17/1/18

Valle-Inclán. Sonatas


Ramón del Valle-Inclán.
Sonatas.
Ilustraciones de Víctor López-Rúa.
Edición de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2017.


“Las Sonatas de Valle-Inclán son la mejor, y acaso la única, muestra de literatura plena y profundamente décadente de las letras hispanas. Atrevidas y audaces, nos hacen discurrir por un universo trazado a la medida de un personaje, el Marqués de Bradomín, escribe Luis Alberto de Cuenca en el prólogo de la espléndida edición ilustrada por Víctor López-Rúa de las Sonatas de Valle-Inclán.

Las publica Reino de Cordelia con el texto fijado por Luis Alberto de Cuenca a partir de  la última versión corregida por Valle, la edición de 1933 en Rivadeneyra, para ofrecer al lector –señala en el prólogo-  “un texto limpio, nítido, claro, listo para acoger tanto al entusiasta de las Sonatas como a quien todavía no las conozca. Un texto que dirige su flecha ecdótica del siglo XXI al corazón de uno de los libros más hermosos de la literatura universal, coincidiendo con el octogésimo primer aniversario de la muerte de su autor.”

Se reúnen así en un volumen muy cuidado las cuatro Sonatas –Primavera, Estío, Otoño e Invierno- que Valle publicó entre 1902 y 1905 y que contienen las memorias amorosas del Marques de Bradomín, un irrepetible don Juan “feo, católico y sentimental.”

Desde la doble distancia que le dan a Bradomín el exilio y la edad, la Nota que Valle colocó al frente de las Sonatas explica que estas páginas son un fragmento de las Memorias Amables que, ya muy viejo, empezó a escribir en la emigración el Marqués de Bradomín. Un Don Juan admirable. ¡El más admirable tal vez!
Era feo, católico y sentimental…

Los jardines italianos de la Sonata de Primavera, la caliente tierra mexicana de la Sonata de Estío, los brumosos pazos gallegos de la Sonata de Otoño y la Navarra de la guerra carlista en la Sonata de Invierno sirven de telón de fondo a las memorias amables y escandalosas de Bradomín, a sus recuerdos de la novicia María Rosario en los ambientes vaticanos, de la Niña Chole en las llanuras de Tierra Caliente, de una Concha a punto de morir en el palacio de Brandeso o de María Antonieta en la corte estellesa.

Cuatro estaciones, cuatro edades del marqués, cuatro paisajes, cuatro mujeres sobre un fondo estilizado de jardines y conventos, palacios y salones, obras de arte y armonías musicales que crecen en la prosa rítmica de las Sonatas, cima del Modernismo, y en la sensorialidad de su lengua exuberante y su erotismo refinado:


Anochecía, cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada: las mulas del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable.
La silla de posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se cerraban con sueño. Al fin, quedeme dormido y no desperté hasta cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo. Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé a oír el canto de madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la noble, la piadosa ciudad de Ligura.

Así empieza la Sonata de Primavera, la primera de cuatro obras  maestras. “No puede acumularse en ellas –escribe Luis Alberto de Cuenca- una brizna más de belleza, no cabe más encanto ni más capacidad de seducción auditiva en sus páginas, no puede soportarse tanta perfección (...) Y es que en la literatura española de los últimos ciento cincuenta años no hay nada comparable a las Sonatas de don Ramón del Valle-Inclán.”

Santos Domínguez