6/6/17

Italo Calvino. Palomar


Italo Calvino.
Palomar.
Edición de Javier Aparicio Maydeu.
Traducción de Aurora Bernárdez.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2017.

“La trayectoria de Calvino es admirable /.../ Como un mago de la alquimia, atraviesa todos los estados de la materia narrativa, del estado sólido del neorrealismo al estado líquido de la fábula y el cuento fantástico, y del estado líquido al estado gaseoso de la meditación con la que concluye el texto de la última obra que publicó en vida, ese prodigio de sensibilidad titulado Palomar”, escribe Javier Aparicio Maydeu en la luminosa introducción de su edición anotada de Palomar, de Italo Calvino, en Cátedra Letras Universales, con la espléndida traducción que Aurora Bernárdez publicó en 1985.

Con un título que, como su protagonista, el señor Palomar, toma su nombre de un observatorio californiano, metáfora de la voluntad de conocimiento, este es el libro más autobiográfico de Calvino, cuya primera persona se refleja en la tercera persona del narrador y en el personaje de Palomar, ese observador silencioso y profundo.

Desengañado y solitario, Palomar / Calvino se remonta en esta obra “narrativa que ha devenido en confesión”, como señala Aparicio Maydeua, desde lo cotidiano a lo cósmico, desde  lo visible a lo invisible y desde los límites hasta el infinito en un particular camino de perfección, en un itinerario marcado por las correspondencias entre los objetos y el cosmos, entre lo humilde y lo astral, entre él mismo y el universo, porque “no podemos conocer nada exterior a nosotros pasando por encima de nosotros mismos, porque el universo es el espejo donde podemos contemplar sólo lo que hayamos aprendido a conocer en nosotros."

Organizada en tres partes – Las vacaciones de Palomar, Palomar en la ciudad, Los silencios de Palomar-, con tres secciones en cada parte y tres relatos en cada sección, se suceden en ellas tres enfoques temáticos: la experiencia visual, el enfoque antropológico y la experiencia especulativa. Se pasa así de la descripción a la narración y de ahí a la meditación, como en este fragmento de La espada del sol, uno de los textos de la primera parte:

Las tablas de vela resbalan en el agua, cortando con bordadas oblicuas el viento de tierra que se alza a esta hora. Figuras erectas gobiernan el botalón con los brazos tensos como arqueros, conteniendo el aire que restalla en la tela. Cuando atraviesan el reflejo en medio del oro que los envuelve, los colores de la vela se atenúan y es como si el perfil de los cuerpos opacos entrase en la noche. 
«Todo esto sucede no en el mar, no en el sol —piensa el nadador Palomar—, sino dentro de mi cabeza, en los circuitos entre los ojos y el cerebro. Estoy nadando en mi mente; sólo en ella existe esa espada de luz; y lo que me atrae es justamente eso. Ése es mi elemento, el único que puedo en cierto modo conocer». 
Pero también piensa: «No puedo alcanzarla, la tengo siempre ahí delante, no puede estar al mismo tiempo dentro de mí y en algo donde nado; si la veo quedo fuera de ella y ella queda fuera». 
Sus brazadas son ahora fatigadas e inciertas: se diría que todo su razonamiento, en vez de aumentarle el placer de nadar en el reflejo, se lo está frustrando, como haciéndole sentir una limitación, o una culpa, o una condena. Y también una responsabilidad a la que no puede escapar: la espada existe sólo porque él está ahí; si se marchara, si todos los bañistas y los nadadores volviesen a la orilla o dieran la espalda al sol, ¿dónde iría a parar la espada? En el mundo que se deshace, lo que él quisiera salvar es lo más frágil: ese puente marino entre sus ojos y el sol poniente.

Y así, entre los sentidos y la razón analítica, entre el objeto y el símbolo, la escritura se convierte en una lectura del mundo y el señor Palomar realiza un viaje al descubrimiento de la realidad y de sí mismo en un proceso que va de lo trivial a lo trascendente, del cuento a la filosofía, cuyo objetivo, como explicó Montaigne, es enseñar a morir. 

Y por eso Palomar es también un elogio de la soledad y un viaje hacia el silencio, una aventura interior que resume también la propia trayectoria intelectual de Calvino.

Con Palomar cerró en 1983 su trayectoria literaria. Es un testamento, un cuento de cuentos y una ventana abierta al universo, un palimpsesto que bajo su aparente simplicidad contiene el mundo como un aleph. Así lo resume el editor en el prólogo:

Palomar es una obra maestra, pero también es una obra tramposa. Aparenta simplicidad siendo compleja. Se diría banal y encierra reflexiones de verdadera enjundia, disquisiciones medulares.”

Muchos de esos elementos que constituyen la genealogía intelectual y estética de Palomar y articulan su arquitectura se dilucidan en esa introducción sobre un sustrato intelectual, literario y filosófico que iluminan más de cerca las notas escrutadoras de Javier Aparicio Maydeu, con las que consigue “que el lector advierta la complejidad de las relaciones intratextuales e intertextuales que el texto establece de forma constante, y disfrute de la riqueza de sus alusiones.”

Santos Domínguez