6/11/17

John Berger. Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos


John Berger.
Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.
Ilustraciones de Leticia Ruifernández.
Traducción de Pilar Vázquez.
Prólogo de Manuel Rivas.
Nórdica Libros. Madrid, 2017.

Cuando abro la cartera
para enseñar el carné
para pagar algo
o para consultar el horario de trenes
te miro.

El polen de la flor
es más viejo que las montañas
Aravis es joven
para ser una montaña.

Los óvulos de la flor
seguirán desgranándose
cuando Aravis, ya vieja,
no sea más que una colina.

La flor en el corazón
de la cartera, la fuerza
de lo que vive en nosotros
sobrevive a la montaña.

Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.

Del último verso de ese poema de John Berger que abre el volumen toma su título el bellísimo libro que publica Nórdica con traducción de Pilar Vázquez, ilustraciones de Leticia Ruifernández y un prólogo de Manuel Rivas – John Berger: La mirada fértil, la mano sincera- en el que  se lee:

“Quien se dedica a deslumbrar, pierde la facultad de descubrir. La luz de Berger descubre lo que permanecía invisible u oculto, pero su aproximación no es la de una luz depredadora o dominante. No hay una jerarquía en el descubrimiento. En realidad, existe descubrimiento donde hay enigma. Si deslumbras al descubrir, haces desaparecer el enigma. La aproximación de Berger busca no ahuyentar el enigma, sino protegerlo.
(...)
Toda la obra de John Berger es un laborioso avance por la incerteza, merodeando, sin pisar. Y eso es lo que permite ver lo imprevisible, pero también crear lo jamais vu, otras especies, otras realidades. El realismo de Berger consistía en ir «más allá» de la realidad.”

Organizado en dos partes – Una vez y Aquí-, la primera trata del tiempo; la segunda, del espacio. Y en torno a esos dos ejes se organizan los textos de este volumen poliédrico en el que se conjugan o alternan las diferentes miradas de Berger: la mirada del poeta y la del ensayista, la del narrador y la del experto en arte que deja aquí dos espléndidos acercamientos a la pintura de Van Gogh y Caravaggio.

Bajo esas miradas, un Berger sencillo y profundo conjura las emociones: el amor y la ausencia, el tiempo y la distancia, la naturaleza y los cuentos, el paisaje de las Highlands, la pérdida y el desarraigo, las separaciones en los andenes de las estaciones de ferrocarril.

Con un constante telón de fondo sobre el que se proyectan el sentimiento del tiempo y la noción de lugar, conviven en estas páginas  la reflexión sobre la poesía –El poeta sitúa el lenguaje fuera del alcance del tiempo o, más exactamente, el poeta se aproxima al lenguaje como si fuera un lugar, un punto de encuentro en donde el tiempo no tiene finalidad, en donde el propio tiempo queda absorbido y dominado- con la reflexión sobre la pintura -¿No será, acaso, que la inmovilidad de la imagen pintada expresa la atemporalidad? El hecho de que los cuadros sean profecías de su propia contemplación no tiene nada que ver con las perspectivas del vanguardismo moderno en donde el futuro está reivindicando continuamente al profeta incomprendido. Lo que comparten el pasado, el presente y el futuro es un substrato, una tierra intemporal.

Y sobre ese cruce de tiempo y espacio, la fugacidad y las despedidas:


El cuerpo envejece. El cuerpo se prepara para morir. Ninguna teoría del tiempo nos presta alivio alguno en este punto. La muerte y el tiempo siempre han estado aliados. El tiempo se lo llevaba a uno con mayor o menor presteza; la muerte, de un modo más o menos súbito.

Santos Domínguez