8/1/18

El lector decadente




El lector decadente.
Selección y prefacios 
Jaime Rosal y Jacobo Siruela.
Atalanta. Vilaür, 2017. 

“Me gusta la palabra ‘decadencia’ [...] Me sugiere pensamientos sutiles de extrema civilización, alta cultura literaria, un arma capaz de intensas voluptuosidades”, escribía Paul Verlaine en 1888.

Lo recuerda Jacobo Siruela en el segundo de los prefacios -el dedicado a Inglaterra- de la espléndida antología de narrativa decadentista que publica Atalanta con el título El lector decadente y selección y prefacios del propio Jacobo Siruela y de Jaime Rosal, que explica que “el decadentista era un escritor de vuelta de todo, caracterizado por una enfermiza sofisticación en lo artístico, el equivalente al dandi en lo social, uno de cuyos modelos era Oscar Wilde.” 

El Decadentismo fue un fenómeno que se desarrolló en los años finales del siglo XIX y a principios del XX. Surgió en un mundo finisecular que se desmoronaba y en una sociedad en crisis y dejó en España su huella más significativa en la primera época de Valle-Inclán. 

Caracterizado por el refinamiento enfermizo, la artificiosidad y el exotismo orientalizante, por la tendencia autodestructiva de sus autores lúcidos y perversos, atraídos por los distintos abismos del alcohol y las drogas, el Decadentismo tuvo mucho de actitud, de postura y hasta de impostura. 

“El Decadentismo no puede definirse como un movimiento literario propiamente dicho, sino más bien como una forma de sentir”, explica Jaime Rosal. En sus actitudes convivieron la incertidumbre y la crueldad, la transgresión y el esteticismo diletante, la provocación y el irracionalismo sentimental, el hastío y el desprecio de la sociedad burguesa, lo morboso y lo canalla, el satanismo y la exquisitez. 

El lector decadente ofrece una amplia selección con catorce autores franceses –de Baudelaire a Lautréamont, de Barbey d'Aurevilly a Schwob, de Villiers de L'Isle-Adam a Mallarmé o a Mirbeau- y seis ingleses, entre ellos Oscar Wilde o Aubrey Beardsley, que firma también un buen número de las abundantes ilustraciones de este volumen, como las que preparó para la Salomé de Wilde o para su propia Historia de Venus y Tannhäuser. 

Fragmentos de El jardín de los suplicios de Mirbeau, varios de los póstumos Poemas en prosa de Baudelaire, una de las semillas de las que brotó la poesía contemporánea; uno de los Cantos de Maldoror de un Lautréamont visionario y provocador que explora el territorio del mal con pasión imaginativa y potencia verbal; la pasión autodestructiva de Pierre Louÿs; un Schwob imaginativo y extemporáneo, inventor de voces y de vidas y erudito evasivo; tres de las Divagaciones de un Mallarmé oblicuo y secreto; uno de los Cuentos crueles de De Villiers; un Barbey ambiguo y antimoderno; varios capítulos de A contrapelo, la novela de Huysmans que acabará convirtiéndose en manifiesto decadentista; una amplia muestra del mejor Wilde y su visión de la vida como obra de arte o un Crowley satánico y exhibicionista son algunos de los contenidos de este volumen, que ofrece una muy significativa muestra del que, en palabras de Jacobo Siruela, fue “uno de los primeros movimientos artísticos genuinamente modernos que reflejó en el espejo de la literatura el otro rostro (siempre variopinto) de la modernidad, tal como había empezado a hacer Baudelaire a mediados del siglo XIX. 
Santos Domínguez