus versos, que viven y vibran ahora, de nuevo, en estas páginas que aunque no pretendan encerrar un destello de sol, a nuestros ojos son la luz y la vida misma, de un hombre que amó."

“Poesía es comunicación”, escribió Vicente Aleixandre en un momento decisivo de la poesía española de posguerra. Y esa concepción de la poesía como comunicación o como forma de conocimiento recorre con distintos matices todo su universo poético: comunicación con la naturaleza, el amor y la muerte en su primera etapa, la que va desde Ámbito hasta Sombra del paraíso; con los hombres en la segunda, la de Historia del corazón En un vasto dominio; consigo mismo en la tercera, la de Poemas de la consumación y Diálogos del conocimiento.

Tres etapas de un camino hacia la luz desde la angustia de la sombra, desde la poesía pura de Ámbito, desde el superrealismo abismal y angustiado de Pasión de la tierra, pasando por dos libros visionarios y potentes en su cosmovisión amorosa: Espadas como labios y La destrucción o el amor, en los que se funda el panteísmo cósmico y erótico de su poesía. 

Esa zona vertebral del mundo poético de Aleixandre, en el que se produce la fusión gozosa con la naturaleza, persiste matizada por la nostalgia rehumanizadora de Sombra del paraíso, que con Hijos de la ira marcó un giro decisivo en el panorama poético de la posguerra.

De ahí a su segunda etapa había solo un paso, el de la claridad y la sencillez expresiva, el del calor humano de Historia del corazón y En un vasto dominio.

“Conocer, penetrar, indagar: una pasión que dura lo que la vida”, escribió en Historia del corazón. Y esa búsqueda explica el repliegue meditativo de Poemas de la consumación Diálogos del conocimiento, que con su densidad metafísica alimentan el asombroso fulgor último del ciclo de senectud de Aleixandre, uno de los momentos más altos e intensos de su obra y de su viaje hacia la luz.

Porque –las palabras son de Alejandro Sanz, el responsable de la edición- “toda su lírica es, haciendo uso de una expresión suya muy conocida, una aspiración a la luz, pero una aspiración, habría que matizar, desde el amor a la naturaleza y al hombre, en sus dimensiones cósmicas y humanas, y una exaltación plena de la libertad y la dignidad.

Además de los libros que aparecieron en vida del poeta, esta edición incorpora En gran noche, la antología de sus últimos poemas que preparó Carlos Bousoño en 1991; los versos de juventud de Álbum, un buen número de poemas sueltos y de circunstancias en los apartados Poemas varios I y II, y “una singular y destacada selección de poemas inéditos, que hay que situar como pertenecientes a la época de Mundo a solas”, según explica Alejandro Sanz, que con buen criterio ha incluido en un apéndice las notas previas que Aleixandre redactó para la antología Mis páginas mejores. 

Santos Domínguez

11/4/18

Manuel Longares. Sentimentales


Manuel Longares. 
Sentimentales.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.

Faltaban veinte horas para que el maestro de la sinfónica invitada propulsara desde el podio las melodías de un Schub o un Shosta –los de Corchea acortábamos el apellido de Schubert, Shostakovich y demás compositores grandes en señal de familiaridad con el gremio– y Basilio Santidrián Conde, el más sentimental de nuestra asociación, nos exhortaba a acampar desde la víspera en la explanada del auditorio con bandurrias, castañuelas y tenores blandos para foguearnos en los vaivenes emocionales de la música. 
«La hiperestesia se alcanza insomne», pontificaba Basilio Santidrián desde el mostrador de su papelería-librería de la calle Intermezzo –el comercio más oscuro del mundo en el corazoncito de nuestra urbana urbe–.Y en la primera sesión que compartimos con su grupo de sentimentales, entre flores y mariposas de nuestra primavera frutal, arrancamos con Tuna compostelana y El vino que tiene Asunción.
Los del coro nos balanceábamos detrás del solista agarrados de los hombros y piropeábamos nuestra bandera –¡cuánto te queremos!– mientras la pandereta de sonajas rodaba entre olés. Aquello desprendía una fraternidad viscosa, así que cuando le llegó el turno a Por el humo se sabe dónde está el fuego, nos retiramos a descansar para reaparecer al día siguiente con fuerzas renovadas y sensiblería contenida. 

Esos párrafos pertenecen a la primera de las tres partes en las que se estructura Sentimentales, la última novela de Manuel Longares. 

La publica Galaxia Gutenberg y es un espléndido y divertido homenaje a la música clásica en una obra elaborada con la mirada inconfundible y la potente prosa de uno de los mejores novelistas españoles actuales.

Entre el homenaje y la parodia corrosiva, Sentimentales es una novela organizada armónicamente en tres movimientos –Nosotros, Tú y yo, Ellos-, subdivididos a su vez en otras tres partes que tienen como modelo constructivo, la música sinfónica, de cámara o coral. 

Con una perspectiva distante que es la propia de la mirada esperpéntica que apunta siempre al fondo del vaso, la acción transcurre en una ciudad de provincia controlada por el coronel Rodrigo y escindida en dos sociedades musicales rivales: los Septiminos, minoritarios pero influyentes, y los Corcheas, más numerosos. Si aquellos creen que la naturaleza supera al arte, estos están convencidos de que el arte supera a la naturaleza. Completan el panorama social dos agrupaciones filantrópicas -un ateneo beato y un seminario blasfemo- y el periódico provincial quincenal, Antojos y deleites, dirigido por el septimino Camprodón, aerofágico adulador de la autoridad.

Entre conciertos y ensayos, tertulias y lances eróticos, Doña Tecla y el gordo Gandarias, Bienvenido Méndez, biógrafo de Custodio de Abolengo, escritor costumbrista; Aniceto Consuegra, el chamarilero, dueño del café Becuadro; el notario rijoso Sandalio Escapes o Macario, tenor desalojado, son algunos de los briosos sentimentales, alborotados aprendices de músicos y extravagantes melómanos que pueblan las calles de abolida advocación musical de la ciudad mientras esperan la visita de Schubert.

Personajes delirantes, llevados al exceso por la pasión musical, porque la música - que era el telón de fondo de Soldaditos de Pavía y de Operación Primavera- no siempre amansa a las fieras. A ellos les despierta su parte más animal. Además del librero Basilio Santidrián, el corchea más exaltado, director del coro de hiperestésicos, el desenfreno musical de los melómanos habitantes de la provincia lo representa una orquesta de intérpretes acelerados, entre ellos la flautista septimina Armonía Mínguez y el corchea, narrador y pianista Angelín Ibáñez.

Son los locos por la música, los sentimentales desbocados que, como denuncia el apócrifo catalán atribuido a Custodio con que se encabeza la novela, “son un peligro para las familias y las naciones” y que practican un guerracivilismo musical sin tregua:

Nos habíamos afiliado en el Conservatorio a una de las dos sociedades musicales autorizadas, Septimino o Corchea; y sobre su composición e idiosincrasia y sobre sus virtudes y defectos debatíamos abiertamente allá donde nos pillase.
Alguien te preguntaba:
–¿Eres de Septimino o de Corchea?
Y se armaba el lío porque la rivalidad entre ambas activaba la elocuencia de sus socios. Septimino y Corchea habían nacido para odiarse, vivían haciéndose daño y lo que una ideaba procuraba desarticularlo la otra. 

Una novela en la que se cruza, como en el esperpento y como en El oído absoluto, lo alto con lo bajo, lo clásico con las coplas populares en una convivencia grotesca de Mozart con el Cocidito madrileño, de Mahler con Antón Pirulero, de una orquesta sinfónica y una agrupación de pulso y púa, de Asturias, patria querida y Chopin, Rubinstein y las estrofas del Himno de infantería, La raspa y Schubert -que tiene una presencia destacada y viviente en la última sección del libro-, El cocherito leré y Beethoven, los estrenos de Tiruri Fly y de la Sinfonía Retaca o una seguidilla y un lied. 

Con el estilo trabajado y el cincelado del párrafo que es habitual en la prosa de Longares, Sentimentales es también y sobre todo una metáfora del mundo, esa orquesta desafinada y ruidosa.

Santos Domínguez

9/4/18

Lope de Vega. Cartas


Lope de Vega.
Cartas (1604-1633).
Edición de Antonio Carreño.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.

Como “una autobiografía a retazos” define Antonio Carreño las cartas de Lope de Vega en el prólogo a su edición anotada del volumen Cartas (1604-1633) que publica Cátedra Letras Hispánicas.

Se abre con una carta, fechada en Toledo el 14 de agosto de 1604, en la que Lope escribe: Yo tengo salud y toda aquella casa. Doña Juana está para parir, que no hace menores los cuidados. Toledo está caro, pero famoso, y camina con propios y extraños al paso que suele; las mujeres hablan; los hombres tratan; la justicia busca dineros; no la respetan como la entienden; representa Morales; silba la gente; unos caballeros están presos porque eran la causa desto (..) De poetas, no digo: buen siglo es este. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote. Dicen en esta ciudad que se viene la Corte a ella. Mire vuestra merced por dónde me voy a vivir a Valladolid porque, si Dios me guarda el seso, no más corte, coches, caballos, alguaciles, música, rameras, hombres, hidalguías, poder absoluto y sin putos disoluto, sin otras sabandijas que cría ese océano de perdidos, lomo de pretendientes y escuela de desvanecidos.

“Su valor –escribe Antonio Carreño en el prólogo- como testamento biográfico e histórico, y como documento literario, es innegable. Lope escribe de todo y lo hace a golpe de consejas y consejos, de comentarios y opiniones, de referencias cultas y de anécdotas picantes. De sus cartas se han valido las mejores biografías sobre el Fénix; las rigurosamente históricas y las novelescas.”

En pocos autores se funden vida y literatura tan intensamente como en Lope y por eso estas cartas componen un autorretrato involuntario construido desde la inmediatez de los hechos triviales del día a día: la intimidad de su compleja vida doméstica y familiar, los viajes, el ambiente teatral, los actores y sobre todo las actrices, los escritores y los amigos, las rivalidades literarias -hay dos cartas muy interesantes a Góngora sobre el valor literario de Las Soledades- y las envidias o las aventuras amorosas:

Llegando yo mozuelo a Lisboa, cuando la jornada de Ingalaterra, se apasionó una cortesana de mis partes, y yo la visité lo menos honestamente que pude. Dábale unos escudillos, reliquias tristes de los que había sacado de Madrid a una vieja madre que tenía; la cual, con un melindre entre puto y grave, me dijo así: “No me pago cuando me güelgo, escribía Lope de Vega en una carta de octubre de 1611 a su protector, el Duque de Sessa.

Casi todas estas cartas –más de trescientas- las dirigió Lope a lo largo de tres décadas al Duque, de quien fue secretario, confidente y consejero en asuntos amorosos. Entre chismorreos y consejos, alusiones a las enfermedades de su mujer, Juana de Guardo, y de su hijo Carlos Félix, la presencia constante de su amante Marta de Nevares  (Amarilis), rivalidades literarias, tercerías, noticias de la corte o quejas por las estrecheces económicas, contienen la compleja variedad de su biografía y registran la vida personal, literaria y amorosa del escritor, pero además reflejan el entorno social y cultural en que vivió Lope.

Así evoca las ferias que se celebraban en Madrid en una carta de 24 de septiembre de 1611, en la que informa al duque, desterrado entonces de la Corte:

Aquí han sido las ferias, menos que suelen, entretenidas. Sobran damas y faltan dineros. Los coches han crecido en número, pues antes los había por escuadras, ahora por legiones, como demonios, y para mayor embarazo traen añadidas dos bestias, que todo cuanto se intenta en el mundo es en aumento suyo. Vi al Duque, cuñado de vuestra excelencia. Está bueno y va con el de Pastrana. Ferié sus cortesías y volvime harto de ver bandas, colchas, zapatillas, medias, almonedas, rameras, libros, nueces, membrillos y melocotones.

O esta magnífica descripción del verano madrileño en una carta del 6 de agosto de 1611:

Ya refresca en Madrid, señor excelentísimo, con que amaina la furia de nadar las mujeres en el cuitado Manzanares. Cubiertos iban los caminos de borricos y jamugas; los sotos lo estaban de cantimploras y empanadas; el arroyo, de calientes ninfas revolcándose en más arena que aguas.


Santos Domínguez


6/4/18

Wallace Stevens. Poesía reunida


Wallace Stevens.
Poesía reunida.
Edición de Andreu Jaume.
Traducciones de Andrés Sánchez Robayna,
Daniel Aguirre y Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2018.

La palmera al final de la mente,
pasado el último pensamiento, se eleva
en la decoración de bronce,

un pájaro de dorado plumaje
en la palmera canta, sin significado humano,
sin sentimiento humano, un extranjero son.

Sabes entonces que él no es la razón
que nos hace felices o infelices.
Canta el pájaro. Sus plumas brillan.

La palmera se alza al borde del espacio.
El viento pasa lento por las ramas.
El plumaje del pájaro, forjado a fuego, queda colgando.

Ese magnífico poema de Wallace Stevens (1879-1955), Del mero ser, con traducción de Daniel Aguirre, es uno de los últimos de sus Poemas tardíos, que forman parte de la edición bilingüe de su Poesía reunida en Lumen y preparada por Andreu Jaume, que señala en su Introducción que ese texto, escrito en el hospital pocos días antes de morir, “se ha convertido en la cifra de su obra y en su última visión.”

Este espléndido volumen, que no recoge la poesía completa de Wallace Stevens, sino “su corpus esencial, así como el grueso de todos sus aforismos”, como señala Andreu Jaume, incorpora algunos de los poemas traducidos por Andrés Sánchez Robayna en De la simple existencia, la antología que publicó Galaxia Gutenberg en 2003, así como los libros completos Ideas de orden, La roca y Poemas tardíos, traducidos por Daniel Aguirre, al  igual que los Aforismos completos, todos ellos en Lumen.

Se añaden como novedad fundamental dos libros imprescindibles del poeta norteamericano: Notas para una ficción suprema y Las auroras de otoño, con las traducciones de Andreu Jaume, que explica que “la poesía de Wallace Stevens – que “a diferencia de otros poetas de su generación, apenas participó en la sociedad literaria, a la que era alérgico”- es ya uno de esos monumentos de la literatura occidental a los que el tiempo no puede erosionar. Esa consistencia coriácea se debe a algo que muchos juzgan un defecto y que tiene que ver con su impersonalidad y con la renuencia a explicitar cualquier referencia concreta a la vida ordinaria. (...) Haciendo un esfuerzo por distanciarnos del siglo XX y ampliar la perspectiva histórica, se podría decir que su obra, como antes el Cantar de los cantares, las Olímpicas de Píndaro o el Cántico de San Juan de la Cruz, no dice ni resuelve propiamente nada, no ayuda a entender ninguno de los conflictos que suele abordar la poesía dramática, sino que tan solo celebra y canta el lenguaje, refleja el tránsito de las estaciones y el paso gozoso del tiempo, saluda, invita y resiste, testimonio de una cualidad lingüística que está más allá de la comunicación y del comercio, sin dejarse domesticar por ninguna interpretación definitiva, mientras persiste en su ‘constante sacramento de alabanza’.”

Heredero del Romanticismo inglés y del Simbolismo francés, entroncado estéticamente con la pintura impresionista y con el cubismo, Stevens (1879-1955) fundió en su poesía lo universal y lo local, la palabra y la mirada, lo concreto y lo abstracto, lo sensorial y lo intelectual para hacer visible lo oculto y ocultar lo visible, de manera que lo visible se hace más difícil de ver y a la vez el poema aspira a la revelación de lo invisible. Por eso Andreu Jaume habla en su introducción de “la concepción bautismal del lenguaje que puede volver a nombrar el mundo” en Wallace Stevens, para quien “muchas veces el poema consiste en una mera combinación y complicación de palabras que van creando una atmósfera y que producen al final el efecto de un encantamiento.” 

Toda su poesía, sutil y visionaria, ambiciosa y difícil, abstracta y a menudo impersonal -lo que Stevens denominaba ‘el poema de la mente’- está influida por sus lecturas filosóficas y por sus intereses plásticos y aspira a expresar con la imaginación las relaciones entre el hombre y el mundo. La imaginación se convierte en un arma poética fundamental: el poder del hombre sobre la naturaleza, el instrumento que ordena el caos.

Sus textos irracionalistas e imaginativos resisten el asedio de la razón y las interpretaciones lógicas, porque –como escribió en uno de sus aforismos- “un poema no precisa de significado y, como la mayoría de las manifestaciones de la naturaleza, con frecuencia no lo tiene.”

Porque un poema es para Wallace Stevens una exploración del mundo, otra forma de pensamiento y de conocimiento, una indagación en la capacidad reveladora del lenguaje y un diálogo entre la realidad y la imaginación. No se trata por tanto de nombrar la realidad, sino de descubrirla con el poema. Un poema que no debe proponer ideas sobre la cosa, sino llegar a la cosa misma, como había dejado escrito en el título del último poema de La roca.

Poeta tardío, Stevens publicó  a los cuarenta y cuatro años su primer libro, Armonio (1923), que contenía un mundo poético propio y una voz lírica personal que brillaba especialmente en el poema Mañana de domingo, cuya primera sección termina con esta estrofa:

El día es como un agua ancha y silente, 
inmóvil ante el paso de su pie soñador 
sobre los mares, hacia la calma Palestina, 
dominio de la sangre y del sepulcro. 

La armonía del mundo que refleja este poema en el que la muerte es la madre de la belleza se convertirá en uno de los signos característicos de la poesía de Wallace Stevens.

Ideas de orden (1935) es el más discutido e irregular de sus libros, pero ocupa un lugar central en su trayectoria poética. En sus páginas figura un texto considerado por la crítica como uno de los grandes poemas del siglo XX, La idea de orden en Cayo Hueso. En él resumía el poeta su misión en el mundo: manía del artífice por ordenar palabras de la mar.

En Notas para una ficción suprema (1942) Wallace Stevens sustanció poéticamente su proyecto creativo, que concibe la poesía como una forma de ficción suprema y como conciencia existencial del lenguaje que permite pensar y expresar la realidad a una nueva luz: 

De ahí surge el poema: de que vivimos en un espacio 
que no es nuestro y, aún más, ni nosotros mismos 
y es duro a pesar de los días blasonados.

Con Las auroras de otoño se inicia en 1950 su estilo tardío, más transparente y marcado por la cercanía de la muerte, que tiene en este libro una presencia decisiva:

Un viento extenderá su agitada grandeza alrededor 
y golpeará como la culata de un rifle contra la puerta. 
Les dominará el viento con sonido invencible. 

En La roca (1954), el último libro que completó Wallace Stevens, sus poemas intensos y otoñales están escritos con una mirada casi póstuma que se sitúa más en la otra orilla (vigilia dentro de un sueño) que en esta. Así lo refleja uno de los poemas más intensos del libro, Largos y tardos versos:

Qué poco importa, pasados con mucho
los setenta, dónde uno mire, uno ya ha estado allá.
(...)
Vagabundo, esta es la prehistoria de febrero.
La vida del poema en la mente aún no ha comenzado.

Aún no habías nacido cuando los árboles eran cristal
ni has nacido ahora, en esta vigilia dentro de un sueño.

Y ya en los treinta Poemas tardíos, póstumos, todo lo llena el tiempo, la sensación de destrucción, la pregunta sobre el pasado que se plantea en el terminal Cuando sales del cuarto:

Yo me pregunto: ¿habré vivido una vida de esqueleto, 
como un descreído de la realidad, 
un compatriota de todos los huesos del mundo?

De esa sensación de vacío le salva la creación, la función redentora de la poesía y la imagen, que da sentido al mundo y a la vida del poeta:

La imagen debe ser de la naturaleza de su creador.
Es la naturaleza de su creador acrecentado, 
elevado. Es él de nuevo en una refrescada juventud.

El centro del libro lo ocupa un memorable poema largo, La vela de Ulises, (símbolo de quien busca, cruzando por la noche /el gigantesco mar), que es una poderosa meditación sobre el lugar del poema, sobre el conocimiento y la búsqueda (la sensación que uno tiene de un sitio sencillo / es lo que uno conoce del universo), sobre el mundo y la creación poética que resume al mejor Wallace Stevens. Uno de esos poemas potentes que justifican toda una obra y explican el papel fundamental de su autor en la poesía del siglo XX.

Cierran el volumen sus Aforismos completos, tomados de los Adagia de Sur plusieurs beaux sujects, de Materia poética y de diversos cuadernos de notas que cumplen una función parecida a la de los cuadernos de campo del naturalista y en los que Wallace Stevens fue recogiendo durante más de veinte años sus ideas estéticas:

Toda poesía es poesía experimental.
El poema es una naturaleza creada por el poeta.
La poesía es una búsqueda de lo inexplicable.

Son textos breves que dicen mucho del universo literario de su autor, de su reflexión constante sobre la poesía, la música, la pintura o la filosofía, de sus intereses creativos o ideológicos, convocados en sus propias palabras o en citas ajenas que el escritor hace suyas al incluirlas, comentadas en ocasiones, en esos cuadernos de trabajo de un poeta imprescindible.

Santos Domínguez



4/4/18

Mujeres de ciencia


Rachel Ignotofsky. 
Mujeres de ciencia.
Traducción de Pedro Pacheco.
Nórdica cómic. Capitán Swing. Madrid, 2017.

“Nada presagia más problemas que una mujer en pantalones. Esa era la actitud predominante en la década de 1930. Tanto era así que el hecho de que Barbara McClintock llevara pantalones de vestir en la Universidad de Missouri era considerado escandaloso. Pero era aún peor, además de escandalosa, era luchadora, directa, increíblemente inteligente y el doble de ingeniosa que cualquiera de sus compañeros masculinos. Hacía las cosas a su manera para obtener los mejores resultados, aunque eso implicara trabajar hasta muy tarde con sus estudiantes, lo cual iba contra los horarios establecidos.”

Así comienza la Introducción que Rachel Ignotofsky ha escrito para presentar su Mujeres de ciencia, un libro que ella misma ha ilustrado y que recoge la biografía de 50 intrépidas pioneras que cambiaron el mundo, como indica el subtítulo de este volumen que publican Nórdica cómic Capitán Swing. 

Desde la matemática y filósofa Hipatia de Alejandría, que murió a principios del siglo V, hasta la también matemática iraní Myriam Mirzajani (1977-2017), pasando por Wang Zhenyi, astrónoma y poeta china del siglo XVIII, Marie Curie, Rita Levi-Montalcini o Valentina Tereshkova, “a lo largo de la historia, muchas mujeres lo han arriesgado todo en nombre de la ciencia. Este libro cuenta la historia de algunas de estas científicas, desde la antigua Grecia hasta hoy en día, que cuando se topaban con un no respondían: ‘Intenta detenerme.’ 

Una historia de la lucha de las mujeres contra la discriminación y las restricciones, porque “mucha gente pensaba que no eran tan inteligentes como los hombres. Las mujeres que aparecen en este libro tuvieron que luchar contra los estereotipos para poder desarrollar las carreras que deseaban. Rompieron reglas, publicaron bajo seudónimos y trabajaron por el afán de aprender sin ninguna ayuda. Cuando otros dudaban de sus habilidades, ellas tenían que creer en sí mismas.” 

Santos Domínguez

2/4/18

Ferlosio. Páginas escogidas




Rafael Sánchez Ferlosio.
Páginas escogidas.
Selección de Ignacio Echevarría.
Literatura Random House. Barcelona, 2017.

Como “un recorrido que se quiere a la vez representativo e incitante, capaz tanto de procurar una idea aproximada de la amplitud y de la diversidad de la obra de Ferlosio como de despertar el deseo de adentrarse más a fondo en ella” define Ignacio Echevarría la selección de Páginas escogidas de Rafael Sánchez Ferlosio que ha preparado para el volumen que publica Literatura Random House.

Un recorrido amplio y abarcador por los textos más significativos de Ferlosio a través de catorce apartados ordenados cronológicamente y encabezados por sendas secciones de Pecios que dan paso a textos narrativos, ensayos y artículos de las distintas etapas de la prosa ferlosiana. 

Sermones y homilías, relatos breves de El escudo de Jotán, capítulos de Alfanhuío un fragmento de El testamento de Yarfoz configuran una selección que  responde a un criterio múltiple y panorámico porque, como explica el compilador, “pretende abarcar los diferentes géneros y los principales registros en que se ha desarrollado la obra de Ferlosio.” 

Dientes, pólvora, febrero, Personas y animales en una fiesta de bautizo, Los babuinos mendicantes, Homilía del ratón, Las azoteas de Damasco El deporte y el Estado, son algunos de los textos que ofrece esta impecable selección que refleja la escritura rigurosa y poliédrica de Ferlosio, de la que pueden dar una muestra representativa dos fragmentos.

 El primero (De los ásperos y grandes lances de la montaña) es de Alfanhuí:

Por la tierra de secano hacia la montaña, canta la pájara antigua. Sobre las tapias de pizarra, junto a la blanca carretera, grazna, mece su cola. Al carretero le roba el pan y le despinta el carro. Grita a los cereales cuando les llega el madurar. Con su voz, seca los campos para la siega. Las otras aves se van, pero las urracas se quedan siempre, antiguas pájaras de la meseta. Ellas delatan crímenes nefastos y piden venganza para las violadas. Reconocen a los hombres y saben mucho de geografía. Saben cuanto pasa en los pueblos y los caminos. Dicen los nombres de los muertos y los recuerdan sin pena. Unas a otras se narran las historias de los muertos. Camino del camposanto los ven pasar y se quedan sobre una piedra, narrándose cuanto vieron. Viven los hombres y envejecen; las urracas hablan y miran. Las urracas sin pena no creen en la esperanza; ellas narran tan sólo, y repiten los nombres de los muertos. Los muertos van a lo largo del camino de la montaña. Van, como nublados sin lluvia, a trasponer las oscuras cimas. En la voz de las pájaras sus nombres quedan.
La montaña es silenciosa y resonante. Como el vientre de la loba es su vientre, arisco y maternal. Esconde sus manantiales en los bosques, como la loba sus tetas entre pelo. La montaña está tendida mansamente, amamantando a la llanura. Sólo a veces se levanta dura y esquiva y rasga los labios de los campos.

El otro es el comienzo de Carácter y destino, el discurso que leyó en abril de 2005 en la ceremonia de recepción del Premio Cervantes:

Una mañana de verano del 59, paseando mi hija y yo por el Retiro, al cruzar por el trecho que separaba el quiosco de la música del antiguo escati de baldosines, oí de pronto unas voces que venían de entre los árboles, en las que reconocí el falsete característico de los actores de guiñol.
En mis tiempos era muy difícil encontrar un padre joven, medianamente instruido, que, en el trato con sus hijos, no se creyese un pedagogo consumado. Ella no había cumplido los tres años y medio, y no podía haber reconocido aquellas voces, porque nunca había asistido a un espectáculo de guiñol ni a ningún espectáculo en absoluto (y, por supuesto, a aquel padre pedagogo le habría resultado hasta ofensiva la pregunta de si había dado entrada a la televisión en casa). Así que su ignorancia me dio tiempo de dudar: ¿la llevo o no la llevo?
Y aquí no es necesario recordar hasta qué punto la cuestión de la conveniencia o inconveniencia pedagógica, social y hasta política de los espectáculos públicos en general ha sido en Occidente un asunto moral que se remonta cuando menos a Platón.

Santos Domínguez